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Mitos Mexicanos

El mundo de los tepehuas

Cuentan los abuelos tepehuas de los estados de Hidalgo y Puebla, que cada elemento de la naturaleza, incluido el hombre, está representado por un ser sobrenatural que, según su humor y circunstancia, puede beneficiar o dañar a las personas. Para que estos seres se mantengan contentos y satisfechos se les deben brindar ofrendas y realizar rituales en su honor. Así pues, todos los elementos de la naturaleza tienen un dueño: la tierra, las plantas, el agua, el aire, a los cuales se les representa en papel amate recortado, mismo que se emplea en muchos otros rituales, por ejemplo en los de la brujería, la fertilidad y con fines terapéuticos.

Los dueños habitan en los tres planos verticales del cosmos: el celeste, el terrenal y el infra terrenal. Una de las deidades más poderosas y fundamental en la cosmovisión de los tepehuas es el dios Wilcháan, el Sol, dueño de todo lo que existe y de los hombres, quien representa a Cristo. San José y la Virgen María, llamada Hachiuxtinin,  cuidan a Wilcháan. La Luna, Maljuyú, tiene la misma importancia que el Sol del cual es su opuesto. Simboliza el nacimiento y la muerte, dueña y protectora de las mujeres, a quien rige en su regla. La Luna decide sobre el crecimiento de las flores, las enfermedades y la muerte. Se cree que es la imagen del Diablo.
El arcoíris se encuentra estrechamente relacionado con la brujería, en él los brujos acuden para reposar y descansar sus atribuladas mentes. Nadie en su sano juicio debe señalar al arcoíris con un dedo, pues inmediatamente se les pudriría, o alguien puede morir asesinado. El hermoso arcoíris es el dueño de los manantiales y de los pozos, muchos creen que es una advocación de la Sirena.

A los Truenos, Papanin, los tepehuas se los representan como hombres viejos, vestidos con mangas de hule y bastones, al servicio de Jesucristo. Cuando colocan los bastones en la punta de sus pies, se producen los truenos y los relámpagos. Los Truenos habitan las nubes, desde ahí producen el granizo, buscan trozos de hielo que trituran y arrojan a la Tierra. Las Estrellas, las Staku, protegen a los hombres de las piedras, pues cuando se mueven es señal de que se convertirán en tigres y atacaran a las personas; es por ello que las Staku siempre están destruyendo a las piedras. El dueño del agua, Xalapának, es hijo de Sireno y Sirena. Xalapanák-Laka’un, el dueño de la Tierra, tiene sus servidores, sus peones, son los muertos que viven en el Laknin, el famoso Lugar de los Muertos donde reina Akmosnó, a quien se le rinde homenaje durante el Carnaval y se le ponen ofrendas porque hay que tenerlo contento. El lugar al que van los difuntos está determinado por la manera de morir y no por su conducta. Aquellos que murieron asesinados o a causa de un accidente, van al mencionado Laknin; los esposos casados por la iglesia acuden al Cielo, a Laktian, regido por Dios el encargado de darles alimento a las almas de los muertos; las mujeres muertas en trabajo de parto se van al Cielo a servir a los viejos de los truenos; las personas que mueren ahogadas se mantienen en las corrientes de los ríos y jalan a los incautos que pasan cerca; los brujos se van al Inframundo y los curanderos premiados por sus buenas acciones llegan al Cielo; los niños que no alcanzaron a ser bautizados se transforman en víboras, pero los muy pequeños son acogidos en el seno de la Virgen María. Las almas que acceden tanto al Cielo como al Inframundo siguen viviendo tal y como lo hacían en la Tierra; es decir, ejercen las misma funciones que en vida.

La Tierra, mujer muy fecunda, está formada, en su mayor parte por agua. En su parte interna existen túneles en donde vive el Viento, casi nunca aparece por la Tierra, pero cuando llega a hacerlo los remolinos que forma se llevan sin piedad a las personas. En la Tierra residen los muertos quienes tienen la capacidad de volverse malos aires para ocasionar las enfermedades de los pobres mortales, a más de producir muy malas cosechas. A la Tierra es necesario purificarla constantemente, pues los seres humanos la contaminan cuando la pisan y cuando hacen sus necesidades físicas sobre ella. La purificación consiste en dedicarle ofrendas. Los cerros, la milpa y el cementerio son lugares sagrados de la Tierra, se les debe rendir homenaje y ofrendas. Por eso, a la milpa se le brindan muchos ritos y ceremonias. En el cementerio, el lugar de los ancestros,  habitan los malos espíritus que toman las formas de aires y dañan sin piedad.

