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Durango Leyendas Cortas

El Águila, el Conejo, y el Venado

Cuenta una leyenda tepehuana del estado de Durango, que un cierto día el dios Sol decidió crear a los hombres. Muy contento comunicó su decisión a la Estrella de la Mañana. Iba a crear siete pueblos. Cuando el Sol estaba platicando con la Estrellla, Cachunipa, un ser sobrenatural maligno, escuchó la plática, y decidió que crearía un dragón de siete cabezas para que acabara con las siete razas de que hablaba el Sol. Inmediatamente se escuchó un terrible ruido y de una caverna salió un ser de siete cabezas, enormes garras, ojos rojos, y una cola en la que podía verse un aguijón; además, contaba con dos alas que le permitían volar muy aprisa a trasladarse a donde quisiese.

Cuando el Sol creó al primer hombre, la enorme serpiente y Cachinipa se dirigieron al sitio en donde se encontraba. Al verlo, la serpiente se abalanzó sobre él para devorarlo, pero una águila muy grande descendió y tomó al pequeño con sus garras, y se lo llevó a un picacho para salvarlo. Hecho lo cual regresó a donde se encontraba la serpiente, con la cual peleó hasta darle muerte.

Niñas tepehuanas descendientes del primer hombre creado por el dios Sol.

Al ver Cachinipa que su dragón había muerto, muy enojado decidió enviar a unos poderosos lagartos hasta el sitio donde se encontraba el primer ser humano creado por el Sol, y lo amarraron a un árbol. Un pequeño conejo se dio cuenta de lo que hacían los malvados lagartos, y cuando se fueron con sus fuertes dientes royó la cuerda. Como tenía mucha hambre, el conejo le dijo que se lo comiera.

Al verse libre, el niño se subió a un venado, que corrió rápidamente para salvarlo de los asesinos lagartos. La creación del hombre por el Sol estaba salvada. Desde entonces los tepehuanos adoran al águila, el conejo y el venado, pues a ellos deben su existencia.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Baja California Leyendas Cortas

Las hijas de Tecolote y Coyote Pai

Cuenta una leyenda paipai de los indios de Baja california que el señor Tecolote tenía seis hijas, quienes además de ser bonitas eran muy inteligentes. Estudiaban en la biblioteca de su padre por las mañanas y por las tardes. A media tarde, Tecolote tocaba una chicharra para indicarles a sus hijas que había llegado la hora de salir a volar alto por los aires, de jugar, cantar y bailar.

Les gustaba mucho jugar a La Víbora de la Mar, se reían como locas y sus risas llegaban hasta los oídos de Coyote Pai, que las escuchaba con beneplácito, pues era su mejor amigo. Cuando las niñas estaban jugando, Coyote Pai salía de repente de entre los arbustos, y les hacía cosquillas en sus cuerpecitos; luego corría y se perdía entre la vegetación. Las hijas de Tecolote no lograban atraparlo después de que les hacía la travesura de hacerles cosquillas.

Con el fin de escarmentarlo, las chicas urdieron un plan. Salieron más temprano de sus clases sin que se diera cuenta Tecolote. Se fueron volando hasta el Cielo y poniéndose unas velas en las garras, se hicieron pasar por brillantes estrellas. A poco rato llegó Coyote Pai al lugar donde acostumbraban jugar las chicas, pero no las encontró. Las niñas se pusieron a cantar una canción, Coyote Pai las escuchaba pero no lograba localizarlas, y se desesperaba. Entonces las traviesas chicas le gritaron: -¡Oye, Coyote Pai, ve hacia arriba! Coyote dirigió sus ojos hacia el cielo azul y las vio. En seguida, quiso estar con ellas arriba, le parecía maravilloso, y contestó: -¡Quiero estar arriba con ustedes, quiero ser también una estrella! A lo que las niñas le contestaron que estaba bien, y con su largo cabellos tejieron una cuerda que arrojaron a Coyote Pai para que subiese. Así lo hizo Coyote y empezó a trepar por la cuerda, muy contento de su buena suerte.

