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El Jardín de San Marcos y su fantasma

En el año de 1851 llegó a la ciudad de Aguascalientes Felipe Rey González, y puso una tienda de abarrotes con el propósito de hacer fortuna. Y como el negocio prosperó, Felipe se construyó una casa en la Calle Flora en la cual vivía junto con su esposa. Como era tan rico, compró alhajas y oro, pero como tenía mucho miedo a que los ladrones se llevasen su tesoro, pensó que debía guardarlo en un lugar seguro que nadie conociera. Entonces decidió enterrar su fortuna en al Jardín de San Marcos, que colindaba con su casa, pensando que nadie maliciaría que en tal lugar pudiera esconderse un tesoro de tal magnitud.

Bajo un gran fresno, Felipe enterró una caja de buen tamaño que contenía su fortuna. Hecho lo cual continuó con su vida normal y con las tertulias que le gustaba organizar con sus amigos cerca de la balaustrada del jardín, desde dominaba su escondite. Ahí se entretenían charlando y jugando albures. En una de esas ocasiones, al estar jugando albures uno de los participantes hizo trampa y se formó un pleito donde salieron a relucir las pistolas. Hubo un muerto y heridos, y ante aquella trifulca, don Felipe, azorado, volteaba a ver el lugar donde se encontraba enterrado su tesoro, no fueran a descubrirlo. Llegó la policía y apresaron al descontrolado hombre, cuya mayor preocupación era su tesoro enterrado. Tanta era su preocupación que cayó enfermo. En su enfermedad ofreció a la Virgen del Pueblito que lo librara de tanta angustia y pusiera a salvo su tesoro.Entrada al Jardín de San Marcos

Al cabo de un cierto tiempo, el riquillo salió de la cárcel porque era inocente de la trifulca. Al salir y antes de llegar a su casa donde le esperaban amigos y familiares para ofrecerle una fiesta, decidió ir al Jardín de San Marcos a ver el lugar en que se encontraba su tesoro. Todo estaba bien. Siguió con su vida normal. Al poco tiempo, Felipe volvió a enfermarse y lo único que era capaz de hacer era acercarse al lugar donde se encontraba su fortuna y regresar a su casa muy fatigado. La enfermedad avanzaba y llegó el día en que no pudo volver a salir ni hablar. Trató con señas de decirle a su esposa donde se encontraba el dinero, pero no logró que su mujer le comprendiera.

Felipe murió sin haber cumplido la promesa a la Virgen del Pueblito, hecho muy mal visto a los ojos de la Santa Señora. Se dice que, desde entonces todos los días por la noche, a la hora del alba, el fantasma de don Felipe se pasea por el lado norte del Jardín de San Marcos, llega a la iglesia a rezar y luego desaparece. Nadie de los pobladores de Aguascalientes tiene la menor gana de acudir al jardín a esa hora tan siniestra, como es de suponer, pues el miedo no anda en burro.

Sonia Iglesias y Cabrera

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«¡Apúrate, mujer!»

Doña María y don Pedro formaban una pareja que se quería mucho. Estaban casados desde hacía treinta años. Vivían en la ciudad de Aguascalientes con sus siete hijos, cinco hombres y dos mujeres.

Cuando los padres murieron, poco a poco todos los hijos fueron dejando la ciudad para hacer sus vidas en otros lugares con más oportunidades de ganarse la vida. Todos menos uno que continuó viviendo en Aguascalientes. Aunque alejados los unos de los otros, los hijos de María y Pedro seguían manteniéndose en contacto, a pesar de la distancia.

Se acercaba ya la Fiesta de Día de Muertos y todos los hermanos decidieron reunirse en Aguascalientes para conmemorar el día agasajando con un altar y ofrenda a sus progenitores, pues se daba al caso de que hacía más de diez años que no se reunían para nada y menos para celebrar al Día de Muertos en el cementerio donde se encontraban enterrados sus padres.El Panteón de Aguascalientes

Así pues, se pusieron de acuerdo y fueron llegando a la casa del hermano que vivía en dicha ciudad, para ponerse de acuerdo en lo que harían.

Ya estaban reunidos todos menos Lola que brillaba por su ausencia. Por la noche decidieron hablarle por teléfono para enterarse del porqué de su tardanza, o si es que pensaba llegar directamente al panteón. Así lo hicieron y cuando Lola respondió al llamado telefónico su voz era muy triste, y con mayor tristeza aún les contó a sus hermanos que no iría al festejo ya que su marido se oponía totalmente, pues consideraba que si sus padres estaban muertos ya no tenía ningún caso ofrendarles comida que no tocarían, a más de que el viaje a Aguascalientes costaba mucho dinero que bien podían emplear en alguna cosa mucho más útil.

