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Leyendas Mexicanas Época Colonial

Tepito, barrio de leyenda.

Los inicios del barrio de tepito
La historia del barrio legendario de Tepito se inició cuando los mexicas, asentados en su magnífica ciudad, se dividieron en dos grupos: los de Tenochtitlan en el centro; y los de Tlatelolco hacia el norte de la ciudad. Tlatelolco comprendía diecinueve barrios y Tepìto se asienta en lo que fueron los barrios de Mecamalinco, Teocaltitlan, Atenentitlan (o Amaxac), Tepocticaltitlan, Apohuacan y parte de Atenantitech.

En el barrio de Mecamalinco, hoy Plaza Fray Bartolomé, había una pequeña pirámide donde la gente más pobre rendía culto a sus dioses. En náhuatl “pequeño” se dice tepiton, por lo que de ahí proviene el nombre de Tepito.

Cuando Tlatelolco cayó en manos del tlatoani de Tenochtitlan, Axayácatl, los futuros tepiteños se convirtieron en tributarios de la Triple Alianza, formada por Texcoco, Tlacopan y Tenochtitlan. Bajo el gobierno de Tenochtitlan, Tlatelolco pasó a ser el principal barrio comercial debido a su gran mercado. Los productos que no pasaban la estricta supervisión de los jueces pochtecas, se vendían en el mercado chico o “tepito”, situado junto al templo antes mencionado.

Cuauhtémoc, Señor de Tlatelolco, sucedió a su tío Cuitlahuac, Señor de Tenochtitlan, para continuar la defensa de la ciudad frente a la invasión española. Cuando Cuauhtémoc perdió la batalla en el Templo Mayor, retiró al barrio de Atenantitech su campo de operaciones, en el lugar donde hoy está la iglesia de Santa Ana, y un gran número de la población mexica se refugió en  Amaxac. En este barrio fue derrotado Cuauhtémoc, después de una cruenta lucha auxiliado por los tepiteños. Fue apresado en el lugar actual de la iglesia de La Conchita, que desde entonces se conoció como Tequipehuca, “lugar donde comenzó la esclavitud”.

El tepito colonial: bravo y contestatario
A causa de la conquista española, Tepito se vio sometido a una ideología impuesta. En la primera traza de la ciudad hispana quedó fuera de los límites y devino un barrio marginal, refugio de inmigrantes indígenas y negros no muy deseados en la ciudad. Asimismo, en el barrio se escondían los malhechores y tahúres de toda índole.

Poco a poco, el barrio se convirtió en una zona de gran flujo económico debido a que formaba parte de la ruta comercial que unía la ciudad de México con el norte del país. Este hecho hizo que floreciera el comercio y aumentase la población que habitaba pequeñas casas de adobe.

En la tercera traza de la Ciudad de México, el barrio quedó ubicado en el Séptimo Cuartel, lo cual le benefició, ya que de Tepito se obtenía la mano de obra de albañilería para las construcciones de edificios y obras públicas, y las personas destinadas a la servidumbre en las casas de los españoles ricos. En estos años coloniales, las necesidades económicas de los nuevos pobladores motivaron el surgimiento de algunos gremios artesanales que, con el tiempo, darían fama al barrio: los talabarteros, los herreros y los zapateros.Tepito ya era considerado como un arrabal de cierto peligro, cuyos habitantes solían organizarse para protestar contra las arbitrariedades de las autoridades. Aquí empezó su fama de barrio bravo y contestatario.

El tianguis fayuquero tiene nombre de dinero
La venta de fayuca o de artículos de contrabando de manufactura extranjera, se inició en el año de 1963. Desde entonces ha ido creciendo hasta convertirse en un serio problema social para los habitantes del barrio. El oficio de fayuquero no es homogéneo. Los fayuqueros que comercian en gran escala, curiosamente reciben la protección de políticos importantes o “padrinos”. Transportan su mercancía en tráileres escoltados y la guardan en bodegas efectuando desembarcos relámpagos. Están auxiliados y protegidos por inspectores y aduaneros, a fin de que no se les decomisen sus artículos. En cambio, los fayuqueros menores deben enfrentarse a los agentes aduanales y pagar frecuentes “mordidas” para no ser encarcelados. Existen fayuqueros con puestos ilegales, sin permiso oficial, y otros legales que lo han obtenido al afiliarse a las agrupaciones de comerciantes, en donde se juegan fuertes intereses políticos y económicos. Los líderes de las agrupaciones ofrecen protección a los tianguistas legales e ilegales, a cambio de dinero. Cada líder controla un determinado territorio y grupo de comerciantes, a los cuales presta dinero con desproporcionados intereses; los “protege” de las autoridades cuando quieren llevarse su mercancía, y les ayudan con dinero en caso de enfermedad o muerte, el cual le es cobrado a la familia.

