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Leyendas Mexicanas Época Colonial

Los ojos del Nazareno. Leyenda colonial.

En el altar de la iglesia del Convento de las Capuchinas, se encontraba una imagen de Jesús de Nazareno. Era una bellísima imagen elaborada en Guatemala, que, originalmente, estaba destinada para ser venerada en la capilla de la casa de los condes de Santiago Calimaya, situada en la hoy Avenida Pino Suárez número 30. Después de permanecer en la capilla por un tiempo, uno de los condes obsequió la escultura al convento. Se trataba de una majestuosa imagen del Ecce Homo sangrienta y doliente como pocas, los fieles temblaban de dolor y pena al verla, tal era su realismo. Los ojos del Nazareno, hechos de vidrio,  expresaban una triste mirada plena de humildad y dolor, eran el rasgo sobresaliente de la escultura.

La doliente imagen salía en procesión todos los viernes santos y recorría las calles de la ciudad, seguida de penitentes que se flagelaban las espaldas hasta desfigurarlas y hacerlas sangrar. El Nazareno era el patrón de la Cofradía, y cada año le celebraban efectuando un novenario. Para tal ocasión, en el presbiterio (espacio en torno al altar mayor) de la iglesia de las capuchinas se levantaba un altar especial, en el que se remplazaban las sencillas potencias de plata del Nazareno, por otras elaboradas en oro, con los rayos cubiertos de esmeraldas, rubíes y diamantes, y con las bases adornadas con una gran amatista y perlas. Las potencias eran hermosas, valiosas, y sumamente costosas. Las telas que engalanaban el altar estaban bordadas por las manos de las diestras monjas con hilos de oro. Había candeleros de plata maciza, tallados por artistas indígenas y mestizos que eran un primor; en ellas se colocaban velas escamadas que las pacientes monjas formaban para el efecto. No faltaban las flores en jarrones de fina porcelana china.

Una tranquila tarde en que el silencio cubría el convento y las monjas dormían la siesta, la iglesia se encontraba cerrada. Domitilo Alderete, el sacristán, no dormía; aprovechaba el tiempo y el sosiego para arreglar los pliegues de una cortina de damasco carmesí que se resistía a sus acomodos estéticos. Domitilo había sido un artista de la acrobacia, pero desgraciadamente un mal día había sufrido un cruel accidente que lo alejó por completo de su peligrosa profesión, pero conservaba su agilidad y su fuerza. No le quedó otro remedio que volverse sacristán, decisión de la que no se arrepentía.

Absorto en el arreglo de la cortina, Domitilo Alderete escuchó de pronto que de la puerta que daba acceso a la iglesia llegaban unos ruidos como si alguien quisiera forzarla por medio de una ganzúa. Al poco rato, un hombre penetró al interior con mucho sigilo para no hacer ruido. Al verlo, Domitilo se escondió detrás de la cortina y vio al hombre que de puntitas se acercaba al altar del Nazareno. Subió hasta donde se encontraba la imagen y le arrancó de la cabeza una de las suntuosas potencias, que guardó en un saco que traía para tal efecto. El ladronzuelo ya se aprestaba a quitarle las otras dos potencias al Nazareno cuando el sacristán tomó uno de los jarrones del altar y le dio tremendo golpe en la cabeza, quien cayó al suelo medio atarantado; con esfuerzo consiguió abrir los ojos y su mirada chocó con la doliente y acuosa del Cristo, cuyos ojos parecía que acaban de llorar de tristeza y desencanto. Al sentir la mirada, el caco lanzó un grito desgarrador, su cuerpo empezó a temblar como el azogue, un frío mortal le recorría las venas del cuerpo, su expresión acusaba miedo y hasta terror pánico. Su rostro mostraba la palidez de los muertos y sus ojos parecían los de un demente. El criminal tenía por nombre Teodosio Liñán, desde muy temprana edad se había dedicado al robo y a la estafa, era vicioso y cruel, y la edad le había hecho refinar sus malas artes. Era un delincuente de la peor especie, que vivía en el pecado del vicio y la lujuria.

Al ver en el suelo al hombre, el sacristán levantó a Teodosio en brazos y se dirigió hacia el Palacio Virreinal. Cuando llegó, a todos los alcaldes del virrey les comunicó que el hombre que llevaba era un ladrón sacrílego que había querido desvalijar al santo Nazareno. Teodosio, por su parte, no escuchaba nada de lo que se decía, se limitaba a decir cosas incoherentes que nadie entendía sin dejar de temblar. Fue enviado a la Cárcel de la Corte. El preso gritaba furioso y sudaba de miedo ante las cosas terribles que sólo él podía ver y oír y que le perseguían causándole tal terror. Las autoridades se dieron cuenta que Teodosio había perdido la razón y decidieron trasladarlo al Hospital de San Hipólito, que en aquel entonces albergaba a la gente pobre que se volvía loca de atar. Teodosio se quedaba sentado en una esquina de la gran sala del hospital, muerto de miedo y con las manos en los ojos tratando, en vano, de librarse de la mirada acusadora del Nazareno que lo perseguía sin tregua.

Los sudores de miedo y los temblores de pánico no le dejaban vivir, su vida era un calvario. Entre las incoherencias que pronunciaba había frases que los guardianes entendían. Teodosio decía: – ¡Él me dio una bofetada aquí! Y se llevaba la mano a una de sus mejillas. El tiempo pasó; muchos años habían transcurrido desde aquel sacrílego intento de robar el altar del Nazareno. Teodosio seguía igual, si no es que peor, siempre viendo la mirada acusadora de aquellos ojos inmóviles, que a veces lloraban de tristeza. El ladronzuelo ya nunca más recobró la razón, sólo le restaba esperar la muerte y bajar a los tenebrosos y calientes infiernos. Moraleja: Nunca se debe robar un recinto sagrado, so pena de sufrir los desvaríos de Teodosio Liñán.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Leyendas Cortas

La Pirámide del Tajín. Leyenda totonaca.

