Categorías
Ciudad de México Leyendas Cortas Leyendas Mexicanas Época Colonial

«¡Sigue tu camino, animalito del Señor!»

Durante la época colonial, en el año de 1776, vivía en la Ciudad de México un hombre llamado Lorenzo de Baena. Se trataba de un hombre muy rico, pero sencillo y lleno de bondad. Sin embargo, fue atrapado por la mala suerte que se ensañó con él sin piedad: uno de sus barcos que regresaba de la China cargado de finas sedas, fue asaltado por los piratas, un convoy que se dirigía a Veracruz para llevar a España mercancías valiosas para su venta fue robado por indios, y don Lorenzo perdió un enorme capital y a su hijo, a quien le quitaron la cabellera y murió. Su esposa cayó enferma de la pena y al poco tiempo pasó a mejor vida. Muchas más calamidades llevaron a Lorenzo a la ruina, cuando quedó sin un céntimo todos sus amigos lo abandonaron, nadie lo buscaba ni lo ayudaba.

En un momento dado recordó que en el Convento de San Diego vivía un fraile amigo suyo, muy bondadoso de nombre Anselmo, y con el propósito de aliviar sus penas se dirigió al santo recinto para hablar con el cura. Fray Anselmo era muy pobre y muy caritativo. Ocupaba una pobre celda y vestía una andrajosa túnica. Al ver a don Lorenzo lo recibió muy contento. El hombre le contó todo lo que le había sucedido en este tiempo, le narró la pérdida de sus seres queridos y de toda su fortuna. Le dijo al fraile que un barco cargado de joyas, sedas y finas porcelanas estaba por llegar a la Nueva España, y que si pudiera conseguir quinientos pesos, podría invertirlos para poder salir de su precaria situación, y volver a forjar su fortuna. El fraile le escuchaba apenado, comunicándole que nada tenía para darle al buen hombre puesto que nada poseía.

El Alacrán del fraile Anselmo

De pronto, Anselmo vio que por la pared se paseaba un alacrán de gran tamaño, lo tomó y lo envolvió en un trapo blanco. El envoltorio se lo entregó a don Lorenzo, al tiempo que le indicaba que fuese al Monte de Piedad para ver cuánto le daban por el bicho. Extrañado Lorenzo dejó el convento y dirigió sus pasos hasta la Plaza Mayor para dirigirse al Montepío, como le hubo ordenado el religioso. Avergonzado y con temor de hacer el ridículo, el hombre se acercó a la ventanilla de empeños, y abrió el trapo donde se encontraba el alacrán. Cuando lo hubo abierto, cuál no sería su sorpresa al ver que sobre la tela había en efecto un alacrán ¡pero de oro puro y cubierto de diamantes, esmeraldas y rubíes! Se trataba de una joya de filigrana de lo más valioso por la cual obtuvo tres mil pesos.

Inmediatamente, se dirigió al Puerto de Acapulco, compró muchas mercancías, reanudó sus negocios y recuperó todo el capital que había perdido. Los amigos que lo habían abandonado volvieron. Entonces, don Lorenzo recordó a su amigo Anselmo y se dirigió al Monte de Piedad para adquirir el alacrán de oro y devolvérselo a su dueño.

Cuando llegó a la celda del fraile le entregó el paquete conteniendo la hermosa joya. Don Anselmo lo recibió, lo desenvolvió y tomando al alacrán vuelto a su condición de animal con mucho cariño, le puso en la pared y le dijo: – ¡Sigue tu camino, animalito del Señor! A lo que el alacrán continuó su camino hasta perderse.

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Ciudad de México Leyendas Cortas

La asesina de la Colonia Roma

Felícitas Sánchez Aguillón nació en Cerro Azul, Veracruz en el siglo XIX. Tuvo varios apodos, se la conoció como La Espanta Cigüeñas, La Descuartizadora de la Colonia Roma, La Trituradora de Angelitos y La Ogresa de la Colonia Roma. Se trataba de una mujer enfermera y partera que cometió muchísimos asesinatos de infantes en el ejercicio de su profesión. En su casa de la Colonia Roma se dedicaba a practicar abortos clandestinos, a la vez que traficaba con niños.  

