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De lo que hizo Quetzalcóatl cuando se fue a Tlapallan

Cuando por cosas del destino el dios Quetzalcóatl tuvo que dejar Tula para ir a Tlapallan, quemó sus casas de plata y concha, enterró sus efectos valiosos, convirtió los árboles de cacao en mezquites, y envío a que le precedieran todos los pájaros de bellas plumas. Primero llegó a Quauhtitlan, donde había un árbol enorme, se sentó a su sombra y pidió a sus sirvientes un espejo para contemplarse. Al verse exclamó: -¡Dioses, qué viejo estoy! Enojado, apedreó al árbol, y al lugar lo nombró, Huehuequauhtítlan, “el lugar del árbol viejo”.

Siguió su camino, y cuando se sintió cansado se sentó en una piedra y la tocó: en ella quedaron marcadas sus manos y sus nalgas. Lloró de tristeza por abandonar Tula y la piedra se horadó con sus lágrimas. Al lugar lo llamó Temacpalco. Continuó andando hasta que llegó a un río ancho; ordenó que se edificase un puente y por él atravesó el río: el lugar tomó el nombre de Tepanoayan.

Siguió caminando y se encontró con unos magos que le preguntaron hacia dónde se dirigía, si pensaba dejar Tula. La Serpiente Emplumada respondió que su partida era necesaria que nadie podría impedirlo y que se dirigía hacia Tlapallan, porque había sido llamado por el Sol. Los magos le dijeron que podía continuar su camino, pero lo despojaron de sus plumas y piedras preciosas, de la plata, y de la madera; Quetzalcóatl las echó en una fuente, a la que llamó Cozcaapan.
Llegó a Cochtocan, donde le salió otro mago que le preguntó hacia dónde se dirigía. Quetzalcóatl respondió: -A Tlapallan. El nigromante le felicitó y le dio a beber una jícara con pulque. Pero la Serpiente Emplumada rechazó la bebida que tantos dolores de cabeza le había dado anteriormente, y era la causa de su exilio. Pero como el mago insistiera, al dios no le quedó más remedio que beberlo con una caña; se emborrachó y se quedó dormido en el camino roncando muy fuerte. Cuando se despertó lleno de resaca, se mesó los cabellos con las manos, por ello el sitio se llamó Cochtocan.

Al pasar entre el Volcán y la Sierra Nevada, sus sirvientes, que eran enanos y concorvados, se murieron todos de frío. Llorando, cantando y suspirando de tristeza por la muerte de sus queridos sirvientes, Quetzalcóatl, miró a la sierra llamada Poyauhtécatl, que estaba por Tecamachalco.

Al llegar a otro lugar, el dios mandó construir un juego de pelota, Tlachtli, en medio de la cancha del juego de pelota pintó una raya, tlécotl, donde se abrió la tierra a gran profundidad. Tiró una flecha a un árbol llamado pochotl, y la flecha y el árbol formaron una cruz. Además construyó casas debajo de la tierra y el lugar fue llamado Mictlancalco. Para tapar el lugar, Quetzalcóatl colocó una piedra muy grande que podía mover con su dedo meñique, pero si alguien más trata de hacerlo ahora no puede moverla, es imposible.

A cada monte, cerro o sierra que pasaba la Serpiente Emplumada les iba poniendo su respectivo nombre. Cuando llegó a orillas del mar, construyó una balsa de serpientes que se llamó Coatlapechtli, se metió en ella, se sentó, y se fue navegando por la mar hasta que llegó a su destino: Tlapallan.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Suruán y el Diablo

Hace mucho tiempo que Suruán, (llamado también Taretzuruán) un hermoso cerro de la Meseta Tarasca, que tiene la apariencia de un murciélago, fue a visitar a Marijuata, un cerro cerca de Paracho, para pedirle que contrajera matrimonio con él, y a cambio le proporcionaría mucha agua. Pero Marijuata, indignada por tal atrevimiento, contestó que no, y además le pegó con una vara en su brazo izquierdo, al que dejó más bajo que el otro, como puede apreciarse en un ala del murciélago (cerro). El desdeñado Suruán decidió que se casaría con Cheranguerán, un pueblo que se localiza cerca de la población de Cupatitzio, en la parte alta de Uruapan, y le otorgaría toda su agua al hermoso Uruapan.