Cuando Lola colgó el teléfono se fue a su recámara enojada y triste para dormirse y olvidar el mal comportamiento de su esposo. Al poco rato el descreído la alcanzó y se acostó. A la medianoche, el hombre escuchó pasos cansinos muy cerca de donde se encontraba, y fuertes ruidos en el piso como si arrastraran algo en el suelo de madera. Se incorporó mosqueado y prestó atención. En esas estaba cuando distinguió dos sombras que se fueron aclarando hasta que se dio cuenta de que se trataba de los fantasmas de sus suegros. Lo miraban con mucho odio y coraje, al tiempo que sonaban sus bastones en la madera del suelo como protestando.

Al otro día, el hombre preparó las maletas antes de que su esposa despertase, y en cuanto lo hizo le dijo a Lola, arrepentido y solícito: – ¡Apúrate mujer, que tenemos que irnos a Aguascalientes a poner la ofrenda en la tumba de tus padres!

Sonia Iglesias y Cabrera

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Hilaria y su cabello rizado

La leyenda que a continuación relataremos forma parte de la tradición oral del estado mexicano de Aguascalientes. Nos dice la narración que en tiempos pasados moraba en el Barrio de la Triana, barrio que forma parte de la capital del estado mencionado, vivía una joven que sobresalía por su belleza y donaire, e hija de un próspero comerciante, cuyo nombre era Hilaria. Como era tan atractiva muchos hombres la cortejaban enamorados de ella. Y las mujeres, por supuesto, le tenían una envidia verde.

La chica tenía el pelo largo y muy rizado de color oscuro, y si bien era bonito naturalmente, ella lo cuidaba con esmero para acrecentar su belleza. Su cara morena clara tenía unos ojos oscuros de largas pestañas, boca grande y roja y fina nariz. Además, era dulce, piadosa y casta. Acudía a misa todos los domingos muy elegantemente vestida, y para la ocasión cubría su cabellera con un rebozo de seda.

A todos los pretendientes la muchacha solía rechazarlos por considerar que no se encontraban a su altura, pues no dejaba de ser un tanto pretensiosa. Cierto día uno de estos enamorados que era muy feo y agresivo, fue a buscarla a su casa y, sentado en un sillón de la sala, le declaró su amor. Por supuesto que la joven le rechazó. Despechado, el hombre al que llamaban Chamuco, empezó a acosarla y a decirle que se la iba a raptar.Hilaria la del cabello chino

Ni que decir tiene que Hilaria estaba muy asustada ante el acoso y las amenazas, por lo cual decidió acudir al cura de la iglesia que era su confesor, en busca de apoyo y consejos. El sacerdote escuchó las quejas de Hilaria y le dijo que no se preocupara que se arrancara uno de sus largos y rizados cabellos, y que le dijera a Chamuco cuando lo viera que fuese a verlo.

En cuanto se volvió a encontrar con el Chamuco, la muchacha le dijo que el cura deseaba verle. El patanzuelo se dirigió a la iglesia para atender al llamado. Cuando estuvo frente al religioso éste le dijo: – Mira, Chamuco, Hilaria te corresponderá el día que logres alisar uno de sus cabellos tan rizados. Aquí tengo uno que ella me dejó para que te lo diera, tómalo y cuando haya quedado completamente lacio, ella corresponderá a tus requerimientos.

El Chamuco tomó el cabello y aseguró que en quince días el cabello dejaría de ser rizado. Sin embargo, por más intentos que hizo el hombre no podía alaciar el cabello que cada vez se ponía más chino. Se encontraba tan desesperado que decidió invocar al Diablo para que le ayudara en la difícil tarea a cambio de su alma. Cuando apareció el Demonio tomó el cabello y quiso alaciarlo, pero tampoco pudo por más intentos que hizo. Después de emplear muchos métodos infructuosos, el Diablo dejó el cabello, que con cada intento se había rizado más, y desapareció frustrado y sumamente enojado por su fracaso.

El Chamuco tomó el pelo y muy triste se dio cuenta de que Hilaria nunca sería su mujer. Había fracasado en su intento. Así fue como Hilaria se vio libre de ese horripilante hombre acosador.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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El hombre de negro

Margarito y Néstor López vivían en la Calle de Hebe en la Ciudad de Aguascalientes, en hermosas casas de cantera. Eran sumamente ricos, caritativos y devotos. Después de efectuarse la Sagrada Eucaristía en la misa de todos los días en el Templo de Guadalupe, invitaban a sus amigos a desayunar en sus casas. Era una costumbre que a todos gustaba.

