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Leyendas Mayas

La Xtabay.

Xtab es el nombre maya de una mujer mitológica,  diosa de los ahorcados, según constata el Códice de Dresde, en cual se puede ver a una mujer ahorcada con dicho nombre. Tal vez esta diosa sea  el origen de la temida Xtabay de la leyenda, quien por las noches atrae con cantos y frases encantadoras a los hombres, los embruja y los destruye. Deja los cuerpos de sus víctimas llenos de mordidas y de rasguños, y con el pecho destrozado por sus garras. La tradición oral  relata que en un pueblo de Yucatán vivían dos mujeres: la una se conocía con el nombre de Xtabay, y llevaba por apodo Xkeban, “prostituta” o “mujer fácil”. Como la Xtabay era de cascos ligeros, aparte de ser poseedora de una belleza deslumbrante, gustaba de hacer el amor con cuanto hombre se lo propusiera, simplemente por el gusto de dar placer. En otra casa del pueblo vivía Utz-Colel, “mujer honesta”, virtuosa, dulce y honesta, jamás había tenido relaciones sexuales con un hombre. 

A pesar de ser disoluta, Xkeban se dedicaba a las obras piadosas y ayudaba a los pobres,  a los menesterosos, y a los animales enfermos o abandonados. Para llevar a cabo sus obras pías no reparaba en vender sus alhajas y la lujosa vestimenta que le obsequiaban los numerosos pretendientes con que contaba. Era humilde, y soportaba con estoicismo las humillaciones y los insultos de la gente del pueblo. En cambio Utz.Colel, era egoísta, soberbia, nunca ayudaba a nadie y se burlaba de los pobres; era fría como una serpiente.

leyenda mexicana - imagen de la xtabay

En una ocasión, los habitantes del pueblo se dieron cuenta de que la Xtabay no salía más de su casa, nadie la había visto hacía ya un buen tiempo, especularon pero no hicieron nada. Un cierto día, por el poblado se empezó a expandir un fuerte, delicioso y subyugante perfume de flores. Los pueblerinos, intrigados y siguiendo el rastro de tal perfume, llegaron hasta la casa de Xtabay, entraron, y encontraron a la mujer muerta.

Ante tan terrible hecho, fueron a hablar con Utz-Colel, quien al enterarse de la muerte de Xtabay afirmaba que de su cuerpo pecador no podía salir tan magnífico perfume, sino solamente debían emanar olores pestilentes y desagradables, que aquello no era natural y que, seguramente, ese desaguisado era obra de los espíritus malignos, para que la mujer disoluta pudiera seguir atrayendo a los hombres, como acostumbraba hacer en vida la Xtabay. Y decía: -¡Sí muerta Xkeban produce tal aroma, cuando yo muera el perfume que esparciré será maravilloso y divino y muy superior!.

Por piedad, más que por cariño, las personas del pueblo sepultaron a la Xtabay, ya que eran cristianos de buena índole. Al día siguiente de su entierro todos quedaron patidifusos cuando se dieron cuenta que la tumba de la mala mujer estaba llena de magníficas flores que esparcían un extraordinario perfume.

Pasó un cierto tiempo, y le llegó la hora de morir a Utz-Colel. La enterraron, le rezaron y le lloraron, pues como es de suponer, era muy querida de todos por su virtud. Al otro día, la tumba de la mujer piadora exhalaba un terrible olor a carroña y a podredumbre que a todos extrañó y horrorizó.

En la tumba de Xtabay creció una hermosa flor que se nombró Xtabentún, una enredadera grande, lechosa y muy bella que suele crecer en forma silvestre en los caminos y en las tapias. Su néctar era embriagador, como debió de serlo el amor de la Xtabay tan libremente otorgado a los hombres. Por su parte, Utz-Colel se convirtió en Tzacam, una flor que nace de un cactus lleno de espinas y con un olor repugnante, todo el que  quiere tocarla se pica y asquea con su atroz pestilencia.

Ante tal hecho y convertida en esa flor asquerosa, Utz-Colel pensó que no era justo lo que le pasaba, y se puso a envidiar la suerte de Xtabay. Después de mucho pensar, concluyó que tal vez porque los pecados de Xkeban habían sido pecados de amor, se había convertido en una bella y fragante flor. Entonces, decidió imitarla e iniciar una carrera amorosa. Lo que ignoraba era que Xtabay siempre se había dedicado a dar amor generosamente, sin cobrar un centavo, simplemente porque su corazón era muy grande y estaba repleto de amor por los hombres.

Utz-Colel decidió invocar a los malos espíritus para que la ayudasen a volver a la Tierra otra vez en forma de mujer para seducir a cuanto hombre pasara, pero no por amor a ellos ni por tener un gran corazón, sino de manera nefasta y calculada para volverse una bella y fragante flor que oliese tan bien como la Xtabentún.

Así pues, no es la Xtabay quien seduce a los hombres para amarlos y después matarlos, sino la envidiosa Utz-Colel que regresó a la Tierra para hacer el mal, haciéndose pasar por la mujer que ofrecía su cuerpo a los hombres tan generosamente.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas

La Virgen de los Remedios llega a México.

Las decisiones del destino, por cierto caprichosas, dieron lugar a que Juan Rodríguez de Villafuerte formara parte de los soldados que se alistaron para ir con Hernán Cortés a la conquista de las Indias. Presto para partir, su hermano le aconsejó que llevase con él a la Virgen de los Remedios que  había sido tan caritativa proporcionándole riqueza y salud. Dicho y hecho, Villafuerte partió para tierras americanas y acompañó a Cortés en todas sus conquistas y desmanes arbitrarios. Cuando el Capitán entró en Mexico-Tenochtitlan y ordenó que fuesen quitados los dioses indígenas del Templo Mayor, Rodríguez de Villafuerte sustituyó la imagen de Huitzilopochtli por la de la Virgen de los Remedios. El 30 de junio de 1520, cuando los españoles salieron derrotados huyendo de Tenochtitlan, el devoto soldado tuvo buen cuidado rescatar a la Virgen del templo usurpado, prefiriendo salvar a la madre de dios en lugar de forrarse con oro y plata como lo hicieron los otros conquistadores llenos de codicia y avaricia.