Subió muchos metros y cuando ya estaba a punto de llegar hasta las hijas de Tecolote, éstas cortaron la cuerda y Coyote Pai cayó hasta el suelo convertido en muchos pedacitos, que se convirtieron en polvo y que el viento se encargó de esparcir por todos lados.

Coyote Pai observa a la hijas de Tecolote

La abuela de Coyote Pai escuchó la tremenda caída de su nieto y, presurosa, acudió al lugar, donde encontró los esparcidos restos del animal. Recogió el polvo, se fue a su casa y con él preparó harina e hizo panecitos. Mientras se cocían la pobre abuelita se puso a llorar. Al verla tan triste, Dios hizo que el polvo se saliese del horno, brillara muchísimo y flotara hasta llegar a todos los rincones del mundo. Por donde pasaba caía polvito mágico y nacía un coyote nuevo. La Tierra se fue poblando de muchos coyotes para beneplácito de la  abuela que se puso muy feliz.

Las hijas de Tecolote nunca más descendieron a la Tierra y se quedaron en el Cielo convertidas en estrellas que su padre siempre observaba por las noches… ¡Como dicen que los tecolotes lo hacen desde entonces¡

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas Sonora

Las chicas

El estado de Sonora se encuentra en la parte noroeste de la República Mexicana, su capital es Hermosillo. Sonora cuenta con muchas leyendas, una de ellas es muy conocida desde hace mucho tiempo, y las abuelas suelen contárselas a sus nietos.

En cierta ocasión tres muchachos se encontraban en una fiesta a los que habían sido invitados. Gustosos asistieron a ella pues eran jóvenes y gustaban de divertirse lo más que pudieran. Cuando estaban en la fiesta se dieron cuenta de dos chicas que les llamaron la atención, y se acercaron a ellas con el fin de entablar amistad y quizá algo más. Los muchachos les propusieron a las chicas que fueran a dar una vuelta lejos del bullicio. Como ellos eran tres y solamente había dos muchachas, uno de los jóvenes decidió irse a su casa y dejarles el campo libre.

Así pues, los cuatro se subieron al auto de uno de ellos, y les preguntaron a las chicas a dónde deseaban ir. Ellas respondieron que les apetecía ir a un lugar donde hubiera agua. Los galanes sugirieron ir a la playa, pero ellas no aceptaron y sugirieron ir a la presa. Durante el trayecto estuvieron bebiendo mucho ron, y cuando las chicas pasaban la botella a los varones, éstos se percataban de que estaba sumamente caliente. Los muchachos se sentían muy cansados, y en su media borrachera no se dieron cuenta de que las chicas estaban raras, lucían ropa antigua y, además, estaban muy flacas,

El cementerio de las chicas

En esas estaban cuando una de las mujeres le dijo al conductor que quería que las llevara al cementerio. Extrañado preguntó si deseaban quedarse en el cementerio, a lo que las chicas respondieron que sí. Hacia allá se dirigieron los cuatro. Al llegar, las damas descendieron del automóvil y se adentraron al cementerio. Los chicos, aún bajo el efecto del alcohol, arrancaron el auto, y se dirigieron a sus respectivas casas.

Al siguiente día los amigos se encontraron y comentaron lo sucedido. Estaban intrigados por el extraño comportamiento de las mujeres fiesteras, y decidieron averiguar que había pasado con ellas. Se subieron al auto y se dirigieron al cementerio. Entraron y se dirigieron hasta el sitio donde las habían visto por última vez. Al llegar vieron dos tumbas en cuya lápida aparecían los nombres de las jóvenes con quienes habían pasado la noche. Se llamaban Silvia y Carmina y hacía un siglo que habían muerto al salir de una fiesta.

Los muchachos se impresionaron tanto que uno de ellos se volvió loco, y el otro murió de un infarto fulminante… ¡Muy caro les había costado su aventura de conquistadores!

