Categorías
Ciudad de México

La nahual de Coyoacán

Hace mucho tiempo existía una bella doncella, quien se había casado con el joven más guapo del pueblo. Todos decían que eran la pareja ideal.

Cierta mañana su compadre le preguntó: “¿que tal es tu mujer?”

“Excelente además de bella una estupenda cocinera. Lo que  no me acaba de agradar es que desde que nos casamos me prepara moronga.”
Esto extraño al compadre, quien al día siguiente regreso y le dijo: “compadre no es por chismear, pero a mí me dijeron que eso es malo. Pregúntele a la comadrita el porqué.”

Acto seguido se fue el hombre y cuestiono a mujer: “oye amor ¿porque siempre desayunamos moronga?”
“es porque mi padre es dueño del rastro y lo que no se vende nos lo repartimos entre los hijos, a mi hermano mayor lo tocan las viseras, a mi hermana las patas, y a mí la sangre… por eso.”

El hombre quedo complacido con dicha explicación. Sin embargo el compadre se presento asustado, comentándole que en el pueblo todos sabían que ella era una bruja y que por ello nadie le desposaba.

“mejor espíela compadre… espíela… y vera de dónde saca la moronga.”

Así lo hizo y tempranito en la mañana antes de que el sol saliera, vio como su mujer se levanto y camino hacia la cocina…

A través del fogón vio la figura de su esposa. La cual ante sus ojos y sin percatarse de ser vista, se empezó a quitarse la piel y  convertirse en una bola de fuego…

El Joven quedo impactado sin habla, corrió a ver a su compadre y contarle lo que había visto…

“Compadre…. compadre… salga rápido por favor.”

Gritaba el joven, quien al ver a su compadre sin mediar palabra le tomo del brazo y se lo llevo a su casa. Ahí encontraron la piel de su  esposa, el compadre al verla se quedo sin habla, mas en un momento de lucidez le dijo: “quemémosla, así no podrá regresar y así ya no seguirá matando a más niños”

Y  así lo hicieron.

Quemaron la piel de la joven, quien al regresar y no encontrar su piel gritaba enfurecida y al mismo tiempo asustada pues la mañana se acercaba y el sol empezaba a verse en el horizonte.

El joven escondido y muy asustado vio cuando los primeros rayos del sol quemaron a su esposa.

…y este fue el fin de la nahual de Coyoacán.

 

Leyenda enviada por Felipe de la Cruz

Categorías
Ciudad de México

Apariciones y una mujer de negro en el Panteón de Santa Paula

Introducción:

Cuando mis abuelitos llegaron de Austria encontraron donde vivir en la colonia Guerrero. Eso fue allá después de la Primera Guerra Mundial y se vinieron a México porque aquí tenían conocidos, pero el caso de ellos es que no eran judíos ricos y por eso se fueron a esa colonia que era bastante popular en aquellos años también. Cuando ya les fue mejor, entonces se cambiaron acá a la Roma, donde a mi mamá le tocó nacer, pero mis tíos mayores crecieron en la Guerrero ―explica la Sra. Esther Hoffman Koch.

Mi tío Iacob, que era el mayor de la familia, aprendió hablar el español conviviendo con los muchachos de esa colonia y yo bien me acuerdo que él nos platicaba cuentos de miedo que según esto eran o son exclusivos de la colonia Guerrero. Has de saber que antes había un panteón allá, el panteón de Santa Paula, que entiendo estaba por los rumbos de Garibaldi ―según entiendo ya no existe porque lo demolieron para construir unos departamentos, o algo así―. Creo que era un panteón muy famoso porque ahí sepultaron a gente importante del siglo XIX y hasta entiendo que Santa Anna, el dictador, ahí le dio cristiana sepultura con todos los honores a la pierna que le volaron en una guerra. No estoy segura de esto, pero eran las pláticas de mi tío.

Leyenda:

Entonces resulta que, según las leyendas, en ese panteón había muchas apariciones y espantos que, según esto, mucha gente había tenido la mala fortuna de ver. Y también decían que se escuchaban llantos en las noches. Pero la leyenda que más nos asustaba era una que del panteón salía una muerta que andaba toda vestida de negro, así como de luto, pero era una muerta, y según esto que la veían a media noche que cruzaba las rejas del panteón que siempre estaban cerradas a esas horas, y se iba caminando hasta meterse en una casona muy grande que había por ahí. La meritita verdad no sé cuál casa haya sido ni si todavía esté en pie porque ya ves que luego tumbaron muchísimas construcciones antiguas por todas partes.
Yo no conozco a nadie que viva en la colonia Guerrero, por eso no sabría decirte si todavía se cuente esa leyenda que nos platicaba mi tío Iacob, o si todavía algunas gentes de ese rumbo sigan viendo en la media noche a la muerta que supuestamente salía del panteón.