La Sirena es una bella mujer asociada con el agua, es la dueña de ella, de los peces, las lagunas y los manantiales. Le gusta atraer a los hombres para matarlos. Sirena Malinche es su hijo. A los dos, madre e hijo, se les festeja el 30 de abril de cada año.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Omácatl Dos Cañas, el Alegre

Hubo una vez un dios al que le gustaban los festejos, las celebraciones y los convites, que las personas celebraban para agasajar a sus familiares y amigos con comidas, danzas y bailes. Omácatl, Dos Cañas, como se llamaba, también conocido como Huitznáhuac, aparecía en todas estas celebraciones, ya que era obligado que aquél que diese una fiesta debiera tener en la casa la imagen del dios; los encargados de llevarla desde el templo eran los sacerdotes, de no hacerlo así, el festejante tendría terribles pesadillas en las que vería a Omácatl reconviniéndole de esta manera: – Tú, mal hombre, ¿por qué no me has honrado como convenía? Yo te dejaré, yo me apartaré de ti y tú me pagarás muy bien la injuria que me has hecho.  Era tal el enojo de Omácatl que, vengativo, ponía en la comida y la bebida de la fiesta cabellos para que el anfitrión quedase mal parado, lo cual era terrible, pues el convite entre los señores mexicas era una manera de obtener prestigio y estatus social; por lo tanto cada convite era una orgía de bebida y comida en la que los señores daban regalos a los invitados consistentes en mantas, tabaco, pañuelos, y flores. 

Cuando amanecía, el anfitrión sacaba una figura de un hueso grande, representativo del dios, que los principales y los teopixques habían elaborado con tzoalli, la masa de amaranto sagrada. El hueso se comía entre los invitados al festejo, acompañándose con jícaras de pulque. Previamente,  le picaban la panza al dios-hueso y lo dividían para distribuir los trozos. Se trataba de una especie de sagrada comunión con Omácatl, el alegre. Aquellos que comían de la imagen estaban obligados a contribuir para la fiesta comunal de Omácatl. Aquellos que deseaban obtener buena suerte, se llevaban la imagen del dios a su casa por doscientos días, así sus riquezas aumentaban porque Omácatl, que simbolizaba una de las tantas advocaciones de Tezcatlipoca, compartía un signo fausto Ome Ácatl.
Nuestro dios se representaba acuclillado sobre un haz de juncias, una planta de varas triangulares de bordes ásperos, gustaba pintarse la cara de negro y blanco, y se colocaba en la cabeza una banda de papel que anudaba por detrás, adornada de muchas borlas y piedras chalchihuites. Omácatl se cubría el cuerpo con una manta de fina tela, adornada con una franja en la que estaban tejidas bellas flores; llevaba un escudo con borlas en la parte baja y en la mano derecha portaba un magnífico cetro semejante a una herradura con mango, cuyo nombre tlachialoni significaba “miradero” y por el cual veía las acciones humanas.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Ixquic consigue el maíz y prueba su condición de nuera