Héroes y leyendas: los personajes de tepito
En Tepito los personajes legendarios han existido siempre. Desde la época colonial los tipos populares pululaban en el barrio ejerciendo oficios o desplumando al prójimo. Desgraciadamente, muchos se perdieron con el tiempo; y a otros, la tradición oral los olvidó. Sin embargo, no todos desparecieron y algunos supieron mantenerse en la memoria colectiva, como el famoso ratero apodado El Veneno, el Curahuesos don Filomeno; La Muñeca, mujer dedicada a la vida alegre; y don Ramón Borrego, de oficio cargador o tameme. Todos ellos formaron parte de la fauna legendaria de principios del siglo XX. Los personajes del barrio son especies de símbolos, de arquetipos que surgen de la realidad de su mundo circundante -aunque luego se conviertan en seres fantásticos-, y que expresan los valores culturales y las circunstancias sociales del momento histórico en que viven. Es por ello que los personajes populares de Tepito han destacado en muy diversos campos del quehacer humano; en actividades que en mayor o menor medida, son relevantes y significativas para el barrio y porque además representan ideales colectivos: fama, dinero, posición.

Tepiteños famosos los ha habido en el dominio de la delincuencia, como Lola La Chata y El Manos de Seda, jamás atrapado por la policía. Dentro del box, Kid Azteca y José Medel, alías El Huitlacoche. En el fútbol no puede olvidarse a Manolete Hernández, centro delantero del Atlante. En cuanto al comercio de chácharas, se hace necesario nombrar a Yolanda Cortés, La Tomatita, temida y apreciada por su valor. Y si de bailar se trata, está Adalberto Martínez “Resortes”, rey del baile popular. Como trabajadores de las letras han sobresalido Armando Ramírez, “Chin Chin El Teporocho”; y José Guadalupe Aguirre, el Poeta de Tepito. En el ámbito de la pintura puede hablarse de Daniel Manrique y Julián Ceballos del movimiento Tepito Arte Acá. Y como exponente de los oficios está el muy querido Juanito Guevara, zapatero de profesión. Basten estos nombres para ejemplificar algunos de los muchos personajes que han forjado su fama en el barrio legendario de Tepito.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Tonantzin y la Virgen de Guadalupe.

Antes de la conquista hispana, en el mismo lugar que hoy conocemos como la Villa de Guadalupe, al norte de la Ciudad de México, se reverenciaba, en la parte más alta del Cerro del Tepeyac -cuyo nombre significa en náhuatl “nariz” o “punta de la sierra”-, a la diosa Tonatzin, Nuestra Madre, quien simbolizaba las fuerzas femeninas de la fertilidad, y quien compartía esta característica con otras diosas a quienes los cronistas a veces confundieron con ella o la tomaron como advocaciones de la misma diosa. Entre ellas estaban Cihuacóatl, la Mujer Serpiente, diosa de la tierra que regía el parto y la muerte al dar a luz; Coatlicue, la de la Falda de Serpientes, madre de los dioses del panteón azteca, diosa de la tierra asociada a la primavera; Toci, Nuestra Abuela, corazón de la tierra y patrona de la medicina y las hierbas medicinales; finalmente, estaba Chicomecóatl, Siete Serpiente, diosa de las cosechas asociada de manera directa con el maíz, a quien los indígenas estaban eternamente agradecidos porque les había enseñado el arte de hacer tamales y tortillas, alimentos básicos en la dieta de los indios y de carácter sagrado, toda vez que se empleaban en casi todos los ritos y festividades del amplio mundo de los dioses.

