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Oaxaca

El rey, su hijo y la malvada señora

Cuenta una leyenda mixe de Oaxaca que hace mucho tiempo en un pueblo pequeño gobernaba un rey que vivía solamente con su hijo, pues carecía de esposa. Para comer, iba a la casa de una mujer que le atendía. Cierto día, la vieja señora decidió envenenar al rey y le puso veneno a su comida. Al comerla, el hombre murió inmediatamente. La señora, que contaba con muchos criados, envió a un grupo de ellos a matar al hijo del rey. Los criados llegaron cuando el joven se dirigía a la montaña a platicar con los animales que eran sus amigos. Cuando llegó los animalitos le avisaron que unos hombres venían a matarlo. El muchacho ordenó a sus amigas las avispas que se colocaran en un árbol. Cuando llegaron los asesinos, el joven azotó tres veces el suelo con su machete y las avispas atacaron a los hombres, quienes salieron corriendo. 

El rey su hijo y la malvada señora

Al enterarse del fracaso, la señora envió a otros criados a cumplir la tarea. El hijo del rey se enteró, y reunió a varios puercoespines. Cuando llegaron los criados, el muchacho azotó el suelo tres veces con su machete, y los animales se encargaron de lanzarles sus espinas a los malosos, quienes huyeron malheridos.

La mala mujer al enterarse del nuevo fracaso, decidió enviar a otros criados a cumplir el malévolo encargo. El muchacho, enterado de la nueva amenaza, junto muchos monos y les dio palos y piedras. Al llegar los crueles asesinos al sitio donde se encontraba el joven, éste golpeó el suelo por tres veces seguidas con su machete y, diligentes, los monos les aventaron piedras y golpearon a los criados.

Ante su fracaso los servidores ya no regresaron a la casa de la mala mujer por miedo a que los matara. La señora se frustró en su tarea asesina y el hijo del rey se salvó y vivió muy feliz hasta muy viejo, y muy agradecido por la ayuda recibida por sus amigos los animales que nunca lo abandonaron.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Ciudad de México

Doña Angustias

Miguel Perea trabajaba en la Real Casa de Moneda de la Ciudad de México como tercer ayudante del operador de la Balanza. Era un hombre de talla pequeña, muy gordo y muy agradable. Estaba casado con doña Angustias, quien hacía honor a su nombre, ya que siempre estaba preocupada por todo y esperando que sucediera lo peor. Un día, la mujer vio a su esposo arrodillado en el altar domestico dedicado a San Antonio. La esposa se puso muy contenta al verlo muy devoto la mayor parte de los días de la semana.

Doña Angustias

 

Una mañana cuando doña Angustias estaba limpiando la imagen del santo, se dio cuenta de que estaba hueco, metió la mano y se encontró con muchos papeles. Curiosa, empezó a leerlos y concluyó que don Miguel tenía una amante pues en ellos se leía: “Diez pesos para la Santiaguita” o “Cincuenta pesos para la Santiaguita” o “Cien pesos para la Santiaguita” Muy afligida y celosa, decidió escribirle  a su esposo un mensaje, que rezaba: “Querido Miguel, sal porque tengo algo muy importante y urgente que decirte. Con amor La Santiaguita” Hubo vez escrito el mensaje la mujer se dirigió a la Real Casa de Moneda, y entregó la misiva a un portero con la orden de que se lo entregara al infiel marido. Cuando la leyó don Miguel, quedó desconcertado y salió a la calle, donde se encontró con su mujer vuelta una furia. Al verlo, la mujer le dio una bofetada y le reclamó por tener una amante llamada La Santiaguita a la que mantenía mejor que a ella, pues le daba mucho dinero. El hombre, con la mano en la mejilla, se apresuró a sacarla del error y le dijo: ¡Pero querida esposa, estás equivocada, La Santiaguita no es una mujer, es una mina de Pachuca. Esos papeles que leíste son las cantidades que voy anotando de los pagos de las acciones que compré, las puse dentro del San Antonio para que nos haga el milagro de hacernos ricos y poder comprarte buenos vestidos a ti y a nuestros hijos, y para vivir en una casa mejor.