En el año de 1860, los hermanos salieron de sus casas y en el camino se juntaron con Lucas Infante y su familia, más otras personas que pasaban por ahí, para dirigirse al Templo como acostumbraban. La esposa de Néstor iba muy afligida, pues los médicos le habían dicho que su hija Lupita se encontraba muy enferma y que solamente un milagro podría salvarla. La mujer ansiaba llegar pronto al Templo para pedirle a Dios que la salvara. Todos iban contentos menos la pobre mujer.

En un momento dado, cerca de la huerta de la familia Leos, se apareció un hombre muy alto, vestido de negro y tocado con un chambergo de ala muy ancha. Al acercarse tal hombre al grupo, todos los integrantes se pusieron a temblar y sudar de miedo. Poco después, el hombre había desaparecido. Al llegar al Templo todos estaban verdaderamente asustados y nadie hablaba de lo acontecido. Una vez terminada la misa, nadie acudió al tradicional desayuno en casa de Margarito, excusándose por ello.

El terrible hombre de negro con chambergo

Al día siguiente, al acudir las personas a misa, volvió a suceder lo mismo. Apareció el extraño hombre y volvió a desaparecer. Este raro suceso se produjo durante un mes. Las familias del grupo dejaron de ir a misa a esa hora, pero Margarito y Néstor, con sus respectivas esposas siguieron acudiendo a la primera misa. Cada mañana veían al hombre de negro, pero nadie comentaba nada.

Las personas que ya conocían el hecho pensaban que era un alma en pena y le nombraban El Aparecido de la Verada, pero todas le tenían mucho miedo a este hombre vestido de negro con un inmenso chambergo, y ojos redondos y negros como el azabache.

Un día del mes de noviembre, el hombre de negro se apareció como ya era costumbre, pero con una horrible voz de ultratumba le dijo a don Néstor: -¡Tú tienes una hija muy enferma, llévame con ella para que la cure! Al oír la terrible voz, todos salieron corriendo hasta la iglesia, y le contaron al sacerdote lo sucedido, con el fin de que los aconsejara lo que debían hacer. El padre, les dijo a los hermanos López que accedieran a la petición del hombre de negro.

Cuando al siguiente día volvió a presentarse el hombre del chambergo, repitió que quería curar a la niña de Néstor y desapareció. Al dirigirse Néstor a su casa, su esposa le dijo que el hombre misterioso estaba con Lupita. Rezaba, hacía ademanes extraños y, para terminar le puso la mano en la cara y desapareció. Al momento la pequeña sanó completamente. Los López nunca más tomaron el mismo camino hacia la iglesia, cambiaron su ruta.

La niña volvió a jugar, sana y salva, con sus amiguitas en el Jardín de San Marcos. ¡Pero en su carita habían quedado marcados para siempre la huella de los dedos del hombre de negro!

Sonia Iglesias y Cabrera

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Ardilla y su promesa

José Altamirano y Juan José Espino trabajaban como caporales en la Hacienda de los Marqueses de Guadalupe. Al primero le apodaban Ardilla y al segundo Comal. José se encargaba de las tierras que ocupaban la parte sur de la hacienda, y Juan José de las localizadas en el norte. Se mantenían en constante comunicación, aunque uno estuviera en el Cerro del Picacho y el otro en los Cerros de Pabellón. Aun así, podían hablarse y escucharse por medio de unos cuernos que llevaban un alambre en forma de espiral que los conectaba en la parte aguda del cuerno y que trasmitía los sonidos que se amplificaban en la parte ancha del mismo. Así podían comunicarse todos los días e informarse de sus faenas.

Un día Ardilla notó que los animales de la hacienda iban desapareciendo misteriosamente, y en seguida dio aviso a sus patrones. Les dijo que pensaba que se salían por la parte que no tenía valla y que llegaba hasta Peñuelas, pero que si se completaba el vallado el problema se resolvería. El patrón decidió que se pusiera el vallado faltante inmediatamente. Ardilla afirmó que estaría terminado al siguiente día en cuanto amaneciese.

El caporal Ardilla se fue al Cerro del Picacho y se comunicó con el caporal Comal para informarle el trabajo que debía efectuar. Comal, asombrado, le dijo que eso era imposible porque se trataba de un trabajo que no podría realizarse en tan poco tiempo.

