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Huémac se muere

En los Anales de Cuauhtitlan se asienta que en el año Nueve Tochtli murió el rey tolteca llamado Tlilcoatzin. A su muerte tomó su lugar Huémac, sacerdote de Quetzalcóatl, quien tenía como esposa a Coacueye, hechicera que había estudiado con un espíritu malvado en Coacueyecan. Como Huémac tuvo sus relaciones con Yáotl y Tezcatlipoca, fue destituido como sacerdote de Quetzalcóatl. En el año Siete Tochtli, hubo en Tula una tremenda hambruna y los dioses mencionados le pidieron a Huémac que diese a sus hijos para que fuesen sacrificados en Xochiquetzalyyapan.

Poco después, en el tiempo Trece Ácatl, el dios Yálotl dio comienzo a una guerra que se presagio por malos acontecimientos, por ejemplo un tolteca vio a una mujer que estaba arreglando las hojas de un maguey en un río, la mató, la desolló y se puso su piel. Los toltecas empezaron a decaer y decidieron irse a Cincoc, donde Huémac sacrificó al dios que adoraban a un hombre llamado Ce Cóatl. Los toltecas siguieron su camino y pasaron por Cuauhnénec, donde otra de las esposas de Huémac, Cuauhnene, dio a luz. Cuando corría el año de Siete Tochtli, Huémac decidió suicidarse ahorcándose en la cueva de Cincalco Chapoltepec. Siete años los toltecas estuvieron vagando, hasta que se asentaron.

Fray Bernardino de Sahagún nos relata en su Historia General de las cosas de la Nueva España que cuando Huémac aún reinaba, un nigromántico de nombre Titlacauan, iba caminando desnudo hasta que llegó a Tollan, donde ofreció los chiles que vendía, justamente frente al palacio donde vivía Huémac. La hermosa hija del tlatoani lo vio y quedó profundamente enamorada del joven y de su miembro viril. A causa de esa maravillosa visión, a la niña se le hinchó el cuerpo y cayó muy enferma. Cuándo Huémac pregunto a las dueñas que cuidaban a su hija la causa de tan extraña enfermedad, éstas le contestaron que había visto a un indio toueyo y su enfermedad era de amores. A fin de poner término a la tristeza y a la enfermedad de la muchacha, Huémac la casó con Titlacauan. Pero como no estaba muy de acuerdo con ese matrimonio, lo envió con los enanos  y los cojos a pelear contra los indios de Zacatepec y de Coatepec, para que muriera en la guerra. Cuando estaban peleando contra los de Coatepec, todos abandonaron al toueyo, que a pesar de encontrarse solo no murió y mató a sus enemigos, Cuando regresó a Tula, Huémac lo recibió como a un valiente guerrero. A partir de entonces lo aceptó como yerno.

Otra anécdota acerca de la muerte de Huémac registrada en los Anales de Cuauhtinchan, nos cuenta que cuando era tlatoani de Tula, les ordenó a los nonohualcas que lo cuidaban, que le llevasen a su casa una mujer que tuviera cuatro palmas de caderas. Cuando se la llevaron, Huémac se dio cuenta que no tenía las medidas por él solicitadas y les reclamó. Los nonohualcas se enojaron ante el reclamo y decidieron pelear contra los toltecas al grito de ¡Muera Huémac! El rey huyó y se fue a refugiar a una cueva de Cincalco. Pero encontraron su escondite, lo sacaron y lo mataron a flechazos. Al morir el tlatoani, la ciudad de Tula cayó por unas amplias caderas no encontradas.

Un buen día, siendo rey de Tula Huémac, decidió jugar con los tlaloques, los dioses de la lluvia, al sagrado juego de pelota. Los jugadores decidieron que el equipo que ganase tendría como premio chalchihuites y plumas de quetzal. El vencedor fue Huémac y los tlaloques le entregaron elotes y hojas de maíz verde. Ante la burla, Huémac montó en cólera y exclamó: ¿Por ventura, eso es lo que gané? ¿Acaso no chalchihuites? ¿Acaso no plumas de quetzal? De mala gana los tlaloques le entregaron el premio acordado, pero rencorosos deciden molestarlo haciéndole pasar dificultades por no menos de cuatro años. Primero le enviaron una fuerte helada que quemó las cosechas y los frutos de la tierra; luego, provocaron un calor tremendo que ocasionó que los magueyes, los nopales y los árboles se secaran, todo se rompió a causa de ese espantoso calor, y los toltecas fenecieron de hambre.

