En un principio no existía nada. No había Tierra ni Cielo ni nada, todo eran sombras y oscuridad. De la oscuridad surgió Coyote-Gente-Luna, dios de la sabiduría, la magia y la muerte. Divinidad lunar masculina estrechamente ligada a Topo, luminosa y amarilla como la región de donde proviene, el sur. Llegó con un gran bastón sagrado. Durante mucho tiempo aulló en la oscuridad sin que nadie lo oyera afirmar que venía de donde todo era redondo y cóncavo, como su misma casa, que su luminosidad provenía de los pedernales que llevaba atados a las rodillas y que al caminar producían múltiples y maravillosas chispas. Lo que dijo no fue oído por nadie, porque nada existía y todo era silencio y oscuridad. Nadie oyó a la deidad del sur. Con nadie pudo compartir su luminosidad. Sintiéndose muy solo, cantó:
-¡Qué triste está aquí el Coyote!/¡El Coyote, la luz y la negrura!/ ¡La oscuridad sobrecoge!¡Aulla el Coyote-Gente-Luna!
Fue entonces cuando se soñó como el padre del mundo de los kiliwas y de todas las cosas. Tan solitario estaba que temió enfermar, así que tomó la decisión de crear al mundo. Del sitio donde se encontraba el Ombligo del Sur, tomó un buche de agua salada y escupió, todo el sur se volvió amarillo. Tomó otro buche de agua y lo escupió hacia el norte que se volvió rojo. Como le gustó tanto lo que hacía, tomó un gran buche y lo escupió hacia el oeste, como el trago fue demasiado grande la región se inundó y se formó un profundo y picado mar; la región se tiñó de negro. Tomó un pequeño buche de agua fresca del Ombligo del Sur y lo arrojó hacia el este, donde se creó un chiquito y blanco mar. Coyote-Gente-Luna había creado los cuatro rumbos del universo.
Coyote quiso poner un nombre a cada región, pero no pudo porque el mundo no tenía fondo. Por lo cual pensó que era necesario cubrir al Centro-Ombligo-de-Arriba y al Centro-Ombligo-de-Abajo. Se quitó la piel del cuerpo y la extendió sobre el Ombligo de Abajo y la Tierra ya no estuvo desfondada. Como quedó sin piel, Coyote tuvo frío; tomó los seis colores del universo inventados por él, más el color negro y se vistió con ellos. Su costado derecho se pintó de rojo y blanco, el izquierdo de amarillo y negro. La parte superior de su cuerpo se coloreó con franjas azules, la parte inferior ostentaba franjas color café. Al lado izquierdo de la cara le tiñó de verde; al derecho, de rojo y blanco. Finalmente, en su cráneo aplicó una capa de capa de ceniza.
Escupió hacia los aires para teñir de azul la oscuridad del Cielo y pisoteó la Tierra para que se endureciera, la cual cobró el color del amate. A la Tierra la llamó Ipá Mat, Tierra para la Gente Divina. Así, pudo poner nombre a cada rumbo y designarle un color. Al Ombligo de arriba le puso el nombre de Milsu, “color café”. Contento con su creación sacó hojas de tabaco de su pecho, las molió y se puso a fumar en su pipa sagrada. Se quedó dormido y el humo que salía de su pipa formó las veredas, los senderos y los caminos de la Tierra y el Cielo. Cuando Coyote se despertó y vio lo hermoso de su obra, cantó de felicidad; sin embargo se dio cuenta de que aún estaba muy solo: se arrancó el escroto, lo infló con aire de sus pulmones hasta que pudo meterse en él, y obtuvo su j’anal tai, su primer sonaja.
Poco después decidió crear el Cielo, Meltí Iipá Jalá, cóncavo como su antigua casa amarilla para impedir que se saliesen el agua, el color, la luz y el aire. A las dos montañas hechas de tierra sagrada las llamó We y Ko-Masi, Cerro del Hombre, y Wey Ke-Masi, Cerro de los Chamanes. De sus pantorrillas formó cuatro borregos cimarrones que colocó en cuatro montañas a fin de que sostuvieran el Cielo con sus cuernos. Cada montaña estaba asociada con un color y un rumbo espacial. Como los conejos estaban solos en sus esquinas, Coyote quiso darles compañía. Fue a la casa de su abuela que era artesana y trabajaba el barro, construyó cuatro hornos y modeló un venado, un pez, una codorniz y un gato y los metió en sendos hornos. Cuando estuvieron cosidos, los llevó a las montañas, pero los animales no se llevaban bien, y Coyote decidió quedárselos y crear otros que hicieran compañía a los borregos.
Trajo barro del sur que le preparó la abuela, y en un horno gigantesco metió muchas figuras de animales: arañas, moscos, zorrillos, todo lo que se le ocurrió, y ya cocidos los llevó a las montañas. Pero sucedió lo mismo, los animalitos no congeniaron. Descorazonado, Coyote decidió crear al hombre. Hizo un nuevo horno y fue por arcilla al Valle de San Matías, la amasó con semen, y forjó cuatro figuras tan grandes que no cupieron en el horno, razón por la cual Coyote abrió un enorme hueco en la montaña, metió las figuras y procedió a incendiarla. Pasadas trece lunas, los hombres salieron y Coyote les ordenó que se fuesen a las montañas para hacerles compañía a los borregos. A cada uno de los hombres el dios le dio un nombre y una pluma roja.
El primero recibió el nombre de Sacerdote-Chamán; el segundo Cuervo-Chamán, el tercero Soldado-Chamán, y el cuarto se llamó Chamán-Gente-Común. Desgraciadamente, los hombres tampoco congeniaron con los borregos. Enojado, Coyote los regañó. Los hombres, molestos, decidieron casarse con sus primos Venado, Codorniz, Pez y Gato, para enfadar más al dios. Furioso, Coyote les preguntó a los hombres la razón de tal acción, ante su silencio Topo le dijo que se había olvidado de dar el habla a los hombres.
Se remedió tal olvido cuando Coyote enseñó la lengua kiliwa a los cuatro chamanes. Los hombres le explicaron al dios que ya habían formado una familia con sus primos. De Sacerdote-Chamán y Venado nacieron el topo, el caballo, la liebre, y el oso; de Cuervo-Chamán y Pez, surgieron la estrella de mar, el caballo de mar, y la serpiente; de Soldado-Chamán y Codorniz, el correcaminos, el águila, el cuervo y el pájaro; y de Chamán-Gente-Común y Gato, nacieron el león, el oso, la cigarra y la zorra. De estos padres hombre-animales nacieron todos los indios kiliwas.
Sonia Iglesias y Cabrera