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Leyendas Cortas Michoacán

La milagrosa Pila de San Miguel

Pátzcuaro es una hermosa ciudad del estado de Michoacán, antiguo señorío de los huacusecha o purépecha. Es un Pueblo Mágico, que fuera fundado por Curatame por el año de 13000, y convertida en centro religioso por Tariácuri, durante el Período Posclásico. A la llegada de los españoles este magnífico señorío fue conquistado por Cristóbal de Olid y gobernado, más tarde, por Nuño Beltrán de Guzmán.

De la ciudad de Pátzcuaro procede una leyenda que nos cuenta que muy cerca de la casona que se conoce con el nombre de La Casa de los Once Patios, y al término de la Calle de Navarrete, se encuentra una fuente colonial muy bella mandada a construir por don Vasco de Quiroga (1470-1565). Recién acaecida la conquista de Pátzcuaro, los antiguos sacerdotes purépecha, acudían a la tal fuente con el propósito de mojar en sus aguas sus collares de caracoles plenos de sangre de sus clandestinos sacrificios. Poco a poco, el agua de la fuente adquirió un marcado sabor salino.

La Pila de San Miguel en el Pueblo Mágico de Pátzcuaro.La fuente tenía una especie de hornacina en la parte de arriba, como adorno que la embellecía. A la fuente acudían las mujeres indígenas para acarrear agua y solventar sus necesidades. Pero de pronto, empezaron a decir que en la fuente se podía ver al Diablo, hecho que asustaba considerablemente a las mujeres y a los habitantes de la ciudad.

Ante tal calamidad, don Vasco de Quiroga, el primero obispo de Michoacán, -Tata Vasco como le llamaban los indígenas- que vivía y trabajaba en ella, decidió encargar a un pintor indio que colocase en la hornacina la imagen del Arcángel San Miguel.

Ante tan sabia decisión, el Diablo nunca más se presentó a la fuente. Desde entonces se la ha conocido como la Pila de San Miguel, y se afirma que el agua es milagrosa, pues contiene propiedades que ayudan a curar las enfermedades.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

 

 

 

 

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Leyendas Cortas Nuevo León

La enfermera traumada

En la ciudad de Monterrey, Nuevo León se cuenta una leyenda que tiene como protagonista a una enfermera llamada Matilde. Trabajaba la mujer en un hospital muy famoso de la ciudad y formaba parte de las enfermeras encargadas de los enfermos del séptimo piso. Matilde era sobresaliente en su trabajo de cuidar los enfermos a su cargo.

Cierto día en que se encontraba dedicada a sus labores, recibió una terrible noticia. Le avisaron que su esposo y sus dos hijos habían fallecido en un accidente de tráfico cuando se dirigían a su hogar. Como Matilde no había podido hacer nada para salvar la vida de sus familiares por estar ayudando a personas ajenas, agarró odio a todos los pacientes que cuidaba.

Debido al trauma que sufrió, desde entonces todos los enfermos que la enfermera atendía empezaron a morir misteriosamente. Pasado un cierto tiempo, un médico la vio aplicar erróneamente una medicina a un enfermó y se dio cuenta de la causa de tantos pacientes muertos. Al querer detenerla Matilde huyó hasta el cuarto donde se encontraban los implementos de limpieza y se cortó las venas, pues sabía lo que le esperaba si llegaban a apresarla.

A pesar de haberse suicidado, a partir de entonces todos los enfermos que eran destinados al séptimo piso morían irremediablemente, sin importar la enfermedad que padecieran. Nadie se explicaba la causa, pues los médicos los atendían adecuadamente. Lo mismo moría un paciente de cáncer que uno que tuviera una simple laringitis. Antes de morir, todos los enfermos gritaban que veían a una cadavérica enfermera que se acercaba a ellos con el propósito de quitarles la vida. Pero no solamente los enfermos la veían, sino que también los médicos y las otras enfermeras.

