Categorías
Leyendas Mexicanas Varias

Leyenda del Popo y el Izta

Para nuestros ancestros, los antiguos mexicanos que habitaron en la cuenca lacustre del altiplano central, el culto a los poderes de la naturaleza, expresados en el aire, la lluvia y por supuesto, el fuego, gozaba de capital importancia.

 

Sin duda, una de las mayores preocupaciones que tuvieron los mexicas, fue el mantener en constante satisfacción a su dios principal Huitzilopochtli, capturando decenas de guerreros enemigos para después sacrificarlos en lo alto del llamado Templo Mayor de Tenochtlitlan, ofrendando así su sangre o, de ser necesario, entregando su vida misma en el campo de batalla para con ello, poder acompañar al astro rey durante su trayecto del oriente al cenit, justo en el punto donde se desarrolla la máxima expresión solar del día.

Según las antiguas tradiciones indígenas que fueron rescatadas en los textos de los frailes y religiosos del siglo XVI, podemos advertir una hermosa leyenda de amor entre dos jóvenes mexicas, personificados como el Popo y el Izta, quienes fueron inmortalizados en la imagen de los enormes volcanes:

En algún tiempo, un joven guerrero mexica se enamoró de una doncella a la cual juró su amor por la eternidad. Como todo buen hombre de su época, el valiente guerrero Popocatépetl tuvo que partir al campo de batalla; a su regreso, al intentar reencontrarse con su amada, se encontró con que ésta, había muerto trágicamente; al enterarse, prefirió entregarse a su sufrimiento y obedeciendo a su juramento, decidió acompañarla por el resto de la vida.

Con el paso de los años, pero sobre todo, con el paso continuo del tiempo, ambos jóvenes fueron cubiertos por las formaciones y los caprichos que la madre tierra crea sobre la faz de la tierra. Fue de esta manera que la joven pareja quedo formalmente unida bajo la tutela de los dioses. Y ahora ellos, uno cerca del otro, como eternos enamorados, se cortejan conformando el marco perfecto para coronar a la gran ciudad de México…

Categorías
Leyendas Mexicanas Prehispanicas

La leyenda del labrador

Durante el reinado de Moctezuma Xocoyotzin extraños sucesos presagiaron la caída del imperio azteca, de los cuales algunas leyendas han llegado hasta nuestros días como "el pobre labrador", "la llorona" o "la muerta resucitada”. Pero sólo una quedó plasmada en un monumento, y como cita Rivera Cambas en su libro México pintoresco, artístico y monumental "es digna de notarse la finura y limpieza de esa escultura, así como lo que significa".
 

Cuenta la leyenda que mientras un pobre labrador trabajaba en su milpa de Coatepec descendió sobre él un águila para llevárse-lo hasta la entrada de una cueva donde una voz le convidó a pasar; ya en el interior se percató que su gran emperador Moctezuma dormía sobre un blando lecho de pieles y mantas. De nuevo oyó la voz que le decía: "…mira a ese miserable de Moctezuma cual está sin sentido, embriagado con su soberbia e hinchazón que a todo el mundo no tiene en nada; y si quieres ver cuán fuera de sí le tiene esa soberbia, dale con ese humazo ardiendo en el muslo y verás como no siente".

Temeroso, el aborigen se resistía a ejecutar tal afrenta, mas la voz insistió y de pronto se vio arrimándole el fuego al emperador hasta que la carne chirrió y humeó sin que el gran tlatoani se moviera siquiera. Por tercera ocasión la voz le instruyó a que regresara al sitio de donde había sido traído y se presentara ante Moctezuma para que le contara lo que había presenciado y como prueba de tal visión le dijera que le mostrara el muslo y le señalara donde él le había herido. En el acto el emperador mandó a prisión al desgraciado mensajero y pasado un tiempo su cadáver fue echado a la bestias del campo para que lo devoraran.

Fue a finales del siglo XIX cuando en el ángulo exterior del muro del atrio del ex convento de San Hipólito, el arquitecto Damián Ortiz construyó un monumento que evoca dos sucesos históricos fatídicos; por un lado, señala el lugar del mayor descalabro sufrido por los conquistadores españoles el 30 de junio de 1520 en la llamada Noche Triste, y por el otro la toma de la capital del imperio azteca el martes 13 de agosto de 1521, día de San Hipólito, a quien desde entonces se le consideró patrono de la ciudad.

A la religión la simboliza hollando y destruyendo las armas, así como los ídolos de los indígenas; además, muestra una escultura que representa al águila llevando consigo al indio texcocano, el que refleja una sensación de terror en el rostro.

Algunos relieves de la obra –en la esquina que forman las calles de Puente de Alvarado y Zarco–, en el DF, están mutilados, y si las autoridades no la rescatan pronto pasará a ser, como muchos otros monumentos históricos, tan sólo un recuerdo en alguna página de un libro.

Fuente: México desconocido No. 331 / septiembre 2004

postamble();
Categorías
Monterrey

El barrio antiguo de Monterrey

En el Barrio Antiguo, según cuentan las crónicas y las voces heredadas de generación en generación, se vivió siempre en armonía absoluta. Las familias avecindadas en ese espacio urbano eran como una sola, tanto en los sucesos alegres como en aquellos marcados por el dolor.

La religiosidad caracterizaba al pueblo de aquellos días: era obligada la asistencia a misa diaria de cinco o a las que tenían lugar a lo largo del día en Catedral; desde luego, no se podía faltar al rosario ni a la hora santa que durante muchos años el padre Jardón-fundador de la Congregación Mariana- celebró exclusivamente para los señores. Andrés Jardón, su hermano, recitaba el rosario en los velorios de los vecinos y les acompañaba hasta el panteón para rezarlo ante el sepulcro.

También se asistía a misa o a otros actos piadosos en, la capilla del Colegio de San José, los vecinos en el ala que daba a Abasolo y las alumnas internas en la nave que miraba hacia el patio.

