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Hidalgo Leyendas Cortas

Los dos compadres

Dos compadres iban un cierto día caminando por el camino a Zimapán, en el estado de Hidalgo, cuando llegaron a un llano en donde se encontraban dos peñas que marcaban su límite. Este sitio siempre fue considerado por los habitantes de Hidalgo como un lugar habitado por seres malignos, donde era frecuente escuchar, a la media noche, los terribles gemidos de un hombre que parecía a punto de fallecer. Por ello, nadie se atrevía a acercarse a dicho lugar.

Así pues, ambos compadritos iban andando por este sitio cuando comenzaron a escuchar extraños sonidos. Como eran muy curiosos, se acercaron hacia el sitio de donde provenían dichos sonidos, que al irse acercando se convertían en terroríficos lamentos, exactamente como si fueran los quejidos de alguien que estuviese a punto de morir.

Al llegar al valle de las peñas, los compadres vieron aterrorizados a un hombre que se columpiaba en una cuerda amarrada en la punta de las dos peñas del llano. Se trataba de un hombre muy delgado, cuya piel parecía pegada a los huesos, era muy pálido e iba vestido de negro; mientras se columpiaba no dejaba de gritar pavorosamente. Los curiosos compadres se sintieron morir del miedo ante tan asombroso escena.

Los compadres se quedaron medio paralizados, no podían hablar, temblaban y sus cabellos parecían erizarse del miedo. En esa terrible facha se encontraban cuando de pronto vieron que una luz intensamente roja se acercaba al hombre del columpio y lo envolvía en  rojas llamas, mientras un ser extraño, que era nada menos que el Diablo, se abrazaba al cuerpo del hombre del columpio con la intención de llevárselo al Infierno.

El terrible Chamuco

Este prodigio tuvo el efecto de sacar a los compadres de su letargo, y aterrorizados, pálidos y sin habla, salieron corriendo precipitadamente. Sin embargo, cuando habían dado cuatro pasos, los dos compadres cayeron muertos cuan largos eran… no habían podido resistir ver al Diablo que se llevaba al cristiano que se columpiaba.

El hombre del columpio había sido en vida un hacendado hidalguense que mucho tiempo atrás había vendido su alma al Diablo a cambio de tener muchas riquezas, una enorme y productiva hacienda, y a la mujer más bella de la región.

Desde la muerte de los asustados compadres, el lugar donde se les apareció el Chamuco llevó el nombre de El Columpio el Diablo.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Ciudad de México Leyendas Cortas Leyendas Mexicanas Época Colonial

El Mordelón

En la época de la Colonia en México, allá por el año de 1578, corría por las calles de la Ciudad de México una leyenda que ha llegado hasta nuestros días. Cuenta dicha leyenda que Mauricio era un joven muy guapo y rico que vivía en la céntrica Calle de Moneda. Se trataba de un chico rubio, bastante formal aunque sus padres, españoles de pura cepa, le consentían mucho, pues era hijo único, heredero de la riqueza de padre que era Oidor, y dueño de una mina de plata en Guanajuato.

Mauricio tenía una novia llamada Leonor. Chica hermosa de familia noble y acaudalada, que vivía a unas cinco calles de su prometido, pues pronto se casarían. Una tarde en el muchacho iba a ver a Leonor, se topó con un niño muy pequeño, como de seis años, zarrapastroso, feo y sucio, que estiró su manita pidiendo le pusiera una monedita para comprar una rosquilla de canela. Mauricio, que era muy caritativo, sacó de su pantalón su monedero, y cuando estaba escogiendo una moneda, el mozalbete le pegó tremendo mordisco en el brazo y se echó a correr como alma que lleva el diablo.

Mauricio quedó muy enojado y adolorido, pues del mordisco brotaba mucha sangre. Se sentía burlado por el malhechor. Presto regresó a su casa, y en seguida fue llamado el médico de familia para atenderlo y a aplicarle los remedios que eran frecuentes en esa época.