Hunbatz y Hunchouén, los Gemelos Mono,  eran sabios, flautistas, escribanos, escultores, orfebres, escultores, y cerbataneros muy destacados. Aun cuando eran sobresalientes estaban llenos de envidia. Un día se encontraban junto a su madre, cuando llegó Ixquic, Sangre, la hija de Kuchuma Kik’ uno de los Señores de Xibalbá. La mujer, ya embarazada de Hunahpú e Ixbalanqué, se dirigió a la abuela y le dijo que era su nuera y, por tanto, su hija. La abuela se extrañó y le contestó airada que dónde se encontraban sus hijos Hunahpú e Ixbalanqué, pues les creía muertos a manos de los señores de Xibalbá, el Inframundo, pues colgaron su cabeza en un árbol, y que solo quedaban sus hermanos Humbatz y Hunchouén como parte del linaje. La nuera le contestó que llevaba en el vientre a los descendientes de Hun-Hunahpú y de Vucub Hunahpú. Los Gemelos Mono se enojaron al oír tales palabras. La abuela corrió a la joven acusándola de deshonesta y mentirosa. Pero enseguida la detuvo y le ordenó que fuese a traer un costal de maíz, ya que era su nuera. La joven obedeció y se dirigió a la milpa de los Gemelos Mono, pero como no sabía dónde se encontraba, le imploró al Chahal de la comida y a otros diosecillos, para que la guiaran. Dijo: -¡Ixtoh, Ixcanil, Ixcacau, ustedes las que cuecen el maíz; y tú Chahal, guardián de las comidas de Hunbatz y Hunchouén, ayúdenme! Tomó los cabellos del elote y los metió en el costal hasta llenarlo por completo. Los animales del campo la ayudaron a llevar el costal hasta la casa de la abuela, como si hubiera sido ella la que lo cargó. Al ver el costal, la abuela le preguntó que dónde había conseguido tanto maíz, que si había dejada a la milpa pelona. La vieja se fue corriendo a ver la milpa, y vio que la única planta que tenía estaba intacta y sin embargo se veían las huellas que había dejado el costal. Al regresar a la casa, le dijo a la nuera: -¡No me cabe la menor duda, eres mi verdadera nuera, de otra manera no habrías podido llenar todo un costal de maíz, donde no hay sino una sola planta!

Ixquic conocía la historia de Hun-Hunahpú, el dios que había sido transformado en Árbol de Jícara, y aunque su padre le tenía prohibido acercarse a él, ella fue hasta Pucbal-Chah y habló con la calavera de Hun-Hunahpú que colgaba del árbol. La calavera le escupió en la palma de la mano y quedó embarazada de los Gemelos Sagrados: Hunahpú e Ixbalanqué. Furioso, su padre ordenó que la mataran y le llevasen su corazón. Pero la joven clamó por su vida alegando que el fruto de su vientre era sagrado, los sacerdotes encargados de matarla se conmovieron y, después de mucho pensarlo, hirieron al árbol del que salió una savia roja que pusieron en una jícara. El árbol que se llamaba Árbol Rojo de Grana, desde entonces tomó el nombre de Árbol de la Sangre. Los sacerdotes le dijeron a Ixquic que se fuese, que presentarían a su padre la jícara con sangre como si fuese su corazón. Los Señores de Xibalbá se dieron por satisfechos al ver el recipiente sin sospechar que habían sido engañados por Ixquic. Mientras tanto, la joven huyó hasta llegar a la casa de la abuela, como hemos dicho.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Xúmfo Dehe, la Señora del Agua.

Xúmfo Dehe, la Sirena, diosa femenina otomí de la Huastec también posee una contraparte masculina, el Sireno, Buéhe Dehe. Xúmfo se adorna el cuerpo con joyas elaboradas con gotas de agua. Es de color verde, como la humedad. Personifica la diosa de la vegetación y del amor, su deseo fecunda o deseca los lugares por donde transita, según lo quiera. Mujer bellísima, cuya mitad de su cuerpo está formada por una serpiente o por un pescado, suele aparecerse por los manantiales, por lo cual no se deben matar a las sierpes que se encuentran cerca de ellos, porque se corre el riesgo de secarlos. A veces, gusta de adoptar la forma mitad pájaro mitad mujer. Si se tiene la suerte de verla en el agua, veremos un remolino o un gran pez; en ciertas ocasiones se presenta como un enorme reptil de grandes dientes.

