Categorías
Mitos Mexicanos

Yacatecuhtli y su báculo

El Señor de la Nariz, dios del comercio y el patrón de los comerciantes, tuvo su origen en Pochtlan, localidad que se encontraba al sur de Xochimilco, y que fuera asiento de mercaderes tepanecas. El otro nombre de la deidad fue Yacacoliuhqui, “el de la nariz larga”. En su templo se le vestía con papel sagrado, mismo que se le ofrecía en su adoratorio donde estaba instalada su imagen. El bastón que empleaba para caminar se veneraba tanto como al dios, todos los comerciantes empleaban este adminículo para ayudarse en sus largas travesías. Cuando iban en caravana y llegaba la hora de dormir, los bastones de todos los pochtecas se ponían formando una gavilla, le ofrecían su sangre que brotaba de la lengua, orejas, brazos o piernas, y le quemaban copal para que los protegiese de los innumerables peligros a los que se exponían. Este báculo, llamado ótatl, estaba hecho de una caña muy fuerte y resistente. Asimismo, durante la ceremonia llamada lavatorio de pies, cuando regresaban los mercaderes de sus viajes, colocaban al báculo en un lugar del templo del barrio y le ofrecían acáyetl, flores y comida.

Yacatecuhtli contaba con cinco hermanos y una hermana: Chiconquiáhuitl, Xomócuitl, Nácatl, Cochímetl y Yacapitzzáhuac, la hermana se llamaba Chalmecacíhuatl, a todos ellos se les veneraba y se les ofrecían esclavos vestidos a la manera del dios Yacatecuhtli. Dichos esclavos procedían del mercado que se encontraba en Azcapotzalco. Los elegidos debían ser perfectos de cuerpo y estar absolutamente sanos. Antes de ser sacrificados, los esclavos destinados al sacrificio estaban bien muy bien cuidados: se les bañaba, se les alimentaba sustanciosamente para engordarlos, y se les hacía cantar y bailar para que se entretuvieran y estuvieran contentos y se olvidaran de la muerte inminente que les aguardaba. Cuando llegaba el tiempo de la fiesta Panquetzaliztli, se les sacrificaba. Pero si entre los esclavos había un hombre o una mujer que poseyeran algún don sobresaliente como cantar o bailar muy bien, o tejer y cocinar de manera excelsa, los sacerdotes podían comprarlos y quedarse con ellos para su servicio.

El dios Yacatecuhtli se representaba como una persona que fuese caminado con su bastón; la cara la llevaba pintada de negro y blanco, en la cabeza lucía un tocado de borlas de plumas de quetzalli, y portaba hermosas orejeras de oro. Cubría su cuerpo con una manta azul adornada con flores bellísimas y cubierta con una red negra. Llevaba cactlis de oro labrado, y los tobillos adornados con caracolitos marinos hechos de oro. Fray Bernardino de Sahagún nos informa en su obra Historia General de las cosas de Nueva España: Muy bien arreglada su cara. Su gorro de papel puesto en la cabeza; su collar de piedras finas verdes; su camisa y si faldellín con flores acuáticas (bordadas o pintadas) En sus piernas, sonajas y cascabeles; sus sandalias, principescas. Su escudo, con la insignia del Sol; en la otra mano u  haz de mazorcas enhiesto.

En las ceremonias dedicadas a venerarlo, los músico y cantores le entonaban el siguiente canto: Sin saberlo yo fue dicho/ Sin saberlo yo fue dicho/ a Tzocotzontla fue dicho/ Sin saberlo yo fue dicho/ A Pipitla fue dicho/ A Pipitla sin saberlo yo fue dicho/ A Cholotla fue dicho/ A Pipitla sin saberlo yo fue dicho/ El sustento merecí:/ No sin esfuerzo mis sacerdotes me vinieron a traer el corazón del agua, de donde es el derramadero de la arena…

