Chicomecóatl, Siete Serpiente, fue la diosa de la subsistencia, de los mantenimientos, de la vegetación y de la fertilidad. Gustaba de llevar una corona adornando se noble cabeza, en la mano derecha un recipiente, en la izquierda un escudo con una hermosa flor pintada. Llevaba cuéitl y huipil; sus delicados pies calzaban huaraches, todo en tono rojizo, al igual que los diseños que llevaba en la cara.
Se la podía llamar de diferentes formas: a veces Xilonen, la Peluda, joven madre del maíz tierno; otras, Centeocíhuatl, en esta advocación casada con el buen Tezcatlipoca; o bien, se la asociaba con Ilamatecuhtli, noble anciana, señora de la mazorca madura.
Como le gustaba ser adorada y festejada, su fiesta era muy importante y se la llevaba a cabo en el cuarto mes Huey Tozoztli, “ayuno prolongado”, correspondiente a nuestro mes de septiembre. En dicha temporada, las casas se engalanaban con espadañas -planta de tallos altos y cilíndricos, también conocida como enea-, que se colocaban en las puertas de las casas. Las personas de mayores recursos económicos, agregaban a los adornos ramos llamados acxóyatl, o sea, varas de pino. Todos los altares se adornaban con plantas de maíz, y a los dioses de casas y templos se les colocaban ramos de los mencionados. Los jóvenes de los calpullis acudían al templo local de Chicomecóatl para simular peleas rituales en su honor, mientras que las muchachas, portando elotes del año anterior, iban en procesión hasta el templo de la diosa, para que fueran bendecidos. Los granos de esos elotes servían para ser sembrados y obtener buenas cosechas; algunas de tales mazorcas se colocaban en las trojes a fin de que nunca faltase el grano divino.
En el patio del templo de la diosa, los sacerdotes colocaban su imagen elaborada con una pasta hecha con semillas de tzoalli, en la que se mezclaba el amaranto con sangre humana, y le ofrecían las diversa variedades que existían de maíz, frijoles y la delicada chía. Asimismo, a la cautivadora Chicomecóatl se le sacrificaba una jovencita, la cual era decapitada y cuya sangre cubría a la imagen; se la desollaba y su piel vestía a uno de los sacerdotes que lanzaba, desde un templete, maíz y semillas de calabaza a los concurrentes. La joven destinada al sacrificio llevaba en la frente una pluma verde, símbolo del maíz sagrado, misma que al llegar la noche del día anterior a la ceremonia, le era cortada junto con la mata de negros cabellos que se ofrecían a la imagen de la diosa. La festividad transcurría y el canto a Chicomecóatl se dejaba oír, pleno de fervor y devoción: Siete Mazorcas, ya levántate,/ ¡despierta! Ah es Nuestra Madre!/ Tú nos dejarás huérfanos: Tú te vas ya a tu casa al Tlalocan/ Siete Mazorcas, ya levántate!…
El templo mayor de la diosa recibía el nombre de Chicomecóatl Iteopan, estaba resguardado por jovencitas que llevaban los brazos y las piernas cubiertos con plumas de maravillosos colores, y sus caras cubiertas con marmaja. En la espalda portaban siete elotes adornados con ulli y papel sagrado. La hermosa diosa vivía en el maravilloso Tlalocan, cuando no estaba apurada por los campos ayudando al que la milpa creciera y diera buenas matas de maíz.
Sonia Iglesias y Cabrera