Categorías
Leyendas Cortas

K’uk, el quetzal. Leyenda maya.

Algunas leyendas mayas relativas al origen del universo, cuentan que  Kukulkan, el dios creador, y Tepeu, el dios del Cielo, crearon al mundo. Cuando se afanaron en dar vida a las aves, el quetzal nació de los soplos que los dioses dirigieron a un árbol de guayacán. Con el soplo divino las hojas azul-verdosas del guayacán salieron volando, y en su vuelo adoptaron la formar de esta maravillosa ave de majestuoso y largo plumaje.

Kukulkán, el dios más importante del panteón maya, cuyo nombre significa Serpiente de Plumas, y precisamente de plumas de quetzal, se conoce en la mitología quiché con el nombre de Gucumatz. A este omnipotente dios se le veneraba mucho tiempo antes del asentamiento maya en la Península de Yucatán, y aun incluso antes de la formación de Chichén Itzá  en el siglo VI. El libro sagrado de los mayas quichés el Popol Vuh, relata que fue Gucumatz junto Tepeu, quienes, después de varios infructuosos intentos, dieron forma al mundo donde no existía nada sino un tranquilo y apacible mar. Inventaron la Tierra y la poblaron de animales y de seres humanos. Antes de la Creación, Tepeu-Gucumatz, la dualidad sagrada, vivía enterrada en plumas de quetzal. Un cierto día el dios triple llamado Uk’ux Kaj, Corazón del Cielo,  dios del Viento, las Tormentas y el Fuego, les despertó de su divino letargo con el propósito de inducirlos a realizar el acto supremo.

En el templo dedicado a Kukulkan, construido  por los mayas itzáes en el siglo XII d.C., en la mencionada ciudad de Chichén Itzá, ocurre un curioso fenómeno acústico. Se dice que en la famosa escalinata donde aparece en los equinoccios de primavera y otoño la Serpiente Emplumada descendiendo, si una persona hace palmas en la parte de enfrente de la escalinata, el sonido se propaga en el peralte de los escalones y se produce un eco distorsionado que se escucha como el suave canto del quetzal… De aquellos quetzales que llegaron en tiempos pasados y de los cuales nos dice el Chilam Balam de Chumayel:

Llegarán a su ciudad (hace referencia a Chichén Itzá) los itzáes, llegarán plumajes, llegarán quetzales, llegará Kantenal, llegará Xekik, llegará Kukulcán. Y en pos de ellos otra vez llegarán los itzáes…   

Y los quetzales siguen estando presentes.
 
Sonia Iglesias y Cabrera


Categorías
Mitos Cortos

Los uemas gigantes. Mito otomí.

Los uemas, los “gentiles”, fueron los ancestros de los indios otomíes. A estos seres gigantescos los dioses los crearon  de manera imperfecta, aun cuando fueron las deidades que inventaron el sagrado oficio de la alfarería. Todos los secretos  de este arte los eumas se los transmitieron a los otomíes que habitaban el hoy pueblo de José María Pino Suárez. Desde entonces, los pobladores se dedican a la producción de cerámica, su modo de vida junto con la agricultura. Los uemas se alimentaban, principalmente, de conejos, aunque no descartaban la carne de otros animales a los que daban caza, y de cuyas pieles se vestían. Los gigantes uemas eran nómadas, les gustaba moverse de un lado a otro libremente, por lo cual sembraban poco y siempre estaban faltos del suficiente maíz para completar su alimentación. Aunque iban por todos lados y llegaban a lejanos terruños, su territorio favorito era el Occidente, el Oeste, porque por ahí el Sol se mete hacia su viaje al Inframundo. Así pues, los uemas simbolizan la tierra caliente de arriba; es decir, del ámbito celeste donde moran los dioses.

Los uemas poseían una enorme fuerza física, podían levantar toneladas de piedras sin sufrir ningún daño. Gracias a su fuerza pudieron  construir enormes pirámides en una sola noche. Sin embargo, a pesar de su gran fortaleza tenían un punto débil, pues si llegaban a caerse se rompían en muchos pequeños pedazos como si fueran de vidrio. Los que no se rompían y  morían por otra causa, dejaban regadas sus gigantescas osamentas. Aún ahora se pueden ver cerca del poblado de José María Pino Suárez esparcidas por el campo. Si las osamentas  de los uemas se muelen y se mezclan con algún líquido como agua o alcohol, tienen magníficos poderes curativos que aprecian mucho los otomíes.

Los uemas, los antepasados de los hñähñü, “los que hablan la lengua nasal”, se extinguieron cuando el mundo desapareció, y  la Tierra se volteó debido a un terrible diluvio que arrasó con todo: hombres, naturaleza, dioses. Desde entonces, los uemas le tienen un miedo atroz al agua… porque no hay que dudarlo, estos seres fantásticos aún visitan la Tierra, para espanto de algunos mortales que tienen la buena o mala suerte de toparse con ellos…

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Mitos Mexicanos

Los uemas gigantes. Mito otomí.

Los uemas, los “gentiles”, fueron los ancestros de los indios otomíes. A estos seres gigantescos los dioses los crearon  de manera imperfecta, aun cuando fueron las deidades que inventaron el sagrado oficio de la alfarería. Todos los secretos  de este arte los eumas se los transmitieron a los otomíes que habitaban el hoy pueblo de José María Pino Suárez. Desde entonces, los pobladores se dedican a la producción de cerámica, su modo de vida junto con la agricultura. Los uemas se alimentaban, principalmente, de conejos, aunque no descartaban la carne de otros animales a los que daban caza, y de cuyas pieles se vestían. Los gigantes uemas eran nómadas, les gustaba moverse de un lado a otro libremente, por lo cual sembraban poco y siempre estaban faltos del suficiente maíz para completar su alimentación. Aunque iban por todos lados y llegaban a lejanos terruños, su territorio favorito era el Occidente, el Oeste, porque por ahí el Sol se mete hacia su viaje al Inframundo. Así pues, los uemas simbolizan la tierra caliente de arriba; es decir, del ámbito celeste donde moran los dioses.