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Mitos Cortos

La Tierra

Los mayas yucatecos actuales consideran que la superficie de la Tierra, U Yook’ol Kaab’,  es plana; cada una de sus esquinas, las kan tu’uk, simbolizan las posiciones del Sol en los atardeceres y amaneceres de los solsticios de invierno y verano. Los rumbos sagrados del universo están situados en los lados de dicho plano. El lado que se encuentra situado hacia el Este se llama La-K’in; el del Oeste se conoce como Cik’in; al sur corresponde el Nohol; y al norte se le conoce como Saman. Lak’in Nohol, Sureste, corresponde al amanecer durante el mes de diciembre. En cambio, la salida del Sol en el mes de junio recibe el nombre de Lakk’in Saman. Es claro que se trata de los solsticios, llamados Kóoc U Táan K’i’in, cuyo significado es “cuando el lado del Sol es ancho”. En cambio, durante el equinoccio, cuando el Sol asoma a la mitad del lado llamado Lak’in, se dice que tiene su lado estrecho, Ku Un’utal Ki’in.

El Sol, Jesucristo, de nombre Halal Dios, tiene a los Chaacoob, diosecillos de la lluvia que habitan en una de las esquinas del plano de la Tierra, ya que son cuatro los babahtunoob: Sakbabahtun, de color blanco; Ek’babahtun, negro; K’an Babahtun, amarillo; y Ya’ash Babahtun, amarillo, situados en el noreste, noroeste, suroeste y sureste, respectivamente.
Los Baalamo’oob’, deidades que están encargados de vigilar y proteger a los seres humanos, habitan las esquinas del plano de la Tierra, y en general en las esquinas de los lugares importantes como las milpas, los pueblos, las casas, etc. Se les conoce con los nombres de Ah Kanan, el Protector; Ah K’at, el Enano de Barro; Ah Báalam, el guardián; y Ah Túun, la Piedra.

En Kumuk Lu’um, el centro de la Tierra, habitan los seres humanos, y se cree que es la proyección del centro de la Bóveda Celeste, O Cumuk Ka’an. En esta bóveda está situado un agujero que permite acceder al Cielo (el cénit solar) Dicho agujero es muy importante, pues es a través de él que los rezos y peticiones de los hombres llegan hasta Halal Dios, y por el mismo conducto, Jesucristo envía las curaciones pertinentes que los curanderos emplean para sanar a las enfermos, las cuales son mucho más eficaces cuando las peticiones se hacen al mediodía. Entre el orificio celeste y la Tierra existe una sustancia mágica, la Yiicil Ka’an, que es psicopompe entre las divinidades y los simples mortales.

El Sol y la Luna salen de una enorme cueva, hacen su recorrido y se meten a otra gran cueva, por supuesto llevan a cabo separadamente su recorrido. Las cuevas sagradas reciben el nombre de Áaktun, colocadas una en el Este y otra en el Oeste.

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Mitos Mexicanos

Ixtilton, el Negrillo

El dios Rostro Negrito fue un dios muy querido, patrono de la medicina, los juegos y los festivales. Se cuenta que era muy acertado en lo referente a la curación de los niños, y sorprendente para hacerlos hablar cuando algunos eran renuentes. Como también era el Señor del Agua Negra, la Tlítatl, que por cierto tenía propiedades curativas, daba su agua tintosa para que los humanos dibujaran con ella sus códices.

Ixtlilton gustaba de pintarse la cara de color negro, en la cabeza se adornaba con pedernales, y en su pecho llevaba un collar de cuentas de fino cristal. A la espalda portaba un abanico de plumas en el que aparecía la figura del Sol, que se repetía en los pectorales que llevaba cruzados. En un mano sostenía un escudo con el símbolo solar, el tonaliochimalli, y en la otra un bastón con la figura de un corazón, el tlachialoni, que le posibilitaba ver el interior de las almas de los humanos.
Cuando algún buen ciudadano de importancia de Tenochtitlan deseaba hacer una fiesta en honor de tan supremo dios, recurría a los sacerdotes de Ixtilton para que lo auxiliaran, pues ellos se encargaban de llevar a la celebración a los danzantes y a los músicos que los acompañarían en sus danzas, uno de ellos se encargaba de personificar al dios y era él quien principiaba y dirigía las danzas.