Por muchas décadas vivieron en el Barrio Antiguo, además del padre Jardón -a quien la gente veía pasar rodeado de niños y haciendo flotar su enorme capa negra-, el canónigo Juan Treviño, mejor conocido como "el padre Juanito", y el padre Juan José Hinojosa, a quien no pocos vieron en levitación no sólo al celebrar los oficios, sino también cuando caminaba por la calle con su semblante de asceta.

Durante el rigor del verano las aceras se poblaban de sillas y mecedoras austriacas o de la Malinche. Allí se saludaba con afecto a don Celedonio Junco, que pasaba con el periódico bajo el brazo, o al general Garza Ayala, quien, a decir del doctor Gonzalitos, manejaba tan bien la pluma como la espada. Entretanto, los muchachos en la calle jugaban sin riesgo alguno a la roña, a las escondidas, a los encantados o al burro saltado.

Los cumpleaños y los días de santo de jóvenes y mayores eran motivo de convivencia y de alegría en la merienda y en la ingenua piñata; igual desbordamiento se observaba durante la temporada navideña en las posadas y pastorelas.

En cada casa había un piano o se tocaba algún instrumento como el violín y la guitarra. Fueron famosas las tertulias de la casa de don Celedonio Junco; las canciones, los versos y las improvisaciones hacían la delicia de los asistentes.

Por su parte, las muchachas formaban estudiantinas y participaban en las fiestas cívicas y sociales. Era tal la alegría que propios y extraños llamaron a esa zona “ el barrio de Triana”.

Era común que además del comentario sobre los acontecimientos políticos o de la Revolución, o sobre el último capítulo de la novela por entregas que incluía El Imparcial, la conversación bordara sobre lo acaecido en el barrio: la niña que se cayó del balcón, don Genaro que salió de su tienda y jamás volvió, el joven a quien se le desbocó su caballo y le arrastró varios metros, etcétera.

Algunos sucesos tenían tinte violento, como el del oficial que exigió a la familia Castillón desalojar su casa en 24 horas, para hospedar en ella a Carranza, sin conocimiento de éste. Otros eran de carácter chusco, como el de la muchacha que concertó con su novio la fuga y acordó llevar un manto verde para identificarse. Su abuela, única persona con quien vivía, iría a misa de cinco, y esa sería la hora oportuna para escapar. Pero la abuela tomó el manto de la nieta, que fingía dormir. El enamorado galán, al identificar el manto, la tomó en sus brazos y la subió en su caballo, pero en el-primer farol encendido se dio cuenta de la confusión. Cuentan que la abuela iba eufórica en brazos del jinete.

La leyenda se ha enseñoreado también en el Barrio. Ruidos, pasos y sombras se oyen y se ven en los antiguos caserones. Huesos enterrados en el tronco del nogal; túneles secretos de la catedral al colegio; mujeres emparedadas en los gruesos muros; coronas de imágenes que al frotarlas hacen realidad los deseos; pianos que tocan solos; o algún caballero endeudado que a punto del suicidio encuentra en la puerta norte de la catedral a un obispo que le entrega la suma de dinero para que salve el compromiso.

Historia, tradición y leyenda, eso ha sido el Barrio Antiguo a través de los siglos. Su significación y rescate restituirán a Monterrey este bello girón de su pasado.

Fuente: Tips de Aeroméxico No. 2 Nuevo León / invierno 1996-1997

Categorías
Leyendas Mexicanas Varias

El aguila real identidad mexicana

Haciendo círculos de jade está tendida la ciudad, irradiando rayos de luz cual pluma de quetzal está aquí México… el lugar en que grita el águila, se despliega y come, el lugar en que nada el pez, el lugar en que es desagarrada la serpiente, México-Tenochtitlan.

Universalmente, el águila ha sido símbolo celeste, ave de luz y de iluminación, de la altitud y la profundidad del aire, debido a su capacidad de elevarse por encima de las nubes y acercarse al sol. Es encarnación del propio astro y del fuego, porque, además de su plumaje dorado, se cree que puede mirar fijamente al sol que, a su vez, es "el ojo que todo lo ve", la inteligencia, la racionalidad. Su vuelo descendente significa el caer de la luz sobre la tierra, el advenimiento de la energía vital. Y con las alas extendidas, el águila es símbolo de la cruz, que delimita los cuatro rumbos cósmicos y constituye, ella misma, el eje del mundo.

La dualidad del águila y la serpiente, que se encuentra en múltiples culturas, significa la del cielo y la tierra. Ambos son animales poderosos que representan la fuerza y la penetración, por la agudeza de su visión. Unidos, simbolizan los poderes cósmicos sagrados entre los cuales habita el hombre y alimentan su propio poder.

Estas significaciones universales del águila, y otras más, se encuentran en los pueblos mesoamericanos prehispánicos, y nos explican por qué ha sido el símbolo por excelencia de los mexicas, el más poderoso de los grupos nahuas del Altiplano Central, y también por qué se ha conservado como símbolo esencial de nuestra nación.

El águila que encarnó los valores del pueblo mexica fue el águila real o águila dorada (Aquila chrysaetos), que habita en Eurasia y Norteamérica; en México se le encuentra desde Baja California, Sonora y Nuevo León hasta Hidalgo y Michoacán, en montañas abiertas, laderas, cañadas y praderas.

Esta ave, extraordinaria y magnífica, con las alas desplegadas mide más de dos metros, y una longitud de pico a cola entre los 80 y 90 cm. Su color es café oscuro, con un tono dorado en la parte posterior del cuelo. Su voz, que es un fuerte grito, rara vez se escucha.

Entre las cualidades más notables del águila real se halla su vuelo sereno y majestuoso. Se desplaza en círculos, planeando y remontándose hasta alcanzar grandes alturas. Su vuelo normal es entre 65 y 90 km por hora, pero puede lograr una velocidad de 200 km por hora en picada, cuando va en pos de una presa, cuando juega y en sus vuelos de cortejo. El águila real es monógama. De su nidada, generalmente sólo sobreviven uno o dos polluelos, debido a la escasez de alimento (pequeños mamíferos, aves y serpientes) y la diferencia de fechas de la eclosión del huevo. El pollo permanece mucho tiempo en el nido, y cuando ya puede volar, los padres le enseñan a cazar, pues carecen del instinto para ello. Un dato extraordinario es que los padres eligen presas que son abundantes y así nunca eliminar de su territorio a las especies que les permiten sobrevivir, lo cual contribuye al equilibrio natural.