Estos terribles hechos motivaron que el séptimo piso del hospital fuese clausurado para siempre. A ese piso nadie acude, nadie puede entrar, pues está maldito por los siglos de los siglos.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Ciudad de México Leyendas Cortas

La asesina de la Colonia Roma

Felícitas Sánchez Aguillón nació en Cerro Azul, Veracruz en el siglo XIX. Tuvo varios apodos, se la conoció como La Espanta Cigüeñas, La Descuartizadora de la Colonia Roma, La Trituradora de Angelitos y La Ogresa de la Colonia Roma. Se trataba de una mujer enfermera y partera que cometió muchísimos asesinatos de infantes en el ejercicio de su profesión. En su casa de la Colonia Roma se dedicaba a practicar abortos clandestinos, a la vez que traficaba con niños.  

Se dice que desde pequeña fue muy mala y perversa; gustaba de asesinar con lujo de crueldad a los perros y los gatos que lograba atrapar. Siempre tuvo muchos problemas con su madre por su extraña conducta. En 1900 se graduó como enfermera en Veracruz y se casó con un hombre de carácter muy débil llamado Carlos Conde, con el que tuvo un par de hijas gemelas, a las cuales vendió, alegando que su estado económico era desastroso.  Felicitas era una repugnante mujer gorda y grosera, siempre enojada y mal encarada. Nadie la quería. 

En 1910, la horrenda Felícitas decidió irse a vivir a la Ciudad de México y separarse de su marido. Alquiló un departamento en la calle de Salamanca Núm. 9, y empezó a ejercer como partera. A dicho departamento acudían mujeres de dinero para atenderse, lo cual resultaba muy extraño para los vecinos, quienes también se habían dado cuenta de que los caños del edificio se tapaban muy frecuentemente. Cuando esto sucedía la fea mujer llamaba a un plomero llamado Roberto Sánchez Salazar, quien destapaba los caños y mantenía la boca cerrada. De su departamento a veces salía un pestilente humo negro que preocupaba a los vecinos. 

Felìcitas, la Asesina de la Colonia Roma

Con los abortos que practicaba empezó a ganar mucho dinero. Su fama se extendió entre las mujeres que querían abortar. Felícitas las sacaba del problema sin importarle cuanto tiempo tuvieran de embarazo. Muchas veces se robaba a los recién abortados cuando ya estaban de muchos meses de gestación, y los vendía a personas que ansiaban tener hijos. En ocasiones las madres recién paridas le vendían a la mujer sus hijos, para que esta a su vez los vendiera a precios altos. En 1910, fue aprendida dos veces, pero salió pagando multas de poca monta.  

Como a veces no lograba vender a los niños, los mataba sin piedad. Con los niños fue muy cruel, pues los torturaba bañándolos con agua fría, dándoles comida podrida o dejándoles sin comer varios días. Cuando se trataba de matarlos, los inmolaba, los ahogaba, o bien los apuñalaba o los envenenaba. Una vez muertos, los descuartizaba, y se deshacía de ellos tirándolos en las coladeras de la calle, en el drenaje del edificio, en la basura, o los quemaba en una caldera. 

Con el dinero que obtuvo de los abortos y el tráfico de niños, puso una miscelánea que se llamó La Quebrada, y estaba situada en la Calle de Guadalajara Núm. 69, la cual también le servía como “clínica” para llevar a cabo sus fechorías. 

En 1941, una alcantarilla del edifico de Salamanca se tapó. El señor Francisco Páez, que tenía una tienda de abarrotes en el primer piso, llamó a un plomero, quien auxiliado por varios albañiles procedió a quitar el piso de la tienda para destapar la cañería. Al levantarlo quedaron petrificados pues encontraron carne humana podrida, algodones con sangre y un cráneo de niño. Inmediatamente se llamó a la policía para que arrestaran a Felícitas. Al entrar al departamento en que vivía, en su cuarto encontraron un altar con velas, agujas, ropa de niño, fotografías de sus víctimas y un cráneo humano. 