Doña Angustias ante la explicación de su marido, se sintió muy avergonzada y le pidió perdón a su marido por haber dudado de él.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Sinaloa

San Ignacio de Piaxtla

San Ignacio es la cabecera del municipio del mismo nombre localizado en el estado de Sinaloa. Se trata de una pequeña población a la que también se la conoce con el nombre de San Ignacio de Piaxtla. Fue fundada por el jesuita Diego González de Cueto, en el año de 1633. Habitaban en Piaxtla muchos grupos indígenas. En el siglo XVIII, la minería cobró suma importancia en la región, y San Ignacio se convirtió en un pueblo minero floreciente, gracias a la mina de oro de la Sierra del Candelero.

San Ignacio de Piaxtla

Este auge minero atrajo a muchos hombres que llegaban a San Ignacio junto con sus familias. Entre ellos llegó un hombre que no llamó mucho la atención. Lo vieron llegar unas mujeres que lavaban ropa en el río: un hombre montado en una mula de color bayo que cruzaba las aguas del río portando un bulto en el costado derecho de la bestia. Cuando el hombre llegó al pueblo, le preguntó a unos niños que jugaban por ahí si conocían un mesón donde pudiera hospedarse. Los niños le llevaron al único existente en el pueblo. Después de comer y de darle comida a la mula, le pidió a la mesonera que le cuidase a su animal, ya que debía hacer ciertas diligencias, y le pagó con dos monedas de plata.

Pasaron tres días y el hombre de la mula no regresaba, razón por la cual la mesonera decidió quitarle al animal el fardo que portaba para que descansara, y la llevó a un corral. Al siguiente día, y como el hombre no volvía, los esposos mesoneros abrieron el bulto y encontraron la escultura de un santo que tenía las mismas facciones del señor que le había pedido posada, y de cuyo cuello colgaba una carta atada con una cinta negra. Cogieron la carta y enviaron a la misión de Santa Apolonia un mensaje con un mozo para que fuese un fraile y les leyese la misiva, pues eran analfabetos. Cuando el religioso la leyó se quedó muy asombrado, pues decía: “Es mandato divino y mi propia voluntad que sea yo el santo patrón de este poblado”.

Así pues, el 17 de noviembre el santo fue ungido en el sitio donde se construiría una parroquia. Era nada menos que San Ignacio de Loyola, fundador de los jesuitas y jefe de los soldados de Dios.

El pueblo cambio de nombre, y de llamarse Piaxtla, tomó el de San Ignacio de Loyola.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Coahuila

El vigilante y el niño

En Saltillo, la capital del estado de Coahuila de Zaragoza situado en el norte de la República Mexicana, una leyenda muy popular relata un hecho inverosímil. El 4 de octubre de 1972, un  tren que venía de Real de Catorce chocó contra otro. La catástrofe fue terrible y en ella murieron muchísimos pasajeros. La vía donde ocurrió el percance se cerró, y nunca se volvió a utilizar quedando en el lugar los vagones del ferrocarril abandonados como chatarra.

El vigilante y el niño

Pasado el tiempo, una noche invernal, un vigilante nocturno, un sereno, al hacer su ronda, acertó a pasar por el lugar del choque. De pronto, escuchó el llanto de un niño que procedía de unos de los vagones. Se acercó a ver qué sucedía y se encontró con un niño de siete años que lloraba desconsoladamente. El sereno le preguntó la causa de su llanto y si vivía por ahí. El niño, sollozando, le contestó que no vivía por ahí, que venía en un tren con su mamá y que ahora no la encontraba. Apiadado, el sereno quiso ayudarlo y se comunicó con la central de trenes. Preguntó la hora en que había pasado el último tren, porque tenía a un niñito que había perdido a su mamá, tal vez porque se había bajado de alguno de los vagones. Pero le respondieron que hacía años que no pasaba ningún tren por ahí, y que la vía había sido clausurada a causa de un antiguo accidente.

