Categorías
Estado de México Leyendas Cortas

La malvada sirena

En el Estado de México se encuentra el hermoso Lago de Zumpango. Es un lago de agua dulce, que antiguamente eran uno de los que formaban los cinco lagos de la Cuenca de México. Su nombre significa “muro de calaveras”. Este lago cuenta con una leyenda, parte de la rica tradición oral del Edomex.

Dicha leyenda nos habla de que hace mucho tiempo vivía en el lago una sirena sumamente bella. Su pelo era largo y negro, sus ojos verdes y su piel nacarada. Esta hermosa mujer pez solía aparecerse por las tardes a los muchachos que tenían la mala fortuna de pasar por el lago y ser vistos por ella. Los jóvenes que llegaban a verla desaparecían, nunca más regresaban a sus hogares porque la dama de la cola de pescado los atrapaba y los mataba.

En una cierta tarde, la sirena se le apareció a un muchacho que por descuido caminó de cerca del lago y escuchó un hermoso canto que le obligó a detenerse en la orilla. Cuando la sirena se asomó desde el agua, el hombre la vio y cayó desmayado. Al poco tiempo despertó, y cuál no sería su sorpresa cuando se dio cuenta de que se encontraba en una cueva situada en el fondo del lago.

Cuando cobró conciencia y la sirena pudo verlo a su gusto, quedó absolutamente fascinada con la belleza del joven, quien era increíblemente guapo. Por tal motivo decidió no matarlo y vivir con él en la cueva. El muchacho estaba tremendamente atribulado, pues el tiempo pasaba y estaba muy preocupado por su madre, quien seguramente estaría preguntándose qué había pasado con su adorado hijo; además, la madre se encontraba muy enferma y necesitaba la atención del desaparecido.

Con mucha angustia el joven le pidió a la sirena que le dejara ir a su casa para avisarle a su madre que se encontraba bien y darle su medicina. La mujer pez aceptó dejarle marchar, con la condición de que regresara al lago. Corriendo, el muchacho se fue a su casa y cuando llegó al pueblo les contó a todos los vecinos lo que le había ocurrido con la sirena. Asustados y solidarios los escondieron muy bien para que la mujer no pudiese encontrarlo y él no tuviera que regresar.

Una vez oculto el muchacho, los habitantes del pueblo acudieron al lago con el fin de atrapar a la sirena. Pensaron en secar el lago para sacarla y asesinarla. La sirena se había dado cuenta de lo que estaba pasando y se encontraba enojada e histérica por el engaño de que había sido víctima por parte de su galán. Tan enojada estaba que entonó un canto tan terrible y tan fuerte que lo pudo escuchar el joven desde su escondite. Salió de él como hechizado e inmediatamente se dirigió al Lago de Zumpango, sin que hubiera poder humano que lo detuviese.

Cuando llegó al lago y se tiró en él, no se encontró con la hermosa sirena, sino con un ente terriblemente feo y demoníaco, espantoso, quien al verlo se acercó a él y lo ahogó en el fondo del lago frente a la entrada de la cueva. Al ver que el muchacho se había echado al agua, los vecinos siguieron sacando el agua, hasta que pudieron acceder al fondo, donde se encontraron con el cadáver del chico asesinado y con un cartel donde la sirena había escrito que si continuaban desecando el lago les iba a ir muy mal a todos los habitantes del poblado. Por supuesto que detuvieron su tarea y se volvieron al pueblo, olvidando para siempre al joven asesinado.

La sirena sigue paseándose por las orillas del Lago de Zumpango y haciendo de las suyas con todo aquel que tenga la imprudencia de acercarse a sus aguas por las tardes.

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Estado de México Leyendas Cortas Leyendas de Terror

El tesoro y el Diablo

Cuenta una leyenda del Estado de México que, en el año de 1880, en Valle de Bravo, cerca de una barranca, una banda de ladrones iba huyendo de la justicia. Las mulas que llevaba la pandilla iban completamente cargadas de lingotes de oro, plata y numerosas y valiosas joyas que habían robado a las personas que habitaban cerca de la mina de Temascaltepec.