Tiempo después, cuando Hernán Cortés lloraba su derrota bajo un sabino de San Juan, por el Cerro de Los Remedios en Naucalpan, Rodríguez de Villafuerte escondió la imagen bajo un maguey que se encontraba en la cima del mencionado cerro, que en aquel entonces recibía el nombre de Otomcapolco, “lugar de otomíes”.

Treinta años transcurrieron desde este hecho, cuando el cacique otomí Ce Cuauhtli, Uno Águila, quien luego recibiría el nombre de Juan de Aguilar Tovar, encontró la imagen y se la llevó para guardarla en su casa situada en San Juan Totoltepec. Pero fue inútil, la imagen volvió al lugar en que fuera encontrada una y otra vez… Entonces, los frailes católicos de Tacuba construyeron una hermosa iglesia en el lugar al que la Virgen siempre retornaba.

Esta primera iglesia fue realmente una pequeña ermita que al paso del tiempo, que todo lo arruina, se fue destruyendo. Ante este deplorable hecho, García de Albornoz, regidor y obrero mayor de la Ciudad de México, convenció al Cabildo para que edificase un santuario en el lugar de la maltrecha ermita. La construcción fue pagada por el virrey Martín Enríquez, y bendecida por el arzobispo Pedro Moya Contreras cuando estuvo terminada. Los trabajos se iniciaron en el año de 1574 y se terminaron en el mes de agosto de 1575. El Cabildo de la ciudad y el Regimiento de la Ciudad de México fungieron como los patronos de la nueva iglesia, y fue vicario de la misma el licenciado Felipe de Peñafiel. Se trata del Santuario de Nuestra Señora de los Remedios, elevado al rango de Basílica en el año 2000. Antaño, el templo contaba con una casa especial dedicada a albergar a los peregrinos y a los pobres, a más de contar con buenos aposentos destinados a los virreyes, inquisidores, arzobispos, oidores, y gente importante de la Nueva España y de España.

La imagen de la Virgen de los Remedios es la más antigua de América. Se dice que fue elaborada por un artesano español en madera estofada. Mide veintisiete centímetros de alto, la virgen lleva una corona y bajo sus pies se encuentra una media luna. Su fiesta principal es el primero de septiembre, día en que numerosos feligreses le rinden homenaje, aparte de que recibe todos los domingos del año.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Mitos Cortos

La placenta de Ixchel.

En la cosmovisión maya, la araña representaba la placenta de la diosa del parto Ixchel, la Señora del Arco Iris, pues se consideraba que el hilo de araña que salía de la parte central de la diosa, representaba la vida que unía a todos los seres humanos, como un enorme cordón umbilical. Muchas de las arañas mayas estaban relacionadas con el tejido y la hechicería; recordemos que Ixchel fue  la patrona de las tejedoras, a más de ser la diosa del amor, la luna y la medicina, a la cual muchas veces se la representaba acompañada de un hermoso conejo. La autora del presente artículo en el libro Tradiciones populares mexicanas nos refiere acerca de esta divinidad:

Ixchel fue la Diosa de la Luna. Se nos la presenta como una diosa vieja, fea y mala, que disfruta vaciando odres de cólera y maldad sobre el mundo, si creemos lo que nos dice el Códice Dresde. Y así como podía dar vida a los seres y a la naturaleza, regía el nacimiento de los niños y tenía la capacidad de curar. Enviaba a la tierra las inundaciones y las tormentas que causaban graves daños en el mundo intermedio: la Tierra. En esta advocación, se la representaba rodeada de símbolos de la muerte y la destrucción, con una serpiente enrollada al cuello y a la cabeza, y adornada de osamentas humanas; sus pies estaban formados por garras amenazadoras. Asimismo, suele aparecer tejiendo el telar de cintura, del cual había sido la inventora, y se cree que estaba tejiendo cuando atrajo la atención de su marido, el Sol. Como era la suprema tejedora, Ixchel está asociada a la araña, cuya tela simboliza su placenta, ya que la araña crea el hilo de la vida, a la manera de un cordón umbilical.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Tradiciones

Los primeros cultivos de trigo y los molinos

Los primeros cultivos de trigo se efectuaron en el mismo año de la conquista: 1521. Se localizaban en los alrededores de la recién fundada ciudad, y poco a poco se fueron extendiendo a varias regiones agrícolas del Bajío, Tlaxcala y Puebla. A mediados del siglo XVI esta última región producía la mayor cantidad de trigo. Más adelante, los cultivos abarcaron el Estado de México, Querétaro, Guadalajara, Michoacán y Guanajuato. Gran parte de su diseminación se debió a los frailes que  cultivaban el trigo y lo llevaron por todo el territorio mexicano en sus andanzas evangelizadoras. Los jesuitas se encargaron de sembrarlo en las Californias. Cuenta la leyenda que uno de ellos, el padre Piccolo, en sus viajes por la Península iba siempre con un costal de trigo en la mano, y cuando se ofrecía enseñaba a los indios a cultivar el cereal. Una vez que los jesuitas fueron expulsados de la Nueva España, correspondió a los franciscanos continuar la tarea por la zona noroeste y otros lugares, hasta bien entrado el siglo XVIII.