A los cuatro años, los tlaloques aparecieron en Chapultepec y anunciaron que los toltecas se acabarían. Entonces, un sacerdote de Tláloc apareció en el lago de Chapultepec y le envió un mensaje a Huémac para que la hija de Tozcuecuex fuera sacrificada. Al oír el mensaje Huémac se puso muy triste, pero debía cumplir. Entonces envio a sus mensajeros para que trajesen a la jovencita Quetzalxotzin a la que sacrificaron después de ayunar por cuatro días. Los tlaloques pusieron su corazón en una jícara y dijeron: – ¡Aquí está lo que han de comer los mexicanos, porque ya se acabará el tolteca! Cuatro días estuvo lloviendo, y volvió a crecer la vegetación. Huémac se fue a Cincalco y murió.

Sonia Iglesias y Cabrera


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De cómo surgió el momochtli

Hubo un tiempo en que Chaak, el Señor de la Lluvia, se encontraba muy triste porque los campos estaban muy secos y daban cosechas muy escasas. Había que quemar la tierra para que volvieran a ser fértil. Así se hizo. Los pájaros volaban alrededor de la inmensa hoguera que se formó, con el fin de salvar las semillas de algunas plantas que no debían quemarse. Entonces, el pájaro Dziú, valientemente, se arrojó a rescatar los granos del preciado maíz. Al hacerlo, sus alas se quemaron y se volvieron grises, y sus ojos cambiaron a rojos. El humo de la hoguera le impedía ver. Pero él, sin importarle el peligro, tomó un puñado de maíz que se colocó en el pico; pero en su prisa las semillas se le cayeron del pico y fueron a dar a unas brasas. Al calor, los granos fueron explotando uno a uno, mientras emitían un olor muy especial. Toth, la Paloma, acérrima enemiga de Dziú, llevaba en el pico una semilla de tomate, y al ver los maíces blancos y redondos, bajó hacia donde se encontraban con el fin de rescatarlos, y exclamó: -¡Ah Mun, el Dios del Maíz y Huehuetéotl, el Dios del Fuego, se encuentran aquí con nosotros!. Tomó en su pico el único maíz reventón que se salvó del fuego gracias a ella.

Chaak premió a Dziú por ser tan valiente en su hazaña; pero se olvidó de Toh, quien envidiosa y soberbia, emprendió el vuelo muy enfadada. Un día,  Dziú decidió buscar a Toh; encontró su nido y en el fondo vio la hermosa y sabrosa roseta de maíz que el pájaro había salvado de quemarse. Así pues, debemos a Toh el tener momochtli, nuestras sabrosas “palomitas de maíz”. Debemos agregar que todos los humanos aprendieron a hacerlas desde entonces.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Vucub Caquix, el fanfarrón

Hace muchos miles de años, cuando aún no había luz en el mundo porque el Sol y la Luna estaban cubiertos, un dios de nombre Vucub Caquix, Siete Guacamaya, padre de los gigantes Cabrakán y Zipacná, decía, presuntuosamente, que él era el Sol y la Luna. Afirmaba que era tan maravillosos que todo él resplandecía: sus ojos, sus dientes, su nariz. Por supuesto que Vucub Caquix no era ni el Sol ni la Luna, tan sólo deseaba darse importancia, dominar y hacer alarde de sus riquezas. Ante tanta fanfarronería, los gemelos sagrados Hunahpú e Ixbalanqué decidieron poner fin al soberbio. Para matarlo pensaron en tirarle con una cerbatana cuando estuviera comiendo para que se enfermara. Los hermanos tomaron sendas cerbatanas y partieron en búsqueda del presumido.

Los hijos de Vucub Caquix, nacidos de la diosa Chimalmat, se encontraban entretenidos: Zipacná jugaba a la pelota con las seis montañas que había creado en una noche cuando aún no amanecía. Y Cabrakán se divertía haciendo temblar los montes y montañas. Ellos también eran soberbios y pregonaban lo que hacían llenos de presunción tratando de disputarse la grandeza con Vucub Caquix. Ante tanta fanfarronería y competencia los gemelos sagrados tomaron la decisión de matar a los tres, al padre y a los hijos.

