Cuenta una leyenda que la famosa China Poblana fue una esclava de noble estirpe procedente de la India donde vivió una parte de su niñez. Sus padres le habían puesto el nombre de Mirra (o Mirrah). Siendo todavía una niña, unos piratas portugueses la raptaron en la playa, donde la pequeña solía jugar recogiendo conchas y caracolas. Los malvados piratas la llevaron a la Ciudad de Cochín, en el estado hindú de Kerala, de donde Mirra escapó a los piratas ladronzuelos, para refugiarse en una misión jesuita donde la convirtieron al cristianismo y la bautizaron con el nombre de Catarina de San Juan. Pero para su desgracia los piratas la volvieron a raptar y la entregaron a un mercader en Manila que la llevó hasta tierras de la Nueva España. Al llegar a Acapulco, fue vendida a don Miguel de Sosa, poblano de profesión comerciante en lugar de entregarla a don Diego Carrillo de Mendoza y Pimentel, marqués de Gelves y virrey de la Nueva España en el período 1621-1624, quien, con anterioridad la había encargado para ponerla a su servicio. Don Miguel pagó diez veces el valor de lo que el marqués de Gelves ofreciera por la muchacha.
A Catarina toda la familia de don Miguel de Sosa la llamaba “chinita”, porque así se usaba llamar de cariño a las sirvientas jóvenes de aquellos tiempos. Todos la querían y era entre sirvienta y ahijada, pues don Miguel carecía de hijos en quien depositar su amor. En esa casa aprendió el idioma español, pero nunca supo leer ni escribir, no se sabe el porqué; también aprendió a bordar con hilos de seda y a cocinar los diversos platillos mexicanos de la época. Sobresalía por su hermosura y por su peculiar manera de lucir su especial ropa que en un principio debió ser similar al sari de las mujeres hindúes.
Al poco tiempo de vivir con la familia Sosa, en el año de 1624 don Miguel murió, pero por voluntad testamentaria le otorgó la libertad a Mirra, quien quedó libre pero muy pobre. En estas condiciones vivió por un tiempo en la Ciudad de Puebla, hasta que se casó con un esclavo llamado Domingo Juárez perteneciente a la casta de los “chinos” (morisco con española). La pareja vivía en el curato del padre Pedro Suárez, donde Domingo ejercía las tareas necesarias para mantener limpia la iglesia. Catarina lavaba ropa y hacía panecillos para las fiestas eclesiásticas, y tabletas de chocolate que el padre regalaba a los niños que acudían al catecismo. No mucho tiempo después de casada, Domingo murió en la ciudad de Veracruz, y Catarina quedó sola. Para ganarse la vida, la “chinita” hacía enaguas y faldas que vendía en los mercados. En toda Puebla se la conocía como una santa, pues se convirtió en una curandera asombrosa empleando un agua milagrosa que preparaba con agua bendita y cuerno de unicornio.
Poco después, movida por su extraordinaria fe, Catarina ingresó como monja en un convento donde se convirtió en visionaria al afirmar que veía a la Virgen de Guadalupe acompañada de ángeles, que jugaba con el Niño Jesús, que hablaba con una escultura de Jesucristo, y que los unos demonios la acosaban continuamente. A su muerte, en la casa de Hipólito del Castillo y Altra, acaecida el 5 de enero de 1688, a los ochenta y dos años de edad, se la enterró en el atrio del Templo de la Compañía de Jesús, en la conocida Tumba de la China Poblana. Su testamento enumera las humildes cosas que dejó:
Declaro por mis bienes, los siguientes: un niño Jhs, Pequeñito de talla y seis quadritos ordinarios colgados en las paredes de mi cuarto. –Una cazuela –Dos o tres libritos de devoción –La ropa de mi uso y ruego al padre Alonso ramos, mi confesor de la religión Sagrada de la Compañía de Jesús y conventual de dicho Colegio, la distribuya y convierta en limosnas entre pobres y para cumplir y ejecutar este mi testamento, en manadas y legados, dejo y nombro por mis albaceas testamentos al dicho padre Alonso Ramos y al bachiller José del Castillo Grajeda, Presbítero y al Capitán don Hipólito del Castillo de Altra.
A la China Poblana se le atribuye el haber creado uno de los trajes típicos de México, aun cuando para algunos investigadores no existe ninguna relación entre el traje de las “chinas” y Catarina de San Juan. Del vestido original de esta dama no quedó ninguna descripción fidedigna, pero la leyenda se la representa vestida de manera muy similar al traje que solían lucir las cortesanas gachupinas, o sea las criollas de los principios del siglo XIX. Así pues, aunque desplazado unos cuantos siglos, el traje de la China Poblana constaba de una camisa de cuello cuadrado, blanca, deshilada, y bordada con hilo de seda y con chaquiras formando dibujos geométricos y florales. La enagua o castor (tela con la que estaba elaborada y que se empleaba para confeccionar la ropa de las criadas indígenas de casas pudientes) estaba ricamente bordada con canutillo, lentejuela y “camarones” a la manera de la blusa. Debajo de la falda, asomaban unos porabajos (ropa interior que equivale al fondo o combinación) con puntas enchiladas; o sea, que todo el borde estaba adornado con hermosos encajes terminados en pico y que sobresalían de la falda. A fin de sostener el castor y el porabajos, las “chinas” portaban una fajilla en la cintura tejida con la técnica de brocado, podía estar bordada o no, según el gusto de la usuaria. Por supuesto que no podía faltar el rebozo de bolita hecho con seda, con largo y hermoso rapacejo (fleco) anudado preciosa y hábilmente, que servía para cubrir a las “chinas” del frío, a la vez que para lucir hermosas y galanas. Solíase acompañar el traje con una mascada de seda, y relucientes zapatos de raso bordados con hilos de seda. Por supuesto que la China Poblana portaba aretes, pulseras, collares, anillos y demás abalorios, para completar tan barroco atuendo.
La palabra “china” que se le aplicaba a tan santa dama según algunos investigadores proviene de que Catarina era mogola; es decir originaria del Imperio Mongol de la India, estado islámico del subcontinente indio; razón por la cual, los poblanos empezaron a aplicarle el mote de “china” que, por extensión, en México se ha empleado para designar, erróneamente, a todos los orientales. Pero también se dice que Catarina al casarse con el esclavo Domingo Juárez quien como hemos visto pertenecía a una de las castas denominada “china”, recibió de refilón el mote de “china”; versión que parece ser la más acertada.
Sonia Iglesias y Cabrera