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Tres mitos de Tamaychi

EL DZIU Y EL MAÍZ En el Mayab Tamaychi fue una divinidad que protegía a los animales, y a veces también a los hombres. Genio invisible del que se cuentan muchos mitos interesantes. En algunas ocasiones Tamaychi es un ave agorera que presagia cosas fatales, de ahí que su nombre signifique “mal agüero”. Sea uno u otro, ha pasado a formar parte de la tradición oral de los pueblos mayas.
Un mito nos cuenta que cierto día Tamaychi convocó a todas las aves de la región para avisarles que todo el campo iba a quemarse, y por lo tanto les recomendaba que tomaran las semillas que pudieran, o quisieran, y las pusieran a buen recaudo con el objeto de usarlas una vez que hubiese pasado el peligro.

Las aves le respondieron al dios que estaba bien, que ya lo harían en cuanto diera comienzo el incendio. Pero los campos comenzaron a quemarse y los pájaros, temerosos, huyeron y se olvidaron de recoger las semillas. Solamente el pájaro Dziu, arrojado y valiente, atravesando las llamas cogió algunos granos de maíz. Gracias a su acción, el sagrado maíz pudo salvarse. Como premio, Tamaychi le permitió poner su nido y sus huevos en cualquier parte, como hasta la fecha lo hace.

LAS LAGARTIJAS. Otro mito del buen Tamaychi nos cuenta que en cierta ocasión la más vieja y sabía de las lagartijas, acudió a ver a Tamaychi para pedirle ayuda ya que los hombres perseguían y mataban a las lagartijas continuamente, o las mutilaban cortándoles la cola. Tamaychi le respondió a la vieja Lagartija, que lo sentía mucho, pero que no podía hacer nada para impedirlo. Sin embargo, dijo, les voy a dotar de una facultad: -¡Cada vez que una persona les corte la cola, les volverá a salir y mucho más larga que la anterior! Muy contenta, la vieja Lagartija corrió a avisarles a sus compañeras  del don que el dios les había otorgado.

EL ARMADILLO. Un día un hermoso Armadillo acudió a ver a Tamaychi a su casa. Muy acongojado le contó que ya no aguantaba a los hombres y a los animales que constantemente lo perseguían para comérselo, y que le costaba mucho trabajo defenderse de tales ataques porque sus patas eran muy cortas y no podía correr velozmente, tampoco tenía alas para volar ni cuernos para atacar ni veneno para matar a sus verdugos; y que además carecía de la suficiente inteligencia para planear su defensiva. Por todas estas razones, le rogaba al dios Tamaychi le proporcionara los medios para defenderse. Compadecido, el geniecillo le contestó al Armadillo: -¡Tienes toda la razón, te encuentras muy indefenso ante los ataques de los hombres y los animales, por eso, desde ahora, te doto de un grueso y fuerte caparazón que pueda defenderte de la crueldad de los otros!
Desde entonces, el Armadillo cuenta con un fuerte y bello caparazón.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El dios que se convirtió en venado

Hace muchísimos siglos en el cerro Curutaran, Juego de Pelota, se enfrentaron para jugar dos dioses: Cupanzieeri y Achuri Hirepe, dios de la noche. Jugaron durante todo el día con mucho brío, pues ambos dioses querían lograr el triunfo. Al llegar la noche, el juego se terminó con la victoria de Achuri Hirepe, por lo tanto el dios Cupanzieeri fue sacrificado en el templo de Xacunan, la Jacona actual. El ganador, a más de la victoria, obtuvo a la mujer de Cupanzieeri que se encontraba embarazada en ese momento. A los pocos meses nació Siráta-Tápezi, hijo del dios perdedor. Las pikurpiri lo escondieron en un pueblo localizado en la sima de un cerro, al que se conocía con el nombre de Akuntaro. Ahí se crió el muchachito, quien resultó muy hábil para la cacería, y el manejo de la flecha y la honda.