Fuente: http://leyendas-de-mexico.blogspot.com/2010/10/mitos-y-leyendas-del-distrito-federal.html

Categorías
Ciudad de México

La Leyenda de La Estrella de México

Leyenda mexicana sobre una mujer muy bella, apodada La Estrella de Mexico, y una historia de amor trágica. Ciudad de Mexico.

Sin tener una fecha exacta del suceso se comenta, que una noche con motivo de haber recobrado la salud la Virreina se reunieron en palacio las principales familias de México las cuales conformaban la corte que en realidad era una caricatura de la de España, pero en cuanto a lujo y opulencia a veces la superaba ya que en México vivían los dueños de las minas de Taxco en Guerrero, Real del Monte en Hidalgo, Fresnillo en Zacatecas y Guanajuato.  

Después de algún tiempo de haber iniciado la fiesta llegó una mujer llamada Clara que cautivaba a los hombres y opacaba a las mujeres con su belleza, una vez instalada, el hijo del Virrey se dedicó a cortejarla obteniendo por respuesta el desaire, el fue quien la bautizó como La Estrella de México.  

Al término de la fiesta, Clara salió hacia su casa ubicada en la esquina formada por las actuales calles de Argentina y Luis González Obregón, pasado algún tiempo apareció por la calle un joven llamado Gonzalo de Leiva quien pretendía a Clara, después de entonar una canción, apareció la bella mujer en su balcón iniciando así la clásica plática de los enamorados jurándole Gonzalo amor eterno, al término de este juramento se escucharon pasos que se aproximaban obligando a la pareja a retirarse. Gonzalo emprendió la huida empuñando, pero sin sacar su espada, al ver que lo seguían se detuvo e hizo frente al desconocido quien se cubría el rostro con una gran capa advirtiéndole que pretender el amor de Clara le costaría muy caro, ante esta amenaza ambos iban a desenvainar en ese lugar pero acordaron acudir a una zona mas apropiada y se dirigieron a la Plaza de Santo Domingo.  

En este lugar inicio el duelo, después de largos minutos uno de ellos cayó herido, su adversario quiso prestarle ayuda pero no le fue posible porque se acercaba la ronda y huyó. En la tarde del siguiente día Doña Pánfila, madre de Clara, recibe en su casa al Virrey que solicitó la mano de su hija disculpando a Carlos su hijo por no poderlo acompañar ya que la noche anterior algo le salió mal en su parranda. Ante esta solicitud de matrimonio, Clara le pide al Virrey tres días para tomar una determinación a lo cual accedió amablemente. Acababan de despedir al Virrey cuando madre e hija salieron al balcón atraídas por un murmullo y el paso de gran cantidad de gente, extrañada Clara preguntó a su madre:  

-¡Qué será eso madre mía!  

-¿No escuchas doblar en San Ildefonso? Es un entierro, mira ya sale el acompañamiento  

-¿Será algún colegial noble o uno de los reverendos padres jesuitas?  

-Era un joven, pobre familia está inconsolable. Los padres jesuitas han puesto interés en que no se conozca cómo o por que fue su muerte pero cómo los sirvientes en todo se entrometen dicen que fue un desafío por amores, en la madrugada ya casi moribundo sus amigos lo llevaron a su cuarto desde el lugar de la contienda, me han dicho que es hijo de la señora de Leiva.  

-¿Quién de los dos? por que son dos  

-Gonzalo  

-¡Gonzalo!  

Después de la noticia Clara quedo inmóvil durante largo tiempo, ante esta reacción su madre le pregunto el por que se sentía así a lo que contestó:  

-Porque ese joven…Gonzalo…era mi único amor, era el alma de mi vida. Con él lo he perdido todo y hoy nada en el mundo vale para mí. Madre concede mí última voluntad, entraré al monasterio…allí sepultaré mi dolor.  

-Respeto tu decisión, ya que has renunciado al matrimonio a mí no me queda más que volver al campo y administrar la hacienda, de vez en cuando vendré a visitarte…¿Y a qué convento prefieres entrar?  