El Caporal Ardilla

Ardilla, al darse cuenta de que su compañero tenía razón, invocó al Diablo e hizo un pacto con él. Le prometió que le daría su alma si le ayudaba a terminar el trabajo para cuando los gallos cantasen, como lo había prometido al patrón. El Diablo aceptó y llamó a toda una legión de demonios para que se pusiese a trabajar inmediatamente en la construcción de la valla faltante. El demonio le advirtió a Ardilla que pasados doce días regresaría para llevárselo.

Cuando ya se iba a cumplir el plazo, la marquesa notó que Ardilla estaba muy triste y preocupado. Le preguntó lo que le pasaba, asegurándole que le apreciaban mucho y que tratarían de ayudarle en el problema que le aquejaba. Entonces, el caporal le dijo a su patrona que faltaban tres días para que el Diablo llegara a llevárselo por la promesa que había hecho para poder construir la valla. La marquesa, tranquilamente, le dio un crucifijo para que se lo colgara al cuello, y le conminó a que dijera ¡Ave María, Ave María! continuamente y le aseguró que con eso el Diablo no se lo llevaría.

Cuando Comal se enteró del fatal pacto que había realizado su compañero, rodeó el cerro de cruces. Llegado el décimo segundo día, el Diablo llegó y vio  que Ardilla estaba en su cerro montado en su caballo. En un cierto momento cayó sobre él y se lo llevó por los aires, junto con su cabalgadura. Al verse atrapado Ardilla dijo con todo el fervor que pudo: ¡Ave María, Ave María!

Al escuchar tales palabras, el Diablo, furioso, dejó caer al caporal con fuerza. De manera que Ardilla quedó estampado en una piedra a la que llamaban La Peña Blanca, donde quedó para siempre su estampa en bajo relieve. A pesar del golpe y por efecto de su fe, Ardilla no murió y continuó trabajando en la Hacienda de los Marqueses de Guadalupe.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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Azucena y su buena estrella

En el barrio de El Encino que se encuentra en la ciudad de Aguascalientes,  en una casa muy grande y muy bonita, hace mucho tiempo vivía Azucena Puñales. Una muchacha que se destacaba por su belleza y por la gracia de sus movimientos. Como era tan bonita contaba con muchos pretendientes que continuamente la buscaban. Pero ella siempre rechazaba sus avances amorosos con tacto y delicadeza, para no herir los sentimientos de los jóvenes. No pensaba ni quería  casarse todavía, pues era muy joven.

La vida siguió, y un terrible día el padre de Azucena se murió. Pasados nueve meses de su muerte, le siguió la madre de la chica que falleció de tristeza y dolor. Todo fue pesar y soledad para Azucena pues había perdido a sus adorados padres. La casa quedó muy sola y callada.

El tiempo fue pasando, los pretendientes se fueron muriendo poco a poco, y como todos la habían querido muchísimo, le dejaron dinero en abundancia. Azucena se volvió rica. Como se aburría estando sola y sin hacer nada, decidió ir a trabajar a la casa del cura Lorenzo Mateo Caldera. Trabajaba como ama de casa, pues Azucena era muy ordenada y limpia.

Catedral de Aguascalientes cerca de la Calle de la Buena Estrella

Con el paso de los años el cura se hizo viejito y enfermó. Azucena le cuidó lo mejor que pudo, con abnegación y cariño, pero a pesar de los cuidados, el sacerdote murió. Don Lorenzo, que tenía su buen dinerito guardado, la heredó y le dejó todos sus bienes. Azucena se hizo más rica. Todos en el barrio comentaban la buena estrella de la mujer, y el pueblo empezó a nombrar a la calle donde vivía la ricachona mujer con el nombre de Calle de la Buena Estrella. Aun cuando en nuestros días se la conoce como Calle 16 de Septiembre.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Chulinche y la india chichimeca

Una leyenda relata que antes de que la ciudad de Aguascalientes fuera una villa, vivía cerca del actual Jardín Zaragoza una familia chichimeca en un pequeño jacal. La pareja de jóvenes esposos contaba con una hijita de nueve años; la niña era muy bonita y de muy buen carácter. Como buenos religiosos que eran, los padres veneraban al dios de los mercados, y la nena era devota de Chulinche, un dios ciego. Todos eran muy felices hasta que los padres murieron. Cuando la jovencita quedó huérfana, el dios que ella veneraba le envió a un emisario para que la cuidase.