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas Nayarit

Peter, el mal amante

San Blas es un puerto y una ciudad del estado de Nayarit. Fue fundado durante el Virreinato, y fue uno de los puertos más importantes del Pacífico, fundado por el conquistador Nuño de Guzmán. Debe su nombre al santo español conocido como el monje Blas de Mendoza. De dicho puerto es originaria una triste leyenda, que aconteció hace ya muchísimos años, en la ciudad que lo acompaña.

Elena era una jovencita de dieciocho años que vivía con sus padres y sus dos hermanos en una rica casona blanca por fuera y con escaleras y pisos de mármol por dentro.

En una ocasión en que Elena acudió a pasearse por el parque central de la ciudad con su dueña, se topó con un hermoso marinero venido de allende los mares. Peter era rubio, tenía los ojos azules, y sobresalía por su elevada estatura. Todas las jóvenes le codiciaban. Pero Peter también observó a la linda Elena, y se enamoró de ella. Ambos estaban como locos de amor, ambos se idolatraban cada día más.

El marinero llamado Peter

El romance duró cerca de seis meses, ni que decir tiene que la familia de Elena ignoraba tal situación, pies la joven nada había dicho, sabedora de que nunca aceptarían sus padres a un pobre marinero llegado de lejanas tierras holandesas.

A los seis mese cumplidos, Peter le comunicó a su amada que debía partir en el mismo barco que le había traído, ya no podía demorar más su estancia en San Blas. La joven se desesperó ante tal aviso, y le rogó a su querido Peter que no se fuera. Pero nada logró. El marinero estaba decidido a partir, pues era su deber. Sin embargo le juró y perjuró a Elena que nunca la olvidaría y que pasados otros seis meses, regresaría para casarse con ella, lo quisieran a no sus padres. Y que mientras comprara el vestido de novia más hermoso que encontrara. Así lo hizo la joven, y cada noche sacaba el vestido de su ropero y lo acariciaba, en espera de podérselo poner muy pronto y acudir a la iglesia a casarse.

Pero el tiempo pasó, se cumplieron los seis meses y Peter no regresaba. Cuando hacía un año que la joven se había quedado solo, el ingrato enamorado aún no regresaba y la niña empezó a mostrar extraños síntomas de extravío. A estas alturas sus padres ya se habían dado cuenta de lo sucedido. La llevaron con muchos doctores, pero nadie pudo hacer nada por ella.

Cada domingo Elena se ponía el traje de novia y acudía al muelle en espera de ver acercarse el barco que le traería de vuelta a su amado. Los años fueron pasando, los padres de la infeliz novia murieron, y sus hermanos se encargaron de cuidarla. Elena envejeció, la cara se le arrugó completamente y el pelo se le blanqueó. De su belleza nada quedaba. Completamente enloquecida, un domingo vio bajar de un barco a un hermoso joven rubio, al verlo corrió a su encuentro, pero no logró alcanzarlo pues cayó fulminada por un paro cardíaco. Al verla en el suelo, el joven se apresuró a recogerla, y cuando la tuvo en sus brazos, escuchó que Elena le decía con una voz muy débil: -¡Por fin regresaste, amor mío!… y en ese instante expiró. El joven desconcertado nunca supo qué le quiso decir la anciana moribunda, pues como era obvio, no se trataba del desgraciado Peter, del cual nunca se supo nada.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

 

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Ciudad de México Leyendas Cortas

El Árbol de los Colgados

Una leyenda de Tlalpan, una de las delegaciones de la Ciudad de México, relata que en el Jardín Principal, situado en la Plaza de la Constitución en el centro de Tlalpan, existe un árbol que se conoce con el nombre de El Árbol de los Colgados. Por las noches se pueden escuchar desgarradores lamentos de mujeres, y se aparecen fantasmas, por lo cual los vecinos no se aventuran a cruzar el jardín pasadas las doce de la noche.