El vigilante volteó a ver al niño que ya no lloraba, sino que reía escalofriantemente. Cuando vio su cara se dio cuenta de que se deformaba horriblemente. El hombre sintió un miedo terrible y se desmayó. Cuando recuperó el sentido se encontraba en una clínica en donde pasó varios días para ser atendido de los nervios. Cuando regresó a sus labores, jamás volvió a pasar por la vía donde había tenido lugar el funesto choque y donde se aparecía el horripilante niño llorón.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Colima

Colimotl

El rey Coliman, como le llamaba el ignorante de Hernán Cortés, fue gobernante de los tecos o colimecas. Su verdadero nombre era Huey Tlatoani Colímotl (también Tzome). Su señorío tenía como capital a Caxitlan, situada en el Valle de Tecomán. Mandatario guerrero efectuó varias conquistas entre los pueblos aledaños y fomentó la Guerra del Salitre (1480-1510) contra el imperio purépecha, y otros señoríos como Sayula, Zapotlan y Tapalpa, guerra que permitió achar fuera a los purépecha de Colima y Jalisco, quienes, al mando del caltzontzin Tangáxoan querían adueñarse de la zona salina que se encontraba en territorio colimense. Vencieron los tecos que se quedaron con las salinas y extendieron el reino hasta Tuxpan.

Colimotl

En plena conquista española Colímotl ganó las contiendas contra Juan Rodríguez de Villafuerte en las Trojes, y en el Palenque de Tecomán. También venció a Cristóbal de Olid y a Francisco Álvarez Chico. Sin embargo, sufrió la derrota en la batalla de Alima en Tecomán por el conquistador Gonzalo de Sandoval, quien fundara la ciudad de Colima en lo que fuera la antigua Caxitlan costeña, el 25 de julio de 1523. Colímotl luchó denodadamente como todo un héroe, contra los españoles y los purépecha que se habían unido a los hispanos.

La leyenda relata que Colímotl vivía en una hermosa y grande casa cerca del Volcán de Colima, junto con su familia y sus guerreros. A raíz de un fuerte conflicto que el tlatoani tuvo con el virrey de la Nueva España, éste decidió apresarle en su propia casa, cortándole el agua y los suministros. Los indígenas y el rey resistieron varios meses, pero al ver que ya no podían aguantar más, Colímotl decidió escapar una noche oscura. Pero fueron descubiertos por los soldados españoles. Cuando se vio cercado y convencido de que sería atrapado sin remedio, el tlatoani decidió tirarse al volcán junto con sus guerreros y su familia.

Así pues, desde ese lejano pasado se dice que cada vez que alguien molesta y agrede a los descendientes del rey, el Volcán de Colima ruge y se pone a aventar cenizas y lava.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Guanajuato

La Momia

Cuenta una leyenda del estado de Guanajuato que en el siglo XIX vivió un fraile que era muy humilde, vestía un hábito muy viejo y sus sandalias estaban completamente desgastadas. Se trataba de un religioso muy austero, dado al sacrificio y a la flagelación, hasta llegar a llevar un cilicio todos los días bajo el andrajoso hábito. Todos le quería por su bondad y el consuelo que llevaba a los abundantes pobres.

La momia

En una ocasión, el anciano fraile Domingo iba por la Plaza del Baratillo -célebre lugar de Guanajuato que servía de tianguis en la época colonial, hoy llamada Plaza Joaquín González y Gonxález-, cuando de repente un hombre borracho lo empujó, y le dijo: ¡Estoy seguro que el padre Domingo no es capaz de tomar una copa conmigo! El fraile, humildemente, respondió: No hijo, gracias, y que Dios te perdone! Y siguió adelante.

El borracho volteó a ver al clérigo y se percató de que sus pies no tocaban el suelo, iba levitando. Pensó que alucinaba por el alcohol ingerido, pero no, se dio cuenta de que era como una aparición.

Un mes más tarde, el hombre que era de profesión minero, tuvo un accidente en la mina, que le llevó a su cama en estado de agonía. El minero, asustado, pidió a sus compañeros que le llevaran a un cura. Cuando llegó a tomarle confesión el hombre le dijo que quería confesar que había insultado a un pobre fraile y que se había burlado de él, a lo que el religioso replicó: ¡Sí, hijo mío, ese fraile soy yo! Aterrado por tales palabras, el minero abrió mucho los ojos y en seguida murió.