Para cuando la policía acudió a la miscelánea, la mujer se había dado a la fuga. Poco después fue apresada y salió libre, por haber comprado o amenazado al juez que dictó su sentencia. Sin embargo, terminó suicidándose con nembutal cuando se dio cuenta que ya no podía seguir “trabajando” en lo suyo. 

 

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Leyendas Cortas Leyendas de Terror Morelos

Un bebé truculento

Cerca de la ciudad de Cuautla en el estado de Morelos, existe la llamada Ex Hacienda de Coahuixtla, la cual fue fundada por frailes dominicos en el año de 1587, misma que hoy se encuentra abandonada, ruinosa y pintarrajeada. En sus buenos tiempos esta hacienda fue muy próspera, y una de las más importantes de la región. En ella laboraba una mujer extraordinariamente hermosa. Por supuesto que los pretendientes no le faltaban; sin embargo, la bella mujer no le prestaba atención a ninguno; bien porque no le gustaran, bien porque no los consideraba a su altura.

Un día que se estaba bañando en el río, se encontró con un hombre que tenía toda la facha de forajido. Iba montado en un hermoso caballo negro de considerable tamaño. Al verla, el jinete se ofreció a llevarla a su casa, pero la dama se negó. Finalmente, ante la insistencia del hombre aceptó y se montó a la grupa del equino.

Al llegar a la hacienda se despidieron y la joven pensó que ahí terminaba toda relación. Sin embargo, el jinete del caballo negro volvió varias veces a buscarla para cortejarla, hasta que logró hacerla su amante. Poco después, la chica quedó embarazada, y el galán puso pies en polvorosa y desapareció.

La abandonada Ex Hacienda de Coahuixtla

Cuando la mujer cumplió seis meses de embarazo, el niño nació. Era un bebé muy listo, diferente a los demás niños, raro. Cuando el muchachito cumplió seis meses de edad, la madre decidió bautizarlo y escogió como madrina a su mejor amiga. Cuando se dirigían a la iglesia donde iba a tener lugar la ceremonia bautismal, la madrina llevaba en brazos al nene. Cuando estaban por cruzar un río el niño habló y dijo: -¡Madrina, ya soy capaz de hablar, incluso tengo dientes, y tengo la intención de matarte! Dicho lo cual dio un brinco, saltó al río, se metió en una piedra y desapareció.

Este extraño personaje se trataba nada menos que del hijo del Diablo. Todos sabían en la región que el pequeño Diablito se aparecía en la hacienda, hacía travesura y media, asustaba a los trabajadores, e incluso mataba a las personas que pasaban junto a él.

En estos tiempos, el Diablito maligno vive escondido en los túneles de la antigua hacienda, y sale para efectuar sus fechorías por las noches y aun a pleno día. En ocasiones se pone a llorar con su llanto de bebé por los caminos de la región; cuando alguien le encuentra y lo levanta en brazos para llevarlo a algún hospital o a la policía, el Diablito lo muerde con sus dientes, lo cual ocasiona mucho daño, ya que cuenta con varias hileras de ellos. Una vez que mordió a la persona elegida, con voz ronca e impropia de un nene, dice una sarta de groserías, amenazas y maldiciones. Es un ser terrible y maligno que nadie desea encontrarse.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

 

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Colima Leyendas Cortas

El cura embromado

Una leyenda de Colima, nos cuenta que en el poblado de Suchitlán vivía un brujo-nahual muy famoso y poderoso que tenía la capacidad de convertirse en cualquier animal para ejercer el bien o el mal. Con él acudían las personas que se encontraban enfermas tanto físicamente como del alma, pues de todos era conocida su eficacia.

Un día llegó al pueblo un sacerdote que se enteró de la existencia de dicho brujo. Estaba muy molesto porque consideraba que las artes del hechicero eran cosas demoníacas, y que los habitantes del poblado no debían apartarse de las creencias católicas de ninguna manera. Pero a pesar de los discursos del sacerdote, la gente siguió consultando al chamán a quien le tenían mucha confianza.