Los uemas poseían una enorme fuerza física, podían levantar toneladas de piedras sin sufrir ningún daño. Gracias a su fuerza pudieron  construir enormes pirámides en una sola noche. Sin embargo, a pesar de su gran fortaleza tenían un punto débil, pues si llegaban a caerse se rompían en muchos pequeños pedazos como si fueran de vidrio. Los que no se rompían y  morían por otra causa, dejaban regadas sus gigantescas osamentas. Aún ahora se pueden ver cerca del poblado de José María Pino Suárez esparcidas por el campo. Si las osamentas  de los uemas se muelen y se mezclan con algún líquido como agua o alcohol, tienen magníficos poderes curativos que aprecian mucho los otomíes.

Los uemas, los antepasados de los hñähñü, “los que hablan la lengua nasal”, se extinguieron cuando el mundo desapareció, y  la Tierra se volteó debido a un terrible diluvio que arrasó con todo: hombres, naturaleza, dioses. Desde entonces, los uemas le tienen un miedo atroz al agua… porque no hay que dudarlo, estos seres fantásticos aún visitan la Tierra, para espanto de algunos mortales que tienen la buena o mala suerte de toparse con ellos…

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Tradiciones

El Carnaval I. Los orígenes.

Con el propósito de comprender mejor la fiesta de Carnaval es necesario contextualizarla como parte de los rituales que conforman el ciclo de la Pasión y Muerte de Jesucristo, que da inicio, en sentido extenso, el Miércoles de Ceniza, continúa con el período de Cuaresma y termina con la Semana Santa.

Desde el punto de vista conceptual, el Carnaval está estrechamente ligado con el tiempo de Cuaresma; es decir, los cuarenta días especialmente dedicados a la preparación espiritual de la Pascua de Resurrección del Señor. Así, el Carnaval deviene el lapso de desenfreno obligado para dar pasa a la iniciación del ayuno y demás rituales de abstinencia dictados por la religión católica. Es en este marco que el Carnaval simboliza la necesidad de desahogo social, del tiempo en que está permitido romper con el orden establecido y con las normas de comportamiento cotidianas. Es el tiempo de las grandes libertades, del travestismo, del escándalo, de las injurias, las bromas, las sátiras a personajes públicos; de la gula y la sexualidad desenfrenadas. Es el tiempo en que reinan  los placeres de la carne sobre el recogimiento del espíritu. Como diría Sebastián Verti:
El carnaval es, por excelencia, la fiesta de la diversión. En carnaval se permite romper todas las reglas y rebasar todos los límites, y las fantasías no sólo pueden convertirse en realidad, sino que son la norma. Ocultos tras el disfraz más descabellado o apenas cubiertos por un sencillo antifaz, podemos cantar, bailar, reír a carcajadas.

Lo más importante es transformarse, contradecir el orden de todos los días. Ser no lo que somos siempre, sino lo que siempre hemos querido ser. En carnaval todo es posible.

En su esencia original, el Carnaval está impregnado de un simbolismo de muerte y resurrección de los ciclos vitales de la naturaleza, y, en mayor o menor medida, todos los ritos ligados a él nos hablan de la reviviscencia de la vegetación en la primavera, expresados dentro del ámbito de celebraciones a dioses antiguos de la fertilidad de las plantas y de los hombres, y del renacimiento primaveral. Como es el caso de la diosa egipcia Isis, Creadora de las Cosas Verdes; Dionisio, el Baco romano, dios de la Vegetación y el Vino; Luperco, dios de la Fecundidad; Attis, deidad de la Vegetación y la Resurrección; y Saturno, señor de la Siembra y la Agricultura.

He aquí el concepto simbólico de estas festividades celebradas en Grecia y en la Roma cercana al surgimiento del cristianismo. Fundamento de otros muchos rituales de la religión católica, pues es un hecho ampliamente reconocido que Jesucristo es la síntesis histórica de los dioses solares redentores de la culturas antiguas que le antecedieron, todos ellos representantes duales de la muerte y el renacer que rigen la vida de los hombres y los fenómenos de la naturaleza.

Acerca del origen del Carnaval contamos con varias teorías a cual más de interesante. Sin embargo, la festividad que se considera como el antecedente más directo del Carnaval es, ciertamente, la Saturnalia romana que conmemoraba el reinado magnificente de Saturno, dios de la Siembra y de la Agricultura, quien había reinado en la tierra proporcionando a los hombres paz y felicidad. Saturno enseñó a los romanos el arte de cultivar la tierra y las leyes que debían regirlos para alcanzar la armonía social absoluta. Bajo el reinado de Cronos, su nombre griego, se desconoció la esclavitud y la tiranía. Pero un desafortunado día, Saturno desapareció para no volver jamás y los hombres volvieron a caer bajo el influjo de las pasiones. A Saturno se le representaba como un anciano de luenga barba blanca, portador de una hoz en la mano.