Todos los días Vucub Caquix iba a comer a un árbol de nance, se subía a la parte más alta y disfrutaba de su comida preferida. De esta costumbre estaban enterados Hunahpú e Ixbalanqué. Así pues, se escondieron entre unas hojas al pie del árbol para acecharlo. Cuando llegó Vucub Caquix a comer, Hunahpú le apuntó con su cerbatana e hirió al dios Siete Guacamaya en la mandíbula. Al sentirse herido, Vucub Caquix cayó del árbol dando espantosos gritos de dolor. Hunahpú trató de cogerlo, pero Siete Guacamaya le arrancó un brazo, se lo dobló hasta el hombro, se lo arrancó y se fue a su casa llevando el brazo en el pico. Al ver llegar a su esposo en tales condiciones, Chimalmat le preguntó lo que le había sucedido, a lo que el esposo herido le contestó que se encontraba muy mal herido de la quijada, que los dientes se le movían y le dolían muchísimo. Siete Guacamaya decidió colgar el brazo sobre el fuego del hogar y dejarlo ahí seguro de que el gemelo manco vendría a buscarlo.

Ante esta situación, Hunahpú e Ixbalanqué fueron a hablar con una pareja de viejos de cabellos blancos y encorvados por la avanzada edad. El viejo se llamaba Zaqui Nim-Ac y la vieja respondía al nombre de Zaqui Nimá Tziis. Los gemelos les pidieron a los dioses que fuesen a donde vivía Vucub Caquix haciéndose pasar por una pareja de mendigos, y que dijeran que los muchachos que iban tras ellos eran sus nietos huérfanos de padre y madre. Además debían decir que tenía la habilidad de sacar el gusano de las muelas. Así Vucub Caquix no sospecharía que eran los gemelos sagrados. Los cuatro agarraron camino. Los gemelos iban un poco atrás de los viejos. Cuando llegaron a la casa de Siete Guacamaya, lo vieron sentado en su trono gritando de dolor por sus muelas. Cuando vio a los ancianos y a los muchachos, Guacamaya les preguntó de dónde venían, a lo que el viejo respondió que andaban en busca de comida. Guacamaya inquirió si los muchachos eran sus hijos y el dios aclaró que eran sus nietos a los que ambos querían mucho y con los que compartían los alimentos. Cuando Siete Guacamaya se enteró de que los ancianos sabían sacar el gusano de las muelas, curar los males de los ojos y colocar los huesos en su lugar, les pidió que le curasen los dientes, pues era tan insoportable el dolor que no podía ni comer ni dormir por las noches, y todo a causa de la maldad de dos gemelos demoníacos que le habían herido con engaños. El viejo aceptó curarlo y le dijo que le sacaría todos los dientes y le pondría otros nuevos, y de paso le curaría los ojos que se los veía un poco mal. Al principio, Vucub Caquix se negó, pues les aclaró que sus dientes y sus ojos eran sus preciados y valiosos ornamentos brillosos. Pero cuando el viejo le aclaró que los dientes estarían hechos de hueso molido, Siete Guacamaya aceptó. Pero los dientes que le colocaron los gemelos sagrados estaban hechos con granos de maíz, y cuando le tocó el turno a los ojos, le reventaron la pupila. Hunahpú e Ixbalanqué le dijeron al ave fanfarrona que ese era el castigo por creerse el Sol y la Luna y por hacer ostentación de sus riquezas: sus dientes y sus ojos resplandecientes. Al poco tiempo murió Vucub Caquix, y el viejo se llevó todas las piedras preciosas y las esmeraldas que formaban su pico y sus ojos. Hunahpú recuperó su  brazo y se lo puso. Una vez cumplida su tarea los gemelos sagrados se fueron al Cielo.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Nuestra Madre y el «ojo de dios»

Hace mucho tiempo, la diosa de la Tierra y de la Luna, pensó que sería muy buena idea crear a los dioses para que se encargasen de proporcionar el agua y que así pudiesen crecer las plantas y las hierbas que conforman parte de la naturaleza. Tomó unos trozos de algodón les dio forma y los colocó dentro de una laguna. Pero a estos dioses incipientes no les gustó que los metiera en el agua y protestaron pidiéndole a Nuestra Madre que los sacara. La diosa se tomó sus largos y negros cabellos, los peinó, los estiró y se los arrojó al agua a los dioses para que se agarraran de ellos y así poder sacarlos. Al salir, los dioses se fueron al Cielo, donde se quedaron viviendo colgados de las nubes.

