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Chicomecóatl, la dadivosa

Chicomecóatl, Siete Serpiente, fue la diosa de la subsistencia, de los mantenimientos, de la vegetación y de la fertilidad. Gustaba de llevar una corona adornando se noble cabeza, en la mano derecha un recipiente, en la izquierda un escudo con una hermosa flor pintada. Llevaba cuéitl y huipil; sus delicados pies calzaban huaraches, todo en tono rojizo, al igual que los diseños que llevaba en la cara.

Se la podía llamar de diferentes formas: a veces Xilonen, la Peluda, joven madre del maíz tierno; otras, Centeocíhuatl, en esta advocación casada con el buen Tezcatlipoca; o bien, se la asociaba con Ilamatecuhtli, noble anciana, señora de la mazorca madura.

Como le gustaba ser adorada  y festejada, su fiesta era muy importante y se la llevaba a cabo en el cuarto mes Huey Tozoztli, “ayuno prolongado”, correspondiente a nuestro mes de septiembre. En dicha temporada, las casas se engalanaban con espadañas -planta de tallos altos y cilíndricos, también conocida como enea-, que se colocaban en las puertas de las casas. Las personas de mayores recursos económicos, agregaban a los adornos ramos llamados acxóyatl, o sea, varas de pino. Todos los altares se adornaban con plantas de maíz, y a los dioses de casas y templos se les colocaban ramos de los mencionados. Los jóvenes de los calpullis acudían al templo local de Chicomecóatl para simular peleas rituales en su honor, mientras que las muchachas, portando elotes del año anterior, iban en procesión hasta el templo de la diosa, para que fueran bendecidos. Los granos de esos elotes servían para ser sembrados y obtener buenas cosechas; algunas de tales mazorcas se colocaban en las trojes a fin de que nunca faltase el grano divino.

En el patio del templo de la diosa, los sacerdotes colocaban su imagen elaborada con una pasta hecha con semillas de tzoalli, en la que se mezclaba el amaranto con sangre humana, y le ofrecían las diversa variedades que existían de maíz, frijoles y la delicada chía. Asimismo, a la cautivadora Chicomecóatl se le sacrificaba una jovencita, la cual era decapitada y cuya sangre cubría a la imagen; se la desollaba y su piel vestía a uno de los sacerdotes que lanzaba, desde un templete, maíz y semillas de calabaza a los concurrentes. La joven destinada al sacrificio llevaba en la frente una pluma verde, símbolo del maíz sagrado, misma que al llegar la noche del día anterior a la ceremonia, le era cortada junto con la mata de negros cabellos que se ofrecían a la imagen de la diosa. La festividad transcurría y el canto a Chicomecóatl se dejaba oír, pleno de fervor y devoción: Siete Mazorcas, ya levántate,/ ¡despierta! Ah es Nuestra Madre!/ Tú nos dejarás huérfanos: Tú te vas ya a tu casa al Tlalocan/ Siete Mazorcas, ya levántate!…

El templo mayor de la diosa recibía el nombre de Chicomecóatl Iteopan, estaba resguardado por jovencitas que llevaban los brazos y las piernas cubiertos con plumas de maravillosos colores, y sus caras cubiertas con marmaja. En la espalda portaban siete elotes adornados con ulli y papel sagrado. La hermosa diosa vivía en el maravilloso Tlalocan, cuando no estaba apurada por los campos ayudando al que la milpa creciera y diera buenas matas de maíz.

 Sonia Iglesias y Cabrera

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Zicnapá y los dioses gemelos.

Hunahpú e Ixbalanqué los dioses nacidos de Hun-Hunahpú, estaban francamente molestos porque Zicnapá, Sabio Pez-Tierra, había dado muerte a los cuatrocientos jóvenes. Dado que el dios disfrutaba recogiendo en el río cangrejos y pescados para comer, decidieron hacer una figura grande que tuviera la forma de cangrejo. Pusieron la figura en las faldas de un cerro llamado Meauán, y fueron al encuentro de Zicnapá a la orilla del río.