La Saturnalia, de raigambre anterior a la fundación de Roma, se festejaba del  17 al 23 (o 25) de diciembre en las plazas y calles de Roma desde el año 217 a.C. con el propósito de elevar la moral de los ciudadanos, disminuida a causa de la derrota sufrida a manos de los cartagineses. Para otros investigadores, la fiesta daba inicio el 24 de diciembre y duraba un día; el emperador Augusto (63 a.C.-14 d.C.) decidió agregar otro día más y, posteriormente, Calígula aumentó uno más. Se encendían velas y antorchas, por el inicio del nacimiento del Deus Sol Invictus, El invencible Dios Sol, pleno de luz, y por el término de la etapa más oscura del año. La víspera de la fiesta las casas de Roma se adornaban con plantas y se encendían luminarias. La celebración empezaba con un sacrificio en el Templo de Saturno, al que seguía un banquete público, lectisternium, al tiempo que la plebe y los aristócratas gritaban: “¡Io Saturnalia!” Se comía y bebía en exceso,  entre amigos y familiares se daban lujosos regalos y figurillas de humilde barro, y se realizaban actos eróticos de todas suertes. Los roles sociales se intercambiaban, de tal manera que durante los siete días que duraba la Saturnalia, los patrones atendían los requerimientos de comida y bebida de sus esclavos; mientras que éstos injuriaban y golpeaban a sus amos, sin medir represalia de ninguna índole. Los tribunales y las escuelas cerraban, no se ejecutaba a los criminales y se hacía la guerra. La población acudía al Monte Aventino  -una de las siete colinas de Roma- a pasear y disfrutar de un piscolabis.

Además, los hombres libres jugaban al “reinado de burlas”. Consistía el tal juego en elegir, al azar  un “rey” que dictaba órdenes simples y chistosas a sus “súbditos”; por ejemplo, le ordenaba a un vasallo que cantase en plena calle, que bebiese vino aguado o que cargase a un flautista unas cuantas calles. De más está decir que este “rey de burlas” representaba a Saturno. Con el paso del tiempo, Roma y toda Europa se convirtieron al cristianismo y la imagen del “rey de burlas” pasó a la fiesta de Carnaval en la figura de un muñeco que, pasado el lapso de disipación, el pueblo quema o fusila con beneplácito.

Paralelamente a la mencionada teoría de origen del Carnaval, el simbolismo meramente cristiano de dicha celebración pretende destruir sus fundamentos paganos de muerte y resurrección de la naturaleza, para brindarnos una fiesta que tiene como origen el concepto de la Cuaresma, gestada durante la etapa de la Edad Media en Europa, negando todo fundamento de raigambre precristiana. De tal manera que las Carnestolendas, término con el que también se denomina al Carnaval, hace referencia al período carnal, derivado del latín caro, carnis, “carne”, en el que se puede comer carne, así como al período en que ha de dejarse, tolendas, de tollere, “quitar”; de tal manera que carnestolendas significa “despedida” o “adiós a la carne”.

Sonia Iglesias y Cabrera


Categorías
Leyendas Mexicanas Época Colonial

Pedro de Alvarado, el cruel. Leyenda colonial.

Pedro de Alvarado y Contreras nació en Badajoz, Extremadura, España, en el año de 1485. Conquistador de corazón, participó en varias conquistas antes de tomar parte en la de Mexico-Tenochtitlan al lado de su rival en crueldad don Hernán Cortés. Su carácter era enérgico, violento, y sanguinario. Por ser alto y rubio, los indígenas de México le dieron el apodo de Tonatiuh, el Sol, considerándolo, en un principio, la encarnación de dicha deidad. Pero su deificación pronto quedó borrada al destacarse como poseedor de los más terribles pecados y desenfrenos.

A la edad de 27 años, llegó a la isla La Española, situada en el Archipiélago de las Antillas Mayores, descubierta por Cristóbal colón en 1492. Lo acompañaban sus hermanos Jorge, Gonzalo, Gómez, Hernando, y Juan. En 1512, Pedro de Alvarado formaba parte del séquito de Diego Colón, hijo de Cristóbal Colón, virrey de las Indias, cuyo gobierno se encontraba en Santo Domingo. Transcurrido un año, Alvarado emprendió la conquista de Cuba bajo las órdenes de don Diego Velázquez. En 1518, junto con Juan de Grijalva, Pedro de Alvarado llegó a las costas de Yucatán y del Golfo de México; descubrió Cozumel y fundó, en la desembocadura del río Papaloapan, una villa a la que llamó Alvarado.

Poco tiempo después, se convirtió en el primer capitán de Hernán Cortés. Peleó contra los tlaxcaltecas dirigidos por Xicoténcatl Axayacatzin, tlatoani del señorío de Tizatlán, a quien venció. Como regalo por la victoria hispana, los tlaxcaltecas obsequiaron a Hernán Cortés una de las hijas de Xicoténcatl El Viejo, a quien se bautizó con el nombre de doña Luisa; pero éste la rechazó y se la otorgó a don Pedro. Con Luisa Alvarado procreó una hija, Leonor; y un hijo al que le puso su mismo nombre: Pedro. Leonor acabaría casándose con el duque de Albuquerque don Francisco de la Cueva.
En 1520, Alvarado que había quedado al mando de las tropas, pues Cortés había ido a combatir a Pánfilo de Narváez, futuro gobernador de Florida. Alvarado se quedó con una compañía de ochenta soldados para resguardar a Moctezuma Xocoyotzin ya hecho prisionero y pelele de los españoles. Alvarado consideró que su posición militar era débil con tan poca tropa y además rodeado de los mexicas enojados y exacerbados por la tibieza de su tlatoani. Ante esta situación, Tonatiuh decidió llevar a cabo la terrorífica Matanza del Templo Mayor de Tenochtitlan llamada la Matanza de Tóxcatl. El nefasto día del 20 de mayo de 1520, los mexicas se encontraban celebrando, tranquilamente, la ceremonia a los dioses Tezcatlipoca, Espejo Humeante, y Huitzilopochtli, Colibrí Zurdo.