Pasado un tiempo, los dioses protestaron, alegando que ya estaban cansados de vivir pendientes. Nuestra Madre, ante tales protestas, replicó diciéndoles que si ya estaban cansados pusieran remedio a su situación e hiciesen algo al respecto. Los dioses tomaron un poco de tierra de su cuerpo y elaboraron una pequeña bola. Nuestra Madre le dijo a Nuestro Hermano Mayor que colocara sus flechas una encima de la otra, como formando una cruz. El Hermano Mayor hizo lo indicado siguiendo las direcciones de los rumbos sagrados y amarró el centro donde se cruzaban las flechas. Nuestra Madre tomó un mechón de sus cabellos y tejió un “ojo de dios” entretejiendo su pelo con las cruces, a la manera de una espiral. Cuando terminó con su tarea, sobre el “ojo de dios” puso tierra y les indicó a los dioses que la apisonaran. Con los pisotones la tierra se fue agrandando hasta formar el mundo, que es el lugar donde podemos vivir los indios coras gracias a Nuestra Madre y a los dioses creados por ella.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Chalchiuhtlicue

La que tiene la Falda de Jade, diosa de los lagos y las corrientes de agua, patrona de los nacimientos y reina de los bautizos, presidía el día Cinco Serpiente del calendario mexica y regía la trecena Uno Caña. Asociada con el agua, se constituyó en la patrona de la navegación costera. De su unión con Tláloc, el dios del agua, nació Tecciztécatl, Morador del Caracol, el dios que se volvió Luna, allá por Teotihuacan, cuando hubo superado su cobardía frente a los dioses. Según nos informan los chismitos, que en el Cielo también se dan, antes de ella Tláloc tuvo otra esposa, Xochiquetzal, pero como le gustó a Tezcatlipoca, se la robó, sin medir las consecuencias de sus actos. El dios de la lluvia, ante esta dolorosa pérdida, se puso muy triste y se negó a propiciar la lluvia, tanta era  su depresión. A causa de su negativa, las personas se estaban muriendo de hambre y sed, pues no había cosechas ni agua para beber. Los dioses, preocupados por tal situación, decidieron que lo que le hacía falta a Tláloc era otra esposa tan bella como la anterior pero más constante. Entonces, reunidos en asamblea, eligieron a Chalchiuhtlicue como la nueva consorte, después de todo era hermana de los tlaloques, diosecillos del agua, muy cercanos a Tláloc. El remedio fue efectivo y el dios de la lluvia, sumamente satisfecho, envió el agua que tanto necesitaban los hombres para regar las milpas y asegurar su subsistencia.

Durante la creación de los Cinco Soles, Chalchiuhtlicue alumbró al mundo durante el Primer Sol, en la era Cuatro Agua, cuando el Cielo era de agua y cayó sobre la Tierra dando origen a un terrible y catastrófico diluvio; fue entonces cuando los pobres humanos se convirtieron en peces, gracias a la deidad. Debido a tantas características acuáticas, Chalchiuhtlicue devino Acuecucyoticihuati, la hermosa diosa de los océanos.

Como Chalchiuhtlicue era coqueta, además de engalanarse con su bonita falda verde, le gustaba pintarse la parte inferior de su cara con líneas verticales también verdes, y colocarse en la cabeza una tiara de oro y cubrirse con un manto con borlas de Quetzalli. De su acuática falda surgía un torrente azul de aguas cristalinas en el que se situaban dos seres del agua, un niño y una niña. Nunca olvidaba su báculo de rayos del Cielo y su bolsa en la que guardaba las nubes que podían producir lluvia. Fray Bernardino de Sahagún nos la describe de la siguiente manera: Su cara pintada. Su collar de piedras finas verdes. Su gorro de papel con penacho de plumas de quetzal. Su camisa, su faldellín, su pintura de olas de agua. Sus sonajas, sus sandalias. Su escudo con un nenúfar, y en su mano, enhiesto un palo de sonajas.