Los soldados que los perseguían estaba a punto de atraparlos, por lo cual los bandidos se encontraban tan desesperados que decidieron esconder el rico tesoro robado en una cueva que se encontraba en la barranca por la que transitaban. Ya guardado el botín en dicha cueva, procedieron a ocultarla tapándola con mucha tierra, de tal manera que los soldados no pudiesen verla. Pasado un cierto tiempo pensaban regresar a buscar tanta riqueza que su trabajo les había costado robar.

Montaron en las mulas y se dispusieron a huir, ya tranquilizados porque se habían deshecho del tesoro. Cuando ya se creían a salvo, un pelotón de soldados les dio alcance y mataron a todos los ladrones en la escaramuza que tuvo lugar. Al ver que los facinerosos no llevaban nada de lo robado, los soldados buscaron por todos lados sin ningún éxito. Y no solamente ellos, sino que muchas personas se pusieron a la búsqueda de tan preciado y valioso tesoro, que por supuesto nunca encontraron. Pasaron muchos años y del tesoro, nada.El ambicionado tesoro

En cierta ocasión, tres hombres conocidos con los nombres de Rafael Flores, Juan Hernández y Antonio Sánchez, decidieron ir en busca del tesoro, pues estaban seguros que estaría escondido en la barranca y que solamente era cuestión de buscarlo con ahínco. Acompañados de un tal Primo Castillo, quien conocía muy bien la zona, hicieron los preparativos y planearon el lugar donde iban a escarbar. Cuando estaban trabajando de pronto escucharon unos quejidos horrendos que salían de la tierra; al escucharlos echaron a correr despavoridos, pues pensaron que el tesoro lo tenía el Diablo en su poder. Pero como la sed de riqueza era muy grande, poco después se armaron de valor y regresaron.  Antonio, que era muy religioso, se colgó al cuello un rosario bendito. Cuando estaban trabajando, un extraño hombre se acercó a él, le robó el rosario y echó a correr. En otra ocasión, vieron en el tepeguaje un mono negro con sombrero  que reía como poseído. Antonio se puso a rezar y el mono desapareció inmediatamente. Después de todas esas apariciones del demonio, los ambiciosos amigos decidieron no volver a la barranca y olvidarse del famoso tesoro que sigue si ser encontrado.

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Estado de México Leyendas Cortas

El Caballo Blanco

Cuenta una leyenda de Temoaya, Estado de México, que en una ocasión iba el apóstol Santiago paseando a caballo por el campo con su hermano San Felipe. El caballo de Santiago era blanco y el de San Felipe rojo. Felipe envidiaba mucho el caballo de su hermano, pero se trataba de conformar, aunque no lo lograba.

Decidieron prolongar su paseo hasta convertirlo en un viaje hacia otros poblados lejos de los suyos. Al llegar la noche se pusieron a descansar en el bosque, necesitaban dormir, aunque Santiago temía que les fuesen a robar sus cabalgaduras; razón por la cual le propuso a San Felipe que se durmiera mientras él vigilaba a los caballos. Sin embargo, Felipe protestó y le dijo a Santiago que era mejor que descansara primero porque se veía muy agotado, y que se amarrara el caballo a un pie para asegurarse de que nadie se lo llevaría. Y así lo hicieron.

Santiago se durmió inmediatamente y hasta roncaba fuerte. Felipe, al verlo tan dormido, pensó que era la oportunidad que esperaba para hacerse del caballo blanco que tanto le gustaba. Ensilló al caballo blanco e. irónicamente, le dijo a su hermano: ¡Hasta pronto, Santiago!Santiago montando sus caballo.

Al día siguiente cuando Santiago se despertó, vio que no estaba su caballo y el de su hermano sí. Se dio cuenta que se lo había llevado y se enojó muchísimo. No se explicaba por qué se había robado Felipe su caballo. Era un robo terrible. El apóstol se montó en el caballo rojo y siguió andando. Cuando se encontró con Felipe, muy molestó le preguntó la causa de ese robo entre hermanos. Pero Felipe negó el hecho de habérselo robado y le contestó que el caballo blanco que montana lo había comprado. Al decirla Santiago que el caballo rojo que montaba era el del ladrón de caballos, Felipe lo negó y respondió que él nunca había visto a ese caballo rojo. Santiago se enojó terriblemente con su hermano y ya nunca le volvió a hablar.