Cuando los hermanos lo vieron le preguntaron a dónde iba, a lo que Sabio Pez contestó que a ninguna parte, que estaba buscando su comida que consistía en pescado y cangrejos pero que no había encontrado nada desde ayer y que tenía mucha hambre. Los gemelos en seguida le informaron que al fondo de un barranco se encontraba un cangrejo enorme que les gustaría obsequiárselo pero que tenían miedo de atraparlo.

 

Entusiasmado, Zicnapá les pidió que lo atraparan o, en su defecto, lo condujeran al sitio donde estaba esa maravilla de cangrejo. “Conmovidos” por la humildad de la petición, Hunahpú e Ixbalanqué lo llevaron al barranco. Zicnapá estaba muy contento porque en verdad se estaba muriendo de hambre. Cuando llegaron al fondo del barranco, en una especie de cuevilla, el cangrejo se encontraba acostado de lado mostrando, solamente, su concha roja. Zicnapá quiso atraparlo poniéndose de bruces, pero no pudo y desistió . Los gemelos vengativos le preguntaron: – ¿Lo atrapaste?*, a lo que respondió el aludido: -¡No, porque se fue para arriba y poco me faltó para cogerlo. Pero tal vez sería bueno que yo entrara para arriba!

Los dioses gemelos

Zicnapá se volvió a meter en la cuevilla. Cuando ya casi había entrado y solamente se le veían los pies, el cerro sufrió un derrumbe y atrapó a Sabio Pez-Tierra quien se convirtió en Piedra y nunca más se le volvió a ver. Así terminaron los dioses gemelos con el dios que había matado a los cuatrocientos jóvenes.

 *Los enunciados en cursivas pertenecen al Popol Vuh.

  Sonia Iglesias y Cabrera

 

 

 

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Sabio Pez-Tierra burla a los Cuatrocientos

Un buen día Sabio Pez-Tierra, hijo de Principal Guacamaya, y al que le gustaba jugar con las montañas a las que había creado, se bañaba en un riachuelo cuando vio pasar a cuatrocientos jóvenes que arrastraban un árbol que querían para que sirviera de viga en su casa. Sabio Pez-Tierra se les acercó y les pregunto qué era lo que hacían. Los jóvenes le respondieron que arrastraban el árbol porque no podían levantarlo para ponérselo en los hombros.

Entonces Sabio Pez declaró que los ayudaría. Tomó el árbol, se lo puso en los hombros y lo llevó hasta la casa de los muchachos. Cuando llegaron le preguntaron a Sabio Pez-Tierra si tenía padre y madre, a lo que éste respondió que no. Los jóvenes le propusieron que se quedara para que al día siguiente les volviese a ayudar con otro árbol que necesitaban. Pero los hipócritas jóvenes se reunieron y decidieron matarlo, pues consideraban que no estaba bien que un hombre pudiese cargar él solo un árbol, que era pressunción.

Uno de ellos dijo: -¡Hagamos un hoyo, y le diremos que siga cavando en él para hacerlo más profundo, cuando se haya metido en el hoyo, aventaremos el árbol, no podrá salir y morirá! Así lo hicieron, Cuando el hoyo estuvo listo, llamaron a Sabio Pez-Tierra y le pidieron que siguiera cavando porque ellos ya no podían llegar tan profundo en la tierra. Empezó a cavar, a cada rato los cuatrocientos jóvenes le preguntaban si el hoyo ya era bastante profundo.

Sabio Pez-Tierra se dio cuenta de que lo querían matar y empezó a cavar otro hoyo suplementario. Los jóvenes le volvieron a preguntar: -¿Ya está profundo el hoyo? –¡Sí, respondió Sabio Pez-Tierra, pero todavía falta, yo los llamo cuando acabe! Como es de suponer no cavaba el hoyo donde le querían dejar, sino el que sería su salvación. Cuando terminó con su hoyo, les grito a los jóvenes para que fuesen a quitar la tierra sobrante, y se metió al socavón de salvamento.