-A la Encarnación para estar cerca de ti y de la casa en que nací y me crié, abriga para mí tantos y tan tiernos recuerdos.  

-Hija, sabes que quiero dejar la corte y tengo una idea, yo no quiero conservar la casa si no vives en ella conmigo, propondré a la religiosas que te permitan habitarla.  

-¿Cómo puede ser eso?  

-Cerrando toda comunicación a la calle y abriendo una hacia el convento. Así las monjas aumentarán su espacio con una finca más que puede serles útil con el tiempo, y tú podrás vivir en la morada que tanto amas.  

Tres días después, la casa se anexa al convento de la Encarnación y la Estrella de México se eclipsó para siempre.

Categorías
Ciudad de México

Leyenda de la Aduana de Santo Domingo

 Leyenda mexicana sobre la construccion del edificio de la Aduana en la Ciudad de Mexico.

¿Leyenda?… ¿Historia?… sea lo que fuere debemos relatar lo que se cuenta acerca de la construcción de este edificio, en la que entró como razón principal el amor de un noble y rico caballero, a distinguida dama, hermosa y de alto linaje.  

A principios del siglo XVIII, vivía en la corte de la Nueva España don Juan Gutiérrez Rubín de Celis, rico y noble caballero, coronel del Regimiento "Tres Villas", perteneciente a la Orden Militar de Santiago, y que, según afirman varios cronistas de la época, poseía también el hábito de Calatrava, así como el cargo de Prior del Consulado, nombramiento que había recibido del Virrey Don Juan de Acuña, Marqués de Casafuerte. Esto le hacía ser respetado y gozar de distinciones en las altas esferas sociales y nobles del Virreinato.  

Don Juan vivía en medio del lujo más grande y la suntuosidad más refinada; jamás se le veía a pie, siempre en su carroza o en su litera forrada de seda. Le gustaba vestir con la elegancia más costosa de aquellos días, y afirma más de un historiador, que en 1716, durante los festejos de la toma de posesión del Gobierno por el Marqués de Valero, llevaba tal cantidad de joyas sobre su traje, que solamente los bordados de perlas del casacón representaban la suma de treinta mil pesos, por cuyo dato se calculará el valor de sus cadenas, sortijas, de los alfileres sobre el encaje de la corbata, los broches en el sombrero, y demás brillantes preseas.  

En el nobilísimo y nada joven caballero, se despertó loca y profunda pasión amorosa por la linda doncella Doña Sara de García Somera y Acuña, parienta del Virrey Marqués de Casafuerte, la cual dudaba en corresponder a aquel amor, por el carácter especial del enamorado que no presagiaba mucha felicidad en el matrimonio para el día de mañana.  

Pero eran tantas las promesas y tantos los juramentos del apasionado pretendiente que allá por el año 1741, correspondió Doña Sara a las pretensiones de Don Juan, pero con una sola condición, algo rara en efecto, pero indispensable para conseguir la mano de la dama, y fue ésta: que el apasionado caballero concluyera en el plazo improrrogable de seis meses las obras del edificio de la Aduana, cuya construcción se había empezado años antes y estaba completamente abandonada. Algo le extrañó la condición, pero como el amor es poderoso cuando se adueña de las voluntades, sacudió Don Juan su manera de ser abandonada y fría, aceptando el requisito que se le imponía, y con actividad en él desusada, puso mano a la obra sin escatimar gasto alguno ni esfuerzo de ninguna clase, para salir airoso de la empresa.  

No encontró ningún arquitecto que se comprometiera en ese plazo, a terminar el edificio y él en persona se convirtió en director de la obra. Hizo traer negros para que trabajasen día y noche, con teas encendidas se realizaban estos trabajos cuando la luz del sol faltaba; distribuyó entre los canteros, todos cuantos existían en la ciudad, las piedras que habían de labrar; mandó construir apresuradamente balcones y barandales de hierro; al mismo tiempo hizo que cientos de carpinteros construyeran bastidores, puertas, frontis y ventanas, vigilándolo todo él, antes holgazán caballero, que al presente desplegaba una actividad extraordinaria descansando apenas unas cuantas horas para dormir.  