 Chulinche y la india chichimeca

 Pero la joven era un tanto frívola, coqueta y desubicada, y su vida no era precisamente una muestra de buen comportamiento. Por tales razones, Chulinche se le presentó y le preguntó que cuáles eran sus ambiciones, que lo que quisiera se le concedería hasta el día de su muerte; pero el cerebro de la joven no estaba muy bien, desvariaba y estaba un poco loca.

Así fue creciendo la jovencita. En un momento dado, Chulinche se compadeció de la mujer y le pidió ayuda a otros dioses para que la ayudaran a sanar a la india chichimeca. Así lo hicieron y la joven sanó gracias al poder divino, a condición de que poblara todo el territorio donde vivía. 

Entonces, la joven se dirigió a un adoratorio que tenía en su jacal, donde guardaba un libro que trataba de sucesos notables y misteriosos. Pero Chulinche le advirtió que aún no era el momento adecuado de poblar la región, a lo que la bella india replicó que mientras más pronto cumpliera lo pedido por los dioses, mejor. El dios volvió a decirle que esperase. Mientras tanto la joven seguía escribiendo en su libro su proyecto de población. Cuando terminó le dijo a Chulinche que debía empezar, el dios aceptó, y la joven se puso a fabricar muñecos de barro que distribuyó y les dio vida con su aliento.
Los seres humanos creados por la muchacha la quisieron mucho porque era muy bondadosa con ellos, la creían una diosa, a la que ofrendaban miel y leche. Cuando murió le ofrecieron novenarios y ayunos en los cuales solamente comían queso y miel, y se clavaban espinas de maguey en las rodillas.

Poco después, los pobladores de Aguascalientes le dedicaron una calle, que se encuentra al final de la Calle Juárez de la actual ciudad.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El puente de piedra

Durante la época de la Colonia, en Aguascalientes vivía un señor llamado don Bonifacio Gorostiza. Este buen hombre tenía una sobrina llamada Emelina, cuyos padres habían muerto a causa de un tornado que había desolado el pueblo donde vivían con su hija. Ante esta tragedia don Bonifacio la recibió en su casa, a la cual llegó la sobrina acompañada de una criada. Emelina tenía quince años y una belleza sobresaliente. Pretendientes no le faltaban.

El puente de piedra

Seis meses después de haber llegado la muchacha a casa de su tío, apareció en la ciudad don Fabricio Hernández, cacique conocido por sus tropelías y su desvergüenza. Ante este hecho, don Bonifacio mandó a unos peones a seguir al tal cacique, a fin de impedir que se encontrase con Emelina, pues era sumamente mujeriego. Sin embargo, no pudo impedir que un Domingo de Ramos, Emelina y Fabricio se encontraran en el parque de la ciudad. En cuanto se vieron, se enamoraron. Dieron comienzo las citas clandestinas de los enamorados que se las arreglaban de mil maneras para poderse ver a escondidas, pues sabían que don Bonifacio nunca aprobaría sus relaciones. Se reunían preferentemente en el puente de piedra, que estaba a la salida de la ciudad.

Pero un fatal día el tío de Emelina los sorprendió y, enfurecido, se le fue a golpes al cacique. Fabricio sacó de su funda un pequeño puñal muy filoso, y le cortó la garganta al pobre del tío. Al sentirse herido, don Bonifacio se aferró al cuerpo del asesino y ambos cayeron al río que estaba abajo del puente. Emelina, desesperada por la muerte de su amado, juró serle fiel para toda la vida. El tiempo pasó, y la joven no pudo soportar más su desgracia y decidió quitarse la vida. Tomó el puñal de su tío, se llegó hasta el puente y, pronunciando el nombre de su amado, se lo clavó en el corazón.

Desde entonces, al anochecer, se escuchan en el puente de piedra los sonidos de la pelea de los dos hombres, el chapuzón de su caída, y los lamentos de Emelina llamando desesperada a su adorado Fabricio que nunca acude al desgarrador llamado.