Nuestra diosa Xúmfo Dehe gustav de atraer a los hombres hacia el agua, seducirlos, ahogarlos en los remolinos, y convertirlos en sus esclavos. La casa preferida de la Sirena es el mar, sin embargo, cuando decide habitar la Tierra, lo hace en los pozos, los manantiales y los estanques, lugares que son sagrados. Para agasajarla, los otomíes colocan en  ellos ofrendas consistentes  canastas con comida que se deja sobre el agua para que se sumerjan y les lleguen a la Sirena. Como se trata de una bella mujer muy veleta, se la debe tratar con sumo respeto a fin de no molestarla, y como es coqueta, en sus ofrendas se colocan objetos que satisfagan su vanidad tales como espejos, zapatillas, lápiz labial, collares, anillos, aretes, vestidos, y todo aquello que suele agradarles a las mujeres. Para tener contenta a Xúmfo Dehe, se le sacrifican aves, pollos o guajolotes, siempre una hembra y un macho, en los altares dedicados a ella. Cuando el animal es sacrificado,  la sangre que le brota de la herida del cuello se recoge en un recipiente y con una pluma de la misma ave se pinta a cada una de las potencias que cuidan al mundo. A la ofrenda del altar se agregan bebidas (cerveza, refrescos, aguardiente) y piezas de pollo cocidas en pipián, pan desmoronado y galletas. Tales sacrificios y ofrendas se llevan a cabo a lo largo del año, ya que la Sirena no tiene una fecha en especial en que se la venere. Solamente en casos de urgencias como son los desastres ocasionados por el agua, se hace necesario proceder en seguida a los rituales con el fin de calmar la ira de la Sirena. Asimismo, el Día de la Santa Cruz, en la que también se lleva a cabo el cambio de mayordomía, se la celebra con ofrendas a la Señora del Agua. Todas las celebraciones dedicadas a la Diosa del Agua se acompañan con rezos y música. Los músicos siempre tocan el Son del Agua, y los participantes bailan y cantan un poco drogados con la hierba Santa Rosa que proporciona el medio para comunicarse con la Señora diosa. La canción El Canto de la Laguna, Bei Tebes’i, empieza con estas palabras dichas por la divinidad: Yo soy la madre de todos los seres viviente. Soy la poderosa, sobre todos los mares, sobre todas las aguas.

La música se interpreta con un violín que es de índole femenina y dirige la danza; y una guitarra, principio masculino, que es el acompañamiento, instrumentos que al unirse en la música llevan a cabo el acto sexual.

Sonia Iglesias y Cabrera

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La danza sagrada del Yúmari

La creación del mundo rarámuri fue lograda en tres etapas. Para que el mundo llegara a ser caliente, luminoso y firme, y dejara de ser frío, húmedo e inestable, fue necesaria la intervención de Onorúame, el máximo dios, “el que es padre”, quien dio forma a los hombres, les insufló vida, y luego los mató por medio del calor y de las terribles aguas, por desobedientes y transgresores. Pero aunque el dios los castigaba cuando se pasaba de una etapa a otra de la creación, siempre les daba un regalo a fin de que se superaran. Así, les fue dando semillas, animales, música y danza, a más de enseñarles cómo era la forma correcta de venerarlo por medio de ceremonias y ritos. Onorúame también creó los niveles del universo: tres arriba (el Cielo regido por el poder de Onorúame), tres abajo (relacionado con el Cielo nocturno regido por el Diablo) y uno central, la Tierra, redonda como un tambor y rodeada de agua. En los cuatro extremos de la Tierra colocó los rumbos sagrados: el Oriente, relacionado con el Cielo y el movimiento ascendente; el Poniente, ligado al mundo inferior y al movimiento descendente; y el Sur y el Norte. El Cielo y la Tierra se comunican por medio de cuatro pilares que sostienen los tres pisos de arriba. Para comunicar a la Tierra con el mundo de abajo se entra por los manantiales y los arroyos. En el plano central los hombres de la cuarta etapa, la actual, tienen como deber hacia el dios el venerarlo con ofrendas y danzas. Si los hombres dejan de practicar los ritos y las danzas dedicadas a Onorúame, el Sol, enojado, se ocultaría y todo desaparecería retornando a los antiguos tiempos anteriores a la creación, cuando vivían los anayáhuari, es decir, los ancestros.