De esta manera, empeñoso y con tesonera constancia, tres días antes de expirar el plazo fijado por la dama de sus pensamientos, se puso de gala y, en su mejor coche, se dirigió a la casa de la amada a la que, en un cojín de terciopelo, hizo entrega de las llaves del edificio ya terminado y le pidió que cumpliera su palabra de ser su esposa, ya que él había cumplido la suya de terminar el edificio. Doña Sara cumplió su palabra. Se verificó el matrimonio en agosto de ese mismo año y Don Juan, para dejar un recuerdo de su amada a las generaciones futuras, mandó esculpir sobre un arco una inscripción acróstica, en la cual se puede leer lo siguiente:  

"Siendo Prior del Consulado don Juan Gutiérrez Rubín de Celis, Caballero de la Orden de Santiago, y Cónsules don Gaspar de Alvarado, de la misma Orden y don Lucas Serafín Chacón, se acabó la fábrica de esta Aduana, a 28 de junio de 1741 ".  

Algunos historiadores dicen, que doña Sara puso la condición a Don Juan aconsejada por el Virrey Marqués de Casafuerte.  

Tal es la historia de cómo se construyó el edificio mencionado.  
Observadores escrupulosos han hecho notar que la prisa con que se construyó se destaca en lo defectuoso de algunas partes, sobre todo en las piezas de hierro forjado, que no tienen la finura y delicadeza debida.  

Categorías
Ciudad de México

La niña atropellada de Eugenia y Gabriel Mancera

 La leyenda que a continuación os voy a contar, ha circulado de boca en boca por los habitantes de las colonias del Valle, Narvarte y aledañas por igual. La ubicación exacta de ésta, toma forma exactamente en el cruce del Eje Vial Número 5, mejor conocido como Eugenia, y el Eje Vial Número 2, también conocido como Gabriel Mancera.

Alrededor de las 2 a.m., se cuenta, una chiquilla se dirigía caminando hacia la farmacia para comprar las medicinas que su madre enferma requería, hecho por el que se vió forzada a salir a esas altas horas de la madrugada (o por lo que fuera, esta versión se practica para darle dramatismo a la historia y para justificar qué podría estar haciendo una escuincla en la calle a esa hora).

 La niña, consciente de la hora, prudentemente respetaba los semáforos y señalamientos antes de cruzar las calles hasta llegar a su destino, y así lo hizo también en el cruce de Eugenia con Gabriel Mancera.

 Al ponerse la luz roja para los vehículos que transitaban sobre Eje 5, la chica se dispuso a caminar, de esquina a esquina, para cruzar dicho Eje, pero, a diferencia de la gallina, nunca llegó al otro lado del camino, ya que un coche que iba a exceso de velocidad decidió ignorar la luz roja y cruzar, sin tomar precaución alguna sobre otros automóviles o transeúntes cruzando. Golpeó mortalmente a la niña, dejándola medio viva y medio muerta en el arroyo del tránsito.  El automovilista responsable nunca se bajó del vehículo… es más, nunca se detuvo para saber si la niña vivía o moría y nunca fue para pedir asistencia médica a nadie ni por nada. Siguió su camino, sin más.

 Eventualmente, la niña falleció en agonía y sola, nadie la ayudó. Desde entonces, y es aquí donde uno debe espantarse, alrededor de las 2 a.m., en el cruce de Eugenia con Gabriel Mancera, el espíritu de la niña se aparece a los automóviles que circulan a esa hora a exceso de velocidad. Ella cruza la calle como aquella fatídica noche cuando perdió la vida, provocando así que los autos se vuelquen por tratar de esquivarla cuando la ven, quedando literalmente "patas arriba". Una vez que provocado el accidente, se va, dejando a los pasajeros sin asistencia de ningún tipo para morir solos, tal cual a ella le sucedió.

 

Categorías
Ciudad de México

El fantasma de la monja

 

Cuando existieron personajes en esa época colonial inolvidable, cuando tenemos a la mano antiguos testimonios y se barajan nombres auténticos y acontecimientos, no puede decirse que se trata de un mito, una leyenda o una invención producto de las mentes de aquél siglo. Si acaso se adornan los hechos con giros literarios y sabrosos agregados para hacer más ameno un relato que por muy diversas causas ya tomó patente de leyenda. Con respecto a los nombres que en este cuento aparecen, tampoco se ha cambiado nada y si varían es porque en ese entonces se usaban de una manera diferente nombres, apellidos y blasones.

