El dios Muxi y su pareja Maam enviaron un ave a la Tierra que llevaba en su piquito un grano de maíz. Era un zanate negro, una urraca, que se llamaba Ts’ok, una bella divinidad celeste. Esa semilla se sembró; o más bien, el pájaro dejó caer la semilla en la boca de una muchacha, llamada Dhakpeenk’aach, representación carnal de la Tierra, que se estaba bañando en un arroyo. La muchacha nunca salía de su casa, porque su abuela, llamada K’oleenib, era una nahual, vieja y desalmada que no la dejaba salir a ningún lado. Sin embargo ese día salió a escondidas y la semilla le cayó en la boca que abrió un momento para tomar aire. La muchacha quedó embarazada. A los nueve meses dio a luz a un niño que fue el Dios del Maíz, al que le pusieron por nombre Dhipaak. La madre murió en el parto.
La abuela de la muchacha rechazaba al niño, al que llamaba con desprecio Pe’no que significa “algo levantado de la calle y que no se sabe que es”. No quería al niño, lo odiaba, y decidió matarlo. Para ello, lo molió en el metate, lo hizo pedacitos que arrojó en el campo. De esos trozos de maíz, nacieron plantas de maíz. La abuela volvió a cortar los maíces, pero estos se volvieron a reproducir hasta que dieron muchas mazorcas. Cuando estaban los pedacitos de maíz por el suelo, una hormiga se los quería comer, pero el maíz le dijo que no lo hiciera porque era un dios. La abuela volvió a cortar el maíz para desaparecerlo; hizo masa en el metate y con ella elaboró atole y tamalitos. Se los comió, aunque no pudo terminar porque le hicieron daño. Como la abuela vio que no podía acabar con las mazorcas, juntó todo el atole que había salido del maíz cortado por ella y lo llevó al mar a tirarlo. Cuando lo estaba haciendo se juntaron muchos pececitos que querían beberse el atole, pero el atole, que era el dios Dhipaak, les dijo que no se lo comieran, sino que juntaran los pedacitos. Con los trocitos se formó una masita y el dios niño encarnó otra vez.
Fue su voluntad quedarse en el mar por mucho tiempo hasta que creció. El Abuelo Muxí no quería que viviera ahí en el mar, porque lo había mandado para que viviera en la Tierra; pero, el Dios del Maíz le dijo que no se iría porque su abuela lo había llevado al mar y que si Muxi quería que regresara tendría que llevarlo él mismo. Primero se pensó que lo llevara el camarón, pero como no podía salir del agua sin morir, no pudo. Después, se le encomendó a un pez grande la tarea de conducirlo a la tierra, pero tampoco pudo porque no tenía pies para trasladarse. Por fin, se eligió a la tortuga. El Dios del maíz se subió sobre su caparachón y durante el camino se entretuvo en raspar la concha de la tortuga, por eso la tiene cuadriculada. La tortuga llegó a la Tierra y así el Dios del Maíz regresó a donde debía estar.
Sonia Iglesias y Cabrera