Según relata Bernal Díaz del Castillo, los mexicas trataban de asesinar a don Pedro durante la fiesta Tóxcatl, quien se encontraba sumamente disgustado por la celebración de la tal fiesta de carácter francamente pagano. Por otra parte, Alvarado estaba resentido porque los mexicas habían quitado para la ceremonia las imágenes de la Virgen María y de la Cruz que habían colocado los conquistadores en el templo de Huitzilopochtli. Sin embargo, los mexicas habían solicitado con tiempo el permiso a Pedro de Alvarado para efectuar la celebración, y éste había lo había autorizado escondiendo, solapadamente, sus verdaderos propósitos. Cuando los señores mexicas danzaban completamente desarmados, las tropas hispanas cerraron las salidas del Templo Mayor y dispararon contra los nobles tenochcas. Tasajeaban y acuchillaban con las espadas, atacaban por la espalda; cabezas y brazos volaban por doquier, desgarraban cuerpos, herían muslos y pantorrillas, destrozaban abdómenes y arrastraban los intestinos. Los nobles corrían, pero no lograban ponerse a salvo. Habían caído en una trampa mortal. Los muertos fueron incontables. Los españoles se refugiaron en las casas que los mexicas habían puesto a su disposición, y procedieron a apresar a Moctezuma Xocoyotzin. Veintidós años después, Fray Bartolomé de las Casas en una relación enviada a Carlos V, relataría:
[…] e comienzan con las espadas desnudas a abrir aquellos cuerpos desnudos y delicados, e a derramar aquella generosa sangre, que uno no dejaron a vida […] Fue una cosa ésta que a todos aquellos reinos y gentes puso en pasmo y angustia y luto e hinchó de amargura y dolor; y de aquí a que se acabe el mundo o ellos del todo se acaben, no dexarán de lamentar y cantar […] aquella calamidad e pérdida de la sucesión de toda su nobleza […]

Una vez cumplida la terrible matanza, Alvarado fue “amonestado” por Hernán Cortés quien acudió presuroso a Tenochtitlan a preparar la defensa de la ciudad, y a sufrir la derrota que el 30 de junio de 1520 padecieran en las afueras de Tenochtitlan y conocida como la Batalla de La Noche Triste. Alvarado se salvó por un pelo saltando con su lanza los puentes de la acequia de Tacuba; a esta acción se la conoce como el Salto de Alvarado, la cual dio origen al nombre de la calle Puente de Alvarado, situada en la antigua calzada que conducía al señorío de Tlacopan.

Poco después de la caída de Mexico-Tenochtitlan, Pedro de Alvarado participó en la Conquista de Guatemala, en 1524, pertrechado con tropas formadas por españoles e indios tlaxcaltecas y cholultecas. Vencida Guatemala Tonatiuh fue nombrado alguacil mayor de los Caballeros de Guatemala, El Salvador, y Honduras.

En 1527, Alvarado marchó a España a fin de entrevistarse con Carlos V de quien recibió los nombramientos de gobernador, capitán general y adelantado de Guatemala. Cuando regresó a América en 1529, el entonces gobernador de Nueva España le apresó y sometió a juicio. Pero Tonatiuh contaba con la protección de Hernán Cortés quien  intervino para que quedase en  libertad.
Después de un fracasado intento de participar en la conquista de los Andes, en 1541 participó en la llamada Guerra del Mixtón emprendida contra grupos indígenas chichimecas de Nueva Galicia. En la contienda Pedro de Alvarado fue arrollado por el caballo de un compañero torpe en el momento que las tropas españolas huían de los indios comandados por el caxcán Francisco de Tenamaxtle, en Nochistlán, al sur del actual estado de Zacatecas. Malherido, Tonatiuh murió unos cuantos días después del accidente, el 4 de julio de 1541. Se le enterró en la iglesia de Tiripetio, Michoacán. Poco tiempo después, su hija, doña Leonor Alvarado Xicoténcatl le traslado a una cripta de la Catedral de San José de Santiago de Guatemala, junto a la Sinventura, la mujer que fuera su esposa: doña Beatriz de la Cueva.

Sonia Iglesias y Cabrera


Categorías
Mitos Cortos

Camazotz, el dios Murciélago. Mito maya.

Camazotz, Servidor de la Muerte, dios murciélago de la mitología maya fue el maestro de los misterios de la vida y de la muerte. Simbolizaba la noche, la muerte y el sacrificio. Los mayas representaban a Zotz, Camazotz, como un ser humano con cabeza y alas de murciélago..Se trataba de un dios del mal que trasmitía la enfermedad de la rabia. Se encuentran imágenes de este animal sagrado en jeroglíficos y cerámica de hace más de 2,000 años. Se le honraba por medio de sacrificios de animales y ofrendas de tamales y flores

En los códices mayas aparece con un cuchillo de sacrificios en las manos, sosteniendo con la otra a quien va a asesinar. En la escritura maya aparece asociado con el signo de la inmolación, por lo cual se le suele relacionar con el sacrificio humano y con las ofrendas de sangre.

En el Popol Vuh, las antiguas historias del quiché, el murciélago fue una especie de ángel que descendió del Cielo a fin de decapitar a los seres humanos de madera de la segunda creación de los dioses Tepeu y Kukulkan, por ser imperfectos y no tener sentimientos.

Mito camazotz el dios murcielagoEn el mismo Popol Vuh se nos relata que Ixbalanqué y  Hunahpú, los dioses gemelos, fueron hijos de Hun-Hunahpú, dios de la fertilidad y del juego de pelota, y la bella Ixquic, hija de Kuchumakik, unos de los Señores de Xibalbá. Un día, Hun-Hunahhpú y su gemelo Vucub-Hunahpú  se pusieron a jugar en el juego de pelota, como hicieron mucho ruido, los dioses de Xibalbá se enojaron y Hun Camé y Vucub Camé, los principales señores del Inframundo, los retaron a jugar en sus lares. Del sagrado juego los vencedores fueron los de Xibalbá. Ixbalanqué y Hunahpú tomaron la revancha, y se dirigieron al Inframundo equipados solamente con cerbatanas. Después de pasar con éxito muchas pruebas y maldades de que son objeto por parte de los dioses del más allá, y gracias a los consejos y la ayuda de Camazotz, llegan a pasar la noche en la Casa de los Murciélagos, Zotzilaha, “donde los murciélagos chillaban, gritaban y revoloteaban”, habitada por Zotzilaha Chimalman, el dios murciélago. Este escalofriante lugar, era una espantosa caverna  se situaba en lo que actualmente es Alta Verapaz, cerca de Cobán en la República de Guatemala. Es en esta caverna donde Hunahpú pierde la vida al ser decapitado por uno de los chilladores murciélagos comandados por Zotzilaha. Y su cabeza sirvió de pelota en el último partido. Sin embargo, Ixbalanqué con la ayuda de un conejo recupera la cabeza y se la coloca de nueva cuenta a su gemelo.

