En la tradición oral de Tlaxcala, una de las 32 entidades federativas de México, existen unos seres sobrenaturales que reciben el nombre de Tlahuelpuchi. Dicho nombre significa en lengua náhuatl “sahumador luminoso”. Los tlahuelpuchis se conocían ya en la época prehispánica como chamanes que tenían la capacidad de ser nahuales; es decir, de convertirse a su arbitrio en animales malvados que podían transformarse en fuego o que lanzaban llamaradas a sus víctimas por la boca, como dragones del mal.
En la actualidad, a las tlahuelpuchis se les considera como mujeres que son brujas a la vez que una especie sui generis de vampiro. Dice la leyenda que existen también hombres tlahuelpuchis, pero son los menos.
Estas mujeres, aparentemente normales en la vida diaria, cuando nacieron, y por razones sumamente misteriosas y desconocidas, recibieron una maldición o hechizo que las marcó de por vida. Al llegar a la pubertad, específicamente cuando tienen su primera menstruación, sus poderes malignos afloran y las llevan a convertirse por las noches en diferentes animales, sobre todo en aves y, específicamente, en guajolotes, aunque es posible que también se conviertan en pulgas, gatos, perros y buitres. Una vez que adquieren la forma animal, emiten una extraña luminosidad con la cual hacen patente su presencia.
Cuando en una familia nace una Tlahuelpuchi es motivo de mucha tristeza y de una gran vergüenza para todos los miembros, e incluso la mujer puede ser segregada de la comunidad. Es por ello que la familia trata de mantener el secreto lo más que puede ocultándolo tenazmente. La Tlahuelpuchi no ataca a sus familiares sólo si el secreto es revelado por alguno de los miembros a los aterrados integrantes del pueblo o ciudad chica. Entonces la mujer-maldita le chupa la sangre con frenesí al traidor.
Las tlahuelpuchis se reconocen unas a otras aun cuando presenten su forma humana, pero no son seres gregarios, prefieren llevar a cabo sus atrocidades de forma solitaria, pues son sumamente celosas y agresivas entre ellas, y protegen su territorio ferozmente lo que las lleva a tener tremendas peleas para defenderlo; sin embargo, ante un peligro común de avisan una a otras con camaradería.
Como dijimos, las tlahuelpuchis se alimentan de sangre humana y tienen marcada preferencia por la sangre de los niños, a quienes detectan por su fino olfato. Cuando entran en una casa para nutrirse con el preciado líquido, se convierten en una niebla luminosa que se filtra bajo las puertas o por las rendijas de las ventanas. También son capaces de introducirse en los hogares arrastrándose cual insectos rastreros. Ya que lograron introducirse en las casas, empieza su transformación en animales. Para mejor llevar a cabo su destructora tarea, hipnotizan profundamente a los moradores y a sus víctimas, quienes no pueden defenderse del traicionero ataque. Para tal propósito echan su fétido vaho a la cara de los infortunados. Cuanto más frío y lluvioso sea el tiempo, más ganas tienen las tlahuelpuchis de chupar a los niños. Ya que todos están dormidos, las tlahuelpuchis se convierten en mujeres, chupan al infante y salen presurosas de la casa de la víctima. Cuando los padres de la criatura se despiertan, se dan cuenta que el pequeño presenta moretones en el pecho, la espalda y el cuello, y en su cara puede verse una leve tonalidad púrpura-azulina.
A veces, cuando una persona está bajo la hipnosis de estas insaciables criaturas, la incitan a cometer suicidio acudiendo a un sitio alto, como un barranco, y arrojándose desde la parte más alta. Otra maldad que suela hacer es matar a los animales domésticos y de la granja, y arruinar las cosechas de los campesinos.
Los poderes de las tlahuelpuchis son intransferibles, no se los pueden pasar a ninguna persona. Pero si una mujer-chupadora llega a ser asesinada, el poder pasa al asesino; si es muerta por algún familiar, entonces la maldición pasa a la siguiente generación.
A las tlahuelpuchis les gusta chupar la sangre de los niños tres o cuatro veces al mes porque considera que a esta edad la sangre es mucho más nutritiva y sabrosa. Su hora preferida comprende el lapso entre la media noche y las cuatro de la mañana. Es sumamente raro que chupen a niños y a las personas durante el día, solamente lo hacen cuando la necesidad de sangre es extrema.
A fin de convertirse en animal o ave, las tlahuelpuchis se esconden de las personas o bien las hipnotizan para que no las vean cuando entran subrepticiamente en las casas. Para llegar a cabo la conversión, las mujeres que chupan preparan en el fogón de su hogar un buen fuego con madera de capulín, al que agregan raíces de agave, copal y hojas secas de zoapatle, “planta medicinal de la mujer”, que propicia el coito e induce al aborto. Cuando el fuego está en su apogeo, las mujeres caminan sobre el tecuil por tres veces de norte a sur y de este a oeste. Luego, se sientan sobre el hogar y miran hacia el norte, al tiempo que sus piernas y sus pies se van separando del cuerpo.
A fin de ahuyentar a las insaciables tlahuelpuchis, se deben colocar debajo del petate o de la cuna de los niños, una cajita conteniendo agujas, un cuchillo, alfileres, un trozo de metal brillante, o unas tijeras abiertas, pues detestan el metal. Asimismo, se puede colocar en la cabecera una cruz elaborada con monedas o, en su defecto un espejo; cerca de la puerta se puede poner una cubeta de agua, lo cual también es un antídoto contra su presencia. Sin embargo, los tlaxcaltecas creen que lo más efectivo para alejar a las mujeres-chupadoras es envolver dientes de ajo en una tortilla, misma que se coloca sobre el pecho del nene; o bien, esparcir pedazos de cebolla alrededor de su cuna.
Cuando, antiguamente, se descubría a una mujer Tlahuelpuchi en una comunidad, se la sometía a juicio popular y se la ejecutaba sin más trámite. La última ejecución de una Tlahuelpuchi ocurrió en Tlaxcala en el año de 1973, no muy alejado en el tiempo, por cierto.
Sonia Iglesias y Cabrera