Cuando los ladinos llegaron, llevaban el árbol y lo arrojaron al hoyo. Hablaban en secreto, susurrando su muerte segura y esperando oír los gritos de Sabio Pez-Tierra. Cuando pensaron que habían dado muerte al hombre, se creyeron libres y decidieron preparar la bebida fermentada ceremonial, beberla por tres días por la construcción de su casa, esperando a ver si las hormigas llegaban a llevarse la inmundicia al sentir el olor de cadáver. Mientras tanto, Sabio Pez-Tierra oía todo lo que los cuatrocientos jóvenes decían agazapado en su hoyo. Al segundo día, llegaron las hormigas y se metieron abajo del árbol, y se llevaron cabellos y uñas de Sabio Pez-Tierra.

Al verlos, los cuatrocientos jóvenes se regocijaron de la muerte del hombre, pensando que, efectivamente, Sabio Pez estaba bien muerto. Pero lo que no sabían era que Sabio Pez se había cortado los cabellos y las uñas para dárselos a las hormigas. Al tercer día, los malvados muchachos tomaron de su bebida fermentada y se emborracharon. Con la borrachera perdieron toda su Sabiduría.

Sabio Pez-Tierra aprovechó la ocasión y derribó su casa, los jóvenes fueron completamente destruidos. Nadie se salvó. Se dice que cuando resucitaron se convirtieron en una constelación llamada El Montón (Las Pléyades), pero nadie sabe si es verdad o no lo es. Sonia Iglesias y Cabrera

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Los Zips

Una leyenda maya de Quintana Roo cuenta que los Zips son animales sobrenaturales, espíritus protectores de los venados.

Son pequeñitos, bonitos, y entre sus astas, poco desarrolladas, llevan sostenido un panal de abejas, con una abertura que forma una estrella.

Los Zips lloran como arrendajos de manchas azules. Cuando los cazadores van a ejercer su oficio, portan un talismán llamado tunich-ceh, “piedra de venado”, a fin de tener buena puntería para cazar a los venados. El talismán se encuentra en los intestinos de los venados, en formación calcárea.

El talismán es efectivo durante un año. Pero si los cazadores son ambiciosos y cazan más de los necesario y abusan del poder del talismán, los Zips castigan a los avorazados y les envían enfermedades por medio de los aires que dejan los venaditos al pasar, y afectan al pulmón, el estómago, los músculos y los huesos.

Para contrarrestar las enfermedades que mandan los Zips, los cazadores pueden preparar una buena comida con el algodón que está en las madrigueras de los marsupiales, y con hojas secas. Con la mezcla del algodón y las hojas, se forma una bolita que colocan en las escopetas. Pero esto no se hace frecuentemente, ya que los cazadores temen matar a un Zip, porque puede desatar la furia del Espíritu de los Vientos que es muy poderoso y puede escapar al conjuro de la bolita.

La adoración de los mayas al venado viene desde muy antiguo. Le llamaban Ceh, y era sagrado. Además de admirársele por su belleza, se le apreciaba por su notable agilidad. En aquel remoto tiempo antes de la llegada de los españoles se le consideraba el símbolo de la lluvia y, por ende, de la fertilidad de la tierra y de la renovación de la naturaleza; así pues, se le invocaba en rituales propiciatorios para que enviase el agua en los momentos de sequía.

Asimismo, Ceh simbolizaba la trayectoria del Sol, desde que se nace hasta que muere en un día. También se encontraba relacionado con la lluvia. Sonia Iglesias y Cabrera

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Los verdaderos hombres

Cierto día, Tepeu y Gucumatz decidieron hacer a los verdaderos hombres, después de haber fracasado en sus intentos anteriores. Querían que los hombres existieran sobre la Tierra para ser adorados, nutridos y celebrados. Ellos dijeron: Ha llegado el tiempo del amanecer, de que se termine la obra y que aparezcan los que nos han de sustentar, y nutrir, los hijos esclarecidos, los vasallos civilizados; que aparezca el hombre, la humanidad, sobre la superficie de la tierra.

En la noche se reunieron y decidieron de qué debía estar hecha la carne de los humanos: Se juntaron, llegaron y celebraron consejo en la oscuridad y en la noche; luego buscaron y discutieron, y aquí reflexionaron y pensaron. De esta manera salieron a luz claramente sus decisiones y encontraron y descubrieron lo que debía entrar en la carne del hombre. Poco faltaba para que el sol, la luna y las estrellas aparecieran sobre los Creadores y Formadores. De un lugar llamado Paxil, de Cayalá, Yac, el Gato Montés; Utiú, el Coyote, Quel, La Cotorra; y Hoh, el Cuervo trajeron elotes blancos y amarillos.