Se dice que desde pequeña fue muy mala y perversa; gustaba de asesinar con lujo de crueldad a los perros y los gatos que lograba atrapar. Siempre tuvo muchos problemas con su madre por su extraña conducta. En 1900 se graduó como enfermera en Veracruz y se casó con un hombre de carácter muy débil llamado Carlos Conde, con el que tuvo un par de hijas gemelas, a las cuales vendió, alegando que su estado económico era desastroso.  Felicitas era una repugnante mujer gorda y grosera, siempre enojada y mal encarada. Nadie la quería. 

En 1910, la horrenda Felícitas decidió irse a vivir a la Ciudad de México y separarse de su marido. Alquiló un departamento en la calle de Salamanca Núm. 9, y empezó a ejercer como partera. A dicho departamento acudían mujeres de dinero para atenderse, lo cual resultaba muy extraño para los vecinos, quienes también se habían dado cuenta de que los caños del edificio se tapaban muy frecuentemente. Cuando esto sucedía la fea mujer llamaba a un plomero llamado Roberto Sánchez Salazar, quien destapaba los caños y mantenía la boca cerrada. De su departamento a veces salía un pestilente humo negro que preocupaba a los vecinos. 

Felìcitas, la Asesina de la Colonia Roma

Con los abortos que practicaba empezó a ganar mucho dinero. Su fama se extendió entre las mujeres que querían abortar. Felícitas las sacaba del problema sin importarle cuanto tiempo tuvieran de embarazo. Muchas veces se robaba a los recién abortados cuando ya estaban de muchos meses de gestación, y los vendía a personas que ansiaban tener hijos. En ocasiones las madres recién paridas le vendían a la mujer sus hijos, para que esta a su vez los vendiera a precios altos. En 1910, fue aprendida dos veces, pero salió pagando multas de poca monta.  

Como a veces no lograba vender a los niños, los mataba sin piedad. Con los niños fue muy cruel, pues los torturaba bañándolos con agua fría, dándoles comida podrida o dejándoles sin comer varios días. Cuando se trataba de matarlos, los inmolaba, los ahogaba, o bien los apuñalaba o los envenenaba. Una vez muertos, los descuartizaba, y se deshacía de ellos tirándolos en las coladeras de la calle, en el drenaje del edificio, en la basura, o los quemaba en una caldera. 

Con el dinero que obtuvo de los abortos y el tráfico de niños, puso una miscelánea que se llamó La Quebrada, y estaba situada en la Calle de Guadalajara Núm. 69, la cual también le servía como “clínica” para llevar a cabo sus fechorías. 

En 1941, una alcantarilla del edifico de Salamanca se tapó. El señor Francisco Páez, que tenía una tienda de abarrotes en el primer piso, llamó a un plomero, quien auxiliado por varios albañiles procedió a quitar el piso de la tienda para destapar la cañería. Al levantarlo quedaron petrificados pues encontraron carne humana podrida, algodones con sangre y un cráneo de niño. Inmediatamente se llamó a la policía para que arrestaran a Felícitas. Al entrar al departamento en que vivía, en su cuarto encontraron un altar con velas, agujas, ropa de niño, fotografías de sus víctimas y un cráneo humano. 

Para cuando la policía acudió a la miscelánea, la mujer se había dado a la fuga. Poco después fue apresada y salió libre, por haber comprado o amenazado al juez que dictó su sentencia. Sin embargo, terminó suicidándose con nembutal cuando se dio cuenta que ya no podía seguir “trabajando” en lo suyo. 