Todo comenzó en el tiempo en el que reinaba el archiduque austriaco Maximiliano de Habsburgo en México. Como había muchos ladrones y malhechores en la zona, el general Tomás O’Horan, que era el prefecto de Tlalpan y que posteriormente fuera fusilado por las tropas de Benito Juárez por traidor a la Patria, decidió que para darles un escarmiento a los criminales, se les colgara en los árboles de lo que ahora es el Jardín Principal.

Así las cosas, en 1866, se descubrió una conspiración contra Maximiliano, que tenía el propósito de librar al país del dominio europeo. Los conspiradores, todos ellos juaristas, fueron apresados, fusilados y colgados de un árbol.

El Árbol de los Colgados de Tlalpan

Ante tal hecho la población de Tlalpan y de México se indignó sobremanera, y las ansias libertarias se acrecentaron. El deseo de la libertad bullía y se dejaba sentir. La muerte de los insurgentes había servido de ejemplo.

El árbol donde fueron colgados los patriotas persiste hasta la fecha, se le conoce como El Árbol de los Colgados, y se mantuvo en su sitio cuando hicieron el Jardín Principal, en el año de 1872. Bajo el árbol se puede ver una placa en la que están inscritos los nombres de los conspiradores de la libertad: los coroneles doctor Felipe Muñoz y Vicente Martínez, el mayor Manuel Mutio, el capitán Lorenzo Rivera, y el teniente José Mutio.

Al final, como todos sabemos, el emperador fue fusilado en Querétaro, y Benito Juárez pudo gobernar al país.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Coahuila Leyendas Cortas

El alma en pena

En la ciudad de Coahuila se cuenta una leyenda desde hace mucho tiempo. En ella se relata que había una familia de campesinos que se dedicabaN a plantar maíz, calabaza y frijoles. Araban, plantaban y cosechaban sus productos. Mientras el padre de familia trabajaba junto con la madre y dos hijos ya mayores, el más pequeño, el benjamín, se quedaba en la casa jugando.

Un día en que todos estaban trabajando, se dieron cuenta de que Carlitos, el hijo menor, tenía largo rato que no salía de la casa, como solía hacerlo de vez en vez para mirar a sus familiares trabajar en la milpa. Cuando la madre entró a la casa para ver qué pasaba, encontró al pequeño como pasmado. Estaba quieto, no oía ni hablaba. Al verlo en ese estado lelo, la madre fue a traerle un vaso con agua, a ver si así reaccionaba. Cuando la madre le iba a dar de beber, Carlitos comenzó a llorar desesperadamente, y le dijo a la mujer que había visto dentro de la casa a un hombre vestido de fraile, y que cuando trataba de acercarse a la figura ésta desaparecía para volverse a aparecer.

Nadie de la familia creyó lo que contó el pequeño. Sin embargo, el hecho sucedió en muchas ocasiones; ya no solamente se le aparecía al niño, sino a todos cuando se encontraban reunidos en casa.

La carreta del fraile asesinado

Las apariciones del fraile se hicieron continuas e insoportables, pues todos estaban aterrados, y no sabían qué hacer. En una ocasión el fraile les dijo con una voz cavernosa que por favor le dedicasen una misa, pues su alma estaba en pena y no tenía descanso. Que unos bandoleros le habían matado cuando se dirigía a entregar a sus superiores las limosnas de todo un año y monedas de oro que un ricachón había obsequiado a la iglesia.

Los ladrones le habían robado las limosnas, pero no el oro que llevaba escondido en la carreta en que viajaba. Se había salvado de milagro. El fraile les dijo el lugar donde había quedado la carreta y dónde se encontraban las monedas. Que usaran unas cuantas para pagar las misas, y que se quedaran con el resto.

