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¿Qué es una leyenda? Definición, características, funciones y tipos de leyendas

Definición de leyenda

La palabra leyenda proviene de legere que en latín significa tanto “elegir” como “leer”. En la Edad Media la palabra latinalegere, en su forma verbal de gerundio, dio origen al término legenda, “algo para ser leído”, que pasó al español como leyenda.

La leyenda es un género de la tradición oral de los pueblos, una narración de acontecimientos naturales -muchas veces tienen como origen un acontecimiento real, a veces histórico- y sobrenaturales, que se trasmite de generación a generación a través del tiempo. Dicha trasmisión puede efectuarse de manera oral o de forma escrita. Como es el caso de los escritores que deciden recopilar leyendas conocidas y redactarlas con el fin de difundirlas entre sus lectores.

Un ejemplo de estos recopiladores lo tenemos en el escritor mexicano Luis González Obregón quien, en el siglo XIX, donde recopiló leyendas y sucedidos de nuestro país en su libro Las calles de México.

Características de la leyenda

Como los mitos, la leyenda expresa la cosmovisión de los miembros de una comunidad, sea esta grande o pequeña. En ella podemos observar la forma de pensar, sentir y actuar, o sea, la visión del mundo de tales miembros. La leyenda nos expresa los valores culturales que en un momento histórico conforman la cultura de los narradores y de los oyentes, ya sean estéticos, morales, filosóficos o religiosos.

Con la leyenda se pretende provocar en el oyente un estímulo que lo maraville, lo asuste o lo confunda.

La leyenda, por ser básicamente y en primera instancia de carácter oral, al ser relatada modifica parte de los hechos que en ellos se narran, aun cuando debemos aclarar que tales modificaciones no afectan el núcleo de la temática principal de que tratan. Estas modificaciones pueden convertirse en varias versiones de una misma leyenda.

Por ejemplo, en el caso de la leyenda de La Llorona se nos relata que se trataba de una mujer de la época prehispánica que se lamentaba por sus hijos, su pueblo, los mexicas, porque los conquistadores españoles del siglo XVI estaban a punto de que llegara a sojuzgar al imperio azteca. Otra versión de La Llorona nos relata que era una mujer de la época colonial que había perdido a sus hijos por ciertas circunstancias terribles que le habían acontecido. Ambas son dos versiones de una misma temática que no perdió su esencia.

La leyenda relata hechos ocurridos en lugares casi siempre conocidos por los integrantes de la comunidad, y se la puede ubicar en el tiempo con mayor o menor facilidad. Los hechos y personajes sobrenaturales que aparecen en las leyendas de carácter sobrenatural pueden ser seres de ultratumba, criaturas fantásticas, milagros efectuados por ciertas divinidades, y acciones malignas que efectúan seres malvados, entre otros muchos personajes más. En ellas, a diferencia de los mitos, no hay personajes que interpreten el papel de dioses. Y todos los personajes sobrenaturales que aparecen en la leyenda interactúan con seres humanos de carne y hueso.

Los personajes sobrenaturales que aparecen en la leyenda se convierten en arquetipos o símbolos, conocidos por la comunidad a la que pertenecen y que pueden aparecer en leyendas de otras comunidades; como es el caso de los chamanes, buenos o malos, que encontramos en las leyendas de todas las comunidades de México, sobre todo en las indígenas. Así pues, los arquetipos de la leyenda: piedras, cuevas, ollas, peñas, mujeres muertas, fantasmas, duendes, etcétera, son arquetipos mágicos y fantasmagóricos que establecen una serie de relaciones entre la existencia real y los mundos irreales, mágicos y religiosos, y en cuyos actos intervienen seres de carne y hueso que sufren las consecuencias de tales acciones, sean estas buenas o no.

Tipos de leyendas

Así como sucede con los mitos, las leyendas pueden tener diferentes temáticas y variados personajes que las diferencian unas de otras, lo que deriva en la existencia de varios tipos de leyendas. Las más importantes y aceptadas son:

Leyendas históricas. Son aquellas que narran acontecimientos que han tenido lugar durante las guerras o cuando se lleva a cabo la conquista de un pueblo a otro. Como ejemplo tenemos la leyenda mexica que nos habla acerca de los portentos y maravillas que anticiparon y sirvieron de augurio para anunciar la inminente conquista española. Las leyendas históricas también se refieren a personajes de la historia de los pueblos a quienes suceden hechos extraordinarios, o que son ellos mismos realizan acciones sorprendentes y fuera de lo normal, como es el caso del famoso curandero guanajuatense al que apodaban El Niño Fidencio.