 

Categorías
Ciudad de México Leyendas Cortas Yucatan

Dos cruces legendarias

Cuando hablamos de la “cruz” nos referimos a un símbolo de carácter universal, que se ha presentado en casi todas las culturas del mundo, y por supuesto, con diferentes significados y connotaciones simbólicas. Se le considera como el tercero de los cuatro símbolos fundamentales, junto con el centro, el círculo y el cuadrado. Como diría G. de Champeaux, en su magnífico libro Introduction aux monde des symboles: Establece una relación entre los otros tres, por la intersección de sus dos rectas que coinciden en el centro abre éste al exterior; se inscribe en el círculo y lo divide en cuatro segmentos; engendra el cuadrado y el triángulo, cuando sus extremidades se entrelazan con cuatro rectas. La simbólica más compleja deriva de estas simples observaciones: ellas han dado lugar al lenguaje más rico y más universal. Como el cuadrado, la cruz simboliza la Tierra; pero expresa sus aspectos intermediarios, dinámicos y sutiles. La simbólica del cuatro se liga en gran parte a la de la cruz, pero sobre todo cuando designa un cierto juego de relaciones en el interior del cuatro y del cuadrado. La cruz es la más totalizante de los símbolos. Veamos ahora lo que ha significado legendariamente la cruz para los mayas y los mexicas.

La Cruz Maya. Para los antiguos mayas el icono de la cruz representaba el eje del mundo, el árbol del mundo. Es una cruz que representa a la Vida y a la Muerte, la concepción dual, en ella se integran todos los elementos cosmológicos de los mayas, quienes pensaban que el universo estaba constituido en varios niveles: el Cielo, que comprendía trece partes superpuestas; en él vivían los Oaxlahuntikú. Después estaba la Tierra, el lugar donde habitaban los hombres, y debajo de ella, se encontraba el Inframundo con nueve estratos que albergaban a los bolontikú. Estos planos del universo seguía cuatro direcciones asociadas con un determinado color, Así había: el oriente rojo, el blanco norte, el negro oeste, y el rojo este; a más del Árbol del Mundo en la parte central. Así pues, la Cruz Maya de la Vida y de la Muerte, se relaciona estrechamente con el origen mítico, con la cosmología y con la cosmografía de los mayas antiguos y aun modernos.

La hermosa Cruz Maya

La Cruz Mexica. A esta cruz la encontramos, principalmente, formando parte del llamado Calendario Azteca o Piedra Solar, disco basáltico con inscripciones en las que se relata la cosmogonía de la cultura de los mexicas. La Piedra tiene 3,60 metros de diámetro y 122 centímetros de grosos. Su peso es de 24 toneladas. En el centro de dicha Piedra se encuentra el dios del Sol Tonatiuh, dentro del jeroglífico ollin, movimiento, el cual tiene la forma de una cruz. Cada brazo de la cruz, representa a una de las cuatro eras o soles, por la que ha pasado la creación del mundo antes de llegar al actual, que conocemos como el Quinto Sol. Los brazos de la cruz son del mismo tamaño y cuadrados. En el brazo superior de la derecha, se encuentre el día 4 Jaguar, que fue el momento en que terminó la primera era, misma que duró 676 años, y la cual diera fin a causa de monstruos que salieron a la tierra y mataron a las personas. Este brazo representa el elemento Tierra. En el brazo que queda a la izquierda está el jeroglífico 4 Viento, el cual representa los huracanes que, después de 364 años, asolaron a la Tierra, y convirtieron a los hombres en monos. El brazo inferior izquierdo, 4 Lluvia, representa a la era que terminó debido a una lluvia de fuego, elemento al que representa; en este sol algunos hombres murieron y otros se volvieron guajolotes. Su duración fue de 312 años. El brazo inferior derecho, 4 Agua, tuvo una duración de 676 años, mismos que terminaron a causa de torrentes de agua, Los hombres que no murieron se convirtieron en peces. Entre los signos de los brazos, las eras, se encuentran los signos de los puntos cardinales: 1 Pedernal, 1 Lluvia, Xiuhuitzolli (signo heráldico), y 7 Mono; o lo que es igual norte, sur, este y oeste, respectivamente. La cruz representa la totalidad del mundo.