Como era tanta su importancia entre los humanos y aun entre las divinidades celestiales, nuestra diosa contaba con una fiesta que efectuaban los mexicas en el sexto mes del año llamado Etzalcualiztli, para cuya celebración los sacerdotes iban a acarrear juncias, una planta herbácea de la familia ciperáceas, al pueblo de Citlaltépetl, el Cerro de la Estrella, donde había un lago llamado Temilco, donde se daban muy bellas, para adornar su adoratorio. El día de la celebración se elaboraban unas tortas llamadas etzalli hechas de maíz y de frijol, que las personas acostumbraban comer en sus hogares y ofrecer a quien se acercara a sus casas. En el templo a los dioses del agua se llevaban a cabo sacrificios humanos de esclavos y cautivos, cuyos corazones se arrojaban  al remolino que se formaba en la laguna de Tenochtitlan, y se entonaban cantos e himnos en honor a Chalchiuhtlicue y a los dioses del agua, incluyendo a Tláloc, cuyo canto empezaba:

Ay, en México se está pidiendo préstamo al dios,
En donde están las banderas de papel
Y por los cautro rumbos están en pie los hombres.
¡Al fin es el tiempo de su lloro!

Sonia Iglesias y Cabrera


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El Ave Deidad Principal

La deidad conocida como Ave Principal es un ser sobrenatural de labio largo, pico ancho, con un ala formada con el perfil de una cabeza de serpiente en el área del hombro. Esta ala se trata de un marcador fonético de la palabra “cielo”, ya que tanto serpiente como cielo son términos homófonos en la lengua maya. El Ave Principal hizo su aparición en el Preclásico Tardío de los estadios culturales mayas, donde aparece ya en varias estelas con sus marcados rasgos de reptil. Es, por supuesto un ave celestial y una deidad solar, a la que en el Período Clásico Temprano se la representaba como un anciano de nariz aguileña, es pues una deidad mítica mitad ave y mitad ser humano

Esta ave tuvo diferentes roles: fue Vucub Caquix, o Siete Guacamaya, el dios que se enfrentó a los héroes gemelos en el relato del Popol Vuh y tomó el papel del Sol; fue representada en las ceremonias de la realeza maya en Petén; y se le asoció con el sacrifico de corazones como aparece en el Códice París, donde vemos a un ave  súper adornada con joyas tales como collares y orejeras.

En su papel de Siete Guacamaya, Vucub Caquix, representa a un ser fantástico que reinaba en el Inframundo, Xibalbá, junto con Chimalmat, “la que se torna invisible”, su esposa. Como el dios pecaba de presumido y decía que era el Sol y la Luna, lo cual era mentira, los gemelos sagrados Hunahpú e Ixbalanqué le dieron muerte con engaños; le quitaron sus dientes y le pusieron granos de maíz en sustitución, para después reventarle los ojos.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Teotihuacan

“El lugar donde fueron hechos los dioses”, Teotihuacan, fue una de las más grandes ciudades de Mesoamérica; así la llamaban los mexicas, pues su verdadero nombres nos es desconocido al igual que su la lengua y el origen del pueblo que en ella habitaba. El monumento más grande de esta hermosa ciudad es la Pirámide del Sol, localizada en la parte oriental de la Calzada de los Muertos, cuyo uso se desconoce. Su construcción dio inicio en la llamada etapa cultural Tzacualli (1-150 d.C.) Cuenta con sesenta y tres metros de altura, en cuya cúspide se encontraba un templo ceremonial. Fue construida empleando adobes, se la recubrió con estuco y se la decoró con pinturas religiosas

A su vez, la Pirámide de la Luna es uno de los edificios más antiguos de Teotihuacan situada hacia el lado norte, de menor tamaño que su compañera. En la plataforma superior se realizaban rituales en honor a la diosa Chalchiuhtlicue, diosa del agua relacionada con la Luna.