En la primera etapa, los hombres se comían entre ellos; razón por la cual Onorúame les dio los animales, para que se los comieran  y pudieran danzar libremente la danza del yúmari que fue la primera danza que conocieron para ofrecérsela al dios, junto con ofrendas de animales. La primera ofrenda consistió en la carne de una res, colocada en lo alto de un cerro, ofrecida hacia los cuatro rumbos sagrados. De no haber realizado dicha ofrenda  se hubiese producido un terrible eclipse; por eso se debe ofrendar y danzar yúmari, porque así el mundo adquiere fuerza y solidez que le impiden desaparecer. Así pues, la danza yúmari o awírachi, deviene indispensable en toda celebración y no puede dejar de bailarse en un espacio en donde se combina lo cuadrado y lo circular, orientado hacia el este-oeste, como los altares; es decir, la representación del cosmos. El dios Onorúame aparece simbolizado por una o varias cruces, vestidas con túnicas blancas y adornadas con collares, no olvidemos que para los tarahumaras la cruz representa el cuerpo humano. Bajo la cruz se coloca una cobija, sobre la cual se ponen los alimentos, los cuernos de la res sacrificada, hierbas medicinales, y las efigies católicas del la iglesia del pueblo.

La danza del yúmari comienza en la noche y termina hasta el amanecer. El personaje principal es el wikaráame, el cantor, iluminado por el dios Onorúame para poder realizar el rito; canta tocando una sonaja para acompañar a los danzantes. Los danzantes inician su baile agradeciendo al dios hacia los rumbos cósmicos y empiezan a ejecutar los pasos de la danza en recorrido lineal y circular. Por su parte, el wikaráame, camina hacia el altar para saludar al dios, mira hacia la cruz y toca la sonaja por tres veces, gira sobre sí mismo y a cada giro suena la sonaja dirigido hacia los rumbos sagrados: principia por el Este, por donde nace el Sol, el dios. Después de que los danzantes han bailado siguiendo la estricta trayectoria del Sol en un día, la danza termina con la despedida de Onorúame por medio de un sacudón de sonaja del cantor quien grita la palabra matéteraba, que significa gracias. La finalidad de la ejecución de la danza es pedir perdón al dios creador y propiciar su buena voluntad, para no perder su ayuda y amparo.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Opochtli, el Señor de la mano izquierda.

El Zurdo, uno de los Tlaloques compañeros de Tláloc, inventó las redes para pescar y un instrumento al que llamó minacachalli, tridente que servía para ensartar a los peces y matarlos. Además, Opochtli inventó los remos y los lazos para cazar a las aves. El dios inventor llevaba todo el cuerpo pintado de negro y la cara de color marrón. En la cabeza lucía una corona elaborada de papel a la manera de una flor, y un gran penacho de plumas verdes adornadas con un pompón amarillo. De la parte de atrás del penacho colgaban largas borlas, como si fuera una gran cola colorida. Calzaba sandalias blancas; en la mano izquierda llevaba un escudo rojo con una flor blanca de cuatro hojas; en la derecha, ostentaba un cetro del que salían algunas flechas.

El día dedicado a honrarlo, en la fiesta del mes Etzalqualiztli en la que se festejaba a los Tlaloques, los pescadores –sobre todo los pescadores de los acalotes de Xochimilco y la gente de mar le ofrecían comida y pulque, cañas verdes, flores, copalli, cañas con yietl para fumar, y una yerba llamada yiautli, “hierba de nubes”. Los adoradores llevaban sonajas y le ofrecían momochitl, “palomitas” de maíz, que arrojaban frente a él, símbolo de los dioses del agua, al tiempo que los sacerdotes entonaban cantos en su honor.

Opochtli, junto con Xochipilli fue amante de Huehuecóyotl, el Coyote Viejo, dios del destino y la danza, patrón de los adultos y los adolescentes.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Tlazoltéotl, la Divina

Esta diosa de la lujuria, el deseo carnal, el adulterio, las pasiones y los amores ilícitos, lleva un nombre que significa “deidad de la inmundicia”. Pero tenía otros más: Ixcuina, porque eran cuatro hermanas: Tiacapan, Teicu, Tlaco, y Xucotzin, todas diosas de la carnalidad. También recibía el nombre de Tlaelquani, “comedora de cosas sucias”, pues a ella los humanos le confesaban sus pecados. Por ello, los mexicas pensaban que eliminaba los pecados del mundo al recibir tantas confesiones. A Tlazoltéotl le gustaba provocar las enfermedades venéreas y la locura, para luego curar tales enfermedades si llegaba el caso de desearlo. Por ende, la diosa enviaba las enfermedades causadas por el adulterio, las tlazolmiquiztli, palabra que significa “daño o muerte causados por amores”. Curaba a los hombres y a las mujeres, previa confesión y perdón, por medio de un baño ritual que indicaba a los tícitl, a los médicos.

