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Los hombres de maíz

Algunos testimonios nahuas que retoman la mitología teotihuacana cuentan que una vez creada la Tierra, y después de haber pasado por varias etapas creativas, se le encomendó a Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, la creación de los seres humanos que poblarían al mundo en el Quinto Sol; es decir en la quinta era.

Para ello, el dios descendió al Inframundo, al Mictlan, en busca de los huesos que habían dejado las antiguas y desaparecidas generaciones de hombres que habían vivido en las cuatro eras anteriores. Después de mucho disputarse los huesos ya que Mictlantecuhtli, el Dios del Mictlan, se oponía que a Quetzalcóatl se los llevase, éste acabó por obtenerlos  y emprendió su salida del Inframundo. Pero Mictlantecuhtli, no conforme con ello, hizo un hoyo en el que el dios cayó, con la consecuencia de que los huesos se rompieron al caer. Desesperado, el dios juntó los huesos y se dirigió a Tamoanchan, lugar donde se encontraban los dioses creadores.

Quetzalcóatl le entregó los huesos a la diosa Quilaztli (o Cihuacóatl), quien los molió y les dio vida al mezclarlos con masa de maíz que llevaba la vitalidad necesaria para dar vida. En seguida, el dios roció la masa divina con sangre de su pene, y aparecieron los pobladores del Quinto Sol en una cueva que comunicaba con el interior de la Tierra, localizada debajo de la Pirámide del Sol. Así dio inicio Nahui Ollin, Cuatro Movimiento destinada a desaparecer a causa de un terrible temblor de la Tierra.

Otros datos históricos

El lugar donde fueron creados los dioses, nombre que le otorgaron los mexicas a este increíble sitio llamado Teotihuacan, pues su verdadero nombre nos es desconocido, fue el centro urbano más grande de Mesoamérica durante el Período Clásico (200d.C. a 900 d.C.). Teotihuacan se encuentra situado al noreste del Valle de México, cerca del desaparecido Lago de Texcoco.

Teotihuacan fue la primera ciudad del Altiplano, cuyo trazo fue medido siguiendo el rumbo del Sol. Para el año 400 era la mayor de las ciudades: media veinte kilómetros cuadrados y contaba con 100,000 habitantes. Fue el poderoso Estado que dominó la parte central de Mesoamérica durante seis siglos, para acabar completamente arrasada hacia el año 650, consumiéndose los registros y libros testimoniales que pudieron habernos contado su historia y cultura. De la cosmovisión teotihuacana saldrá el modelo cosmogónico que será la base para muchas otras culturas mesoamericanQuilaztlias, y aun de las que subsisten en nuestros días, herederas de esta excepcional cultura teotihuacana.

 

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El pequeño Cristo se convierte en Sol.

Cuentan los abuelos hña hñu, “los que hablan la lengua nasal”, del Valle del Mezquital, Hidalgo, que hace muchos miles de años el mundo era absolutamente diferente al que conocemos ahora. El Sol no existía, las personas no conocían el maíz ni el agua, y vivían diseminados por los montes junto con los animales, pues los pueblos tampoco existían. Zithú, el Diablo, “el devorador de nombre” y amo de la castración, era el rey de todo lo existente, era el propietario. En ese entonces Cristo, diosito el hijo de Dios, era muy pequeñito, era un niño al que habían puesto por nombre Ója. El Niño Dios estaba muy solito y triste, sentadito en una sillita de madera. Estaba triste porque el Diablo y toda su pandilla de seres malévolos, lo quería matar. Ója iba de casa en casa pidiendo a la gente que le diera refugio y lo salvaran de ser asesinado por Zithú. Sin embargo, todo fue inútil, la pandilla del Diablo lo encontró y le disparó flechas que lo pusieron a la muerte. Como estaba todo malherido pero no muerto, el Diablo le ordenó al Gallo que lo vigilara para que no se fuera a escapar. Pero el Gallo decidió que no era justo lo que le hacían al Niño Dios, y dejó que escapara y se subiera a un árbol que lo condujo hasta el Cielo. Cuando habían pasado cuatro días, el Gallo cantó, pero Cristo ya estaba al lado de su papá, y los diablos  no pudieron hacer nada para recuperarlo.

Mito de mexico - conversion a sol

Cuando Cristo subió al lado de su padre, el Dios todopoderoso, se convirtió en el Sol, en Hyádi. Al subir al árbol, como Ója estaba herido, de sus heridas brotaron treinta y seis gotas de sangre; diez y seis se convirtieron en hermosos granos de maíz, y las otras diez y seis dieron lugar al agua: a los ríos, las lagunas y los pozos que serían inagotables y estarían marcados con una cruz. Además, el Buen Dios dejó diez y seis huevinas de pescado que se transformaron en grandes manantiales. Las huevinas  deseaban que nunca se secara el agua. Eso fue lo que le dijeron a Xúmfo Déhe, la Sirena, Señora del Agua, engalanada con aretes y collares de gotas de agua y lucidora de un hermoso vestido color de humedad, que se encargó de preguntarles qué era lo que querían que sucediera con ellas, con la huevinas. El cerro Toho, fue el encargado de proporcionar el agua necesaria para que no se secaran, ya que como todos sabemos el agua pertenece al cerro y siempre será de él, aunque fuese la Sirena la encargada de proporcionársela a la huevinas de pescado.