Los abuelos relatan que en una cueva situada entre Totomoxtle y Coatzintlali, existía un templo dedicado al dios del trueno, la lluvia y las aguas de los ríos. Siete sacerdotes se reunían en el templo cuando llegaba el tiempo de sembrar las semillas y cultivar la tierra. Siete veces invocaban a los dioses, y cantaban en dirección a los cuatro rumbos del universo. Siete por cuatro suman veintiocho, el número de días de que consta el ciclo lunar. Los sacerdotes tocaban el gran tambor del trueno, arrastraban pieles de animales por la cueva, lanzaban flechas encendidas al Cielo, para que la potente lluvia arrojara sus aguas a la selva. Entonces llovía a torrentes y los ríos Papaloapan y Huitzilac se desbordaban.

El tiempo fue pasando; y en un momento dado llegaron gentes extrañas que decían venir de tierras lejanas. Arribaron por el Golfo de México. Los hombres, las mujeres y los niños extranjeros siempre sonreían, parecían estar muy felices, y en efecto lo estaban, pues después de haber pasado muchas calamidades en el mar, por fin habían llegado a tierras tropicales donde encontraron frutas, animales, agua potable y un hermoso clima. Decidieron asentarse en las tierras encontradas a las que llamaron Totonacapan.

Sin embargo, los siete sacerdotes que vivían en la caverna no estuvieron de acuerdo en que los totonacas invadieran sus tierras, y decidieron producir muchos truenos, relámpagos, , y lluvia para asustarlos. Llovió por mucho tiempo. Alguien se dio cuenta de que tales catástrofes las producían siete sacerdotes que moraban en una cueva. Los totonacas se reunieron en cónclave y decidieron embarcar a los siete sacerdotes provistos de alimentos y agua, y enviarlos al mar de las turquesas, de donde nunca más regresaran. Pero quedaba el problema de los dioses del trueno y de la lluvia. Conscientes de que nada podían hacer contra las divinidades que causaban tales estropicios naturales, los sabios sacerdotes y los principales señores totonacas decidieron adoptar a los dioses, venerarlos y rendirles pleitesía,  para evitar su furia vengadora se hicieron sus fieles.

En el mismo sitio donde estaba la cueva, el templo, y los dioses del trueno y la lluvia, los totonacas levantaron otro magnífico templo, la Pirámide del Tajín, que en lengua totonaca significa el “lugar de las tempestades”. A los dioses del trueno de de la lluvia, se les rezó durante trescientos sesenta y cinco días, que es igual al número de nichos con que cuenta este magnífico templo, para que durante todo el año se tenga buen tiempo y la lluvia caiga satisfactoriamente cuando llega el momento de regar las milpas.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Mitos Cortos

Los Yuntzilob. Mito maya.

Yuntzilob, los patrones,  llevan por nombre unos diosecitos fantásticos que han formado parte de la mitología maya desde los tiempos antiguos. Se han negado a morir, y aún se habla de ellos en la tradición oral de los mayas actuales. Los diosecitos yuntzilob poseen la capacidad y el poder de controlar los fenómenos naturales. Los yuntzilob son espíritus de aire, pero cuando lo desean se materializan en forma de viejitos pequeñitos, para pasearse por los campos y la selva. A ellos pertenecen las aves, especialmente las blancas; por lo cual los mayas las respetan, y nunca las dañan o las matan.

En atención a las funciones que ejercen, existen muchos tipos de yuntzilob: los Yuntzilob Balam son los encargados de proteger los cultivos, las personas y los pueblos; los Yuntzilob Chaac están dedicados al control de la lluvia y los fenómenos relacionados con el agua; y los Yuntzilob Kuil-Kaaxs protegen la selva. Pero su protección no es gratuita, pues los yuntzilob exigen que se les realicen ceremonias para brindar su ayuda.

Aunque a todos se les quiere y reverencia por igual, se considera a los Yuntzilob Chaac como los más importantes. Cuando Jesucristo lo ordena, vuelan por el cielo montados en caballos y producen la lluvia que llevan en una calabaza, el agua nunca se agota. Muchas veces la Virgen María los acompaña en sus cabalgatas; es entonces cuando se producen lluvias torrenciales que se recogen en canales subterráneos, y que llegan a depósitos que nunca se llenan y que nadie conoce. Estas terribles lluvias nunca perjudican a los seres humanos porque son benignas.

Entre los Yuntzilob Chaac existen jerarquías. La jerarquía superior la ocupan los Yuntzilob Chaak que habitan los espacios sagrados; es decir, los puntos cardinales. Ellos son los encargados de vigilar a los yuntzilob de la lluvia persistente, de los cielos barridos, de la llovizna, y de los cielos iluminados. Los Yuntzilob habitan las cuevas y los cenotes. Frecuentemente realizan reuniones para repartirse el trabajo de proporcionar el agua a los hombres. Cuando se reúnen, en la Tierra se producen tormentas eléctricas.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Tradiciones

Juegos purépecha.

El uarhukua cha’anakua
Los indígenas p’urhépecha del estado de Michoacán, practican un juego que data de muchos siglos atrás, desde aquellos tiempos en que aún no habían llegado los españoles conquistadores a nuestras tierras indias: se trata del uarhukua cha’anakua, juego que simboliza el paso del Sol por la esfera celeste, y el aspecto dialéctico del día y la noche, la vida y la muerte, el bien y el mal. Este juego es una de las varias modalidades de los juegos de pelota que se jugaban en tiempos precolombinos, pero en el que no había apuestas.