Tal desobediencia causó el enojo del religioso, quien decidió acudir al brujo para hablar con él. El chamán ya lo estaba esperando, su poder de adivinación se lo había comunicado. Cuando entró en su casa el religioso quedó sorprendido ante la cantidad de implementos que utilizaba el brujo para sus curaciones. En el cuarto había hierbas de todas clases, pieles de animales, altares, velas de todos colores, ídolos de barro y muchas cosas más que le eran de gran utilidad para ejercer su hechicería.

El brujo invitó al cura a sentarse, éste aceptó de mala manera y le exigió que dejara de engañar al pueblo con sus creencias diabólicas, y con sus mentiras engañosas. El chamán escuchaba con paciencia muy tranquilo y con una media sonrisa socarrona las palabras que brotaban en torrente de la boca del curita.

Terminada su perorata, el furioso sacerdote decidió irse, pero cuando intentó pararse no pudo hacerlo ¡Se encontraba como pegado en la silla! Mientras tanto el brujo le pedía que se fuera sarcásticamente, pero el pobre sacerdote no conseguiá levantarse por más esfuerzos que hacía. Cuando el chamán consideró que ya se había burlado lo suficiente del cura, realizó una extraña y secreta seña con la mano, dijo unas palabras mágicas, y el curita ya pudo desprenderse de la silla. Inmediatamente y muy asustado, pegó la carrera y salió de la casa.

No paró de correr sino hasta que llegó a la iglesia. Llegó al altar y, pálido y desencajado, empezó a rezar ante la imagen del Cristo que le miraba. Después de lo ocurrido, cesaron las críticas del cura, y dejó que el brujo de Suchitlán ejerciera su magia en beneficio de los habitantes del pueblo.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas Michoacán

Un fraile muy bromista

Esta leyenda dio inicio debido a los hechos ocurridos en el Convento del Carmen de la Ciudad de Morelia, Michoacán. En ella se nos cuenta que en tal convento se encontraba como novicio un joven llamado Jacinto de San Ángel. Gustaba el chico de gastar bromas a sus compañeros. Siempre estaba de buen humor y dispuesto a embromar a cualquiera. Su carácter bromista le había causado problemas, pues recibía muchos castigos de sus superiores, aun cuando su vocación religiosa era innegable.

Cierto día, fray Elías de Santa Teresa se enfermó gravemente. Un sacerdote lo ungió con los santos óleos y al poco rato el religioso murió. Sus compañeros, llorando y rezando, lo colocaron en un ataúd en la Sala de Profundis, lugar en donde se acostumbraba llevar a cabo los velorios.

El ex Convento del Carmen en Morelia

Al terminar la ceremonia velatoria el padre superior ordenó a fray Jacinto de Ángel y a fray Juan de la Cruz, que se quedasen en la sala acompañando al difunto, y les permitió que tomaran una taza con chocolate en el lugar. Pero como fray Juan tenía miedo de estar con el muerto, decidió ir a la cocina a traer sus espumosas bebidas.

Cuando su compañero se alejó, fray Jacinto sacó del ataúd al difunto y le sentó en la silla que había ocupado él mismo. En seguida, se metió al féretro simulando ser el muerto. Cuando regresó fray Juan con los jarros de chocolate, le dio una a fray Jacinto y se dio cuenta que se trataba del muerto. El pobre fraile, despavorido, salió gritando de la sala. El bromista corrió tras de él para evitar que los demás se dieran cuenta de la broma y que el padre superior lo corriera del convento cansado de sus travesuras. En ese momento, mientras se escuchaban los gritos de ¡Fray Juan, fray Juan regrese por favor! que fray Jacinto lanzaba, el verdadero muerto se levantó, tomó un candelero con un cirio encendido y se puso a correr detrás de los dos frailes. Al darse cuenta los religiosos de que eran perseguidos por un muerto, ambos se tiraron de la ventana. Pero antes de que fray Jacinto se pudiese  arrojar, el muerto le apagó el cirio en el cuello.