Desde entonces, las personas empezaron a adorar a los dos santos. Cada uno en su barrio y con su imagen propia. El día del Santo Patrono se les festejaba a ambos, cada uno en su respectivo templo. Pero era curioso que durante la celebración de la fiesta de Santiago siempre llovía, había truenos y hasta granizaba. Sin embargo, cuando se celebraba la fiesta de San Felipe el sol salía majestuosamente y el cielo estaba por completo azul. Este hecho se debe a que San Felipe está muy contento de tener el caballo blanco; a diferencia del pobre Santiago que lo perdió y tuvo que conformarse con el caballo rojo de su trinquetero hermano.

Sonia Iglesias y Cabrera

Fuente: Abraham Hernández Crisanto, mayordomo. Jiquipilco El Viejo, barrio de Temoaya. En Araceli Campos Moreno, Algunas historias que en México se cuentan sobre el apóstol Santiago.

Categorías
Estado de México Leyendas Cortas Leyendas Urbanas de Terror

El Perdón

Durante la época colonial, en la ciudad de Toluca, Estado de México, vivía una dama aristocrática llamada Isabel Hernández. Un día la mujer acudió muy asustada a ver a su confesor, Benito de Pedrochea, para comunicarle en confesión que todas las noches, y a veces durante el día, se le aparecía la figura de un hombre colgado de una cuerda. Al escuchar la narración, el cura trató de calmar a la mujer y le dijo que tal aparición la causaba su imaginación o que tal vez se trataba de una pesadilla.

Pero al siguiente día, Isabel regresó a la iglesia con el mismo cuento y muy asustada. Esto sucedió durante una semana, y como el padre ya estaba fastidiado de oír quejarse a su feligresa, decidió acudir a la casa de la mujer y ver por si mismo tan extraña aparición. Y efectivamente, cerca de la medianoche apareció en el salón la imagen del hombre colgado. Isabel se desvaneció del susto y el sacerdote, aunque también asustado instó al hombre para que le dijese qué era lo que quería. El espanto le respondió que solamente hablaría con Isabel. Rápidamente, el cura despertó a la mujer. Entonces el fantasma habló.El fantasma del seductor

Les contó que hacía unos cuantos años había seducido a una joven prometiéndole matrimonio el cual nunca se celebró. Al verse deshonrada, la pobre chica jamás volvió a salir de su casa, por la vergüenza que sentía. El seductor huyó de la ciudad una vez satisfecho su deseo. Al poco tiempo murió en un fatal accidente. Afirmó el fantasma que ahora se encontraba en un horrible lugar donde todo era oscuro y frío; nunca más saldría de ese tenebroso lugar a no ser que consiguiera el perdón de la joven a la que había arruinado la vida. Deseaba que Isabel fuese a la casa de la joven mancillada como intermediaria, pues sabía que eran amigas.

Isabel accedió de no muy buena gana y acudió a ver a la chica. Comunicó a su otrora amiga y a su madre la petición del hombre colgado, pero la madre, montada en cólera, se opuso terminantemente a que su hija perdonara a tan malevo hombre. Al final la muchacha ultrajada accedió a darle el perdón para que dejara de aparecerse en la casa de Isabel, pero no era un perdón de corazón, pues nunca olvidaría lo que le había hecho el desgraciado.

Desde entonces, la misericordiosa Isabel dejó de ver al hombre colgado. Muchas noches y muchos días, en compañía del sacerdote Benito, se pasó esperando verlo, y ambos quisieron suponer que el perdón otorgado por la infeliz muchacha había surtido efecto y el alma del espectro por fin se encontraba en paz al salir de aquel lugar tan lúgubre y tétrico donde se encontraba el hombre pendiente de una soga.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

 

Categorías
Estado de México Leyendas Cortas Leyendas Mexicanas Época Colonial Zacatecas

El Cristo del Perdón

Esta leyenda tuvo su origen en el estado de Zacatecas, en Peñuelas, por los años de 1565. En tal ciudad vivía un señor de apellido Medina, de oficio barretero, al que en una ocasión se acusó de haber matado a un hombre, con el fin de defender a una de sus hijas. Como era inocente decidió huir con sus hijas para salvar su vida de una muerte segura en la horca. Se fue por los montes hasta llegar al mineral de Zacualpan, sito en Sultepec en el actual Estado de México.