Tlazoltéotl fue también la patrona de los recién nacidos, la diosa era la encargada de determinar el nombre que correspondía a cada recién nacido a través de sus sacerdotes, los tonalpuque, quienes lo averiguaban por medio de la hora y el día de nacimiento. Los tícitl la veneraban, pues ella les indicaba las medicinas y las hierbas había que darles a los enfermos. Para ser venerada Tlazoltéotl  contaba con un templo llamado Tocitlan, “el lugar de nuestra abuela”, cuidado y vigilado por sacerdotes especiales: los tonalpuque ya mencionados.

Esta temida y a la vez adorada diosa, gustaba de peinarse con torzales de algodón, aludiendo a los husos de tejer, actividad con la cual estaba estrechamente relacionada. Llevaba el torso desnudo y la boca adornada con chapopote, el cual simbolizaba las inmundicias que se tragaba durante las confesiones. Su falda era larga ceñida con una fajilla hecha con dos serpientes cuyas cabezas quedaban  al frente; la falda estaba decorada con lunas, aludiendo a su carácter de séptima figura de los Nueve Señores de la Noche. Llevaba una nariguera en forma de semicírculo. Cubriéndole la nuca portaba una piel de desollado y una calavera. A más, gustaba de pintarse el cuerpo. En algunos códices se la representa en la postura de dar a luz de las mujeres indígenas y, a veces, defecando, pues los excrementos simbolizaban los pecados de la lujuria.

Tlazoltéotl tenía como rumbo sagrado  al Occidente; su color fue el blanco, el color del rumbo de las mujeres, las diosas y de las Cihuateteo, las mujeres divinas que rondaban por el cielo del Oeste y las sombras del atardecer, aquellas que acompañaban al Sol desde el cénit hasta el Occidente, las que habían encontrado la muerte en el trabajo de parto.
A Tlazoltéotl se la empezó a venerar en la zona huasteca como diosa de la fertilidad. A esta diosa patrona del parto, se la celebraba en la fiesta del décimo primer mes llamado Ochpaniztli (21 de agosto-9 de septiembre), en su advocación como Toci, Nuestra Abuela, pues también fue una deidad de la tierra. Durante ocho días se bailaba al inicio del mes. Pasados los ocho días, aparecía una mujer con los ornamentos de la diosa Teteo Innan, acompañada de muchas médicas y parteras. Divididas en dos grupos, las mujeres entablaban una pelea en la que se apedreaban con bolas de pachtli, heno; con hojas de tuna, bolas de espadaña, y flores de cempasúchil. A la mujer adornada como diosa …hacíanla entender que la llevaban para que durmiese con ella algún gran señor; y llevábanla con gran silencio al cu donde había de morir. Subida arriba, tomábanla uno a cuestas, espaldas con espaldas, y de presto la cortaban la cabeza, y luego la desollaban y un mancebo robusto vestíase el pellejo. Nos dice Fray Bernardino de Sahagún. A su vez, el mocito era llevado al templo de Huitzilopochtli, donde debía sacarles el corazón a cuatro prisioneros.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Dahkpeenk’aach o cómo surgió el maíz.

Cuentan los teenek que un día, el dios Maam envió un pajarito a la Tierra que trajo en su piquito un grano de maíz. El pájaro era un zanate negro que se llamaba Ts’ok, y era una divinidad celeste. Esa semilla se sembró; o más bien, el pájaro la dejó caer en la boca de una muchacha llamada Dhakpeenka’aach, símbolo de la Tierra que se estaba bañando en un arroyo. La muchacha nunca salía de su casa, porque su abuela, que se llamaba K’oleenib y era nagual, vieja y desalmada, no la dejaba. Sin embargo, ese día sí salió y la semilla le cayó en la boca que abrió por tan solo un momento. La muchacha quedó embarazada.