Así lo hizo la familia. Encargaron misas todo un año, para que el religioso descansara y las horrendas apariciones no volvieron a tener lugar. Con el dinero compraron una tienda y ganaron mucho dinero. Vivieron felices para siempre, gracias al alma en pena del buen fraile dominico.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Ciudad de México Leyendas Cortas Leyendas Mexicanas Prehispanicas

El Gato Montés y el Tecolote

Cuenta una leyenda que hace muchos siglos, antes de la llegada de los conquistadores españoles a estas tierras del Anáhuac, una noche un Gato Montés buscaba una presa para comerla, pues el hambre le arreciaba. Aguzaba sus ojos buscándola por los arbustos y la hierba. Desde las ramas de un árbol, un Tecolote de brillantes ojos le observaba, con el fin de abalanzarse sobre el Gato y picarle los ojos. Cuando vio que el Gato se encontraba distraído en su búsqueda de alimento, el Tecolote se echó sobre el felino y le dijo que tenía hambre y que le iba a sacar los ojos para saciarla, y que de paso salvaría la vida de algún animal que pudiera cazar el Gato. Éste, muy asustado, le contestó que menudo susto le había dado, y le rogó que solamente le sacase un ojo, pues si se llevaba los dos, sería muy desgraciado, ya no podría cazar y se moriría de hambre.

Al escuchar sus palabras, el Tecolote aceptó lo que le pedía el felino, pero le advirtió que a la otra noche regresaría por el otro ojo, y le pidió la dirección de su casa; el Gato Montés se la dio. El Gato perdió uno de sus ojos, ni luchar pudo para impedirlo debido a la tremenda oscuridad en que se encontraba el campo. Antes de irse, el Tecolote le preguntó cómo se llamaba, a lo que el gatito tuerto le contestó: – Me llamo Escarmentarás. -¡Qué extraño nombre el tuyo, replicó el Tecolote y se echó a volar.

Escarmentarás, el Gato Montés

A la noche siguiente, el Tecolote se encontraba en el mismo lugar, a la misma hora, esperando que llegase el Gato Montés, quien no se presentó. Sumamente disgustado por la ausencia del Gato, el ave se dirigió a la casa del impuntual. Cuando llegó vio que se trataba de un agujero, al cual no se atrevió a entrar, no fuera a ser que en su intento perdiera la vida. Consideró más prudente gritarle al Gato: -¡Escarmentarás, aquí estoy, he venido a que cumplas con lo prometido! El Gato le contestó desde su guarida que estaba tan escarmentado que no siquiera salía para ir a hacer sus necesidades.

Muy enojado el Tecolote se quedó vigilando el agujero con la esperanza de que Gato saliese. Pero empezó a amanecer y a Tecolote le empezaron a molestar los rayos del Sol que le impedían ver bien. Así que decidió irse. El Gato Montés se asomó y al ver que Tecolote ya no estaba, se alegró mucho, porque había podido conservar su ojo y podría cazar para no morir de hambre.

Desde entonces los gatos monteses no salen a cazar de noche, solamente se aventuran de día, pues lo que le sucedió a Gato, ¡los escarmentó para siempre!

Sonia Iglesias y Cabrera

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Ciudad de México Leyendas Cortas

Beatriz y la enana

Beatriz Ponce de León era una rubia y bella muchacha que vivía en la capital de la Nueva España. Contaba con diecisiete años de edad y era hija de don Alfonso, rico comerciante que poseía una casa enorme en las calles de Moneda, cerca de la  Catedral. El acaudalado hombre era viudo desde hacía cinco años, pues su esposa, doña Clara, había muerto a causa de una terrible epidemia que asoló a la ciudad, allá por los años de 1570.

Como es de suponer, Beatriz estaba muy consentida por su padre, y sumamente vigilada. Cuando salía a hacer compras por los Portales de la Plaza Mayor o a misa a la Catedral, siempre iba acompañada de su dueña, Fernanda, quien la había criado con a una hija. Aun cuando tenía muchos enamorados, casi nadie se le acercaba por temor a molestar a don Alfonso y porque la chica era seria y recatada.