Su templo, llamado Tlacuilocan, era el lugar donde se le realizaban ceremonias. Para principiar los ritos, se colocaba su imagen en una especie de altar elaborado con maderas decoradas, en el cual se ponían muchos recipientes que contenían agua negra tapados con un comal; dicen los abuelos que esta agua era maravillosa para curar las enfermedades, especialmente las que aquejaban a los niños. El sacerdote principal se ataviaba con los aderezos del dios Ixtlilton, que de esa guisa se dirigía a la casa del que ofrendaba la fiesta, en medio de danzas, cantos y humo de copal. Los danzantes llevaban flores en las manos y estaban vestidos con ricos plumajes, ejecutando  bellos pasos al son el teponaztle. Cuando los sacerdotes y comparsas llegaban a la casa del que ofrecía la fiesta, lo primero que hacían era beber y comer, para luego dedicarse de lleno a la danza y al canto en honor a Ixtlilton realizadas en el patio. Después de haber bailado cierto tiempo, el “dios” se dirigía a la casa, justamente hacia las tinajas que contenían el pulque. En ese momento daba inicio el tlayacaxapotla, como se denominaba la abertura de los recipientes que contenían la sagrada bebida. Una vez satisfechos, el sacerdote se acercaba a las tinajas que contenían el agua negra sagrada, que habían permanecido cerradas por cuatro días, las abría, y se las ofrecía al dios. Si por mala suerte al abrirse las tinajas alguna de ellas contenía alguna basura como pelos o pajas, el sacerdote deducía que el anfitrión que ofrecía la fiesta no era un buen hombre, sino adúltero, ladrón o lujurioso y, delante de todos los convidados, el sacerdote desenmascaraba sus vicios y su tendencia a la discordia. Cuando el sacerdote-dios decidía partir, le obsequiaban mantas llamadas ixquen, cuyo significada era “abertura de la casa”, para que todos se dieran cuenta que el dueño  no era muy honorable.

Al templo de Ixtlilton acudían también los desesperados padres cuyos hijos estaban enfermos. Si podía hacerlo, debían bailar para el dios y pedirle, con bellas palabras, que les devolviese la salud. Hecho lo cual, el sacerdote les hacía beber del agua sagrada, el Tlilatl, y les reflejaba la cara en una tinaja para saber si su tonalli, su alma, había o no, abandonado al infante.

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Mitos Cortos

De cómo Titlacahuan embortrachó a Quetzalcóatl

Titlacahuan era un  mago que detestaba a Quetzalcóatl y quería terminar con él, humillarlo y devaluarlo. Lo odiaba porque en realidad era Huitzilopochtli en una de sus tantas encarnaciones y, como es sabido, los dos dioses siempre estuvieron en pugna. Un día Titlacahuan decidió acercarse al palacio de la Serpiente Emplumada para hacerle una maldad. Se transformó en un viejecito chiquito y canoso, se encaminó a la casa y llegado les dijo a los criados que cuidaban la puerta: ¡Quiero ver al gran tlatoani Quetzalcóatl! Los criados le respondieron que eso era del todo imposible ya que su señor se encontraba bastante enfermo y no se le podía molestar, so pena de enojarlo. Pero Titlacahuan insistió y no les quedó otra a los esclavos que avisarle a su amo, a quien dijeron que un viejito latoso insistía mucho en verlo personalmente. Entonces, Quetzalcóatl dio orden de que dejasen pasar al nigromante.