Por sus extraordinarias cualidades biológicas, el águila se halla en la cumbre de la pirámide de las cadenas alimenticias; es decir, no es una presa asequible para otros depredadores, salvo del hombre, que así como la admira y ha hecho de ella símbolo y emblema de cualidades, tanto naturales como sagradas, la ha perseguido, matándola por diversos medios y arrasando su hábitat: ya no vemos a las hermosas águilas posadas sobre los grandes árboles porque éstos ya no existe.

En la historia que conservamos de los mexicas, escrita durante la época el gran consejero Tlacaélel, para presentar a este pueblo como una gran nación dominadora, con una trayectoria histórica única y excepcional, encontramos al águila como símbolo de la identidad y epifanía del dios solar Huitzilopochtli, pues los valores mexicas fundamentales fueron precisamente los que el águila encarna: la fuerza, el poderío, el dominio sobre los otros, el afán de ocupar el sitio central en el cosmos, como el sol.

Para los mexicas, el águila representó, principalmente, el carácter guerrero (concebido como misión encomendada por los dioses), la fuerza, la agresividad, la valentía, el dominio del espacio. Simbolizó la muerte sagrada que genera la vida del universo, el autosacrificio del hombre para sustentar a los dioses con su propia sangre.

Entre los múltiples mitos que se entretejen con la historia mexica, están los que relatan la lucha del Sol, Huitzilopochtli, contra sus hermanos, la luna y las estrellas, de la que el Sol resulta triunfador, surgiendo cada mañana como Cuautleuánitl, "el águila que asciende", y desapareciendo en el poniente como Cuauthémoc, "el águila que desciende". En su paso por el inframundo, el Sol se convierte en ocelote. Así, sus dos epifanías animales son el águila y el ocelote, que encarnan los contrarios cósmicos: luz y oscuridad, día y noche, vida y muerte, razón e irracionalidad. Por eso, los guerreros del Sol son señores águila y señores ocelote.

Todos los días se repite el combate sagrado, pero ello no es algo estable, sino que puede no ocurrir de no mantener al Sol fuerte y sano alimentándolo con el líquido sagrado, energía vital por excelencia, que es la sangre del hombre, el chalchíhuatl, "líquido precioso", que ofrece al dios en reciprocidad por su propia vida.

Múltiples son los relatos mítico-históricos el momento en que la tribu mexica llega al islote en el lago de Texcoco y fundada la ciudad de México. El sitio les fue revelado por su dios-caudillo Huitzilopochtli con el símbolo de un águila erguida, con las alas extendidas hacia el sol, tomando el fresco de la mañana y comiendo un pájaro.4 Estaba posada sobre un tenochtli  o nopal de tunas rojas, duras como las piedras, que emergía del corazón de Cópil, sobrino de Huitzilopochtli, quien había sido sacrificado por éste. Los mexicas erigieron ahí un pequeño oratorio en el año 2 Casa (1325 d.C.), que se convertiría en el corazón de la gran ciudad, llamada Tenochtitlan.

En ese mismo sitio hallaron un río de agua roja como sangre que se dividía en dos arroyos, uno rojo y el otro completamente azul. Este río dual representa el fuego y el agua, elementos sagrados que, unidos, forman el símbolo Atl tlachinolli, "Agua quemada", que representó la guerra sagrada.

En este mito convergen múltiples símbolos religiosos universales. En muchos pueblos se cree que el águila posee poder de rejuvenecimiento porque se expone al sol, y cuando su plumaje está ardiente, se sumerge en el agua pura y vuelve a encontrar una nueva juventud. Este es un símbolo iniciático, pues la iniciación incluye ritos de paso por agua y por fuego. Y son precisamente esos elementos los que conforman el símbolo mexica atl tlachinilli.

Entre las múltiples obras plásticas que corroboran los datos de las fuentes escritas está la escultura llamada "Teocalli de la guerra sagrada", donde se representa el águila sobre el nopal, de cuyo pico sale el atl tlachinolli, y el gran huéhuetl o tambor de madera de Malinalco, una obra de arte excepcional, donde quedó plasmado el concepto mexica de la guerra sagrada de imágenes de los señores águila y ocelote, como iniciados que reciben los poderes sagrados del Sol.

Otro símbolo básico del mito de la fundación de Tenochtitlan es el del centro del mundo o axis mundi. El hecho de que el primer cuauhnochtli, "tuna del águila", como se llamaba a los corazones ofrecidos al Sol, sea el centro de la ciudad de México, conlleva la significación de que la ciudad se cimentó en el sacrificio humano. Pero, además, el corazón como fundamento del nopal indica su carácter de axis mundi, concordando con el simbolismo universal del corazón como centro que hallamos en otras culturas mesoamericanas.

Una de las más notables representaciones del nopal con el águila, como centro del universo, es la que se observa en la página I del Códice Mendoza, donde la figura está en el centro de una cruz que señala tanto los cuatro sectores de Tenochtitlan, como los cuatro rumbos del cosmos, idea que sin duda inspiró la construcción de la ciudad. Para los mexicas, como para muchos otros pueblos, su ciudad está en el centro del mundo.

Así, el águila, elevándose hacia el sol con las alas extendidas, como la gran cruz cósmica, como el centro del universo, se instituye como símbolo del pueblo mexica. El águila es el ser que dará a los guerreros la sacralidad para realizar la xochiyaóyotl, "guerra florida", y obtener los prisioneros que han de alimentar al dios supremo, "por quien todo vive", como dicen los cantares.

Pero el esplendor del pueblo tenochca habría de terminar. Como se pone el sol en el ocaso, convertido en cuauhtémoc, "el águila que desciende", para internarse en el reino de la muerte, los mexicas, y con ellos todos los pueblos mesoamericanos, caen bajo el yugo colonizador europeo para no volver a levantarse. Del pueblo del Sol, del pueblo del águila real, sólo quedaría el símbolo, representando a una nueva nación.