Mientras tanto, la Marijuata contraía matrimonio con Cuicuintacua, un cerro que se encuentra cerca de pueblo localizado hacia el norte de Ahuirán, en el hoy municipio de Paracho. Dicho cerro era sumamente seco.

Los buenos propósitos de Suruán de darle agua a Uruapan no se podían realizar, por la terrible oposición del Diablo. Cada vez que Suruán enviaba el agua, el Diablo impedía a toda costa que pasara. Suruán se encontraba muy consternado por no poder enviar el agua, pues se daba cuenta de que tanto los animales como los hombres necesitaban con urgencia el preciado líquido y estaban sufriendo mucho por la escasez.

El Diablo insistía en impedir que el agua bajara hasta Uruapan. Sin embargo, un buen día se formaron arriba del cerro unas nubes y remolinos, el agua empezó a tomar fuerza en el cerro y fue descendiendo. El Diablo empleaba todo su poderío para detenerla; en esas estaba cuando de repente resbaló y cayó con una rodilla sobre una piedra. Y cayó con tanta fuerza y presión que la rodilla quedó marcada para siempre en el lugar donde surge el río Cupatitzio, lugar conocido como La Rodilla del Diablo, y que aún puede verse en el Parque Nacional Eduardo Ruiz de Uruapan.

Sonia Iglesias y Cabrera


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La hermosa Tzintzin

Una  muchacha llamada Tzintzin que vivía en un pueblo de la Meseta Tarasca, iba todos las tardes a acarrear agua en un cántaro hasta un manantial. Debido a que era deslumbrantemente hermosa, los hombres de su comunidad la asechaban y le decían muchos piropos con el fin de conquistarla, aunque todos sabían que Tzintzin estaba enamorada de un muchacho de nombre Quanicoti, de oficio cazador.

Ambos jóvenes se encontraban en el camino que conducía al manantial, que estaba situado en medio de una increíble vegetación en donde destacaban las flores de todos los colores y clases. Ahí los chicos pelaban la pava sin ser molestados. Cuando ellos se encontraban curiosamente las plantas eran más verdes y las flores mucho más fragantes que de costumbre. Tan enamorados estaban que el tiempo transcurría rápidamente para ellos, lo que a veces ocasionaba que Tzintzin se retardara en su cometido. Debido a sus continuos retrasos, sus padres la amonestaban.

En una de sus citas amorosas se les hizo más tarde que de costumbre, el Sol estaba ya por meterse. Cuando Tzintzin se dio cuenta, se puso a temblar de angustia, pues aún le faltaba acarrear el agua en su cántaro. Presa del miedo, se puso a rogarle al Sol que le ayudara a encontrar un lugar más cercano de donde obtener el agua, ya que el manantial quedaba aún bastante lejos, y sus padres la iban a medio matar. Ante tan angustiada y devota súplica, apareció un hermoso colibrí cerca de las flores, agitando sus pequeñas alas. En seguida Tzintzin se percató de que se trataba de un dios, dado que era un colibrí muy especial, más bello y más majo que cualquiera que antes hubiese visto la muchacha. Alumbrada por los últimos resplandores del Sol, Tzintzin vio que de las plumas del pajarito caían gotas de agua que brillaban como cristales de roca muy pulidos. La señal divina había llegado, la joven se acercó a unos matorrales y vio que escondido se encontraba un pozo de agua muy profundo. Tzintzin tomó su vasija y la llenó completamente de esa agua tan clara y maravillosa.

