Categorías
Tradiciones

El Viernes de Dolores.

Los seis viernes que comprende la Cuaresma son muy relevantes desde el punto de vista religioso y cultural, pues en ellos se expresan muchas manifestaciones de la cultura popular. Generalmente, durante los viernes de Cuaresma se efectúan ferias, bailes, verbenas, juegos pirotécnicos, procesiones, misas, música de banda y de grupos comerciales, desfile de carros alegóricos, representaciones bíblicas, calendas, danzas tradicionales y elaboración de artesanías ad hoc. En las festividades de los viernes de Cuaresma los funcionarios tradicionales que integran las cofradías son los responsables de la coordinación de la fiesta y del cuidado de la iglesia y las imágenes.

Al sexto viernes de Cuaresma se le conoce como Viernes de Dolores y está consagrado a venerar a la Virgen de los Dolores y a recordar los sufrimientos que padeció. A la Virgen de los Dolores la imaginería popular la represente con rostro doliente, lágrimas amargas que fluyen de sus ojos, y siete puñales que traspasan su sangrante corazón, símbolo de los dolores padecidos. A veces se la ve traspasada con un solo puñal de plata. El primer dolor de la Virgen acaeció cuando el rey Herodes se enteró del nacimiento de Jesús y ordenó degollar a los niños menores de dos años que vivían en Belén. Un ángel enviado por Dios, les anunció a María y José del peligro que corría su hijo, por lo que decidieron huir a Egipto. El segundo dolor de María tuvo lugar durante el viaje que todos los años realizaba la Sagrada Familia a Jerusalén, con el fin de celebrar la Pascua Judía. Cuando Jesús contaba con doce años, se perdió entre la multitud que abarrotaba el Templo de esa ciudad, sus padres se asustaron y los buscaron. Tres días después lo encontraron en el mismo Templo cuestionando, discutiendo y saciado sus ansias de saber los Doctores de la Ley, quienes quedaron asombrados de la sapiencia de un niño de tan corta edad. El tercer sufrimiento de la Virgen acaeció cuando Jesús fue presentado al Templo de Jerusalén a los cuarenta días de su nacimiento. Simeón, un hombre bueno y noble, tomó al niño en sus brazos y, después de dirigirle a Jehová las siguientes palabras, vaticinó la muerte del Señor en la cruz: -Señor, ya puede morir tu siervo, porque mis ojos han visto la salvación que ofreces a los hombres: una luz que iluminará a los gentiles y es la gloria excelsa de tu pueblo de Israel. Los cuatro restantes dolores de la Virgen corresponden a la etapa de la Pasión de Cristo. Se refieren a las estaciones del Señor en su camino hacia el Monte Calvario, a su crucifixión, el descenso de su cuerpo de la cruz, y  su sepultura.

El Altar de Dolores
La celebración del Viernes de Dolores se instauró por resolución del Sínodo provincial efectuado en Colonia, Alemania, en 1413. Este día se acostumbra montar un altar dedicado a la Virgen. La costumbre se inició en nuestro país a raíz de la evangelización, pero a despecho de su raigambre católica, en el altar se amalgamaron algunos rasgos prehispánicos relacionados con la fertilidad de la tierra, como lo testimonian las semillas germinadas, las verduras frescas, las flores y las frutas que aparecen en su decoración.

Aunque seguramente ya desde el siglo XVI se levantaba altar a la Virgen de los Dolores, los testimonios más fidedignos remontan al siglo XVIII, cuando acostumbrábanse poner en las iglesias y en las casas particulares. La fiesta daba inicio con las bandas militares que tocaban la “diana” al amanecer. Ya para el siglo XIX, la tradición estaba muy arraigada y los hogares de la Ciudad de México se engalanaban con tan hermoso altar. Para empezar a construirlo,  se echaba mano de una mesa  sobre la que se ponían cajas como bases, hasta formar una plataforma escalonada forrada con tela blanca adornada con moños y listones de colores; o bien, se le ponía un mantel de lino, encaje o papel picado de varios colores. La mesa se colocaba pegada a una pared de la sala, por ser el lugar más importante. Sobre la pared se ponía una cortina de lino o seda, preferentemente de color blanco, formando una especie de enmarcado. Bajo este cortinaje se colocaba un cuadro de la Virgen de los Dolores, y, arriba de éste, la escultura de un santo Cristo.

Sobre el altar de iban acomodando objetos: candeleros, platos con dulces cristalizados, naranjas doradas a las que se clavaban banderitas hechas con papel de oro y plata; jarros, comales y cualquier utensilio de barro poroso mojado donde se “sembraban” semillas de chía por fuera, manteniéndolo húmedo hasta que la semilla germinaba. Si se quería que la planta adoptase un color amarillo, se la dejaba germinar fuera del alcance de los rayos del sol; si en cambio se quería obtener un color verde, se la colocaba al sol. También se utilizaban animalitos de barro de variadas formas, en cuyo cuerpo estriado se ponía la chía.

En platos y macetas se sembraba trigo, lenteja, cebada, amaranto, semillas con las que se seguía el mismo procedimiento que con la chía, para lograr la coloración deseada. Además, el altar llevaba muchas macetas con flores de distintos colores, con verdes plantas, esferas y bolas de cristal colorido, llamados “ojos de boticario”, que eran juegos de esferas o botellones de vidrio que iban unos dentro de otros.

En el altar no podían faltar las aguas frescas de horchata, jamaica, limón con chía, y tamarindo. Estos refrescos debían estar muy endulzados, ya que simbolizaban las lágrimas de la Virgen, que a pesar del dolor debieron ser muy dulces. Era costumbre que las aguas se ofrecieran a los que pasaban por las casas que mantenían las puertas abiertas para tal propósito. Aparte de estas aguas destinadas a beberse, se elaboraban otras que se teñían con productos vegetales o químicos. Así, los pétalos de la amapola daban un color colorado; el palo de Campeche, carmesí; la flor de jamaica, púrpura; la piedrecilla de alumbre, tornasol; la grana y la cochinilla, morado; la caparrosa, azul; la pimpinela, verde; la solución acidulada de cromato amarillo neutro con carbonato de potasa, amarillo; y el bicromato de potasa, también amarillo. Las aguas teñidas se colocaban en botellones especiales para la ocasión que se iluminaban por atrás con lamparitas de aceite, para que brillaran y difundieran rayos de colores. Al pie del altar se formaba un tapete de figuras hecho con pétalos de flores, polvo de café y obleas desmenuzadas, al centro se colocaba el anagrama de la Virgen.