 Sonia Iglesias y Cabrera

 

 

 

 

Categorías
Ciudad de México Leyendas Cortas

El Portugués

En el año de 1556, vivía en la Ciudad de México un matrimonio de españoles. Al poco tiempo de establecidos, tuvieron una hija sumamente hermosa. Era blanca y rubia. Un sacerdote, amigo íntimo de la familia, fue el encargado de bautizarla. La pequeña creció, y al llegar a la adolescencia su belleza se había incrementado. Pero la mala fortuna quiso que sus padres muriesen en un terrible accidente. El sacerdote que la había bautizado, al verla desamparada se hizo cargo de ella. La jovencita lo consideraba como a su padrino.

Al ir creciendo la joven se volvía cada vez más bella y deseada. Razón por la cual contaba con un gran número de pretendientes. Un joven portugués que llegó a la Nueva España huyendo de las deudas de juego y de los acreedores que lo acosaban, conoció a la muchacha y se enamoró de ella. La cortejó en seguida, pero el fraile que la cuidaba no estaba de acuerdo en ello, pues se había enterado que en Portugal el galán había dejado a su familia sin avisar a dónde se iba, y además, ya en la Ciudad de México solía frecuentar por la noche antros de mala reputación donde se emborrachaba, jugaba y se divertía con mujeres de la vida fácil. El sacerdote padrino le prohibió a la ahijada cual trato con ese rufián de mala muerte.

Al enterarse de la prohibición, el joven le pidió a la bella que se fugase con él. Ella aceptó. La noche en que iban a huir, llegó el padrino y empezó a discutir con el tarambana a la puerta de la casa. Entonces éste sacó un puñal y se lo clavó en la cabeza al clérigo, quien murió instantáneamente. Arrojó el cadáver al río y huyó para el Perú.

Tres años después, el asesino regresó a la Ciudad de México y quiso contactar a su antigua novia, más movido por sus riquezas que por amor. Pero para llegar a la casa de la mujer, debía pasar por un puente que estaba sobre el río donde había arrojado al fraile. Decidido a llegar a la casa subió al puente y cuando ya casi terminaba de cruzarlo, se le apareció un horrendo cadáver en estado de putrefacción y vestido con desgarrados hábitos de fraile. Asustadísimo, el jugador trató de quitarse la mano que le aferraba la garganta sin lograrlo.

Al día siguiente, los vecinos encontraron en el puente al cadáver del portugués y sobre de él el blanco esqueleto del sacerdote con un puñal incrustado en la cabeza y que tenía grabadas las iniciales de su asesino en el mango.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

 

 

Categorías
Ciudad de México Leyendas Cortas Puebla

Dos Santos Niños legendarios

El Santo Niño de las Suertes: “Tú que estás lleno de benignidad y clemencia/ escúchame te lo ruego” (Oración)

Cuenta la leyenda que a principios del siglo XIX se les apareció a dos misioneros que vivían por el rumbo de Tlalpan, Distrito Federal, un bebé de escasos cuatro meses de edad. Al tomarlo en sus brazos se les convirtió en una escultura de gran belleza, de posición recostada, y con los bracitos apoyados sobre una calavera, en señal de su victoria sobre la muerte. En el mismo lugar donde apareció el Niño, brotó un manantial que llevó el nombre de Ojo del Niño.

Es sabido que cuando se va a visitar al Santo Niño de las Suertes al Convento de San Bernardo de monjas concepcionistas, donde vive, se le debe llevar un juguete, pues acostumbra por las noches bajarse de su nicho a jugar con sus obsequios. Sus regalos se multiplican el día de su fiesta el segundo domingo del mes de enero, cuando las monjas lo engalanan con esmero. Se le considera un Niño muy milagroso, siempre y cuando se le agasaje con juguetes.