Cierto día que se disponía a cazar se encontró con una iguana, ésta le habló y le dijo que no la matase, que le iba a revelar un secreto. Le dijo que el que el joven creía que era su padre, no lo era; que el que fungía como su padre era en realidad el asesino del mismo, y que Cupanziehri había sido sacrificado en una templo por órdenes de Achuri Hirepe. Siráta se fue presto hacia el Juego de Pelota y escarbó en el templo hasta encontrar un costal que contenía los huesos de su padre. Tomó el costal y se alejó del lugar. Cuando iba caminando de camino a su casa, se encontró con una parvada de codornices y las quiso cazar; los huesos del dios se convirtieron en un enorme venado sin cornamenta, con el pelo muy largo y una cola gruesa y súper larga. El venado se echó a correr hacia el Este y le dijo a su hijo: – ¿Hijo mío, sabe que algún día regresaré por el mismo lugar por el que ahora me voy. Cuando regresé todo el pueblo se espantara como una parvada de codornices!

Cuando llegaron los españoles, todos los indios purépecha creyeron que era el dios Cupanziehri que había regresado como le hubo dicho a Siráta-Tápesi.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Zamná, el héroe

El hombre-dios Zamná, sacerdote de los chanes de Bacalar, de los itzáes, “los brujos del agua”, que emigraron a Yucatán en el siglo IV desde el Noh Petén, la Gran Isla, fundó la maravillosa ciudad ceremonial de Chichén Itzá, alrededor del año 525. Así pues, Lakin Chan, el Sacerdote Chan llegó desde el oriente. Zamná fue un gobernador anciano y casto, un Ah Itzaés. Al llegar a Yucatán se dio cuenta de lo prodigioso de la región y de las bondades que dispensaba la tierra por su fertilidad. Dióse también por enterado de que los montes y las selvas estaban pletóricos de hermosos animales, y ante tanta abundancia decidió sentar sus lares en Yucatán. Entonces pronunció palabras sentenciosas con las que advertía que tres veces los itzáes serían vencidos, como ya lo habían sido por los Señores de Xibalbá, el Inframundo. Nuevamente serían vencidos por seres crueles, astutos y avaros, pero que, a pesar de todo, prevalecería la constancia de los itzáes asentados en la nueva región.
Zamná empezó a nombrar las cosas por su nombre para tomar posesión de ellas: al faisán lo llamó faisán, al conejo, conejo, a y a la paloma dióle el nombre que lleva. Después, ordenó a los Vientos: gritó hacia el Este y surgió el Viento de la Lluvia; gritó hacia el Oeste, y apareció el Viento de la Ruina; se dirigió hacia el Sur y se creó el Viento del Hambre; finalmente, de cara al Norte, dio un grito y apareció el Viento de la Revelación. Así, los hombres conocieron a los vientos, a los que amaron y temieron. A continuación, puso nombre a las poblaciones, nombres de los oficios. Después, vio las flores y los frutos, que además de comerse tenían funciones terapéuticas, pero los hombres no lo sabían. Pidió que le llevasen muchos enfermos y frutas y flores, una por cada especie; y dijo a los enfermos que tomasen lo que creyeran que les aliviaría. Poco tiempo después los enfermos empezaron a sanar. Cuando el dios oyó el mar, mandó a los más jóvenes a que fuesen a traerle lo que encontraran en él. Cuando regresaron traían sal, que les fue entregada a los ancianos para que la repartieran; traían peces que se dieron a las mujeres; y traían perlas para que las muchachas se adornasen. Zamná, debajo de un roble, se dio a la tarea de crear los estratos sociales: los guerreros, los artífices y los profetas. Prosiguió el hombre-dios sus enseñanzas y dio a conocer a los hombres el valor de los sacrificios y de las ofrendas a los dioses, para obtener su ayuda y beneficio, y para que se convirtieran en hombres de bien.
Creyó el dios que era necesario que los hombres de fe fundaran ciudades: En el Oriente surgió Chichén Itzá, en el Poniente T-Ho, al Sur apareció Copán, el “lugar hollado”, se fundó la ciudad oculta en el Norte. Pero se hacía imprescindible erigir templos, la Pirámide Mayor se situó en el Oriente, en el Poniente la Pirámide de Kab-Ul, en el camino norteño surgió la Pirámide de Kinich-Kakmo que nadie visitaba y producía terror. En el Sur, se asentó la Pirámide de Pap-Hol-Chac. Todo estaba en calma, dioses y hombres vivían en armonía. Pasado un tiempo, una voz se escuchó en la pirámide situada en el Poniente, un viento terrible apareció que parecía querer terminar con la naturaleza y los hombres. En el cielo se encendieron luces como hogueras, y hombres extraños aparecieron y tomaron por la fuerza los poblados de los pacíficos itzáes. Un hombre alto y fuerte los comandaba, la cara blanca, la barba blanca, vestido de una capa de piel con plumas. Se llamaba Kukulkán. Y en la plaza de Chichén Itzá se enfrentó con Zamná e intercambiaron palabras. Al otro día, volvieron a reunirse. Zamná llevaba a un joven virgen, hermoso y desnudo, y dijo a su adversario que era la representación de la fuerza de los itzáes. Al día siguiente, Zanmá con una piedra rota señaló el camino de la entrada de los itzáes; otro día, el dios mostró el camino sin fin de los itzáes. Cuando volvió a amanecer, Kukulkán acudió a la reunión pero no encontró nada, todo había desaparecido, todo era un desierto. Kukulkan trató de apaciguar a los dioses con sacrificios humanos; los cenotes se llenaron de sangre, los hombres quisieron huir pero los caminos ya no existían, solamente se veía el rostro de Zanmá sobre, dentro, y debajo de todas las piedras.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Kukulkán