En la tarde de Viernes de Dolores, se efectuaba una misa en las casas de las personas de dinero, a la que asistían familiares y amigos. Las mujeres se ponían vestidos de luto y los hombres traje oscuro, para escuchar al sacerdote hablar acerca de la Pasión de Cristo. Acabado el acto religioso, se ofrecía a los convidados una merienda de tamales, atole, pasteles, dulces y chocolate con leche. Asimismo, se obsequiaba con un pequeño recuerdo a los participantes.

Sonia Iglesias y Cabrera


Categorías
Leyendas Mexicanas Época Colonial

Cuauhtlatoatzin. Leyenda colonial.

Juan Diego Cuauhtlatoatzin, El Águila que Habla, nació posiblemente el 5 de abril (o de mayo) del año de 1474, en Cuautitlán, -localidad que formaba parte del dominio mexica, asentada a veinte kilómetros de Tenochtitlan-, en el barrio de Tlayácac. Sus padres le pusieron el nombre de Cuauhtlatoatzin. Juan Diego pertenecía a la etnia chichimeca, era un pobre macehualli, gente del pueblo; no era ni noble ni sacerdote ni esclavo, era un pobre artesano que fabricaba mantas que vendía en su pueblo o en el mercado de Tlatelolco. Recibió el bautizo cristiano a manos de los padres franciscanos de Tlatelolco en el año de 1524. El encargado de bautizarlo fue fray Toribio de Benavente, llamado por los indios “Motolinia”; es decir, “el pobre”. En su bautismo recibió el nombre de Juan Diego y su esposa el de  María Lucía. Juan Diego era un hombre muy piadoso, razón por la cual los frailes le apreciaban. Cada semana, Cuauhtlatoatzin acudía a la iglesia de Tlatelolco a oír misa y a recibir el catecismo. Salía de Tultepec, su pueblo, muy de mañana, y siempre pasaba por el cerro del Tepeyac.

Según testimonio de los ancianos vecinos de Cuautitlán, recopilados en las informaciones jurídicas de 1666, en el Proceso Apostólico, Juan Diego llevó siempre una vida absolutamente ejemplar. Un testigo que le conoció, Marcos Pacheco, afirmaba que: era un indio que vivía honesta y recogidamente, buen cristiano y temeroso de Dios y de su conciencia, de muy buenas costumbres y modo de proceder. Otra persona que le conoció de nombre Andrés Juan, afirmaba que Juan Diego era un “santo varón”, elogios con los que concordaban todos los que le conocieron. Su carácter era reservado y místico. Le gustaba el silencio y las penitencias. Cuando su esposa murió en 1529, Cuauhtlatoatzin se fue a vivir con un tío suyo de nombre Juan Bernardino  que vivía en el pueblo de Tolpétlac, distante catorce kilómetros de la iglesia de Tlatelolco.

Leyenda ColonialSegún cuenta la leyenda, el sábado 9 de diciembre de 1531, cuando Juan Diego contaba con 57 años, se escuchó en el cerro del Tepeyac el hermoso canto de un pájaro tzinitzcan, que anunciaba la aparición de la Virgen María. Como es sabido la Virgen le pidió al indio Juan Diego que pidiese a las autoridades se le construyese un santuario. Fueron cuatro las apariciones divinas que tuvieron lugar entre el 9 y el 12 de diciembre. De este hecho quedaron algunos testimonios indígenas escritos, como la Crónica de Juan Bautista en la que se relatan algunos hechos acontecidos entre 1528 y 1586, y que constata: In Ypan xihuitl 1555 años icuac monextitzino in Santa Maria de Quatalupe in ompac Tepeyacac. Es decir, En el año de 1555 fue cuando se digno aparecer Santa María de Guadalupe, allá en Tepeyácac.

Otro documento importante en que se narra lo acontecido al indio Cuahtlatoatzin en el cerro del Tepeyac lo tenemos en el Nican Nipohua, escrito originalmente en náhuatl y posteriormente traducido al español. El Nican es una de las más importantes fuentes religiosas de dicho acontecimiento. Este documento fue escrito por don Antonio Valeriano (1520-1605), sabio indígena y alumno de fray Bernardino de Sahagún. En esta relación podemos leer:
Aquí se narra se ordena, cómo hace poco, milagrosamente se apareció la perfecta virgen santa maría madre de dios, nuestra reina, allá en el Tepeyac, de renombre Guadalupe.
Primero se hizo ver de un indito, su nombre Juan Diego; y después se apareció su Preciosa Imagen delante del reciente obispo don fray Juan de Zumárraga. (…)
Diez años después de conquistada la ciudad de México, cuando ya estaban depuestas las flechas, los escudos, cuando por todas partes había paz en los pueblos, así como brotó, ya verdece, ya abre su corola la fe, el conocimiento de Aquél por quien se vive: el verdadero Dios.
En aquella sazón, el año 1531, a los pocos días del mes de diciembre, sucedió que había un
Indito, un pobre hombre del pueblo. Su nombre era Juan Diego, según se dice, vecino de Cuauhtitlan, y en las cosas de Dios, no todo pertenecía a Tlatilolco.

Era sábado, muy de madrugada, venía en pos de Dios y de sus mandatos.
Y al llegar cerca del cerrito llamado Tepeyac ya amanecía. Oyó cantar sobre el cerrito, como el canto de muchos pájaros finos; al cesar sus voces, como que les respondía el cerro, sobremanera suaves, deleitosos, sus cantos sobrepujaban al del coyoltototl y del tzinitzcan y al de otros pájaros finos.
Se detuvo a ver Juan Diego. Se dijo: ¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo? ¿Quizá nomás lo estoy soñando? ¿Quizá solamente lo veo como entre sueños?
¿Dónde estoy? ¿Dónde me veo? ¿Acaso allá donde dejaron dicho los antiguos nuestros antepasados, nuestros abuelos: en la tierra de las flores, en la tierra del maíz, de nuestra carne de nuestro sustento; acaso en la tierra celestial?