Con parte de la masa de estas mazorcas, Ixmucané hizo nueve bebidas para dar vigor y músculos a los primeros cuatro hombres, y con otra parte formó su carne y su sangre. Ellos se llamaron: Balam-Quitzé, Balam-Acab, Mahucutah, y Iqui-Balam. Estos fueron los primeros padres de los mayas creados por el Formador, los Progenitores, Tepeu y Gucumatz. Fueron hombres que hablaban, veían, andaban y asían las cosas. Era bella su figura de varón. Además, eran inteligentes y lograban ver el mundo que los rodeaba, aun cuando la distancia de las cosas fuese inmensa. Se trataba de hombres maravillosos, que no tardaron en darles las gracias al Creador y al Formador por haberles dado vida.

Y en seguida acabaron de ver cuánto había en el mundo. Luego dieron las gracias al Creador y al Formador: — ¡En verdad os damos gracias dos y tres veces! Hemos sido creados, se nos ha dado una boca y una cara, hablamos, oímos, pensamos y andamos; sentimos perfectamente y conocemos lo que está lejos y lo que está cerca. Vemos también lo grande y lo pequeño en el cielo y en la tierra. Os damos gracias, pues, por habernos creado, ¡oh Creador y Formador!, por habernos dado el ser, ¡oh abuela nuestra! ¡Oh nuestro abuelo!, dijeron dando las gracias por su creación y formación.

Leyenda mexicana - Coyote y la mujer cometa

Pero a los dioses no les agradó que estos seres fuesen tan perfectos, siendo que habían sido creados por ellos: Corazón de Cielo, Huracán, Chipi-Caculhá, Tepeu, Gucumatz, los Progenitores, Ixpiyacoc, Ixmucané, el Creador y el Formador; o sea, todas las divinidades creadoras. Entonces, Corazón de Cielo les echó vaho en los ojos, y los hombres solamente pudieron ver lo que estaba cerca de ellos. La sabiduría y los conocimientos de los hombres, padres de los maya-quichés, se destruyeron, ya no eran tan perfectos como los dioses.

Para que formaran pareja con los estos seres, los dioses crearon a Cahd-Paluna, Comihá, Tzununihá, y Caquixahá, todas hermosas mujeres que engendraron con sus esposos a las tribus grandes y a las pequeñas de los mayas. Los descendientes Tepeu, Olomán, Ahau, Cohah y Quenech se fueron hacia el Oriente y se multiplicaron. Balam-Quitzé fue el abuelo y el padre de las nueve casas de los Cavec; Balam.Acab lo fue de las nueve casas de los Nihaib; y Cahucutah formó las cuatro casas de Ahau-Quiché. Y así nacieron todos los grupos de indios mayas. Sonia Iglesias y Cabrera

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Los lugares mágicos

La mágica cosmovisión de los mexicas está plena de lugares fantásticos. Por ejemplo, Tlacapillachihualoyan, “donde son creados los hijos de los hombres”, ahí donde los dioses se crearon, ahí donde Ometecuhtli y Omecíhuatl formaron la primera semilla de la vida, y ahí  donde acudieron Quetzalcóatl y Huitzilopochtli en busca del infinito azul formado de nebulosas de increíble belleza. Los dioses duales vivían en este sitio donde el calor permitió la germinación de la materia primaria que daría vida a los dioses, las personas y la naturaleza: la semilla divina.
 