Al encontrarse frente al tlatoani, Titlacahuan le dijo: ¡Sé que está muy enfermo, por eso insistí en verlo! Pero aquí traigo una medicina que es magnífica y lo curará de sus malestares! Quetzalcóatl se alegró, pues como le dijo al viejo se encontraba muy mal, le dolía todo el cuerpo y no podía mover ni las piernas ni las manos. Titlacahuan le dio a beber la medicina diciéndole que era maravillosa, muy saludable, quien la tomara se emborracharía y sus males se terminarían, a la vez que el corazón se le ablandaría y que ni se acordaría de los males y fatigas que le esperaban en su viaje. Extrañado Quetzalcóatl le preguntó a que viaje se refería, el nigromante le dijo que tenía que ir a Tullantlaoallan, donde otro viejo lo esperaba para dialogar, que una vez hecho el viaje regresaría sano como un jovenzuelo. A regañadientes Quetzalcóatl probó la bebida, la encontró sabrosa y refrescante, y al momento se sintió curado. El viejo malvado le instó para que bebiese más, hasta que la Serpiente Emplumada se emborrachó, lloró y se puso sentimental, pues lo que le había dado Titlacahuan no era otra cosa sino teometl, el “vino blanco de la tierra”, el sabroso pulque.

Así se preparaba la terrible tragedia del exilio de Quetzalcóatl.

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Mitos Mexicanos

Y el mundo se hizo…

Cuentan los ancestros tarahumaras que para que el mundo llegara a ser lo que es actualmente debió pasar por varias etapas formativas que se sucedieron unas a otras, y fueron destruidas por diluvios o por aguas hirvientes. Antes de la última destrucción del mundo había ríos cuya corriente corría hacia el lugar en donde el Sol se pone. Cuando solamente había arena, los Osos se dieron a la tarea de darle forma a la Tierra. Anteriormente, había muchas lagunas, pero cuando los hombres se pusieron a bailar el yumari, se formó la Tierra, y las rocas, que antes eran pequeñas y blandas, crecieron y se endurecieron y adquirieron la vida que llevan dentro. La Tierra era plana y las personas brotaban del suelo para vivir nada más por un año y morir en seguida, no vivían mucho. Otros abuelos cuentan que los hombres bajaron del Cielo y Tata Dios los llevó a las montañas, junto con el maíz y las papas que llevaban en las orejas. Esas montañas se encontraban en el centro del universo; para llegar a ellas los hombres fueron del noreste al este. Dios pensó en enviarles agua y creó los aguajes, de los cuales hay muchos en los llanos y junto a los arroyos. Cuando Dios creó al hombre le dio su aliento, y desde entonces se creó el Viento, el Aire, que sale por los agujeros de las tuzas, por las cuevas y por los aguajes donde viven víboras que ayudan a sacar el aire, porque en eso trabajan, sacando el aire, luego regresan a descansar con sus camisas rotas por arrastrarse en el suelo de cerros y planicies. Cada ojo de agua, río o fuente tiene una víbora que hace que el agua brote en la Tierra, son muy susceptibles y no se debe molestarlas. El símbolo del agua es la espiral cuyo movimiento connota la creación del mundo.
Cuando Dios creó al mundo también hizo el arcoíris que pintó con hermosos colores, para que los hombres pudieran verlo después de la lluvia, pero advirtió que no se le puede señalar con el dedo porque la persona que lo hiciera se enfermaría. El arcoíris es muy veloz, si algún tarahumara sale corriendo tras él y lo alcanza, se convierte en un buen corredor, y el arcoíris ya no corre más.
En los aguajes viven los witariki, “los que son de mierda”, seres sobrenaturales muy feos pero con mucho dinero invertido en ganado. Ellos roban el alma de las personas en el sueño y se la coman. En el mundo subterráneo habitan los teré gatíame, comandados por un dios llamado Terégor, “el de la casa de abajo”, patrón del Inframundo, con apariencia de lobo al cual le gusta matar a los seres humanos. También se le conoce con el nombre de Witura “el que es mierda”, quien detesta a todos los que habitan arriba de su mundo.
Los aguajes son lugares sagrados porque ahí moran las serpientes y los witáriki que como quedó asentado roban y devoran las almas de las personas; para tenerlas contentas y tranquilas cada año se lleva a cabo un ritual que consiste en poner una ofrenda en los manantiales, para que se alimenten junto a su dueño. Se danza a la entrada de los manantiales y se ofrece la comida depositada en una ofrenda; así, el aguaje estará satisfecho y proporcionará agua y salud a los hombres. Si alguien pasa por la noche por un aguaje, debe ofrendarle comida, so pena de perder el alma o de que una rana se duerma en su sexo y le provoqué un fuerte daño: al que se le ha parado una rana en el sexo debe cambiar de género cada mes, y sus características de personalidad también cambiarán, y ya nunca podrán tener hijos.
El mundo está formado por niveles: abajo se encuentran los anos de la Tierra, de los que proviene el gran mar que la rodea. Los anos están  cuidados por unos seres pequeñitos que carecen de ano y se alimentan de los pedos de maíz de los hombres.