Leyendas etiológicas. En la cuales se relata el origen de los diversos elementos de la naturaleza, como podrían ser los lagos, peñas, montañas, mares. y ríos. Este es el caso de la Leyenda de los Volcanes, en la que se narra cómo se originaron el Iztaccíhuatl y el Popocatépetl.

Leyendas escatológicas. En ellas el relato tiene como personajes principales a el Diablo y su maléfica interacción con los seres humanos; o bien a anécdota significativas en la vida de los santos, como se nos relata en la leyenda del indio Juan Diego, a quien se le apareció la Virgen de Guadalupe para que pidiera a las autoridades eclesiásticas que le construyeran una capilla para su veneración. Siglos más tarde, Juan Diego se convirtió en santo.

Leyendas rurales. Son aquellas que tienen como escenario el campo y como personajes principalmente a campesinos que son afectados, para bien o para mal, por acontecimientos en los que intervienen actores sobrenaturales. Un ejemplo de este tipo de leyendas lo tenemos en el relato del Chupacabras, ser extraordinario que se dedicaba a matar animales en el campo mexicano.

Leyendas urbanas. Se trata de aquellas leyendas que suceden en las ciudades de nuestro país en un tiempo muy cercano al actual; o bien en la misma actualidad. Cuando este es el caso, se la suela considerar como una historia moderna que nunca ha sucedido, pero se la considera como verdadera. En ellas interactúan seres fantásticos, sobrenaturales que accionan con hombres reales. O bien, narran hechos misteriosos e incomprensibles. Se relatan hechos falsos pero que conllevan un núcleo verídico que da lugar al desarrollo de la leyenda en cuestión.

Como ejemplo, tenemos la narración que estuvo de moda en México durante los años de la década de los ochenta, cuando empezaron a ser relatadas las muertes de niños a manos de los muñecos de los personajes conocidos como los pitufos.

Debemos tener en cuenta que esta tipología es una herramienta que nos ayuda a clasificar las leyendas; sin embargo, muchas leyendas pueden pertenecer a varios tipos, y para ubicarlas con mayor exactitud se hace necesario un somero análisis del relato a fin de determinar cuál de las acciones y temática que integra el relato es la más importante y proceder así a su clasificación.

Diferencias entre el mito y la leyenda

Aun cuando tanto el mito como la leyenda son relatos que pertenecen a la tradición oral, y por este hecho presenten algunas similitudes narrativas, existen entre ellos muchas diferencias en su contenido y/o temática que nos permiten hablar de dos géneros literarios diferentes. Mencionaremos las más importantes:

La primera diferencia que debemos destacar entre el relato que llamamos mito y el que denominamos leyenda hace referencia a los personajes sobrenaturales que aparecen en ambos. El mito tiene como actores principales a dioses o semidioses que se encargan de efectuar acciones entre ellos o que llevan a cabo con los seres humanos a los cuales ayudan o perjudican, según su capricho divino. El mito integra en su estructura narrativa a personajes que se convierten en arquetipos divinos de diversa índole, en prototipos colectivos. En la leyenda estos actores se convierten también en arquetipos pero que carecen de carácter divino. Como por ejemplo el caso de la mujer que se aparece a los hombres que siguen una mala conducta -borrachos, mujeriegos, etcétera- con el fin de darles muerte como castigo a su deplorable comportamiento. Esta mujer, castigadora, bella, y asesina, la encontramos en multitud de leyendas mexicanas de todos los estados de la República.

Otra diferencia entre ambos relatos nos es dada por el hecho de que el mito da explicación del surgimiento de los dioses que forman parte de las diferentes mitologías existentes, y de la creación del mundo haya ocurrido antes o después de la aparición de los dioses. Cosa que no sucede con la leyenda que no trata de dar respuestas a las incógnitas que el hombre se plantea sobre su origen y sus dioses.

El mito es, por lo tanto, un relato de la tradición oral de carácter fundamentalmente sagrado. En cambio, la leyenda no lo es en el sentido estricto del término sagrado, aunque en ella puedan aparecer personajes como santos, santas, y aun cristos, no tiene como propósito primordial proporcionar explicación sacra de la creación del mundo, de los dioses, y de la naturaleza.