El arado llegó a tierras mexicanas proveniente de España, en donde se contaba con una amplia variedad. Fueron dos los primeros arados que se empezaron a usar  ambos uncidos a bueyes o mulas. El más utilizado fue el arado dentado, también llamado romano, que constaba de cabeza, reja, tolera, y esteva o mancera. Durante muchos siglos fue el instrumento que se utilizó en México. Era muy conveniente porque con él se abrían surcos superficiales sin voltear la tierra, lo cual convenía a los suelos áridos. Además se trataba de un arado muy ligero que se podía transportar fácilmente sobre mulas o caballos, a regiones distantes. A pesar de la introducción del arado español, durante mucho tiempo se siguió usando la coa indígena, reemplazada en 1581 por el azadón, aun cuando no desapareció del todo y aún persiste hasta nuestros días. Junto con el arado los españoles introdujeron el abono animal, la técnica de la rotación de cultivos, y la irrigación por medio de norias.

El trigo que se cultivaba se llevaba a moler a los molinos, tan imprescindibles para la elaboración de las harinas. Se debe al primer virrey de México, don Antonio de Mendoza, conde de Tendilla, el haber otorgado a los españoles conquistadores  las primicias de los privilegios reales o mercedes. En los archivos encontramos que muchas de esta mercedes se dieron con el fin de establecer heridos de molino; es decir, ruedas de alabes que se instalaban en las orillas de las corrientes de los ríos, canales o zanjas en declive. La energía producida permitía mover las ruedas del molino, su eje, y sus piñones; se obtenía un movimiento giratorio de las grandes muelas de piedra colocadas en posición horizontal, entre las que se trituraba el trigo para formar la harina que servía de materia prima para hacer el pan en los amasijos.

El primero de los molinos que existió en la Nueva España lo estableció Nuño de Guzmán en Tacubaya, junto al río del mismo nombre, ahora desaparecido. Poco después surgieron otros dos: uno en Coyoacán y otro en Tacuba. Estos dos asientos molineros fueron una fuente de conflictos para los indígenas que habitaban dichas poblaciones, pero la ley la dictaba el más poderoso y no les quedaba sino resignarse a ser desplazados de sus tierras. Según otra versión debida a Orozco y Berra, el 7 de febrero de 1525 “se concedió a Rodrigo de Paz (conquistador), la primera licencia para formar aceñas y molinos de trigo en el río Tacubaya, lugar conocido por los indios con el nombre de Atlacihuayan. García Rivas agrega: … y poco después instaló otro Nuño de Guzmán en Santiago Tlatelolco, que perteneció más tarde a Juan Xuárez, cuñado de Cortés, por ser hermano de la infortunada esposa de éste, doña Catalina Xuárez de Marcayda. El molino perteneció más tarde a los dominicos; y aguas arriba del río que lo alimentaba, hubo otro molino harinero perteneciente a Melchor Valdés. El molino de Nuño de Guzmán fue instalado en el año de 1529 y el de Rodrigo de la Paz… fue conocido más tarde con el nombre de Molino de Abajo o de los Delfines.

Para 1540  había doscientas mercedes otorgadas a los españoles. Como la necesidad de trigo se hacía cada vez mayor, a finales de siglo fueron concedidas treinta mercedes a los indios para que las trabajaran. La amplia concesión de tierras por parte del virrey trajo como consecuencia favorable que la harina faltante ya no se trajese de la Madre Patria, pues ya podía molerse en tierras mexicanas una vez pasadas las cosechas de trigo de riego que se sembraba en marzo o junio, o de trigo de temporal, sembrado en junio y cortado en octubre. Y como todo era muy abundante en este país, había un tercer trigo llamado aventurero, que se sembraba en noviembre y proporcionaba una cosecha extra.

Los granos de trigo cosechados se almacenaban en la alhóndiga. La primera que se estableció en México se fundó durante el gobierno del virrey don Martín Hernández, entre los años de 1573 y 1578, situada en la calle de San Bernardo (otros opinan que ocupaba parte del Ayuntamiento). De cualquier forma dependía directamente de la autoridad del Cabildo. La Alhóndiga de San Bernardo se destruyó durante un incendio en el año de 1692. A parte de esta alhóndiga hubo tres más: la primera estaba en la Calle de Tezontle, la segunda en la de San Antonio Abad y la tercera  en Puente de Gallos.

La alhóndiga tenía la función de regular los precios de los granos del cereal e impedir que los regatones acapararan el trigo, la cebada y sus harinas, encareciéndolos y hambreando a la población. La vigilaban dos regidores a los que se les nombraba diputados, quienes, además, se encargaban de los cobros de los depositarios. Los cultivadores de trigo tenían la obligación de llevar todos sus granos y harina a la alhóndiga, para declarar si los había adquirido por compra o por cosecha. Todo tipo de transacciones con cereales fuera de la alhóndiga estaba penado y sancionado por la ley. A este recinto acudían los comerciantes y los panaderos para comprar los productos que habían de surtir sus tiendas y la materia prima para elaborar los panes. A los panaderos se les permitía comprar la cantidad de trigo en grano o harina suficiente para la producción de dos días.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Leyendas Mexicanas Varias

La emperatriz moreliana

De Ana María Josefa Ramona Huarte Muñoz Sánchez de Tagle, guapa, joven, morena, y rellenita, se enamoró de José Joaquín de Iturbide, sin llegar a pensar que, algún día, por azares del muy caprichoso destino, llegaría a ser emperatriz, no sólo de Valladolid, sino de todo México. Se conocieron ambos en la Plaza de las Rosas, en donde se situaba un colegio destinado a las familias de abolengo de Valladolid. Los días sábado, las niñas ricas que asistían al dicho colegio, acostumbraban pasearse por un balcón que corría a todo lo largo de la planta baja, a fin de que los jóvenes adinerados y garbosos pudieran admirarlas en todo su esplendor. Entre estos jóvenes se encontraba Agustín de Iturbide, vestido de uniforme azul, que acudía, puntualmente, para admirar a Ana María de la cual se encontraba perdidamente enamorado.

