Tradicionalmente, el Coyote aparece como un dios, o un animal sagrado, en muchas religiones y mitos de las culturas indígenas de casi toda América. Se trata de un personaje generalmente de sexo masculino, aunque también lo encontramos como hembra, como hermafrodita, o como poseedor de la capacidad de cambiar de género a su arbitrio. A veces la mitología lo antropomorfiza, pero sin perder su condición fundamental de animal: su piel, sus orejas en punta, sus garras y sus ojos color amarillo. Es un ser mítico escurridizo, astuto, hábil, embaucador; además de mentiroso, chistoso y, a veces, malvado al que le gusta sembrar la discordia entre los hombres. Sin descartar que pueda llegar a ser avaro, envidioso, irreflexivo, imprudente y lúbrico, como puede comprobarse en la narración referente a Huehuecóyotl, el Coyote Viejo, dios de la música, cuando sedujo a la diosa del amor Xochiquetzal y la hizo su amante.
En un mito pima Coyote aparece como ladronzuelo. La historia nos cuenta que hace mucho tiempo cuando el mundo acaba de crearse, Ban, el Coyote, le robó a una anciana mujer su chu’i, o sea, su pinole. Inmediatamente, el jefe del poblado, enterado del hurto, salió a buscarlo con el propósito de atraparlo y castigarlo. Pero Coyote, ante el peligro, voló hacia el Cielo donde escupió el pinole robado. El jefe le persiguió volando también hacia arriba. Cuando lo consiguió atrapar, lo alzó y lo aventó hacia la Luna. Es por ello que en las noches de luna llena todos los coyotes miran a la Luna, y todos podemos ver el pinole que quedó grabado en la faz del hermoso satélite y que semeja manchas.
Sonia Iglesias y Cabrera