Al siguiente día, los hermanos del convento vieron sobre la ventana el cadáver de fray Elías de Santa Teresa con un candelero en la mano y…  ¡el cuerpo de fray Jacinto con la garganta completamente quemada!

Sonia Iglesias y Cabrera

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Guanajuato Leyendas Cortas

Los Carcamanes y la Mancornadora

En el siglo XIX llegaron a la Ciudad de Guanajuato dos hermanos procedentes de Europa. cuyo apellido era Karkaman. Ambos se dedicaban al comercio con gran éxito. Decidieron habitar el entresuelo de una casona de tres pisos que aún se encuentra en la Plazuela de San José, cercana a la iglesia del mismo nombre.

Todo iba bien, los hermanos se encontraban en buena situación económica por sus negocios que les producían buenas ganancias y habían sabido ganarse el aprecio de sus vecinos. Una cierta mañana del mes de junio de 1803, el barrio sufrió una fuerte conmoción. Todos los habitantes estaban azorados, pues se habían enterado de que los dos hermanos estaban muertos, los famosos hermanos Carcamanes, como eran conocidos por el pueblo.

Los cadáveres de Arturo y Nicolás, como se les llamaba, habían sido encontrados por la sirvienta que llegó por la mañana temprano para dar comienzo a sus faenas. La puerta de entrada se encontraba abierta, lo cual extraño a la sirvienta. Se dio aviso a las autoridades, las cuales pensaron que se trataba de un robo. Pero no era así, pues además, en el piso superior de la casa, se encontró el cuerpo sin vida de una bella dama.

Un rincón de la bella Ciudad de Guanajuato

Más adelante se supo la terrible verdad. En la misma casona, pero en otro piso, vivía una joven que llamaba la atención por su increíble belleza. Alta, rubia, delgada y de ojos color violeta no pasó inadvertida por los hermanos. Los Carcamanes acabaron enamorados de ella a poco de haberla conocido. Ninguno de los dos estaba enterado del amor que cada uno le profesaba a la joven. Sin embargo, en un momento dado Arturo se enteró de que Nicolás amaba a la bella criatura y sostenía con ella relaciones amorosas al mismo tiempo que la damisela se entregaba a él.

Lleno de cólera y de desbordantes celos, Arturo esperó, pacientemente, en la sala la llegada de su hermano Nicolás. Al verlo entrar, le reclamó sus relaciones ocultas con la muchacha. Nicolás airado, le dijo que eso no era de su incumbencia. La discusión se caldeó, y llegaron a los golpes. Arturo sacó una daga y se la clavó a su hermano quien falleció en el acto. Se encontraba muy mal herido, pues en la pelea había caído golpeándose en la cabeza con el filo de la esquina de una mesa. Pero a pesar de encontrase en mal estado, sacó fuerza de flaqueza y se dirigió a donde se encontraba la coqueta muchacha. Ella aún permanecía en su cama. Arturo entró en su recámara y le clavó un puñal al tiempo que le reclamaba su infidelidad. Hecho lo cual, regresó a su casa, y en la sala, junto a su hermano se dio muerte con el mismo puñal con el que matara a su amada.

Las autoridades decidieron que el cuerpo de Nicolás se enterrase en el cementerio del templo de San Francisco, y el de su hermano Arturo fuera sepultado en el Panteón de San Sebastián.

Desde entonces, los fantasmas de los hermanos Carcamanes caminan por las noches por la casona y por la Plazuela de San José, lamentando la mala suerte de haberse enamorado de una infame y mancornadora mujer.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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Leyendas Cortas Nuevo León

La Virgen y el Roble

Cuenta una leyenda de Monterrey, Nuevo León, que una vez una pequeña niña se encontraba en el campo con su rebaño de ovejas, las observaba y disfrutaba de la belleza del entorno. Se encontraba muy entretenida cuando, de pronto, escuchó una dulce voz que la llamaba: -¡Rosita, Rosita! Intrigada, la niña se dirigió a donde había un pequeño bosque y vio que un hermoso roble tenía en una especie de nicho natural a la estatua de una Virgen. De la aparición emanaba un delicioso aroma a flores, y estaba cubierta de un divino resplandor. Era una maravilla.