Otro espacio de índole sacra fue Tlaltípac, “el lugar sobre la tierra”, la región en que se vive, colmada de flores, montañas, ríos; es decir, de la naturaleza desbordante. Es el lugar del Nican Axcan, “el aquí” y “el ahora”. Tlaltípac es cuadrada, la rodea el ateotl, el “agua divina”, cuyas orillas se elevan hasta llegar al Cielo; cuatro rumbos sagrados en sus esquina encierran su sostén central: el reino del Este, patrimonio exclusivo de Xipe Tótec, el Desollado, y de Tláloc, el divino dios de la lluvia; el este, fértil y masculino, es simbolizado por un ácatl. El Oeste, gobernado por Quetzalcóatl, morada de la Estrella de la Tarde, blanco, femenino, cuyo símbolo, calli, lo representa. El Sur, donde reina el buen dios Huitzilopochtli, azul, lleno de vida, simbolizado por tochtli, el conejo sagrado. El Norte, patrimonio del Tezcatlipoca negro, como la muerte y el cuchillo de pedernal. En el centro mora Xiuhtecuhtli, el Señor del Fuego, en el lugar donde se unen el Cielo y la Tierra, los espacios cósmicos, los vientos y las aguas celestes, y el mundo superior y el inferior.

Cinteopan, “desde el lugar divinizado” el paraíso alcanzado por los niños pequeños que morían y recibían sepultura junto a los silos de maíz. Cinteopan, donde se encontraba los lares de Cintéotl, divinidad del maíz, y Chicomecóatl, la bella diosa de los mantenimientos y de la agricultura. Cincalco permitía el acceso al Inframundo por medio de una cueva situada en las laderas de Chapultepec, “el cerro del chapulín”; cueva en que Huémac, el último señor tolteca, en el año 7 Conejo, se quitó la vida metiéndose en la tal cueva para no volver a salir jamás, apabullado por la ruina de su pueblo, después de participar en una fantástica partida en el juego de pelota contra los astutos tlaloques, los dioses de la lluvia.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Los primeros hombres mal hechos

Había una vez dos dioses que vivían en el silencio y la oscuridad. No existían la naturaleza, los animales ni los hombres. Solamente un inmenso mar en reposo, donde acostumbraban pasear Tepeu y Gucumatz. Vivían bajo plumas verdes y azules en el Cielo, junto a Corazón del Cielo, Huracán, El de una sola Pierna. Un día en que estaban platicando decidieron que se hacía necesario dar vida al hombre y a la naturaleza. Huracán aceptó y así lo dispuso, Huracán que es tres en uno: Caculhá-Huracán, Chipi-Caculhá y Raxá-Caculhá. Y bajo el conjuro de las palabras de Tepeu y Gucumatz, el mar se retiró, surgió la Tierra: las montañas, los valles. Luego, aparecieron las corrientes de agua, los arroyos. Una vez creada la Tierra, los dioses agradecieron a Corazón del Cielo y a Corazón de la Tierra. A continuación, aparecieron los animales del monte, los espíritus del bosque, de la montaña y de los bejucos, los pájaros, los venados, los tigres, las serpientes; a todos ellos les asignaron un lugar en la Tierra donde deberían vivir por siempre, y a cada uno les dieron habla a la manera de cada especie, para que alabaran a Corazón del Cielo y a Corazón de la Tierra. Pero los animales no hablaban como de los hombres, y por lo tanto no podían decir los nombres de los dioses, ni rezar ni venerarlos como era debido. De tal manera que la pareja creadora decidió que debían dar vida a otros seres que fueran obedientes y pudieran adorarlos. Pero como los dioses eran buenos decidieron darles a los animales otra oportunidad para que hablaran, pronunciaran sus nombres y los venerasen. Pero fue inútil, los animales siguieron sin hablar y solo emitían los sonidos propios de su especie: graznaban, croaban, gruñían, piaban. Ante tal incapacidad, los dioses dijeron a los animales que su destino sería ser cazados y comidos.

Cuando ya estaban cerca el amanecer y la aurora, los dioses pensaron que era el momento de crear unos seres que los sustentaran, los alimentaran, los alabaran y los veneraran. Entonces tomaron barro de la tierra y formaron la carne de los hombres; pero estaba tan blanda  que la cabeza se les iba de un lado para otro y, además, la vista la tenían nublada. Estos hombres podían hablar, pero no tenían razonamiento. Con el agua se desbarataron. Los dioses fueron a ver a los adivinos Ixpiyacoc e Ixmucané (por otros nombres Hunahpú-Vuch y Hunahpú-Utiú): la Abuela del Día, el Abuelo del Alba. En seguida, los dos dioses viejos echaron sus granos de maíz y de tzité para adivinar lo que se debía hacer para lograr crear a los seres destinados a venerar a los dioses. Después de llevar a cabo la ceremonia adivinatoria, los Abuelos dijeron que los hombres se deberían formarse de madera. Los dioses se pusieron manos a la obra y labraron muñecos de madera que eran la imagen de los hombres de la tierra y que contaban con la capacidad de hablar. Los muñecos se aparearon y tuvieron hijos; pero tenían un defecto: carecían de alma, no tenían entendimiento, caminaban a gatas, y no se acordaban de Corazón de Cielo al que, por supuesto, no veneraban. Carecían de sangre, sus manos y pies eran inconsistentes, su carne estaba amarilla, su cara enjuta.

