Las leyendas urbanas son historias extravagantes pero verosímiles que circulan de boca en boca como si fueran verdades indiscutibles. Por lo común, y a diferencia de los rumores, se apoyan en una trama urdida meticulosamente en función del desenlace, que se condensa en una viñeta violentamente gráfica, a veces redondeada por un pequeño epílogo. En circunstancias ideales, suelen contarse como si fueran "sucesos verdaderos", o en su defecto, como noticias ambiguas que muy bien podrían haber ocurrido alguna vez.
Ello exige que los personajes sean meros arquetipos anónimos ("un hombre", "una mujer", "una pareja"), aunque situados siempre en escenarios bien concretos (ciudad tal, calle cual), para reforzar el realismo de un argumento que depende íntegramente del grado de verosimilitud de los detalles. La acción, por lo común, se sitúa en un pasado impreciso pero inmediato, y el narrador suele aludir a fuentes de información "fiables" para conferir una aparente solidez a los puntos débiles de su historia. La más socorrida de dichas fuentes es el quimérico "amigo de un amigo", inevitable protagonista de la historia y último eslabón de una cadena sin fin. Esta es, al menos, la definición que formulan Josep Sampere y Antonio Ortí en su libro Leyendas urbanas en España, libro pionero en lengua castellana sobre el folclore contemporáneo, y que en la actualidad se encuentra agotado. Serían ejemplos de leyendas urbanas algunas personas que fueron raptadas con único fin de extirparles un riñón (posteriormente vendido por una poderosa "organomafia" con "sucursales" en el Primer Mundo), la autopista que desaparece en una curva o lo sospechoso que resulta que no se celebren entierros de ciudadanos chinos.
El origen del término es puramente comercial. Esta fue la acepción que escogieron los editores de Jan Harold Brunvand para designar al folklore contemporáneo. Hilando fino, se podría llegar a argumentar que la ciudad, feudo tradicional de la razón y la ciencia, ha cogido el relevo al campo a la hora de propagar relatos de corte mitológico o tradicional (¡incluso la Virgen María se aparece ahora en el metro, en lugar de en una cueva!). Sin embargo, Ortí y Sampere esgrimen que el modo de vida urbano ha colonizado muchos lugares que antes hubieran recibido el apelativo de "pueblos", por lo que la acepción " leyendas urbanas " no es del todo sólida. En lo que sí coinciden ambos es en que el "imperio de la razón" parece no bastar a las personas de las grandes urbes, que, de alguna manera, mantienen un sustrato mítico (e inmemorial) que las conecta en la distancia.
La característica más importante de las leyendas urbanas es su carácter internacional. La historia del submarinista que recoge accidentalmente una avioneta contraincendios y deja caer sobre el fuego (con las consecuencias previsibles…), se cuenta con mínimas variaciones en su estructura en ciudades (o "lugares") de Canadá, España, Estados Unidos y Australia, por citar sólo algunos países por donde circula esta leyenda. Una historia cualquiera no es una leyenda urbana hasta que su difusión se generaliza en sitios (cuantos más mejor) alejados entre sí. Ese "algo", esa "pimienta", ese "estar en el ajo", especula Antonio Ortí, "podría tener que relación con una especie de imaginario urbano común, global, cada vez más parecido, a consecuencia del sistema de valores imperante (llámese capitalismo o globalización) y de medios de transmisión masivos y supersónicos (con mención honorífica para internet)".
El mecanismo de transmisión de las leyendas urbanas es el mismo que cualquier noticia (de hecho no hay diferencias sustanciales).
Hay que narrar la historia lo suficientemente bien, de modo que tenga acción, ritmo, suspense y sea cómplice. Si, además, se le añade (siguiendo los cánones de la prensa convencional o la televisión) unas gotitas de sangre, mejor que mejor.
El mecanismo, por decirlo muy gráficamente, tal vez demasiado, no es muy diferente al que diseñaría una hipotética nación (grupo editorial o lobby interesado) que quisiera invadir a otra para quitarle su petróleo (o lo que fuera) y necesitara una buena trama (planteamiento, nudo y desenlace). En un caso así, "la verdad nunca se interpone en una buena historia" como sentenciaba Billy Wilder
Entre otras razones, y por este orden, para hacer más divertida la existencia, crear canales de información alternativos (lo que en España se llama "estar en el ajo"), defenderse de las fuentes "oficiales", pasar a la clandestinidad, promocionarse, entretener, alarmar, hacer creer algo a los demás y alertar de lo que se nos viene encima: hamburguesas con dientes de ratón, chinos al chop-suey, señores repartiendo droga en la puerta de los colegios (un negocio altruista del que no se tenía noticia; se sabía, en cambio, de caramelos envenenados…), fantasmas en los espejos, mujeres a las que no deberíamos acercarnos so pena de contagiarnos del sida ("bienvenido al club") y toda suerte de pensamientos conservadores.
"Afortunadamente, cada día hay más leyendas urbanas que se enfrentan al poder establecido, al que se hace responsable de todos los males habidos y por haber. A mi entender es una gran noticia", señala Ortí, formulando un juicio de valor.