Así fue cómo surgieron el señor Sol y el agua bondadosa, Déhe, que gozan los pueblos otomíes. El Sol  recorre desde entonces los espacios del Cielo y el Inframundo, territorio subterráneo donde viven los muertos. El Sol sale de Oriente, de las aguas marinas chorreando gotas, efectúa su recorrido, y regresa al agua por el Poniente, pues como todos sabemos el mundo está rodeado de agua.  El Sol gira iluminando los tres niveles celestiales superiores, y el nivel donde moran los seres humanos.

El mismo Sol, cuando recibe el agua que le llega en forma de nubes vapor, juega con ellas y las emplea para cocinar sus alimentos, mientras que la sagrada agua-nube canta su canción favorita:
Yo soy la nube, soy la tormenta y recorro el mundo porque dios me ha dado el
Poder para que todos mis hijos se beneficien de mí.
¿Quién puede darles a ustedes agua cuando tienen sed sino yo?
¿Quién hace brotar el agua, nacer las plantas sino yo?
Tengo mis hijos que sufren sobre sus tierras, sobre sus parcelas,
No se perderán gracias a mí.
Porque soy la que refresca, soy la tormenta fresca
.

He aquí como el Niño Dios se convirtió en el Sol.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Los Trece Cielos

Hubo una vez Trece Cielos que se formaron de la cabeza de Cipactli, el Cocodrilo Sagrado, monstruo marino mitad pez y mitad cocodrilo. Los dioses así lo quisieron cuando decidieron crear los niveles verticales del universo: El Inframundo, la Tierra, y el Cielo. Son trece los cielos en que habitan los dioses, a saber:

El Ilhuícatl Meztli, El Cielo Donde Está La Luna, es el primer nivel celestial, donde llegan las nubes y la Luna;  morada del Tlazoltéotl, diosa de la lujuria, el sexo y el adulterio; de Meztli, la Luna, de Ehécatl, el divino dios del viento, y de Tláloc, señor de la aguas y de los terremotos.

En el Ilhuícatl Tetlalíloc, El Cielo Donde Está El Espacio, segundo nivel universal, las estrellas se mueven y las constelaciones siguen su rumbo. Es el dominio sagrado de Citlalicue, señora de las estrellas hembras, creadora de la Vía Láctea, y de su consorte Citlaltónac, señor de las estrellas varones. Esta divina pareja tiene a su cargo a las estrellas Centzon Mimixcoa, a las Centzon Huitznáhuac, y a las constelaciones Citlaxonecuilli (Osa Mayor; Citlaltachtli, (Gémenis); Citlalcólotl, (Escorpión); Citlalozomahtli (Osa Menor); Citalhuitzitzilin (Columba y Lepus); Citlalmiquiztli (Sagitario y Corona Australis); Citalxonecuilli, (Auriga y Perseo ); Citlaltécpatl (Picis Austtrinus y Grulla); Citlalcuetzpalli, (Andrómeda y Pegaso); Citlalolli, (Leo); Citlalmázatl, (Eridanus y Fronax); y Tianquiztli, (Pléyades).

El tercer nivel, el Ilhuícatl Tonatiuh, Donde Se Mueve El Sol, se sitúa en el Occidente, hacia donde el sol camina para perderse en el Mictlan, el Inframundo. Ahí reina el dios amarillo: Tonatiuh, nuestro señor el Sol.

Al llegar al cuarto nivel, llamado Ilhuícatl Huitztlan, El Cielo De La Estrella Grande, puede verse salir a Tlahuizcalpantecuhtli  de su morada para dar aviso de que llega Tonatiuh, el regidor del Este.
Citlalicue, la Vía Láctea,  y Citlaltónac, la pareja sagrada que comanda a las estrellas, reina en el Ilhuícatl Mamaloaco, Cielo Que Se Hunde, quinto nivel en donde se trasladan las estrellas errantes y los cometas.

Tezcatlipoca, dios de lo invisible, de la Osa mayor, y regidor del Norte, habita en El Cielo Donde Está Lo Negro, el Ilhuícatl Yayauhco, el lugar donde nace y se va extendiendo la noche.

Huitzilopochtli, señor de la voluntad y el sol, guerrero consumado regidor del Sur, vive en el Ilhuícatl Xoxoauhco, en el Cielo Donde Está lo Azul, séptimo nivel, donde el Sol aparece en el amanecer.

Mictlantecuhtli y Mictancíhual, la pareja mortal, los señores del Inframundo, habitan este lugar de tempestades, donde nace la oscuridad, nombrado Ilhuícatl Nanatzcáyan, El Lugar Donde Rechinan Los Cuchillos de Obsidiana. Octavo lugar de universo celeste.

En la Región del Blanco, el Ilhuícatl Teoiztac, noveno estadio divino, está  Quetzalcóatl, dios de vida, sabiduría y conocimiento, el regidor del Este; le acompañaban los tzitzimime, los terribles espíritus celestes que se divierten atacando al Sol al amanecer y al anochecer, e intentan destruir al mundo.
En la región amarilla del Oriente, el Ilhuícatl Teocozáuhco, décimo nivel celestial, reina Tonatiuh, y de ahí partía para dirigirse hacia el Occidente y cruzar el Mictlan.