Las leyendas no forman parte de la mitología de los pueblos y, por ende, de la religión establecida, sea esta cual fuere. Las leyendas no integran un todo coherente, como en el caso de la mitología huichola, mexica, griega o católica, sino que son narraciones independientes unas de las otras.

El surgimiento del mito no puede precisarse en el tiempo, aunque si en el espacio (al menos en el espacio mítico), no podemos saber en que momento hizo su aparición. En cambio, la leyenda es ubicable, la mayoría de las veces, en el tiempo y en el espacio particular en que surge, e incluso en algunas ocasiones se conocer la autoría de la misma.

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Hidalgo Leyendas Cortas

Nepomuceno el incrédulo

En Apan, cabecera del municipio del mismo nombre, en el estado de Hidalgo, ubicado en la parte este del país, se encuentra el Cerro de San Pedro. En este cerro existe una antigua pirámide bastante cubierta de tierra y vegetación, y por ello cuesta bastante notarla. Poco o nada es lo que se sabe de los constructores de dicha pirámide. Pero ahí la tenemos desafiando el paso de los siglos.

Un día el joven Nepomuceno Hernández, a la hora del atardecer, decidió acercarse a la zona donde está la tal pirámide-cerro. Era consciente de que no debía hacerlo, pues la conseja popular afirmaba que eran peligroso, ya que en la pirámide espantaban.

Pero Nepomuceno era joven y no creía en historias de fantasmas, porque nunca le había pasado nada, y además tenía ganas de rondar por aquellos lares que eran frescos y muy bonitos. Así que, haciendo oídos sordos a las supersticiones de los habitantes de su pueblo, decidió efectuar su deseado paseo.

El Cerro de San Pedro

Todavía había luz, pero era esa hora que tiene matices azules que anuncian que la noche está pronta a caer. Muy tranquilo se encontraba caminando cuando de pronto escuchó un ruido como si se abriera una pesada puerta. Se fue acercando al sitio de donde provenía el sonido y de pronto se encontró con la pirámide y una entrada que le invitaba a introducirse. Como buen muchacho curioso que era no lo pensó dos veces y se metió por una especie de puerta abierta.

Al llegar a las cámaras interiores de la pirámide, cuál no sería su sorpresa cuando vio un maravilloso tesoro en collares, pectorales, bezotes, narigueras y brazaletes de oro; a más de hermosas tallas de obsidiana, ónix, malaquita y demás piedras de extraordinaria belleza.

Como Nepomuceno no era rico y sus padres vivían de labrar la tierra, se puso muy contento, pues con ese tesoro sacaría de trabajar a su padre y podrían vivir de una manera más desahogada. Empezó a acomodar las cosas para podérselas llevar en un costal que había llevaba para meter lo que se ofreciera en su caminata. Pensaba que tendría que hacer varios viajes, pues las piezas eran muchas.

Ya cargado el primer costal, intentó salir, pero inmediatamente la entrada se cerró como por arte de magia. Desconcertado, Nepomuceno escuchó una terrible carcajada de ultratumba, y en el mismo momento se arrepintió de no hacer creído la leyenda que advertía que la pirámide estaba custodiada por el fantasma de un sacerdote indígena que había vivido hacía ya muchos siglos.

Nadie volvió a ver al joven Nepomuceno. Sus padres y hermanos sufrieron mucho por si desaparición. ¡No debemos olvidar que las leyendas siempre tienen un trasfondo de verdad!

Sonia Iglesias y Cabrera

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Estado de México Leyendas Cortas

El Diablo y Juan Ruiz

Esta leyenda del Estado de México nos relata que hace ya mucho tiempo Juan Ruiz, un hombre muy pobre, realizó un pacto con el Diablo para que lo hiciese rico. El Demonio aceptó y el pacto fue firmado con sangre. Al poco tiempo, se presentó a la casa de Juan un elegante caballero que le entregó muchísimo dinero. Juan se volvió rico. Cuando pasó cierto tiempo, los familiares de Juan Ruiz se dieron cuenta que el hombre actuaba con mucho miedo y siempre estaba nervioso. Le preguntaron qué era lo que le sucedía. Después de mucho insistir, Juan confesó que había hecho un pacto con el Diablo y tendría que pagar entregándole su alma. Y no solamente la de él, sino también la de algunos de sus familiares.