Hace muchos cientos de años, antes de que la luz existiese, los dioses –entre ellos Quetzalcóatl, Tláloc y Tezcatlipoca- efectuaron una reunión en Teotihuacan y decidieron que el mundo debía estar alumbrado, pero no sabían quién lo haría. Uno de los dioses que era muy rico y poderoso, llamado Tecuzitecatl, dijo que se encargaría de tal tarea. Pero necesitaba a otra persona que le ayudase. Como nadie se ofreció a hacerlo, nombraron como ayudante a Nanahuatzin, que tenía la mala suerte de ser pobre, jorobado y lleno de bubas; es decir, de pequeños tumores  llenos de pus y muy dolorosos. Como correspondía, antes de llevar a cabo su honorable tarea, los dos dioses se pusieron a hacer penitencia y a llevar a cabo los rituales de rigor. Tecuzitecatl, como era de posibilidades económicas, ofrendó oro, piedras preciosas, corales, hermosísimas plumas de quetzal, y mucho copal para ser quemado. A su vez, Nanahuatzin, que carecía de medios, sólo pudo ofrendar heno, espinas de maguey que llevaban su sangre, y las postillas de sus bubas para que sirviesen como copal; o sea, sus costras. Después de finalizar la etapa de las penitencias de rigor que les llevó hasta la media noche, dieron inicio los oficios. Tecuzitecatl se cubrió con una hermosa capa elaborada con las más bellas plumas de pájaros exóticos que se pudieron encontrar, que le obsequiaron los dioses para tal efecto. En cambio, a Nanahuatzin le regalaron una pobre capa de papel. Ataviados de tal manera, los dioses encendieron una hoguera y le indicaron al dios opulento que se arrojase en ella. Sin embargo, a Tecuzitecatl le entró mucho miedo y, cobardemente, se hizo para atrás. Pero lo volvió a intentar y sintió el mismo pavor. Cuatro veces trató de echarse, pero el miedo fue superior a sus deseos y fracasó. Cuando los dioses le indicaron a Nanahuatzin que se arrojara al fuego, no dudó ni un instante: cerró sus tristes ojos, se aventó y comenzó a arder. Cuando Tecuzitecatl vio que el dios pobre se había arrojado al fuego sin temor, se arrojó a su vez a la hoguera. En esas estaban cuando de repente entró un águila que se quemó en el fuego –razón por la cual desde entonces las águilas tienen las plumas de color negruzco-, después apareció un tigre que se chamusco todito y se manchó de blanco y negro.

Todos los dioses se sentaron en espera de ver de qué parte saldría Nanahuatzin. Dirigieron su mirada hacia el Este, donde hizo su aparición un Sol muy rojo, al que no podían mirar directamente a causa de sus potentes rayos. Pero aun así volvieron a mirar hacia el este y vieron salir a la Luna. Tanto el Sol como la Luna brillaban de una manera intensísima; pero entonces uno de los dioses tomó a un conejo y lo arrojó directamente hacia la Luna, que no era otra que el dios rico Tecuzitecatl, y el satélite perdió mucho de su inicial resplandor. Todos los dioses se quedaron muy quietecitos, para después decidir que debían morir para dar vida al Sol y a la Luna. La triste tarea de matar a los dioses correspondió al Aire, quien  inició toda una serie de movimientos y soplidos dirigidos primero al Sol y luego a la Luna, hasta que ambos ascendieron al Cielo. Es por ello que el Sol sale por el día y la Luna durante la noche. Este interesante mito de constancia del nombre de Teotihuacan que deriva de: téotl, “dios”; y teotihua, “ser transformado en dios”.

Sonia Iglesias y Cabrera

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De cómo surgieron las hormigas

Hace muchos miles de años, Hach Ak Yum, Nuestro Verdadero Señor, que vive en el plano superior de universo con su esposa, creó a los hombres con barro, dio vida a la selva y a todos los habitantes que la pueblan, y a las plantas que crecen el ella. Una vez que el dios Hach Ak Yum creó a las personas, decidió hacer el amor con su esposa Ak Na’, la Luna, -la fecundadora universal, protectora de la mujeres, que en su telar teje la materia prima de la vida- para tener hijos y que los hombres vieran cómo era aquello se reproducirse, siguieran el ejemplo y se multiplicaran y poblaran la Tierra con muchos lacandoncitos.

Dicho y hecho, el dios creador se apareó con su sagrada mujer y tuvo a Ixchel, Sukun Kyum y Ah Kyantho, además de otros hijos que por haberlo retado faltándole al respeto, exiló a la selva. A estos irreverentes hijos se les llamó los Hijos Rojos, encargos de producir los fenómenos climáticos y meteorológicos: granizos, truenos, rayos, vientos tormentosos, para perjudicar a la humanidad. Pero cuando Ak Na’ dios a luz a su último vástago, empezó a sangrar terriblemente, y su sangre se regó por toda la Tierra. Al ver tanta sangre derramada, el dios creador Hach Ak Yum, desesperado, agarró montones de tierra y los arrojó sobre la sangre derramada por la diosa para tratar de que no se viese. En cuanto la tierra se extendió por el suelo, empezaron a formarse todas las hormigas que habitan el mundo: salieron hormigas rojas, hormigas negras, toda clase de hormigas… fueron innumerables y se distribuyeron por todas partes para formar sus hormigueros y vivir en paz.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Los mexicas en el mito