Al llegar a su casa, sus padres estaban maravillados de tanta agua como su hija había llevado, pues nunca solía el cántaro estar lleno a rebosar. Pensaron: -¡Ha de haber sido Quanicoti que le ayudó a obtener al agua! Sin embargo, Tzintzin les aclaró que había encontrado un pozo de agua mucho más cerca del manantial, en un camino conocido por todos los habitantes del pueblo. Inmediatamente todos se enteraron del nuevo pozo, al que bautizaron con el nombre de Quiritzícuaro, la Gran Fuente, por lo profundo y abundante que era.

Los jóvenes acudían muchas veces a ese lugar, muy contentos por haber descubierto el pozo del que obtenían agua no solamente los habitantes de su pueblo, sino de otros  aledaños. Mientras los jóvenes intercambiaban promesas de amor eterno, que quien sabe si cumplirían, el Sol en el alto Cielo sonreía satisfecho de su obra.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El hijo de Quetzalcóatl

Cuentan los abuelos de Tlayacapan que en tiempos muy remotos existió una muchacha mucho muy bella, tan hermosa era que cuando un día la vio Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, quedó enamorado de ella y la hizo suya. A resultas de ello, la joven resultó embarazada. Al enterarse los padres se llevaron una fuerte impresión y disgusto. Decidieron que lo mejor era mantener encerrada a la hija durante los nueve meses que durara su preñez.

Cuando el niñito nació, los padres, carentes de buenos sentimientos, ordenaron que se llevaran al niño, y lo ataran a las pencas de un maguey para que se pinchase con las espinas y muriese. Sin embargo, el maguey que era mucho más caritativo que los crueles padres, se compadeció del nene, bajó sus espinas para que no lo dañasen, y lo alimentó con el rocío que recibían sus grandes pencas, como se lo había indicado el dios Quetzalcóatl.

Al enterarse el padre de que su nieto no había muerto, ordenó a sus sirvientes que llevasen al niño a un hormiguero, a fin de que las hormigas lo picasen hasta que muriera. Pero Quetzalcóatl estaba vigilante, y al enterarse de lo ordenado por el mal padre, indicó a las hormiguitas que alimentasen al chico con migajas de pan. Después, les dijo a las hormigas que colocaran  al niño en una canasta y lo echaran al río.

La corriente del agua se fue llevando la canasta, hasta que llegó a una orilla donde una mujer anciana estaba lavando ropa. Al ver la canasta sacó de ella al nene con mucho cuidado y se fue a su casa con el propósito de enseñárselo a su marido.
Después de mucho indagar si el retoño pertenecía a alguien que lo hubiese perdido, y como parecía que no pertenecía a nadie, la pareja de viejos decidió quedárselo. Pasaron los años, y en el transcurso de ellos el niño fue muy bien atendido. Así fue como creció el hijo del viento: Quetzalcóatl.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El Juego de Pelota: mito y simbología

El Tlactli, juego con connotaciones rituales y míticas, se jugaba en Mesoamérica desde 1400 a.C. (fecha aproximativa) durante las celebraciones religiosas y aún fuera de ellas. Posiblemente tuvo su origen en la zona olmeca; algunas pelotas de fecha muy antigua se han encontrado en la ciénaga del sacrificio en El Manatí, en la cuenca del río Coatzacoalcos. Se jugaba empleando las caderas, las rodillas y los codos derechos, intentando introducir una pelota de hule, de variable peso, en una argolla de piedra. Los jugadores formaban dos equipos de dos o siete jugadores cada uno. Las canchas en que se jugaba eran largas y estrechas, con paredes laterales cubiertas de yeso y decoradas. Las reglas del juego variaban según la cultura que lo jugaba. Fray Bernardino de Sahagún nos dice al respecto: …y el que metía la pelota por allí ganaba el juego; no jugaban con las manos sino con las nalgas herían a la pelota; traían para jugar unos guantes en las manos, y una cincha de cuero en las nalgas, para herir a la pelota.

