El Sol era el cuerpo celeste por excelencia y en Mesoamérica se le identifica con el tiempo mismo. A través de manuscritos, como el Códice Matritense del Real Palacio, podemos abrir una ventana hacia mitos cosmogónicos fundamentales para el pueblo mexica.
En ellos vemos fielmente reflejada la creencia de que el Sol, como ser vivo, puede nacer y morir.
Hubo cuatro soles antes del actual. Cada uno marcó eras distintas, entre las cuales se detuvo el tiempo y se hizo la profunda oscuridad. Para que naciera el Quinto Sol, los mismos dioses debieron sacrificarse, morir, purificarse en el fuego, elemento producido por el más viejo de todos lo dioses.
A pesar de que ya había nacido el Sol y poco después la Luna, cuerpos celestes fundamentales para elaborar el calendario, aún no estaban dotados de movimiento.
La esencia del tiempo era, aparte de la luz, el movimiento. Ambos astros permanecían estáticos hacia el oriente. Para echar a andar la precisa maquinaria del tiempo debía intervenir el dios del viento, que no sólo impulsó al Sol y la Luna para que avanzaran en sus caminos celestiales, sino que los colocó en los sitios del espacio que les correspondía para desempeñar su tarea.
La conceptualización del tiempo se une de esta manera a la del espacio para conformar uno de los principales elementos que caracterizan a las culturas autóctonas de Mesoamérica. Algunos códices prehispánicos sobrevivieron para mostrarnos sencillos esquemas que representan esta compleja relación. Tal es el caso de la página 1 del Códice Féjérvary Meyer, en el que en los rumbos cardinales están no sólo los dioses, sino los signos calendáricos, las aves y los árboles cósmicos. Leyendo de derecha a izquierda, podemos ir de un día a
otro hasta completar un tonalpohualli o calendario sagrado, dando a cada día su connotación positiva, negativa o indiferente.
Estos libros, leídos sólo por los especialistas denominados tonalpohuques, eran considerados sagrados y secretos, hablaban de un mundo lejano al hombre común, del ámbito de los seres que dominan el tiempo cíclico que rige el destino de todo cuanto vive, donde todo regresa cuando se repite el símbolo y el numeral del día y el año. Su cargador (bacab en maya e i mamal en náhuatl) los lleva sobre su espalda, cual pesado fardo, hasta el final del día, cuando dejaba su mecapal (bulto) para que un nuevo mecapalero iniciara su camino.
Ellos representan a los astros en la ruta que parte del oriente hacia el poniente, como el Sol, que asumía un aspecto masculino y dominaba la época seca del año, como la Luna, de aspecto femenino, que dominaba la época húmeda del año. Opuestos y complementarios, ambos son indispensables para el florecimiento de la tierra.