Xiuhtecuhtli, nuestro dios del fuego, señor de la hierba, mora como amo y señor, con su rostro amarillo y envejecido, en el décimo primer nivel, el llamado Ilhuícatl Teotlatláuhco, la región  roja, el cielo rojo con rayos de luz para recordar que la primera creación del mundo fue el fuego terrenal. Le hacen compañía al buen dios Chantico, su esposa, reina de los fuegos del corazón y del hogar, responsable de la maduración de las niñas enanas. Junto a la pareja divina estan los Xiuhtotontli, los dioses del fuego: del blanco, Xiuhiztacuhqui; del rojo, Xiuhtlatlauhqui; del amarillo, Xiuhcozauhqui; y del azul, Xiuhxoxoauhqui.

En Donde Moran Los Dioses, el Ilhuícatl Teteocan,  se encuentran los dioses creadores, los Tezcatlipocas, lugar por excelencia  donde los dioses nacen, renacen y se transforman. En el Norte, Tezcatlipoca, el Espejo que Humea, Señor del Cielo y de la Tierra; en el Este, Xipetótec, El Desollado, la parte masculina del universo; en el Oeste Quetzalcóatl, la Serpiente Emplumada, la deidad principal; y en el sur, Huitzilopochtli, Colibrí Zurdo, el dios más adorado de los mexicas, asociado con el Sol. Décimo Segundo Cielo.

Finalmente, en el décimo Tercer Cielo, el Ilhuícatl Omeyocan, Lugar de la Dualidad, el más alto de los cielos, reside  la pareja creadora: Ometecuhtli, regidor del ciclo de vida, dios de lo inerte y lo inherente; y Omecíhuatl, diosa del sustento y la furtividad.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Ehecatl, dios del viento

Si Ehécatl no hubiese soplado sobre el Sol y la Luna durante la creación del Quinto Sol, los astros se hubiesen quedado fijos, pues con su aliento fue capaz de otorgarles el  sagrado movimiento, el Ollin. León Portilla nos dice: Sol y luna permanecen estáticos. El viento zumba, ventea reclamante y pone al sol en movimiento, que avanza, se desplaza con rítmica luz, cruza su camino y se guarda en su casa. Sopla de nuevo el viento y la luna comienza su andar. De esta manera se sucede el uno al otro y así salen en diversos tiempos, el sol en su camino diurno y la luna en la noche alumbran en ella.

Ehécatl, un día se enamoró de una hermosa joven llamada Mayahuel, pero como ella no sabía amar, Ehécatl decidió dar a todos los hombres la capacidad de enamorarse, y por extensión a Mayahuel, la diosa del maguey y de la borrachera. Enamorados los dos, simbolizaron su amor por medio de un maravilloso árbol, que se encuentra en el mismo lugar en que Ehécatl llegó a la Tierra. Ehécatl era guapo, aunque no lucía su belleza porque solía usar una máscara en forma de pico que le cubría la boca, y a veces hasta usaba dos máscaras que le servían para limpiar el camino a Tláloc, el dios de la lluvia, y a los tlaloques, sus ayudantes, pues Ehécatl siempre presidía a la lluvia. Algunas veces le gustaba presentarse con la máscara de la muerte y un cráneo enorme y desnudo, con la boca alargada para mejor soplar el viento. Gustaba de ponerse un caracol cortado en el pecho, el Joyel del Viento, que solía tocar  produciendo el sonido del viento; llevaba orejeras de epcololli (concha torcida), y una sarta de caracoles. Fray Diego Durán, el cronista, refiere:
El ornato deste ydolo era que en la cauveca tenía una mitra de papel puntiaguda pintada de negro y blanco y colorado, De esta mitra colgaban atrás vnas tiras largas pintadas con unos rapacejos al cavo que se tenían á las espaldas… Tenía una manta toda de pluma muy labrada de negro y colorado y blanco á la mesma hechura quel joyel como una ala de maripossa. Tenía un suntuosso braguero con las mesmas colores y hechura que le daua debajo de las rodillas. En las piernas tenía unas calcetas de oro y en los pies unas sandalias calcadas.

Si el viento soplaba por el Este, lugar en donde se encontraba el Tlalocan, Ehécatl adoptaba el nombre de Tlalocáyotl; si por el Norte, por el Mictlan, se hacía llamar Mictlanpachécatl; pero si el viento soplaba por el Oeste, por donde moran las mujeres muertas en parto, su nombre era Cihuatecáyotl; en cambio, si el viento procedía del Sur, se hacía llamar Huitztlampaehécatl.

Como a nuestro dios le gustaba ser venerado, tenía un templo que se localizaba en la ahora  calle de Guatemala, por el número 16, en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Se trataba de un templo circular, situado frente al Templo Mayor de Tenochtitlan, de techo cónico almenado, miraba hacia el Este lo que debía haber producido asombrosos juegos de luz al pasar entre los dos adoratorios del Templo Mayor. A la entrada había dos fauces de serpientes, no olvidemos que una de las advocaciones del dios es Ehécatl-Quetzalcóatl, grandes ollas y demás elementos de ornato.