Un juez vigilaba el juego, los jugadores se enfrentaban en una cancha dividida en dos, y se lanzaban una pelota de aproximadamente tres kilos que debía ser tocada por alguna parte del cuerpo, o por algún implemento como un mazo o un guante. Según Pedro Martínez Moya: Los tantos se obtenían cuando la pelota se recogía o golpeaba con una parte del cuerpo no autorizada; cuando la pelota era muerta o perdida. Cuando se comete una falta (patear la pelota) con el pie, el equipo contrario lograba obtener de 1 a 4 rayas (tantos que eran convenidos previamente) y la posesión de la pelota (M.C.D. Guatemala, 2001). Como era excepcional pasar la pelota por el aro, cuando esto se lograba se ganaba el juego y el jugador que lo conseguía era agasajado con premios y honores (Bello y Picardo, 1998; De La Garza, 2000).
El simbolismo del juego de pelota más aceptado nos dice que la pelota era la representación del Sol, y las metas de piedra connotaban la salida y la puesta del astro o los equinoccios. Se le ve, asimismo como la lucha entre el día y la noche; los campos de juego se consideraban como los umbrales del Inframundo. En la zona del Tajín el juego simbolizaba la fertilidad, y el sacrificio de un jugador  constituía un rito propiciatorio de la renovación de la planta que proporcionaba el pulque.

En algunas regiones como en Teopantecuanitlan, el juego constituía la representación de los acontecimientos cósmicos, pues la cancha donde se realizaba representaba al cosmos, el modelo quincunce del universo entero. El desplazamiento de los jugadores en el universo connotaban los movimientos del Sol y de la Luna, que remitían a la lucha antagónica de los astros y a los tiempos míticos de la creación. Al ser sacrificado el perdedor, devenía la ofrenda dada a los dioses, a fin de que el mundo siguiese con su continuidad.

En el Popol Vuh, libro sagrado de los mayas, los hermanos gemelos Hunahpú e Ixbalanqué, representan al Sol y la luz, al enfrentarse contra los Señores de Xibalbá, del Inframundo, que representaban la oscuridad, en un terrible y magnífico partido de pok a pok, llevado a cabo en Chichén-Itzá, en el cual los hermanos son sacrificados, para luego transformarse en el Sol y la Luna. Cada vez que los mayas realizaban un juego de pelota, conmemoraban las hazañas de los gemelos Hunahpú e Ixbalanqué. La enorme y bella cancha de Chichén-Itzá data del Período Clásico. Como diría Ignacio Guevara en un artículo de México Desconocido: Evidentemente, aquel antiguo mito del juego de pelota que se relata en el Popol Vuh está presente en estos relieves: la vida y la muerte, el enfrentamiento entre la luz y la oscuridad, y la planta que simboliza el número siete, que es fertilidad; todos los elementos nos recuerdan que del sacrificio surge la vitalidad que dará continuidad a la existencia de los hombres en este complicado mundo creado por los dioses.

Dentro de la mitología nahua un mito nos relata que el rey tolteca Huémac jugaba contra el dios de la lluvia y el agua Tláloc; la apuesta consistía en plumas de quetzal y piedras preciosas. Al ganar el partido Huémac en lugar de lo acordado, recibió elotes y hojas de maíz joven. El tlatoani se negó a recibirlos, debido a lo cual el dios de la lluvia se enojó y castigó a los toltecas con cuatro años de dura sequía, lo que dio inicio al fin del reinado tolteca.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Xiuhtecuhtli

El Señor Azul, dios de suma importancia en la cultura nahua, fue el dios del fuego. Desde la época en que los mexicas andaban del tingo al tango, ya se le adoraba. Se le conoce como el Señor de la Hierba y como el Señor de la Turquesa. Siguiendo la tradición de la multi personalidad de los dioses del panteón mexica, El Señor Azul tuvo varios nombres: Huehuetéotl, el Dios Viejo; Cuezaltzin, Llama de Fuego; y Izcozauhqui, el Cara Amarilla. También se le llamó Culebra de Luz. Xihuitl simboliza el principio creador que proporciona calor y vida, dios del fuego que purifica la tierra y renueva la naturaleza y las cosas en general.