Sonia Iglesias y Cabrera


Categorías
Leyendas Cortas

La Primera Atarazana de la Nueva España. Leyenda colonial.

En los inicios del año de 1522, los conquistadores empezaron la edificación de la Ciudad de México sobre los terrenos donde estuviera la antigua ciudad de Mexico-Tenochtitlan.  Después de cierto tiempo de haber dado comienzo la traza de la ciudad, entre 1522 y 1524,  se edificó la legendaria Atarazana, lugar para construir y reparar barcos, que más bien se utilizaba como una verdadera fortaleza que protegía a la ciudad de las posibles sublevaciones de los indios. Se construyó en el antiguo pueblo de La Candelaria de los Patos, cerca de la actual Avenida Circunvalación, espacio circundado por canales que llevaba el nombre de Macuitlapilco, “lugar de la cola de papel”. Ocupó la Atarazana el lugar de lo que anteriormente fuera un adoratorio dedicado a alguno de los dioses mexicas, sin saberse exactamente a cuál. Desde la Plaza Mayor, se llegaba a la Atarazana por la actual calle de Guatemala, antigua calle de Los Bergantines.

La fortaleza estaba construida una parte en tierra firme y otra sobre el agua. Tenía tres puertas lacustres que llevaba a tres galerías interiores. Contaba la Atarazana con una torre llamada Templum ubi orant, y un embarcadero que le sirvió a Hernán Cortés para atracar los famosos trece bergantines que empleó en la toma de Tenochtitlan. Como diría el Capitán: Puse luego por obra, como esta ciudad se ganó, de hacer una fuerza en el agua, a una parte de esta ciudad en que pudiese tener los bergantines seguros, y desde ella ofender a toda la ciudad si en algo se pudiese, y estuviese en mi mano la salida y entrada cada vez que yo quisiese…

ciudad de mexico mapa

Así pues, en caso de alguna rebelión por parte de los indios, los españoles tenían asegurada su escapatoria de la isla en los bergantines. Las piezas de artillaría, los instrumentos, y pertrechos de las naves se guardaban dentro de la Atarazana en una bodega localizada en su parte trasera. En el piso de arriba se encontraban las habitaciones de don Francisco de Solís, el alcaide de la fortaleza, y una cárcel casi siempre plena de presos.

Hacia 1535, las aguas del lago empezaron a disminuir, por lo que la Atarazana corría un grave peligro de dañarse y, por supuesto, los bergantines no podían zarpar en esas condiciones. Debido a ello, las autoridades de la Nueva España, encabezadas por el primer virrey don Antonio de Mendoza, pensaron en la posibilidad de trasladarla a la calle de Tacuba. Sin embargo, en 1550 seguía en el mismo lugar muy destruía, deteriorada, y apuntalada para que no se cayese. En tales condiciones el edificio se mantuvo hasta principios del siglo XVII.

Cabe la triste gloria a la Atarazana el haber sido el primer edificio construido en la capital de la Nueva España: la Ciudad de México, y el haber albergado a los bergantines del capitán Hernán Cortés con los cuales derrotó a los valerosos tenochcas.
 
Sonia Iglesias y Cabrera


Categorías
Tradiciones

El bezote en la cultura mixteca.

El bezote, ese atractivo objeto de ornato empleado por multitud de culturas de todo el mundo, se coloca en los orificios que se practican en el labio superior e inferior, cerca de las esquinas de la boca, o en combinación latera y central inferior. Se elabora de diferentes materiales, como piedra, hueso, madera, concha, marfil, vidrio, cobre, y demás. Su tamaño y sus diseños varían de acuerdo al gusto y la cosmovisión de los grupos que lo emplean. Se pueden hacer de una sola pieza, o de varias partes ensambladas combinando diversos materiales en cada una de ellas. El uso del bezote tiene de 8,000 a 10,000 años de antigüedad, y en nuestros días se sigue empleando en algunas etnias. Todos los pueblos que han usado bezotes lo han hecho por razones simbólicas religiosas o sociales.

El bezote mixtecaLos mixtecos y el bezote sagrado
El bezote constituyó en el México prehispánico un artículo de mucha valía exclusivo de las clases aristocráticas y de la jerarquía militar. Su uso se inició durante el Período Postclásico en toda el área de Mesoamérica, salvo en la cultura maya. En el idioma mixteco se le conocía con el nombre de yavuiindi dzaa, que significa “labio horadado”. En la zona oaxaqueña el Posclásico comprende de 850 a 1521 d.C., período en que tuvo lugar el florecimiento de las ciudades-estado de Mitla, Zaachila, Titaltongo, y otras más. En esta época cultural aparece la arquitectura de hermosas y complicadas grecas, la cerámica policroma,  los códices y los increíbles trabajos en metal que hicieron tan famosas a las culturas que se asentaron en lo que hoy conocemos como el estado de Oaxaca.