 Durante muchos años y según consta en las actas del muy antiguo convento de la Concepción, que hoy se localizaría en la esquina de Santa María la Redonda y Belisario Domínguez, las monjas enclaustradas en tan lóbrega institución, vinieron sufriendo la presencia de una blanca y espantable figura que en su hábito de monja de esa orden, veían colgada de uno de los arbolitos de durazno que en ese entonces existían. Cada vez que alguna de las novicias o profesas tenían que salir a alguna misión nocturna y cruzaban el patio y jardínes de las celdas interiores, no resistían la tentación de mirarse en las cristalinas aguas de la fuente que en el centro había y entonces ocurría aquello. Tras ellas, balanceándose al soplo ligero de la brisa noctural, veían a aquella novicia pendiente de una soga, con sus ojos salidos de las órbitas y con su lengua como un palmo fuera de los labios retorcidos y resecos; sus manos juntas y sus pies con las puntas de las chinelas apuntando hacia abajo.

 Las monjas huían despavoridas clamando a Dios y a las superioras, y cuando llegaba ya la abadesa o la madre tornera que era la más vieja y la más osada, ya aquella horrible visión se había esfumado.

 Así, noche a noche y monja tras monja, el fantasma de la novicia colgando del durazno fue motivo de espanto durante muchos años y de nada valieron rezos ni misas ni duras penitencias ni golpes de cilicio para que la visión macabra se alejara de la santa casa, llegando a decir en ese entonces en que aún no se hablaba ni se estudiaban estas cosas, que todo era una visión colectiva, un caso típico de histerismo provocado por el obligado encierro de las religiosas.

 Más una cruel verdad se ocultaba en la fantasmal aparición de aquella monja ahorcada, colgada del durazno y se remontaba a muchos años antes, pues debe tenerse en cuenta que el Convento de la Concepción fue el primero en ser construído en la Capital de la Nueva España, (apenas 22 años después de consumada la Conquista y no debe confundirse convento de monjas-mujeres con monasterio de monjes-hombres), y por lo tanto el primero en recibir como novicias a hijas, familiares y conocidas de los conquistadores españoles.

 Vivían pues en ese entonces en la esquina que hoy serían las calles de Argentina y Guatemala, precisamente en donde se ubicaba muchos años después una cantina, los hermanos Avila, que eran Gil, Alfonso y doña María a la que por oscuros motivos se inscribió en la historia como doña María de Alvarado.

 Pues bien esta doña María que era bonita y de gran prestancia, se enamoró de un tal Arrutia, mestizo de humilde cuna y de incierto origen, quien viendo el profundo enamoramiento que había provocado en doña María trató de convertirla en su esposa para así ganar mujer, fortuna y linaje.

 A tales amoríos se opusieron los hermanos Avila, sobre todo el llamado Alonso de Avila, quien llamando una tarde al irrespetuoso y altanero mestizo, le prohibió que anduviese en amoríos con su hermana.

 -Nada podeís hacer si ella me ama -dijo cínicamente el tal Arrutia-, pues el corazón de vuestra hermana ha tiempo es mío; podéis oponeros cuanto queráis, que nada lograréis.

 Molesto don Alonso de Avila se fue a su casa de la esquina antes dicha y que siglos después se llamara del Relox y Escalerillas respectivamente y habló con su hermano Gil a quien le contó lo sucedido. Gil pensó en matar en un duelo al bellaco que se enfrentaba a ellos, pero don Alonso pensando mejor las cosas, dijo que el tal sujeto era un mestizo despreciable que no podría medirse a espada contra ninguno de los dos y que mejor sería que le dieran un escarmiento. Pensando mejor las cosas decidieron reunir un buen monto de dinero y se lo ofrecieron al mestizo para que se largara para siempre de la capital de la Nueva España, pues con los dineros ofrecidos podría instalarse en otro sitio y poner un negocio lucrativo.

 Cuéntase que el metizo aceptó y sin decir adiós a la mujer que había llegado a amarlo tan intensamente, se fue a Veracruz y de allí a otros lugares, dejando transcurrir los meses y dos años, tiempo durante el cual, la desdichada doña María Alvarado sufría, padecía, lloraba y gemía como una sombra por la casa solariega de los hermanos Avila, sus hermanos según dice la historia.

 Finalmente, viendo tanto sufrir y llorar a la querida hermana, Gil y Alonso decidieron convencer a doña María para que entrara de novicia a un convento. Escogieron al de la Concepción y tras de reunir otra fuerte suma como dote, la fueron a enclaustrar diciéndole que el mestizo motivo de su amor y de sus cuitas jamás regresaría a su lado, pues sabían de buena fuente que había muerto.