Iba desnudo, sólo le cubría una capa de plumas amarillas, la barba pintada de negro y rojo; plumas verdes adornaban su corona, y lucía orejeras de turquesas azules. En la mano derecha portaba cinco chalchihuites de hermoso color verde. Deidad del día y del calor, señor de los volcanes, y personificación de la vida después de la muerte. Patrono de de los tlatoanis, a quienes se les consideraba la encarnación de Xiuhtecuhtli.
Se le dedicaban varias ceremonias: una al año, otra cada cuatro, y al cumplirse cincuenta y dos años, se festejaba el Fuego Nuevo. Se le sacrificaban esclavos que simbolizaban los colores del fuego; a saber, el Xocauhqui Xiuhtecutli, amarillo; el Xoxouhqui Xiuhtecutli, el azul celeste; el Tlaltlauhqui Xiuhtecutli, el rojo; y el Iztac Xiuhtecuhtli. Todos ellos colores sagrados, como sus nombres lo indican.

Junto con Chantico, personifica a los dioses padres de todos los dioses y de la humanidad: Ometecuhtli y Omecíhuatl. Uno de sus símbolos fue la cruz de los rumbos sagrados del universo.

Las tres partes que componen el mundo: la terrestre, el inframundo y el ámbito celestial, fueron unidas por Xiuhtecuhtli, quien desde el Mictlan subió hasta el Cielo pasando por la Tierra como una columna de fuego, para mantener a los tres planos unidos. Cuando se extinga la columna de fuego el mundo llegará a su fin.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Hick Vick, el Hombre Águila

Un día, en cuanto el Sol salió, el jefe de un pueblo pima llamado Cactus se dirigió a sus habitantes y les dijo: -¡Querido pueblo, los dioses nos han bendecido, en nuestros graneros tenemos suficiente comida almacenada para pasar todo el invierno! Mañana por la madrugada todos los guerreros deben partir a la caza del conejo. Cada hombre deberá ir provisto de cuatro flechas. ¡Ahora vayan a reparar sus armas! Todo el pueblo estaba contento dedicado a sus labores cotidianas con alegría. Las mujeres tostaban trigo y lo molían en metates, para que los hombres lo bebiesen con agua durante la cacería. Una hermosa muchacha de nombre Flores Altas, huérfana que vivía con su tío, se encargó de llevar a los niños del poblado a que lavasen las jícaras de calabaza y las llenaran con agua potable para los guerreros.

Antes de salir el Sol, los guerreros salieron hacia los terrenos de caza, hacia la Montaña de la Superstición. Al llegar Hick-Vick, Pájaro Carpintero, un joven cazador, exclamó: -¡Sólo tengo dos flechas! El jefe le indicó que regresase a la aldea por las otras dos, que lo esperarían a la sombra de un mezquite. Cuando el joven llegó a la Montaña Inclinada, se detuvo para beber un poco de agua, y escuchó la voz de una mujer que le decía: -¿No quieres beber un poco de pinole del que tengo en este recipiente? El joven aceptó y a cada trago que daba sentía como que le salían espinas de pino por todo el cuerpo. Al poco rato, Hick-Vick se había convertido en una gran águila. La mujer, que en realidad era una mala bruja, se reía al tiempo que le anunciaba que de ahí en adelante sería el Hombre Águila.

Mientras tanto, el jefe y los cazadores se impacientaban por la tardanza del muchacho. Uno de ellos fue a ver qué sucedía. Cuando llegó a la Montaña Inclinada vio a una enorme águila que tenía la cabeza y la cara de Hick-Vick. Regresó con sus compañeros corriendo y les comunicó el hallazgo: -¡He visto a Hick-Vick convertido en águila parado en un ojo de agua, y a una horrible vieja correr por la montaña con una jícara en las manos! Entonces, el jefe les dijo a los guerreros que en otro tiempo pasado hubo una hermosa muchacha, pero como era orgullosa y muy desobediente con sus padres, los dioses decidieron convertirla en una bruja fea, que desde entonces vivía en una cueva de la Montaña Inclinada, y que gustaba de salir, de vez en vez, a embrujar a los hombres, lo cual era indicio de que los dioses estaban enojados. Y ordenó regresar al poblado. Cuando llegaron al ojo de agua, se toparon con el Hombre Águila, le lanzaron flechas, pero el ave las atrapaba con sus garras, voló hacia una rama y emprendió el vuelo. Los cazadores siguieron su camino al pueblo.