Con una significación trascendente e inexplicable para nosotros, el último emperador mexica se llamó precisamente Cuauthémoc, y como lo narran los Anales de Tlatelolco, entre otras fuentes, fue el último representante del valor y la grandeza tenochca, pues luchó sin tregua hasta ser ejecutado después de su cautiverio.

Después de 1521, y bajo el nuevo orden colonial, se crean nuevos símbolos para representar a la naciente sociedad novohispana. Las representaciones de águilas relacionadas con el cristianismo y la heráldica española, que muchas veces son bicéfalas, fueron las más comunes en esta época, encontrándose incluso en expresiones artísticas nativas, como en el Palacio de Justicia de Tlaxcala y en el Códice Techialoyan García Granados. Muchas veces, el águila acompaña a la Virgen de Guadalupe, pues en la iconografía católica el águila es mensajera del cielo, emblema de la Ascensión y de la plegaria, de la resurrección de Cristo y símbolo de varios santos, como san Juan Evangelista.

En cuanto al águila mexica, ésta siguió siendo un emblema popular, y a partir de la segunda mitad del siglo XVIII se encuentran más ejemplos iconográficos de águilas vinculadas a la fundación de la ciudad de México, y proliferan motivos como piedras (símbolo del corazón), serpientes y nopales, que hablan de una mayor libertad para acercarse al pasado indígena. Ello, dice Xavier Noguez, "podría estar anunciando un sentimiento nacionalista que culminaría con el inicio del movimiento armado, a principios del siglo siguiente".

Los primeros caudillos de la Independencia adoptaron, a diferencia de la imagen Guadalupana que enarboló Hidalgo, el águila devorando a una serpiente que representaba un México recuperado, el anterior a la llegada de los españoles, y por ello más legítimo, "aunque no fuera cristiano y no hablara español", dice Noguez. Así, en ese momento encontramos unidos a la Virgen de Guadalupe y al águila, como símbolos nacionales.

Morelos, en 1811, por primera vez incluye un águila en los pendones independistas, y al consumarse la independencia aparece la "Bandera de Iguala de las Tres Garantías" (1821), donde ya se usaron los colores actuales, aunque dispuestos diagonalmente, acompañados de una estrella. Agustín de Iturbide ordenó que las franjas de la bandera quedaran en sentido vertical, y que al centro se colocara un águila coronada sobre un nopal y sin serpiente, como símbolo del primer imperio mexicano.

Pero esta versión duró poco. En 1823, y como una de las resoluciones del primer Congreso Constituyente, se ordena rediseñar el escudo nacional: el águila pierde la corona y gana la serpiente, dice Noguez.

Utilizando las fuentes históricas escritas y los códices pintados en las primeras décadas después de la conquista, se diseñó el primer escudo republicano. Uno de los modelos principales fue el dibujo de fray Diego de Durán, que hemos mencionado antes, donde vemos al águila de perfil sujetando a la serpiente, la piedra de donde brota el tunal de tunas rojas, el medio acuático del lago y cinco de los caudillos mexicas que presenciaron la manifestación sagrada.

A partir de la tercera década del siglo pasado, y hasta nuestros días, el águila se mantendrá como el símbolo de la nueva nación, en medio de varios cambios, de acuerdo con los aires políticos del momento; por ejemplo, Porfirio Díaz ordenó que el águila se representara de frente con las alas abiertas, a la moda francesa. Fue hasta 1916 cuando Venustiano Carranza tomó como modelo el escudo de la primera bandera republicana, y promovió cambios que permanecen hasta nuestros días: el águila de perfil mirando hacia la izquierda y la inserción del texto "Estados Unidos Mexicanos". Actualmente está en vigencia una ley sobre el escudo, la bandera y el himno nacionales, que entró en vigor en febrero de 1984, donde se describe en detalle la forma en que se debe representar el águila.

Así, el águila real, ese ser extraordinario, ha sido símbolo de la identidad mexicana desde su origen, porque ha representado los ideales y valores que sustentaron la fundación de Tenochtitlan y la Independencia de México, otorgándole su carácter de nación soberana.

Fuente: México desconocido No. 235 / septiembre 1996

Categorías
Leyendas Cortas

La leyenda de Tepoztecatl

Se dice que Tepoztécatl nació de una princesa cuyo embarazo fue producto del amor de un pajarillo (o según otra versión, del dios Ehécatl). Los padres de la princesa, enojados, la obligaron a deshacerse del niño, quien fue abandonado en un hormiguero, pero las hormigas en vez de devorarlo lo alimentaron con gotas de miel.
 
Luego fue dejado entre las pencas de un maguey, mas éste lo abrazó con sus pencas, lo alimentó con aguamiel y finalmente lo mandó corriente abajo del río Atongo en una caja de madera. De ahí lo recogió una pareja de ancianos que lo adoptaron, criaron y enseñaron todo lo que sabían.
 
Años después, en Xochicalco, Tepoztécatl derrotó al monstruo Xochicálatl, por lo que fue festejado a su regreso a Cuernavaca. Al salir de Cuernavaca se llevó el sonoro teponaztli y corrió con él a Tepoztlán, evitando que lo alcanzaran al provocar con su orina una gran barranca, lo que le permitió llegar a tocar el teponaxtli sobre el cerro del Tepozteco.
 

En 1538 Tepoztécatl fue convertido al cristianismo por fray Domingo de la Anunciación, quien lo bautizó el 8 de septiembre, dando origen así a la fiesta que cada año se realiza en ese día.

Fuente: Tips de Aeroméxico No. 23 Morelos / primavera 2002

Categorías
Morelos

La leyenda de Tepoztecatl

Se dice que Tepoztécatl nació de una princesa cuyo embarazo fue producto del amor de un pajarillo (o según otra versión, del dios Ehécatl). Los padres de la princesa, enojados, la obligaron a deshacerse del niño, quien fue abandonado en un hormiguero, pero las hormigas en vez de devorarlo lo alimentaron con gotas de miel.
 