Después de confesar y muerto de miedo Juan huyó al bosque. Sus familiares le fueron a buscar llevando agua bendita, cirios y palmas bendecidas que consideraban eficaces contra el Demonio. Ya casi lo alcanzaban cuando Juan estaba cerca de una cueva que tenía una peña  a la entrada, cueva que se encuentra en el camino a Tlamacas. Por más que se apuraron, los familiares no pudieron darle alcance, pero se dieron cuenta que junto a las huellas que dejaban los pasos de Juan, se encontraban otras que eran las de un macho cabrío.La peña maldita

En su huida hacia la cueva, Juan había dejado uno de sus huaraches que los familiares en su persecución reconocieron. Cuando llegaron a la peña, junto a la entrada de la cueva encontraron el otro huarache del ambicioso hombre y vieron que las pisadas del macho cabrío también estaban ahí.

Sobre la peña los familiares vieron un letrero escrito con sangre que decía: “En esta cueva se encuentra Juan Ruiz.” Temerosos, los familiares del infeliz hombre decidieron volver al pueblo en donde vivían, pues sabían que nada podían hacer contra el Diablo que se había llevado a Juan y a su alma. La esposa de Juan y sus dos hijos volvieron a ser pobres.

Poco tiempo después, el Río de la Verdura se llevó a los hijos de Juan de manera inexplicable ya que se encontraban en el puente que lo cruza. Nunca se les volvió a ver. La esposa de Juan murió de tristeza, pobreza y desolación. ¡El Diablo había cobrado su tributo!

Sonia Iglesias y Cabrera

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Durango Leyendas Cortas

Juan y el Alacrán

Una leyenda muy antigua del estado de Durango nos relata que, en la cárcel de la ciudad, la cárcel vieja que existió durante la época del presidente Porfirio Díaz a finales del siglo XIX, que estaba situada en la hoy nombrada Calle de 20 de noviembre, había una celda muy famosa que se la conocía con el nombre de La Celda de la Muerte. Debía su nombre al hecho de que cada preso que le tocaba en suerte dicha celda moría misteriosamente a los pocos días de haber entrado.

Nadie sabía lo que sucedía y el porqué los presos morían sin razón aparente. Las autoridades de la cárcel habían hecho correr la voz de que aquel que averiguase la causa de la muerte de tanto preso, sería puesto en libertad sin más averiguaciones.

En cierta ocasión, le tocó en turno entrar a la celda a un maleante de nombre Juan, que por cierto tenía fama de valiente. Sabedor de que si lograba descubrir la causa de las extrañas muertes saldría en libertad, Juan decidió encontrar la respuesta a la incógnita.

El temido alacrán de la cárcel de la Ciudad de Durango

Durante la primera noche, el preso tomó la determinación de no dormir y se puso en vela. Pasado un tiempo, como a la una de la mañana, escuchó un extraño y sospechoso ruido en una de las paredes de la celda. Al escucharlo, inmediatamente encendió un cerrillo y revisó las paredes que alguna vez fueron blancas. Cuál no sería su sorpresa que en una de ellas encontró un enorme alacrán de los verdaderamente venenosos y mortales.

Al ver que el peligroso bicho se aprestaba a atacarle, Juan rápidamente tomó su sombrero y lo cazó, atrapándole con él en el piso de la celda. Al amanecer, el hombre dio aviso a los celadores de que había matado a un enorme alacrán, causa de tanta muerte de tanto preso. Al enterarse el director del penal, puso a Juan inmediatamente en libertad como lo había prometido, pues era un hombre de palabra. Así se dio término a las defunciones de La Celda de la Muerte

Sonia Iglesias y Cabrera

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Ciudad de México Leyendas Cortas Leyendas Mexicanas Prehispanicas

Las Flores del Toloache

Hace mucho tiempo, mucho antes de que Tenochtitlan fuera desaparecida por los conquistadores españoles, existió un gran Señor que tenía siete hijos. Cada uno de ellos se llevaban un año. Era apuestos y audaces.

En cierta ocasión, el tlatoani se encontraba en sus aposentos descansando. Su recámara daba a un patio lleno de flores y de árboles. De pronto, el hombre se despertó al escuchar el llanto de una niña que se encontraba, desnuda y muerta de hambre, a la puerta de la estancia donde descansaba. Al verla, se dio cuenta de que la pequeña era sumamente bonita y decidió adoptarla y tratarla como si fuese su propia hija.