Hacia allá estaba viendo, arriba del cerrillo, del lado de donde sale el sol, de donde procedía el precioso canto celestial, Y cuando cesó de pronto el canto, cuando dejó de oirse, entonces oyó que lo llamaban, de arriba del cerrillo, le decían: «Juanito,Juan Dieguito».
Luego se atrevió a ir a donde lo llamaban; ninguna turbación pasaba en su corazón ni ninguna cosa lo alteraba, antes bien se sentía alegre y contento por todo extremo; fue a subir al cerrillo para ir a ver de dónde lo llamaban. Y cuando llegó a la cumbre del cerrllo, cuando lo vio una doncella que ahí estaba de pie, lo llamó para que fuera cerca de ella Y cuando llegó frente a Ella mucho admiró en qué manera sobre toda ponderación aventajaba su perfecta grandeza. Su vestido relucía como el sol, como que reverberaba, y la piedra, el risco en el que estaba de pie, como que lanzaba rayos; el resplandor de ella como preciosa piedra, como ajorca… parecía la tierra como que relumbraba con los resplandores del arco iris en la niebla…

En referencia a la petición de la Virgen consta en el Nican Nipohua que le dijo: Sábelo ten por cierto, hijo mío el más pequeño… mucho deseo que aquí se levante mi casita sagrada.

Su deseo se cumplió, como lo podemos afirmar cinco siglos después…

Sonia Iglesias y cabrera

 


Categorías
Mitos Cortos

De cómo se dividió el pueblo tacuate. Mito

Los antepasados contaban que hace muchos años apareció un Águila en el pueblo que se llevaba a la gente en sus garras y se la comía. Esta águila vivía en lo alto de los peñascos de la sierra. Un buen día puso unos huevos en su nido y nacieron aguilitas. Con el fin de alimentar a sus crías, el Águila llegaba al pueblo y se llevaba a las personas, tenía preferencia por los niños pues su carne era tierna. Como todos los habitantes le temían mucho, decidieron hacerse unos chiquihuites que se ponían sobre la cabeza, como sombreros, cuando tenían que ir por agua al pozo, a fin de evitar que el ave lo tomara por la cabeza. Pero el Águila no se dejaba engañar, y de todas maneras se llevaba a la gente con todo y chiquihuites. Desesperados los indios tacuates  decidieron llevar a cabo  una asamblea para decidir qué debía hacerse ante tal problema. Se decidió dividir al pueblo. Una mitad, guiada por el hijo del tlatoani, el jefe, se quedaría ya que no querían abandonar sus casas. La otra mitad se iría a Pueblo Viejo. Así lo hicieron, pero como el Águila los siguió, tuvieron que marcharse a Zacatepec, y luego al cerro del Zacate.

Pueblo TacuateAl tiempo, se apareció la Virgen María y les pidió a los tacuates que le construyeran una iglesia, pero no le hicieron ningún caso tan apurados como estaban en sus diversiones y jaleos, y sólo le construyeron una casita de zacate. Un mal día la casita se quemó, y la Virgen, desilusionada de los humanos, se fue abandonándolos a su suerte. Llegó hasta Juquila y ahí se quedó. Ante el abandono, los tacuates decidieron construirle su iglesia con la esperanza de que volviera, pero ella no quiso. Si uno se fija bien en la Virgen de Juquila puede ver, en una  de sus mejillas, la marca de una quemadura recuerdo de cuando se incendió su casa. Las ruinas de la iglesia que le construyeron los tacuates aún se ven a la salida de pueblo Viejo Ixtayutla.

Así fue como se dividió el pueblo tacuate.

Sonia Iglesias y Cabrera


Categorías
Leyendas Cortas

Ecce Homo. Leyenda colonial.

Hace mucho tiempo existió un hombre llamado Raimundo Saldívar de Velasco. Sus cabellos eran rizados y rubios, sus ojos verdes como la malaquita, y la piel rosada tendiente al rojo. Raimundo se sabía guapo y era presumido. En tanto que comerciante su padre había hecho una considerable fortuna que Raimundo se ocupaba en gastar a manos llenas. Era una familia rica, pero sin noble linaje.

Una mañana, se celebró en la Catedral de la Ciudad de México, una misa para celebrar el arribo de la Nao de China al Puerto de Acapulco. Ni que decir tiene que las familias importantes de la ciudad acudieron al templo. Raimundo vistió sus mejores galas, acudió al santuario y se sentó junto a una bella muchacha llamada Laura Martínez Larrondo. En un momento dado, ambos jóvenes se voltearon a ver y quedaron prendados uno del otro. Al terminar la misa, Raimundo se adelantó y se paró junto a la pila de agua bendita. Cuando la chica llegó, el joven metió sus dedos en el agua y se los ofreció a Laura con galante ademán. Tocáronse los dedos al tiempo que un estremecimiento recorría sus cuerpos. Pasó una semana.

Ecce HomoEn la Procesión de la Virgen de los Remedios, organizada por la Cofradía de la Catedral,  los jóvenes se encontraron por segunda vez. Emocionados se sonreían. Al terminar la procesión, Raimundo acompañó a Laura hasta su casa sita en la Calle de Flamencos. Poco después, la enamorada pareja se encontró en la Alameda y en el Paseo Nuevo. Otras veces coincidían en la casa de doña Beatriz de Lorenzana, amiga de Laura, en donde comían pastelillos, dulces, nieve y espumoso chocolate. La ventana de la casa de Laura era otro de los lugares donde el joven declaraba su amor a la dulce Laura entre suspiros y promesas de amor eterno. Fue a través de la reja que Raimundo le pidió a la joven que se casase con él. Laura aceptó. Junto a la ventana había un nicho con la escultura de Ecce Homo, “he aquí al hombre”, en la que se representaba a Jesús ensangrentado y maltrecho. Al joven Raimundo la escultura le daba pavor; en cambio Laura era fiel devota de la imagen a la que siempre ponía flores frescas y le encendía todas las noches una candela.

Cuando la madre se enteró de los amores de su hija, montó en cólera porque no estaba de acuerdo en que  tuviese relaciones con el hijo de un herrero sin alcurnia ni nobleza, aunque con mucho dinero. La familia de Laura descendía de conquistadores, nobles, y obispos. La madre encerró a Laura en su recámara; pero la joven burló la vigilancia sobornando a una de las criadas y pudo ponerse en contactó con el muchacho. Decidieron huir, Se dieron cita junto a la hornacina de Ecce Homo. Laura salió de su casa y se acercó hacia su enamorado, Raimundo dio un paso hacia ella… cuando sintió que una mano poderosa le tomaba por la garganta, volteó ligeramente la cabeza y vio que la ensangrentada y repulsiva mano de la escultura era la que le apretaba con tanta fuerza la garganta. Laura horrorizada ante lo que veía, gritó y salió corriendo hecha una loca hasta las puertas del Convento de Balvanera, donde cayó desfallecida. Al otro día por la mañana, encontraron a Raimundo al pie de la escultura desmayado. Le despertaron con vinagre y éter. Al volver en sí, Raimundo había perdido sus hermosos colores: su boca era blanca, su rubio cabello había encanecido; su tez, como la cera. Nunca volvió a ser el mismo. Laura se metió a monja y al poco tiempo perdió la razón.