Luego fue dejado entre las pencas de un maguey, mas éste lo abrazó con sus pencas, lo alimentó con aguamiel y finalmente lo mandó corriente abajo del río Atongo en una caja de madera. De ahí lo recogió una pareja de ancianos que lo adoptaron, criaron y enseñaron todo lo que sabían.
 
Años después, en Xochicalco, Tepoztécatl derrotó al monstruo Xochicálatl, por lo que fue festejado a su regreso a Cuernavaca. Al salir de Cuernavaca se llevó el sonoro teponaztli y corrió con él a Tepoztlán, evitando que lo alcanzaran al provocar con su orina una gran barranca, lo que le permitió llegar a tocar el teponaxtli sobre el cerro del Tepozteco.
 

En 1538 Tepoztécatl fue convertido al cristianismo por fray Domingo de la Anunciación, quien lo bautizó el 8 de septiembre, dando origen así a la fiesta que cada año se realiza en ese día.

Fuente: Tips de Aeroméxico No. 23 Morelos / primavera 2002

Categorías
Michoacán

El lago encantado de zirahuen

A 20 km de Pátzcuaro, en el centro del estado de Michoacán, está Zirahuén, comunidad de artesanos y rica gastronomía. Su hermoso lago homónimo en el corazón de la meseta purépecha, rodeado de sitios ideales para el descanso y la recreación, la convierten  en excelente opción para pasar días inolvidables.

 

Zirahuén quiere decir espejo de los dioses, significado que explica la leyenda. Tras la caída de Tenochtitlán, entre los españoles recién llegados a Michoacán un capitán quedó prendado de la princesa Eréndira –hija del rey purépecha Tangaxoan–, a quien raptó y escondió en un precioso valle envuelto por montañas. La bella mujer lloraba suplicando a sus dioses que la salvaran; los dioses del día y la noche, Juriata y Járatanga, le concedieron furia a sus lágrimas para con ellas formar un lago e hicieron de sus pies una cola de pez; convertida en sirena se salvó del sufrimiento y pudo huir de aquel extranjero. Los lugareños cuentan que todavía vaga por esas aguas profundas  y que a la víspera del amanecer emerge para encantar a los hombres de mal corazón.

Otra versión señala que fue Eréndira quien se enamoró de un gallardo hombre de un ejército enemigo al hallar en él las cualidades de su estirpe, pues merecería su amor quien fuera valiente y arrojado. Al enterarse, el rey prometió reconocerles el derecho de amarse sólo tras una entrampada condición: el guerrero tendría que pelear contra muchos otros caciques enemigos… Una vez derrotados todos los reinos vecinos, el engaño se hizo evidente, el rey exigía ser igualmente derrotado. La princesa, de pie entre ambos para evitar el enfrentamiento, rogó a su amado que se fuera: “No quiero ser la responsable de la muerte de ninguno de los dos. Si mi padre gana, te pierdo para siempre. Si tú sales vencedor, no me casaría contigo”, dijo. El joven tuvo que aceptar y ella, ante la tristeza por la pérdida del amor y por la traición filial se entregó a un profundo llanto hasta formar el lago con sus lágrimas. Gracias a los dioses sería convertida en sirena para no morir ahogada y en adelante la mujer-pez se convertiría en raptora ocasional de pescadores o pequeños navegantes por confundirlos con su amor.

Como fuere, la naturaleza nos entrega su propia poesía, un lago cristalino de forma oval cuyas tona-lidades van desde el azul intenso hasta el verde jade, rodeado de pinos y que alcanza 40 m de profundidad en su parte central.

El recorrido por el lago de Zirahuén puede hacerse en lanchas que salen desde diversos embarcaderos y combinarse con caminatas alrededor de los 20 km de su circuito, en ge-neral ligeras salvo por un par de pendientes cercanas al Rincón de Aguarde. El camino en el límite del pueblo de Zirahuén, al este, es empedrado durante casi un kilómetro, pero se puede transitar  por una vereda en la pared del cerro, una suerte de lateral más agradable, que se une a la vía principal y a la terracería. El sendero continúa rodeando el lago, atraviesa sembradíos y zonas deforestadas. La mejor parte del recorrido es la zona boscosa, frente a Agua Verde, donde están las cabañas alpinas y múltiples senderos para explorar.

Estas cabañas de madera están perfectamente equipadas para pasar días placenteros, admirar el lago y son ideales para esperar la noche y vivir el contraste entre los sonidos diurnos y el silencio matizado del anochecer bajo un espléndido cielo estrellado. Se pueden practicar deportes como pesca, natación, esnórquel, kayak, remo, vela, senderismo y ciclismo de montaña.

Es ésta una región rica en tradiciones y grandes atractivos turísticos aledaños, como los poblados de Santa Clara del Cobre, Pátzcuaro, Uruapan y Morelia.

Asimismo cuenta con las zonas arqueológicas de Tingambato, Ihuatzio y Tzintzuntzan.

SI USTED VA A ZIRAHUÉN

Llegue por la carretera núm. 14 de Morelia a Uruapan, pase Pátzcuaro   y al arribr al pueblo de Ajuno desvíese a la izquierda, en unos minutos estará en Zirahuén (18 km). O bien siga la vía de Pátzcuaro hacia Santa Clara del Cobre, desde donde sale un camino a Zirahuén (21 km).

Fuente: México desconocido No. 335 / enero 2005

Categorías
Guanajuato

La leyenda del callejon del beso

La leyenda que aquí se narra es una de las de mayor tradición y difusión en Guanajuato; sin embargo, guarda celosa fragmentos del vivir y sentir cultural de su gente, parte del méxico que queremos descubrir para todos.

Sin lugar a dudas Guanajuato es la ciudad idónea para dejar atrás el automóvil y caminar por sus plazuelas escondidas, sus museos y sus callejones, donde hacen su aparición las estudiantinas que, como Orfeo o como el flautista de Hamelin, atraen a una gran cantidad de público, en la típica callejoneada.