Cuando ya empezaba a oscurecer, los prófugos llegaron a un monte que se encontraba cerca de una ranchería conocida con el nombre de La Albarrada. Lugar que eligieron para pernoctar. Medina hizo una hoguera y en ella calentaron las provisiones que se había traído de la casa. La noche era muy fría y un fuerte viento no paraba de soplar. Juntaron muchas varas para mantener encendida la hoguera durante toda la noche y poder dormir calientitos y al amparo de algunos animales del monte.

Así pasaron la noche. Al amanecer la hoguera se había extinguido, pero Medina vio entre las piedras que circundaban al fogón, unas pequeñas láminas de metal que brillaban. Tal hecho le hizo pensar al hombre que se encontraba encima del crestón de una veta de plata y oro, lo cual le llenó de alegría.La Iglesia del Señor del Perdón en Temazcaltepec

Inmediatamente les dijo a sus hijas que se refugiaran en La Albarrada y se mantuvieran en silencio, que no dijesen nada de lo que habían encontrado. Les dejó una barreta que llevaba y un arcabuz para el caso en que tuvieran que defenderse si eran descubiertas. Mientras tanto, Medina se dirigió a la capital de la Nueva España, para dar cuenta de su hallazgo al señor virrey.

Pidió audiencia con el virrey, a la sazón don Antonio de Mendoza, quien le recibió lo más pronto que pudo al saber que se trataba de una nueva mina de oro y plata. Cuando Medina estuvo frente al virrey lo primero que hizo fue alegar su inocencia y pedir perdón por un delito al que se había visto obligado a realizar, pues el honor de una de sus hijas así lo requería.

Al escucharlo, don Antonio le otorgó su perdón, pues entendió las razones que habían llevado a Medina a matar, y pensó que si era cierto que había tal mina de oro y plata aumentaría su fortuna y la región de Temascaltepec y Sultepec progresarían.

Mendoza mandó a obreros y especialistas para revisar la zona a ver si era verdad que había tal riqueza, y poco después se habría la Mina de El Rey, cuya explotación dio empleo a muchas personas que acudieron a trabajar en la nueva mina.

Cuando Medina regresó a La Albarrada, se encontró a sus hijas en perfecta salud y protegidas por buenas personas que se habían encariñado con ellas. Las muchachas rebozaban de felicidad, pues cuando se encaminaban a La Albarrada habían descubierto otra veta de oro y plata, la cual también fue abierta para su explotación y se le puso el nombre de La Mina de las Doncellas.

Medina, que era un hombre muy religioso, por la dicha que le proporcionaba el hecho de ya no ser prófugo de la justicia y de haber descubierto dos minas importantes, decidió agradecer a los cielos tanta dádiva y mandó traer de España una hermosa imagen de Cristo Crucificado que se colocó en el Templo de Temascaltepec, donde se le adoró y se le venera hasta nuestros días, a la que se la llama El Cristo del Perdón.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

Categorías
Estado de México Leyendas Cortas

De cómo surgieron los indios mazahuas

Una leyenda mazahua del Estado de México nos cuenta que en el principio de los tiempos todo era absolutamente oscuro nada existía. De pronto, en el Cielo apareció una luminosidad muy roja y muy hermosa que producía el dios Jyaru, el sagrado Sol. Su luz hizo que la Tierra se iluminara completamente dejando a un lado la oscuridad.

Del amor de Jyaru y de Male Zana, la Madre Luna nació la vida. Sus amores produjeron lo que conocemos como vida, como sustancia, como esencia de todo lo que existe.

Y así, gracias al Sol surgió Xoni Gomui, el Gran Espíritu de la Tierra. Con el movimiento de los rayos de Jyaru, el mundo empezó a cobrar vida, el movimiento dio origen al viento el cual se convirtió en aire benefactor. Poco después Jyaru se puso a llorar y de su llanto se formaron, los manantiales, los lagos y los ríos. Enseguida, aparecieron en la Tierra los animales, las plantas y los hombres.

Los mazahuas bailan para su Creador

Al llevar a cabo su Creación, el Sol estaba muy contento y se reía a carcajadas, y de su risa nacieron las flores y los pájaros. El mundo se llenó de colores hermosos y de cantos. Pero el Señor Sol no se sentía muy contento, ya que los hombres que había creado, llamados Mandas, eran hombres muy altos, gigantes, pero eran muy débiles, tan débiles eran que el aire los tiraba al suelo y ya no podían levantarse.