Serpiente de Plumas, el dios maya del agua, el viento y de Venus, se conoció entre los chontales como Mukú Leh Chan, y por los quichés como Q’uk’umatz. El mismo Quetzalcóatl tolteca o tal vez el dios olmeca, “el de la voz poderosa”. De antigüedad anterior a los mayas peninsulares y a los fundadores de Chichén Itzá, donde se encuentra la famosa pirámide de su descenso en los equinoccios de marzo y septiembre, durante la fiesta llamada por Diego de Landa Chickabán, celebrada el mes Xul, en la cual el jefe de los guerreros, Nacom, se sentaba en el templo sahumado con copal a presenciar la danza Holkanakot, realizada por los guerreros, el sacrificio de un perro, y la ruptura de las ollas que habían contenido bebidas sagradas. Cuando la celebración daba término, el Nacom era conducido a su casa. Los señores del Mayapán, se reunían para la fiesta ostentando cinco estandartes de plumas, y se dirigían al Templo de Kukulkán a orar en su honra durante cinco días, hasta que el dios venerado descendía por la pirámide.

El Popol Vuh nos presenta a Kukulkan como uno de los dioses creadores, y como el dios eterno de los vientos. Venerado por los itzáes, los cocomes del Mayapán, y los tutl xiúes de Maní, todos ellos linajes de estirpe maya. En tanto que persona llegó un cierto día  del siglo XI desde el Poniente, a fundar y reinar en Chichén Itzá, nunca tuvo esposa ni hijos. Cuando partió del Mayapán, se dirigió al centro de México para convertirse en Quetzalcóatl.

Dios del trueno entre los mayas, cuyo aire sale de la boca en sus representaciones estelares, aparece en varios códices representado con una nariz larga y mocha, con signos de los elementos de la naturaleza: la tierra, como espiga de maíz; el pez como el agua; el buitre como los aires; y el lagarto como el fuego. Va sobre el agua con antorchas prendidas, para sentarse en el árbol-cruz de los cuatro vientos, y desde ahí regir las cosechas y esperar el término de los tiempos.

Sonia Iglesias y Cabrera

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La Serpiente oráculo

 

Un árbol, de bello color gris, que tenía la capacidad de predecir el futuro, en cierta ocasión predijo que un terrible monstruo llegaría a la comunidad. Ante lo dicho, los habitantes se prepararon militarmente para su llegada, y los guerreros se apostaron en puntos estratégicos para defender a su pueblo.

Efectivamente, el día señalado por el Árbol Parlante, una enorme Serpiente apareció por el Norte. Los valerosos guerreros se aprestaron para matarla, pero nada pudieron hacer ya que a la terrible Serpiente las flechas no le entraban, pues sus escamas eran tan fuertes que lo impedían. Los guerreros emprendieron la retirada. Sin embargo, planearon un segundo ataque que se llevó a cabo en un aguaje. La derrota fue terrible, y costó la muerte de muchos hombres. El jefe de los guerreros y sus capitanes, viendo la imposibilidad de hacer frente a la serpiente con su ejército mermado, solicitaron la ayuda del nigromante llamado Chapulín Guóchimea.  Le enviaron un mensaje con la Golondrina.