Sonia Iglesias y Cabrera


Categorías
Tradiciones

La Cuaresma y su simbología.

Las fiestas religiosas relacionadas con Jesucristo se enmarcan dentro de dos ciclos. El primero comprende el tiempo de la Natividad que da inicio con el Adviento, continúa con la celebración de las Posadas, el Nacimiento del Salvador, la Epifanía o Adoración de los Reyes Magos y termina con la Candelaria o Fiesta de la Purificación de la Virgen María, que tiene lugar el  2 de febrero. El segundo ciclo hace referencia a la Pasión y Muerte de Cristo. Comienza con el Carnaval, prosigue con la etapa de la Cuaresma dentro de la que se cuenta al Miércoles de Ceniza, y culmina con la Semana Santa o Semana Mayor.

El vocablo cuaresma deriva del latín quadragésima, que significa cuarenta o cuarentena. Dentro de la tradición judeo-cristiana, el número cuarenta es sagrado y pleno de intenciones simbólicas. Muchos de los acontecimientos relatados en el Antiguo y el Nuevo Testamento contenidos en la Biblia, están regidos por períodos de cuarenta días o años. Por ejemplo, el famoso Diluvio Universal consignado en el Génesis y considerado por Jehová como instrumento para castigar la maldad y perversión humanas, duró cuarenta días y cuarenta noches. El mismo número de días el pueblo judío estuvo errando por el desierto conducido por Moisés, huyendo de la furia del faraón egipcio, hasta que llegaron a la Tierra Prometida, después de vivir durante cuatrocientos treinta años en las negras tierras de Egipto.

Cuando Jehová entregó a Moisés el Decálogo o Tablas de la Ley, el patriarca estuvo cuarenta días en el Monte Sinaí, consagrado al ayuno y a la meditación, hasta que descendió portando en sus manos los Mandamientos de la Santa Ley, que guardó en el Arca de la Alianza, hermoso cofre de fina madera revestida de oro, depositado en el Tabernáculo es decir, el santuario portátil que los Hijos de Israel llevaban consigo en el desierto.

Por haberse inclinado al ejercicio de prácticas paganas, alejadas de la Ley de Dios, Jehová castigó a los israelitas con cuarenta años de esclavitud bajo la férula de los filisteos, hasta que fueron liberados por Sansón, uno de los principales jueces judíos, famoso por su enorme fuerza que provenía de sus largos cabellos. Para llevar a cabo su hazaña, Sansón mató a los filisteos con una quijada de burro, derribó sus casas y los palacios donde habitaban los príncipes. Asentados ya en la Tierra Prometida, los judíos nombraron su rey a Saúl, a quien sucedió David, hijo de José de la tribu de Judea. David dio muerte al gigante Goliat, filisteo que constantemente molestaban a los judíos con sus ataques. El reinado de David duró cuarenta años, durante los cuales extendió las fronteras de Palestina y conquistó Jerusalén. Le sucedió Salomón, su hijo, quien mandara construir el Templo de Jerusalén y escribiera tres libros inmortales: El Eclesiastés, Proverbios y el Cantar de los Cantares. Su sabio gobierno duró cuarenta años.

Elías, el profeta de Jehová y consejero del rey y del pueblo, fue perseguido por el rey Acad por anunciar su desastroso final y por haber dado muerte a los sacerdotes del dios fenicio Baal. Para escapar a la furia del rey, Elías huyó y caminó durante cuarenta días hasta llegar al Monte Horeb, a fin de esconderse en una cueva.

A su vez, otro profeta, Jonás, desobedeció la orden de Jehová de predicar en la ciudad de Nínive. Como castigo el barco en el que navegaba naufragó y a él se lo tragó una ballena. Jonás vivió en el vientre del animal durante tres días, fue perdonado por Dios y, obediente, retomó su camino hacia Nínive donde predicó cuarenta días antes de pronosticar destrucción por corrupta e idólatra.
En el Nuevo Testamento, el número cuarenta aparece ligado a la vida de Jesucristo, pues igual cantidad de días debieron transcurrir desde el nacimiento de Cristo hasta su presentación en el templo y la ceremonia de purificación de su madre la Virgen María.

Asimismo, cuarenta días El Salvador permaneció en el desierto en completo ayuno y dedicado a la meditación, con el propósito de purificarse y entregarse a la predicación.
El rito de la Cuaresma comenzó a celebrase durante el siglo IV, bajo el papado de Gregorio Magno, Padre de la Iglesia, como homenaje a los cuarenta días que Jesús ayunara en el desierto. Además se la consideraba como un período de preparación religiosa de los catecúmenos, es decir, de aquellos que se aprestaban a recibir el bautismo como muestra de su deseo de pertenecer a la Iglesia Católica.

La Cuaresma es el lapso especialmente dedicado a la preparación espiritual para recibir la Pascua de Resurrección. Por lo tanto conlleva una extrema penitencia y ayunos antaño muy rigurosos, ya que de los siglos VII al IX, estuvo prohibido estrictamente ingerir cualquier tipo de alimento antes de la puesta del sol e incluso los fieles estaban obligados a restringir su sueño, alejarse de las diversiones y mantener un extremo.

La austeridad de la Cuaresma de los primeros tiempos, nos dice Antonio García Cubas, consistía en:
La abstinencia de carne, huevos leche y vino y en comer una sola vez al día, después de vísperas, o sea, por la tarde. Esta costumbre prevaleció hasta el siglo XIII. Los de la iglesia de Oriente, fueron más estrictos que los latinos, pues limitaban sus alimentos a pan y agua, frutas secas y legumbres. En el siglo XII los latinos agregaron a la comida algunas conservas, permitiéndoseles en la noche tomar agua y poco vino, corto refrigerio al que se dio nombre de colación.

En 1762, el Papa Clemente XIII, concedió la facultad de comer durante la Cuaresma huevos, manteca, queso y  otros lacticinios y también carne, con excepción de los primeros cuatro días, de los miércoles, viernes y sábado y de toda la Semana Santa. Pero imponía a todos los que usasen de esa gracia, el deber de observar la ley del ayuno con una sola comida y a los ricos, además, el de distribuir limosnas a los pobres. Esa gracia siguió ampliándose por los sumos pontífices, reduciéndose las excepciones a sólo el Miércoles de Ceniza, los viernes y los cuatro últimos días de la Semana Santa.