Los mexicas no fueron el primer grupo nahua que llegó a poblar la meseta central de México, muy por el contrario, pues fueron los últimos. Cuando llegaron ya se encontraban asentados otros grupos de habla náhuatl emparentados con ellos, lingüística y étnicamente, c desde muy antiguo. Nos referimos a los tepanecas, “los que se encuentran sobre la piedra”, situados hacia el sureste del Valle de México; los acolhuas, asentados al este del lago Texcoco; los chinanpanecas, “los que viven en las chinampas”, sitos hacia el suroeste y los chalcas, “moradores de chalco”, establecidos en el sureste de Valle. Además, se encontraban los grupos de tlatepotzcas, “los que viven a espaldas de los montes”, habitantes de Tlaxcala y Huexotzingo; y los tlahuicas, “gente de tierra, que ocupaban los valles sureños, justamente en las ciudades de Cuernavaca, Oaxtepec y Tepoztlán.

Según nos cuenta el mito, todas estas tribus habían surgido de la tierra y emergieron en Chicomoztoc o “lugar de las siete cuevas”. Naturalmente, el número siete hace referencia a las tribus que comprendía el grupo nahua contando, por supuesto, a  los aztecas o mexicas. Por otra parte, dicho número siempre tuvo un carácter sagrado para ellos, al igual que  para los mayas, para quienes el dios agrario era el Dios-Siete ligado al fenómeno astronómico que determina la estación de las lluvias.

Los aztecas afirmaban que provenían de una ciudad que denominaban Aztlán, “el país del color blanco”, concebido como una isla en medio de un lago rodeado de carrizos y pleno de chinampas –podemos notar fácilmente la similitud con la posterior Tenochtitlan-, en una de cuyas orillas se levantaba el cerro de Colhuacan, “lugar de los nietos-sobrinos”, provisto de las famosas siete cuevas. De la palabra aztlán, derivó el nombre de aztecas; es decir, “la gente de Aztlán”, aun cuando ellos mismos se denominaban mexicas, vocablo proveniente del nombre de su héroe Mexitli, o Mecitli; aunque también usaban el término tenochcas, en referencia a su caudillo Tenoch.

Los aztecas salieron de Aztlán posiblemente en el año de 1168, y llegaron por el norte al Valle de México, para establecerse en la orilla occidental del lago de Texcoco. Otra versión nos cuenta que arribaron, en el año 1256, a un bosque de ahuehuetes que tenía un manantial que brotaba de una fuente. Este bosque se llamaba Chapultepec, o “cerro del chapulín”. En este lugar se asentaron y tuvieron que soportar los continuos ataques de que fueron víctimas por parte de los otros grupos nahuas cercanos a ellos, hasta que éstos consiguieron arrojarlos del cerro. Entonces, vencidos y apesadumbrados, debieron someterse al príncipe de Colhuacan, quien ordenó asesinar a su caudillo. Sin embargo, aun débiles y pobres, los aztecas lograron escapar a esta sumisión y se refugiaron en unas islas situadas en el occidente del lago de Texcoco. Fue en este preciso lugar donde fundaron la Ciudad de Tenochtitlan en 1370, y no en 1325, como se ha creído erróneamente.

Durante los primeros tiempos de la colonización de las islas, los aztecas fueron comandados por el gran Tenoch, a quien debió su nombre la ciudad, que viene a significar “el lugar de Tenoch”. Sin embargo, la etimología de la palabra también se presta para que se la pueda interpretar como “el lugar donde el nochtli (nopal), crece sobre la piedra (tetl).
El mito sobre la población de Tenochtitlan nos refiere que durante el peregrinaje que tuvieron que padecer los aztecas para asentarse definitivamente, dos de sus sacerdotes descubrieron en una isla un manantial de aguas cristalinas, en una de cuyas rocas cercanas se encontraba posada un águila devorando una serpiente, portento que según los sacerdotes constituía una inequívoca señal de que ahí se debía construir un templo a Hutzilopochtli, “Colibrí Zurdo”, y máxima deidad del panteón mexica. Por cierto que, ya construido el gran teocalli, aprisionó entre sus muros al mencionado manantial. Desde el punto de vista simbólico, el águila representaba al sol y al cielo diurno; y la serpiente al cielo nocturno.