Para jugarlo se requieren de dos equipos con cinco chanaris, jugadores; cada uno, los cuales con un bastón hecho de madera, intenta lanzar una pelota por los aires o por la tierra, a fin de meterla en la meta contraria, a despecho de sus adversarios quienes tratan de impedirles la jugada. La línea de saque queda al centro del terreno. Ubicados los jugadores en el campo, los capitanes se paran en la línea divisoria, dan tres golpes con la parte baja del bastón sobre la línea lateral y sobre de la pelota; con ello se indica que el juego da comienzo. Los golpes a la pelota se deben dar siempre por el lado derecho, pero se puede maniobrarla por ambos lados. Los equipos cuentan con dos capitanes, un juez que inspecciona los tiempos y los tantos (jatsíraku en singular) de los jugadores, para ver quién es el equipo ganador. Sólo los capitanes pueden dirigirse al juez en caso de alguna anomalía o cambio de jugador. El bastón no se debe levantar por arriba de la cintura; no se debe batear, patear o pisar la pelota; está prohibido detenerla intencionalmente con el cuerpo u obstruirla; y mucho menos se permite hacer caer a un jugador contrincante, entre otras prohibiciones más. Cada equipo lleva mantas que los identifican y que son hechas por las mismas familias de los jugadores.
La pelota o zapandukua, puede ser de madera, piedra o trapo, ésta última es la más usual en el estado. Los mismos indígenas son los que elaboran su pelota con un núcleo de hule espuma al que forran con tiras de algodón y amarran, fuertemente, con mecates (salvo en el caso de la pelota encendida que se hace con madera de colorín, la cual se deja remojar durante dos días en petróleo o gasolina) El diámetro de la pelota varía entre los doce y los catorce centímetros, con un peso de alrededor de doscientos cincuenta gramos para los niños, y de trescientos cincuenta a quinientos para los adultos. El bastón, que es similar al usado en el jockey, se talla de madera de tejocote, encino, cerezo o palo blanco. Ambos implementos simbolizan la relación que el hombre tiene con la naturaleza. Cuando emplea el bastón el jugador hace suya la fuerza del árbol del que fue tallado.

En una ofrenda del Opeño, en el Municipio de Jacona, Michoacán, los arqueólogos encontraron algunas figurilla que data de 1,500 a.C. En ellas están representados cinco jugadores con su mazo, y tres mujeres que se consideran espectadoras del juego. Según nos cuenta la tradición oral, hace ya bastante tiempo los partidos se jugaban entre comunidades, y las reglas se acordaban antes de dar inicio al combate: no había un número limitado de jugadores, la pelota se situaba entre los dos pueblos y ganaba aquel que llevaba primero la pelota hasta su comunidad. La bola era empujada por una rama de árbol, lo más semejante a un bastón, de ahí su nombre Uarhukua.

A veces, la pelota del juego se enciende con fuego, exactamente como un sol encendido que cruzara el cielo o como un cometa volando por los aires nocturnos. Los jugadores no se queman con la pelota, a pesar de no ir protegidos: tan solo llevan pantalón de manta, un paliacate amarrado a la cabeza, camisa y huaraches. Este juego de la pelota encendida se efectúa desde las celebraciones de Día de Muertos hasta el Año Nuevo Indígena: el 1º de febrero, por lo tanto, es un juego ritual que se efectúa en la noche para lograr un luminoso efecto. Las dos modalidades del juego: con pelota encendida y sin encender, se juegan en espacios abiertos, frecuentemente en canchas de seis u ocho metros de ancho, y de uno sesenta a dos de largo. O bien, se utilizan las calles o la plaza principal de los pueblos. Aunque estrictamente hablando, se haría necesaria una cancha de doscientos metros de largo por ocho de ancho. Aparte de la función lúdica, el juego tiene otras funciones que fomentan la sociabilidad de la comunidad, la identidad y la cohesión del grupo purépecha. Pues cuando se juega participa todo el pueblo viendo el partido y disfrutando de la música que ejecutan las bandas tradicionales.

K’uilichi cha’anakua o los palillos que suenan
Este juego tradicional del los p’urhépecha tiene origen prehispánico. En el Códice Borgia se encuentra dibujado un tablero del tal juego. Ha resistido al tiempo ya que los ancianos se lo enseñan a los niños, a fin de que no se pierda la costumbre. Este juego se forma con dos equipos integrados cada uno, por uno o más miembros. Por supuesto, es mejor que sean más los participantes, ya que así el juego es de mayor emoción. Para comenzar, cada jugador tiene cuatro fichas que pueden ser semillas, hojitas, piedritas o palitos. Se requiere de un tablero pintado sobre una piedra plana, una madera, cartón o piel, y de cuatro palillos de caña o bambú de doce centímetros, los cuales se parten a la mitad; cada uno tiene un determinado valor. El tablero es un gran cuadrado, que lleva al centro otro cuadrado más pequeño que continúa las líneas de sus ángulos inferior derecho y superior izquierdo; mismos que se encierran en un pequeño círculo. En cada uno de los ángulos del cuadrado mayor hay un cuadrado pequeño. En todas las líneas trazadas en el tablero hay cinco puntos negros. Los palillos son como los dados. Cada jugador hace dos tiros y avanza por el tablero según la puntuación que le indique el valor de los palillos. En la salida del tablero, hay dos puntos donde se cruzan los jugadores: si quedan en esos lugares su ficha se “quema” y hay que volver a empezar. Después, se entra ya al área grande del tablero y se sigue avanzando sorteando los obstáculos que son las posiciones de las fichas enemigas, a las cuales se trata de evitar o de hacer que se “quemen”. Si se cae en una casilla ocupada (los puntos negros) se tiene que volver a empezar el juego. Cuando los que juegan son dos, gana aquél que logra sacar sus cuatro fichas, haciendo todo el recorrido del tablero y “quemando” a su compañero. Pero si los que jugaron fueron dos equipos de más de uno, gana el equipo del primero que sacó todas sus fichas del tablero o “quemó” al contrincante. Jugadores de un mismo equipo no se “queman” entre ellos mismos. La tirada más alta con los kúilichi es de treinta y cinco, que se puede dividir en quince y veinte, si se mueven dos fichas. Se trata de un juego de apuestas de dinero o de objetos, o cualquier cosa que se quiera apostar.