Dentro de este contexto se encuentra la cultura mixteca de raigambre militarista, cuyo predominio en la región fue indiscutible. En la Mixteca, el uso del bezote surgió en el Postclásico Tardío (1300-1521) en el ámbito del alto rango militar y relacionado con una innegable simbología religiosa, ya que los sacerdotes-guerreros representaban a los dioses en la Tierra, y los bezotes que portaban los identificaban como pertenecientes a la casta divina. Es necesario hacer notar que los bezotes solamente fueron utilizados por los humanos,  ningún dios aparece luciendo estos emblemas en las diversas representaciones que de ellos se hicieron. Posiblemente porque como nos dice la antropóloga Martha Carmona Macías en su artículo “El bezote: Símbolo de poder entre los antiguos mixtecas”:
…También podemos entender por qué ninguna deidad aparece luciendo bezote. Sencillamente, porque no lo necesita. Ella es el poder, y sólo el hombre al que elige debe mostrar la legitimación del mando que se le otorgó, por lo que éste usa un adorno-emblema que lo simboliza ante los hombres.

Estos hermosos emblemas solían elaborarse en cristal de roca, ámbar, jade y oro. Los bezotes más impresionantes fueron labrados en cristal de roca, que por su dureza requería de una sin igual maestría para trabajarlo; debido a su transparencia el cristal simbolizaba la pureza en toda su acepción. En lengua mixteca el cristal de roca recibía el nombre de yuu u yuhu. Son pocas las piezas de cristal que han llegado a nosotros. Podemos mencionar un impresionante bezote elaborado en cristal y oro, que se encuentra en el Museo de Historia en Viena, Austria. Se trata de un faisán hecho de tres partes que representa al dios Xochipilli-Macuilxóchitl; el oro fue trabajado empleando la técnica de la cera fundida, y el cristal está hábilmente tallado. Esta pieza formó parte de la colección de los Habsburgo, de ahí que se encuentre en Viena.

El ámbar, cuyo nombre mixteco es yuu nduta nuhu, “piedra sagrada de mar”, también se utilizaba para hacer bezotes. De esta resina se obtenían ámbares amarillos, amarillos mezclados con verde, y ámbares blanquecinos considerados de menor valor. El ámbar provenía de la provincia de Tzinacantan, en el actual estado de Chiapas. El ámbar amarillo, el más valioso de los tres, simbolizaba al Sol, se relacionaba con el oro y con el dios Xipe Tótec, Iha Nukuii para los mixtecos. El jade o jadeíta fue una piedra sagrada en la época prehispánica asociada con los dioses del agua y, por ende, con el concepto de fecundidad. El yunn nduta se obtenía de la región de Nejapa. En la tumba 7 de Monte Albán, perteneciente a la cultura zapoteca, se encontró un bezote de oro y jadeíta, el cual representa la cabeza estilizada del pájaro coxcoxtli, identificado con el dios Xochipilli. El oro engastado al ave nos remite, simbólicamente, a la fecundidad y al calor.

Los antiguos pobladores de Mesoamérica, afirmaban que el oro era una secreción del dios Sol, que al caer a la Tierra se convertía en pepitas de oro que los hombres recogían. Los mixtecos lo llamaron dziñuhu cuaa, “el resplandeciente amarillo”. De ahí que simbolizara el poder máximo, representado en la Tierra por el gobernante o yeheñuhundi, “ser temido por dios”. Por ello,  la posesión y el uso de bezotes de oro estuvieron absolutamente reglamentados y circunscritos a las clases poderosas. Con oro los mixtecos crearon piezas inigualables que podemos clasificar en tres tipos: bezotes de botón; de remate (simples y con colgantes); y de cuerpo cilíndrico (de botón y con colgantes). De la producción de bezotes mixtecos destacan aquellos que representan aves, como el mencionado faisán y el coxcoxtli. Una hermosa pieza de la colección del Museo Nacional de Antropología representa al dios Koo Sau (Ehécatl), formada de tres piezas y elaborada con la técnica de la cera fundida; la cresta emplumada, de la cual cuelgan algunos cascabeles está hecha con la técnica de la falsa filigrana.

En tanto que emblema exclusivo de los guerreros, la colocación del bezote requería de un rito. Con una navajita de sílex muy afilada, se perforaba la parte situada entre el labio inferior y el mentón, justo donde se forma una pequeña depresión. Durante el proceso, el guerrero debía mantenerse valiente y no dar muestras de dolor a fin de demostrar su valor. El bezote llevaba dos aletas medio curvas, las cuales se introducían en la perforación y se ajustaban a la encía; sobresalía la cazoleta del bezote y el remate, que podía ser un simple botón, la representación tallada de un dios, o algún animal como los pájaros que hemos mencionado. Para que la herida no cicatrizase y se cerrase, se empleaban ciertas hierbas sólo conocidas por los guerreros. Al hablar, el bezote se movía al ritmo de las dulces y suaves palabras del idioma mixteco, como si fuera el mismo dios el que estuviese hablando. A partir de entonces, los guerreros podían lucir sus bezotes con orgullo, pues significaba que habían peleado con honor en el campo de batalla y se merecían dicho emblema.

Sonia Iglesias y Cabrera


Categorías
Tradiciones

Los primeros mercados de la Nueva España.

El Tianguis de Juan Velázquez.
Una vez establecida la primera traza de la Ciudad de México sobre las ruinas de Mexico-Tenochtitlan, hacia el año de 1523, existía ya un centro de abasto en la parte oeste. Fue el primer mercado que conoció la ciudad hispana. Se trataba del mercado de Juan Velázquez, localizado en el terreno donde más adelante se construyó el Convento de Santa Isabel, y donde actualmente se encuentra el Palacio de Bellas Artes. En su época se le conocía como El Tianguis de Juan Velázquez, en honor a un famoso y querido cacique indígena, pues el mercado era básicamente para los naturales.

No se sabe con exactitud cómo era dicho mercado, pero es de suponer que se trataba de un terreno, posiblemente no muy grande, en el cual se colocaban los “puestos” llamados “sombras”. Consistían las tales sombras en armazones de palo o vara que sostenían una manta o petate, para protegerse  del sol. Bajo el techado se colocaban los objetos para su venta.