El famoso Santo Niño de las Suertes

El Santo Niño Cieguito: “Niño cieguito, niño cieguito/¡Mi andarieguito!” (Oración)

La historia del Santo Niño Cieguito del Templo de la Capuchinas en la Puebla de los Ángeles data del siglo XVIII, cuando, durante una tormenta, un loco descreído, que se había introducido al templo con el propósito de robar,  arrebató al Niño Jesús de los brazos de su madre la Virgen María, que se encontraba por aquel entonces en el Convento de la Merced de Morelia, Michoacán. Enfurecido porque el Santo Niño empezó a llorar, el demente le arrancó los brazos y las piernas. Al observar que el Niño seguía llorando de pena por el ultraje y la miseria humana, furioso al escuchar el lastimero llanto, el loco le arrancó los ojos con un punzón.

Ya cegado,  abandonó al santo Niño en la cima del cerro de Punhuato, sito al poniente de la Ciudad de Morelia, entre espinosas breñas y animales ponzoñosos. Poco después, las autoridades apresaron al ladrón, quien confesó su crimen y señaló el lugar donde había abandonado al Niño. Éste fue en seguida rescatado y llevado a su convento de origen. Tiempo después se le trasladó a Puebla, donde empezó a realizar favores, cumplir peticiones, y obrar milagros. Y si no lo cree, vaya al Templo de las Capuchinas.

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Ciudad de México Leyendas Cortas

La mujer sin piernas

Una vez una señora que vivía en el Barrio de la Asunción, perteneciente a la Alcaldía Xochimilco, fue con su familia a la fiesta del pueblo de San Pablo Oztotepec, uno de los pueblos originarios de Milpa Alta. Iban caminando por un camino de brecha en plena oscuridad, rodeados de enormes árboles, cuando de pronto escucharon los sollozos de una mujer. No hicieron caso, pues sabían que por esos lugares espantaban desde la época de la Revolución. Pero el llanto era tan triste que se apiadaron y decidieron ver de dónde provenía. Entonces se dieron cuenta que arriba de uno de los árboles había una mujer que les pidió que la bajaran. Los hombres de la familia subieron al árbol y la bajaron. Cuando llegaron al suelo se dieron cuenta de que la mujer no tenía piernas de la rodilla para abajo. En una mano llevaba una olla llena de sangre, y junto a ella se encontraba un brasero y una escoba de varas de jarilla. Arrastrándose por el suelo la mujer les pedía a los presentes que la llevaran a su casa. Sin embargo, decidieron llevarla a la presidencia municipal de Xochimilco, pues ya se habían dado cuenta que se trataba de una bruja.

El tlecuil donde la bruja dejaba sus piernas.

El prefecto le preguntó a la mujer lo que estaba haciendo por en ese camino, y la mujer contestó que por las noches se dedicaba a chuparles la sangre a los bebés, y que el amanecer la había sorprendido, razón por la cual ya no pudo volar para regresar a su pueblo y se quedó atrapada en la copa del árbol. Le suplicó al prefecto que fueran a su casa para traerle sus piernas que se habían quedado en la cocina. Varios hombres fueron. Cuando tocaron a la puerta les abrió su esposo, y le dijeron que les dejase pasar para recoger las piernas de su mujer. El hombre se quedó pasmado de asombro. Al llegar a la cocina vieron las dos piernas que formaban una cruz sobre las cenizas del tlecuil. La bruja les había advertido que por nada del mundo fueran a quitar las cenizas que estaban en los muñones de sus piernas, pues entonces no podría volvérselas a colocar, y que para llevarlas las envolvieran, con mucho cuidado, en una manta.

El prefecto le preguntó a su esposo si sabía que su mujer era una bruja que chupaba la sangre de los bebés; pero el esposo afirmó que no sabía nada. Solamente había notado que con mucha frecuencia comían moronga y que nada sabía de donde procedía la sangre.

