De entre el polifacético mundo del arte popular mexicano destaca el frágil, efímero, colorido y tradicional arte de la cartonería. Esa actividad creativa que por medio del cartón y el papel, logra espectaculares piezas artísticas.
La cartonería mexicana no es de raigambre prehispánica. En nuestro país se inició durante los primeros años del virreinato, muy posiblemente hacia la primera mitad del siglo XVI, cuando los primeros frailes franciscanos, en su afán evangelizador, implantaron en nuestra tierra las principales festividades del calendario cristiano.
Tal es el caso de las famosas Misas de Aguinaldo instauradas por fray Diego de Soria en el cercano convento de San Agustín de Acolman, que darían lugar a las tradicionales Posadas, tan propias de nuestra cultura popular. En dichas celebraciones, efectuadas nueve días antes de la Navidad, se acostumbraba romper la piñata, maravilloso juguete alegórico de alma de barro y vestimenta de cartón y papel de China. El 6 de enero, Día de la Epifanía o Aparición, los tan esperados Reyes Magos obsequiaban a los infantes con cascos de cartón, junto con espadas de madera y muñecas de trapo para las niñas. Asimismo, el día de San Juan Bautista, celebrado desde la Colonia el 24 de junio, los artesanos fabricaban máscaras barbadas, caballitos y sombreros de pico, utilizando el cartón y el papel.
Para el Sábado de Gloria, como ejemplo edificante del adoctrinamiento cristiano, se elaboraban para ser quemados enormes judas de cartón que representaban diablos, brujas y alguno que otro personaje de la autoridad no muy apreciado por el pueblo, a quien simbólica y catárticamente destruían por medio del fuego.
En las celebraciones de Corpus Christi, en que se conmemora el Sacramento de la Santa Eucaristía, se acostumbraba regalar a los niños la famosa tarasca, especie de dragón alado de cartón, con ruedas en las patas y cola en forma de lanceta, réplica en miniatura de la figura que salía en las procesiones de Corpus, acompañada de las tarasquillas, monigotes de madera que se subían al lomo de la tarasca y de un grotesco gigante llamado Mojigón.
Una de las fiestas más importantes de nuestro país ha sido, sin lugar a dudas, el Día de Muertos. Para esta fecha, desde antaño los artesanos del cartón han elaborado juguetes alusivos a la muerte: esqueletos bailarines, cráneos multicolores profusamente adornados, esqueletos que representan personajes populares, entierros en sempiterno camino entre una iglesia y otra, procesiones de curas, con cabeza de garbanzo, condenados a cargar ataúdes y tumbas cuyo muerto se levanta al arbitrio de un cordel. Arte en cartón que, desgraciadamente, poco a poco tiende a desaparecer, sofocado bajo la supuesta modernidad.
Al paso del tiempo, el arte de la cartonería trascendió la etapa virreinal y nuevas expresiones vinieron a enriquecerlo. Entonces aparecieron las cornetas de cartón, los cascos militares al estilo etrusco, romano o de soldado insurgente, máscaras zoomorfas y gorros de hada y pastora que los padres compraban a sus hijos en las verbenas de los días 15 y 16 de septiembre, festividades instituidas por decreto de la Regencia el 2 de marzo de 1822.
Fabricar objetos artísticos con un material aparentemente tan elemental como el cartón, requiere, fundamentalmente, del don de la creatividad; de esa inspiración intangible y ancestral que poseen con creces los artistas populares mexicanos y que los convierten en verdaderos artífices. Por medio de la aplicación de técnicas y acabados tradicionales, los maestros cartoneros elaboran piezas de arte que bien merecerían una vida más larga que aquélla un tanto breve a las que están condenadas.
Los artistas del cartón dan forma a sus creaciones plásticas empleando, básicamente, papel recortado y remojado en engrudo. Algunas veces trabajan con moldes y armazones de carrizo o alambre. Con estos sencillos elementos de las manos de los artesanos surgen máscaras, cascos, muñecas, caballitos, tumbitas, esqueletos, alebrijes, judas, personajes de la vida cotidiana y muchas piezas más coloreadas con anilinas que les proporcionan un luminoso acabado.
Actualmente, la mayor parte de los objetos de cartonería son lúdicos o decorativos. Cada una de las creaciones de la cartonería posee su propia técnica de manufactura. Así por ejemplo, las máscaras, los cráneos y las calaveras son elaborados por medio de moldes de yeso, barro o madera que untan con sebo para que sirva de aislante y sobre los cuales van pegando trozos de papel cortado, remojado e impregnado con engrudo o cualquier otro pegamento. Posteriormente, los artesanos dejan secar las piezas al calor del sol o cerca de una estufa preferentemente de petróleo. Cuando han obtenido el secado deseado, los objetos se pintan con blanco de España y se decoran con pinturas.
Los judas de menor tamaño también se hacen en moldes. En cambio los grandes, que a veces llegan a medir hasta cinco metros, requieren de una armazón de carrizo, material que debe limpiarse muy bien para que no quede rastro de la pulpa que se pudre y echa a perder el trabajo. Durante el proceso de armado, el carrizo se moja constantemente, a fin de que no pierda su flexibilidad, se rompa y no se pueda trabajar. A la estructura que se forma con el carrizo o alambre, los artesanos la llaman “alma”. Cuando se emplea el alambre, se va uniendo por medio de cuerdas enceradas. Ya que está preparada el “alma”, se cubre con papel y engrudo, hasta darle la forma a la figura que se quiere hacer, se deja secar, se pinta y se le agregan sus venas de cohetes.
Los alebrijes, figuras fantásticas derivadas de la cartonería tradicional, suelen elaborarse con «alma», o bien solamente con las manos y el papel engomado, modelando extraordinarias esculturas policromadas. Con el fin de calcular el tamaño y el grosor de los alebrijes, el artesano utiliza la técnica del escantillón, cuyo instrumento es nada menos que la cuarta de su mano, pero también puede medir valiéndose de un hilo y una varita. A veces, suele dibujar la figura sobre el piso para que le sirva como una especie de “patrón”.
Los instrumentos de trabajo de los cartoneros son, básicamente, tijeras, martillos, pinceles de pelo animal, formones, cuchillos, brocas, agujas, lijas y brochas. Como materias primas emplean alambre, barniz, anilinas, blanco de España, cartulina, cartoncillo, carrizo, cola, hilo de cáñamo, madera, otate, japán, sebo, yeso, vinagre y variados tipos de papel como el metálico, de China, estaño, estraza, manila y periódico.
Las más de las veces las artesanías en cartón se fabrican en talleres familiares, acondicionados en la casa para tal efecto. En el trabajo participan, en mayor o menor medida, todos los miembros de la familia, quienes aprenden el oficio en el cotidiano quehacer y adquieren el conocimiento y la experiencia a través de generaciones. En los talleres familiares existe una cierta división del trabajo, pero siempre encontramos el maestro o la maestra que se auxilia de sus oficiales y aprendices. Entre los lugares más destacados que elaboran la cartonería, cabe mencionar al Distrito Federal, la Ciudad de Oaxaca, Miguel Allende y Celaya en Guanajuato, Michoacán, Zacatecas y el Estado de México
Sonia Iglesias y Cabrera