Hoy en día el Ayuno cuaresmal da inicio el Miércoles de Ceniza, a fin de completar los cuarenta días, pues se exceptúan los domingo por ser el día del Señor. La abstinencia se ha concretado a no comer carne los viernes de Cuaresma sino pescado, aun cuando los católicos más ortodoxos guardan todos los días del período cuaresmal. El Nuevo Ordo de los rituales de Semana Santa, dicta que los ayunos terminen a la media noche entre el Sábado Santo y la Doménica de Pascua.

Sonia Iglesias y Cabrera


Categorías
Leyendas Mexicanas Prehispanicas

Átzcatl, la hormiga sagrada. Leyenda prehispánica.

Las hormigas pertenecen al Orden de los Himenópteros y a la Familia Formicidae, de las cuales existen más de 12,000 especies. Muchos grupos humanos las han utilizado como alimento, con fines medicinales, como objetos rituales, como dioses, y como personajes que forman parte de las leyendas y la mitología de los pueblos.

Lo industrioso y cooperativo de las hormigas aparece en muchas narraciones orales del folklor de los pueblos indios, y para muchos ha tenido un papel muy importante en su cultura, como por ejemplo en el mito de creación Cahuila en el cual las hormigas agrandaron el espacio vital para que el pueblo hormiga pudiese vivir. O como en la mitología hopi que nos habla de la protección que las Personas-Hormigas brindaron a los hombres guardándolos bajo tierra durante la destrucción del Primer Mundo, en las etapas de la creación universal. Las tribus del norte de California aseguran que las hormigas son capaces de predecir los temblores, y está prohibido molestar a estos insectos en sus nidos. En muchas leyendas de los indios suramericanos las hormigas aparecen como guerreros. Algunos pueblos tienen clanes referentes a la hormiga como los pimas, quienes dividen cada pueblo en dos clanes: el Clan de las Hormigas Rojas y el Clan de las Hormigas Blancas.

En la tradición oral mexica, Ázcatl fue la hormiga roja que rebeló a Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, deidad suprema, la Montaña de Nuestra Alimentación, la Tonacatépetl, cuando un día se la encontró el dios por los alrededores de Teotihuacan. Al preguntarle a la hormiga dónde había obtenido el grano de maíz que llevaba, el insecto optó por ignorarlo y continuó su camino. Pero como el dios insistiera, Ázcatl lo invitó a que la siguiese. Quetzalcóatl no podía entrar por los lugares tan pequeños por donde nuestra amiga accedía fácilmente, por lo que el dios se convirtió en una hormiga negra. Sólo así pudo meterse en el interior de la montaña y reunirse con ella. La hormiga roja le llevó a un lugar donde había montones de granos de maíz. Emocionado, el dios tomó muchos de los granos y le dio efusivamente las gracias a Ázcatl por tan soberbio regalo. Quetzalcóatl llevó los granos a otros dioses quienes, a su vez, se los dieron a los hombres. Los granos tenían muy buen sabor, y los humanos se deleitaron con ellos. Pero pronto se acabaron, y Quetzalcóatl pensó que era muy dificultoso estar yendo a la montaña por más a cada rato. Intentó llevarse la montaña, pero no pudo; entonces, los dioses le pidieron ayuda a Oxomo, creador de la cuenta del tiempo, y a Cipactonal, diosa de la astrología y los calendarios, quienes dijeron que si Nanáhuatl, el dios leproso, patrón de las enfermedades de la piel, lanzaba un rayo sobre la Montaña ésta se abriría. Los tlaloques, dioses de la lluvia ayudantes de Tláloc, hicieron llover y Nanáhuatl lanzó un rayo que abrió la Montaña, los granos surgieron y quedaron a disposición de los hombres.

Por otra parte, el símbolo de la delegación Azcapotzalco, En el Montículo de las Hormigas, del Distrito Federal, está representado por una hormiga roja rodeada de granos de maíz, en honor al descubrimiento de este cereal por los toltecas cuando observaron que las hormigas escondían bajo la tierra suculentos granos en la región de Tamoanchan, el lugar mítico y paradisíaco, localizado arriba de los nueve niveles del Cielo, y en el lugar donde Quetzalcóatl y la diosa Quilaztli, por otro nombre Cihuacóatl, llevaron los huesos sagrados con los que crearon a los primeros seres humanos. Por tanto, las hormigas fueron sagradas para los toltecas, ya que a ellas se debía el conocimiento de una gramínea tan importante para los pueblos mesoamericanos.

El Chilan Balan de Chumayel, “boca del jaguar”, libro redactado después de la conquista española, en que se recopila la tradición oral de los pueblos mayas, cuenta que:

El maíz estaba oculto bajo una gran peña y sólo las hormigas lo conocían. Un día la zorra halló y probó unos granos de maíz que las hormigas habían dejado caer cuando lo sacaban. Los comió y le parecieron deliciosos. Cuando las hormigas volvieron esa noche, la zorra las siguió, pero la grieta que había en la roca era demasiado pequeña para que pudiera alcanzar el maíz. Por lo tanto, hubo de contentarse con los granos que dejaban caer las hormigas.
Al regresar junto a los otros animales, la zorra se ventoseó; aquellos quisieron saber qué había comido que hasta sus vientos olían tan bien. La zorra negó haber hallado un nuevo alimento, pero los otros animales la siguieron en secreto y vieron lo que comía. Ellos también comieron maíz y les gustó y pidieron a las hormigas que les sacaran más granos. Las hormigas se avinieron al principio, pero viendo que no podían aprovisionar a todos los animales se negaron a sacar más maíz. Los animales pidieron ayuda a las grandes hormigas rojas y después a la rata, pero no pudieron meterse en la grieta. Finalmente, comunicaron al hombre el secreto de aquel maravilloso alimento y éste pudo romper la roca y extraer el maíz.

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Mitos Cortos

Los Chauks, dioses de la Lluvia.

Los chauk, llamados también anhel, viven en cuevas y son dueño de la lluvia y el viento. Cuando relampaguea es porque los chauk salieron de sus cuevas. Para hacer llover, vierten agua de una olla hasta la Tierra. Cuando sopla el viento, se debe a que los diosesitos respiran en la cueva. Toda fuente de agua cuenta con un chauk. Ellos también son los dueños de los animales de la selva, permiten a los hombres cazarlos de vez en vez. En sus casas, vigiladas por culebras, serpientes, sapos y ranas, viven sus hijos y sus empleados; como bancos utilizan armadillos y tepezcuintes.

