Titlacahuan era un mago que detestaba a Quetzalcóatl y quería terminar con él, humillarlo y devaluarlo. Lo odiaba porque en realidad era Huitzilopochtli en una de sus tantas encarnaciones y, como es sabido, los dos dioses siempre estuvieron en pugna. Un día Titlacahuan decidió acercarse al palacio de la Serpiente Emplumada para hacerle una maldad. Se transformó en un viejecito chiquito y canoso, se encaminó a la casa y llegado les dijo a los criados que cuidaban la puerta: ¡Quiero ver al gran tlatoani Quetzalcóatl! Los criados le respondieron que eso era del todo imposible ya que su señor se encontraba bastante enfermo y no se le podía molestar, so pena de enojarlo. Pero Titlacahuan insistió y no les quedó otra a los esclavos que avisarle a su amo, a quien dijeron que un viejito latoso insistía mucho en verlo personalmente. Entonces, Quetzalcóatl dio orden de que dejasen pasar al nigromante.
Al encontrarse frente al tlatoani, Titlacahuan le dijo: ¡Sé que está muy enfermo, por eso insistí en verlo! Pero aquí traigo una medicina que es magnífica y lo curará de sus malestares! Quetzalcóatl se alegró, pues como le dijo al viejo se encontraba muy mal, le dolía todo el cuerpo y no podía mover ni las piernas ni las manos. Titlacahuan le dio a beber la medicina diciéndole que era maravillosa, muy saludable, quien la tomara se emborracharía y sus males se terminarían, a la vez que el corazón se le ablandaría y que ni se acordaría de los males y fatigas que le esperaban en su viaje. Extrañado Quetzalcóatl le preguntó a que viaje se refería, el nigromante le dijo que tenía que ir a Tullantlaoallan, donde otro viejo lo esperaba para dialogar, que una vez hecho el viaje regresaría sano como un jovenzuelo. A regañadientes Quetzalcóatl probó la bebida, la encontró sabrosa y refrescante, y al momento se sintió curado. El viejo malvado le instó para que bebiese más, hasta que la Serpiente Emplumada se emborrachó, lloró y se puso sentimental, pues lo que le había dado Titlacahuan no era otra cosa sino teometl, el “vino blanco de la tierra”, el sabroso pulque.
Así se preparaba la terrible tragedia del exilio de Quetzalcóatl.
Sonia Iglesias y Cabrera