La Golondrina salió volando por los aires, pasó por muchos valles y por muchas montañas, infatigable en su tarea y sin tener en cuenta su cansancio. Cuando por fin llegó al sitio donde se encontraba el mago Guóchimea le dijo: -Honorable jefe Chapulín Guóchimea, el gran guerrero y capitán, junto con los capitanes de las ocho tribus yaquis, te manda sus saludos, y te pide le ayudes en la difícil tarea de matar a la gigantesca serpiente, cuya aparición fuera anunciada por al Árbol Parlante.

El nigromante aceptó de inmediato, y pidió a la Golondrina que transmitiera al jefe su aceptación. En cuanto el ave partió de regreso, Guóchimea afiló los serruchos que llevaba en las patas y subió a la cima de un cerro, donde dijo unas misteriosas y secretas palabras, y saltó propulsado por sus espolones a una gran distancia que un hombre tardaría en recorrer doce días. Con otros enormes saltos más, llegó al campamento del jefe, mucho antes de que llegase Golondrina. Ahí se encontraba el jefe rodeado de sus capitanes: El que Lleva la Vía Láctea por Penacho, Penacho de Nieve, y muchos otros más.

Todos se aprestaron a hacer una gran fiesta para celebrar la llegado de Chapulín y la aceptación de su ayuda. Ya terminados los festejos, el mago pidió que le juntaran muchas hojas verdes y ramas, para que las molieran y extrajeran el jugo de las hojas. Los guerreros obedecieron inmediatamente. Pusieron el líquido en un cántaro y Chapulín pidió que lo untaran en todo su cuerpo; después de bañarlo con el verdoso líquido, Guóchimea quedó completamente de color verde. En seguida, ordenó a los hombres que le subieran a la copa de un árbol, para poder ver la llegada de la Serpiente. El color de su cuerpo se confundía con las hojas del árbol, estaba camuflajeado perfectamente.

Al poco rato, apareció la terrible Serpiente, y aunque todo lo observaba con cautela y detenimiento, nunca vio al mago que se confundía con el follaje. Cuando la Serpiente estuvo cerca del árbol, Chapulín le dio terribles golpes con sus espolones. Fueron tan fuertes los golpes, que la cabeza de la enorme Serpiente se desprendió u fue a dar a cuatro leguas de donde se encontraban. Todos los guerreros corrieron al lugar en donde había caído la cabeza. Cuando estaba a punto de morir, dijo con truculenta voz: – ¡Lo que yo quería era reinar en el territorio de las tribus de indios yaquis, pero me han derrotado gracias a la ayuda de Chapulín Guóchimea, pero debo decirles que deben de tener cuidado y deben preparase militarmente, porque dentro de poco llegarán por el Este y por el Sur unos hombres blancos con armas desconocidas que son muy poderosas y lanzan fuego. Solamente podrán vencerlos si les quitan la armas y combaten con ellas a esos hombres blancos y barbados. De no hacerlo así, todas las tribus perderán la libertad y la tierra, y se convertirán en esclavos!

Después de decir esas palabras, la Serpiente murió y se convirtió en piedra. Lo dicho por ella se cumplió, al poco tiempo llegaron los españoles y los indios combatieron con sus propias armas hasta que los vencieron.

 Sonia Iglesias y Cabrera

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El Pájaro Azul y el Coyote

Cuentan los abuelitos que hace ya mucho tiempo, el hermoso Pájaro azul tenía las plumas descoloridas y muy feas. Pájaro Azul vivía cerca de un lago cuyas aguas tenían un bellísimo color azul. Cada día Pájaro Azul se bañaba en el lago cuatro veces y cantaba feliz:
Hay un agua azul.
Se encuentra aquí.
Yo entré al agua,
Y me puse todo azul.

El cuarto día que Pájaro Azul se bañó en el lago, todas sus plumas se le cayeron y salió del agua completamente desplumado. Pero el quinto día, al salir del agua vio que sus plumas volvieron a crecer y eran azules.

