Mí muy amado Santo Niño de Atocha/en esta hora de aflicción: /te alabo, te glorifico,/te santifico con todo mi corazón,/y te doy esta oración.
El Santo Niño de Atocha es una de las tantas advocaciones del Niño Jesús. Su origen es español. Cuenta la leyenda que en el siglo XIII, la ciudad de Atocha fue invadida por los musulmanes quienes enseguida procedieron a encarcelar a todos los hombres cristianos. Los presos solamente podían recibir la comida que les llevasen sus hijos menores de 12 años. Empezó a correr el rumor de que un niño pequeño, vestido como peregrino, les llevaba comida a los presos que no tenían hijos o que eran mayores de 12 años. Los carceleros le permitían entrar a la prisión, y pronto se dieron cuenta de que la comida y la bebida que llevaba el niño en la canasta nunca se agotaban y alcanzaba para todos. Ante este prodigio, las mujeres de Atocha fueron al templo donde se encontraba Nuestra Señora de Atocha, le rezaron y le agradecieron el milagro. Al hacerlo, se percataron de que el niño que sostenía la Virgen en brazos tenía los zapatitos hechos jirones y se encontraban llenos de polvo. ¡El Niño de Atocha salía por las noches a auxiliar a los cristianos presos!
Un buen día, llegados ya a México los conquistadores españoles, un general y sus tropas llegaron a un fresno que se encontraba cerca de un pozo donde la gente iba a acarrear agua. Como el lugar era fresco el general descansó bajo el árbol y decidió llamarle al paraje Fresnillo; también pensó que sería ocurrente fundar una villa en ese sitio. Cuando el pueblo se estaba construyendo, unos mineros que se encontraban cerca de un lago vieron llegar una mula que cargaba una gran caja de madera en el lomo. Los mineros liberaron a la mula de la caja para que pudiese descansar y beber agua, pero en cuanto le quitaron la caja, la mula salió huyendo. Los mineros abrieron la caja y encontraron una moneda de plata con un Cristo crucificado llamada “corpus”. El general ordenó que ahí se construyera una iglesia y que el nombre de la ciudad fuera Plateros. Mandó traer de España una imagen de Nuestra Señora de Atocha, la cual colocó en el altar de la iglesia -a la que se llamó Iglesia de San Agustín- junto con el Cristo de plata. Poco tiempo después, se descubrieron minas de plata en Fresnillo. En una ocasión ocurrió una terrible explosión y muchos mineros quedaron atrapados. Las esposas de los trabajadores acudieron a la iglesia a rezarle a la Virgen de Atocha y se percataron de que el Niño no se encontraba en los brazos de su madre, pues el Santo Niño de Atocha había acudido donde se encontraban los mineros atrapados para darles comida y agua, y para mostrarles el camino de salida de la mina… sus ropas y zapatitos sucios eran testimonio de su divina ayuda. Desde entonces, cada vez que les acontecía alguna catástrofe a los mineros, el Niño acudía en su auxilio. Al Santo Niño de Atocha se le colocó en una caja de cristal para que todos los vieran y lo adoraran; se convirtió en el Patrón de Zacatecas y en el protector de los mineros.
Hoy en día, las peregrinaciones acuden a Plateros, Zacatecas, a venerarlo y llevarle juguetes para su esparcimiento en el día de su nacimiento: Navidad. El Santo Niño de Atocha es una de las más bellas imágenes de la iconografía católica vestido con su capita, su sombrero adornado con plumas, su bastón de peregrino con un guaje en una mano, y su canasta plena de pan en la otra.
Sonia Iglesias y Cabrera