Sonia Iglesias y Cabrera

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La india chichimeca

Antes de que Aguascalientes se convirtiera en la Villa de Nuestra Señora de la Asunción de las Aguas Calientes, por Cédula Real de 1575, una pareja de indios chichimecas vivía en un jacal, en lo que hoy en día es el Jardín de Zaragoza. La pareja había procreado una niñita que a la sazón contaba con nueve años de edad; la niña era bonita y muy alegre. La pareja veneraba al dios de los mercados a quien consideraba su protector; en cambio la niña sentía una fuerte inclinación por Chulinche, el dios ciego, quien, a su vez, quería a la jovencita. Cuando sus padres murieron y quedó sola, Chulinche envió un mensajero para que velara por la joven, y le advirtió que siempre la cuidaría y que le dijese que es lo que quería porque se lo concedería hasta que muriese. Pero la joven enfermó de la cabeza, desvariaba y hablaba mucho. El dios Chulinche viendo lo enferma que estaba la niña, les pidió a los otros dioses que le ayudaran a sanarla. Los dioses atendieron a la petición de Chulinche, pero con la condición de que la muchachita tendría la tarea de poblar todo el territorio por donde vivía. Al oír la condición la joven se dirigió al adoratorio doméstico que tenía en el jacal, para aprestarse para cumplir su tarea, y recoger sus libros donde anotaba los sucesos importantes; sin embargo, el dios la atajó y le comunicó que aún no había llegado el tiempo de hacerlo, que él le avisaría cuando fuera llegado. La india insistió alegando que mientras más pronto cumpliera lo ordenado, mejor sería, pero el dios le reiteró que debía aguardar. La muchacha obedeció, volvió a su casa y se dedicó a escribir en sus libros el proyecto que tenía pensado para poblar tan vasto territorio. Una vez terminado su proyecto se lo mostró al dios Chulinche quien lo aprobó. En seguida se puso manos a la obra y elaboró muchos muñecos de barro, para darles el aliento de la vida y poblar toda la región de la actual Zaragoza. Cuando los hombres surgieron veneraron a la india que era muy buena con ellos, la consideraban una diosa más, y la consentían con ofrendas de miel y leche. Pasado el tiempo, la india-diosa murió; los hombres le organizaron rosarios, se clavaron espinas de maguey en las rodillas como sacrificio en su honor, y ayunaron comiendo solamente un poco de queso y miel. Asimismo, a la primera calle que se formó en el poblado, le dieron el nombre de la india, que hoy es una calle que se puede ver al final de la Calle Juárez. Sonia Iglesias y Cabrera

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El Caporal y el Diablo

El Marqués de Guadalupe vivió en Aguascalientes en el siglo XVII. Era un hombre muy rico, de fuerte carácter pero bondadoso con los empleados de la hacienda en que vivía. Uno de sus ranchos lo administraba un caporal llamado Resendes, al que apodaban el Caporal Ardilla por su agilidad en los caballos. Resendes era cumplido, pero también muy pachanguero y mujeriego; y como era espléndido con el dinero las mujeres se lo disputaban.

el caporal y el diablo

 

Como gastaba tanto dinero en sus diversiones los habitantes de la Villa de Nuestra Señora de la Asunción de las Aguas Calientes afirmaban que tenía pacto con el Diablo, lo cual era verdad. A cambio de los dineros que recibía, Resendes entregaría su alma a Satanás el día 24 de diciembre de 1870. Mientras tanto el muchacho aprovechaba la vida. Pero todo llega, y el plazo se cumplió. Un día antes, Resendes lloraba de miedo y se arrepentía de haber realizado tal pacto satánico. Cuando el caporal se enfrentó al Diablo le pidió un aplazamiento. Satanás aceptó, pero alegó que debía cumplir con el Marqués de Guadalupe y levantar una barda alrededor de todas sus tierras; le dijo que si para cuando cantaran los gallos no había terminado de construir la barda, quedaba libre del compromiso y no se lo llevaría al Infierno, pero que si terminaba antes el alma se iría con él al Infierno. Resendes aceptó, en seguida tomó un gallo que escondió bajo el brazo. Pasadas unas horas, el caporal apretó al gallo que empezó a cantar, al oírlo, los otros gallos de la hacienda lo imitaron. Por supuesto que el Diablo no había acabado de levantar la barda; muy enojado se vio derrotado y se alejó, refunfuñando, hacia los infiernos, lamentando el alma que había perdido, nunca se percató del engaño.

Arrepentido de su vida anterior de disipación y farra, Resendes le confesó al Marqués lo disoluto que había sido y su terrible pacto con el Diablo. El Marqués muy espantado por la confesión, acudió a ver la barda para comprobar que lo que decía su caporal era verdad. Al verla se convenció, pero como era muy bueno, lo perdonó. Resendes cambio de vida, se volvió serio, dejó las parrandas y vivió muy feliz por haberse librado de perder su alma con el poderoso Lucifer.

Sonia Iglesias y Cabrera