El Niño Mordelón

Pasó una semana y la herida del brazo no sanaba. Esta casi negra y de ella brotaba mucha pus. Entonces, la nana india de Mauricio se acercó a la cama donde éste descansaba, y le explicó que la mordida se la había dado un ser sobrenatural que tomaba la apariencia de un niño; un ser del más allá que gozaba dañando a quien por bondad le obsequiaba con una monedita. La llamaban el Niño Mordelón. Le dijo la nana que esas heridas eran muy difíciles de curar, y que casi siempre los mordidos moría a las dos semanas.

Sin embargo, le comentó que si Mauricio estaba dispuesto a recibir a un curandero que habitaba las afueras de la traza donde habitaban los blancos, con sus hierbas ancestrales era casi seguro que lo curaría. Como Mauricio estaba desesperado por el olor y el fétido olor que despedía, aceptó. Al otro día llegó el curandero, le puso en la herida un emplasto de hierbas, le dio a beber varias infusiones, con la recomendación a la nana de que siguiese las indicaciones del tratamiento para que resultase efectivo. Así lo hizo la mujer. Pasada otra semana, Mauricio estaba curado. Pudo casarse un mes después, y juró que nunca le daría una moneda a ningún mendigo que se le pusiese enfrente.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Guanajuato Leyendas Cortas

Vicenta y Manolo

La Ciudad de Guanajuato, En el Cerro de la Rana, es la capital del estado del mismo nombre. Se encuentra ubicada en el centro norte de la República Mexicana. Se trata de una ciudad muy antigua, cuyos orígenes se remontan a la época prehispánica, donde recibía el nombre chichimeca de Mo-o-ti que significa Lugar de Metales. Los mexicas la denominaron Paxtitlan, Lugar de la Paja. Esta hermosa ciudad colonial cuenta con muchas leyendas que enriquecen su tradición oral.

Una de tales leyendas relata que en la ciudad de Guanajuato vivía una pareja de enamorados que se amaban tanto que decidieron contraer matrimonio. Ella se llamaba Vicenta y él Manolo. La chica vivía con su tía en la Calle de la Paz. Su recámara daba a la calle, y las dos ventanas con que contaba estaban protegidas por una reja de hierro forjado, en donde la pareja de enamorados solía platicar al atardecer.

Un día primero de julio del año de 1888, los novios se encontraban platicando como de costumbre reja de por medio. Se despidieron muy amorosos y fijaron la fecha de la boda. Por la noche empezó a llover terriblemente, y las calles de la ciudad comenzaron a inundarse de manera increíble. Manolo se encontraba en su casa y al ver lo que pasaba trató de ir en busca de su querida Vicenta, pero sus padres no le dejaron salir por ningún motivo dado el gran peligro que implicaba.

La Calle de la Paz en la Ciudad de Guanajuato.

Finalmente, después de mucho forcejear con sus padres, logró salir y se fue en busca de su amada a la Calle de la Paz. Librando los escombros de la casa medio derruida y separando el terrible lodazal que invadía la calle por doquier, encontró los cadáveres de Vicenta y de su anciana tía. Inmediatamente la limpió del lodo como pudo, la abrazó, la besó en los pálidos labios, y la amortajó. Una vez terminada su tarea, Manolo, desesperado y loco de dolor, se suicidó.

A partir de entonces, cuando el día comienza a declinar, algunas personas aseguran que han visto a una bella joven vestida de novia, pasar sin pisar el suelo por la Calle de la Paz y llegar hasta el jardín de San Juan de Dios. Su expresión es de dolor y de asfixia; dolor por haber perdido a su amado, y asfixia por el terrible lodo y la cruel agua que la ahogó.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Campeche Leyendas Cortas Leyendas Mayas

La Gruta

Bolochén está situado en el estado de Campeche, a ciento veinte kilómetros de la capital, y pertenece al Municipio de Hopelchén. En el pasado fue una importante ciudad maya, que forjó su propia tradición oral, de la cual ha llegado hasta nosotros una bella leyenda que a continuación referimos.

Bolochén se pobló alrededor de nueve pozos, como su nombre lo indica. Pero era un pueblo que frecuentemente se veía aquejado por fuertes sequías, a pesar de los rezos y ceremonias que le dedicaban al dios Chac de la lluvia y el agua.