El Hombre Águila se fue a vivir a una cueva en la cima de un acantilado y cazaba para satisfacer su hambre. Cuando no encontró más caza, empezó a atacar a la gente de su pueblo. Un cierto día vio a Flores Altas y se la robó. Afligidos y asustados, los habitantes decidieron dar muerte al Hombre Águila. El tío de Flores Altas se acordó del Hermano Mayor, un dios sabio y viejo. Al otro día se dirigió a la casa del Hermano Mayor, en lo alto de la Montaña del Sur para pedirle ayuda; pero el tío regresó decepcionado pues no lo encontró. Todos los días alguien iba hasta la casa del dios, sin resultado positivo. Después de un año, cuando quedaban muy pocos habitantes en el pueblo de cactus, un cazador encontró por fin al Hermano Mayor y le pidió ayuda. El dios le dijo que les ayudaría una vez que hubiesen pasado cuatro días. Ante tal aviso el jefe del pueblo y los indígenas se pusieron muy tristes. Mientras tanto, el Hombre Águila seguía haciendo de las suyas. Por fin llegó el Hermano Mayor y los guerreros lo llevaron al acantilado donde se encontraba la cruel águila. Cuando llegaron, el Hermano Mayor sacó cuatro estacas de madera muy dura. Con su hacha clavó la primera estaca a un lado del acantilado y les dijo a los cazadores que regresaran al pueblo y que si veían flotar nubes blancas sobre la Montaña, era señal de que había matado al Hombre Águila, pero si por el contrario las nubes eran negras, indicaba que había sido asesinado por el Águila. El Hermano Mayor empezó a ascender por la montaña lentamente y ayudándose con las estacas. Cuando llegó a la cima, se asomó a la cueva donde vivía el Hombre Águila,  Flores Altas, al verlo, emitió un grito de alegría. Hermano Mayor le preguntó a la muchacha que cuando regresaba el Águila, a lo que ella respondió que hacia el mediodía. Había que poner manos a la obra. Pero Flores Altas le advirtió que el niño que tenía daría aviso, ya que era malo como su padre. Entonces, Hermano Mayor tomó cenizas de la chimenea, las puso en la boca del niño y ya no pudo hablar bien. Rápidamente se convirtió en una mosca y se escondió debajo de un cadáver. Cuando llegó el Hombre Águila, su hijo corrió y le dijo palabras ininteligibles. -¡No entiendo nada de lo que dices, que me lo diga Flores Altas! Pero ella respondió que no era nada importante. Así, el Hombre Águila se puso tranquilamente a comer su nueva cacería. Flores Altas se puso a cantar una dulce canción y chiflaba después de cada estrofa. El Hombre Águila le preguntó la razón por la que cantaba, a lo que ella arguyó: -¡Es que estoy feliz porque trajiste mucha carne a la casa!

Cuando el Hombre Águila se quedó dormido, el Hermano Mayor le dio un fuerte golpe en la cabeza con su hacha y lo mató; le arrancó la cabeza y la arrojó hacia el Este, y su cuerpo hacia el Oeste. Lo mismo hizo con el niño. Cuando Hermano Mayor y Flores Altas empezaron a descender, la Montaña se tambaleó, ¡Tan fuerte era el poder del Hombre Águila! En el pueblo todos vieron flotar las nubes blancas en la cima, y así supieron que había muerto el Hombre Águila y que ya eran libres gracias al dios Hermano Mayor. Flores Altas regresó a la casa con su tío y todos volvieron a ser felices.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Napatecuhtli, el dios de los petateros

Cuentan los antiguos mexicanos que en el Tlalocan existía un dios llamado Napatecuhtli que gustaba de pintarse el cuerpo y la cara de color negro. En su faz agregaba motas de color blanco. En su cabeza lucía una corona de papel que pintaba con sus colores simbólicos: el blanco y el negro. A sus espaldas caían unas especies de borlas que estaban colocadas en un penacho situado en la coronilla, fabricado con tres hermosas plumas verdes de quetzal. Una faldilla amarrada a la cintura que le llegaba hasta las rodillas, era de fino algodón hilado con decoraciones en sus colores favoritos: el blanco y el negro. Calzaba huaraches negros y portaba en la mano izquierda un escudo, y en la derecha un bastón decorado con flores de papel.