Sonia Iglesias y Cabrera

                   


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Leyendas Mexicanas Prehispanicas

Su Majestad el Maíz, viaja.

No se conoce a ciencia cierta cuál fue el origen geográfico del maíz. Los investigadores aún no se han puesto de acuerdo. Sin embargo, la teoría más aceptada es aquella que propone que el maíz se originó del teocintle, palabra náhuatl que significa “maíz de los dioses”. Tal teoría se confirma por el hecho de las muchas similitudes bilógicas que presenta el teocintle con maíces más antiguos. Por medio de los fechamientos con Carbono 14 efectuados en sitios arqueológicos en Coxcatlan y las Abejas en el Valle de Tehuacán, Puebla, sabemos que el maíz era ya consumido en México entre 7,000 y 5,000 años a.C. El teocinte fue domesticado a partir de dos plantas de cuatro hileras de granos, que al ser cultivados produjeron el primer maíz que se conoció en Mesoamérica. El cómo fue domesticada esta maravillosa planta sigue siendo un absoluto misterio que algún día las investigaciones aclararán. Sin embargo, se sabe, sin lugar a dudas, que fueron los olmecas los primeros mesoamericanos que  aprendieron a cultivarlo. Esta teoría está ampliamente avalada porEnrique Flores Cano quien afirma que tal hecho ocurrió entre 1,500 y 3000 a.C.

Los pueblos indígenas americanos son básicamente grupos humanos en los que su cultura ha tenido como base de su agricultura al maíz. Su domesticación dio origen a la sedentarización de los pueblos nómadas, a la urbanización de las incipientes aldeas, y a la división del trabajo. Para 3,500 a.C. el cultivo de diversas plantas, y particularmente del maíz, era ya una actividad fundamental en la vida de los pueblos sedentarios en el área cultural de Mesoamérica.

Parece ser que el maíz llegó a suelos panameños entre el quinto y tercer milenio a.C. y de ahí se fue extendiendo hacia el sur de América, pues además de Mesoamérica, el maíz fue cultivado en casi todo el Continente Americano. En otras grandes culturas, aparte de las ya mencionadas mesoamericanas, el maíz también revistió una gran importancia, como es el caso del Área Cultural Andina cuya influencia va de la Provincia de Llanquihue, en Chile, y de Mendoza, Argentina, en el sur, hasta el sur de Nicaragua en Mesoamérica. Las subáreas culturales de la zona andina son: el Extremo Norte, que abarcaba las culturas regionales colombianas; Área Andina Septentrional, donde se asentaron las culturas de Valdivia, la Manteña y la del Milagro, más los posteriores reinos de Quito y Cañar; el Área Andina Central, donde encontramos a las culturas de Supe, Chavín, Moche, Nazca, Recuay, Wari, Chimú, Chachapoya e Inca; el Área Andina Centro Sur, con las culturas Chinchorro, Pucará, las atacameñas, la Tiahuanaco y la Aymará; el Área Andina Meridional, con las culturas chilenas; y el Extremo sur o Araucanía.

Tocó a Cristóbal Colón  el primer contacto con el maíz; así pues fue el primer europeo que lo conoció. Pero fue Pedro Mártir de Anglería, clérigo italiano miembro del Consejo de Indias y cronista destacado, quien nos proporciona una descripción de la planta, que a la letra dice en el libro Décadas del Nuevo Mundo:

El pan lo hacen también (los indios), con poca diferencia, de cierto trigo harinoso, de qué tienen mucha abundancia los de la Insubria y los granadinos españoles. La panocha tiene de largo más de un palmo, tira a formar punta y tiene casi el grueso de un brazo. Los granos están admirablemente dispuestos por la naturaleza; en la forma y el tamaño se parecen a la legumbre arvejón; de verdes están blancos; molidos son más blancos que la nieve. A esta clase de trigo llaman maíz.


Por otra parte, Fernández de Oviedo –madrileño, cronista y conquistador- En su libro Historia General y Natural de las Indias nos cuenta que:

Este pan tiene la caña e asta en que nasce tan gruesa como una lanza o asta quieta, y algunas como el dedo pulgar, e algo más e menos, según la bondad de la tierra donde se siembra. E cresce, comúnmente, mucho más que la estatura de un hombre; e la hoja es como de caña común de Castilla, y es mucho más luenga e más ancha, y más verde, y más domable o flexible hoja, e menos áspera. E cada una caña hecha a lo menos una mazorca, e algunas dos e tres, y hay en cada mazorca doscientos y trescientos granos, e aún cuatrocientos, e más e menos, e aún algunas de quinientos, según es la grandeza de la mazorca. E cada espiga o mazorca déstas, está envuelta en tres o cuatro hojas o cáscaras juntas e justas al grano una sobre otra, algo ásperas, e cuasi de la tez o género de las hojas de la caña en que nasce, y está tan guardado el grano por aquellas cortezas o cáscaras que lo cubren, que el sol ni el aire no le ofenden, e allí dentro se sazona.