La fiesta a Ehécatl se celebraba el 3 de febrero. Un esclavo joven, que no tuviese ningún defecto, durante cuarenta días antes de la celebración debía pasearse por toda la ciudad de Tenochtitlan vestido con los atuendos del dios. Por las noches, se le encerraba en un cuarto celosamente vigilado. Se le servían las mejores comidas y se adornaba su cuello con flores ceremoniales. Por el día, el joven bailaba y cantaba por las calles, mientras recibía numerosos obsequios de las personas que acudían a verlo. Dos ancianos le visitaban nueve días antes de la fiesta para avisarle que ya se acercaba el Neyolmaxiliztli, el Apercibimiento. Para evitar que el joven se deprimiera y todo se arruinara, se le daba a beber Ytzpacalatl, una bebida elaborada con una planta alucinógena. A las doce de la noche del día 3 del mes Atlacahualo (Sahagún), se le sacrificaba y su corazón se le ofrecía a la Luna; durante el sacrificio le cantaban: Viento de oriente y poniente, /Viento del norte y del sur, /Viento que infunde la vida, /Música de caracol. /Ehécatl,/ Con corazón endiosado, /Canto yo para ti, /Las vibraciones sonoras, /Mi aliento es para ti.

Una vez descorazonado, su cuerpo se tiraba por las escaleras del templo, de donde lo recogían los pochtecas y lo cocinaban en la casa del principal comerciante, donde se realizaba un solemne banquete.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Pita Bezelao

El Dios de la Muerte, Pitao Bezelao aparece en la cultura zapoteca desde sus inicios,  pero alcanzó su mayor importancia durante el Período Postclásico. Fue tan conocido como Cociyo, el Dios del Rayo y de la lluvia. Pitao Bezelao también fue el dios de la masculinidad, el dios padre, dios del infierno, de la muerte, de las riquezas, la suerte, y las gallinas, abogado de la tierra y de la grana.  El encargado de su culto fue el sumo sacerdote de Mitla, el huija tao. Como en esta ciudad se le tenía verdadera veneración y había muchas tumbas destinadas a los grandes señores y sus familias, la ciudad tomó el nombre de Lyobáa, “lugar de sepulturas”.

Pitao Bezelao estaba casado con Xonaxi Quecuya, la Madre Muerte, y con Coquí Bezelao. La primera era una deidad que traía la muerte. Se encargaba de recoger las almas de aquellos que morían en su presencia. Se la representaba con todos los insectos que ayudan a la descomposición de los cadáveres. En tanto que deidad femenina, siempre estaba embarazada; está dentada en todos sus orificios, los cuales representan la vagina de la tierra que devora a los seres humanos cuando se los sepulta. Coquí Bezelao, la otra esposa del dios, presenta atributos masculinos y femeninos: vagina y pene. Su madre, la diosa de la Tierra, Tlaltecuhtli, la engendró por medio de la partenogénesis; es decir, sin intervención masculina. Se la representa por medio de caracoles.

mito mexicano de pitao
Pitao

A Pitao Bezelao se le adoraba en todo el Valle de Oaxaca, en sus ceremonias se sacrificaban hombres, niños, perros, gallinas, palomas, y codornices. Su centro ceremonial se encontraba en Mitla, precisamente en el llamado Salón de las Columnas. El dicho salón estaba dividido en dos áreas. En una de ellas se recibía a los feligreses de todas las clases sociales, y se llevaban a cabo los rituales y sacrificios al dios. En la segunda área, había cuatro cuartos situados alrededor de un patio, pintados de color rojo, aquí moraba el sacerdote del dios. Se unían las dos partes por medio de un pasillo. Los aposentos del sacerdote eran muy lujosos, y en ellos recibía  a las nobles jóvenes vírgenes que le apetecía y que le traían de diversas poblaciones para que, una sola vez al año, disfrutase sexualmente con ellas. Si alguna de las mujeres llegaba a embarazarse, el hijo tomaría el puesto del padre como sacerdote.

Mitla era la puerta de entrada al Inframundo, al que conducían calles muy largas llenas de podredumbre y de malos olores. Se le representaba al dios como una calavera, con manos en forma de tenazas, orejeras de papel, y un cuchillo por nariz. A veces se le ve como un esqueleto con las rodillas flexionadas, la boca abierta, que lleva en su mano derecha un fémur humano, y en la otra mano un cuchillo para el sacrificio. Asimismo, se le representaba con arácnidos y lagartos, y con un enorme falo.

Pitao Bezelao presidía los rituales de los entierros de los nobles zapotecas. A la llegada de los españoles el cuto al dios de la muerte estaba en su apogeo, y duró hasta bien entrado el siglo XVII en las comunidades indígenas más apartadas del dominio hispano.

