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El Tsempayomo o la mujer que orina

Cuenta una leyenda zoque que en el pueblo de Ocotepec, al norte del estado de Chiapas, hace muchos años vivía un hombre con su esposa y sus hijos. Un buen día decidió dejar el pueblo para irse a vivir en una choza cerca de un arroyo en una montaña. Era un hombre muy sabio que se comunicaba con los seres sobrenaturales en sus sueños nocturnos; había inventado la cal y sus aplicaciones. Todos lo respetaban y le llevaban regalos.

Llegó el momento en que los hijos de este sabio hombre crecieron y formaron su propia familia. El hombre quedó solo y triste. Un día fue a visitar a sus hijos al pueblo y dejó a su esposa sola en la choza. De regreso a la montaña, se encontró con un grupo de amigos que le invitaron a beber, aceptó, y platicando de los viejos tiempos, las horas transcurrieron, Cuando el señor se dio cuenta era ya muy tarde. Borracho, emprendió el viaje de regreso, presa de malos presentimientos. Al llegar a su casa buscó a su mujer, pero no la encontró ni dentro ni fuera de ella. Al amanecer, muy triste, se quedó dormido junto a la cama. Cuando despertó, pidió ayuda a los habitantes del pueblo para que le ayudasen a buscar a su esposa. Todos se movilizaron, rezaron, cantaron y danzaron, pero la esposa no apareció.

El Tsempayomo o la mujer que orina

Al cabo de muchos años, en cierta ocasión el hombre pasó por un bosque y vio entre los árboles un objeto blanco que se movía, lo siguió hasta la entrada de una cueva donde se metió el espectro. Curioso, el hombre lo siguió y, de repente, se dio cuenta que se trataba de su esposa perdida. La blanca aparición le dijo: -¡Siempre he estado a tu lado, nunca te abandoné! El hombre temblando de miedo escuchó la voz de su mujer: -¡Cuéntame qué ha sido de mis hijos! Ante estas palabras, aterrado el señor pronunció ciertos conjuros. La mujer se puso en posición de orinar y se transformó en estatua y afirmó que siempre permanecería en tal sitio vigilando a sus hijos y para servirle si tenía necesidad de ella. En medio de las piernas de la mujer-estatua brotó una límpida agua, como un manantial. Desde entonces, el hombre visitaba a su esposa convertida en un dulce manantial.

Pasado el tiempo, el hombre murió, pero el manantial quedó para satisfacer la sed de los caminantes y de todo aquel que la necesite.

Sonia Iglesias y Cabrera

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