En cierta ocasión, un jefe guerrero que se destacaba por su valentía y su inteligencia, se enamoró de una bella y noble muchacha, la cual le correspondió inmediatamente. Pero la madre de la joven no está de acuerdo con aquellos amoríos, ya que estaba segura de que la perdería para siempre si se iba con ese hombre del cual desconfiaba. Tan asustada estaba la mujer que decidió esconder a su hija en un sitio muy difícil de encontrar.

La Gruta de Bolonchén

Al no verla más, el jefe guerrero sintió que moriría si la perdía. La cabeza se le atolondró y se olvidó de gobernar a su pueblo como era debido. Rezó con mucho fervor a sus dioses, sobre todo a Chac, deidad del agua, y puso a muchos de sus guerreros a buscarla, pues se encontraba desesperado. Uno de ellos, escuchó un sollozo cuando pasaba por una gruta. Al saberlo, el jefe decidió entrar en ella, y lo que se encontró fue con enormes bordes de cristal al fondo de la gruta. Con ayuda de sus subordinados, construyó una gran escalera con madera y lianas, descendió por ella, y en la parte baja se encontró con su amada que lloraba cual magdalena. La rescató, y ambos se sintieron muy dichosos de volverse a ver.

El jefe descubrió que dentro de la gruta había siete estanques rocosos a los que llamó: Chimaisha, Ociha, Chocoha, Akabha, Sallab, Pucuelha, y Chacha. Todos ellos plenos de azul agua cristalina.

A raíz del descubrimiento de los estanques, Bolochén ya nunca más volvió a padecer de la terribles sequias, pues ya contaba con los estanque que el jefe guerrero había descubierto al buscar a su amada. Ante este hecho, a la madre de la chica no le quedó más remedio que aceptar los amores de los jóvenes, pues se dio cuenta que se trataba de un fuerte amor que no acabaría ni con la muerte.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Ciudad de México Leyendas Cortas

La Mujer-Gato

Xochimilco, el Lugar de las Milpas de Flores, se encuentra localizado al sureste de la Ciudad de México. Está formado por catorce pueblos y un lago que alberga las famosas chinampas, especies de balsas cubiertas con tierra que sirven para el cultivo de hortalizas o de flores, que existían ya desde antes de la colonización española.

Xochimilco está pleno de tradiciones y de leyendas de lo más variado y originales. Una de ellas nos relata que a finales del siglo XIX, los habitantes de las chinampas no podían conciliar el sueño debido a que cada noche un gato maullaba y daba de brincos por todos los tejados de las casas de los campesinos que se encontraban en las chinampas.

Las casas de los campesinos insomnes de Xochimilco

Como nadie podía dormir debido al ruidero que ocasionaba el felino, se pusieron de acuerdo los insomnes para cazarlo y así acabar con la terrible molestia. Se organizaron, y a los pocos días le dieron caza. Ya que le habían agarrado, le metieron en un tambo grande a la media noche, cuando todo estaba muy oscuro, y lo taparon perfectamente.

Al día siguiente que fueron a ver el tambo, escucharon que salía una voz que suplicaba: -¡Déjenme salir! ¡Por favor, déjenme ir! Al oír la voz, los campesinos decidieron levantar la tapa para ver lo que sucedía. Al hacerlo, se llevaron una tremenda sorpresa, pues vieron que el gato se convertía en una hermosa y desnuda mujer, que al momento en que levantaron la tapa la mujer-gato desapareció.

Al ver lo sucedido, todas las personas decidieron no decir nada a nadie del prodigio, pues consideraban que no les creerían. Pero no se pudo ocultar por mucho tiempo lo acontecido, pues todos sabemos que las personas son proclives al chismorreo. Y la leyenda de la mujer-gato pasó de generación en generación hasta nuestros días, para regocijo de los cazadores de leyendas.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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Guerrero Leyendas Cortas

Las Piedras Azules

Esta leyenda tiene su origen a principios del siglo XIX. En una cierta ocasión, dos pastoras que vivían en la Costa Grande de Guerrero, decidieron acudir, junto con otros peregrinos, al Santuario de Chalma, sito en el Estado de México, a cumplir con una manda al Señor de Chalma por un favor recibido. Dicho Santuario, fundado en el siglo XVI, es muy famoso en todo México, pues el Señor que ahí se venera es muy milagroso y cumplidor.