La niña comenzó a crecer, y cada vez era más bella. Su belleza deslumbraba a todo aquel que la veía. Como era de esperarse, los siete hijos del tlatoani se enamoraron perdidamente de la joven. Este hecho trajo como consecuencia que los hermanos empezaran a odiarse y a celarse los unos de los otros. La vida en palacio se convirtió en un terrible infierno. Sin embargo, la bella muchacha quería a los siete galanes como si fueran sus verdaderos hermanos, y no estaba enamorada de ninguno en particular.

La bella flor del toloache

Entonces, los siete hermanos decidieron entablar un combate para decidir quién se casaría con ella. El combate debía ser a muerte, y el único sobreviviente sería el afortunado esposo de la joven. Cuando el tlatoani se enteró de lo que planeaban hacer sus hijos para obtener el amor de la chica, tomó una horrenda decisión y ordenó a tres de sus guerreros que le quitaran la vida a la pequeña, pues era consciente de que no había otra manera de solucionar el conflicto.

Los guerreros se llevaron a la pobrecilla a un monte cercano a palacio y la apuñalaron. La muchacha cayó al suelo herida, pero no estaba muerta, aunque eso creyeron sus asesinos. Cuando despertó y se dio cuenta de lo ocurrido, se levantó y corrió a través del bosque en la más absoluta oscuridad. Pero pronto salió la Luna e iluminó el bosque. En ese momento la planta del toloache abrió sus flores. Una de ellas se dirigió a la asustada niña y le dijo que se escondiera dentro de ella. Inmediatamente la joven se hizo tan pequeña que pudo meterse entre los pétalos de la flor.

Desde entonces la bella joven vive en las flores del toloache, y los dioses le dieron poderes maravillosos a la planta por su buena acción. Pues el toloache es capaz de calmar los dolores de las personas, quita el insomnio, dilata las pupilas y cura las hemorroides. Su capacidad terapéutica es muy grande.

Para evitar que los siete hermanos enloquecidos de amor encuentran a la bella, las flores del toloache solamente se abren en las noches de plenilunio, y aunque los príncipes se transformaron en mariposas para encontrarla, nunca lo harán ya que las mariposas no pueden acercarse a dichas flores porque su olor las mata.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Ciudad de México Leyendas Cortas Leyendas Mexicanas Época Colonial

«¡Sigue tu camino, animalito del Señor!»

Durante la época colonial, en el año de 1776, vivía en la Ciudad de México un hombre llamado Lorenzo de Baena. Se trataba de un hombre muy rico, pero sencillo y lleno de bondad. Sin embargo, fue atrapado por la mala suerte que se ensañó con él sin piedad: uno de sus barcos que regresaba de la China cargado de finas sedas, fue asaltado por los piratas, un convoy que se dirigía a Veracruz para llevar a España mercancías valiosas para su venta fue robado por indios, y don Lorenzo perdió un enorme capital y a su hijo, a quien le quitaron la cabellera y murió. Su esposa cayó enferma de la pena y al poco tiempo pasó a mejor vida. Muchas más calamidades llevaron a Lorenzo a la ruina, cuando quedó sin un céntimo todos sus amigos lo abandonaron, nadie lo buscaba ni lo ayudaba.

En un momento dado recordó que en el Convento de San Diego vivía un fraile amigo suyo, muy bondadoso de nombre Anselmo, y con el propósito de aliviar sus penas se dirigió al santo recinto para hablar con el cura. Fray Anselmo era muy pobre y muy caritativo. Ocupaba una pobre celda y vestía una andrajosa túnica. Al ver a don Lorenzo lo recibió muy contento. El hombre le contó todo lo que le había sucedido en este tiempo, le narró la pérdida de sus seres queridos y de toda su fortuna. Le dijo al fraile que un barco cargado de joyas, sedas y finas porcelanas estaba por llegar a la Nueva España, y que si pudiera conseguir quinientos pesos, podría invertirlos para poder salir de su precaria situación, y volver a forjar su fortuna. El fraile le escuchaba apenado, comunicándole que nada tenía para darle al buen hombre puesto que nada poseía.

