Hubo un tiempo en que Chaak, el Señor de la Lluvia, se encontraba muy triste porque los campos estaban muy secos y daban cosechas muy escasas. Había que quemar la tierra para que volvieran a ser fértil. Así se hizo. Los pájaros volaban alrededor de la inmensa hoguera que se formó, con el fin de salvar las semillas de algunas plantas que no debían quemarse. Entonces, el pájaro Dziú, valientemente, se arrojó a rescatar los granos del preciado maíz. Al hacerlo, sus alas se quemaron y se volvieron grises, y sus ojos cambiaron a rojos. El humo de la hoguera le impedía ver. Pero él, sin importarle el peligro, tomó un puñado de maíz que se colocó en el pico; pero en su prisa las semillas se le cayeron del pico y fueron a dar a unas brasas. Al calor, los granos fueron explotando uno a uno, mientras emitían un olor muy especial. Toth, la Paloma, acérrima enemiga de Dziú, llevaba en el pico una semilla de tomate, y al ver los maíces blancos y redondos, bajó hacia donde se encontraban con el fin de rescatarlos, y exclamó: -¡Ah Mun, el Dios del Maíz y Huehuetéotl, el Dios del Fuego, se encuentran aquí con nosotros!. Tomó en su pico el único maíz reventón que se salvó del fuego gracias a ella.
Chaak premió a Dziú por ser tan valiente en su hazaña; pero se olvidó de Toh, quien envidiosa y soberbia, emprendió el vuelo muy enfadada. Un día, Dziú decidió buscar a Toh; encontró su nido y en el fondo vio la hermosa y sabrosa roseta de maíz que el pájaro había salvado de quemarse. Así pues, debemos a Toh el tener momochtli, nuestras sabrosas “palomitas de maíz”. Debemos agregar que todos los humanos aprendieron a hacerlas desde entonces.
Sonia Iglesias y Cabrera