A los nueve meses dio a luz a un niño que fue el Dios del Maíz, al que le pusieron por nombre Dhipaak. La madre murió en el parto. La abuela de la muchacha rechazaba al niño, al que llamó Pe’no que significa “algo levantado de la calle y que no se sabe que es”. No quería al niño, lo odiaba y decidió matarlo. Para ello, lo molió en el metate, lo hizo pedacitos que arrojó en el campo. De esos trozos nacieron plantas de maíz. La abuela volvió a cortar los maíces, pero estos se volvieron a reproducir hasta que dieron muchas mazorcas. Cuando estaban los pedacitos de maíz por el suelo, una hormiga se los quería comer, pero el maíz le dijo que no lo hiciera porque era un dios. Enfadada por no lograr su sanguinario propósito, la abuela volvió a cortar el maíz para desaparecerlo; hizo masa en el metate y con ella elaboró atole y tamalitos. Se los comió, aunque no pudo terminar, porque le hicieron daño. Como la abuela vio que no podía acabar con las mazorcas, juntó todo el atole que había salido del maíz cortado por ella y lo llevó al mar a tirarlo. Cuando lo estaba arrojando, se juntaron muchos pececitos que querían beberse el atole, pero éste, que era el dios Dhipaak, les dijo que no se lo comieran, sino que juntaran los pedacitos. Así se formó una masita y el dios niño se formó otra vez. Se quedó en el mar por mucho tiempo hasta que creció. El Abuelo Muxí no quería que viviera ahí en el mar, porque él lo había mandado para que viviera en la Tierra; pero, el Dios del Maíz le dijo que no se iría porque su abuela lo había llevado al mar y que si Muxí quería que regresara tendría que llevarlo. Primero se pensó que lo llevara el camarón, pero como no podía salir del agua sin morir, no pudo. Después, se le encomendó a un pez grande la tarea de llevarlo, pero tampoco pudo porque no tenía pies para trasladarse. Por fin, se eligió a la tortuga. El Dios se subió y durante el camino se entretuvo en raspar la concha de la tortuga, por eso la tiene cuadriculada. La tortuga llegó a la Tierra y así el Dios del Maíz regresó a la Tierra.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Cihuacóatl, la Mujer Serpiente

Yo soy la Mujer Serpiente, la diosa del nacimiento, patrona de las parteras, los médicos y los sangradores, y de las mujeres que mueren en la niñez. Protejo a las mujeres que mueren en el trabajo de parto. No me conformo con un solo nombre, soy Quilaztli, Yaocíhuatl, Huitzinicuatec, y Tonatzin. No soy muy joven, tengo la edad de la sabiduría, pero soy bella y me pinto la cara de rojo y negro, adorno mi cabeza con una tiara de plumas de águila, y mi cabello se peina a la manera de cuernitos a los lados de la frente; mi cuerpo se cubre con una falda de caracolillos y un huipil rojo, aunque a veces mi atuendo es todo blanco cuando salgo a las calles de Tenochtitlan a bramar de noche. Llevo en la mano derecha un telar y en la izquierda un escudo. Supe que siglos después de este momento en que recuerdo los acontecimientos, un cronista español de los que acabaron con nuestra religión me describió de esta manera: Su pintura facial con labios abultados de hule, y mitad roja y mitad negra. Su corona de plumas de águila; sus orejeras de oro. Su camisa de encima con pintura de flores acuáticas, y la de abajo, de color blanco. Sus sonajas, sus sandalias, su escudo recubierto de plumas de águila, su palao de telar.  Descripción que se acerca bastante a la verdad.

No siempre soy buena, pues a veces llevo a los hombres la pobreza, el abatimiento, y los problemas cotidianos, qué le vamos a hacer! A las mujeres de los tianguis me les aparezco junto a sus puestos; llevo conmigo una cuna y la dejo junto a ellas y yo desaparezco. Las mujeres, curiosas, nunca dejan de mirar dentro de la cuna en donde encuentran un cuchillo de obsidiana con los que se efectúan los sacrificios humanos que tanto me gustan. Yo tuve un hijo llamado Mixcóatl a quien abandoné en una encrucijada, y por el cual aún lloro por la ciudad de Tenochtitlan, nunca lo encuentro siempre me topo con el sangriento cuchillo de pedernal que tanto asusta a las marchantas del tianguis.