El Alacrán del fraile Anselmo

De pronto, Anselmo vio que por la pared se paseaba un alacrán de gran tamaño, lo tomó y lo envolvió en un trapo blanco. El envoltorio se lo entregó a don Lorenzo, al tiempo que le indicaba que fuese al Monte de Piedad para ver cuánto le daban por el bicho. Extrañado Lorenzo dejó el convento y dirigió sus pasos hasta la Plaza Mayor para dirigirse al Montepío, como le hubo ordenado el religioso. Avergonzado y con temor de hacer el ridículo, el hombre se acercó a la ventanilla de empeños, y abrió el trapo donde se encontraba el alacrán. Cuando lo hubo abierto, cuál no sería su sorpresa al ver que sobre la tela había en efecto un alacrán ¡pero de oro puro y cubierto de diamantes, esmeraldas y rubíes! Se trataba de una joya de filigrana de lo más valioso por la cual obtuvo tres mil pesos.

Inmediatamente, se dirigió al Puerto de Acapulco, compró muchas mercancías, reanudó sus negocios y recuperó todo el capital que había perdido. Los amigos que lo habían abandonado volvieron. Entonces, don Lorenzo recordó a su amigo Anselmo y se dirigió al Monte de Piedad para adquirir el alacrán de oro y devolvérselo a su dueño.

Cuando llegó a la celda del fraile le entregó el paquete conteniendo la hermosa joya. Don Anselmo lo recibió, lo desenvolvió y tomando al alacrán vuelto a su condición de animal con mucho cariño, le puso en la pared y le dijo: – ¡Sigue tu camino, animalito del Señor! A lo que el alacrán continuó su camino hasta perderse.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Ardilla y su promesa

José Altamirano y Juan José Espino trabajaban como caporales en la Hacienda de los Marqueses de Guadalupe. Al primero le apodaban Ardilla y al segundo Comal. José se encargaba de las tierras que ocupaban la parte sur de la hacienda, y Juan José de las localizadas en el norte. Se mantenían en constante comunicación, aunque uno estuviera en el Cerro del Picacho y el otro en los Cerros de Pabellón. Aun así, podían hablarse y escucharse por medio de unos cuernos que llevaban un alambre en forma de espiral que los conectaba en la parte aguda del cuerno y que trasmitía los sonidos que se amplificaban en la parte ancha del mismo. Así podían comunicarse todos los días e informarse de sus faenas.

Un día Ardilla notó que los animales de la hacienda iban desapareciendo misteriosamente, y en seguida dio aviso a sus patrones. Les dijo que pensaba que se salían por la parte que no tenía valla y que llegaba hasta Peñuelas, pero que si se completaba el vallado el problema se resolvería. El patrón decidió que se pusiera el vallado faltante inmediatamente. Ardilla afirmó que estaría terminado al siguiente día en cuanto amaneciese.

El caporal Ardilla se fue al Cerro del Picacho y se comunicó con el caporal Comal para informarle el trabajo que debía efectuar. Comal, asombrado, le dijo que eso era imposible porque se trataba de un trabajo que no podría realizarse en tan poco tiempo.

El Caporal Ardilla

Ardilla, al darse cuenta de que su compañero tenía razón, invocó al Diablo e hizo un pacto con él. Le prometió que le daría su alma si le ayudaba a terminar el trabajo para cuando los gallos cantasen, como lo había prometido al patrón. El Diablo aceptó y llamó a toda una legión de demonios para que se pusiese a trabajar inmediatamente en la construcción de la valla faltante. El demonio le advirtió a Ardilla que pasados doce días regresaría para llevárselo.

Cuando ya se iba a cumplir el plazo, la marquesa notó que Ardilla estaba muy triste y preocupado. Le preguntó lo que le pasaba, asegurándole que le apreciaban mucho y que tratarían de ayudarle en el problema que le aquejaba. Entonces, el caporal le dijo a su patrona que faltaban tres días para que el Diablo llegara a llevárselo por la promesa que había hecho para poder construir la valla. La marquesa, tranquilamente, le dio un crucifijo para que se lo colgara al cuello, y le conminó a que dijera ¡Ave María, Ave María! continuamente y le aseguró que con eso el Diablo no se lo llevaría.

Cuando Comal se enteró del fatal pacto que había realizado su compañero, rodeó el cerro de cruces. Llegado el décimo segundo día, el Diablo llegó y vio  que Ardilla estaba en su cerro montado en su caballo. En un cierto momento cayó sobre él y se lo llevó por los aires, junto con su cabalgadura. Al verse atrapado Ardilla dijo con todo el fervor que pudo: ¡Ave María, Ave María!