En 1493, durante su segundo viaje, Cristóbal Colón llevó el maíz a España y lo presentó ante los Reyes Católicos: Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón. Según las crónicas nos informan, el maíz fue descubierto por el Almirante en su primer viaje a América, el 6 de noviembre de 1492, en la isla de Cuba. Al maíz los naturales le llamaban maís en voz taína. Magallanes lo encontró en Río de Janeiro hacia el año 1520; y Jacques Cartier afirma que en Hochelaga, hoy Isla de Montreal y la mayor del archipiélago de las islas de Canadá, se encontraba rodeado de campos de maíz.

De España el maíz pasó a otras regiones donde el clima era cálido y húmedo. Por ejemplo a Portugal, donde llegó en el año de 1579; al suroeste de Francia, a la Bresse, y a Galicia, España, arribó en 1612. A Venecia, Italia,  llegó en 1554; para después pasar a la planicie del Po, desde donde emprendió su camino a Rumania, Serbia y Turquía. Cerca de cincuenta años después, el maíz era conocido en todo el Continente Europeo. Los venecianos lo llevaron a Egipto en 1540 a través de  Turquía y Siria.  Se dice que los portugueses llevaron el maíz al Golfo de Guinea en el año de 1550. A China llegó en 1530, desde la India o Birmania, según consta en las crónicas del distrito de Hunan, como tributo al emperador Ming. En china se le llamó yu mai, cereal imperial. A casi un siglo de haber llegado a Europa, el maíz ya se conocía en zonas del los Balcanes y el Danubio.

Hoy en día el maíz se cultiva en casi todo el mundo; es uno de los cereales más útiles y apreciados por el hombres. Son muchas sus variantes, y muchas más las formas en que se prepara para su consumo, sobre todo en América. ¡Nuestro maíz ha viajado mucho!

Sonia Iglesias y Cabrera


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Mitos Cortos

Hunab Ku, la Mariposa Galáctica. Mito maya.

Los antiguos sacerdotes mayas afirmaban que desde antes de que el mundo existiese flotaba en el infinito un concepto después conocido como Hunab Ku, Mariposa Galáctica (nombre formado por las palabras hunab que significa “cosa solitaria”, y de k’u “dios”). Este extraordinario concepto se convirtió en el símbolo por excelencia de lo que da vida y medida, el  “dador del movimiento y de la medida” de todo lo que existe. 

Los abuelos afirman que al concepto de la Mariposa Galáctica lo consideraban los antiguos como el dios supremo creador de éste y de todos los mundos habidos y por haber; una esencia de inteligencia pura, un “ser” incorpóreo, sin figura ni representación; al cual también se le conocía por el nombre de Kolop U Wich Kín.

Tal concepto  representaba la Conciencia Universal, comprendía a la totalidad de los ancestros, los hombres, los animales, y las plantas. Se la concebía como la Conciencia que organizadora de  la materia y la antimateria en su estado bruto. Como grandes astrónomos y matemáticos que fueron, los antiguos mayas sabían exactamente donde se encontraba el centro de nuestra galaxia, a la que llamaron la Mariposa Galáctica. A partir de un disco giratorio situado en el centro de la Vía Láctea, surgieron el Sol, las estrellas, los planetas y los sistemas solares. El destino de la humanidad dependía de lo que aconteciera en dicho centro, portal de entrada hacia otras galaxias, y a la Conciencia Universal. Este centro fue el director de la energía consciente.

Los astrónomos modernos han comprobado que efectivamente el centro de la galaxia en que vivimos es una especie de disco giratorio, en cuyo centro se encuentra un hoyo negro que permite el nacimiento perpetuo de las estrellas.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Leyendas Cortas

Las Pléyades. Leyenda tepehuana.

 Las Pléyades, “palomas” en idioma griego, son un grupo de estrellas jóvenes situadas a 450 años luz de la Tierra; los abuelos tepehuanes de Durango relatan que son mujeres jóvenes, y como todas las mujeres de la Tierra son hermanas. Estas mujeres-estrellas vivían con un hombre que las mantenía por completo; las vestía y les llevaba de comer, por lo cual ellas estaban muy contentas. Un día, el hombre no pudo encontrar alimento que llevarles, por lo que decidió sacarse sangre de la pantorrilla y ofrecérsela a las jóvenes, la sirvió la sangre en una hoja de higuera y se las llevó. A fin de que no les diese asco, el hombre les dijo que la sangre pertenecía a un venado; así las estuvo alimentando durante un cierto tiempo. Pero las bellas mujeres se dieron cuenta del engaño, se indignaron, se enfurecieron, gritaron, y decidieron irse al Cielo a vivir, en donde todavía se encuentran.

Cuando ya caída la tarde el hombre regresó a la casa, las buscó y no las encontró. Vio sus huellas en el patio y decidió seguirlas a ver si las encontraba, pero no dio resultado. Cansado de la búsqueda, el buen hombre se fue a la cama a dormir. Unos ratones se encontraban cerca del lecho, el hombre al oír ruiditos creyó que eran  las jóvenes y suplicó: – ¡Por favor, vengan a comer la sangre del venado! Pero obviamente no obtuvo respuesta. Al día siguiente continúo con la búsqueda. Las mujeres le observaban desde arriba muertas de la risa al ver su desesperación. El hombre las vio y les pidió que amarrasen sus fajillas para que él pudiese trepar hasta donde ellas estaban. Cuando estaba a punto de llegar, la mayor de las estrellas les ordenó a sus hermanas que le dejasen caer por mentiroso. Así lo hicieron. En el momento en que caía el hombre se transformó en coyote, y así se quedó hasta ahora. Si hubiera logrado subir, sería una estrella más de las Pléyades.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Tradiciones

Los «judas».