La bruja salió libre -a falta de pruebas contundentes-, después de haberse colocado sus piernas. El matrimonio se vio forzado a abandonar el pueblo de Xochimilco, pues los pobladores estaban dispuestos a quemarla en una pira. Deseaban hacer justicia, pero no lo consiguieron y se quedaron con dos palmos de narices. La bruja vivió muchos años y siguió con su sanguinaria actividad, y el esposo continuó comiendo rica moronga guisada.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

Categorías
Ciudad de México Leyendas Cortas Leyendas Urbanas de Terror

Carlitos y la rata

En la Ciudad de México se encuentra ubicado un mercado muy famoso conocido con el nombre popular de Mercado de la Merced. Se ubica en el Centro Histórico de la Ciudad, en el Barrio de la Merced. Se fundó hacia 1860, y desde entonces abastece a la capital de alimentos que se venden en sus muy variados y surtidos puestos de fruta, verduras, carne, quesos, ropa, y mil cosas más para satisfacer las demandas de la población. El lugar cuenta con muchas bodegas que almacenan los productos para la venta.

De este tianguis y del barrio han surgido muchísimas leyendas, cuentos y anécdotas. Su tradición oral es fecunda e interesante. Una de tantas leyendas nos narra una historia escalofriante. En cierto momento del siglo XX, los comerciantes de la Merced observaron consternados que de las bodegas desaparecían demasiados alimentos. Asimismo, los perros y los gatos callejeros empezaron a disminuir notoriamente. Estaban intrigados, no se explicaban las razones de las pérdidas.

En una casa cercana al mercado vivía un muchacha muy joven, de tan sólo diez y seis años, en una casa humilde, junto con su madre que contaba con sesenta. Tenía un nene de unos cuantos meses de nacido, Carlitos. En una ocasión, por la noche, el pequeño estaba molesto y lloraba mucho; y como la madre estaba muy cansada, decidió dejar solo al bebé mientras ella llevaba a cabo ciertas diligencias. El niño se quedó en su camita y metió la cabeza bajo la almohada, aunque sin dejar de llorar.

La enorme rata de la Merced

Pasado un cierto tiempo, la abuela llegó a la casa, coincidiendo con el regreso de su hija. Al saber que ésta le había dejado solito, la vieja mujer la regañó por su irresponsabilidad. Ambas acudieron a la cama donde se encontraba el pequeño para ver si se encontraba bien, pero azoradas se dieron cuenta de que no estaba acostado, y vieron con horror que en la cunita había rastros de sangre.

Lo buscaron debajo de la cama y le encontraron ahí, con la cabeza medio metida en un agujero, lo jalaron del cuerpecito hasta sacarlo, y vieron a una enorme, pero muy enorme rata que le había devorado parte de la cabeza. El niño ya había muerto. Las dos mujeres nunca pudieron recobrarse de tan terrible suceso. Del dolor de ver a su hijo devorado por una rata que tenía el tamaño de un gran perro, la mujer se volvió completamente loca y fue internada en un hospital público, donde tardó dos años en morir. De su madre no se supo lo que pasó, algunos cuentan que se dio a la mendicidad para poder mantenerse. ¡quién lo sabe!

Los comerciantes al conocer el hecho se dieron cuenta que era el roedor el que robaba las bodegas para procurarse alimento, y decidieron darle caza. Pero fue inútil, la rata nunca fue atrapada. Hasta la fecha muchas personas le temen y creen verla en el mercado o cerca de sus casas.

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Ciudad de México Leyendas Cortas Leyendas Mexicanas Época Colonial

El Señor del Veneno

Hace ya muchos siglos, en la Nueva España vivían dos caballeros españoles. Ambos residían en la Ciudad de México. Don Fermín Andueza, uno de los caballeros, era un hombre muy rico, tan rico como devoto. Cada maña se levantaba antes de que saliese el sol y se dirigía a la Catedral de la ciudad para asistir a misa. Siempre salía de su casa correctamente vestido de negro y envuelto en una majestuosa capa andaluza también negra, pero forrada de seda roja. Al terminar la misa, don Fermín se detenía en el altar donde se encontraba un hermoso Cristo, grande y sufrido. Al detenerse, depositaba en una bandeja una moneda de oro, y procedía a besar los pies del Santo Cristo. Nunca faltaba a misa el devoto don Fermín, siempre realizaba las mismas acciones después de la liturgia: dejar la moneda de oro para ayudar a los pobres y besar los pies ensangrentados del Salvador.