Las dos mujeres iban vestidas con faldas largas de vivos colores y sombreros adornados con lentejuelas doradas y plateadas. Ambas llevaban un bastón que golpeaban en el suelo para que los cascabeles que llevaban en él sonaran al ritmo de sus pasos de baile, pues gustaban de bailar para dar gracias a los favores obtenidos.

Una de las pastoras incumplidas.

La caravana de peregrinos de la cual formaban parte las pastoras pasó por Acapulco, Chilpancingo e Iguala, apara tomar camino hacia Teloloapan y llegar al Santuario de manera más expedita. Cuando arribaron  a la zona conocida como Tierra Colorada, las pastoras manifestaron que estaban agotadas, y que ya no podían más con su alma. Por lo tanto, decidieron que ya no llegarían hasta el Santuario de Chalma a pagar su manda. Les comunicaron a los otros peregrinos que se quedarían en Teloloapan, a esperar el regreso de los fieles. Los peregrinos trataron de convencerlas de seguir el camino con ellos, pero las pastoras se negaron, y hasta expresaron que estaban arrepentidas de haber hecho tal promesa. Así pues, los peregrinos continuaron su viaje.

Poco habían andado los devotos creyentes cuando voltearon a ver a las pastoras que se habían quedado descansando en el pasto al lado del camino. No las vieron, pero quedaron muy sorprendidos a la vez que asustados,  de que en el lugar donde se encontraban sentadas las mujeres,  habían aparecido dos enormes piedras azules con figura de mujer.

Admirados al tiempo que desconcertados, los peregrinos comprendieron que el Señor de Chalma las había convertido en piedras por haber faltado a la promesa que le hicieran de ir a bailar a su Santuario, pues de todos es sabido que aquel que no cumple con las promesas que hace al Santo Señor, si convierte en piedra para siempre.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas Puebla

Carmen y las canciones de cuna

En la época de la Colonia había en la Ciudad de Puebla un Alguacil Mayor llamado Juan de Mendoza y Escalante, hombre rico y honrado. Tenía una hija, Carmen, a la que decidió meter a un convento, pues don Juan era sumamente religioso y le parecía lo mejor para su hija. Carmen no estaba muy conforme, pues carecía de vocación.

Un cierto día, don Juan acudió al convento a visitar a su hija y llevó consigo a Sebastián de Torrecillas, quien quedó prendado de Carmen y empezó a hacerle la corte, a pesar de sus hábitos religiosos. Poco tiempo después, la joven correspondió a los amores del seductor, e iniciaron una relación clandestina.

A causa de tales relaciones Carmen quedó embarazada. Sumamente enojado, su padre la sacó del convento y se la llevó a casa. La encerró en una habitación durante todo el tiempo que duró el embarazo, a fin de que las personas no se enterasen del pecado cometido por su hija.

La casa de la infeliz Carmen

Una vez que el niño nació, don Juan de Mendoza tomó la decisión de arrojarlo a un río, para escapar de las habladurías y el deshonor. Ya que había cometido el terrible acto, el alguacil empezó a tener remordimientos de que lo que había hecho con el nene. Tanto se arrepintió que se le produjo un infarto fulminante que le mató.

La pobre Carmen, destrozada por haber perdido a su hijo de una manera tan cruel y de saber a su padre muerto, se volvió loca y al poco tiempo, desesperada, se suicidó. La casa donde vivían Carmen y su padre se convirtió al paso del tiempo en escuela de música. La leyenda dice que en ella se escuchan los cantos del espectro de Carmen que dirige a su hijo con el fin de encontrarlo. Son canciones de cuna tiernas y amorosas que la chica entona con su dulce voz. Su búsqueda no se detiene nunca.