Sonia Iglesias y Cabrera
 


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Los Centzon Huitznáhuac y los Centzon Mimixcoa

Los Cuatrocientos Biznagas, dioses de las estrellas meridionales, fueron hijos de la diosa Coatlicue, patrona de la fertilidad, de la vida y de la muerte, y hermanos de los Centzon Mimixcoa, las estrellas septentrionales, y de Coyolxauhqui, la diosa lunar. El mito nos cuenta que cuando la diosa Coatlicue, la Madre Tierra, quedó embarazada por un plumón que le cayó en el pecho, los Centzon Huitznáhuac y Coyolxauhqui se indignaron y se enojaron ante este hecho que consideraron depravado. Entonces la diosa Coyolxauhqui llevó a sus hermanos hasta el cerro de Coatepec, donde se encontraba Coatlicue, para que le dieran muerte. Sin embargo, uno de ellos le avisó a Huitzilopochtli, que aún no había nacido, del espantoso proyecto que traían entre manos sus hermanos. Cuando los frustrados asesinos llegaron a Coatepec, el dios principal de los mexicas ya había nacido y se encontraba pertrechado y preparado para la guerra con un escudo y un xiuhcóatl, “serpiente de fuego”, pues nació adulto. Furioso contra la hermana instigadora, Huitzilopochtli procedió a desmembrar a Coyolxauhqui y a matar a los Centzon Huitznáhuac. Esta acción simboliza la llegada del Sol que hace desparecer del cielo nocturno a las estrellas.

mito mexicano de los centzon

Fray Bernardino de Sahagún nos relata en su libro Historia general de las cosas de Nueva España el final de la matanza:
Y dicho Huitzilopochtli levantóse y armóse y salió contra los dichos Centzon Huitznáhuac, persiguiéndoles y echando fuera de aquella sierra que se dice Coatepec, hasta abajo, pelendo contra ellos y cercando cuatro veces la dicha sierra, y los dichos indios Centzon Huitznáhauc no se pudieron defender… y así fueron vencidos y muchos de ellos murieron, y los dichos indios… rogaban y suplicaban… diciéndole que no los persiguiese y que se retrajese de la pelea, y el dicho Huitzilopochtli no quiso ni les consintió, hasta que casi todos los mató, y muy pocos escaparon y salieron huyendo de sus manos, y fueron a un lugar que se dice Huitzilampa, y les quitó y tomó muchos despojos y las armas que traían que se llamaban anecúhiotl.

Los Centzon Mimixcoa, Cuatrocientas Serpientes Flechas de Nubes, los dioses de las estrellas septentrionales, fueron también hijos de la diosa Coatlicue, hermanos de los Huitznáhuac y de la Coyolxauqui. Como sus hermanos estrellas vivían en el Ilhuícatl Cintlalco, Donde se mueven las Estrellas, segundo nivel vertical de los Trece Cielos resultado de la cabeza de Cipactli cuyo cuerpo sirvió a los dioses para dar forma al universo, junto a La vía Láctea, Tezcatlipoca Océlotl, la Osa Mayor, Citlaxonecuilli, la Osa menor, y Cólotl, la Constelación del Escorpión. Este Cielo se encuentra gobernado por Citlalicue, La de la Falda de Estrellas, la diosa de la estrellas hembras, y Citlaltónac, Brillo de Estrellas, dios de las estrellas masculinas. Esta pareja creadora de estrellas tuvieron como hijo a Técpatl, con forma de cuchillo, quien fuera arrojado del Cielo en que vivía por su hermano. Cayó en Chicomoztoc rompiéndose en mil seiscientos pedazos que se convirtieron en los dioses del panteón mexica.

Los Centzon Mimixcoa representaban la oscuridad y la estructura del universo, eran atentos y aguerridos, y observaban a los seres humanos desde el Cielo. A ellos los mexicas dedicaron un canto:
De Chicomoztoc enechizado,/ solo emprendí la marcha./ De Tzivactitlan enhechizado/solo emprendía la marcha./Yo ya nací, yo ya nací,/ con la flecha de mi cacto,/yo ya nací, yo ya nací,/con mi caja de red/ de una mano lo cojo, de una mano lo cojo./ Ah de su mano va a coger.

Sonia Iglesias y Cabrera


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Los uemas gigantes. Mito otomí.

Los uemas, los “gentiles”, fueron los ancestros de los indios otomíes. A estos seres gigantescos los dioses los crearon  de manera imperfecta, aun cuando fueron las deidades que inventaron el sagrado oficio de la alfarería. Todos los secretos  de este arte los eumas se los transmitieron a los otomíes que habitaban el hoy pueblo de José María Pino Suárez. Desde entonces, los pobladores se dedican a la producción de cerámica, su modo de vida junto con la agricultura. Los uemas se alimentaban, principalmente, de conejos, aunque no descartaban la carne de otros animales a los que daban caza, y de cuyas pieles se vestían. Los gigantes uemas eran nómadas, les gustaba moverse de un lado a otro libremente, por lo cual sembraban poco y siempre estaban faltos del suficiente maíz para completar su alimentación. Aunque iban por todos lados y llegaban a lejanos terruños, su territorio favorito era el Occidente, el Oeste, porque por ahí el Sol se mete hacia su viaje al Inframundo. Así pues, los uemas simbolizan la tierra caliente de arriba; es decir, del ámbito celeste donde moran los dioses.

Los uemas poseían una enorme fuerza física, podían levantar toneladas de piedras sin sufrir ningún daño. Gracias a su fuerza pudieron  construir enormes pirámides en una sola noche. Sin embargo, a pesar de su gran fortaleza tenían un punto débil, pues si llegaban a caerse se rompían en muchos pequeños pedazos como si fueran de vidrio. Los que no se rompían y  morían por otra causa, dejaban regadas sus gigantescas osamentas. Aún ahora se pueden ver cerca del poblado de José María Pino Suárez esparcidas por el campo. Si las osamentas  de los uemas se muelen y se mezclan con algún líquido como agua o alcohol, tienen magníficos poderes curativos que aprecian mucho los otomíes.