Entonces el Sol creó otros hombres, los llamados Mbeje, pero estos resultaron tan pequeños no alcanzaban a llegar a la boca de entrada de las trojes para guardar las semillas de maíz que recolectaban y se exterminaron.

Más adelante Jyaru hizo otros hombres a los que llamó Mazahuas, los “verdaderos hombres”. Con ellos estuvo satisfecho el Señor Sol y los quiso mucho, los protegió y les permitió que de multiplicaran para poblar la Tierra. Estos seres viven en Niñi Mbate, en una isla del río Lerma conocido en lengua mazahua como Ndareje.

El primer hombre que creó el dios Sol se llamaba Nguemore, y vivió en el tiempo en el que aún las montañas no existían. Pero él vivía feliz porque amaba la naturaleza y le encantaba el sitio donde transcurría su existencia. Sin embargo, un cierto día sintió mucha soledad y tristeza, y pensó que sería muy bueno contar con una compañera que lo acompañara y alegrara sus días.

En una ocasión en que Nguemore estaba recolectando frutas, Tanseje, la Estrella de la Mañana, le habló y le dijo que le tenía una sorpresa. El hombre empezó a mirar a su alrededor tratando de encontrar la sorpresa de que la hablaba la Estrella, y entonces se dio cuenta de que una bella mujer con un largo y flotante manto blanco se acercaba hasta el lugar donde se encontraba. Nguemore se acercó a ella y le preguntó su nombre. A lo que la mujer le respondió que no tenía. Entonces él dijo que se llamaría Toxte. Curioso, le preguntó hacia dónde se dirigía, a lo que Toxte respondió que a ningún lugar. Al escuchar la respuesta, el hombre la invitó a quedarse con él y compartir su cueva. La bella mujer aceptó inmediatamente y vivieron juntos bajo la protección de Jyaru, el Sol, quien les protegió y permitió que tuvieran muchos hijos que poblaran la Tierra.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

Categorías
Estado de México

El Velo de Novia

Valle de Bravo o Temascaltepec, como es su nombre en lengua náhuatl, es un pueblo que se encuentra en el Estado de México. Se fundó en el año de 1530, por sacerdotes franciscanos. Su nombre es una mezcla de dos apelativos: San Francisco del Valle y del nombre del general Nicolás Bravo, héroe de la Independencia.

Cerca de esta población se encuentra localizada la cascada más gran del Estado de México llamada Velo de Novia, porque asemeja un enorme velo de nupcias. Por supuesto que con ese nombre tan poético, la dicha cascada no podía carecer de una hermosa leyenda que a continuación relataremos.

Hace ya mucho tiempo, en los inicios de la época colonial, vivían en Temascaltepec una bellísima muchacha de la etnia mazahua, quien estaba profundamente enamorada de un chico blanco descendiente de españoles. Ambos se gustaban y se querían y entre sus planes amorosos estaba el de casarse por la iglesia, según sus creencias.

El joven enamorado tenía una amiga del alma de la infancia, la cual estaba profundamente enamorada de él, sin que lo supiese. Al saber de su romance y de los planes de matrimonio de la pareja, sintió una terrible envidia y unos terribles celos verdes la acometieron. Odió a la joven india con todas las fuerzas de su alma. En su tristeza optó por hablar mal de la niña mazahua, con el propósito de desprestigiarla ante los ojos del amigo de su infancia. Sin embargo, éste no la tomaba en cuenta y ni caso le hacía.

La noche anterior al matrimonio la amiga le dio al españolito un té que le puso a dormir inmediatamente. La mujer lo traslado al dormitorio, le acostó en la cama y se metió desnuda con él.La Cascada Velo de Novia en Temascaltepec

Al día siguiente, la novia esperaba en la iglesia la llegada de su prometido que se hacía esperar. Parada frente al altar y desesperada por su tardanza, la muchacha decidió ir a buscarlo a su casa y le encontró en la recámara acostado en la cama junto con su amiga. Al ver tan terrible escena, salió corriendo con lágrimas en los ojos y completamente desilusionada de su novio, hasta que llegó a la cascada de Tenango y se lanzó al vacío. El largo velo que llevaba se le atoró en una roca, y ella siguió cayendo y golpeándose hasta que llegó al agua completamente muerta.