En una cierta ocasión en que Beatriz y Fernanda salieron a oír misa un domingo del mes de noviembre, al terminar la ceremonia vieron a in indio que llevaba una larga vara en los hombros, de la cual colgaban ramilletes de amarillas y frescas flores de calabaza. Alejándose un poco de Beatriz, que permaneció en el atrio de la iglesia, la dueña se acercó al vendedor, a fin de adquirir varios ramos de flor, para que la cocinera de la casa le hiciese a don Alfonso una ricas quesadilla de flor de calabaza con epazote, que tanto le gustaban. Tardó la mujer unos siete minutos en comprar lo deseado, cuando terminó, regresó al atrio por la muchacha… pero no la encontró. Asustadísima, la buscó adentro de la Catedral, alrededor de ella, fue a los Portales que rodeaban la Plaza Mayor sin poder  dar con ella. Enloquecida de miedo y dolor, se fue a la casa de Moneda y avisó a su patrón lo acontecido. Furioso contra la dueña, el padre inició una exhaustiva búsqueda por toda la Traza de la Ciudad, sin ningún resultado positivo.

La horripilante enana raptora

Pasaron los años, y cuando don Alfonso era ya un anciano, una misteriosa mujer pidió hablar con él. Al tenerlo frente, le dijo que sabía dónde se encontraba su hija, y que por unas monedas de oro, le diría su paradero. Sin pensarlo dos veces el hombre accedió. Y la mujer le contó que ese día que se perdió, una enana india se la había llevaba con ella. Se trataba de una mujer que tan solo medía ochenta centímetros de altura y sus brazos alcanzaban los veintiún centímetros. Tenía doble coyunturas en su cuerpo, el pelo lacio enmarañado y seco como si estuviera mezclado con sangre, y era fea de una manera absoluta. Le dijo que la enana se había llevado a Beatriz con el fin de sacrificarla a los dioses de los indios, y que ella conocía la casa en que se encontraba.

Salió don Alfonso acompañado por varios criados y la mujer. Llegaron hasta las afueras de la traza, donde se encontraban los barrios de los indígenas. Entraron a una casa, cuyo sótano estaba oscuro y húmedo, y la mujer le dijo al rico español: – ¡Mire, don Alfonso, ahí está su hija! Al mirar el hombre hacia el lugar señalado, sólo vio unos huesos sobre una mesa de madera podrida, al tiempo que escuchaba una burlona carcajada de la mujer. Fue tal el impacto que sufrió el pobre hombre, que quedó loco para siempre. Su hija había sido sacrificada al dios Huitzilopochtli por sacerdotes clandestinos.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Ciudad de México Leyendas Cortas

La hija maldita

Cuenta una leyenda que en el  año de 1828, en el barrio de San Pablo de la Ciudad de México, en el antiguo barrio de Tenochtitlan conocido con el nombre de Teopan, Lugar de Dios, se forjó una leyenda que aún las abuelas cuentan a sus espantados nietos.

En esta época, pasada ya la guerra de Independencia, vivía en una casa colonial una viuda con su hija de diecisiete años. Vivían las dos solas, pues el marido de doña Catalina había muerto de unas fiebres que los doctores nunca pudieron curar ni determinar a qué se debían. Al morir don Pancracio había dejado una buena fortuna a su familia, razón por la cual las mujeres se encontraban en buena situación económica.