Ana María fue hija del poderoso Isidro Huarte, intendente y destacado insurgente de Michoacán; además de ser la nieta del Marqués de Altamira, por lo tanto era una niña casi noble. Cuando la muy enamorada pareja decidió casarse, ella tenía tan sólo diecinueve años, Agustín contaba con veintidós. El acto eclesiástico tuvo lugar en la catedral, el 27 de febrero de 1805. Como era costumbre, la novia fue dotada con cien mil pesos, cantidad que para la época era formidable. Con parte de ella, los recién casados compraron una hacienda allá por Maravatío, donde iniciaron sus primeras experiencias matrimoniales.

leyenda de mexico - imagen de la emperatriz

El nombre completo del novio era Agustín Cosme Damián de Iturbide y Aramburu, nacido el 27 de septiembre de 1783. Provenía de una familia de raíces navarras, cuya estirpe dio inicio en el siglo XIII, a la cual el rey Juan II de Aragón otorgó el título de nobleza. Don José Joaquín de Iturbide, nacido en 1739, emigró a la Nueva España en el año de 1766, con el fin de “hacer la América”, es decir, de conseguir la fortuna que ameritaban sus blasones. Decidió radicar en Valladolid de Michoacán, y ya para 1786, era miembro del Consulado Municipal, y había adquirido una hacienda en Quirio. Entonces, decidió casarse con doña Josefa de Aramburu y Carrillo de Figueroa. Tuvieron cinco hijos todos murieron, menos Agustín que se convirtió en el heredero de la familia. Fue educado siguiendo las más estrictas costumbres españolas. Estudió en Valladolid y, a la edad de quince años su padre lo mandó a administrar a hacienda de Quirio. No puso acostumbrase a la vida campirana, y en 1797 fue nombrado subteniente, después de estudiar en el Colegio de San Nicolás y en la Academia de Oficiales. Siendo oficial del ejército español, luchó contra los insurgentes, y tuvo que huir a la Ciudad de México, a raíz de la toma de Valladolid en 1810. Acusado de malversaciones por los oficiales del ejército y vencido en la batalla de Cóporo por Ignacio López Rayón, el virrey Félix María Calleja del Rey lo destituyó de su cargo militar. Agustín se refugió en su hacienda y, poco después se fue a la Ciudad de México. Después de muchos avatares revolucionarios que todos conocemos, y de la participación de Iturbide contra los insurgentes, sus alianzas, sus traiciones y su participación en la insurgencia al mando del ejército Trigarante, el 21 de julio de 1822, nuestro personaje fue nombrado Agustín I –“Por la divina Providencia y por el congreso de la nación”-, para perder su cargo de emperador el 22 de marzo de 1823, y partir al exilio rumbo a Europa. Dice la conseja popular que, en el apogeo de su gloria, unas monjas idearon en su honor los famosísimos chiles en nogada, logrando con sus ingredientes formar la bandera mexicana

Durante sus años al servicio de los virreyes, Agustín logró bastante fama, mientras su esposa, abnegada y fiel, tenía un hijo tras otro. Poco después, cuando el congreso decretó, el 22 de junio, que la corona fuera hereditaria se coronó como emperatriz a Ana María en la misma ceremonia en que Agustín de Iturbide nos convirtió en “imperio”. Heredaría el trono el primogénito, con el título de príncipe imperial, y los demás hijos que hubiere Ana María, serían príncipes a secas. El padre de Iturbide también tuvo derecho al título de príncipe de la Unión y su hermana Nicolasa se convirtió en la princesa de Iturbide. A ambos se les debería dar el título de altezas.

Ana María se convirtió en emperatriz en la Catedral de México, que lucía resplandeciente. El obispo de Guadalajara, junto con el de Oaxaca y Durango llevaron al cabo el rito de la unción, mientras que el presidente del Congreso colocó la corona imperial en la cabeza de Agustín quien, a su vez, coronó a Ana Maria; una vez sentada en el trono escuchó al prelado decir en voz muy alta: -¡Vivat Imperator in aeternum!, y la respuesta de los asistentes: -¡Vivan el emperador y la emperatriz! Después, Ana y su marido se fueron al palacio de los virreyes, desde cuyo balcón saludaron al pueblo. Para la ocasión se acuñaron monedas en las que se podía leer por un lado “Agustín y Ana en su Feliz Exaltación al Trono Imperial de México”, y por el otro, “La Patria lo lleva al Trono”. Mientras reinó, Ana María vivió en una majestuosa casa de estilo barroco situada en la calle de Plateros, actualmente     Madero.

Pero las cosas no resultaron bien e Iturbide fue derrocada. Ana María, junto con su familia compuesta de nueve hijos y un ex emperador se tuvo que marchar a Italia. Un año después de haber dejado su país, el 11 de mayo de 1824, la familia regresó a México. A poco de llegar, Ana perdió a su marido quien fue fusilado en Padilla, Tamaulipas. Poco tiempo después, pensando ya en su muerte, Ana adquirió una cripta en el cementerio de la iglesia de San Juan Evangelista en el año de 1849. Doce años después moría de hidropesía, un 21 de marzo de 1861.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Mitos Cortos

El zanate y el dios Dhipaak. Mito huasteco

El dios Muxi y su pareja Maam enviaron un ave a la Tierra que llevaba en su piquito un grano de maíz. Era un zanate negro, una urraca, que se llamaba Ts’ok, una bella divinidad celeste. Esa semilla se sembró; o más bien, el pájaro dejó caer la semilla en la boca de una muchacha, llamada Dhakpeenk’aach,  representación carnal de la Tierra,  que se estaba bañando en un arroyo. La muchacha nunca salía de su casa, porque su abuela, llamada K’oleenib, era una nahual, vieja y desalmada que no la dejaba salir a ningún lado. Sin embargo ese día  salió a escondidas y la semilla le cayó en la boca que abrió un momento para tomar aire. La muchacha quedó embarazada. A los nueve meses dio a luz a un niño que fue el Dios del Maíz, al que le pusieron por nombre Dhipaak. La madre murió en el parto.

