De Ana María Josefa Ramona Huarte Muñoz Sánchez de Tagle, guapa, joven, morena, y rellenita, se enamoró de José Joaquín de Iturbide, sin llegar a pensar que, algún día, por azares del muy caprichoso destino, llegaría a ser emperatriz, no sólo de Valladolid, sino de todo México. Se conocieron ambos en la Plaza de las Rosas, en donde se situaba un colegio destinado a las familias de abolengo de Valladolid. Los días sábado, las niñas ricas que asistían al dicho colegio, acostumbraban pasearse por un balcón que corría a todo lo largo de la planta baja, a fin de que los jóvenes adinerados y garbosos pudieran admirarlas en todo su esplendor. Entre estos jóvenes se encontraba Agustín de Iturbide, vestido de uniforme azul, que acudía, puntualmente, para admirar a Ana María de la cual se encontraba perdidamente enamorado.
Ana María fue hija del poderoso Isidro Huarte, intendente y destacado insurgente de Michoacán; además de ser la nieta del Marqués de Altamira, por lo tanto era una niña casi noble. Cuando la muy enamorada pareja decidió casarse, ella tenía tan sólo diecinueve años, Agustín contaba con veintidós. El acto eclesiástico tuvo lugar en la catedral, el 27 de febrero de 1805. Como era costumbre, la novia fue dotada con cien mil pesos, cantidad que para la época era formidable. Con parte de ella, los recién casados compraron una hacienda allá por Maravatío, donde iniciaron sus primeras experiencias matrimoniales.
El nombre completo del novio era Agustín Cosme Damián de Iturbide y Aramburu, nacido el 27 de septiembre de 1783. Provenía de una familia de raíces navarras, cuya estirpe dio inicio en el siglo XIII, a la cual el rey Juan II de Aragón otorgó el título de nobleza. Don José Joaquín de Iturbide, nacido en 1739, emigró a la Nueva España en el año de 1766, con el fin de “hacer la América”, es decir, de conseguir la fortuna que ameritaban sus blasones. Decidió radicar en Valladolid de Michoacán, y ya para 1786, era miembro del Consulado Municipal, y había adquirido una hacienda en Quirio. Entonces, decidió casarse con doña Josefa de Aramburu y Carrillo de Figueroa. Tuvieron cinco hijos todos murieron, menos Agustín que se convirtió en el heredero de la familia. Fue educado siguiendo las más estrictas costumbres españolas. Estudió en Valladolid y, a la edad de quince años su padre lo mandó a administrar a hacienda de Quirio. No puso acostumbrase a la vida campirana, y en 1797 fue nombrado subteniente, después de estudiar en el Colegio de San Nicolás y en la Academia de Oficiales. Siendo oficial del ejército español, luchó contra los insurgentes, y tuvo que huir a la Ciudad de México, a raíz de la toma de Valladolid en 1810. Acusado de malversaciones por los oficiales del ejército y vencido en la batalla de Cóporo por Ignacio López Rayón, el virrey Félix María Calleja del Rey lo destituyó de su cargo militar. Agustín se refugió en su hacienda y, poco después se fue a la Ciudad de México. Después de muchos avatares revolucionarios que todos conocemos, y de la participación de Iturbide contra los insurgentes, sus alianzas, sus traiciones y su participación en la insurgencia al mando del ejército Trigarante, el 21 de julio de 1822, nuestro personaje fue nombrado Agustín I –“Por la divina Providencia y por el congreso de la nación”-, para perder su cargo de emperador el 22 de marzo de 1823, y partir al exilio rumbo a Europa. Dice la conseja popular que, en el apogeo de su gloria, unas monjas idearon en su honor los famosísimos chiles en nogada, logrando con sus ingredientes formar la bandera mexicana
Durante sus años al servicio de los virreyes, Agustín logró bastante fama, mientras su esposa, abnegada y fiel, tenía un hijo tras otro. Poco después, cuando el congreso decretó, el 22 de junio, que la corona fuera hereditaria se coronó como emperatriz a Ana María en la misma ceremonia en que Agustín de Iturbide nos convirtió en “imperio”. Heredaría el trono el primogénito, con el título de príncipe imperial, y los demás hijos que hubiere Ana María, serían príncipes a secas. El padre de Iturbide también tuvo derecho al título de príncipe de la Unión y su hermana Nicolasa se convirtió en la princesa de Iturbide. A ambos se les debería dar el título de altezas.
Ana María se convirtió en emperatriz en la Catedral de México, que lucía resplandeciente. El obispo de Guadalajara, junto con el de Oaxaca y Durango llevaron al cabo el rito de la unción, mientras que el presidente del Congreso colocó la corona imperial en la cabeza de Agustín quien, a su vez, coronó a Ana Maria; una vez sentada en el trono escuchó al prelado decir en voz muy alta: -¡Vivat Imperator in aeternum!, y la respuesta de los asistentes: -¡Vivan el emperador y la emperatriz! Después, Ana y su marido se fueron al palacio de los virreyes, desde cuyo balcón saludaron al pueblo. Para la ocasión se acuñaron monedas en las que se podía leer por un lado “Agustín y Ana en su Feliz Exaltación al Trono Imperial de México”, y por el otro, “La Patria lo lleva al Trono”. Mientras reinó, Ana María vivió en una majestuosa casa de estilo barroco situada en la calle de Plateros, actualmente Madero.
Pero las cosas no resultaron bien e Iturbide fue derrocada. Ana María, junto con su familia compuesta de nueve hijos y un ex emperador se tuvo que marchar a Italia. Un año después de haber dejado su país, el 11 de mayo de 1824, la familia regresó a México. A poco de llegar, Ana perdió a su marido quien fue fusilado en Padilla, Tamaulipas. Poco tiempo después, pensando ya en su muerte, Ana adquirió una cripta en el cementerio de la iglesia de San Juan Evangelista en el año de 1849. Doce años después moría de hidropesía, un 21 de marzo de 1861.
Sonia Iglesias y Cabrera