En este primer mercado se vendían las mercancías que provenían de los cultivos indígenas  y los objetos de uso cotidiano que ellos manufacturaban, y con los que se abastecían de artículos tales como piedra, cal, madera, camisas, lana, cerámica, molcajetes, maíz, tamales, chía, petates, velas, antorchas, plantas medicinales, carbón, incienso, tabaco y otros muchos más. Los indios que vendían sus productos en este mercado estaban exentos del pago de la alcabala, siempre y cuando los productos fueran fabricados por ellos mismos. No se sabe con certeza cuándo desapareció el mercado de Juan Velázquez.

El Mercado de la Plaza Mayor
Al mismo tiempo que este mercado, al que por orden del Cabildo emitida en 1528, se prohibía que cualquier español comerciara en él  –orden que no se cumplía ya que tanto españoles como negros y mulatos compraban mercancías que luego revendían y dieron origen a la regatonería-  existía otro que supuestamente era para uso exclusivo de los españoles. Se llamaba el Mercado de la Plaza Mayor situado dentro de la traza de la ciudad.

Mercados de la Nueva España

Hernán Cortés en sus Cartas de Relación nos dice al respecto:
Hay dos grandes mercados de los naturales de la tierra, el uno en la parte que ellos habitan y el otro entre los españoles: en estos hay todas las cosas del bastimento que en la tierra se pueda hallar, porque toda ella lo vienen a vender; y en esto no hay falta de lo que antes solía en el tiempo de su prosperidad, verdad es que joyas de oro, ni plata, ni plumajes, ni cosa rica, no hay nada como solía; aunque algunas piececillas de oro y plata salen pero no como antes.

Este mercado de la Plaza Mayor se creó a raíz de que los mercados de Tenochtitlan y Tlatelolco habían dejado de funcionar al ser destruidas tan importantes ciudades. Las mercancías que lo surtían llegaban por las orillas del lago, por la Acequia Real, lo cual era muy conveniente para el comercio. Además, dentro de la Casa del Cabildo estaba instalada la Carnicería que surtía a la nueva ciudad virreinal. Esta casa se encontraba en el lugar que hoy ocupa el más viejo de los edificios del Gobierno de la Ciudad de México.

Fue así como, poco a poco, la Plaza se convirtió en el centro de la actividad comercial, y tan próspera era tal actividad que las autoridades pensaron en la posibilidad de crear portales para que los vendedores se protegiesen del sol y de las inclemencias del tiempo. A los propietarios de los terrenos que se ubicaban al poniente de la Plaza, se les regalaron varios metros más, con la condición de que ahí edificasen unos portales donde se instalaran los comerciantes que se encontraban dispersos. El primero que se hizo fue el Portal de Mercaderes, al que siguió el Portal de las Flores  -situado frente a la Casa del Cabildo- dedicado a la venta de las flores procedentes de Xochimilco.

El mercado, pequeño en un principio, fue creciendo hasta formar un conjunto desbordante de puestos de sombra y “cajones” de madera. Eran tantos que llegaban a invadir los patios del Palacio Virreinal. En 1658, se registró  un incendio en los puestos del mercado, que aunque no fue de grandes consecuencias, perjudicó a muchos de los comerciantes ahí apostados. Se trataba de un edifico rectangular de dos niveles situado hacia el lado en donde hoy se encuentran las calles de 5 de febrero y 16 de septiembre; es decir, en la esquina suroeste de la Plaza Mayor. Las aceras norteñas del mercado daban hacia Catedral; por el sur colindaba con el Ayuntamiento; por el oriente, con el Palacio Virreinal; y por el poniente con el Portal de Mercaderes.

En el mes de junio de 1692, tuvo lugar un tumulto contra el Conde de Gálvez. El movimiento trajo como consecuencia que se quemaran doscientos ochenta cajones. El incendio se propagó y se afectaron por el fuego la casa de Cabildo, los Archivos, el Palacio Virreinal, la entrada de la Alhóndiga, y otras dependencias más.

Se iniciaron de inmediato los trabajos de reconstrucción, pero no hubo suficiente capital para las tareas necesarias. No fue sino hasta el 30 de diciembre de 1694 que, por Cédula Real, se ordenó que se reiniciasen los trabajos del nuevo mercado de la Plaza Mayor. La obra  se inició en 1695 y se terminó en septiembre de 1703. En el centro el mercado tenía una plazuela, donde se situaban las mesillas del Baratillo. La parte superior, el primer piso, servía de bodega y en la planta baja se situaban los cajones de venta. Ambas partes se comunicaban por medio de una escalera.

Así dio inicio una de las más importantes tradiciones de nuestro país por su belleza, colorido, abundancia de objetos, y mercancías: Los mercados y tianguis de México.

Sonia Iglesias y Cabrera


Categorías
Leyendas Mexicanas Prehispanicas

La Reina Roja. Leyenda maya.

La Reina Roja es el poético nombre que se le dio a una osamenta hallada en el Templo XIII de las ruinas de Palenque, ciudad maya del estado de Chiapas. Estas ruinas arqueológicas  abarcan una superficie de 2.5 kilómetros cuadrados, de los cuales se ha explorado solamente cerca del 10%. La ciudad maya de Palenque es considerada como Patrimonio de la Humanidad desde el año de 1987. A la llegada de los colonizadores españoles, la zona de Palenque se conocía entre los choles con el nombre de Otolum, Tierra de Casas Fuertes, por lo cual Pedro Lorenzo de la Nada, fraile dominico conquistador ideológico, le nombró “palenque”, término que en lengua catalana, palenc, significa “fortificación”. Palenque es considerada como una de las ciudades más importantes del Período Formativo maya (de 2,500 a.C. a 300 d.C.) período en que fuera fundada Lakam Ha hacia el año 100 a.C. como una aldea de agricultores. La ciudad creció durante el Período Clásico Temprano (200-600) hasta llegar a ser la capital de la región de B’akaal, “hueso”, en el Período Clásico Tardío, la cual alcanzó su máximo esplendor entre los años 615 y 783 d.C. en que se construyeron grandes centros ceremoniales, mausoleos, palacios, acueductos, y demás edificios que delatan su importancia y poderío.