El otro caballero se llamaba don Ismael Treviño. Era un hidalgo tan rico como don Fermín, pero tenía mal alma, era envidioso y truculento. Nunca ayudaba a nadie que se encontrara en desgracia, ni amigos ni familiares. Su mezquindad le destacaba, a la vez que su codicia y tacañería le hacían odioso. Le molestaba infinitamente que don Fermín dejara la tradicional moneda de oro para los pobres. No soportaba que nadie hiciese el bien, aunque no se tratara de su dinero. Envidiaba terriblemente a don Fermín por el que sentía una creciente antipatía que ya llegaba al odio. A cualquiera que deseara oírlo, le hablaba mal del devoto y caritativo caballero.

A don Fermín todo lo que emprendía le salía bien. Tenía suerte. En cambio a Ismael todo le salía mal. Y renegaba de su mala suerte todo el tiempo. Tanto odiaba Ismael a Fermín, que un mal día deseó verlo muerto. Acudió con un hombre que era alquimista y le solicitó que le preparase un buen veneno. Mediante algunas monedas de oro, el alquimista le entregó al mal hombre un veneno azul, que se distribuía por todo al cuerpo pasados unos días de su ingesta, y la persona moría sin sufrir en demasía y sin dejar rastro.

El Milagroso Señor del Veneno

Inmediatamente, don Ismael envió a uno de sus criados a la casa de don Fermín con un delicioso pastel impregnado del terrible veneno, diciendo que se lo enviaba el regidor del Ayuntamiento. Agradecido por el obsequio, el buen hombre se desayunó el pastel acompañándolo de un sabroso chocolate. En seguida, se marchó a misa, siempre seguido por Ismael.

Don Fermín realizó lo que todas las mañanas hacía: oyó misa, se acercó al Cristo de su devoción, dejó la consabida moneda de oro,  y beso los heridos pies… en seguida, una macha negra se extendió por todo el Cristo. Al ver lo que sucedía, don Fermín se asombró y asustó, y don Ismael, que espiaba desde un rincón de la capilla, corrió a arrodillarse ante el caritativo caballero, le confesó su delito y le pidió perdón a gritos destemplados.

El Santo Cristo había absorbido el veneno que llevaba don Fermín en el cuerpo y se había puesto completamente negro. Ante su confesión y arrepentimiento, don Fermín perdonó a su agresor, e impidió que se lo llevaran preso. El envenenador huyó para siempre de la Nueva España, y jamás se le volvió a ver.

El Cristo fue objeto de veneración por parte de las habitantes de la Ciudad de México que le ponían muchas velas en su altar. Un mal día el Cristo se chamuscó completamente, pero fue sustituido por otro de color negro, para que siempre se recordarse lo acontecido con el Señor del Veneno.

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Ciudad de México Leyendas Cortas Leyendas Mexicanas Época Colonial

El Mordelón

En la época de la Colonia en México, allá por el año de 1578, corría por las calles de la Ciudad de México una leyenda que ha llegado hasta nuestros días. Cuenta dicha leyenda que Mauricio era un joven muy guapo y rico que vivía en la céntrica Calle de Moneda. Se trataba de un chico rubio, bastante formal aunque sus padres, españoles de pura cepa, le consentían mucho, pues era hijo único, heredero de la riqueza de padre que era Oidor, y dueño de una mina de plata en Guanajuato.