Cada 3 de mayo, día de la Santa Cruz, los tzotziles de Larraizan, Chiapas, acuden a las cuevas en procesión a rezar a los chauk en a las cruces que se encuentran frente a las cavernas, para que les proporcionen una buena temporada de lluvias y, por ende, una satisfactoria cosecha de maíz. Los fieles encienden cuetes y fuego de artífico, se bebe mucho aguardiente y se come sabroso.

Para los tzotziles de San Pedro Chenalhó, Chiapas, Chauk (Anhel) es el dios de la lluvia y el agua, dueño de las montañas, el rayo y las milpas que crecen en la laderas de sus montañas, a las que benefician más que a las otras. Este dios dio a los tzotziles el maíz, por lo que se le asocia con el alimento, con el sustento. Vive en el interior de una montaña a la que se accede por una cueva que vigila una rana. Se sienta sobre una serpiente. Cuando Anhel toca el tambor, se producen los rayos. El dios tiene una hija llamada X’ob, la Madre del Maíz. Cuando alguna persona se porta mal, Chuak se encarga de matarlo con un rayo. Los indios tzotziles le rezan y se le ponen ofrendas en las cuevas, en las cimas de las montañas y en los manantiales en los rituales que se realizan tres veces al año. Hay muchos chauk, cada uno tiene su montaña y su cueva. Estos seres maravillosos se relacionan con los cuatro rumbos y los colores del universo; este, rojo; norte, blanco; oeste, negro; y sur, amarillo.

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Leyendas Cortas

Doña Catalina Suárez, la Marcayda.

Doña Catalina tuvo por padres a don Diego Suárez Pacheco y a doña María Marcayda. En 1509, sus padres emigraron a la isla La Española como acompañantes del séquito de Diego Colón. Catalina y sus hermanos les dieron alcance un año después. Al poco tiempo, doña Catalina dejó la isla para trasladarse a Cuba como dama de compañía de María de Cuéllar, prometida de Diego Velázquez de Cuéllar, el conquistador de Cuba. En Cuba, doña Catalina vivía en la casa de su hermano Juan, en Baracoa. Conoció a Hernán Cortés y, aun cuando carecía de dote, el futuro Capitán la esposó en el año de 1515, a regañadientes. Cuando Cortés se marchó a explorar México y traicionó a Diego Velázquez, Catalina fue despojada de las propiedades de su marido y quedó en mala situación económica.

Pasada la conquista de México, Cortés se encontraba cómodamente instalado en su casa de Coyoacán, cuando decidió traer a su esposa de Cuba, a pesar de encontrarse rodeado de bellas mujeres, como una de las hijas de Moctezuma. En México, la Marcayda llevaba una buena vida plena de diversiones y ociosidades, entre bailes, suntuosos vestidos y costosas joyas. Cortés la obsequió con tierras y esclavos. Parecían un feliz matrimonio, en apariencia…

Leyenda CortaLa Marcayda era sana, guapa, bien vestida, pero infeliz en su matrimonio. Una noche de Todos Santos, la pareja ofreció una cena a sus amigos en su casona de Coyoacán. Catalina estaba contenta y quizá un poco achispada con el vino que había bebido. En un momento dado, la Marcayda reclamó al capitán Solís de tomarse la libertad de mandar sobre sus propios esclavos sin consultarla. El capitán, apenado, respondió que el que los ocupaba no era él sino don Hernán. Catalina retrucó que en adelante nadie se metería con sus cosas. Al oír los dicho, Hernán contestó medio en chanza y riendo: -¿Con lo vuestro, señora? ¡Yo no quiero nada de lo vuestro! Ante estas palabras, Catalina, enojada, abandonó la mesa y a los comensales. La fiesta siguió. En sus aposentos la Marcayda lloraba junto a su camarera Ana Rodríguez, y le confiaba que era muy infeliz.

Al terminar la reunión, Cortés subió a la recámara matrimonial y trató de consolar a Catalina sin mucho éxito. Se apagaron las luces y todos se recogieron en sus habitaciones. A la media noche, una esclava india avisó a doña Ana que algo sucedía en la alcoba del matrimonio. Ésta acudió a la recámara, abrieron la puerta y vieron que el Capitán sostenía en sus brazos el cuerpo inerte de la Marcayda, que presentaba moretones en la garganta; las cuentas de su collar de oro yacían sobre la cama deshecha. Ana preguntó a qué se debían esos moretones, a lo que Hernán respondió que la sostuvo del collar cuando su esposa se había desvanecido. Pero las sospechas de que Cortés la había matado surgieron, máxime que en Cuba le había dado malos tratos y hasta golpeado. Al otro día, Catalina presentaba: …los ojos abiertos, e tiesos, e salidos de fuera, como persona que estaba ahogada: e tenía los labios gruesos y negros; e tenía asimesmo dos espumarajos en la boca, uno de cada lado, e una gota de sangre en la toca encima de la frente, e un rasguño entre las cejas, todo lo cual parecía que era señal de ser ahogada la dicha doña Catalina e no ser muerta de su muerte.

Al ser acusado de haberla matado, Cortés respondió: -¡Quién lo dice, vaya por bellaco, porque no tengo de dar cuentas a nadie! Así, quedó impune otro crimen más del conquistador.

Sonia Iglesias y Cabrera


Categorías
Tradiciones

El Carnaval II. Llegada a México.

El Carnaval llegó a nuestro país durante la primera mitad del siglo XVI gracias a los frailes evangelizadores que arribaron con los conquistadores españoles, como una consecuencia lógica de las celebraciones de Semana Santa. Del Carnaval español heredamos el gusto por los bailes populares, las mascaradas, los disfraces, el travestismo, la elección del rey feo, y la imagen de don Pelele convertido en Juan Carnaval y en los judas que se queman el Sábado de Gloria en México.
Muy poco o casi nada conocemos acerca de los primeros carnavales que se festejaron en la Nueva España, pues no han quedado referencias escritas en las que podamos apoyarnos, lo que sí sabemos es que el Carnaval sustituyó, en el ánimo religioso de los indígenas, a la fiesta dedicada a Xipe Tótec, celebrada el segundo mes Tlacaxipehualiztli, en la que desollaban a los cautivos de guerra.

En contraposición, las crónicas carnavalescas del siglo XIX abundan. Para darnos una somera idea de lo que fue la fiesta, sigamos la descripción de Roberto Duclas, estudioso francés de las costumbres del mencionado período. Este viajero nos cuenta que en los días de Carnaval, en las calles, plazas y teatros de la ciudad se celebraban bailes a los que acudía toda la población de medianos y altos recursos económicos. Las barberías se llenaban de toda clase de disfraces, donde la gente iba con el propósito de comprarlos o alquilarlos. Había disfraces de moros, cruzados, trovadores, y arlequines, entre otros muchos más. Las personas adineradas mandaban hacer sus trajes de Carnaval con los famosos sastres Irugüen y Cusac.