Los uemas, los antepasados de los hñähñü, “los que hablan la lengua nasal”, se extinguieron cuando el mundo desapareció, y  la Tierra se volteó debido a un terrible diluvio que arrasó con todo: hombres, naturaleza, dioses. Desde entonces, los uemas le tienen un miedo atroz al agua… porque no hay que dudarlo, estos seres fantásticos aún visitan la Tierra, para espanto de algunos mortales que tienen la buena o mala suerte de toparse con ellos…

Sonia Iglesias y Cabrera

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Itom Achai e Itom Aye. Mito mayo.

El mundo fue creado por Itom Achai, Padre Sol, Nuestro Padre, identificado también como Jesús, y por Itom Aye, Nuestra Madre. Itom Achai se representa por medio de una especie de cruz de brazos iguales, similar a la cruz gamada. La tarea de ambos consiste en cuidar a los indios, y con ese fin la Madre les realiza muchos milagros, pues Itom Aye forma parte de la Sagrada Familia cristiana. Itom Achai hizo al mundo y creó todo lo que existe; lo hizo muy bien y correctamente. Pero el dios tenía un amigo llamado Caifás, que es el  Diablo, que quiso imitarlo en aquello de crear mundos. Así, cuando Itom Achai creó a la gallina, que se puso muy contenta porque el dios le había dado el aliento, Caifás quiso hacer otra y la hizo de barro; pero  la elaboró tan mal que resultó un tecolote. Sin embargo, a pesar de su error, Caifás tenía mucho poder, tanto como el dios, pero lo empleaba incorrectamente, ya que lo usaba  para hacer el mal y por eso muchas de las cosas que hacía no servían para nada.

El Señor Dios Itom hizo también la luz del día y a las personas que eran todas buenas. Cuando hizo al primer hombre utilizó barro y lo puso a dormir en un sueño profundo; mientras tanto, procedió a sacarle una costilla al hombre de barro, para dar forma y vida a la mujer. Caifás, en cambio, cuando hizo a los seres humanos, los hizo malos, tal como él era. Los templos también fueron hechos por Dios, quien decidió poner a prueba a los humanos y les dio un lapso de seis mil años, a fin de ver si lo escogían a él o a Caifás. Este Diablo, hace todo los posible por ganar para que lo escojan a él, pero tan sólo han transcurrido  dos mil años y todavía quedan cuatro mil para saber quién de los dos va a ganar.

Cuando los hombres son malos les envía un diluvio, para que se ahoguen. En el Diluvio que les envió sólo quedó Noé y su Arca con sus animales formando parejas. Cuando sucedió la catástrofe del Diluvio, el dios  envió a Kooni, el Cuervo, para que le dijese si ya había terminado, pero Kooni nunca regresó. Decidió entonces enviar a una paloma la cual si regresó portando  una flor en el pico, señal de que el Diluvio había terminado.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Chamán de la Tierra y Hermano Mayor cantan. Mito pápago.

Hace miles de años en el universo solamente había una persona: Dios. Carecía de materia y forma, era sólo espíritu. Un día, decidió formar el Cielo, Damkatchin, para que en él descansara su alma. En el Cielo creó a una persona que era la Luz y a Chamán de la Tierra que descendió y creó al mundo. Entonces el Dios cantó:
¡Chamán de la Tierra, chamán de la Tierra,
Tú creas la Tierra ahora, 
La pones en movimiento!

Chamán de la Tierra creó a  Siuuhu, Hermano Mayor, al tiempo que cantaba:
¡Hermano Mayor chamán!
Has creado las montañas a nuestro alrededor.
¡Has puesto todo en movimiento!

Así, cuando la Tierra y el Cielo se tocaron  nació el Hermano Mayor, su hijo.
Chamán de la Tierra y Hermano Mayor decidieron crear un Hombre utilizando barro. Dejaron a la figura en el suelo y se sentaron junto a ella. Le soplaron su aliento y la figura cobró vida. Enseguida, procedieron a crear una Mujer. De esta pareja nacieron los indios pápagos. Como todo estaba oscuro, la pareja se puso a dormir. Los tres espíritus sagrados decidieron crear el Amanecer, el cual surgió por el Este. Fue entonces cuando la pareja despertó, y los dioses cantaron:
¡He creado la mañana,
La he colocado en el Este.
Ha comenzado a iluminar la Tierra!

Siguiendo al Amanecer crearon al Sol que iluminó a la Tierra. Y cantaron:
¡He creado al Sol.
 Lo he colocado en el Este.
Está surgiendo y alumbrando al mundo!

Al ver a la pareja despierta, los tres espíritus decidieron darle alimento para vivir. Entonces crearon al Venado. Y cantaron:
Este Venado gris lo hice para ustedes.
En las montañas se ve.
Se ve una nube de polvo.
Parece una montaña de arena.
Tras ella el Venado aparecerá.

Poco después hicieron una Liebre que también les serviría de alimento. Y cantaron:
La gris Liebre
Es para ustedes.
La Tierra parece un espejismo: agua por todas partes.