Una vez pasada su sorpresa, la pequeña salió corriendo hasta su casa para comunicarles a sus padres lo que había visto. Los tres acudieron al bosque a ver al roble. Cuando vieron a la maravillosa Virgen en el tronco los padres acudieron a la iglesia del pueblo para contarle al sacerdote el prodigio que habían presenciado. El cura dio aviso a otros feligreses y todos acudieron al bosque donde se encontraba la madre de dios. Decidieron trasladarla a la parroquia y colocarla en un altar.

La Virgen y la pastorcita

Al siguiente día, muy tempranito, los fieles, llenos de fervor religioso, y el señor cura acudieron llenos de fe a ver a la Virgen. Pero, ¡Oh, sorpresa! La estatua no se encontraba en el sitio en donde la habían colocado. Ofuscados por la desaparición corriendo se encaminaron hacia el bosque donde se encontraba el roble. Y efectivamente, ahí estaba la Virgen en el mismo lugar donde la habían encontrado. En seguida se percataron de que el manto y las sandalias de la divina mujer estaban llenos de lodo y zacate del camino, lo cual indicaba que la mujer había regresado al tronco de roble a pie caminando por el bosque.

Regresaron cargando a la Virgen para volver a colocarla en su altar en la parroquia. Pero volvió a suceder lo mismo: la sagrada estatua se bajaba del altar y regresaba al bosque para colocarse en el roble. Este hecho pasó como cinco veces, hasta que el cura comprendió que la Virgen trataba de indicarles que quería que se le construyese una iglesia en el sitio en el cual se aparecía.

Así se hizo, y con el apoyo de todo el pueblo se le erigió un lugar propio al que llamaron la iglesia de Nuestra Señora del Reino del Roble. Se trataba de una iglesia pequeña, casi una ermita, pero que con el tiempo se fue haciendo mayor y en la actualidad se la conoce como el Santuario de Nuestra Señora del Roble, mismo que se encuentra situado en la ciudad de Monterrey, donde se celebra su fiesta patronal el 18 de diciembre y su Coronación Pontificia el 31 de mayo.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Estado de México Leyendas Cortas

¡El agua no lo mojaba!

Fray Agustín de San José nació en el año de 1700 en la Provincia de Ávila, en Castilla La Vieja, España. Fue un religioso ejemplar, que entró en el convento desde muy joven, casi un niño, a los diez y seis años, renunciando para siempre a la vida fácil y placentera que llevaba en su hogar, donde la fortuna de su padre era inmensa y donde se gozaba de una buena vida. Devoto y silencioso era apreciado por sus colegas, quienes le admiraban y le respetaban. Todos los fieles deseaban confesarse con él, pues sabían que era tolerante y comprensivo con los defectos humanos, sin dejar de ser disciplinario.

En cierta ocasión fue enviado a la Nueva España, en donde  fue asignado un convento en la Ciudad de Toluca, donde fue igualmente apreciado por los fieles que acudían a su iglesia a oír misa y a confesarse, y por sus nuevos colegas. Una noche en que caía una tremenda tormenta, una persona acudió al curato para pedirle que fuese al poblado de Lerma, que quedaba relativamente cerca de Toluca, a confesar a un cristiano que se hallaba en agonía. Fray Agustín no lo pensó ni un solo momento y se aprestó para acudir con el moribundo.