Durante todos estos días, el dios Coyote había estado observando a Pájaro Azul para cazarlo, pues estaba famélico, pero le daba miedo entrar al agua azul. Al quinto día, Coyote le preguntó al ave: -¿Podría usted decirme cómo fue que sus feas y descoloridas plumas se le convirtieron en esas plumas azules y hermosas? Es usted la más bella ave que vuela por los cielos. ¡Yo también quiero ser azul! Pájaro Azul le respondió que se había bañado en el lago cuatro veces, mientras cantaba una canción. Como el pájaro era muy bueno, le enseñó la canción a Coyote. Esperanzado con ser azul, Coyote hizo su miedo a un lado y se arrojo al agua, acción que repitió durante cuatro días, sin olvidar la canción que le enseñara el ave. Al quinto día, Coyote lucía un esplendoroso color azul. Muy orgulloso de su nuevo color, se puso a pasear por todos lados, miraba a todas partes para ver si alguien se daba cuenta de lo fino y hermoso que se veía.

Entonces se puso a correr rápidamente mirando hacia el suelo para ver si su sombra era también azul, tan ocupado estaba que no se dio cuenta que chocaba contra un tocón de un árbol, el cual se cayó y levantó un montón de polvo de tierra por todos lados que la cayeron a Coyote en su pelaje. Desde entonces, todos los coyotes son del color del polvo de la Tierra.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Y el universo se hizo

Cuentan los antiguos que Tujku Upa Achá fue el dios universal que creó a Kurhika K’eri, el Gran Fuego quien, en su enorme sabiduría, formó cuatro círculos concéntricos para que se prendieran en cada uno de los rumbos sagrados: el Norte, el Sur, el Este y el Oeste. Asimismo, dio vida al dios Sol, -por lo tanto creó la luz- Juriata, quien fungió como padre y vigilante del universo; para que no estuviese solo le dio una esposa, la diosa Luna, llamada Kutsi, quien estaba encargada de que las plantas germinasen y que los animales y los humanos nacieran. De la unión marital del Sol y la Luna, se generaron tres círculos concéntricos que dieron vida a la Madre Naturaleza, Kuerajperi, la cual tenía como símbolo un disco de oro, diosa sumamente sabia que dio vida a la Armonía y a Venus, representados por: Mano Napa, “el hijo movimiento”, también conocido por Mano Uajpa, “el hijo único”; Sirunda Arhani “pintarse de color negro”; Uaxanoti, el que se sentaba en el patio de los tlatoanis a esperar órdenes; y K’uanari, “cara de piedra preciosa”.

El dios Kurhika K’eri, el Gran Fuego, le arrojó rayos a Kuerajperi, la Naturaleza, en la frente, el corazón, el vientre, y las manos. Con estos rayos la diosa resultó embarazada, y así surgieron los árboles, los lagos, las montañas, las flores, y los mares; poco después nacieron los animales y, por último, vieron la luz los humanos, quienes recibieron el nombre de Purépecha. Todos los elementos de la Naturaleza la diosa los  alumbró encima de la Tierra.

Los Tirhipemencha fueron espíritus de los puntos cardinales y el agua, simbolizada por hermosas nubes. El grupo de los Tirhipemancha estaba formado por Chupi Tirhipeme, Tirhipemi Kaheri, Tirhipemi Xungápeti, Tirhipeme Kuarecha; y Tirhipeme Turupten. El primero, el Señor de la Lluvia Azul, se encontraba al Centro del territorio purépecha, en la isla de la Pacanda. El segundo, El Gran Señor de la Lluvia Negra, vivía en el Sur, en Pareo. El tercero, El Señor Amarillo de la Lluvia, se encontraba en el Norte, en Pechátaro. El cuarto, El Señor Rojo de la Lluvia, se asentaba en el Este, en Kuriangaro. El quinto, El Señor Blanco, habitaba el Oeste, en Urámuko. Otros dioses habían sido creados por los dioses principales: Kuiris Tukupacha, el dios Pato, Tsukur Aue, La que Brota en el Fondo del Agua, Patsim Auae, y la Tía de los Tules.