Cuando los frailes franciscanos llegaron a México a raíz de la conquista española en el siglo XVI, venían dispuestos y decididos a implantar el catolicismo entre los vencidos. Para ello, apelaron a varias tácticas de adoctrinamiento como el teatro, la música y las fiestas. Una de esas tácticas consistió en implantar los ninots (muñecos) de las Fallas de Valencia que se celebraban el 19 de marzo, día de San José. La  fecha de las Fallas estaba muy cercana a las celebraciones de Semana Santa, circunstancia que aprovecharon los frailes para elaborar un monigote a imagen y semejanza del apóstol traidor. Esta alegoría permitió a los indígenas darse cuenta de la grandeza de la religión católica y del negro futuro que esperaba a aquellos que renegaban y traicionaban al Hijo de Dios. De  esta manera, la quema de Judas se impuso en nuestro país como tantas otras costumbres y tradiciones populares que llegaron de España, pero que con el paso del tiempo se enriquecieron con el aporte y adaptación de la cosmovisión indígenas.

La fecha exacta en que se realizó la primera “quema de judas” no la conocemos, puesto que no ha llegado a nosotros ningún testimonio de los primeros cronistas. Sin embargo, es posible deducir que la costumbre se haya iniciado a partir de 1521, fecha de la derrota de los mexicas. El historiador Luis González Obregón plantea la posibilidad de que los judas hayan surgido en la misma época en que en la Nueva España se instauró la Santa Inquisición, y se llevaban a cabo los Actos de Fe: quemas públicas de herejes. En aquel entonces, el pueblo parodiaba las ejecuciones del Santo Oficio elaborando efigies de cartón a la manera de los oidores y demás autoridades españolas. En este momento histórico, los judas abandonaron su función adoctrinadora, para convertirse en muñecos contestatarios de las arbitrariedades de la oligarquía hispana. Oigamos a González Obregón:
Durante Semana Santa se vendían muñecos que simbolizaban a Judas Iscariote, junto con otro tipo de muñecos que eran representaciones de los herejes, los cuales al terminar los autos de fe inquisitoriales se quemaban como consecuencia de la sentencia establecida por el Santo Tribunal… los niños con esa tendencia imitativa que les caracteriza, después de presenciar los autos de fe se iban a jugar a sus casas y quemaban muñecos que fingían ser los reos del Santo Oficio.

Los oidores y los regidores españoles montaron en cólera cuando vieron su imagen reproducida en estos peleles de cartón y prohibieron su quema. Sin embargo, la prohibición no tuvo efecto y la costumbre siguió realizándose contra viento y marea. En esa ya lejana época, los judas se quemaban en la Plaza del Volador. El tiempo fue transcurriendo y henos aquí a mediados del siglo XIX. A pesar del carácter contestatario de los judas y de las continuas prohibiciones a que se vieron sujetos, los efímeros muñecos se negaron a desaparecer con muy justa razón. El Sábado de Gloria, y aun desde el Jueves Santo, los vendedores de judas y de matracas hacían su aparición por las calles de la Ciudad de México.

El matraquero, persona muy querida y celebrada, acomodaba sus juguetes clavándolos en una vara de carrizo. Las matracas, cuyo sonido simboliza el ruido de los huesos rotos de Dimas y Gestas los dos ladrones que acompañaron a Cristo en el Monte Calvario, destacaban por su colorido y variedad. Las había de madera adornada con mueblecitos, violincitos, guitarritas, macetitas, cubetitas, escobitas. Otras, se engalanaban con figuras de cera que representaban chinas poblanas, bailarinas, charros, frutas y flores. Estos dos tipos de matracas los compraba el pueblo, ya que no eran onerosas y sí bastante asequibles. En cambio, las hechas de oro y plata, marfil y hueso con sus dijes de filigrana no se compraban con el matraquero, sino en las tiendas de la calle de Plateros. Eran caras y sólo podían ser adquiridas por las personas adineradas.

En cuanto a los juderos, llevaban un palo de madera al que suspendían los rojos diablos carnudos y alados, o los charritos sombrerudos y panzones colocados sobre una tablita o un cartón. El judero era un personaje que llevaba camisa de manta, pantalones de dril, huaraches de cuero, sarape trincado al hombro y sombrero de palma tejida. A las diez de la mañana del Sábado de Gloria, las campanas de Catedral se echaban a repicar bulliciosamente y la artillería ponía a funcionar sus cañones y armas con gran estruendo. Dichas acciones tenían por objeto anunciar que el sacerdote que oficiaba la misa entonaba ya el Gloria in Excelsis Deo, señal inequívoca de que se había llevado a cabo la Resurrección de Jesucristo. Entonces, en ese preciso momento, en las principales calles de la ciudad, como Tacuba y San Francisco, se efectuaba la famosa “quema de judas”.

Los enormes muñecos tenían colgados de sus cuerpos de cartón chorizos, dulces, regalitos, bolsas con panes y hasta tripas con aguardiente. Cuando el pelele estallaba, los objetos volaban sobre la multitud, siempre dispuesta a atraparlos y disfrutar de ellos. Horas más tarde, la multitud dejaba la fiesta y el barullo para dirigirse a la Plaza de Santo Domingo. De ahí salía una procesión que conducía al Santo Entierro hasta la iglesia de la Concepción. Por supuesto que Santo Domingo se convertía en una verbena donde las personas podían tomar pocillos con chocolate que compraban en los portales, acompañados de mamones y rosquillas que ofrecían los mamoneros. Con estas diversiones se terminaban los festejos del Sábado de Gloria.