 Sin mucha voluntad doña María entró como novicia al citado convento, en donde comenzó a llevar la triste vida claustral, aunque sin dejar de llorar su pena de amor, recordando al mestizo Arrutia entre rezos, angelus y maitines. Por las noches, en la soledad tremenda de su celda se olvidaba de su amor a Dios, de su fe y de todo y sólo pensaba en aquel mestizo que la había sorbido hasta los tuétanos y sembrado de deseos su corazón.

 Al fin, una noche, no pudiendo resistir más esa pasión que era mucho más fuerte que su fe, que opacaba del todo a su religión, decidió matarse ante el silencio del amado de cuyo regreso llegó a saber, pues el mestizo había vuelto a pedir más dinero a los hermanos Avila.

 Cogió un cordón y lo trenzó con otro para hacerlo más fuerte, a pesar de que su cuerpo a causa de la pasión y los ayunos se había hecho frágil y pálido. Se hincó ante el crucificado a quien pidió perdón por no poder llegar a desposarse al profesar y se fue a la huerta del convento y a la fuente.

 Ató la cuerda a una de las ramas del durazno y volvió a rezar pidiendo perdón a Dios por lo que iba a hacer y al amado mestizo por abandonarlo en este mundo.

 Se lanzó hacia abajo…. Sus pies golpearon el brocal de la fuente.

 Y allí quedó basculando, balanceándose como un péndulo blanco, frágil, movido por el viento.

 Al día siguiente la madre portera que fue a revisar los gruesos picaportes y herrajes de la puerta del convento, la vio colgando, muerta.

 El cuerpo ya tieso de María de Alvarado fue bajado y sepultado ese misma tarde en el cementerio interior del convento y allí pareció terminar aquél drama amoroso.

 Sin embargo, un mes después, una de las novicias vió la horrible aparición reflejada en las aguas de la fuente. A esta aparición siguieron otras, hasta que las superiores prohibieron la salida de las monjas a la huerta, después de puesto el sol.

 Tal parecía que un terrible sino, el más trágico perseguía a esta familia, vástagos los tres de doña Leonor Alvarado y de don Gil González Benavides, pues ahorcada doña María de Alvarado en la forma que antes queda dicha, sus dos hermanos Gil y Alonso de Avila se vieron envueltos en aquella conspiración o asonada encabezada por don Martín Cortés, hijo del conquistador Hernán Cortés y descubierta esta conjura fueron encarcelados los hermanos Avila, juzgados sumariamente y sentenciados a muerte.

 El 16 de julio de 1566 montados en cabalgaduras vergonzantes, humillados y vilipendiados, los dos hermanos Avila, Gil y Alonso fueron conducidos al patíbulo en donde fueron degollados. Por órdenes de la Real Audiencia y en mayor castigo a la osadía de los dos Avila, su casa fue destruída y en el solar que quedó se aró la tierra y se sembró con sal.

Leyendas Mexicanas de antes y después de la Conquista
Carlos Franco Sodja
Edit. EDAMEX

Categorías
Ciudad de México

Aparición en la Basílica

 

Una de las leyendas que todavía se cuentan en nuestra ciudad, es la que dicen las personas que visitan la Basílica de Guadalupe o los que por sus circunstancias duermen en la escalinatas de dicho lugar. Cuentan que hay ocasiones en las que ha sido vista una mujer que sale de la Basílica vieja, portando una vela encendida, sin que el intenso viento nocturno o una lluvia torrencial apaguen su flama . La mujer camina en dirección a la Nueva Basílica y para sorpresa de muchos atraviesa las paredes del edificio.

 

Algunos curiosos y otros que han sabido dominar el miedo han sido testigos de que ya en el interior de la Nueva Basílica, la mujer deja la vela como ofrenda y después de rezar una oración desaparece.

 

Tal vez se trata de un alma en pena que tiene como manda hacer la visita al sagrado recinto o puede ser la manifestación de algún compromiso que dejó de cumplir la persona a quien perteneció dicha imagen. No lo sabemos pero queda el misterio de dicha aparición.

Categorías
Ciudad de México

Las campanas de la Basílica

 

Hace años, había un capellán en la antigua Basílica de Guadalupe, se dice que la persona era muy cumplida y puntual, que nunca dejó de hacer bien su tarea.

 

En cierta época en la que el clima se volvió hostil con los habitantes de la Ciudad de México, el viento fue tan frío que hubo muchas personas que con tan solo recibir un soplido de aire gélido se enfermaron gravemente. Una de las víctimas de dicha temporada fue el capellán, que en dos días vio mermada su salud, a tal grado que sentía escalofríos constantes y ardía en calentura.