Nana Kuerajperi, venerada sobre todo en Zinapécuaro, fue la diosa fecunda y engendradora de la fuerza del universo de todos los tiempos, que fungía como una deidad psicopompe entre el dios Kurika K’eri y los mortales. En el Cielo se presentaba como la constelación Tam Hoskua, Cuatro Estrellas, (Cruz de Mayo) morada de los cuatro dioses principales, el lugar donde nace el equilibrio y la armonía del universo entero.

Kurhika K’eri, Juariata, y Kurhika K’eri El Nieto, fueron dioses celestes, estrellas conocidas en occidente como la constelación de Tauro. Dicha constelación tenía la forma del utensilio que los sacerdotes empleaban para manejar el Fuego Sagrado, que recibía el nombre de Parahtakukua. El Gran Sacerdote del Fuego, Kurhita Kaheri, fue el nombre que los purépecha dieron a Venus, el Lucero de la Mañana, también llamado Ureende Kuahuekara, El que Va Adelante. He aquí la cosmovisión celestial de los purépecha.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Chuhwuht:: La canción del mundo

Cuentan los indios pimas que en el inicio de los tiempos solamente existía la oscuridad y el agua, todo estaba lleno de agua. En un momento dado la oscuridad se congeló y surgió el Creador. Durante un cierto tiempo estuvo dando vueltas por encima del agua; después, se puso a meditar, a pensar. Sus reflexiones lo llevaron a tener la certeza de quién era y de lo que debía llevar a cabo. Así pues, introdujo su mano en su corazón y sacó la vara mágica de la Creación. El Creador empleó la vara cual si fuera un bastón. Cuando se formó resina en la parte de arriba del bastón, varias hormigas se pusieron en ese sitio. El Creador tomó un poco de resina y con su pie la hizo rodar hasta que se formó una perfecta pelota, mientras entonaba el siguiente canto:
Chuhwuht tuh maka-i
Chuhwuht tuh otan
Chuhwuht tuh maka-i
Chuhwuht tuh otan
¡Himalo, Himalo!
¡Himalo, Himalo!
Hago el mundo, y veo,
Que el mundo está terminado.
¡Déjalo ir, déjalo ir!
¡Déjalo ir, que empiece afuera!
Mientras el dios Creador cantaba, la pelota de resina se iba haciendo más y más grande, hasta que llegó a tener el tamaño actual de nuestro mundo, la Tierra. El dios había creado la Tierra. Entonces, el Creador tomó una piedra grande y la rompió, los trozos los lanzó al Cielo y se formaron las estrellas. Luego, aventó al Cielo otra roca y se formó la Luna; sin embargo, ni las estrellas ni la Luna producían suficiente luz para alumbrar al mundo. El Creador tomó dos jícaras de su carne y pensó pensamientos de luz, y el Sol apareció en el firmamento, pero el Sol estaba inmóvil, no se movía; así que el Creador lo puso a rebotar como pelota del Este hacia el Oeste, como hasta ahora lo hace, que nace en el Este y se mete en el Oeste.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El Dios Jaguar

En la cosmovisión mesoamericana el jaguar ha tenido un lugar sumamente relevante. Los olmecas, los aztecas, y los mayas solían representar a los hombres con rasgos de jaguar. Simbolizó la noche y la oscuridad, lo oscuro de la matriz de la Madre Tierra que genera vida. Fue el guardián de las oscuridades terrestres, y también símbolo del Sol en su recorrido nocturno por los inframundos subterráneos.

