En la ciudad de Coahuila de Zaragoza, uno de los estados norteños de la República Mexicana, se cuenta una leyenda que la tradición ha perpetuado de boca en boca. En uno de sus callejones llamado el Callejón de la Delgadina, había una casa que tenía un local que fungía como carnicería. En la casa vivía el carnicero que era un tipo asqueroso que siempre estaba sucio completamente lleno de sangre y de la grasa de los animales que mataba y cortaba para la venta. Las personas del barrio le conocían como El Gigante Severo. Este hombre estaba casado con una mujer, que a su vez llevaba por mote La Trenzona. Se trataba de una mujer infiel que le ponía los cuernos al carnicero con gran desparpajo.
En una ocasión, encontró a un fulano con el que se ponía a platicar dentro y fuera de la casa. Como el Gigante Severo era confiado, no se ponía celoso de los tejemanejes de La Trenzona, la cual no solamente se conformaba con platicar con su amigo, sino que las cosas habían pasado a mayores y eran amantes. Pero como nunca falta un chismoso, alguien de barrio le fue con el chisme al carnicero de que su mujer le ponía los cuernos. En tío entró en dudas y espió a la dama: y efectivamente se dio cuenta del engaño de que era víctima.
Como castigo, colgó a la infiel en uno de los ganchos que utilizaba para colgar la carne, y la encerró en una de las habitaciones. Todos los días la torturaba y sólo le daba de comer mendrugos de pan y agua. Pasado algún tiempo, el cuerpo de la esposa fue encontrado tirado en un arroyo y completamente mutilado. La reconocieron por su larga cabellera que ella solía trenzar.
Cuando las autoridades acudieron a la carnicería para apresar al Gigante Severo, no lo encontraron. Había huido. Se cree que parte de la carne de la mujer sirvió como bisteces que hicieron las delicias de algunos de los clientes de la carnicería.
Sonia Iglesias y Cabrera