A todo esto, los judas continuaban su trayectoria de muñecos contestatarios que muchos problemas les había ya ocasionado. Y así, el 17 de marzo de 1853, siendo dictador Santa Anna, el coronel Miguel María de Azcárate dio a conocer un decreto en el cual se prohibía la manufactura y quema de los “judas”. Sin embargo, esta prohibición no acabó con los judas. Años después, el gobierno imperialista de Maximiliano de Habsburgo los volvió a prohibir. Pero la costumbre revivió, pues en la década de los cincuenta, los judas se quemaban en el barrio de la Merced, en las iglesias de Regina, La Palma, San Pablo el Nuevo, y la Profesa. Los comerciantes de estos rumbos solían obsequiar ropa y zapatos para que fuesen colgados en los judas. En este tiempo, los personajes que hacían los juderos se habían diversificado mucho. El 20 de marzo de 1961, el entonces Departamento del Distrito Federal prohibió la venta de cohetes, por lo que la “quema de judas” fue suspendida por temor a las multas. Lo mismo sucedió en 1988, cuando se produjo un accidente en la Merced y el regente prohibió la venta de cohetes para ser usados en cualquier festividad. A pesar de tantas prohibiciones a que han estado sujetos los judas de cartón aún se hacen pues, a Dios gracias, la cultura popular es lo bastante fuerte para resistir los embates de las adversas circunstancias sociales que se presentan y se han presentado en la historia de nuestro pueblo.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Mexicanas Época Colonial

Los últimos días de Hernán Cortés. Leyenda colonial.

Cuenta la leyenda que el último viaje que Cortés emprendió a España no fue tan agradable como el primero que realizara en el año de 1540. El rey le recibió bastante fríamente, sin que por ello en la corte dejaran de llevar a cabo bastantes festejos para celebrar su llegada. Las hermosas joyas en oro y plata que el Capitán le llevaba a Carlos V, de valor inestimable, se habían perdido en un naufragio. El rey, que había prometido interceder en el pleito entre Cortés y el virrey de Mendoza, no tomaba cartas en el asunto, a pesar del tiempo transcurrido. Las cosas no le iban muy bien al marqués. Así las cosas, Cortés pensó en regresar a la Nueva España a morir lejos de la tierra que le trataba tan mal a pesar de las riquezas que le había proporcionado. Para preparar su retorno se refugió en Sevilla, sin pensar que ahí le aguardaban nuevas preocupaciones, a causa del desastroso matrimonio que había hecho su hija María. Tantas vicisitudes le procuraron una fuerte diarrea y otros males no menos graves, que le llevaron a refugiarse en Castilleja de la Cuesta, a fin de evitar a los continuos visitantes que lo importunaban a más y mejor.

Don Hernán había hecho su testamento el 12 de octubre de 1547 en Sevilla, ante el notario don Melchor de Portes y cinco testigos. Las clausulas del testamento estipulaban que si moría en España su cuerpo se depositara en la capilla cercana al sitio donde muriese, para luego ser trasladado a la Nueva España y ser enterrado en Coyoacán en el monasterio de la Concepción de la orden de San Francisco, que se construiría específicamente, en donde  habría una cripta destinada a albergar sus restos mortuorios y los de sus familiares. Asimismo, disponía que al morir se les diesen a cincuenta hombres pobres “ropas largas de paño pardo y caperuzas de lo mismo”, para que con antorchas iluminasen su entierro, finalizado el cual recibirían un real cada uno. También disponía el Capitán que a su muerte en tierras españolas, todas las iglesias y monasterios efectuasen misas, y que luego se oficiaran mil más por las almas del Purgatorio, dos mil por las almas de sus compañeros de conquista, dos mil dedicadas “a quien tenía algunos cargos de que no se acordaba ni tenía noticia”. Además, pedía que a su muerte todos los criados que estuviesen a su servicio fueran regalados con vestidos de luto, se les dice de comer y beber, y a los que no se quedasen al servicio de su hijo Martín, se les pagara “enteramente lo que se les debiese de sus quitaciones”. Una de las clausulas del testamento de Cortés, ordenaba que sus huesos fuesen llevados a México de acuerdo al criterio de su esposa doña Juana de Zúñiga; y que se agregasen a la cripta los esqueletos de su madre doña Catalina Pizarro, que se encontraban en la iglesia del monasterio de Texcoco, y los de su anterior esposa doña Catalina depositados, a la sazón, en el monasterio de Cuernavaca. Agregaba el dicho testamento que en el monasterio de la Concepción, que debía ser construido expresamente para albergar su cuerpo en la capilla mayor, solamente los restos de sus descendientes directos podían ser colocados en ella.

Una vez terminadas las disposiciones de su testamento, el Capitán se retiró de Sevilla y se dirigió a Castilleja de la Cuesta, donde le cuidó fielmente su hijo Martín Cortés, el marqués que no el otro, el bastardo.

Un escritor sevillano relata que Castilleja de la Cuesta era por ese tiempo poco más que una aldea, un lugarón. Algunos caballeros de conocido solar, pero escasos de fortuna, le habían escogido por asiento, y no era extraño se viesen aparecer y descollar, entre las humildes moradas de los labriegos, vastos caserones, destartaladas viviendas, que servían de retiro a estos pobres, pero linajudos hidalgos.

En Castilleja de la Cuesta, Cortés se alojó en la casa de su amigo Alonso Rodríguez de Medina,  la más bonitas del lugar; en ella encontró la muerte en uno de los aposentos de la parte de abajo, en donde el conquistador se encontraba acostado una noche del 2 de diciembre de 1547, acompañado de su hijo Martín Cortés y de su amigo Alonso. Su confesor le había administrado los santos óleos y recibido su confesión. Cortés estaba agitado y su respiración era alto dificultosa. Pasaba de la calma a la desesperación agitada. Su hijo le consolaba. La leyenda nos dice que sus últimas palabras pronunciadas con “acento lúgubre y tristísimo” fueron: -¡Mendoza… nó… nó…Emperador… te, te lo prometo… 11 de noviembre… mil quinientos… cuarenta y cuatro! Aludiendo, sin duda, al rey de España, Carlos V,  y a sus continuos pleitos con el primer virrey de la Nueva España, don Antonio de Mendoza y Pacheco.

