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Leyendas Cortas

Ecce Homo. Leyenda colonial.

Hace mucho tiempo existió un hombre llamado Raimundo Saldívar de Velasco. Sus cabellos eran rizados y rubios, sus ojos verdes como la malaquita, y la piel rosada tendiente al rojo. Raimundo se sabía guapo y era presumido. En tanto que comerciante su padre había hecho una considerable fortuna que Raimundo se ocupaba en gastar a manos llenas. Era una familia rica, pero sin noble linaje.

Una mañana, se celebró en la Catedral de la Ciudad de México, una misa para celebrar el arribo de la Nao de China al Puerto de Acapulco. Ni que decir tiene que las familias importantes de la ciudad acudieron al templo. Raimundo vistió sus mejores galas, acudió al santuario y se sentó junto a una bella muchacha llamada Laura Martínez Larrondo. En un momento dado, ambos jóvenes se voltearon a ver y quedaron prendados uno del otro. Al terminar la misa, Raimundo se adelantó y se paró junto a la pila de agua bendita. Cuando la chica llegó, el joven metió sus dedos en el agua y se los ofreció a Laura con galante ademán. Tocáronse los dedos al tiempo que un estremecimiento recorría sus cuerpos. Pasó una semana.

Ecce HomoEn la Procesión de la Virgen de los Remedios, organizada por la Cofradía de la Catedral,  los jóvenes se encontraron por segunda vez. Emocionados se sonreían. Al terminar la procesión, Raimundo acompañó a Laura hasta su casa sita en la Calle de Flamencos. Poco después, la enamorada pareja se encontró en la Alameda y en el Paseo Nuevo. Otras veces coincidían en la casa de doña Beatriz de Lorenzana, amiga de Laura, en donde comían pastelillos, dulces, nieve y espumoso chocolate. La ventana de la casa de Laura era otro de los lugares donde el joven declaraba su amor a la dulce Laura entre suspiros y promesas de amor eterno. Fue a través de la reja que Raimundo le pidió a la joven que se casase con él. Laura aceptó. Junto a la ventana había un nicho con la escultura de Ecce Homo, “he aquí al hombre”, en la que se representaba a Jesús ensangrentado y maltrecho. Al joven Raimundo la escultura le daba pavor; en cambio Laura era fiel devota de la imagen a la que siempre ponía flores frescas y le encendía todas las noches una candela.

Cuando la madre se enteró de los amores de su hija, montó en cólera porque no estaba de acuerdo en que  tuviese relaciones con el hijo de un herrero sin alcurnia ni nobleza, aunque con mucho dinero. La familia de Laura descendía de conquistadores, nobles, y obispos. La madre encerró a Laura en su recámara; pero la joven burló la vigilancia sobornando a una de las criadas y pudo ponerse en contactó con el muchacho. Decidieron huir, Se dieron cita junto a la hornacina de Ecce Homo. Laura salió de su casa y se acercó hacia su enamorado, Raimundo dio un paso hacia ella… cuando sintió que una mano poderosa le tomaba por la garganta, volteó ligeramente la cabeza y vio que la ensangrentada y repulsiva mano de la escultura era la que le apretaba con tanta fuerza la garganta. Laura horrorizada ante lo que veía, gritó y salió corriendo hecha una loca hasta las puertas del Convento de Balvanera, donde cayó desfallecida. Al otro día por la mañana, encontraron a Raimundo al pie de la escultura desmayado. Le despertaron con vinagre y éter. Al volver en sí, Raimundo había perdido sus hermosos colores: su boca era blanca, su rubio cabello había encanecido; su tez, como la cera. Nunca volvió a ser el mismo. Laura se metió a monja y al poco tiempo perdió la razón.

Sonia Iglesias y Cabrera


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