Lo anterior, claro está, lo podemos encontrar en algunas revistas de turismo, pero ¿qué es Guanajuato para los guanajuatenses? Para algunos es un lugar mágico lleno de tranquilidad, libertad y naturaleza, donde niños, jóvenes y adultos pueden salir a las calles a recrearse sin temor ni angustia de ningún tipo. Una canción nos dice que la ciudad se encuentra entre sierras y montañas, bajo un cielo azul. Para alguien es tierra de oportunidades. Un amigo me comentó que esta ciudad es un hoyo, cuya fuerza de gravedad es de tal grado que no deja salir a los guanajuatenses con posibilidad de destacar. Otro me dijo que Guanajuato es una casa vieja que siempre se debe estar arreglando…

Desde mi punto de vista, Guanajuato es una ciudad sacada de un cuento de hadas donde no pasa el tiempo. Es una casa mágica rodeada de sierras y montañas, bajo un cielo azul, y cuyos inquilinos no pueden salir de ella pero viven con tranquilidad y se recrean libremente.

Definitivamente es una ciudad con una arquitectura de lo más extraña, lo cual se debe a que está construida sobre una cañada. Pero hay otra razón de índole sociohistórica. Como se sabe, las leyendas y tradiciones medievales hablaban de grifos, gorgonas, amazonas y otros seres fantásticos, así como de tierras paradisiacas que contaban con alimentos exquisitos y desconocidos, de ciudades de oro y de extraños sitios donde se encontraba la fuente de la eterna juventud. Leyendas que entraban por los oídos de aventureros y exploradores del Viejo Mundo y les despertaban su imaginación y su codicia; de esta forma se lanzaron al mar, en busca de esas tierras, a sabiendas de que habrían que atravesar grandes peligros.

Motivados así por las leyendas y por la ciencia, los europeos arribaron a nuevos continentes, unos para conquistarlos y otros para instaurar la Utopía de Tomás Moro. De esta manera llegaron al orífero territorio llamado Guanajuato. Fue en 1542 cuando fray Sebastián de Aparicio consumó un camino que comunicaba a la ciudad de México con Zacatecas; los arrieros, al transitar por este camino, encontraron el mineral a flor de tierra, lo que trajo como consecuencia el establecimiento de grupos mineros, que empezaron a constituir el principio de la ciudad de Guanajuato.

La ciudad no tuvo una planificación previa, sus edificios fueron construidos de acuerdo con la ubicación de las minas. Seguramente por ello los habitantes dicen que los cimientos de Guanajuato son de oro, pero soy del pensar que parte de esos cimientos son sus leyendas, una de las cuales hemos de tratar aquí.

Antes de continuar diré que la leyenda como acto cultural es un mito histórico, pero no porque tenga sentido de ilusión o fantasía, como muchos piensan. El mito es algo más, algo que une y nos recuerda el origen del mundo, nuestra relación con las divinidades, y ningún hombre religioso puede negar la verdad que encierran esas narraciones, ya sean escritas o de tradición oral. Es en el mito donde se establece, a través de palabras, alegorías y símbolos, la realidad trascendente, donde se muestran los valores éticos y morales de un pueblo. Ahora bien, el mito es una narración sacra donde sus personajes son dioses o héroes civilizadores, pero la leyenda es el mito de lo profano porque en ella el narrador tiene la libertad de expresar acontecimientos pasionales, cómicos, épicos, etcétera, en los cuales se habla de personas y lugares especiales que se recuerdan de generación en generación. Esa es la razón por la que digo que la leyenda es el mito de la historia, porque nos muestra las pautas sociales e históricas de un pueblo, aunque en ocasiones tengan un tinte mágico y fantástico.

La leyenda de la que he de hablarles es una de las de mayor tradición; tiene como escenario un callejón de sesenta y ocho centímetros de ancho, tamaño exacto para proporcionar una historia que perdura hasta nuestros días y que nos narra un encuentro de enamorados con trágico fin. Esta leyenda esconde parte del vivir y del sentir cultural de Guanajuato, y versa así:

Se cuenta que doña Carmen era hija única de un hombre intransigente y violento, pero como suele suceder, el amor triunfa a pesar de todo. Doña Carmen era cortejada por don Luis, un pobre minero de un pueblo cercano. Al descubrir su amor, el padre de doña Carmen la encerró y la amenazó con internarla en un convento; según su padre, ella debía casarse en España con un viejo rico y noble, con lo cual el padre acrecentaría considerablemente sus riquezas.

La bella y sumisa criatura y su dama de compañía, Brígida, lloraron e imploraron juntas y resolvieron que la dama de compañía le llevara una misiva a don Luis con las malas noticias.

Ante ese hecho don Luis decidió irse a vivir a la casa frontera de la de su amada, que adquirió a precio de oro. Esta casa tenía un balcón que daba a un callejón tan angosto que se podía tocar con la mano la pared de enfrente.

Un día se encontraban los enamorados platicando de balcón a balcón, y cuando más abstraídos estaban, del fondo de la pieza se escucharon frases violentas. Era el padre de doña Carmen increpando a Brígida, quien se jugaba la misma vida por impedir que el amo entrara a la alcoba de su señora. Por fin, el padre pudo introducirse, y con una daga que llevaba en la mano dio un solo golpe, clavándola en el pecho de su hija.

Doña Carmen yacía muerta mientras una de sus manos seguía siendo posesión de la mano de don Luis, quien ante lo inevitable sólo dejó un tierno beso sobre aquella mano.

A través de esta leyenda podemos darnos cuenta de que en el siglo XVI y XVII no se podía dar el casamiento de ciertas clases sociales con otras de inferior categoría, y que tener una hija significaba poder obtener un orden jerárquico mayor dentro de la escala social. También vemos que por aquellos tiempos no existía una división tan tajante en la disposición urbana, con esto quiero decir que las clases sociales no se distinguían por zonas habitacionales, sino en los espacios públicos. Los amores tendían a realizarse a escondidas, pues los padres no aceptaban la relación si el muchacho no llenaba los requisitos de abolengo y de riqueza. Cabe aclarar que estamos hablando tal vez de una clase media alta, entre la cual en cuestión de amor siempre era necesaria la participación de una chaperona para recibir cartas a escondidas.