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Mitos Cortos

El Abuelito y el maíz

Hace mucho tiempo, un ancestro de los indígenas otomíes, el Abuelito, pidió a Dios una semilla para poder sembrarla y proporcionarles alimento a todos los hombres. Entonces Dios, llamado entre ellos Ojä, le dio varias semillas que la Abuelita, la esposa del Abuelito, se apresuró a guardar en una caja para que no le pasara nada. El Abuelito para poder sembrar los granos tuvo que limpiar siete colinas. Pero no pudo realizar su tarea porque al querer quemar el terreno, el Fuego, Tsibi, no quemó nada, ya que faltó el auxilio del Viento, Dähí, para darle fuerza, y  a quien no pudo encontrar porque no sabía dónde vivía. Entonces, el Abuelito encontró a una señora que era la Sirena y le preguntó si sabía dónde vivía el Viento. La respuesta fue que vivía en el cerro, pero que para poder encontrarlo debía emplear carrizos. El Abuelito tomó varios carrizos y les hizo un agujero en el medio. Cuando el Viento llegó, sopló a través de los agujeros y el Abuelito se dio cuenta de que ahí estaba, había encontrado a Dähí. Le pidió que lo ayudase a preparar el terreno para sembrar, pero el Viento le respondió que, acompañado de músicos, le chiflara cuatro sones.

Cuando el Viento escuchó los sones, se puso a bailar y… apareció el fuego. Las laderas de las colinas se quemaron, ya que el fuego se esparció por todas ellas, y el terreno quedó listo para sembrar el maíz. Pasados cuatro días, el Abuelito llamó a doce peones para que lo auxiliaran en su tarea. Llegaron muchos animales, entre ellos el Armadillo, el Coatí, el Jabalí, las Ardillas, y los Tejones. También llegó el Tlacuache, pero sin morral para guardar las semillas, por lo que el Abuelito le dio uno. El Armadillo si había llevado su morral, y la Ardilla guardaba las semillas en la boca y así sembraba. Al ver a tantos peones ayudantes, el Abuelito pensó que la comida no sería suficiente para alimentarlos, pero el Viento-Sirena le dijo: – ¡Echa cuatro granos de maíz en agua de nixtamal, y tapa bien la olla! Los granos se  transformaran en veintiocho elotes para hacer las tortillas; pon cuatro en una canasta tapada y ¡se multiplicarán! El primero en comer las tortillas fue el Cuatoche, quien con su acción las multiplicó. Entonces, el Abuelito invitó a todos los animales a comer, y desde entonces todos acuden a comerse lo sembrado en la milpa produciendo mucho “daño”, aun cuando el maíz nunca se termina por mucho que se lo coman.

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Mitos Mexicanos

El sagrado Chicomoztoc

En un cierto tiempo que ya nadie puede contar, del que ya nadie puede ahora bien acordarse,  quienes aquí vinieron a sembrar a los abuelos,  a las abuelas,  estos, se dice, 
llegaron, vinieron. Por el agua en sus barcas vinieron,  en muchos grupos,  y allí arribaron a la orilla del agua,  a la costa del norte,  y allí donde fueron quedando sus barcas, se llama Panutla.
Topiatiztli.