 

Sin embargo, incluso cuando había caído en cama por razones de enfermedad había sido muy celoso de cumplir con su responsabilidad, por lo que a la hora que le correspondía se levantaba a hacer su trabajo, a pesar de las recomendaciones del Abad y de las personas cercanas que le indicaban que debía guardar reposo, pero éste continuó haciendo el esfuerzo de ir a las cuerdas y tocar las campanas, no dejando a nadie que lo hiciera por él. Tantas levantadas y exponerse al frío hicieron que no le hicieran efecto los preparados medicinales que le llevaban las ancianas y los baños de pies fueron contraproducentes porque salía con el cuerpo caliente y regresaba en estado de choque por el cambio de temperatura.

 

La muerte sorprendió al capellán había sido durante mucho tiempo el encargado de tocar las campanas de la Basílica antigua, siendo digno de reconocimiento su empeño en continuar haciendo su labor, pero también fue el centro de comentarios que hacían ver su inútil terquedad, ignorando las recomendaciones que le hacían, ya que si se hubiera cuidado podría haber salido de la enfermedad.

 

Sin embargo, desde entonces se cuenta que hay veces en que las campanas comienzan a sonar sin motivo aparente. La gente atribuye a esto que tal vez el alma del capellán aún sigue cumpliendo con su tarea.

 

Ya tiene tiempo que se retiraron las cuerdas para mover las campanas, y el fenómeno sigue repitiéndose aún. Como no podemos considerar que sea una mentira hasta que se compruebe lo contrario, mejor es dejar la incógnita y seguir esperando a que la ciencia o la religión nos den la respuesta a este hecho. Aunque es encomiable la entrega del capellán a su tarea, nosotros podemos tomar de este sucedido una lección que nos indica que es mejor la prudencia.

Categorías
Ciudad de México

La confesión de un muerto

 

Se dice que una noche a principios del siglo XVII el Abad de la antigua Basílica de Guadalupe vió que entraba un hombre de elegante apariencia que le solicitó la confesión, por lo que el Abad pidió a unos familiares que lo esperaban unos minutos. Después de un rato, el Abad salió con el rostro pálido, y cerró las puertas, por lo que sus familiares se extrañaron y le preguntaron por qué cerraba si el hombre elegante aún no había salido, sin embargo, el Abad se negó a contestar y los apresuró a dejar el lugar.

 

Ya en casa de los familiares, uno de sus sobrinos le preguntó al Abad qué le había pasado, sin embargo, el Abad llevó su mano derecha hacia su oído, haciendo notar que se le dificultaba escuchar. Después de que el sobrino le hiciera nuevamente la pregunta, el Abad le respondió que el hombre que había entrado a la Basílica horas antes era un muerto que había venido de ultratumba para confesarse, y que después de escuchar la confesión había tenido dificultad para escuchar por el oído derecho.

 

El Abad nunca pudo contar lo que le había dicho el misterioso personaje, guardando el secreto de confesión, quedando la duda para siempre.

Categorías
Ciudad de México

La confesión de una muerta


Este hecho narra lo que le sucedió a un sacerdote de la Ciudad de México, de apellido Aparicio. Se cuenta que siendo noche, había sido invitado a cenar a la casa de una noble familia, cuando fue interrumpido por unas personas que tocaban a la puerta. Los criados le avisaron al padre Aparicio que lo buscaban dos individuos humildes que aparentemente estaban algo pasados de copas.

 

Salió el padre a ver quién le llamaba y los dos desconocidos le pidieron que los acompañara indicandole que había una moribunda que necesitaba absolución de sus pecados, en un lugar cercano. El padre Aparicio se disculpó con el dueño de la casa, diciéndole que acudiría a ese llamado y regresaría en breve. Una de estas personas le señaló la dirección a seguir, y caminaron por un estrecho callejón. Al final de éste estaba una carreta y un cochero que le dijeron lo llevaría con la persona de la que se hablaba. Ayudaron al Padre Aparicio a subir, e indicaron al cochero que ya sabía a dónde tenía que llevar al clérigo.

 

El carro comenzó a desplazarse, dejando atrás las calles del Centro de la Ciudad de México, y poco a poco el Padre Aparicio comenzó a distinguir que se acercaban a los límites de la región más habitada. Fue entonces que llegaron a una casa con aspecto descuidado y ruinoso. Las ventanas estaban cerradas con tablones y la puerta desvencijada carecía de cerradura, por lo que rechinó sonoramente cuando una anciana vestida con andrajos y rebozo salió a recibir al Padre.