Por las tardes, y en especial la del domingo de la quincuagésima y el Martes de Carnaval, se acudía al Paseo de Bucareli y al de la Viga, para lucir los hermosos disfraces. Los señores montados a caballo, ofrecían flores y cucuruchos con caramelos a las damas elegantes que paseaban en sus carruajes. Los jóvenes, disfrazados grotescamente, montaban en burros y hacían burlonas muecas o lanzaban sátiras virulentas a los políticos y a los avariciosos comerciantes.

Llegada la noche, las personas regresaban a la ciudad para reunirse en comparsas con los músicos y arrojarse, unos a otros, trocitos de papel de colores llamados “agasajos”, a saber por qué. En la algarabía nocturna, todo el mundo se lanzaba flores y huevos con agua pintada o perfumada. Los jóvenes perseguían a las máscaras bailando, bromeando y participando en divertidas farsas. Las comparsas de disfrazados solían entrar en las casas donde había baile, para departir unos momentos con los dueños e invitados, e inmediatamente acudir a otros domicilios y seguir la diversión hasta el amanecer.

El Teatro de Santa Anna, situado en la Calle de Vergara, decorado y transformado en salón de baile para la ocasión, acogía a la mejor sociedad de la ciudad que se daba cita con la única intención de divertirse de lo lindo comiendo finos bocadillos y bebiendo vinos importados, entre una y otra polca o rigodón. De más está decir que este día los bailarines ocultaban su identidad tras el anonimato  de una sugestiva máscara.

En la calle del Puente de Monzón (Isabel la Católica), el general Manuel Andrade organizaba él mismo los festejos en su suntuosa residencia, solamente para gente importante.

Mientras los sirvientes circulan ofreciendo en platones canapés, helados y bebidas a los invitados, los enmascarados daban rienda suelta a la diversión. Al son del piano había gritos, persecuciones y bailes. Una dama atrae la atención de todos por su elegancia: hermoso traje de terciopelo bordado en oro, magnífica cabellera y tez mate. Bromea con mucha gracia, se pone al piano y cautiva a la concurrencia por la seguridad de su arte. Después desaparece. Algunos curiosos logran seguirla hasta el establecimiento de Gabino Medina, el peinador de la Calle del Coliseo Nº 11. Por la puerta entreabierta, ven a la bella dama quitarse la máscara y la peluca, y comprueban, estupefactos, que Centroni, el gran pianista, los ha engañado. Hasta aquí el testimonio de Duclas.

 En estas ocasiones era fácil que se entablaran romances, mas había que andarse con cuidado, no fuera a ocurrir una equivocación como la anterior, ya que en esos días las mujeres se disfrazaban de hombres y viceversa. A eso de las dos de la mañana, las personas importantes se retiraban a sus hogares, pero el que lo deseara podía quedarse de farra hasta el amanecer.

A diferencia de lo acontecido con otras fiestas tradicionales, el paso del tiempo no terminó con el Carnaval, sino que lo enriqueció, pues los desfiles de carros alegóricos, de comparsas, disfrazados, los combates de flores, los bailes, la elección de una reina de la belleza y de un rey feo, las máscaras, las sátiras y las bromas, el tirarse a la cabeza huevos rellenos de confeti o agua perfumada, son algunos de los elementos que caracterizan a los carnavales urbanos y mestizos que se llevan a cabo en Veracruz, Mazatlán, Acapulco, Mérida y Villahermosa. Acerca de ellos Sebastián Verti opina:
El evento más importante es el desfile de comparsas y carros alegóricos para el cual se han preparado con meses de anticipación- los vecinos de los diferentes barrios.
La fiesta tiene lugar a todas horas del día y de la noche. Son continuos el bullicio, el encuentro inesperado y la amistad espontánea, la cálida sensación de celebrar en compañía de toda la ciudad, una misma alegría.

Al parejo de estos carnavales internacionalmente conocidos, en pequeñas ciudades, pueblos y barrios mestizos e indígenas se efectúan otros de igual o de mayor importancia, pero de los que escasamente tenemos noticias. Así por ejemplo, en Huexotzingo, Puebla, se dramatiza la captura y muerte de Agustín Lorenzo, un bandolero que asaltaba los trenes que iban de la ciudad de México a Veracruz, y el rapto de la hija de un rico hacendado, a la cual desposa para después morir ejecutado por las tropas federales. Esta representación se lleva a cabo el Martes de Carnaval. Otro ejemplo lo tenemos en  el pueblo de San Juan Totolac, Tlaxcala. Durante el Carnaval se cuelga al “ahorcado”. Este pelele simboliza los pecados de toda la comunidad. Después de apresarlo por pecador, enjuiciarlo y declararlo culpable, se le sentencia a morir. Ante tan fatal castigo, el ahorcado deja todas sus posesiones a sus hijos y a su viuda. Para matarlo, le atan una cuerda a la cintura y lo cuelgan entre dos postes de madera. Ejecutada la sentencia, el monigote se lleva a enterrar, pero resucita y levantándose empieza a repartir azotes entre los concurrentes. Valgan solamente estos dos ejemplos para ilustrar nuestro artículo.

Sonia Iglesias y Cabrera


Categorías
Leyendas Mexicanas Época Colonial

Martín, el Mestizo y Martín, el Marqués.

Martín Cortés, el Mestizo, nació en 1523 o a principios de 1524. Fue hijo natural de Hernán Cortés y de la muy discutida Malitzin, doña Marina para los españoles. Martín contaba con dos años cuando se le separó de su madre y se le  entregó a Juan de Altamirano, primo del Capitán. Poco tiempo después, el jovencito de seis años marchó con su padre a España, cuando al Capitán acudió ante Carlos V para pedirle la aprobación de sus conquistas. En España su padre hizo que le nombrasen Caballero de la Orden de Santiago, de carácter religiosa y militar. Posteriormente, ocupó el cargo de paje de Felipe II, cuando aún no accedía al trono. En el año de 1563, regresó a la Nueva España junto con sus dos medios hermanos. Se le recibió como era debido por ser hijo de quien era, máxime que Cortés había obtenido, en 1529, que el papa Clemente VII legitimizara a los hijos bastardos.  Después de fungir como paje, el Mestizo  se convirtió en soldado de la milicia española. Hizo la guerra en el Piamonte y la Lombardía, participó en la batalla de San Quintín, y en la toma de Argel contra  piratas berberiscos.