El horripilante monstruo del Barrio de San Pablo

La madre cumplía todos los caprichos de Delia, la hija, le compraba vestidos, zapatos, tápalos y chucherías para que adornara su arreglo personal. En una ocasión la chica vio en el Portal de Mercaderes un hermoso collar de rubíes, y como se acercaba la fiesta de su cumpleaños, deseó tenerlo para lucirlo ante su familia y amigos que acudirían a felicitarla. Así pues, acudió presurosa a la recámara de su madre, en la que se encontraba rezando, y le contó lo hermoso que era el collar y lo bien que le quedaría con su nuevo vestido rojo de satín. Al oírla doña Catalina le respondió que lo que pedía era exagerado. Por un lado el collar costaba demasiado dinero, y por otro, le dijo que era muy joven para llevar joyas de esa categoría. Delia armó un soberano berrinche: lloró, suplicó, se tiró al suelo y juró matarse si la madre no le cumplía el capricho. Pero Catalina se mostró inflexible y se negó rotundamente a comprarle el collar deseado. Al verse frustrada en sus deseos, Delia, se levantó del suelo donde se hallaba llorando, y le propinó dos fuertes cachetas a su madre que la hicieron sangrar y caer al suelo. Sentida y furiosa, doña Catalina le dijo a su hija: -¡Por estos golpes que me has dado, yo te maldigo, y lo pagarás con el primer hijo que tengas!

Pasaron dos años, hija y madre nunca más se volvieron a dirigir la palabra. Delia se casó y se fue a vivir a una gran casa que se encontraba en el mismo barrio de San Pablo. Un año después de su matrimonio, dio a luz a su primer hijo, pero ¡Oh, desgracia! El hijo era un monstruo. En el periódico El Iris, con fecha 3 de junio de 1828, se pudo leer la siguiente noticia. …en el barrio de San Pablo, una mujer parió a un monstruo de figura de marrano, liso y sin pelo, de color tostado, cabeza grande, redonda, cerdas en la frente, boca grande rasgada, dos dientes, nariz chata, orejas de mono, rabo corto, los pies con pezuñas, la mano ferecha con cinco dedos y la izquierda con cuatro, su tamaño regular de marranillo… ¡La maldición materna se había cumplido!

Sonia Iglesias y Cabrera

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Chihuahua Sonora

Chuhwuht, la Canción de la Creación

Cuentan los abuelos pimas de Sonora y Chihuahua que en el principio no había más que oscuridad y agua. En un momento dado, la oscuridad se congeló en algunos sitios, y entonces el dios Creador se formó. El dios estaba solo y caminaba sin rumbo fijo, iba de aquí para allá po encima del agua. Caminaba pensando, muy concentrado. En un momento dado sus pensamientos le llevaron a tomar conciencia de quién era y de lo que debía hacer…

Una vez que supo cuál era su tarea, de su corazón saco una vara mágica: era la Vara de la Creación. Empleó la vara como un bastón, y cuando vio que una resina se formaba en el tope la colocó sobre las hormigas. Tomó más de la maravillosa resina y la depositó a sus pies con los cuales la rodó hasta formar una bola perfecta, mientras cantaba:

Chuhwuht tuh maka-i

Chuhwuht tuh nato

Chuwuhtu tuh maka-i

Chuwuhwuht tuh nato

Himalo, Himalo

Himalo, Himicho!

La creación según los pimas

Lo cual significaba: Yo creo al mundo y lo veo, el mundo está terminado, yo hago el mundo y lo veo, el mundo está terminado. Déjalo ir, deja que se vaya!

Cuando el dios estaba cantando, la bola de resina crecía más y más, hasta que llegó a tener el tamaño que ahora tiene. Así se creó la Tierra. Entonces el Creador tomó una enorme roca, la rompió y aventó los pedazos al Cielo. En ese momento se crearon las estrellas. Del mismo modo dio vida a la Luna. Sim embargo se dio cuenta que ni la Luna ni las Estrellas daban bastante luz.

Entonces el señor de la Creación pensó en tomas dos cajetes que llenos de agua, a los cuales sacó de su carne, y pensó en la luz. El Sol apareció en el Cielo, mientras el dios apartaba los cajetes. El Creador se dio cuenta que el Sol no se movía, entonces el dios le dio una patada y envió al Sol, como si fuera una pelota, hacía el este. Después lo envió hacia el oeste y el Sol adquirió el movimiento que ahora tiene, pues sale por el este y se oculta por el oeste cada día.

Sonia Iglesias y Cabrera