Carmen deambula por toda su antigua casa y muchos de los alumnos y personas que visitan la escuela de música dicen que la han visto caminar por los salones de clase buscando a su hijo al tiempo que entona bellas canciones infantiles. Otras veces se la escucha como si jugara con un niño pequeño, y se oyen risas de contento.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas Leyendas Mexicanas Época Colonial Querétaro

El Árbol de la Cruz

Fray Antonio Margil de Jesús fue un fraile franciscano que nació en Valencia el año de 1657. Su apostolado como misionero abarcó un período de cuarenta y tres años; y como iba de un lado a otro llevando la religión católica le pusieron el mote de “el misionero de los pies alados”. Después de un largo viaje de setenta y cuatro días desde Cádiz y de haber recorrido muchos países de América como Guatemala, Nicaragua, Costa Rica y Honduras, y pasados trece años de llevar a cabo su misión religiosa, llegó al Puerto de Veracruz el 6 de junio de 1683, el cual acababa de ser saqueado por Lorencillo, el malvado pirata.

Al llegar a tierra mexicanas en seguida se puso a evangelizar llevando un báculo, un Breviario y un crucifijo, dando inicio a una etapa itinerante de gran calibre en aras de la religión católica. Más adelante, el 13 de agosto llegó a Querétaro con tres compañeros, y poco después se le nombró guardián del convento de la Santa Cruz de Querétaro, en la entonces Nueva España, donde fue siempre muy querido por los fieles.

Las espinas en forma de cruz que brotan del árbol milagroso.

El templo y el convento de la Santa Cruz se fundó a raíz de que los chichimecas fueron derrotados por los conquistadores españoles en el cerro del Sangremal, en el mes de julio de 1531, cuando en el cielo apareció, milagrosamente, la imagen del apóstol Santiago y una enorme cruz, lo cual asombró a los indígenas y propicio su rendición.

Una leyenda queretana cuenta que en el año 1697, fray Antonio Margil llegó a Querétaro al lugar en el que encontraba el templo edificado después de la batalla con los indios. Cuando se encontraba ahí, enterró su báculo cerca del Templo de la Cruz, ubicado en la cima del Sangremal. El báculo enterrado se convirtió en un bello árbol espinoso que adquirió la forma de una cruz.

Según relata la leyenda es un árbol perteneciente a la familia de las mimosas, pero que en vez de dar flores, da espinas que parecen cruces. Así, el árbol en vez de verse cargado de flores, se ve cagado de espinas en forma de cruz.

Algunos fieles han intentado llevarse parte de maravilloso árbol para plantarlo en otros lugares; sin embargo, los pies nunca se dan, pues el árbol se niega a crecer en otro lugar que no sea el jardín del Templo de la hermosa Ciudad de Querétaro.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas Puebla

El niño de la Batalla del 5 de Mayo

Esta famosa batalla tuvo lugar en el año de 1862, en las proximidades de la Ciudad de Puebla, durante la llamada Segunda Intervención Francesa. El ejército de México estaba dirigido por Ignacio Zaragoza quien luchaba contra las tropas invasoras comandadas por Charles Ferdinand Latrille, conde de Lorencez.

Cuenta una leyenda que un niño zacapoaxtla de la Sierra Norte de Puebla, se encontraba en la cercanía de los fuertes de Lorenzo y Guadalupe, que originalmente fueran capillas edificadas en el cerro Acueyametepec en honor a la Virgen de Loreto y a la Virgen de Guadalupe, y que en los inicios del siglo XIX se convirtieron en fortalezas militares. El lugar era clave para las tropas francesas, pues conquistando los fuertes, se abría el camino hacia la toma de la Ciudad de México. Por tanto era primordial para las tropas de Zaragoza conocer los movimientos de los soldados franceses.

Como no podían ver bien la posición del enemigo, ni siquiera subiéndose a los árboles, cuyas ramas eran muy frágiles, el niño zacapoaxtla se subió ágilmente a un gran árbol con el fin de ver la posición de los soldados franceses y avisar a los mexicanos. Desde lo alto del árbol el niño iba diciendo a los mexicanos las posiciones y movimientos de los invasores.