Al poco tiempo crearon el Viento, las Nubes y la Lluvia. Surgió la Malva que sirvió de alimento a las personas, y les dio fuerza para ir a cazar el Venado con el arco y la flecha. Cayó la noche, volvió a oscurecer: había transcurrido el primer día de la humanidad. Cuando oscureció, los dioses hicieron a la Luna que alumbró la Tierra un poquito, y luego se escondió por el Oeste. Como el Sol y la Luna estaban muy cercanos, se rozaron, y de ese roce nació Coyote, su hijo. Para alumbrar un poquito más la oscuridad de la noche, los dioses creadores hicieron las Estrellas. Y cantaron:
¡Vamos a hacer las estrellas! Las vamos a colocar en los cielos.
Vamos a crearlo todo, colocarlo en los cielos para iluminar la Tierra.

Como las Estrellas no daban suficiente luz, y para que los hombres se pudiesen guiar en sus viajes, pensaron en crear la Vía Láctea. Y cantaron:
¡Vamos a hacer la Vía Láctea! ¡Está hecha!
Se está extendiendo en el Cielo, de un extremo a otro.
El gris Coyote, nuestro primo, le sopla a la Vía Láctea.

Terminada la Vía Láctea, aventaron a la Oscuridad hacia el Este, por donde comienza la noche. Y cantaron:
Estoy trabajando como un gran chamán de la Tierra. He arrojado la noche hacia el Este.
Abarca y recorre desde arriba, a toda la Tierra.
Abarca y recorre desde abajo, hacia el Sol poniente, en el Oeste.

Hermano Mayor se dio cuenta que la Tierra temblaba. Se quito la cinta dorada de su sombrero y la rompió. El oro que se desprendió lo colocó sobre las montañas para afianzar a la Tierra. Empujó a la Tierra con su mano hacia abajo, hacia el Este; su pie derecho, extendido hacia el Oeste, lo apoyó sobre la Tierra y la empujó para abajo. Y cantó:
Él  ha alcanzado lejos en el Oeste
Él ha sentido que la Tierra estaba temblando, por allá.
Lejos, abajo en el oeste, posé mi pie.
Descubrí que las montañas estaban temblando. Yo lo he descubierto.

La Tierra se aquietó. Como la Tierra era plana Chamán de la Tierra tomó un poco de la luz que salía de sus ojos e hizo al Zopilote que con su vuelo creó las montañas y los valles. Y cantó junto con el Hermano:
Ave Zopilote, has hecho la Tierra perfectamente bien.
Ave Zopilote, haz hecho las montañas perfectamente bien. Ahora la Tierra está quieta.
Sobre ella todo aparenta estar bien. Todo ha sido creado de una manera perfecta.
Las montañas estaban temblando, ahora están quietas. Sobre ellas todo es perfecto.

Enseguida, Chamán de la Tierra tomó a la Mujer con la mano izquierda y al Hombre con la derecha, y vivieron muy felices siguiendo las enseñanzas recibidas de Chamán. De repente, un espíritu maligno atacó a la Mujer, la sedujo, y Chamán de la Tierra la castigó por portarse mal: le dijo que a partir de los doce años cada mes menstruaría, y tendría a sus hijos con mucho dolor. Y así fue. A pesar de todo, los seres humanos se multiplicaron. Poco después, los dioses hicieron el Fuego frotando dos maderas, a fin de que los indios pudieran cocer sus alimentos. La Creación había concluido.
                                                                                                                                Sonia Iglesias y Cabrera

NOTA: Los cantos incluidos en el texto son una traducción de los cantos que ejecutan los narradores pápagos al relatar el mito.

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El Chikón Tokosho. Mito mazateco.

En el principio de los tiempos sólo existía el Padre Eterno, El Padre que está en el Cielo, el Supremo Padre Celeste, especie de dios dual a la vez hembra y macho, dios y diosa, quien vive sentado en el Cielo sobre una espléndida mesa de oro y plata. Un buen día, el Padre Eterno decidió crear al mundo y a los seres humanos. Dio manos a la obra, y cuando terminó todos los hombres se apresuraron a pedirle tierras en donde vivir: bien cerca de los ríos, los mares, o en los hospitalarios llanos. En cambio, los indios mazatecos, encabezados por Chikón Tokosho, semidiós y famoso héroe cultural, le solicitaron al Padre Eterno que les diese tierras en las montañas, pues consideraron que ahí serían completamente libres. El Eterno Padre aceptó con la condición de que le obsequiasen una ofrenda de flores y la cabeza de cada uno de ellos. Como los mazatecos aceptaron tal condición, el dios les cortó las cabezas. Sin embargo, los mazatecos de Huautla no aceptaron el trato y Chikón se apresuró a ofrecerle mucho oro al Creador, quien a cambio les concedió las tierras montañosas que pedían. El inconveniente de la montaña consistía en que estaba llena de fabulosas y agresivas águilas que atacaban a los indios y les picoteaban la cabeza hasta matarlos. Ante tal dificultad, los huautlecos se pusieron unos chiquihuites en la cabeza y el problema quedó solucionado, pues las águilas se fueron a otros sitios a seguir con su maldad de picotear cabezas.