Mito corto del Zanate

La abuela de la muchacha rechazaba al niño, al que llamaba con desprecio Pe’no que significa “algo levantado de la calle y que no se sabe que es”. No quería al niño, lo odiaba, y decidió matarlo. Para ello, lo molió en el metate, lo hizo pedacitos que arrojó en el campo. De esos trozos de maíz, nacieron plantas de maíz. La abuela volvió a cortar los maíces, pero estos se volvieron a reproducir hasta que dieron muchas mazorcas. Cuando estaban los pedacitos de maíz por el suelo, una hormiga se los quería comer, pero el maíz le dijo que no lo hiciera porque era un dios. La abuela volvió a cortar el maíz para desaparecerlo; hizo masa en el metate y con ella elaboró atole y tamalitos. Se los comió, aunque no pudo terminar porque le hicieron daño. Como la abuela vio que no podía acabar con las mazorcas, juntó todo el atole que había salido del maíz cortado por ella y lo llevó al mar a tirarlo. Cuando lo estaba haciendo se juntaron muchos pececitos que querían beberse el atole, pero el atole, que era el dios Dhipaak, les dijo que no se lo comieran, sino que juntaran los pedacitos. Con los trocitos se formó una masita y el dios niño encarnó otra vez.

Fue su voluntad quedarse en el mar por mucho tiempo hasta que creció. El Abuelo Muxí no quería que viviera ahí en el mar, porque  lo había mandado para que viviera en la Tierra; pero, el Dios del Maíz le dijo que no se iría porque su abuela lo había llevado al mar y que si Muxi quería que regresara tendría que llevarlo él mismo. Primero se pensó que lo llevara el camarón, pero como no podía salir del agua sin morir, no pudo. Después, se le encomendó a un pez grande la tarea de conducirlo a la tierra, pero tampoco pudo porque no tenía pies para trasladarse. Por fin, se eligió a la tortuga. El Dios del maíz se subió sobre su caparachón y durante el camino se entretuvo en raspar la concha de la tortuga, por eso la tiene cuadriculada. La tortuga llegó a la Tierra y así el Dios del Maíz regresó a donde debía estar.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Leyendas Cortas

La casa de los Condes de Miravalle

La leyenda que va usted a leer se encuentra consignada en la Crónica Miscelánea escrita por el R.P. Fray Antonio Tello como un hecho verídico. En el año de 1543, se descubrieron en la Nueva España las famosas minas del Espíritu Santo de Compostela. El capitán conquistador Pedro Ruiz de Haro acababa de morir, y dejaba viuda a su esposa doña Leonor de Arias y huérfanas a sus tres hijas. Como habían quedado sin fortuna alguna, decidieron irse a vivir a una ranchería que llevaba por nombre Miravalle. En ella vivían las tres mujeres carentes de fortuna pero de virtudes y honestidad reconocidas. Pues no en vano descendían de nobles por vía paterna, pues don Pedro pertenecía a la casa de los Guzmán.

Una tarde en que las mujeres se encontraban labrando el campo acertó pasar por ahí un indio, que después de saludar cortésmente, como indican los cánones, les preguntó si tenían una tortilla que le regalasen. Las mujeres, como eran buenas cristianas, le contestaron que sí, que pasara y descansara. La madre ordenó a una de sus hijas que fuese a moler el maíz para preparar las tortillas, y a otra que moliese  chile en el molcajete para alistar una buena salsa. Una vez que el indio terminó de comer el suculento aunque humilde refrigerio, le dijo a la madre: -¡Dios se lo pague, niña, piense mucho en Dios y tenga confianza, que pronto te dará oro y plata que obtendrás de una mina que yo te daré! ¡Pasado mañana volveré con las piedras metálicas!

leyenda mexicana de la casa de los condes

Y efectivamente, en la fecha señalada por el hombre regresó a la Milpa de Miravalle con mucho metal que entregó a doña Leonor. Madre e hijas procedieron a fundir el metal y obtuvieron una gran cantidad de oro y plata. Como ya contaban con fortuna, Leonor no tardó en casar a sus hijas con nobles caballeros de Compostela, llevando cada una dote de cien mil pesos. Los ambiciosos maridos llevaban el nombre de Manuel Fernández de Hijar, Álvaro de Tovar, y Álvaro de Bracamonte, todos ellos de familias distinguidas.

La fortuna era tanta que ameritó que se pusiese Caja Real en la ciudad de Compostela. Los afortunados esposos construyeron sus casas en el mismo sitio donde había estado la pobre choza en que vivieran las mujeres. El lugar donde estaban las nuevas casas era muy bello y espacioso. Como la fortuna crecía, muy pronto la ciudad de Compostela contó con, Audiencia Real, alcaldes mayores y oidores. El oro y la plata eran tan abundantes que se transportaban a la Ciudad de México en recuas conducidas por arrieros.

Sin embargo, tanta riqueza tan fácilmente ganada empezó a corromper a la familia y a los habitantes de la ciudad de Compostela. Se volvieron licenciosos y pecadores, sólo contaba para ellos el placer y la dulce vida. Fray Pedro de Almonte, el cura más devoto e importante de la ciudad, se encontraba desolado ante tal situación y clamaba al Cielo: ¡Oh, Milpa, Milpa, y cómo ha de enviar Dios fuego y te ha de abrasar! (sic en la Crónica).