Ante tal horror, los dioses destruyeron a estos primeros hombres mal hechos, Corazón del Cielo envió un terrible diluvio que dio fin a su existencia.

Tepeu y Gucumatz hicieron un nuevo hombre con tzité, y a la mujer le hicieron su carne con espadaña; pero no hablaban ni pensaban, por lo cual una resina llegó del Cielo,  Xecotcovach les vació los ojos, Camalotz les cortó la cabeza, Cotzbalam los devoró, el Tucumbalam les rompió los huesos y los nervios, y los molió, por no haber sabido venerar a Corazón de Cielo, a Huracán. En ese momento, una lluvia negra cayó en la Tierra. También llegaron los animales y los maltrataron y reclamaron a los hombres el mal trato que sufrieron y el servirles de alimentos, y llegaron los enseres domésticos y les rompieron las caras a los hombres por haberlos atormentado con el uso diario.

De esos hombres quedaron sus descendientes: los monos. Es por tal acontecer que los monos se parecen tanto a los hombres.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Los Zidahmú

Los Zidahmu, seres sobrenaturales del más allá, son amigos de los curanderos otomíes y de las personas que tienen la mala suerte de caer enfermos. Los curanderos los invocan para que les enseñen el camino correcto que deben seguir para efectuar sus curaciones con éxito durante los ritos. En agradecimiento a la ayuda proporcionada por los Zidahmu, los curanderos les ponen una ofrenda. Los Zidahmu se representan por medio de las “antiguas”, como llaman a los ídolos prehispánicos, o por las imágenes de los santos católicos que todos conocemos.

Para comunicarse con las “antiguas” se realizan cantos de origen muy lejano en el tiempo, y para contactarse con los santos se efectúan rezos católicos. Para llevar a cabo las curaciones, a las “antiguas” se les ofrendan comida y papel amate recortado que simbolizan al saki, la fuerza vital de la existencia humana; es decir, el alma.

Las figuras de papel amate, que representan a las divinidades indígenas, deben ser activadas por el chamán sahumándolas con copal y echando sobre ellas un poco de sangre. Una vez preparadas, el curandero puede utilizarlas y hacer que cumplan sus órdenes para que les ayuden a curar al enfermo. Las imágenes sagradas de papel, se colocan en las paredes de las casas para proteger a sus ocupantes contra las enfermedades y los maleficios.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Los niveles y rumbos sagrados purépecha.

Como todas las culturas indígenas de nuestro país, el universo purépecha tiene un orden: los mundos sagrados, donde transcurre el acontecer de las divinidades y de los humanos. Los purépecha pensaban que el universo estaba formado de tres planos: en la parte alta se encontraba el mundo de los dioses, el Aúandarhu, situado en el Cielo. En la parte media se encontraba situado el Echerendu, el mundo donde habitaban los seres humanos, que los dioses habían creado. En la parte inferior, estaba localizado el mundo de los muertos, llamado el Cumánchecuaro. Estos mundos constituían los espacios verticales.