La religión olmeca fue politeísta, sus numerosos dioses representaban elementos de la naturaleza como el sol, el agua la lluvia, los volcanes y los animales. Sin embargo, el meollo de sus creencias estuvo centrado en el culto al hermosísimo jaguar. Para los olmecas, fundadores de la cultura madre de la civilización mesoamericana (1200 a.C.-800 a.C.), asentados en el actual estado de Veracruz, el jaguar constituyó el símbolo principal de su religión; el representante totémico de los espíritus de la naturaleza, la expresión de la mítica raza de los hombres-jaguar. Su simbología se relacionaba con la serpiente acuática, representante del agua de la tierra. Del jaguar y de la serpiente surgió la serpiente-jaguar; es decir, el agua que fecunda la tierra, de la cual surge el maíz, el alimento por excelencia de los hombres. Así pues, el jaguar y la serpiente connotaban la fecundidad y el nacimiento. Sus arquetipos mitológicos por excelencia fueron el jaguar, la serpiente emplumada, el hombre de la cosecha y el espíritu de la lluvia representado por un niño pequeño. El centro de la religión olmeca fue el jaguar, representado en la iconografía realizada en sus esculturas, sus relieves y sus colosales cabezas, y cuya característica sobresaliente fue la boca trapezoidal, de comisuras descendientes, labio superior engrosado y, en muchos casos, con colmillos sumamente pronunciados. Casi todas las figurillas olmecas poseen fuertes rasgos felinos, rasgos de jaguar. Hecho que se apoya en el mito que cuenta que una mujer copuló con un jaguar y de esta copula nacieron los hombres-jaguar. Por ello, se afirma que los olmecas descendían de este felino, y no puede pensarse menos de estos escultores de cabezas monumentales en las que destacan los rasgos típicamente felinos. El llamado dragón olmeca, como se nombra genéricamente a la representación deificada del jaguar, fue esculpido en piedra destacando los rasgos propios de las serpientes, aves, y jaguares. Se trata de un hombre-jaguar-dios con rasgos felinos, de sapo, humanos, y de cocodrilo. A esta deidad se le adoraba en templos ceremoniales y se le dedicaba ofrendas de figurillas antropomorfas y zoomorfas, hachas votivas, collares, orejeras y cerámica.

El Señor de las Limas pertenece al período Preclásico mesoamericano. Se trata de la escultura de un hombre sentado que sostiene en brazos a un niño- jaguar, vinculado a la mitología olmeca. Se encontró en la población de Las Limas, pequeña población del estado de Veracruz. El Señor fue tallado en jadeíta; se trata de una escultura grande en relación al material empleado en su elaboración, con un peso de sesenta kilos. Algunos estudiosos afirman que la escultura fue utilizada por los sacerdotes olmecas como símbolo del origen del mundo y de la cosmovisión ligada al mito de creación. El color verde de la jadeíta remite al los conceptos de vida-muerte, al renacimiento de la naturaleza, y al corazón que permite el tránsito de esta vida al más allá: el corazón de piedra verde. El niño-jaguar que el Señor de las Limas sostiene en brazos simboliza al espíritu de la lluvia, parte indispensable del renacimiento vital.

Sonia Iglesias y Cabrera


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El Coyote y el pinole

Tradicionalmente, el Coyote aparece como un dios, o un animal sagrado, en muchas  religiones y  mitos de las culturas indígenas de casi toda América. Se trata de un personaje generalmente de sexo masculino, aunque también lo encontramos como hembra, como hermafrodita, o como poseedor de la capacidad de cambiar de género a su arbitrio. A veces la mitología lo antropomorfiza, pero sin perder su condición fundamental de animal: su piel, sus orejas en punta, sus garras y sus ojos color amarillo. Es un ser mítico escurridizo, astuto, hábil, embaucador;  además de mentiroso, chistoso y, a veces, malvado al que le gusta sembrar la discordia entre los hombres. Sin descartar que pueda llegar a ser avaro, envidioso, irreflexivo, imprudente y lúbrico, como puede comprobarse en la narración referente a Huehuecóyotl, el Coyote Viejo, dios de la música, cuando sedujo a la diosa del amor Xochiquetzal y la hizo su amante.

En un mito pima Coyote aparece como ladronzuelo. La historia nos cuenta que hace mucho tiempo cuando el mundo acaba de crearse, Ban, el Coyote, le robó a una anciana mujer su chu’i, o sea, su pinole. Inmediatamente, el jefe del poblado, enterado del hurto, salió a buscarlo con el propósito de atraparlo y castigarlo. Pero Coyote, ante el peligro, voló hacia el Cielo donde escupió el pinole robado. El jefe le persiguió volando también hacia arriba. Cuando lo consiguió atrapar, lo alzó y lo aventó hacia la Luna. Es por ello que en las noches de luna llena todos los coyotes miran a la Luna, y todos podemos ver el pinole que quedó grabado en la faz del hermoso satélite y que semeja manchas.

Sonia Iglesias y Cabrera