Al escuchar tales palabras, el Diablo, furioso, dejó caer al caporal con fuerza. De manera que Ardilla quedó estampado en una piedra a la que llamaban La Peña Blanca, donde quedó para siempre su estampa en bajo relieve. A pesar del golpe y por efecto de su fe, Ardilla no murió y continuó trabajando en la Hacienda de los Marqueses de Guadalupe.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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Jalisco Leyendas Cortas

El Cristo de los Brazos Caídos

Barra de Navidad es un poblado que se encuentra localizado en el estado de Jalisco. También es conocido como Puerto de la Navidad. En la época de la conquista española fue muy importante, pues del astillero que estaba en este lugar, partieron las primeras exploraciones que se realizaron en el Mar del Sur, como era nombrado en esa época el Océano Pacífico. Actualmente, sus playas son visitas por los turistas que admiran su increíble belleza.

En este poblado de Barra de Navidad existe una iglesia dedicada a San Antonio de Padua en donde mora el Cristo del Ciclón, a quien se le atribuye un maravilloso milagro que tuvo lugar el 1 de septiembre de 1971.

Ese infortunado día, por la madrugada, el huracán Lily azotaba con toda su fuerza las costas pacíficas de Jalisco. Había llovido durante tres días con una fuerza extraordinaria. La población de Barra de Navidad se encontraba en un terrible peligro, y ya muchas casas de tipo palapa habían sido arrasadas, dejando a sus humildes habitantes sin nada.

El Milagroso Criso¡to de los brazos caídos

Ante esta terrible calamidad de la naturaleza, los habitantes de Barra de Navidad decidieron acudir a la iglesia del poblado para pedirle al Cristo Crucificado que hiciese algo para que las lluvias se detuvieran y el huracán se calmara. Todos se pusieron a rezar muy devotos y terriblemente asustados.

Rezaron con tanta fe que en un momento dado el Cristo bajó sus brazos que como todos sabemos los tiene clavados hacia arriba en la cruz. En el momento de ejecutar tal acción, la lluvia se detuvo y el huracán también.

Pasado un corto tiempo, el Cristo adquirió el nombre de El Cristo del Ciclón y fue venerado no solamente por los lugareños, sino por mexicanos de otros poblados y ciudades, y aún por habitantes de otros países que acuden a adorarlo. Se trata de un Cristo súper milagroso, que sana a los enfermos y les resuelve los problemas aquellos que le van a ver y le rezan con verdadera fe, a decir de los creyentes.

La oración que se le reza a este original Cristo da inicio de la siguiente manera: ¡Oh, Señor Jesús!, sofoca los vientos de esta tempestad, y de otros sistemas que nos amenazan. Así como calmaste el Mar de galilea para tus discípulos, ¡Oh, Señor!, atenúa los vientos, calma las aguas, introduce fuerzas de la naturaleza que perturben la configuración de esta tormenta, disipa su malignidad, debilita, reduce drásticamente su interior, desorganízale, envíala inofensivamente hacia las aguas…

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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Estado de México Leyendas Cortas

Dos Ángeles y un Cristo

En el Templo de la Santa Veracruz, sito en la ciudad de Toluca en el estado de México, se venera al Señor de la Santa Cruz, a quien también se le conoce como el Cristo Negro de la Santa Veracruz. Ocupa el Altar Mayor de la iglesia. Anteriormente, en el mismo sitio, los frailes franciscanos erigieron una capilla en el siglo XVI.

Este Cristo tan milagroso cuenta con una leyenda que a continuación relatamos. En la esquina que formaban la Calle Real y la Calle Navarrete -ahora Independencia y Aldama- vivía un hidalgo que sobresalía porque era muy bondadoso y gustaba de ayudar a los necesitados, ya que contaba con una buena fortuna.

En cierta ocasión llamaron a su puerta dos jóvenes sumamente hermosos. Eran tan bellos que no parecían de este mundo. Iban sencillamente vestidos, pero con una soberbia elegancia, con ropajes de telas nunca vistas por su suavidad y colorido. Uno era rubio y el otro moreno como moro.

El Templo de la Santa Veracruz en la Ciudad de Toluca

Cuando les abrió la puerta el criado del noble señor que habitaba la casa, pidieron ver al dueño de la misma. Al verlos y quedar impresionado por la apostura de los mancebos, el criado acudió presto a avisar a su patrón. Cuando el noble señor estuvo frente a los visitantes, éstos le mostraron una maravillosa y perfecta imagen de un Cristo Crucificado, y le preguntaron si estaba interesado en adquirirla. El caballero, al ver la efigie quedó estupefacto ¡Tanta era su belleza y perfección! Preguntó por el precio, a lo cual los jóvenes le indicaron que costaba treinta pesos.