Pues dicho y hecho, al conjuro del buen sacerdote aparecieron siete legiones de demonios, que terminaron con la hacienda o Milpa de Miravalle, al tiempo que llovía fuego del Cielo. No quedó nada. Moraleja: La riqueza corrompe a las personas.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Tradiciones

La metalurgia purépecha

Los inicios de la metalurgia en el mundo
La metalurgia es una técnica que permitió al ser humano obtener y tratar los metales por medio de diversos procedimientos, incluyendo la producción de aleaciones. Sabemos que el primer metal que el hombre trabajo fue el cobre, dada su facilidad de manejo. El cobre empezó a trabajarse durante el Período Calcolítico, época prehistórica correspondiente a la Edad del Cobre, fase intermedia entre el Neolítico y la Edad de Bronce, que duró de 300 a 18000 a.C., y que dio inicio a una nueva etapa evolutiva del ser humano. Los primeros trabajos en cobre que se encontraron fueron en Tell de Sialk, en Irán; y en Cayönü Tepesi, en la península de Anatolia, en la actual parte asiática de Turquía. El cobre se trabajaba en frío, por medio del martillado; o bien, en caliente, a fin de aumentar su maleabilidad y su dureza. En nuestro país el desarrollo de la metalurgia dio inicio hacia el año 800 d.C., aun cuando la explotación minera subterránea apareció en los períodos clásico temprano y medio. Algunos investigadores afirman que el arte de la metalurgia llegó a Oaxaca, Michoacán y Guerrero, desde Centro y Suramérica vía marítima, para después difundirse por toda Mesoamérica.

metalurgia en mexico

La metalurgia en Michoacán en el Postclásico (1000-1521 d.C.)

Fue también el cobre el primer metal que se utilizó en Michoacán; se le empleó  para hacer todo tipo de aleaciones: con oro, plata, zinc, plomo, y para crear aleaciones de bronce empleando estaño. En un principio, los metales no se conseguían excavando túneles, sino que se buscaban a ras del suelo en las vetas que llegaban a la superficie. En la zona de la Laguna del Infiernillo se han encontrado minas de cobre que estuvieron en explotación durante el período del último cazonci, Tangáxoan Tzintzicha, que se explotaban a tajo abierto; es decir, buscando la veta superficialmente. Las paredes de la veta se partían con cuñas de maderas de cuernos de animales para lograr que las piedras se desprendieran de la pared. En el sitio arqueológico mencionado se encontraron mazos y molcajetes de piedra para moler el mineral, llamados tiquiches. Asimismo, se encontró una mesa tallada en la piedra que servía para la molienda. En el sitio arqueológico de Chumuco, trabajaban veinte fundidores, que recogían un promedio de medio celemín de polvo y piedra verde de la que obtenían el cobre. El celemín era una medida de capacidad para áridos (4,625 litros), que se dividía en cuatro cuartillos. Después de extraído, el cobre se fundía soplando en unos canutos para mantener el fuego, y hacían unos lingotes de aproximadamente veinte centímetros de largo, quince de ancho y seis de alto llamados  xeme, con un peso aproximado de 4.5 kilos. Como la obtención era efectuada por pepena, el mineral no estaba muy contaminado, y los componentes extraños que aparecían se dejaban ya que servían para la composición deseada. Los fundidores de cobre también trabajaban como labradores,  tenían cerca del cerro sus milpas de labor, y sólo extraían el mineral cuando el Jefe Supremo lo requería. Por ejemplo, el gobernante de Tzintzuntzan contaba con personas que organizaban el buen funcionamiento de las minas más importantes, las cuales se encontraban hacia el sureste del imperio, hacia Cutzamala, Coyuca Ajuchitlán y Pungarabato. Sin embargo, existían otras minas hacia el occidente, cerca de Tuxpan y Zapopan. Otra forma de obtener metales consistía en el pago de los tributos que obtenían de Sinagua, La Huacana, Turicato y Cualcomán.

Los metales extraídos de las minas se conducían a talleres donde se fundían y se formaban lingotes, que  se enviaban  a depósitos localizados en la cuenca del lago de Pátzcuaro para ser custodiados por los encargados del tesoro, quienes efectuaban  rituales y ceremonias especiales a los que acudía el cazonci antes de entregar los lingotes a los joyeros quienes, con su divino arte, los transformaran en joyas para la realeza. Con los metales se elaboraron objetos de uso práctico en la vida diaria y adornos. Entre los primeros podríamos mencionar: azadas, coas, punzones, cinceles, agujas, alfileres, anzuelos, y otros muchos más. Como adornos tenemos: cascabeles, brazaletes, anillos, uñas, pectorales, cactlis, etcétera.