Por su parte, los rumbos sagrados, o puntos cardinales, espacios horizontales del universo, eran cinco, cada uno custodiado por un dios. Así pues, El Oriente, el lugar por donde nacía el Sol, estaba resguardado por el dios Tirépeme-Quarencha; su color era el rojo. El Occidente, por donde el Sol se metía, se regía por Tirépeme-Turupten, y su color era el blanco. En el Norte se encontraba el dios Tirépeme-Xungápeti, asociado con el color amarillo y la dirección del solsticio de invierno. En el Sur reinaba Tirépeme-Caheri, relacionado con color negro, y la entrada al paraíso. Finalmente, la dirección Centro, custodiada por Tirépeme-Chupi, se identificaba con el azul, y era el sitio donde renacía el Sol.
Cada uno de los dioses constituía una advocación del dios Curicaveri, Gran Hoguera, dios del fuego, y se les consideraba a todos ellos hermanos. Los rumbos sagrados representaban un momento del paso del Sol en su recorrido diario. Curicaveri, dios principal del panteón purépecha, llevaba el cuerpo pintado de negro; la parte inferior de la cara, las uñas de los pies y de las manos de color amarillo.

Las Nubes que simbolizaban  las cuatro direcciones del universo, fueron cuatro de las advocaciones de la diosa Cuerahuáperi, “desatar el vientre”, creadora de la vida y de la muerte, ellas llevaban a los hombres las lluvias que permitían la germinación de las plantas, la renovación de la naturaleza, pero también podían ser destructoras y dañarla cuando llevaban en sus vientres terribles aguaceros y granizo que destruían las cosechas de los hombres.

Sonia Iglesias y Cabrera


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La cruz mexica

A la cruz mexicala encontramos, principalmente, formando parte del llamado vulgarmente Calendario Azteca, o Piedra Solar como es su nombre correcto. Se trata de un disco basáltico con inscripciones  que  relatan la cosmogonía de la cultura de los mexicas. La Piedra tiene 3,60 metros de diámetro y 122 centímetros de grosor. Su peso es de 24 toneladas. En el centro de dicha Piedra se encuentra el dios del Sol, Tonatiuh, dentro del jeroglífico ollin, movimiento, el cual tiene la forma de una cruz. Cada brazo de la cruz, representa a una de las cuatro eras o soles, por la que ha pasado la creación del mundo antes de llegar al actual, que conocemos como el Quinto Sol. Los brazos de la cruz son del mismo tamaño y cuadrados. En el brazo superior de la derecha, se encuentre el día 4 Jaguar, que fue el momento en que terminó la primera era, misma que duró 676 años, y la cual diera fin a causa de monstruos que salieron a la tierra y mataron a las personas. Este brazo representa al elemento Tierra. En el brazo que queda a la izquierda está el jeroglífico 4 Viento, símbolo de los huracanes que, después de 364 años, asolaron la Tierra, y convirtieron a los hombres en monos. El brazo inferior izquierdo, 4 Lluvia, representa  la era que terminó debido a una lluvia de fuego; en este sol algunos hombres murieron y otros se volvieron guajolotes. Su duración fue de 312 años. El brazo inferior derecho, 4 Agua, tuvo una duración de 676 años, mismos que terminaron a causa de torrentes de agua. Los hombres que no murieron se convirtieron en peces. Entre los signos de los brazos: las eras, se encuentran los signos de los puntos cardinales: 1 Pedernal, 1 Lluvia, Xiuhuitzolli (signo heráldico), y 7 Mono; o lo que es igual norte, sur, este y oeste, respectivamente. La cruz representa la totalidad del mundo.

Por otra parte, la ciudad de Tenochtitlan se encontraba trazada en forma de cruz, cuatro caminos principales la cruzaban y daban acceso a pueblos localizados fuera de la ciudad. La ciudad y sus edificios se conectaban con el cosmos de acuerdo a la salida y puesta del Sol, durante los equinoccios y solsticios; así nos informa Adrián Snodgrass en su artículo “La cruz espacio-temporal en la arquitectura mesoamericana” de su libro Time and Eternity:
El frente oeste del Templo Mayor, el templo principal del centro ceremonial de Tenochtitlán, la antigua capital azteca ahora cubierta por la ciudad de México, da la espalda a los siete grados y medio del sureste, que es la posición del sol equinoccial que aparece al amanecer entre sus dos templos, los cuales se alzan en la cima de una base piramidal. Desde la base del templo circular de Quetzalcóatl, que está al oeste del Templo Mayor en una extensión de su eje este-oeste, un observador ve al sol equinoccial cuando se ha elevado a una altitud de 22º sobre el horizonte astronómico, enmarcado entre los dos oratorios en el Templo Mayor.

Sonia Iglesias y Cabrera