Cuenta la leyenda que su cuerpo se encuentra expuesto entre las momias de exhibición, y que aún presenta la cara de horror y los grandes y desorbitados ojos abiertos, pues la conseja popular dice que nunca pudieron cerrárselos.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Yucatan

El despiadado patrón

La Hacienda de San Pedro Cholul se encuentra situada en el Municipio de Mérida, en el estado de Yucatán. A finales del siglo XIX y principios del XX, la hacienda se encontraba en pleno auge henequenero. La tradición oral nos cuenta que en el año de 1910, la hacienda pertenecía a un señor sumamente cruel, dueño y señor de la propiedad y de los campesinos que en ella vivían. Maltrataba a los peones, los explotaba, y los humillaba cuanto podía. Por supuesto que no les pagaba un salario, sino que de vez en vez, se asomaba al balcón y desde ahí les arrojaba a los trabajadores monedas que agarraban como podían.

El despiadado patrón

Un cierto día en que el patrón regresaba de un largo viaje a México, los peones se habían organizado, y le esperaban enfurecidos con el fin de matarlo. Cuando llegó a la casa, lo bajaron del carruaje en que venía y lo machetearon frente a la puerta de la casa. Cuando el mal hombre se encontraba en el suelo muerto y sangrando, los trabajadores vieron, aterrados, que de los pantalones le salía una gran cola roja de diablo.

Desde entonces, las personas que viven en el pueblo cercano a la terrible hacienda viven con miedo, pues a partir de las cinco de la tarde el lugar es tenebroso y se siente un ambiente macabro, oscurece como si fuese de noche, y sopla un fuerte viento a la vez que se escuchan quejidos y siniestros murmullos. Nadie quiera hablar del tema.

Por ser una casa embrujada que perteneció al Diablo, en el siglo pasado fue asiento de grupos satánicos que practicaban rituales con cadáveres que robaban del cementerio del pueblo. Por el lugar todavía se pueden ver restos óseos de animales y humanos, y ropa que perteneció a mujeres y hombres de todas las edades.

Los habitantes del pueblo aseguran que el lugar en donde se ubica la hacienda es una puerta al Infierno. En una de las paredes se encuentra dibujada una estrella de cinco picos, acompañada de un letrero en inglés que dice: ¡Bienvenido Satán!

Sonia Iglesias y Cabrera

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Veracruz

El niño llorón

La Laguna de Ojo de Agua se encuentra en Orizaba, Veracruz,  situada en la parte baja del Cerro de Escamela. Por ser un sitio muy bello, numerosos orizabeños acuden al lugar a pasar un agradable día de campo. La tradición oral veracruzana cuenta una leyenda escalofriante que sucedió en tal lugar.
 El niño llorón

Hace algunos años, un trabajador regresaba de sus labores algo apurado, pues se le había hecho tarde. Con el fin de llegar pronto a su casa, tomó el camino de Ojo de Agua. Al pasar cerca de un pozo de agua ya seco, escuchó el llanto lastimero  de un niño. Buscó de donde provenía y se encontró a un niñito sentado al pie del pozo. Se le acercó  y le preguntó la causa de su llanto. El infante primero se mostró reticente, pero acabó por decirle al señor que estaba perdido, y le pidió que lo llevase a la iglesia de Potrerillo, donde sus padres seguramente irían a buscarle, pero que debería llevarlo cargando ya que no podía caminar.

El buen hombre se aprestó a cargar al niño para llevarlo a donde le pedía, pues consideró que era su deber de buen cristiano. El pequeño añadió que por ningún motivo volteara a verlo hasta que no hubiesen llegado a la primera iglesia que encontraran en el camino. Al trabajador le pareció un poco extraña tal petición, pero como ya quería llegar pronto a su casa, asintió.

Al llegar a una iglesia, se escucharon unos ruidos muy raros, extraños, y el hombre reaccionó instintivamente y volteó a ver al pequeño. El susto fue tremendo cuando en lugar del niño vio un horripilante monstruo que se reía de una manera escalofriante. Al escuchar las carcajadas, el hombre aventó al “niño” y corrió a refugiarse en la iglesia. Al verlo entrar tan espantado, el sacristán lo acogió y le contó la terrible historia. Le dijo que de todos era sabido que el día en que ese repugnante monstruo lograra entrar en una iglesia, el Ojo de Agua se desbordaría e inundaría completamente a la Ciudad de Orizaba y todos sus habitantes morirían ahogados, y que se trataba de una profecía que algún día se cumpliría inexorablemente, aunque aún no había llegado el momento.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Estado de México