Horas más tarde, el novio despertó y se dio cuenta de lo que había pasado, pues no faltó quien le fuera a avisar que su querida novia se había suicidado. Corrió como loco y llegó al lugar. Al ver hermoso velo atorado en una roca lo tomó entre sus manos y el velo se desgarró formando una bellísima cortina de agua.

El hombre se encontraba destrozado y duró varios días en el macabro sitio llorando por su amada, Desesperado y sintiéndose culpable, en un momento de locura se arrancó el corazón y lo lanzó al precipicio. Cuando el corazón cayó se convirtió en una roca y la sangre que brotaba del cuerpo del hombre formó un salto de agua que siempre golpea a la roca-corazón. Así se comunica con su amada y le hace saber que siempre la amará por los siglos de los siglos, que nunca la engañó y que todo fue parte de una espantosa maquinación por parte de su mal amiga.

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Estado de México Leyendas Cortas

Soledad y la gata blanca

Una leyenda del Estado de México nos cuenta que hace ya bastante tiempo en un pueblo cercano a la Ciudad de Toluca, vivía un matrimonio en una casita blanca rodeada de un pequeño pero hermoso jardín. Ella se llamaba Soledad y él Jacinto Ramírez. Ambos contaban con treinta y cinco años y se habían casado hacía cinco muy enamorados. Pero ya para entonces el matrimonio no se llevaba muy bien, frecuentemente se peleaban y gritaban con odio. Todo el pueblo sabía de sus problemas maritales, pues escuchaban sus pleitos.

Cuando Soledad cayó enferma, los pleitos y los gritos aumentaron. La situación se puso imposible. Con tantos corajes que pegaba la mujer se puso muy grave, y el marido en lugar de apoyarla como debiera, se consiguió una amante una joven que vivía en el centro del poblado. Era más joven y más bonita que Chole.

Siempre que Jacinto acudía a la casa de su amante fogosos se abrazaban en la cama, y desde la ventana los observaba una gata blanca con curiosidad.

Un día Soledad empeoró, y sintiéndose muy enferma le pidió a su esposo que no saliera, que tuviera piedad y se quedara con ella, pues estaba cierta que su final se aproximaba. Pero Jacinto hizo oídos sordos a las súplicas de su mujer, y se marchó a gozar de la vida en los brazos de su amante.

Cuando llegó a la casa de su amiga, se dio cuenta de que en la ventana se encontraba la gata blanca que lo observaba con sus redondos ojos azules. Enojado contra el bello animal, Jacinto fue a la cocina y tomó un gran cuchillo cebollero, cogió a la gata por el cuello y le clavó el instrumento en la barriguita. La pareja de adúlteros escuchó horrorizada los lamentos y gritos desgarradores que lanzaba la pobre gata asesinada sin piedad. Eran muy fuertes y similares a los lamentos y gritos de una mujer en agonía.

Al día siguiente, Jacinto regresó muy campante a su casa. Abrió la puerta y se metió hasta la recámara donde vio a la pobre de Soledad muerta en la cama. Cuando habló con los vecinos, el malvado hombre se enteró que desde su casa se habían escuchado terribles maullidos de dolor, como si a una gata la estuviesen apuñalando…

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Estado de México Leyendas Cortas

El Diablo y Juan Ruiz

Esta leyenda del Estado de México nos relata que hace ya mucho tiempo Juan Ruiz, un hombre muy pobre, realizó un pacto con el Diablo para que lo hiciese rico. El Demonio aceptó y el pacto fue firmado con sangre. Al poco tiempo, se presentó a la casa de Juan un elegante caballero que le entregó muchísimo dinero. Juan se volvió rico. Cuando pasó cierto tiempo, los familiares de Juan Ruiz se dieron cuenta que el hombre actuaba con mucho miedo y siempre estaba nervioso. Le preguntaron qué era lo que le sucedía. Después de mucho insistir, Juan confesó que había hecho un pacto con el Diablo y tendría que pagar entregándole su alma. Y no solamente la de él, sino también la de algunos de sus familiares.