Mauricio tenía una novia llamada Leonor. Chica hermosa de familia noble y acaudalada, que vivía a unas cinco calles de su prometido, pues pronto se casarían. Una tarde en el muchacho iba a ver a Leonor, se topó con un niño muy pequeño, como de seis años, zarrapastroso, feo y sucio, que estiró su manita pidiendo le pusiera una monedita para comprar una rosquilla de canela. Mauricio, que era muy caritativo, sacó de su pantalón su monedero, y cuando estaba escogiendo una moneda, el mozalbete le pegó tremendo mordisco en el brazo y se echó a correr como alma que lleva el diablo.

Mauricio quedó muy enojado y adolorido, pues del mordisco brotaba mucha sangre. Se sentía burlado por el malhechor. Presto regresó a su casa, y en seguida fue llamado el médico de familia para atenderlo y a aplicarle los remedios que eran frecuentes en esa época.

El Niño Mordelón

Pasó una semana y la herida del brazo no sanaba. Esta casi negra y de ella brotaba mucha pus. Entonces, la nana india de Mauricio se acercó a la cama donde éste descansaba, y le explicó que la mordida se la había dado un ser sobrenatural que tomaba la apariencia de un niño; un ser del más allá que gozaba dañando a quien por bondad le obsequiaba con una monedita. La llamaban el Niño Mordelón. Le dijo la nana que esas heridas eran muy difíciles de curar, y que casi siempre los mordidos moría a las dos semanas.

Sin embargo, le comentó que si Mauricio estaba dispuesto a recibir a un curandero que habitaba las afueras de la traza donde habitaban los blancos, con sus hierbas ancestrales era casi seguro que lo curaría. Como Mauricio estaba desesperado por el olor y el fétido olor que despedía, aceptó. Al otro día llegó el curandero, le puso en la herida un emplasto de hierbas, le dio a beber varias infusiones, con la recomendación a la nana de que siguiese las indicaciones del tratamiento para que resultase efectivo. Así lo hizo la mujer. Pasada otra semana, Mauricio estaba curado. Pudo casarse un mes después, y juró que nunca le daría una moneda a ningún mendigo que se le pusiese enfrente.

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Ciudad de México Leyendas Cortas

La Mujer-Gato

Xochimilco, el Lugar de las Milpas de Flores, se encuentra localizado al sureste de la Ciudad de México. Está formado por catorce pueblos y un lago que alberga las famosas chinampas, especies de balsas cubiertas con tierra que sirven para el cultivo de hortalizas o de flores, que existían ya desde antes de la colonización española.

Xochimilco está pleno de tradiciones y de leyendas de lo más variado y originales. Una de ellas nos relata que a finales del siglo XIX, los habitantes de las chinampas no podían conciliar el sueño debido a que cada noche un gato maullaba y daba de brincos por todos los tejados de las casas de los campesinos que se encontraban en las chinampas.

Las casas de los campesinos insomnes de Xochimilco

Como nadie podía dormir debido al ruidero que ocasionaba el felino, se pusieron de acuerdo los insomnes para cazarlo y así acabar con la terrible molestia. Se organizaron, y a los pocos días le dieron caza. Ya que le habían agarrado, le metieron en un tambo grande a la media noche, cuando todo estaba muy oscuro, y lo taparon perfectamente.

Al día siguiente que fueron a ver el tambo, escucharon que salía una voz que suplicaba: -¡Déjenme salir! ¡Por favor, déjenme ir! Al oír la voz, los campesinos decidieron levantar la tapa para ver lo que sucedía. Al hacerlo, se llevaron una tremenda sorpresa, pues vieron que el gato se convertía en una hermosa y desnuda mujer, que al momento en que levantaron la tapa la mujer-gato desapareció.

Al ver lo sucedido, todas las personas decidieron no decir nada a nadie del prodigio, pues consideraban que no les creerían. Pero no se pudo ocultar por mucho tiempo lo acontecido, pues todos sabemos que las personas son proclives al chismorreo. Y la leyenda de la mujer-gato pasó de generación en generación hasta nuestros días, para regocijo de los cazadores de leyendas.

Sonia Iglesias y Cabrera