El fraile que no se mojaba

Fray Agustín de San José echó a andar por esos caminos de dios, cuando de repente se cruzó con el médico que se dirigía a visitar al mismo hombre que debía confesar el sacerdote. Al ver que el religioso caminaba bajo ese torrencial aguacero, le invitó a subir a su carreta para llevarlo hasta Lerma. Sin embargo, el fraile no aceptó, agradeció el ofrecimiento y siguió su marcha. En seguida, el médico se dio cuenta que a pesar de la tormenta que no paraba y más parecía que se incrementaba, el religioso llevaba la túnica completamente seca, al igual que su cara, manos y pies. ¡El agua no lo mojaba!

Ambos continuaron su camino: el médico en su carreta y el fraile a pie. El doctor se encontraba completamente azorado, pues no se explicaba cómo era que su compañero de camino estuviese completamente seco. Cuando llegaron a la casa del desahuciado, la esposa y los familiares se asombraron al ver llegar a fray Agustín sin una gota de agua sobre su ropa ni su cuerpo.

Cumplida su tarea, el sacerdote regresó a Toluca donde siguió ejerciendo su piadosa misión, incluso cuando ya se encontraba lleno de achaques debido a su avanzada edad, achaques de los que no se curaba, pues se sometía a terribles ayunos que había contribuido a mellar su salud.

Este santo padre, que no se mojaba, murió el 3 de enero de 1778 en la ciudad de Toluca, donde aún se sigue hablando de este extraordinario caso.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas Leyendas Mayas Yucatan

El Tapacaminos y el Quetzal

Existe una leyenda muy curiosa que proviene del estado de Yucatán. Tiene como personaje central a una ave conocida con el nombre de Tapacaminos. Este pájaro es de color pardo con manchas blancas y negras en sus plumas que son cortas. Es de tamaño pequeño y casi no pueden caminar, pues sus patas se encuentran un tanto atrofiadas. Con las plumas que tiene al lado del pico caza los insectos que le sirven como alimento. Sus grandes ojos le permiten ver perfectamente por la noche. En el día se oculta en los árboles. Al volar no hace ruido, lo que le impide a sus presas huir. Es un animal bastante feo al que le gusta ponerse en las carreteras a la espera de los automóviles y camiones. Cuando el vehículo está a punto de atropellarlo, el Tapacaminos emprende el vuelo prestamente evitando ser apachurrado.

El Tapacaminos actual

Esta ave tan especial cuenta con una leyenda que a continuación relatamos. Un cierto día el gran tlatoani de la zona maya quiso averiguar quién era el rey de las aves. Para tal efecto ordenó a sus subordinados que organizaran un concurso en el que participaran todas las aves que se creyeran, o lo fuesen, hermosas, talentosas e inteligentes.

Entre las bellas aves que habitaban en la región se encontraba una que era especialmente fea, y considerada por las demás como desagradable y de mala entraña. Había otra ave que era todo lo contrario: de bellas plumas de magníficos y deslumbrantes colores, buena como un sol, inteligente y muy talentosa para volar, era el original Tapacaminos. La pobre ave fea fue a visitarlo, y le pidió que le prestase su encantador plumaje para poder participar en el concurso. Le juró que se lo devolvería en cuanto éste terminara. La hermosa ave, como era muy buena, no dudó en prestarle sus plumas a la fea.

El día del concurso, el feo pajarraco, engalanado como las plumas ajenas, se presentó muy oronda y exhibió su estupendo plumaje, y dijo que su nombre era Quetzal. Ante tal maravilla los jueces no dudaron en otorgarle el primero en belleza y darle el correspondiente premio. Al verse tan hermosa, el ave fea decidió que no le devolvería el plumaje a la otra. Y se fue huyendo muy quitada de la pena. El Tapacaminos, la buscó por todas partes para exigirle que le devolviese sus coloridas plumas, pero nunca la encontró. Por eso es que cuando el actual Tapacaminos encuentra a alguna persona o animal, siempre pregunta: -¿No has visto al Quetzal! Con la esperanza de poder recuperar su belleza que perdió por ingenua y buena.

Sonia Iglesias y Cabrera