Los Fuertes de Lorenzo y Guadalupe

En ese momento los franceses se dieron cuenta de la presencia del niño y empezaron a atacar furiosamente. El niño persistió en su posición y siguió avisando de los movimientos del enemigo, cuando una terrible bala alcanzó el corazón del chamaco. Cayó al suelo ya muerto y ensangrentado.

Con los informes proporcionados por el pequeño zacapoaxtla, los soldados mexicanos lograron vencer al tan reputado ejército francés. La ayuda había sido valiosísima. Poco tiempo después, enterraron al intrépido mocito, e Ignacio Zaragoza le nombre héroe de la Batalla de Puebla.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas Leyendas Mexicanas Época Colonial Michoacán

«¡Yo no confieso a los muertos!»

Cerca de la Iglesia de San Francisco en Morelia, Michoacán, había una casa en donde espantaban, situada en un callejón. Un comerciante en paños, sedas y mantones, después de mucho viajar por las ciudades de la Nueva España, decidió asentarse y vivir en Valladolid, con el fin de contraer matrimonio con una bella y rica joven, para luego regresar a natal Santander, España. En su tienda conoció a doña Inés de  la Cuenca y Fragua, una hermosa y caritativa huérfana y heredera de una de las haciendas más ricas de Tierra Caliente. Cautivado por sus perfecciones, don Diego Pérez de Estrada la enamoró. Inés lo amaba sinceramente, pero Diego no, a él lo movía el interés más mezquino.

Don Diego era parrandero y muy mujeriego, vestía con elegancia y lucía costosas joyas. En confianza era muy mal hablado, pero solía mostrar una imagen muy diferente ante las personas que no eran sus amigotes.

Un día, don Diego le pidió a la joven matrimonio; antes de resolverle Inés acudió a su confesor fray Pedro de la Cuesta, a fin de consultarle la conveniencia de tal casorio. Fray Pedro, que era un hombre muy virtuoso y bondadoso, decidió informarse de la clase de individuo que era el tal Diego Pérez. Así supo que pertenecía a una buena familia de Santander, pero que era la oveja negra de la familia y que había llegado a la Nueva España con parte de la herencia que le correspondía. Cuando la herencia se terminó porque Diego la derrochó en sus continuas juergas, se puso a vender telas y mantones de Manila, hasta que llegó a Valladolid.

Fray Pedro se enteró de la mala catadura de don Diego y de que además se jactaba de que nunca sentía amor por ninguna mujer a causa de haber llevado una vida tan disipada. El fraile aconsejó a la bella Inés que no se casase, y la niña le obedeció y rechazó al supuesto enamorado.

La hermosa Ciudad de Valladolid, hoy Morelia, Michoacán.

Al verse rechazado, colérico y despiadado, juró vengarse de fray Pedro. Vendió su tienda y se fue a vivir a un cuarto sito en una callejuela por el lado norte del cementerio de San Francisco, junto con un empleado suyo. Una cierta noche en que una terrible tormenta asolaba la ciudad, un embozado llegó hasta la portería del convento, tocó la puerta y le abrió un encapuchado portero. El embozado hombre se dirigió a él con estas palabras: -¡Hermano portero, cerca de aquí un pobre hombre que agoniza desea ser confesado por fray Pedro de la Cuesta!

Fray Pedro y el embozado caminaron hasta el cuartucho que alumbraba una débil vela, el cura se acercó al lecho de muerte, pero al dirigirse a él, el supuesto moribundo, que no era otro que don Diego, no respondía. El padre, desesperado, le gritaba, y cuando lo destapó le encontró muerto de una puñalada hecha con la misma daga con la que pensaba matar al podre fray. Al verlo, fray Diego se alejó del muerto al tiempo que exclamaba: -¡Yo confieso a los vivos, pero nunca a los muertos! Y salió corriendo.

Al día siguiente el hecho era conocido por toda Valladolid… y desde ese momento la callejuela recibió el nombre de El Callejón del Muerto.

Sonia Iglesias y Cabrera