Las investigaciones antropológicas más fidedignas indican que la osamenta encontrada en Palenque pertenecía a una mujer que en vida llevó el nombre de Tz’akbu Ajaw, o Ahpo-Hel su otro nombre. Fue esposa de K’inich Janaab’ Pakal II, El Grande, ahau, gobernador, del ajawlel, señorío maya, del mencionado B’aakal asentado en Lakam Ha, el Lugar de las Grandes Aguas. Pakal II nació el 23 de marzo de 603, en los inicios del Período Clásico, y murió el 28 de agosto de 683, o sea que tuvo una larga vida. El padre de Pakal fue K’an Mo’Hix, y a su madre se la conoció con el nombre de Sak K’uk. Pakal subió al trono a la temprana edad de doce años el 9.9.2.4.8.5 lamat mol, o séase el 26 de julio de 615. Su gobierno fue próspero, pues dio impulso a la construcción arquitectónica de Palenque, y se preocupó por llevar los registros jeroglíficos de su mandato. Pakal contrajo matrimonio con la Reina Roja el 19 de marzo de 626 cuando contaba con 23 años.

Tz’akbu Ajaw, Señora de la Sucesión, fue la hija de Yax Itzam Aatmi, tuun ajaw, “gobernante de la piedra preciosa”, de Ux Te’ K’uh; por cierto gobernante de mediana importancia. La Reina Roja nació alrededor de 610 en Ox Te’Kuh, en las llanuras del estado de Tabasco, y murió el 16 de noviembre de 672. La real pareja tuvo tres hijos: K’inich Kan Balam II, Serpiente Jaguar Radiante, nacido en el año de 635; K’an Joy Chitam II, Gran Pecarí Precioso dado a luz en 644; y Tiwwol Chan Mat cuyo nacimiento se situa en 648. El primer hijo fue un ahau del Señorío de B’aakal, situado en Lakam Ha’, a quien se debe la construcción los grandes edificios públicos de Palenque. El segundo hijo fue también gobernante de B’aakal, y a él se debe la talla del tablero en el Palacio de Palenque que representa el momento en que subió al trono y recibió la diadema real de manos de su padre Pakal El Grande, mientras que la Reina Roja le hace entrega de las insignias de guerra del pedernal y el escudo.

La reina roja leyenda

La Reina Roja no fue una mujer muy alta, media tan solo un metro cincuenta y ocho centímetros, que tal vez para la época era un promedio alto; lucía  el cráneo deformado a la manera tubular oblicua, como era costumbre llevar entre las mujeres de la nobleza maya. Cuando niña de cuna había sufrido el proceso del vendaje con tablillas amarradas a la cabeza para lograr la deformación craneana, la cual se consideraba como el súmmum de belleza tanto masculina como femenina. La hermosa Reina Roja con el paso de los años, que no perdonan a nadie, sufrió de osteoporosis, y posiblemente le dolían las piernas cuando caminaba por su lujoso palacio o cuando asistía a las ceremonias religiosas. Además, Tz’akbu Ajaw padecía una terrible artritis degenerativa que le impedía utilizar el telar de cintura y fabricar sus bellos collares de jadeíta y turquesa. Sus dientas careados la  deben haber hecho sufrir mucho, a pesar de haberse sometido a varias curas en manos de los doctores de la corte.

Afectada por tantas enfermedades para las cuales no había cura posible, la Reina Roja encontró la muerte en el año 672, como queda dicho, y su esposo Pakal II decidió enterrarla dentro de un sarcófago. Así pues, el enamorado esposo mandó construir el Templo de las Inscripciones para gloria del ahau, para que descansara la Reina, y para posteriormente acogerlo a él también. Para llegar a la cámara mortuoria donde reposarían ambos cuerpos, se hacía necesario descender una escalera interior, pues la cámara se encontraba a 1.50 metros bajo tierra. En esta cámara se encontró, cientos de años después, la maravillosa osamenta de la Reina Roja la cual descansaba en una de las recámaras de una subestructura que constaba de una puerta y un pasillo, dentro de un sarcófago monolítico. Dicho sarcófago medía 2.40 centímetros de largo por 1.18 de ancho y estaba colocado en un recinto abovedado. Sobre la lápida del sarcófago se encontraba un incensario y un malacate de hueso; en su lado poniente quedaron los restos de un niño de aproximadamente ocho años, y en el lado este los de una mujer de treinta años no muy alta que murió al quitársele el corazón a manos de los sacerdotes. Se trataba de “acompañantes” sacrificados a la Reina Roja para que le hiciesen compañía en su viaje al más allá. Los huesos de Tz’akbu Ajaw estaban pintados con cinabrio, un mineral de mercurio y azufre que da una coloración roja, color que dio pie a su inmortal nombre, aunque ella nunca lo supiera. La cámara en la cual fue hallada, contaba con un psicoducto: una perforación que le permitió a la Reina Roja comunicarse con Xibalbá; es decir, el Inframundo de los mayas, y descender las escaleras que desembocan en un río sagrado.

La Reina Roja llevaba una máscara mortuoria hecha con cien piezas de malaquita (procedentes de las costas de Guerrero), la hermosa piedra semipreciosa de color verde, y dos conchas a manera de orejeras; dos láminas de obsidiana hacían las veces de pupilas y cuatro de jadeíta fungían como iris. Una máscara más pequeña de jade adornaba una especie de cinturón; la reina portaba pulseras, cuentas circulares y un collar. Como corona ostentaba una diadema, símbolo de la nobleza maya.
Actualmente, la Reina Roja se encuentra resguardada en una bodega de la zona de Palenque donde espera su liberación.

Sonia Iglesias y Cabrera