Cuenta una leyenda de los indios nahuas del Estado de Guerrero que una viejita tenía dos hijos. Uno de ellos era muy sano y cultivaba la milpa, mientras que el otro, que estaba loco, cuida a su madre enferma. Un día el loquito le preparó un caldo de pollo a su progenitora para que se aliviara, pero cuando vio el caldo y a la gallina muerta en la olla, se asustó y pensó que su hermano lo iba a regañar. Así que decidió ir a ver al sacerdote. Puso a su mamá atrás de la puerta mientras hacía su diligencia. Cuando llegó a la iglesia le pidió al cura que fuera a confesar a la viejita porque la veía muy mal. Al llegar, el cura abrió la puerta y la pobre viejita se cayó muerta. El loquito le dijo al cura que debía enterrarla y decirle una misa porque la había matado con la caída. El cura cumplió lo pedido. Los hermanos se quedaron solos.
Un día el hermano sano se fue a trabajar y le acompañó el loco. Llegaron a un cerro, y por la noche pusieron una puerta entre las ramas de un árbol para dormir. Cuando se encontraban dormidos, llegaron unos ladrones que se pusieron a cocer carne para comer, a un lado de la fogata dejaron una bolsa de dinero. En eso estaban, cuando al loco le entraron ganas de orinar; como el hermano no le dejó bajar a hacer sus necesidades porque los ladrones los oirían, el loco se orinó. Los ladrones sintieron que les caía agua encima y pensaron que estaba lloviendo. En eso, el pobre loquito tiró la puerta que les pegó a los ladrones; asustados se echaron a correr. Ambos hermanos bajaron del árbol y el hermano sano cogió el dinero, mientras que el loquito se comía la carne asada.
Los hermanos agarraron camino y llegaron a una casa donde vivía una viejita. Tocaron y le pidieron permiso para pernoctar. La vieja aceptó y les ofreció una jícara de atole. A la media noche, el loco se despertó con hambre, y fue al fogón a tomar atole el que quedaba. Cuando iba a beberse el atole pensó que su hermano también tendría hambre, por lo que fue y le preguntó si quería un poco. Pero al destaparle la cobija se dio cuenta que no era su hermano sino la viejita y del susto la bañó de atole. Al sentir la mujer el atole se echó una flatulencia y se convirtió en una espantosa bruja que se levantó dispuesta a comerse a los dos hermanos. Pero ellos fueron más rápidos y salieron corriendo por la puerta. La bruja no los pudo atrapar. Del susto que se llevaron al ver a la horrible mujer que los amenazaba, el hermano sano se volvió completamente loco, mientras que el loquito se curó.
Sonia Iglesias y Cabrera