Las técnicas que se emplearon en el Michoacán antiguo fueron de dos tipos: las técnicas en frío: grabado, repujado, laminado, martillado, uniones mecánicas y pulido; más otras complementarias como el chapeteado, la incrustación, el embutido, el forrado, el engastado y la coloración, por medio del templado; y las técnicas que empleaban calor destemplado: hiladura, fundición y vaciado, más la licuación, que incluye el fundido. Éste se hacía en braseros, especies de crisoles, y como no contaban con  fuelles, como ya hemos mencionado, empleaban  canutos para soplar y avivar el fuego.
Para llevar al cabo el martillado, los artistas p’urhépecha se auxiliaban de pequeños bancos de madera o piedra, donde golpeaban el metal hasta lograr láminas tan delgadas que podían medirse en milímetros. En la lámina  trazaban los cortes deseados, según para lo que se deseara elaborar, y luego empleaban la técnica de repujado para decorar con figuras, grecas o lo que los artistas quisieran; técnica decorativa a la que acompañaban la filigrana y la soldadura cuando se requerían. Una tercera técnica empleada por los indígenas fue el fundido, para lo cual se usaban hornos cuyo calor se mantenía soplando por unos tubos. Ya fundido el metal, se vaciaba en moldes de barro cocido, para crear el objeto. Entre los orfebres de Pátzcuaro se empleó la técnica de la cera fundida para elaborar anillos, cascabeles, aretes y colgantes en forma de animales preciosamente elaborados. El conocimiento metalúrgico de los purépecha sobresalió en sus trabajos con la plata, el oro, y el cobre. La principal producción consistió en joyas y adornos. Además de las armas y de las joyas los purépecha elaboraron herramientas para cubrir las necesidades de la vida cotidiana. Es importante mencionar que los purépecha conocían las pinzas para depilar, a las cuales llamaban petamuti. Las había de grandes dimensiones que se llevaban colgadas al cuello. Eran como dos lengüetas con las puntas redondeadas y bellamente decoradas; algunas hechas de plata han llegado hasta nuestros días.

El descubrimiento del bronce fue decisivo, pues les permitió  rechazar los continuos ataques bélicos de los mexicas quienes nunca emplearon el metal para fabricar armas. Para elaborar el bronce los purépecha conocían ciertas técnicas como la molienda del óxido de estaño, y la obtención de estaño metálico que no se encuentra puro en la naturaleza, sino en estado de óxido (casiterita); asimismo, sus conocimientos les permitieron fundirlos juntos sin riesgo a perder a uno de ellos por la oxidación. Tres fueron los metales preferidos por los p’urhépecha: el oro, tiripiti o excremento del dios Sol; la plata, teyácata, proveniente de las excrecencias de la diosa lunar Xaratanga, y el cobre, llamado tiyahu charápeti. Cuando no había mucho oro, las piezas deseadas se hacían de este metal al que luego se bañaba en oro; a este proceso lo llamaron tumbaga. De ahí ha de venir el famoso dicho de “sacar el cobre”.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Leyendas Mexicanas Varias

El día de la Madre

Hace  ya tiempo que en nuestro país se celebra el Día de las Madres el 10 de mayo. Esta fiesta nos llegó vía los Estados Unidos como un préstamo cultural que tuvo como inicio la buena intención de una amorosa hija para con su madre, pero que en la actualidad se ha convertido en una fecha beneficiosa para las utilidades de los comerciantes. El 10 de mayo se quedó con nosotros y adquirió cartas de naturalización en este país tan proclive a adorar a las madres, aunque sólo sea por un día. Pero sí bien es cierto que la costumbre nos llegó del país vecino, el concepto de venerar la maternidad, la fertilidad, y la creación de formas de vida humana o agrícola, ha acompañado al hombre desde las primeras civilizaciones de Europa, Asia, África, y América. Así pues, podemos afirmar que los egipcios adoraban a Isis, esposa y hermana de Osiris, diosa Madre de la Fertilidad y de la producción de cereales. La diosa Deméter, conocida y reverenciada por los romanos como Ceres, fue la Madre Tierra, deidad de la agricultura a quien los hombres deben el cultivo de los cereales. Entre los romanos fue sobresaliente Tellus, Terra, la diosa que encarnaba la fertilidad. Se la representaba en forma de mujer con múltiples senos llenos de leche. Entre los fenicios Astarté tenía como atributos ser la diosa generadora de la vida, principio y génesis de la naturaleza; a más de exaltar los amores y los placeres carnales. En el hinduismo tenemos a la diosa Devi,  representante de la energía femenina del Único Creador, la amable y gentil Madre. En la antigua mitología china Nuwa es un dios dual (normalmente representado como mujer) que forma parte de los Tres Augustos y los Cinco Emperadores. Representa la Madre Creadora, la diosa esposa, hermana, líder tribal y emperador. En las tierras andinas, entre los pueblos indígenas  reinó, y aun reina, la Pacha Mama, la Madre Tierra, divinidad protectora de los humanos, diosa de la fecundidad y la fertilidad. Dentro de nuestras culturas mesoamericanas tenemos a la diosa Coatlicue, La de la Falda de Serpientes, diosa terrestre de la vida y de la muerte, la cual también recibía el nombre advocatorio de Tonatzin, Nuestra Madre, y  de Teteoinan, Madre de los Dioses.

madre
Ana Jarvis

Veamos ahora cómo surgió en los Estados Unidos de Norteamérica el tan sonado Día de las Madres. En dicho país, este día se festeja el segundo domingo de mayo. En el otoño de 1872, por iniciativa de la escritora Julia Ward Howe, se realizó la primera celebración pública del Día de las Madres, con una manifestación pacífica en la que participaron todas las madres de las familias que habían perdido un hijo en la guerra. Sin embargo, las manifestaciones no fueron muchas y la costumbre se perdió.

Poco después, en 1890, una mujer llamada Mary T. Saeen, nacida y radicada en Kentucky, pensó que el 20 de abril, día del cumpleaños de su madre, a la que quería mucho, debía ser instaurado como una festividad anual dedicada a todas las madres. Hizo su propuesta ante un grupo de amigas maestras que no la tomaron en cuenta, el proyecto fracasó. Dos años más tarde, el pastor Robert K, Cummings de la Iglesia Universalista de Nuestro Padre, en Baltimore, quiso que todos los 22 de abril se realizara un servicio religioso en honor a todas las madres del mundo. La fecha estaba relacionada con el día en que su madre había muerto. Todo volvió a fracasar. Y lo mismo sucedió con los intentos de Fred Hering en 1902.