El Lugar de las Siete Cuevas, el sagrado Chicomoztoc, fue fundado por grupos toltecas provenientes de Aztlán, entre los límites de Tamaulipas y Veracruz. Según considera el investigador Jesús Cabral, Chicomoztoc se encontraba ubicado al sur de la zona cultural llamada áridoamérica, en algún lugar hacia el norte del altiplano central, sitio de origen de los pueblos mexicas, tepanecas, acolhuas, y en general de todos los pueblos nahuas. De donde salieron siete, o trece tribus con sus propias particularidades, pero todas ellas pertenecientes al mundo tolteca, que no hay que confundir con Aztlán que ya existía cuando se fundó Chicomoztoc (Cabral). Es un hecho que nada sabemos de la cultura de aquellos iniciales grupos que un día poblaron Chicomoztoc.

Según la Crónica Mexicáyotl “era una roca con siete agujeros, cuevas adjuntas en un cerro empinado”, una alta colina elevada con siete cuevas, que para Tim Tucker: …nos lleva a la zona arqueológica de Teotihuacan y, después, hacia el sur. La evidencia cartográfica y topográfica apunta hacia un cerro llamado Chiconauhtla, posible ubicación del ancestral Chicomoztoc.

Para otros investigadores, en el sitio arqueológico de La Quemada, al sur de la ciudad de Zacatecas, en el Municipio de Villanueva, estuvo ubicado el mitológico Chicomoztoc. Algunos estudiosos no han desdeñado la creencia de que Chicomoztoc se encontraba en el Valle de México, en uno de los primeros asentamientos, justamente en Culhuacan, el “lugar de las personas con antepasados”, tan venerado por los mexicas, quienes se llamaban a sí mismos culhuas-mexicas. Tales estudiosos afirman que se encontraba cerca de la hoy ciudad de San Isidro Culhuacan.

El cerro de Culiacán, anteriormente denominado Teoculhuacan Chicomoxtoc Aztlán, ubicado en el estado de Guanajuato, también ha sido objeto de especulación para demostrar que en este sitio se dio origen a las culturas más relevantes de Mesoamérica, convirtiéndose en el famoso Chicomoztoc.

Cerremos nuestra breve reseña con las palabras aparecidas en la revista Nepohualintzin:
En cuanto a Chicomoztoc, cuya grafía latina nos obliga a leer la palabra en castellano con el acento en la última sílaba, en Su Origen el nombre debió pronunciarse como una palabra grave o llana, cambio fonético suficiente para ocultarlo a los españoles, más si se entiende referido no a un sitio específico, sino a un lugar del tiempo: la época de las cavernas, cuyo numeral (chicome, siete) se aplicaría en el sentido de “innumerable”: las cuevas innumerables en que habitaron los aztecas en los periodos glaciares, cuya evidencia paulatinamente se va revelando a los arqueólogos con el descubrimiento de infinitud de sitios con vestigios de Pinturas Rupestres, de los que tan solo en la Península de Baja California hay más de 600, muy pocos de ellos explorados, verbigracia, la Cueva del Ratón, que hasta nuestros días nadie se ha atrevido a fechar con una antigüedad mayor a los diez mil años, unos tres mil o dos mil años después de la última glaciación. He aquí el misterio de Chicomoztoc.