Ya fundada la Ciudad de Tenochtitlan, en sus inicios estuvo gobernada por caudillos, para más adelante dar lugar a una etapa monárquica que fuera conformada por once tlatoanis, o jefes supremos, encabezada, en 1376, por Acamapixtli, y terminada, en 1521, por Cuauhtémoc, último baluarte heroico quien fuera ahorcado por el capitán Hernán Cortés en las selvas del Petén, Guatemala, el 28 de febrero de 1525, acusado, injustamente, de conjurar en contra de éste.
Todos los once tlatoanis que antecedieron a Cuauhtémoc se consideraban los herederos culturales de Ce-Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl, soberano tolteca que huyera del territorio mesoamericano, avergonzado por haberse emborrachado y cometido desmanes atroces. El apogeo de la civilización azteca tuvo lugar con el tercer Huey Tlatoani, Izcóatl, Serpiente de Obsidiana, quien, gracias a su acertado gobierno, propició la expansión de lo que, andando el tiempo, sería un gran imperio. Guerrero y conquistador, consiguió sujetar a la mayoría de los pueblos asentados en la región de Mesoamérica.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Riox crea al mundo

Hace muchos miles de años, Riox (Dios) creó al mundo. Para que le ayudara en la manutención de los otros dioses que vivían con el en el Cielo, dio vida a otro ser divino. Cuando Riox creó a los hombres por primera vez los hizo de lodo, pero estaban tan sin consistencia que se caían, no podían voltear para atrás porque su cabeza se les rompía. Tampoco podían hablar. Un buen día los hombres de humedecieron y desaparecieron.
Para llevar a cabo la segunda creación los dioses se reunieron con la Abuela, Ixpiyacoc, y con el Abuelo, Ixmucané, para saber qué hacer. Entonces Riox, El Formador, hizo a los hombres con granos de maíz y madera del árbol tzité. Este seres de madera se multiplicaron y tuvieron muchos hijos, pero como eran de palo no tenían alma ni entendimiento, andaban a gatas sin destino, y no tenían conciencia de quién los había creado. Pasado cierto tiempo, el dios Huracán les envió una inundación y todos los hombres de madera se destruyeron.
En la tercera creación, Riox creó a los hombres de tule y de tzité. Pero eran incapaces de hablar y de entender nada. Una resina que cayó del Cielo y los golpes de armas que recibieron de los dioses por estar tan mal hechos y por ser inútiles, los mató. De estos seres descienden los monos.
La cuarta creación dio inicio cuando Hunahpú y su hermano gemelo Ixbalenqué –hijos del dios Hunhuahpu y de Ixquic- subieron al Cielo para convertirse en el Sol y la Luna. Fue entonces cuando Tepeu, el dios del Cielo, y Gucumatz, el dios de las tempestades, pensaron que había que crear nuevos hombres. Huracán, el dios del viento fue el encargado de llevarla a cabo ayudado por otros dioses. Los hombres fueron hechos de maíz blanco y amarillo. Ixmucane, la Abuela diosa del maíz, hizo nueve bebidas con maíz blanco y amarillo y se las dio a beber a los nuevos hombres para darles fuerza.
El universo está formado por dos planos: en el superior habitan los dioses, los ángeles, los apóstoles, y el Diablo y sus ayudantes. En el plano de abajo moran unas personas muy pequeñas que tienen los pies chuecos, los seres humanos antepasados de los tzotziles, y otros dioses que son diferentes a los que viven arriba. Fue Jesucristo quien puso en la Tierra, en el plano bajo, a esas personas pequeñitas. Pero como no estaban conformes los dioses el Apóstol-Obispo fue nombrado para que le dijera a Riox que pusiera a los seres pequeñitos y a los antepasados de los tzotziles en la parte de arriba. Riox accedió cuando se dio cuenta que los pequeñitos no veneraban ni rendían culto a los dioses, ya que el ser tan chiquitos les impedía cargar imágenes en las procesiones, a más de que tenían muy poco fe y respeto por los dioses, no sabían comer como es debido y carecían de educación. Ante estos hechos Riox accedió al cambio y mandó a los seres pequeñitos al plano superior, con la condición de que debían venerar y rendir culto a los dioses, de lo contrario regresarían al plano inferior. Los antepasados de los tzotziles estaban contentos, pues en la parte baja la vida era muy difícil, había mucha hambre, y cuando el Sol pasaba el calor era terrible y se tenían que cubrir con lodo y esconderse en las cuevas para no morir quemados.

Sonia Iglesias y Cabrera