Aún en la época en que existía el casino en la ciudad de Guanajuato era de muy mal gusto que se viese a una doña Carmen con un don Luis. Si la dama asistía con sus padres al casino, el caballero buscaba la forma de internarse con los músicos al recinto de juego, en esos momentos con solo mirar a la dama bastaba, y después de una escapada furtiva se colmaba el espíritu de los enamorados.

En la actualidad se ha acabado la fiebre del oro y el pobre convive, juega, estudia, entre otras actividades, con el rico. Hoy no existen clases sociales tan marcadas; muchos de los habitantes se conocen desde la infancia y podemos ver cómo un individuo con licenciatura o doctorado platica con el bolero, sin distinciones ni reverencia alguna. La zona urbana sigue siendo igual que antaño, lo único que se mantiene es el apellido: “éste es el hijo de fulanito”, o “tu padre es sutanito”. Ahí todos conocen las historias individuales de los sujetos, aunque sea de oídas, y entre los habitantes no hay nada que esconder. Quien quiere que su hija se case con una persona de valía económica, la manda a buscar partido a León, Guadalajara, Ciudad de México o al extranjero. Aún el padre tiene dominio sobre estos aspectos del amor, y antes de aceptar una relación formal el joven debe ser presentado a la familia para averiguar sus intenciones, y después el padre y la madre buscarán entre sus conocidos las referencias del muchacho.

Lo más seguro es que si la joven encuentra en su fuero interno un amor intenso, buscará la manera de escabullirse con la ayuda de sus chaperonas amigas y tal vez hasta con la de su madre.

Los enamorados buscarán el lugar exacto, un sitio de poco tránsito para establecer su relación sin peligro alguno. Pobre de ese amor si el padre se da cuenta o se entera de esas salidas, porque Guanajuato retumbará con el grito de “¡Ah, pérfida, con ese no!” Con esa pequeña interpretación podemos decir que la leyenda del Callejón del Beso no nada más es histórica, sino también ahistórica, se mantiene en el tiempo del vivir de los guanajuatenses. Se recuerda esta leyenda porque refleja de manera simbólica la vida amorosa de los inquilinos de esa casa vieja. La leyenda se ha convertido en tradición, y los turistas, lo mismo que algunos oriundos, ritualizan ese encuentro en el tercer escalón del callejón, donde todo se sella con un beso, en el lugar indicado de dos casas que se yerguen como si estuvieran entre dos columnas, una femenina, la otra masculina, para elevar de esta forma al cielo ese amor. La forma del beso es lo de menos, el amor es lo que cuenta, de modo que usted no se asuste si un día visita esta ciudad y escucha el grito de “¡Ah, pérfida, con ese no!”; al contrario, alégrese porque está en el momento exacto de la rememoración de aquel amor entre doña Carmen y don Luis.

Fuente: México desconocido No. 278 / abril 2000

Categorías
Veracruz

Tlamana reminiscencias del pueblo del maiz

Durante miles de años los antiguos mexicanos lograron que la planta del maíz pasara a ser una monstruosidad biológica incompetente para reproducirse por medios propios, provocando su dependencia del hombre mediante una simbiosis hombre-maíz, el cual lo elevó a nivel divino mostrando la estima que se le tenía y que aún se le tiene; en algunos lugares incluso se le denomina “Su gracia” y se le ve con reverencia, como se le trata en muchos poblados y rancherías en la ceremonia conocida como tlamana, que significaría “dar de comer a los elotes”.

“Chikomexóchitl tata, chikomexóchitl nana, chikomexóchitl teotiotsi, chikomexóchitl xinola, chikomexóchitl la Reforma…”, se escuchan los rezos del ueuetlákatl o especialista tradicional, quien ha sido invitado por los moradores de la casa para llevar a cabo un ritual donde el principal protagonista es la mazorca del maíz tierno convertida en grano joven: in elotl.

En el inicio de los tiempos, según una leyenda huasteca, una hormiga descubrió el grano de maíz y lo llevó ante los dioses, siendo Quetzalcóatl el encargado de entregarlo a los hombres. Los antiguos pobladores de Huastecapan fueron los primeros que lo domesticaron y cultivaron llamándolo to-nacayo, que significa “nuestra carne”, porque su leyenda decía que el hombre fue hecho por los dioses únicamente de maíz.

Los aztecas transformaron el nombre huasteco y lo llamaron tsintli, aludiendo el alimento a los dioses o teosintli. Aunque el origen del maíz (Zea mexicana) es un misterio, se trata de una planta ampliamente distribuida en territorio mexicano, y su cultivo se remonta a más de 7 000 años de antigüedad. Su nombre proviene del haitiano mahis o mahys, con el cual lo conocieron los españoles por primera vez en la isla Fernandina en 1492.

Los antiguos mexicanos lograron que la planta del maíz pasara a ser una monstruosidad biológica incompetente para reproducirse por medios propios, provocando su dependencia del hombre mediante una simbiosis hombre-maíz, el cual lo elevó a nivel divino: Centéotl, Xilonen, Chicomecóatl, Tlatlauhquicentéotl, Iztaccentéotl son nombres de algunas divinidades que muestran la estima que se le tenía y se le tiene hasta nuestros días; en algunos lugares incluso se le denomina “Su gracia” y se le ve con reverencia, como se le trata en muchos poblados y rancherías en la ceremonia conocida como tlamana, interpretándose como “dar de comer a los elotes”.

Los maseualimej (campesinos), como se designan los nahuas septentrionales de la huasteca veracruzana (municipios de Chicontepec y Álamo Temapache), tienen la creencia de que el maíz tierno es un ser vivo, por lo que no debe tirarse o desperdiciarse debido a que como son niños lloran si se les maltrata, además de que se les requiere alimentar mediante un ritual antes de levantar la cosecha, motivo por el cual el propietario de la milpa contrata los servicios de un especialista tradicional que se le nombra ueuetlákatl (hombre anciano), y dependiendo de su posibilidad económica solicita la participación de un trío de huapangueros que interpretará los sones y huapangos de tlamana durante la ceremonia.