 

El Padre Aparicio, se desconcertó un poco ante la apariencia de la casa, pero se presentó con la vieja, que lo invitó a pasar, con lágrimas en los ojos. La casa estaba casi vacía, sin muebles, a no ser por una mesita donde había un candelabro que iluminaba la estancia. Debido a su voz queda y a que la mujer ya carecía de la mayor parte de su dentadura , el Padre apenas pudo comprender que la anciana le dijo que en piso superior estaba la moribunda.

 

Después de subir por la apolillada escalera de madera, el Padre se encontró con que la casa estaba en el mismo estado que el piso inferior, como abandonada, carente de mobiliario, como si se hubieran mudado hacía tiempo. Al fondo, la tenue luz de una veladora alumbraba un petate sobre el cual estaba una mujer joven, enfundada en un vestido de terciopelo con una diadema en la frente. La enferma, sudaba por la intensa fiebre y decía cosas ininteligibles, siendo el delirio una manifestación de lo grave de su estado. El Padre se acercó lentamente hacia el lecho, limpió la frente de la mujer con su pañuelo, se sentó en un banquito y después de escuchar atentamente la confesión, absolvió los pecados de la moribunda, dándole su bendición, y apretando su mano, que poco a poco fue perdiendo la fuerza. El pecho de la enferma comenzó a dejar de expandirse y su respiración fue disminuyendo convirtiéndose en un tenue suspiro hasta que finalmente ya no se pudo percibir. Los ojos vidriosos que nunca miraron claramente al Padre Aparicio se quedaron fijos en el techo…había fallecido.

 

El Padre Aparicio se levantó del banco y salió de la habitación, buscando a la anciana, sin embargo no la encontró en el piso superior. Bajó las escaleras buscándola, venciéndose la parte superior de la estructura inmediatamente después de usarla, y quedando sin acceso a la parte de arriba. Preocupado, el Padre salió de la ruinosa residencia. El frío viento soplaba en el exterior, cerrando la puerta principal. No había señales del carruaje que lo había llevado, ni del chofer. Asustado, el Padre Aparicio se alejó caminando y luego corriendo, espantado por lo extraño del acontecimiento, regresó a pie de nuevo hasta el Centro, pálido y sobresaltado, y llegó a la casa donde un rato antes había estado de invitado, y contó con detalle lo que le había pasado.

 

El dueño de la casa ordenó a sus criados atender al clérigo y luego les indicó que prepararan un carro para ir con el Padre Aparicio a la casa mencionada para esclarecer lo que había pasado. Cumpliendo sus órdenes, los criados prepararon el carro del señor y escoltados por dos que iban armados y a caballo fueron en la dirección que les dijo el Padre Aparicio.

 

Así pues, llegaron al lugar que les indicó y grande fue su sorpresa al encontrar la casa en el descuidado estado que les había comentado el Padre, sin embargo, la puerta estaba atrancada y cerrada con clavos ya oxidados. Tras derribar la puerta, los hombres entraron, y el Padre Aparicio reconoció la casa como la misma en donde había recibido la confesión de la moribunda, sin embargo, todos coincidían en que la casa tenía el aspecto de estar abandonada hacía años. Después de unos momentos, el Padre Aparicio se asomó por una ventana, donde distinguió algo que lo sobrecogió: En donde había estado un jardín, junto a un árbol, estaba su pañuelo muy bien doblado justo delante de lo que quedaba de una lápida, casi deshecha por el tiempo. Los criados se apresuraron a escarbar en la tierra, y encontraron un ataúd de madera, que contenía los restos de una mujer vestida con terciopelo, como la que había visto el Padre Aparicio, y en su frente una diadema, la misma que llevaba puesta la moribunda.

 

El hallazgo estremeció a los testigos y a todos los que se enteraron del fenómeno. El Padre Aparicio no volvió a ser el mismo desde entonces, se volvió introvertido, se encerraba a orar a altas horas de la noche y su salud se vió mermada por la falta de descanso, ya que tuvo muchas dificultades para conciliar el sueño.

 

El nombre de la persona que había confesado el padre Aparicio nunca se pudo determinar, y éste, imposibilitado para divulgar los detalles por el secreto de confesión, tuvo que llevarse a la tumba la identidad de la mujer.