Una vez asentados en las montañas, Chikón Tokosho se convirtió en el dueño absoluto de ellas y de los mazatecos. Tomó como morada el Nido Tokosho, “la montaña donde se adora”, que se encuentra a un lado de Huautla. Al Chikón lo auxiliaban unos coyotes,  cuya misión consistía en vigilar la entrada de su casa, recibir las ofrendas, y observar los sacrificios de animales que se le ofrecían a este héroe mitológico, encargado de proteger la cultura mazateca y la integridad física de sus adoradores. Desde esos tiempos remotos, donde quiera que se encuentren los mazatecos reciben la protección de Chikón Tokosho, quien, en caso de apuro, nunca los abandona a su suerte. Cuando el héroe requiere comunicarse con su pueblo, recurre a los shutá shiné, los yerberos-curanderos mazatecos que ingieren hongos alucinógenos para poder establecer el divino contacto.

A pesar de los siglos transcurridos, Chikón Tokosho sigue viviendo y rigiendo a los mazatecos. Se trata  un personaje ambivalente que monta en cólera si no se le adora como es debido, y si no le ponen ofrendas con obsequios. Tiene esposa e hijos, y los problemas familiares abundan en su hogar. Por ejemplo, se vio obligado a botar de la casa a su nuera, pues Shonda Ve’, Mujer-Agua-Rastrera, era una joven sumamente casquivana que no respetaba a su marido. Desde su partida, nunca más se supo nada de Shonda Ve’, aunque se sabe que pasó por muchas vicisitudes en su solitario peregrinaje, para ponerse a salvo de su encolerizado suegro.

El Chikón suele aparecerse a las personas cerca de los manantiales y en los viejos caminos de herradura. Les hace propuestas de compra, venta o trueque, pero es peligroso aceptar cualquier trato con él, ya que el Chikón puede cobrarse llevándose al ingenuo que acepta participar en el trato. Se lleva a las personas –vivas o muertas-  para que le sirvan en sus ciudades, pues hay que decir que en sus tierras subterráneas el Chikón tiene ciudades que son réplicas de las que existen en la tierra mazateca. Tales ciudades están vigiladas y mantenidas por sus súbditos y sus familiares. Es factible acceder a las ciudades del Chikón por medio de las cuevas, las grutas o los sumideros;  por esta razón, es sumamente peligroso acercarse a ellos sin las debidas precauciones. Otra maldad conocida del Chikón Tokosho consiste en raptase a las personas. Pasado un cierto tiempo las regresa a la Tierra sin memoria, sin sentido del tiempo, y medio locas.

Quienes lo han visto aseguran que Chikón Tokosho está siempre vestido de charro y monta un hermoso caballo blanco. Su aspecto es el de una persona próspera, blanca, rubia y elegante. Chikón es también el dueño del Agua y, como todo el mundo sabe, el Agua está viva; por lo tanto, los mazatecos consideran que ensuciarla, moverla hasta enlodarla, y ser irrespetuoso con ella son ofensas que el Chikón no soporta, máxime si estas acciones se ejecutan a la hora en que nuestro personaje acostumbra comer, algo así como alrededor de medio día.

Chikón Tokosho es el amo de varios personajes fantásticos a quienes tiene a su cargo: los Chikón Nangui, Dueños de la Tierra; los Chikón Nandá, Dueños del Agua; y los Chikón Nashii, Dueños de los Cerros. Los Chikón Nangui son pequeñitos, tienen el cabello negro o completamente blanco, visten de rojo, y suelen vivir en las orillas de los arroyos, en el monte, o bajo las pochotas (especie de ceiba). Como son invisibles no se les puede ver, a excepción de aquellas personas cuya vida no será larga; es decir, que van a morir pronto. Trabajan pastoreando rebaños montados sobre mazates, venados de montaña. Suelen llevarse a los niños por varios días, para luego devolverlos muy enfermos y asustados a los padres, quienes se apresuran a llevarlos con el chamán-curandero. Ya restablecidos, los niños relatan que una bella señora vestida con un maravilloso huipil, se los llevó a un hermoso lugar donde siempre hay comida y bebida en abundancia.

A los Chikón Nandá les fascina espantar a las personas que se encuentran pescando o nadando en los ríos. Como sus primos los Chikón Nangui también son invisibles, y suelen vivir en las profundidades de los ríos. Si alguna persona cae al agua lo despojan del alma, se vuelve el esclavo de los chikones, se torna amarillo, apático, deja de comer la comida acostumbrada y le da por ingerir ceniza y tierra.

Los Chikón Nashii, dueños de los cerros, son pelirrojos, altos, y visten solamente un pequeño taparrabos. Como dignos súbditos que son de Chikón Tokosho, les gusta hacer travesuras que no son muy diferentes a las de sus otros primitos.
Otros seres fantásticos de los que Chikón Tokosho es el amo y señor, son los La’a, enanos de la montaña, dueños de la tierra,  que tienen apariencia de pequeños viejecitos con cara de niño. Sus maldades consisten en esconder los objetos de las personas y en asustarlas cuando caminan por el monte. Les gusta cantar y platicar mientras montan mazates y pastorean a sus venados. Cuando ven a una persona, se le suben encima para espantarla, lo que requiere de una rápida consulta con el chaman para sacarse el “susto”, enfermedad grave que puede llegar a causar la muerte del asustado.

Sonia Iglesias y Cabrera