En la Historia general y natural de las Indias,  nos dice Gonzalo Fernandez de Oviedo y Valdés:
… que don Juan Alonso Guzmán, duque de medina Cidonia, como gran señor y verdadero amigo de Hernán Cortés, celebró sus exequias y honras fúnebres la semana antes de la Navidad de Chripsto, Nuestro Redemptor, de Sevilla, é con tanta pompa é solempnidad como pudiera hacer con muy grand príncipe. É se le hizo un mausoleo muy alto é de muchas gradas, y encima un lecho muy alto, entoldado con todo aquel ámbito é a la iglesia de paños negros, é con incontables hachas é cera ardiendo, é con muchas banderas é pendones de sus ramas del marqués, é con todas las ceremonias é oficios divinos que se pueden é suelen hacer á un grand príncipe un día á vísperas é otro á misa, donde le dixeron muchas, é se dieron muchas limosnas á pobres. É concurrieron quantos señores é caballeros é personas principales ovo en la cibdad, é con el luto el duque é otros señores é caballeros; y el marqués nuevo o segundo del Valle, su hijo, lo llevó é tuvo el ilustrísimo duque é par de sí: y en fin, se hico en esto lo posible é sumptuosamente que se pudiera hacer con el mayor grande de Castilla.

Otra versión de su muerte asegura que sus restos fueron trasladados al monasterio de San Isidro, mientras se le trasladaba a la Nueva España conforme a sus deseos.  El cuerpo fue recibido por el prior y los monjes del monasterio, ante el escribano de la villa de Santiponce, Andrés Alonso, y teniendo como testigos a ilustres señores. Se le colocó, provisionalmente, en el sepulcro de los condes de Medina Cidonia que se encontraba en el altar mayor. En tal sitio reposó el cruel Capitán hasta el 9 de junio de 1550, cuando sus restos se quitaron para colocar los de Alonso Pérez de Guzmán, duque de Medina Cidonia. Entonces se le trasladó al altar de Santa Catarina en el mismo monasterio. De ahí, fueron llevados sus despojos a la Nueva España en el año de 1566, como lo pidió en su testamento don Hernando Cortés, marqués del Valle de Oaxaca y capitán general de la Nueva España y del mar del Sur, donde su llegada pasó completamente inadvertida por autoridades, cronistas, pueblo, y clero. ¡Sic Transit Gloria Mundi!

Sonia Iglesias y Cabrera


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Mitos Cortos

La creación del mundo. Mito huasteco.

Cuentan los viejos sabios teenek que hubo un tiempo en que no existía nada. No había Tierra ni Cielo, tan solo había un mar infinito y una terrible oscuridad. Un buen día, los dioses decidieron crear el universo y lo concibieron como un todo orgánico estructurado en tres planos. En el plano superior se encuentra el Cielo, sostenido por un pilar llamado T’ithach. Este plano constituye la morada paradisíaca de los dioses, y su naturaleza es caliente.

En el segundo plano está situada la Tierra, Tsabaal, el lugar en que transcurre la vida de los seres humanos. La Tierra se apoya en cuatro hombres situados en los cuatro rumbos cardinales. Estos hombres murieron ahogados, son muy frágiles y están agrietados, por lo que cada año se rompen y se van hacia el Oriente, donde vive Muxi, el Abuelo Trueno, dios omnipotente de la lluvia. Cuando fenecen los pilares humanos en seguida son remplazados por otros hombres que perdieron la vida de la misma manera. Tsabaal es muy bella, siempre verde y fresca, ella es la dueña de todos los animales que habitan sobre su superficie. Es la Diosa Madre con poder absoluto sobre los humanos; se viste como una Puulik Miin, Gran Madre Abuela. La Tierra cuida de que nunca falte el agua y el viento, que también le pertenecen. Los dioses quisieron que la Tierra se moviese en el Tiempo, K’ih, y por el Tiempo. K’ih es su compañero, tiene movimiento pero carece de forma.

El plano inferior estaba formado por el Inframundo, de naturaleza fría y habitada por los muertos. Los dioses quisieron que los tres planos del universo se comunicasen por medio de fluidos mágicos, simbolizados por dos serpientes entrelazadas, las cuales se mueven continuamente, de acuerdo a un movimiento helicoidal.

El universo alberga siete planetas femeninos. Cada planeta posee un compañero: el Movimiento, el cual es de sexo masculino. Los nueve planetas se mueven de acuerdo a los acontecimientos que suceden en la Tierra; así pues, se encuentran regidos por las guerras, el conocimiento, la peste, el clima… La patrona de los planetas y de las estrellas es una gran estrella que recibe el nombre de Puulik Oot, quien a su vez obedece y es regida por el astro Sol, el rey de reyes. Tanto los planetas como las estrellas pueden ser utilizados por los seres humanos para su beneficio.

A los indios teenek los creó una pareja divina: Maam y Muxi, quienes también crearon a la maravillosa planta del maíz. A las demás plantas y a las frutas las cuida Musi, el Trueno, que vive en el mar; gracias a él crecen y maduran. Antes de los actuales hombres, los dioses creadores hicieron varios infructuosos intentos; pero los hombres que produjeron no sirvieron porque eran débiles ya que solamente se alimentaban de la frutita del algodón. Un día, la Abuela Madre fabricó masa de maíz y dio vida a dos hombres y a dos mujeres. Con el olote hizo sus huesos. Desde entonces, los indios no pueden vivir sin el maíz. El dios Muxi envía el maíz a la Tierra, sin el cual los hombres perecerían inevitablemente, porque forma parte de su carne. Los teenek son hombres de maíz.

Sonia Iglesias y Cabrera

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