El conquistador don Hernán Cortés tuvo a bien nombrar su heredero en el marquesado a su hermanastro del mismo nombre, considerado por la historia como un personaje estúpido y pleno de arrogancia. A Martín le benefició con una cuantiosa renta vitalicia.

En 1562, de regreso en la Nueva España, Martín, el Mestizo,  formó parte de la llamada Conspiración de Martín Cortés que lideraba su medio hermano, como protesta de las Leyes Nuevas, promulgadas en 1542, las cuales impedían a los encomenderos heredar a sus hijos las tierras que había recibido en encomienda. Los tres principales conspiradores fueron detenidos. Los tres eran hijos de don Hernán: el marqués que había heredado el título de marqués de Oaxaca, Luis, y Martín, el Mestizo. Además, participaron los hermanos González de Ávila, Alonso y Gil, quienes fueron sentenciados a morir degollados en el patíbulo de la Plaza Mayor. Después de un terrible revuelo que implicó más muertos y la restitución del virrey Gastón de Peralta, los revoltosos fueron apresados. Su aprensión quedó registrada en el siguiente documento de la época.

Luego como el marqués fue preso, sin que afuera se entendiese enviaron a llamar los oidores a Juan de Sámano, alguacil mayor, y le dieron mandamiento para prender los hermanos del marqués; el cual fue luego y halló a don Martín Cortés, que estaba muy descuidado, y llegó a él y le dijo: «Aquellos señores llaman a vuesa merced». Y él luego pidió la capa y la espada, y se la trajeron, y al ponerse la espa¬da, se la pidió el alguacil mayor y le dijo: «Esta no puede vuesa merced llevar, porque va preso». Y él le dijo: «Pues ¿por qué?» (que creyó lo mismo que su hermano el marqués). Y respondióle Juan de Sámano: «No lo sé, más de que me mandaron llevase a vuestra merced preso, y como a tal le llevaré». Y así bajaron.

Martín, el Mestizo, recibió terrible tormento. Se le aplicó el llamado “cordeles y jarras de agua” que consistía en apretarle las pantorrillas, los muslos, los brazos y los dedos con una cuerda, y en hacerle beber agua con la ayuda de un embudo. Martín no confesó ni acusó a nadie. Solamente repetía, adolorido: –¡He dicho la verdad, no tengo más que decir! Pasado el tormento se le condenó a pagar una fuerte multa que le arruinó, y al destierro en España junto con sus hermanos. En 1574, el rey decidió que los tres hermanos fuesen perdonados y exonerados de toda culpa

El Mestizo contrajo matrimonio con doña Bernaldina de Porras, con la cual tuvo un hijo de nombre Hernando Cortés, y una hija, doña Ana Cortés. Bajo las órdenes de Juan de Austria, hermano del rey Felipe II, hizo la guerra contra los moros en la famosa Rebelión de las Alpujarras, -cuando la población morisca del Reino de Granada se protestó contra la Pragmática Sanción de 1567, que se oponía a la práctica de la cultura mora- y en la cual participó también el Inca Garcilaso de la Vega (Gómez Suárez de Figueroa), escritor e historiador peruano, hijo de española e indígena. A finales del siglo XVI, posiblemente en 1595, Martín Cortés, el Mestizo murió.

Martín Cortés Zúñiga nació en el año de 1533 en Cuernavaca. Fue el Segundo Marqués del Valle de Oaxaca. Hijo de don Hernando Cortés y de Juana de Zúñiga, fue el único hijo legítimo del Capitán, y hermano menor de Martín Cortés, el Mestizo. En 1540 viajó a España en compañía de su padre para servir al rey Carlos I, y a su sucesor Felipe II. El 10 de agosto de 1557, convertido en militar, participó en la Batalla de San Quintín contra el ejército francés, comandado por el duque de Guisa,  y en la guerra contra los Países Bajos.

En España contrajo nupcias con doña Ana Ramírez de Arellano III, condesa de Morata de Jalón. En su regreso al virreinato de la Nueva España, lo acompañaron sus hermanos Martín, el Mestizo, y Luis.  Al llegar fue recibido con bombo y platillos, por su importancia como heredero del Marquesado de Oaxaca que contaba con mucho más poder económico que el virrey. En la Ciudad, la aristocracia lo agasajó con fiestas y banquetes. A poco después de su llegada, intentó aumentar las rentas de sus encomiendas, lo que le valió un cierto enfrentamiento con el virrey, quien le acusó con el rey de España, por lo que la Corona decidió quitar la perpetuidad de las encomiendas que en adelante sólo gozarían los hijos de los conquistadores, pero no sus nietos. Debido a ello, encabezó la famosa Conspiración de Martín Cortés, junto con su hermano del mismo nombre y otros compinches. En 1564, se le nombró capitán general, lo que le valió un fuerte enfrentamiento con la Audiencia de la ciudad que derivó en la sublevación de 1564, en la cual se le intentó coronar como rey de la Nueva España. A resultas de la frustrada rebelión, en 1567 fue procesado por las autoridades del virreinato y se le trasladó a la Península Ibérica para ser sentenciado. Se le quitaron sus propiedades, se le hizo pagar una multa y se le desterró a Orán, ciudad del noroeste de Argelia. Años después, en 1574, se le dio permiso de abandonar Orán, pero no de volver a la Nueva España.

Documentos de la época dan constancia del momento de su aprensión: Llegado que llegó el marqués y entró por las salas, iba diciendo: «Ea, que buenas nuevas hemos de tener». Acuérdome que llevaba vestida una ropa ele damasco larga, de verano, que era esto por julio, y encima un herreruelo negro, y su espada ceñida, y en entrando en el acuerdo, donde los oidores estaban, lo recibieron y dieron su asien¬to, y en sentándose, se levantó un oidor y se llegó a él y le dijo: «Déme vuesa señoría esa espada». Y dibsela, y luego le dijo: «Sea preso por Su Majestad». Juzgue aquí cada uno cuál quedaría el marqués, y qué sentirla; y dicen que respondió: «¿Por qué?» «Luego se dirá». No entendió que aquella prisión era por lo que fue, sino que debía haber venido en aquel pliego provisión del rey para prenderle.

Martín Cortés Zúñiga murió en Madrid, España, el 13 de agosto de 1589 a los 53 años de edad.

Sonia Iglesias y Cabrera