Un día, en cuanto el Sol salió, el jefe de un pueblo pima llamado Cactus se dirigió a sus habitantes y les dijo: -¡Querido pueblo, los dioses nos han bendecido, en nuestros graneros tenemos suficiente comida almacenada para pasar todo el invierno! Mañana por la madrugada todos los guerreros deben partir a la caza del conejo. Cada hombre deberá ir provisto de cuatro flechas. ¡Ahora vayan a reparar sus armas! Todo el pueblo estaba contento dedicado a sus labores cotidianas con alegría. Las mujeres tostaban trigo y lo molían en metates, para que los hombres lo bebiesen con agua durante la cacería. Una hermosa muchacha de nombre Flores Altas, huérfana que vivía con su tío, se encargó de llevar a los niños del poblado a que lavasen las jícaras de calabaza y las llenaran con agua potable para los guerreros.
Antes de salir el Sol, los guerreros salieron hacia los terrenos de caza, hacia la Montaña de la Superstición. Al llegar Hick-Vick, Pájaro Carpintero, un joven cazador, exclamó: -¡Sólo tengo dos flechas! El jefe le indicó que regresase a la aldea por las otras dos, que lo esperarían a la sombra de un mezquite. Cuando el joven llegó a la Montaña Inclinada, se detuvo para beber un poco de agua, y escuchó la voz de una mujer que le decía: -¿No quieres beber un poco de pinole del que tengo en este recipiente? El joven aceptó y a cada trago que daba sentía como que le salían espinas de pino por todo el cuerpo. Al poco rato, Hick-Vick se había convertido en una gran águila. La mujer, que en realidad era una mala bruja, se reía al tiempo que le anunciaba que de ahí en adelante sería el Hombre Águila.
Mientras tanto, el jefe y los cazadores se impacientaban por la tardanza del muchacho. Uno de ellos fue a ver qué sucedía. Cuando llegó a la Montaña Inclinada vio a una enorme águila que tenía la cabeza y la cara de Hick-Vick. Regresó con sus compañeros corriendo y les comunicó el hallazgo: -¡He visto a Hick-Vick convertido en águila parado en un ojo de agua, y a una horrible vieja correr por la montaña con una jícara en las manos! Entonces, el jefe les dijo a los guerreros que en otro tiempo pasado hubo una hermosa muchacha, pero como era orgullosa y muy desobediente con sus padres, los dioses decidieron convertirla en una bruja fea, que desde entonces vivía en una cueva de la Montaña Inclinada, y que gustaba de salir, de vez en vez, a embrujar a los hombres, lo cual era indicio de que los dioses estaban enojados. Y ordenó regresar al poblado. Cuando llegaron al ojo de agua, se toparon con el Hombre Águila, le lanzaron flechas, pero el ave las atrapaba con sus garras, voló hacia una rama y emprendió el vuelo. Los cazadores siguieron su camino al pueblo.
El Hombre Águila se fue a vivir a una cueva en la cima de un acantilado y cazaba para satisfacer su hambre. Cuando no encontró más caza, empezó a atacar a la gente de su pueblo. Un cierto día vio a Flores Altas y se la robó. Afligidos y asustados, los habitantes decidieron dar muerte al Hombre Águila. El tío de Flores Altas se acordó del Hermano Mayor, un dios sabio y viejo. Al otro día se dirigió a la casa del Hermano Mayor, en lo alto de la Montaña del Sur para pedirle ayuda; pero el tío regresó decepcionado pues no lo encontró. Todos los días alguien iba hasta la casa del dios, sin resultado positivo. Después de un año, cuando quedaban muy pocos habitantes en el pueblo de cactus, un cazador encontró por fin al Hermano Mayor y le pidió ayuda. El dios le dijo que les ayudaría una vez que hubiesen pasado cuatro días. Ante tal aviso el jefe del pueblo y los indígenas se pusieron muy tristes. Mientras tanto, el Hombre Águila seguía haciendo de las suyas. Por fin llegó el Hermano Mayor y los guerreros lo llevaron al acantilado donde se encontraba la cruel águila. Cuando llegaron, el Hermano Mayor sacó cuatro estacas de madera muy dura. Con su hacha clavó la primera estaca a un lado del acantilado y les dijo a los cazadores que regresaran al pueblo y que si veían flotar nubes blancas sobre la Montaña, era señal de que había matado al Hombre Águila, pero si por el contrario las nubes eran negras, indicaba que había sido asesinado por el Águila. El Hermano Mayor empezó a ascender por la montaña lentamente y ayudándose con las estacas. Cuando llegó a la cima, se asomó a la cueva donde vivía el Hombre Águila, Flores Altas, al verlo, emitió un grito de alegría. Hermano Mayor le preguntó a la muchacha que cuando regresaba el Águila, a lo que ella respondió que hacia el mediodía. Había que poner manos a la obra. Pero Flores Altas le advirtió que el niño que tenía daría aviso, ya que era malo como su padre. Entonces, Hermano Mayor tomó cenizas de la chimenea, las puso en la boca del niño y ya no pudo hablar bien. Rápidamente se convirtió en una mosca y se escondió debajo de un cadáver. Cuando llegó el Hombre Águila, su hijo corrió y le dijo palabras ininteligibles. -¡No entiendo nada de lo que dices, que me lo diga Flores Altas! Pero ella respondió que no era nada importante. Así, el Hombre Águila se puso tranquilamente a comer su nueva cacería. Flores Altas se puso a cantar una dulce canción y chiflaba después de cada estrofa. El Hombre Águila le preguntó la razón por la que cantaba, a lo que ella arguyó: -¡Es que estoy feliz porque trajiste mucha carne a la casa!
Cuando el Hombre Águila se quedó dormido, el Hermano Mayor le dio un fuerte golpe en la cabeza con su hacha y lo mató; le arrancó la cabeza y la arrojó hacia el Este, y su cuerpo hacia el Oeste. Lo mismo hizo con el niño. Cuando Hermano Mayor y Flores Altas empezaron a descender, la Montaña se tambaleó, ¡Tan fuerte era el poder del Hombre Águila! En el pueblo todos vieron flotar las nubes blancas en la cima, y así supieron que había muerto el Hombre Águila y que ya eran libres gracias al dios Hermano Mayor. Flores Altas regresó a la casa con su tío y todos volvieron a ser felices.
Sonia Iglesias y Cabrera