Los familiares, parientes de compromiso (padrinos de graduación) y convidados especiales son invitados a concurrir al banquete que se le ofrece al “elote sagrado” o chikomexóchitl bajo la dirección del consejero o especialista, pues si tal celebración no se practicara habría una mala cosecha para el siguiente ciclo.

El ueuetlákatl solicita al dueño de la casa todo lo necesario para el ritual: un gallo y una gallina, aguardiente, cerveza, refrescos, galletas, café, velas, copal, sahumerio, agua bendita, ramas de limonario, hojas de maíz, flores de sempoalxóchitl, hojas de coyol llamadas koyolxíutl, paliacates o ropa para vestir al maíz y al elote, listones, etcétera; todo lo cual servirá para confeccionar lo necesario para la ofrenda, los adornos y el atuendo.

A modo de purificar la casa, el especialista tradicional efectúa una limpia por medio de una planta urticante, huevos y sahumándola con copal realiza cortes específicos en papel para elaborar los tlatektli o recortes que representan el elote, el chile y el frijol, sustento tradicional indígena.

Frente al altar doméstico el ueuetlákatl reza y sacrifica el gallo y la gallina; las mujeres cocinan las aves mientras los hombres elaboran collares de flores e implementan dos arcos con las ramas del limonario, uno en el interior de la casa y otro en el exterior; algunos invitados traen costales con elotes y cuatro matas de maíz; el especialista le da los últimos toques a los huacales de flores o xochitecómitl, ramos de flores o xochitolontli, peinetas o xochitlakasuastli que representan a los nueve planetas y los manojos de flores llamados maxóchitl, todo servirá de adorno para el maíz sagrado: tierno y maduro.

En una pequeña mesa y frente al altar casero, el ueuetlákatl hace los preparativos para vestir y arreglar al hombre-mujer maíz que en el pasado ciclo agrícola fue Chikomexóchitl y que ahora “recibirá” al niño-niña maíz que dentro de algunos momentos será traído de la milpa; yacen sobre la mesita los ropajes (servilletas bordadas y paliacates), velas, mazorcas, collares, peinetas, manojos y ramos de flores y recortes de papel. El especialista les reza y sahúma con copal y en pocos minutos los convierte en Tenansintli Chikomexóchitl, quien surge ante los ojos de los invitados, luciendo sus mejores galas el hombre-mujer maíz como si fuera Chicomecóatl, deidad azteca de la cosecha y la subsistencia, se le coloca en el altar doméstico y se le proporcionan los “honores correspondientes a su rango”.

Todo está listo para recibir al elote: el niño-niña que viene de la milpa, el ritual continúa y es acompañado con los sones respectivos, los arcos interior y exterior han sido unidos por medio de un mecate con flores o ueyixochimékatl.

En su momento llegan a la casa las personas que traen de la milpa los elotes y las matas de elotes, todos los asistentes los reciben en el arco exterior, mientras en el ambiente flotan los acordes de la música; las matas de elote son enterradas a cada lado del arco: la mata mayor o xiuiyo representa al niño, y la menor, tlamanasontetsi, a la niña.

Delante del arco exterior se implementa un altar sobre el cual se viste y adorna el elote para su fiesta, convirtiéndolo rápidamente en Chikomexóchitl y según la posibilidad del propietario de la casa se les viste, al “niño” y a la “niña”, independientemente el uno del otro; en la mayoría de los casos, sin embargo, ambos se sujetan juntos y así se visten y adornan para formar una unidad que comulga con la cosmovisión primitiva de dualidad que posee la divinidad del maíz.

El ueuetlákatl entra a la casa y entrega a una niña al hombre-mujer maíz que recibirá a Chikomexóchitl, mientras otros niños sostienen velas de sebo y hacen sonar una pequeña campana; todos salen para el encuentro y en el exterior comienza el ritual que le da el nombre a la ceremonia: “dar de comer a los elotes”. Se les sahúma y ofrenda el guisado de gallina, refrescos, cerveza, etcétera; se colocan collares de flores y otros adornos a las matas de elote y a los instrumentos musicales. Literalmente se les da de comer y beber a Chikomexóchitl y a las matas de elote.

El dueño de la casa recibe del ueuetlákatl la cosecha, para luego pasar todos al interior de la casa y colocar en el altar a Tenansintli Chikomexóchitl (maíz) y Chikomexóchitl (elote) e iniciar la labor de estibar al frente del altar y sobre hojas de plátano la cosecha de elote formando un círculo.

A un lado de los elotes estibados se colocan las herramientas de trabajo: azadones, machetes y hachas.

La ofrenda permanece cuatro días y el sobrante de los adornos son guardados junto con Chikomexóchitl, que se encargará, ya como hombre-mujer maíz, de recibir al niño-niña maíz del próximo ciclo, que según su calendario agrícola se presentan dos por año: tonalmilli, de enero a abril, e ipoal (temporal) de junio a septiembre, por lo que la tlamana se realiza dos veces al año: abril y septiembre.

El significado de Chikomexóchitl, “7 flor”, tal vez se perdió en el tiempo, pero no dudo que está ligado al simbolismo y la religiosidad: primero porque el 7 se utiliza esotéricamente, y segundo porque el sufijo xóchitl se relaciona con lo santo o sagrado. En el continente americano todo lo que se relaciona con el maíz tuvo y tiene una fuerte connotación religiosa, es por ello que sus antiguos y actuales pobladores han sido “El pueblo del maíz”.

Fuente: México desconocido No. 307 / septiembre 2002

Categorías
Mitos Cortos

Pies planos y rotación interna de pies

Qué pediatra no ha escuchado en su consulta la preocupación de los padres de un lactante de 10-12 meses, a veces aún sin iniciar la deambulación, por la manera de colocar el niño los pies.

Consultan asustados porque no observan que el niño tenga arco plantar (puente) en los pies o porque los “mete para adentro” al caminar.

Ello llevó en otras épocas a usar plantillas y otros artilugios ortopédicos desde apenas un año de vida intentando corregir aquel desaguisado ortopédico, que en realidad sólo era una característica fisiológica y propia de la edad del lactante, que no se le dejaba que madurara su aparato locomotor y se le quería establecer el patrón adulto.