Después de confesar y muerto de miedo Juan huyó al bosque. Sus familiares le fueron a buscar llevando agua bendita, cirios y palmas bendecidas que consideraban eficaces contra el Demonio. Ya casi lo alcanzaban cuando Juan estaba cerca de una cueva que tenía una peña  a la entrada, cueva que se encuentra en el camino a Tlamacas. Por más que se apuraron, los familiares no pudieron darle alcance, pero se dieron cuenta que junto a las huellas que dejaban los pasos de Juan, se encontraban otras que eran las de un macho cabrío.La peña maldita

En su huida hacia la cueva, Juan había dejado uno de sus huaraches que los familiares en su persecución reconocieron. Cuando llegaron a la peña, junto a la entrada de la cueva encontraron el otro huarache del ambicioso hombre y vieron que las pisadas del macho cabrío también estaban ahí.

Sobre la peña los familiares vieron un letrero escrito con sangre que decía: “En esta cueva se encuentra Juan Ruiz.” Temerosos, los familiares del infeliz hombre decidieron volver al pueblo en donde vivían, pues sabían que nada podían hacer contra el Diablo que se había llevado a Juan y a su alma. La esposa de Juan y sus dos hijos volvieron a ser pobres.

Poco tiempo después, el Río de la Verdura se llevó a los hijos de Juan de manera inexplicable ya que se encontraban en el puente que lo cruza. Nunca se les volvió a ver. La esposa de Juan murió de tristeza, pobreza y desolación. ¡El Diablo había cobrado su tributo!

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Estado de México Leyendas Cortas

Dos Ángeles y un Cristo

En el Templo de la Santa Veracruz, sito en la ciudad de Toluca en el estado de México, se venera al Señor de la Santa Cruz, a quien también se le conoce como el Cristo Negro de la Santa Veracruz. Ocupa el Altar Mayor de la iglesia. Anteriormente, en el mismo sitio, los frailes franciscanos erigieron una capilla en el siglo XVI.

Este Cristo tan milagroso cuenta con una leyenda que a continuación relatamos. En la esquina que formaban la Calle Real y la Calle Navarrete -ahora Independencia y Aldama- vivía un hidalgo que sobresalía porque era muy bondadoso y gustaba de ayudar a los necesitados, ya que contaba con una buena fortuna.

En cierta ocasión llamaron a su puerta dos jóvenes sumamente hermosos. Eran tan bellos que no parecían de este mundo. Iban sencillamente vestidos, pero con una soberbia elegancia, con ropajes de telas nunca vistas por su suavidad y colorido. Uno era rubio y el otro moreno como moro.

El Templo de la Santa Veracruz en la Ciudad de Toluca

Cuando les abrió la puerta el criado del noble señor que habitaba la casa, pidieron ver al dueño de la misma. Al verlos y quedar impresionado por la apostura de los mancebos, el criado acudió presto a avisar a su patrón. Cuando el noble señor estuvo frente a los visitantes, éstos le mostraron una maravillosa y perfecta imagen de un Cristo Crucificado, y le preguntaron si estaba interesado en adquirirla. El caballero, al ver la efigie quedó estupefacto ¡Tanta era su belleza y perfección! Preguntó por el precio, a lo cual los jóvenes le indicaron que costaba treinta pesos.

Al escuchar tan bajo precio, el noble caballero accedió a comprarla, y abrió un escritorio donde guardaba una caja de plata, donde colocaba el dinero que se iba ofreciendo a lo largo del día. Empezó a contar las monedas mientras los mancebos le observaban. Al momento de entregar las monedas, el señor se percató de que los vendedores habían desaparecido como por arte de magia, dejando la imagen del Santo Cristo apoyada en una mesa.

Un tanto desconcertado por lo acaecido, el hidalgo español acudió, presuroso, a ver al sacerdote de la iglesia, con el fin de contarle lo sucedido. Al oír el relato, el cura dispuso que la imagen fuese trasladada inmediatamente a la iglesia, y para ello organizó una procesión y una serie de ceremonias, pues consideraba que era lo mínimo que podía hacer por tan sagrada imagen que no le cabía duda había sido entregada por un par de ángeles, para bendecir la Ciudad de Toluca con su presencia. Así, el Señor de la Santa Cruz, ocupó el Altar Mayor de la iglesia, y se dedicó a efectuar toda clase de milagros, por lo que fue muy venerado por los habitantes de Toluca y otras comunidades aledañas.

Sonia Iglesias y Cabrera