Napatecuhtli fue el dios de los artesanos petateros, cuya materia prima era la juncia, él había inventado el arte de tejer, no solamente los petates, sino también de elaborar icpales (asientos) y los tolcuextli. Gracias a la bondad y sabiduría del dios petatero, a los artesanos no les faltaban ni las juncias, ni las cañas, ni los juncos que posibilitaban su labor. Por esta razón a ellos correspondía mantener el templo dedicado a Napatecuhtli limpio y en buen estado, y provisto de numerosos icpalis y petates.

El buen Napatecuhtli no solamente era el dios de los tejedores, sino que también fue uno de los más importantes Tlaloques, los dioses del agua, por ello sus oficiales le adoraban en una gran celebración, para que no fuera a faltarles el agua que propiciaba la aparición de las plantas necesarias a su labor artesanal. Para su festejo, los sacerdotes escogían un esclavo al que vestían con los ornamentos de Napatecuhtli y que sería sacrificado en su honor. Cuando le llegaba la hora, en su mano colocaban un recipiente de color verde con agua y con un ramo de salce el “dios” rociaba a los asistentes. Algunas veces, fuera del día de la fiesta, si algún artesano de la juncia deseaba homenajear particularmente al dios, un sacerdote, ataviado a la manera de su imagen, recorría las calles esparciendo el agua con el ramo. Al llegar a su destino, es decir la casa del artesano, se colocaba en un lugar especial y los habitantes le rogaban que le otorgase parabienes a la familia y protediera la casa. Después, se debía ofrecer comida al sacerdote-dios, a los otros sacerdotes que le acompañaban, y a los invitados a la festividad particular. Así el artesano agradecía a Napatecuhtli la prosperidad que le había brindado. El costo de la celebración era alto, pero no importaba con tal de agradecer los favores y esperar que Napatecuhtli continuase siendo benévolo.

Al terminar la fiesta, los oficiantes  cubrían al sacerdote-dios con una manta blanca y se le conducía hasta el templo del barrio a que pertenecía. Mientras tanto, en la casa del artesano se realizaba una gran comilitona en la que participaban los amigos y los familiares invitados para tan gran ocasión.

Sonia Iglesias y Cabrera


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El Gran Diluvio

Cuentan los narradores mazatecos que antes de que existiera este mundo hubo otro mucho más viejo, que se destruyó por la ira de Dios. En esos lejanos tiempos, la gente del pueblo empezó a escuchar unos rumores horribles. Mensajes terribles caían del Cielo en los que se anunciaba que muy pronto el mundo sería destruido por un enorme diluvio, porque el dueño del universo estaba enojadísimo ya que las personas cometían malas acciones constantemente.
Ante estos amenazadores mensajes, todos los habitantes del pueblo estaban muy asustados, lloraban, temblaban de miedo, algunos morían de temor ante la catástrofe que se aproximaba, otros imploraban, y nadie sabía qué hacer. Uno de los habitantes del poblado, más espabilado que los demás, pensó que la solución sería crear un arca para subirse en ella y así salvarse.