En 1907 (o 1905), Ana Jarvis, una sufrida hija soltera dedicada exclusivamente a su madre,  que no tenía hijos y  vivía en Grafton, Virginia, a raíz de la muerte de su madre inicio una campaña nacional para  instaurar un día dedicado a las madres norteamericanas,. Envió cartas a maestros, abogados, políticos, religiosos, y a todas las personalidades que se le ocurrieron, plateándoles su deseo; todos estuvieron de acuerdo. Así, ya en 1910 la fiesta se celebraba  en casi toda la Unión Americana. Pero no fue sino hasta 1914 cuando el presidente Woodrow Wilson firmó la declaración oficial del Día de la Madres para ser celebrada el segundo domingo de mayo.

Como la fiesta empezó a tener un carácter más comercial que venerable, en el año de 1923, Ana Jarvis, pidió a las autoridades que se quitase la fiesta del calendario de fiestas oficiales. Su reclamo ocasionó varios disgustos y el rechazo de su petición. Poco antes de morir, Ana hizo público su arrepentimiento por haber iniciado una celebración que sólo beneficiaba a los comerciantes.
Cabe mencionar que anteriormente a estos acontecimientos, en la Inglaterra medieval se conmemoraba el cuarto domingo de cuaresma como el Domingo de la Madre. En este día, los niños trabajadores que habían estado fuera de sus casas como aprendices en los talleres, retornaban para visitar a sus mamás y les llevaban un regalito o una torta de frutas con pasta de almendras, hecha específicamente para la fecha.

En México, la fiesta cuenta con casi un siglo de existencia, cuando el periodista Rafael Alducín, del periódico Excelsior, el 13 de abril de 1922 realizó una invitación para que se fijara una fecha para conmemorar este día, imitando la fiesta norteamericana. Le tocó al 10 de mayo y así se mantuvo hasta nuestros días. No todos los países festejan el mismo día, por ejemplo: el segundo domingo de mayo: Alemania, Australia, Bélgica, Brasil, Chile, China, Canadá, Colombia, Perú, Venezuela. El 14 de mayo: Samoa. El 15 de mayo: Paraguay. El 26 de mayo: Polonia. El 27 de mayo: Bolivia. El 30 de mayo: Nicaragua. El último domingo de mayo: Francia. Y aun se extiende la fecha hasta agosto como en Tailandia y Amberes,  Bélgica.

Sonia Iglesias y Cabrera
   
   


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Leyendas Cortas

El indio traidor.

La leyenda que vamos a relatar es absolutamente verídica y ocurrió en la actual Calle del Carmen, fue recopilada por el conde de la Cortina en uno de sus escritos. Dicho conde afirmaba que después de la conquista hispana, las autoridades españoles decidieron proteger a los indios mexicanos de noble estirpe que había sido apresados o que se presentaron, voluntariamente, ante los españoles para servirles, renegando de la supuesta tiranía de que habían sido víctimas por la crueldad de Moctezuma Xocoyotzin. A cambio de la supuesta protección, los hispanos los empleaban como espías delatores de posibles levantamientos indígenas.

En una casa de la nombrada Calle del  Carmen vivía, a mediados del siglo XVI, uno de estos indios renegados de noble estirpe. Realizaba las tareas de espía, y era servilmente amigo del virrey, quien a la vez que lo apreciaba lo despreciaba. Como pago a sus servicios, el indio renegado poseía varias casas en la ciudad, extensos campos donde cultivaba maíz y otros vegetales, donde pastaba el ganado y paseaban diversas aves de corral. El indio no carecía de nada, era rico, pues además había heredado de sus antepasados anillos, brazaletes, collares de chalchihuites, bezotes de turquesa y obsidiana, piedras preciosas y discos de oro imitando al Sol y a la Luna, más una hermosa y valiosa vestimenta de fino algodón con bordados de plumas de aves exóticas, así como cacles de excelente cuero y tiras trenzadas con oro. Su casa estaba lujosamente amueblada con icpallin maravillosamente tejidos, cómodos y suaves para el cuerpo; y con bancos forrados de pieles de hermosos animales. Ni que decir tiene que su casa estaba adornada con obras de arte debidas a excelentes artistas indígenas.

Leyenda corta mexicana - El indio traidor

Por supuesto que el indio había recibido el bautismo a manos de los frailes; se le había enseñado el catecismo, por lo que el hombre, muy devotamente, iba a misa, se confesaba y seguía todos los preceptos de la religión católica. Sin embargo, el indio era socarrón e hipócrita, pues en un cuarto apartado de su impresionante casa, tenía escondido un altar, como si se tratase de un adoratorio católico en el cual se apreciaban varias imágenes del culto cristiano. Pero todo era una pantalla, pues escondidos tras las imágenes católicas había ídolos mexicas que representaban a varios dioses de la religión caída de los indios conquistados. El indio engañaba a los frailes haciéndoles creer que era un buen cristiano, cuando en realidad no sólo adoraba a ídolos “paganos” sino que llevaba una vida disipada y degenerada, entregada a los placeres de la sexualidad, de la buena comida y la bebida. Comía platillos indígenas llenos de chile y grasa, bebía en jícaras pulques de todo tipo que le emborrachaban y embrutecían, y a los que se agregaban ciertas drogas alucinógenas.

Esta continua vida de disipación embrutecieron al indio a tal extremo que vivía lleno de superstición y de un terrible miedo a la ira de los dioses que adoraba, y a los tormentos que el diablo le infligiría, al cual veía pintado en los retablos de las iglesias. Descompuesto y a punto del delirium tremens, en una de sus borracheras se le apareció el dios Quetzalcóatl, y con una flecha de fuego puso fin a los días del indio traidor y servil. Moraleja: No se puede ni se debe servir a dos amos.

Sonia Iglesias y Cabrera