Tengo como sacerdote nada menos que a Tlacaelel, “el que anima el espíritu”, gran guerrero consejero de tlatoanis. Él es el encargado de propiciar que mi celebración se lleve a cabo en el mes Huey Tecuilhuitl, La Gran Fiesta de los Señores, y de inmolar en mi honor una víctima cada semana, pues soy muy hambrienta. Los sacerdotes tienen la amabilidad de envolver un pedernal cada ocho días, para colocarlo dentro del coztli, la cuna, que las sacerdotisas portan en la espalda y que una de ellas se encarga de darla a la vendedora más rica para que cuide a mi hijo. Cuando la vendedora ve a mi hijo-pedernal, siempre lanza un grito de terror y exclama: -¡He visto a Cihuacóatl! Entonces, los sacerdotes saben que ha llegado el momento de ofrecerme el sacrificio máximo, mientras entonan el canto dedicado a mí que empieza, si mal no recuerdo: ¡El Águila, el Águila, Quilaztli,/ con sangre tiene cercado el rostro,/ adornada está de plumas!¡”Plumas de Águila” vino,/ vino a barrer los caminos!

Pero si un gran mérito tengo es el de haber ayudado a Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, a llevar los huesos que había recogido del cerro Tonacatépetl, Cerro de Nuestra Carne, convertido en hormiga negra, a Tamoanchan, donde los puse en una vasija y los revolví con la sangre del miembro viril del dios, para crear con la pasta formada a los nuevos hombres de maíz. Yo oí como los dioses dijeron: Ha llegado el tiempo del amanecer, de que se termine la obra y aparezcan los que nos han de sustentar y nutrir.

Así pues, como puedes observar no soy del todo mala, sino como todos los dioses: buenos y malos.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Tzapotlatena y el úxitl

Mi madre me contaba la historia de una diosa llamada Tzapotlatena que había inventado una resina medicinal llamada úxitl, un aceite que se extrae de la resina del pino. Esta resina es muy buena para curar las bubas que produce la enfermedad conocida como quaxococihuiztli, y alivia también  la chaquachiuhuiliztli. Mi padre que es tícitl, médico, la emplea constantemente cuando acude a curar a los enfermos de la ciudad de Tenochtitlan que queda un kilómetro de nuestra casa. Esa úxitl es también muy efectiva para curar los males de la garganta, especialmente la ronquera, y las grietas de los labios y los pies, por eso los que recogen la resina y los que la venden veneran a la diosa, le hacen sus festividades y le ofrendan hule, copal, papel y hierbas aromáticas y medicinales. Mi tata nunca deja de poner la ofrenda destinada a Tzapotlatena, pues es muy devoto de ella.
Parece ser que antes de convertirse en diosa, Tzapotlatena fue una hermosa mujer muy sabia que contaba con la capacidad de curar cualquier enfermedad por extraña que fuese. Descendía de mujeres de linaje del poblado de Tlayolan. Me cuenta mi madre que en una ocasión fue a buscar a Tzapotlatena un niño para que atendiera a su mamá que se encontraba en trabajo de parto y el bebé se negaba a salir. La joven acudió en seguida a ver a la parturienta, y como los remedios que le ofreció fueron inútiles ordenó que le llevasen resina de pino, con la cual preparó emplastos que colocó en el vientre de la mujer sufriente. El remedio fue eficaz y al poco tiempo el niñito nacía perfectamente sano.
Ante esta maravilla Tzapotlatena empezó a emplear el úxitl, no solamente para ayudar en los partos difíciles, sino para curar muchas otras enfermedades como las que he mencionado.
Un nefasto día a la curandera la mordió una víbora en extremo venenosa, y de nada sirvieron sus remedios. Pasados dos días Tzapotlatena murió. Se la sepultó con honores que se merecía por su talento y porque todos en su comunidad la adoraban por buena y sabia. Así se convirtió en divinidad, patrona de los curanderos y los tícitl, a quienes legó sus conocimientos y remedios, y el arte de curar con la resina mágica. Incluso su pueblo empezó a ser nombrado como Tlayolan-Tzapotlan en honor de la bella y sabia Tzapotlatenantzin.
Esta es la historia que me contó mi madre un día, yo se la repito a usted para que sepa apreciar el poder curativo del úxitl y la sabidurúa de Tzapotlatena.

Sonia Iglesias y Cabrera