Poco tiempo después, el cielo se puso completamente oscuro, un horripilante aire sopló por el este, y se escucharon fuertes tronidos por los cuatro rumbos sagrados. Empezó a llover muy fuerte, todo se empezó a inundar, el agua llegó hasta la punta del cerro y, en medio de esta espantosa lluvia e inundación, se veía al arca que flotaba.
Llovió durante cuarenta días sin parar; aquello fue horrible. De repente se apareció el Señor de Siete Colores, para dar aviso de que el mundo comenzaría. El Buen Dios envió a la Paloma Blanca y al Zopilote, sus mensajeros, para que vieran cómo había amanecido la Tierra. Cuando regresaron cumplida su misión, Dios les cuestionó acerca de lo que habían visto. El Zopilote le respondió: Pues verá usted, mi Señor, lo que yo encontré fue mucha carne, y como la oportunidad se presentaba buena, me puse a comer un poco. El Buen Dios, un poco escamado, le replicó: ¡Por lo que has hecho, de hoy en adelante te sentencio a comer carroña para siempre y a recoger todos los muertos que encuentres! Así fue cómo el Zopilote cumplió con su destino de depredador.

Dios se dirigió a la Paloma y le preguntó qué era lo que ella había observado en la Tierra. A lo cual la Paloma Blanca replicó: -¡Querido y santo Señor, yo lloré mucho cuando vi a los hombres, las mujeres y los niños muertos por el diluvio, fue muy triste, y el dolor casi me mata! Entonces el Buen Dios le dijo: -Buena y hermosa Paloma Blanca, comprendo tu dolor! Ahora quiero que los dos regresen a la Tierra y vean qué está provocando ese humo que se ve por el horizonte.
Los mensajeros volvieron a bajar a la Tierra, donde vieron a un hombre que encendía fuego y se movía de un lado para otro muy angustiado. Al regresar al Cielo le dijeron a Tata Dios que un hombre encendía fuegos, y que creían que era el único sobreviviente, que les dijera lo que debían hacer. Ceñudo, Dios afirmó que se encargaría de él, que le dejaran pensar. Después de mucho meditar, decidió convertir al hombre en mono y que perdiera todas sus capacidades de hombre, tal como son ahora. Esta es la historia del Diluvio.

Sonia Iglesias y Cabrera

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La carta

Tres hermanos que vivían en la región huave salieron un día a buscar trabajo. Cuando iban caminando el mayor de ellos se encontró a un viejo que le pidió un favor, pero el joven se negó. Lo mismo sucedió con el hermano siguiente. Al pedirle el favor al hermanito menor, aceptó; entonces el viejo le dijo que llevara una carta al otro lado del mar, le dio un burro y le recomendó que cuando el animal empezase a entrar en la mar se afianzara bien y no jalara la rienda para atrás. También le dijo que cuando hubiese cruzado el mar, se iba a encontrar con otro que se movía mucho, como si estuviera hirviendo. Después se toparía con otro océano de sangre, y que debía cerrar los ojos para que no se asustase. Pasada dicha mar, el muchacho llegaría a un potrero donde había mucha agua y los animales estaban muy flacos. En seguida, debía pasar otro potrero en el cual los animales eran todos gordos. El viejo le dijo que siguiese adelante, hasta encontrar dos cerros que se peleaban, en cuyo medio se encontraba un camino que solamente podría pasar si confiaba en su palabra. Más adelante encontraría a cada lado del camino dos serpientes luchando, debía pasarlas con los ojos cerrados y no volver la cabeza atrás. Poco después, el joven debía llegar a donde se encontraba un viejecito que esperaba la carta.

Todo salió bien, el viejito recibió la carta y el muchacho regresó. Al verlo el viejo le preguntó si había obedecido en todo, el joven asintió. –Bueno, en vista de que fuiste obediente y entregaste la carta, y como sé que estás buscando trabajo, dime que es lo que quieres, que yo te lo daré. Entonces, Juanito, que así se llamaba, dijo que quería ser un buen pescador. El viejo dijo que tendría mucha pesca de peces y camarones en todos los mares, pero que solo llenara una canasta con los peces que no se avorazase y así, si lo obedececía, nunca le faltara qué pescar.
Lo que nunca supo Juanito, o tal vez lo intuyó, es que ambos viejecitos eran el mismo Jesucristo que se le había aparecido para ayudarlo como premio a su obediencia y buen comportamiento.

Sonia Iglesias y Cabrera