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Mitos Cortos

Amímitl, Dardo de Agua

Dardo de Agua, el dios de los lagos y los pescadores era bueno: protegía a los pescadores y apaciguaba tempestades. Muy adorado en la actual Tláhuac, que hace mucho tiempo era una isla llamada Cuitlahuac perteneciente al lago de Chalco, y en Xochimilco, lugar de chinampas, donde había muchos trabajadores del mar. Cuando el dios se enojaba porque sus protegidos no le rendían culto como debía ser, no vacilaba en enviarle terribles enfermedades de índole acuosa: gota, gripa, pulmonía…
Cuando llegaba el día de su celebración, los pescadores reunidos cerca del templo entonaban un himno en su honor, dirigidos por los sacerdotes. Himno muy bello, su teocuícatl, “canto de dioses”, que se acompañaba con música y danzas, y un vestuario sin igual, que decía: Junta tus manos, junta tus manos, en la casa, lleva tus manos a repetir este ritmo, y vuelve a separarlas, vuelve a separarlas en el lugar de las flechas. Une las manos, une las manos en la casa, por ello, por ello he venido, he venido.  Sí, he venido, trayendo a cuatro conmigo, sí he venido, cuatro están conmigo.  Cuatro nobles, bien selectos, cuatro nobles, bien selectos, sí, cuatro nobles. Ellos personalmente anteceden su rostro, ellos personalmente anteceden su rostro, ellos personalmente anteceden su rostro.

Otro teocuícatl dedicado a Amímitl, registrado por fray Bernardino de Sahagún, empezaba: Casa donde están conejos: tú vienes a estar en la entrada: yo vengo a estar en la casa de armas. ¡Párate ahí: ven a pararte ahí! Solo, solo, ay, lejos soy enviado.

Estos cantos se llevaban a cabo en la fiesta a Mixcóatl del mes Quecholli, ya que el dios Amímitl se identificaba con  dicha divinidad, dios de las tempestades, de la guerra, y la cacería.

Sonia Iglesias y Cabrera


Categorías
Mitos Mexicanos

El universo de los nahuas

Cuentan los abuelos de Chicontepec, Veracruz, que los dioses formaron al universo y a las personas en varias etapas. En la primera de ellas los hombres fueron hechos de barro. Se alimentaban de tierra y piedras. Pero un día llegaron unas fieras llamadas Tecuanimeh y destruyeron al mundo. Los dioses no desistieron y crearon a unos nuevos seres de papel. Se nutrían de la corteza de los árboles. Pero tampoco vivieron mucho y desaparecieron a causa de huracanes. Los dioses insistieron en su faena y decidieron crear a los hombres de madera que comían ojite y madera, pero también terminaron mal, pues murieron todos quemados. Los dioses no se daban por vencidos y dieron vida a hombres cuya carne era de tubérculos, los cuales también les servían como nutrimento. Como los tubérculos estaban cosidos, los hombres se comían unos a otros, los dioses decidieron castigarlos y desaparecerlos por medio de terribles inundaciones. Ompacatotiotzih, el dios máximo, ayudado por otras deidades, creo entonces  una pareja con los huesos de los antepasados, pasta de maíz y frijoles, la cual cobró vida gracias al sol, el viento, fuego, y el agua.
El dios quiso hacer la Tierra plana y cuadrada para que los tlamameh la sostuvieran en cada una de sus esquinas, asentados en el piso del Inframundo, donde había vivido la anterior camada de hombres. Estos cargadores hicieron un plano superior para que fuera el Cielo. A cada esquina correspondía un rumbo sagrado, determinado por el movimiento del Sol, las lluvias y la muerte. El Oriente, llamado Inesca Tonath, El Lugar donde sale el Sol, simbolizaba el color rojo; al Poniente, Ihuetzica Tonatih, El Lugar donde se oculta el Sol, correspondía el color amarillo; el Norte, Inesca Xopanatl, El Lugar donde surge la Lluvia, se representaba con el color blanco; y el Sur, Mihcaohtli, El Camino de los Muertos, era de color negro. A los lados del Cielo y de la Tierra, existen unas paredes que contienen a las aguas del mar, son las Faldas de la Tierra, las Tlalcueitl.
Desde entonces, el Cielo cuenta con siete capas cuadradas, llamadas Ehecapa, Lugar de los Vientos, donde viven el aire y los vientos buenos y los malos; sigue la capa Ahuechtla, donde se encuentra el rocío; la tercera corresponde a Mixtla, Donde moran las Nubes y el Granizo; después viene Citlalpa, el Lugar de las Estrellas; continúa la capa llamada Tekihuahtla, Donde se encuentran las Autoridades, los Tlamocuitlalhuianeh; sigue la capa denominada Teopanco, donde moran los santos católicos y las deidades prehispánicas como Ompacatotiotzih, Chicomaxóchitl, Macuilixóchitl, Tonatih, Meetztli, y Tlacotecólotl. Finalmente, se llega al límite del Cielo donde hay una valla: la Nepancailhuicac. Este último sitio es oscuro y sirve de tiradero a los dioses. En la parte superior de la Nepancailhuicac viven los colibríes que acompañan al Sol durante el mediodía.
Por su parte, el Mictlah, el Inframundo está formada por cinco capas. Da inicio la Tlaketzaltla, Lugar de Horcones, donde se encuentran los cargadores de la Tierra ya mencionados; en la siguiente capa viven el Monstruo de la Tierra y una tortuga donde están parados los cargadores; Tlalhuitzoctla, el siguiente escalón, alberga a losTlalhitzocmeh, los gusanos; en seguida, se sitúa la Tzitzimitla donde viven las tzitzimime y todos los fantasmas encargados de provocar sustos a los humanos. Sigua la capa llamada Mihcapantli, donde habitan Mikistli, el dios de los muertos, y Tlacatecólotl Tlahueliloc, el Hombre Búho Enojado. Así está conformado el universo de los nahuas.

