En la variada y exquisita mitología mexica Quetzalcóatl se identifica con Venus, segundo planeta del Sistema Solar que puede verse junto al Popocatépetl durante ocho meses del año, para desaparecer durante tres. Popularmente se le conoce como el Lucero de la Mañana. Esta estrella, junto con los dos solsticios en donde Quetzalcóatl viene a la Tierra dos veces al año para aportar fertilidad a la tierra y obtener buenas cosechas, tendrán lugar hasta la segunda llegada del dios. Quetzalcóatl es una deidad dual; según los comentaristas del códice Telleriano Remenensis, cuando Tonacatecuhtli, el dios de la creación y la fertilidad, llevó a cabo su obra máxima dividió el mundo en Cielo y Tierra con un soplo divino. Después, volvió a soplar y creó a Quetzalcóatl, por lo cual se relaciona íntimamente con el dios del aire Ehécatl. El pectoral de Quetzalcóatl es un caracol que hace resonar la voz divina cuando el viento pasa por la espiral del Ehecailacózcatl, caracol Joyel del Viento. Tonacatecuhtli creó a Quetzalcóatl con el propósito de que salvase al mundo. En los dibujos de los códices, Quetzalcóatl aparece pintado de negro, como sacerdote, y lleva un hueso en su tocado, indicador de los instrumentos empleados en los sacrificios: espinas de maguey y agujas de hueso.
En el libro de Fray Andrés de Olmos De la Creación y Principio del Mundo y de los Primeros dioses, se nos dice que Tonacacíhuatl y Tonacatecuhtli tuvieron cuatro hijos: Tlatlauhqui Tezcatlipoca, Espejo Negro que Humea; Xipe Tótec, Nuestro señor el desollado; Yohuali Ehécatl Quetzalcóatl; y Huitzilopochtli, Colibrí Zurdo. Seiscientos años después de nacidos, la pareja de dioses creadores envió a Quetzalcóatl y Huitzilopochtli a ordenar el mundo. Obediente y cumplidor de sus funciones, Quetzalcóatl creó al primer hombre, durante la era del Quinto Sol. Los mexicas creían en que la Creación del universo había pasado por cinco Soles, o eras, hasta llegar a ser lo que es actualmente. En el Quinto Sol, Quetzalcóatl acudió al Mictlan, el Inframundo, en busca de los huesos divinos que le permitirían crear a los hombres.
Mictlantecuhtli, el dueño y señor del más allá, accedió, hipócritamente, a que el dios se llevase los huesos, pero informó a otros dioses para que impidiese la tarea de Quetzalcóatl y destruyesen los huesos y lo arrojasen en un hoyo; lo que efectivamente sucedió. Cuando volvió en sí de la tremenda caída, Quetzalcóatl envolvió cuidadosamente los huesos y se los llevó a Tamoanchan, el lugar paradisíaco, donde con ayuda de Cihuacóatl, la diosa del nacimiento, los trituró, sangró su miembro viril y les dio forma y vida a los macehuales, a los hombres. Xólotl, el dios del atardecer, fue el ayudante de Quetzalcóatl en esta creación.
Quetzalcóatl proporcionó a los hombres los conocimientos necesarios para su supervivencia. Transformado en hormiga negra se introdujo en la montaña escondida de los mantenimientos, y tomó los granos de maíz que llevó a Tamoanchan. En dicho paraíso, los dioses decidieron que este cereal sería el alimento primordial de los seres humanos. Poco tiempo después, Quetzalcóatl rescató a la diosa Mayáhuel, prisionera de las tzitzimime, espíritus femeninos malignos, y proporcionó a los hombres el maravilloso pulque. Este maravilloso dios enseñó a los hombres el movimiento de los astros, les enseñó a escribir y a medir el tiempo, conocimiento que les permitió elaborar el calendario agrícola y el calendario ritual que les permitió realizar los ritos y ceremonias dedicados a los dioses. En resumen, Quetzalcóatl fue el héroe civilizador a quien los mexicas deben su grandeza.
Sonia Iglesias y Cabrera