La Tlanchana, la Campana, y el Diablo

A siete kilómetros de la Ciudad de Toluca, capital del Estado de México, se encuentra el poblado de Metepec, llamado en lengua matlatzinca  Nepintatiui, En la Tierra del Maíz. En la cima del cerro de Metepec, también llamado Cerro de los Magueyes, se encuentra situada la Capilla de Metepec. Esta capilla le gusta mucho a la Tlanchana (Atltonan Chane), una hermosa diosa que es mitad mujer y mitad serpiente acuática, venerada por los indios matlatzincas por sus poderes para mantener el equilibrio entre la tierra y el agua.

La Tlanchana la Campana y el Diablo

Le gustaba a la Sirena, como también se la llama, porque la capilla contaba con una campana de oro, que cuando repicaba producía un fascinante sonido que se expandía a muchos kilómetros de distancia. A la Tlanchana le encantaba escucharla todos los días y consideraba a la campana como de su propiedad. Pero en una fatal ocasión, el malvado Diablo decidió robarse la campana. Cuando la tuvo en sus manos la escondió en una de las tantas cuevas que tiene el Cerro de Metepec.

Cuando supo del robo la Tlanchana, casi se volvió loca de la tristeza. Desde un montículo de tierra rodeado por agua, situado en el Barrio de San Miguel, la Sirena veía hacia la Capilla donde estuviera su adorada campana, y lloraba a moco tendido, y le cantaba las canciones más tristes que se sabía. Su llanto y su canto hubiesen podido conmover al ser más maligno, pero no al Diablo que disfrutaba con el sufrimiento de la pobre diosa.

La campana nunca fue devuelta por Satanás. Desde entonces, por las noches iluminadas por la luna , se puede ver a la Tlanchana sobre el montículo, se escucha su llanto y sus tristes canciones, y hasta hay quien afirma que se escuchan las estridentes carcajadas de don Diablo.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Jalisco

¡Perdónenme, por favor!

Esta triste leyenda sucedió en Guadalajara, en el estado de Jalisco. Se las voy a relatar. Miriam era una bella y testaruda muchacha que quería ir a una fiesta que daban sus amigos de la preparatoria. Pero sus padres no la dejaban ir pensando que era peligroso que la chica anduviera sola por la noche cuando saliera del huateque. Ante tal negativa, la muchacha decidió salirse por la ventana de su recámara e irse a la fiesta a escondidas.

¡Perdónenme por favor!

Cuando llegó a la tertulia, un joven muy guapo, pero mayor que ella, se le acercó a hacerle plática. Se pusieron a tomar, a bailar, a reír… al poco rato, el muchacho le propuso a Miriam que se fueran a otra fiesta de unos amigos de él, que sin lugar a dudas estaría más divertida. La joven aceptó. Salieron de la casa y se subieron al carro de él. Habían transitado unas quince calles, cuando Miriam se percató de que su compañero está bastante borracho porque manejaba haciendo eses. Asustada, le pidió que le  llevara de regresó a la fiesta de sus amigos. Juan accedió y dio la vuelta para regresar. En eso perdió el control del volante y chocó, brutalmente, contra otro automóvil.

Cuando Miriam despertó se encontraba en la cama de un hospital. Al verla despierta, una enfermera le contó que en el choque había muerto su amigo y dos tripulantes que venían en el otro carro. Sintiendo que ella también moría, le pidió a la enfermera que les dijera a sus padres que los quería mucho, que estaba arrepentida de haberlos desobedecido, y que toda la culpa de la tragedia era suya, ¡qué les pedía perdón! Al poco rato, Miriam moría.

Al hospital acudieron los amigos de la muchacha cuando se enteraron del accidente y del deceso. Se toparon con la enfermera y le preguntaron si Miriam había dejado algún mensaje, a lo que dijo que no. Otra enfermera, que había escuchado la conversación, le preguntó porque había ocultado la verdad, puesto que Miriam había dejado un mensaje para sus padres. Entonces, la enfermera con lágrimas en los ojos le contestó que no había sabido qué hacer, y que había mentido porque la pareja muerta en el otro carro eran nada menos que… ¡los padres de Miriam!

Sonia Iglesias y Cabrera