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Mitos Cortos

Mito y rito de los voladores

El ritual de los voladores se empezó a practicar en Mesoamérica desde épocas muy remotas, desde el Período Preclásico Medio. Las culturas del Occidente de México lo representaron en figuras de cerámica. Se llevaba a cabo con la concepción de un eje central que simbolizaba el eje del universo, y como parte de ritos de fertilidad y de sacrificios gladiatorios. Los mexicas la adoptaron dentro de sus rituales asociados con el Sol.

Fray Juan de Torquemada nos dice que para llevar a cabo el rito se traía de los montes un tronco grueso de árbol, se le quitaba la corteza hasta que quedaba completamente liso. El tronco tenía que ser lo suficientemente alto para que un hombre volando pudiese dar trece vueltas alrededor de él. En la parte de arriba del tronco se colocaba un cuadrado de madera de dos brazadas de ancho y largo (la hoy en día llamada “manzana”) que giraba; en cada esquina llevaba cuerdas lo suficientemente fuertes para soportar el peso de un hombre, pues cuatro eran los danzantes que participaban y simbolizaban los cuatro rumbos del universo o puntos cardinales, más un caporal que dirigía el ritual y connotaba el centro del mundo. El descenso de los danzantes representaba la fertilidad y la caída de la lluvia. Este rito se practicaba en los períodos de dura sequia. Los danzantes iban vestidos con hermosos trajes de plumas de aves, para representar búhos, águilas, guacamayas, y quetzales.

Un mito totonaco nos cuenta que en la época anterior a la llegada de los españoles en el Señorío del Totonacapan se presentó una severa sequía que desoló la región de plantas y dio muerte a innumerables personas. Los sabios abuelos decidieron solucionar el problema y escogieron a hombres jóvenes vírgenes para que fuesen al monte y escogieran el árbol más alto y bello que encontraran, para utilizarlo en un ritual. Los dioses se sentirían complacidos y venerados y enviarían la lluvia tan deseada. Así pues, se decidió que el ritual se iniciara en la parte más alta del tronco a fin de que las deidades pudiesen escuchar los ruegos de los humanos. Los dioses compadecidos ante los fervientes totonacos, se apiadaron de ellos y les enviaron la tan deseada y necesaria lluvia. Ante lo efectivo del rito, se decidió que la ceremonia se llevaría a cabo con regularidad para mantener contentos a los dioses.

Sonia Iglesias y Cabrera