Al escuchar tan bajo precio, el noble caballero accedió a comprarla, y abrió un escritorio donde guardaba una caja de plata, donde colocaba el dinero que se iba ofreciendo a lo largo del día. Empezó a contar las monedas mientras los mancebos le observaban. Al momento de entregar las monedas, el señor se percató de que los vendedores habían desaparecido como por arte de magia, dejando la imagen del Santo Cristo apoyada en una mesa.

Un tanto desconcertado por lo acaecido, el hidalgo español acudió, presuroso, a ver al sacerdote de la iglesia, con el fin de contarle lo sucedido. Al oír el relato, el cura dispuso que la imagen fuese trasladada inmediatamente a la iglesia, y para ello organizó una procesión y una serie de ceremonias, pues consideraba que era lo mínimo que podía hacer por tan sagrada imagen que no le cabía duda había sido entregada por un par de ángeles, para bendecir la Ciudad de Toluca con su presencia. Así, el Señor de la Santa Cruz, ocupó el Altar Mayor de la iglesia, y se dedicó a efectuar toda clase de milagros, por lo que fue muy venerado por los habitantes de Toluca y otras comunidades aledañas.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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El billete de doscientos pesos

La leyenda que relataremos sucedió en el estado de Yucatán, justamente en la Ciudad de Mérida. Se dice que atrás del Palacio Municipal, edificio sito en el poniente de la Plaza Principal, construido en 1736, se aparece, por la noche, una muchacha muy bella y joven. Es alta, delgada y con el negro cabello que le llega a la cintura. Su color es blanco pálido. Siempre se la ve llevando una caja, donde guarda sus pertenecías y un rozagante ramo de hermosas flores que parecen como recién cortadas.

Una cierta noche, Joaquín, uno de los cocheros que maneja una calesa de alquiler, se encontraba parado junto a la acera, en espera de algún cliente que solicitara sus servicios, a pesar de ser ya bastante entrada la noche. Empezaba a aburrirse de la espera, cuando se dio cuenta que una joven se acercaba a la calesa con el propósito de abordarla. Inmediatamente Joaquín se despabiló e invitó a la dama a subirse. Una vez sentada en el asiento y colocada la caja que llevaba en el suelo, la mujer le indicó a Joaquín que la llevase a la Colonia Rosario. Aunque la tal colonia se encontraba un poco lejos, Joaquín no vaciló en lleva a la joven a la dirección que le pedía ir, pues el día había sido bastante flojo.

Al llegar a la dirección indicada, la pasajera descendió y le pagó a Joaquín con un billete de doscientos pesos. Como la dejada solo requería de ciento diez pesos, Joaquín le dijo a la mujer que no tenía cambio. Pero ella respondió que no se preocupara que guardara el billete, y que volviese al día siguiente a buscarla para realizar otro viaje.

Joaquín en su calesa de alquiler.

Sí lo hizo el cochero, se alejó para volver a su sitio atrás del Palacio Municipal, aun cuando ya no pensaba quedarse por mucho tiempo. Al día siguiente Joaquín regresó a la Colonia Rosario, con el fin de recoger a la pasajera nocturna. Tocó a la puerta, esperó un momento al cabo del cual le abrió una mujer de mediana edad vestida de negro y con el rostro demacrado. Al ver a Joaquín le pregunto lo que deseaba. El hombre respondió que venía a recoger a una mujer a la cual había llevado la noche pasada. La mujer de negro se extrañó y le contestó que ahí no vivía ninguna chica. Joaquín, desconcertado, le describió a la dama la figura de la pasajera. Ante su asombró la mujer comenzó a llorar. Cuando estuvo más calmada, le explicó que se trataba de su hija, pero que ésta había fallecido hacía un año, a raíz de la muerte de su hermano a quien idolatraba y cuya desaparición no había podido soportar.

Muerto de miedo, Joaquín se retiró, al subir en la calesa, metió la mano en su bolsillo para sacar el billete de doscientos pesos. ¡Cuál no sería su sorpresa cuando se dio cuenta que el famoso billete era una simple hoja de papel blanco!

Sonia Iglesias y Cabrera