Tonatzin era una diosa muy bella, de falda y huipil blancos; sus negros cabellos los peinaba a manera de dos cornezuelos que le quedaban a cada lado de la frente. Este hermoso peinado era imitado por las mujeres mexicas, pues era creencia común que así obtendrían una mayor fertilidad. En su advocación de Teteoinan, otro nombre de la diosa madre, presentaba los labios abultados con hule, en cada mejilla tenía simulado un agujero, llevaba un florón de algodón, orejeras de azulejo y mechón de palma; su alba falda se adornaba con caracoles, y sus sandalias eran de oro puro.

A esta múltiple diosa Tonatzin se le adoraba en un santuario del cual no conocemos con certeza cómo era. Sin embargo, dada la importancia que tenía, debió de haber sido de dimensiones considerables y ricamente engalanado. El Códice Teotinatzin, manuscrito pictográfico en papel europeo que data del siglo XVIII que perteneciera a Lorenzo Boturini, sólo nos informa de una serranía en cuya capilla, en la parte superior, podía verse la representación de dos diosas: Chalchiuhtlicue y Tonatzin, a las que ahí se adoraba. Fray Bernardino de Sahagún en su obra Historia General de las cosas de Nueva España nos informa que había un monte que se llamaba Tepeác, que los españoles llamaron Tepeaquilla, donde había un templo dedicado a Tonatzin y al que acudía gente de lugares lejanos a reverenciarla: … y traían muchas ofrendas, venían hombres y mujeres… y todos decían vamos a la fiesta de Tonatzin; y ahora que está ahí edificada la iglesia de Nuestra Señora de Guadalupe también la llamaban Tonatzin.

La fiesta se realizaba con ofrendas de muchas flores, tamales, tortillas, pulque, chocolate espumoso y copal, que depositaban los fieles en su altar. Asimismo, durante la celebración se ejecutaba música con la que todos bailaban, y se entonaban himnos en su honor, como el que a continuación reproducimos una estrofa:
Amarillas flores abrieron la corola:
Es nuestra Madre, la del rostro de máscara
¡Tu punto de partida es Tamoanchan!

A decir de fray Juan de Torquemada en su Monarquía Indiana, esta diosa tan querida solía aparecérseles a los indios en forma de una jovencita vestida de blanco, para revelarles cosas secretas. En este santuario, los frailes evangelizadores erigieron una modesta ermita en el año de 1528, con el fin de aprovechar los cimientos ideológicos ya existentes y contrarrestar la adoración a Tonatzin. En dicho templecito, que tomó el nombre de Ermita de los Indios, colocaron una virgen representada de bulto, exactamente igual a la española que se encontró a orillas del río Guadalupe y que se veneraba, desde principios del siglo XVI, en su santuario cerca de Cáceres en la región de Extremadura, España. La escultura de la virgen de la ermita mexicana fue sustituida por una pintura en fecha que nos es desconocida y que no tiene nada que ver con la impresa en el lienzo de Juan Diego. La virgen española, advocación original de la Virgen de la Concepción, fue la preferida del ambicioso Hernán Cortés, quien la ostentaba orgullosamente en sus pendones o banderines.

La leyenda de la virgen extremeña es muy similar a la creada alrededor de la mexicana. En ella se nos cuenta que al pie de la Sierra de las Villuercas, la Virgen se le apareció a un pastor llamado Gil Cordero, también conocido como Gil Santamaría de Albornoz, a quien su oficio obligaba a llevar a pastar su ganado a la campiña. La madre de dios le pidió a Cordero que hiciese los trámites necesarios a fin de conseguir que las autoridades eclesiásticas le edificasen un templo donde se la adorara. El pastorcito realizó lo encomendado por tan santa señora y la petición se cumplió satisfactoriamente. La ermita de Guadalupe se edificó sobre la casa de tal personaje. Hoy, el lugar se encuentra en la calle Caleros de la capital cacereña. Huelga decir que la guadalupana española se convirtió en la patrona de Extremadura y Reina de las Españas. Gil Cordero reposa en el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe, junto a históricos personajes de la nobleza española.

En cuanto al significado del vocablo Guadalupe, los filólogos no han llegado a un acuerdo unánime. Para unos quiere decir “río de lobos”; para otros, el nombre viene del vocablo árabe wad, río, y de la contracción  del latín “lux-speculum, lo que daría “río de luz”. Para Jacques Lafaye, el término proviene del árabe guad-al-upe que significaría “río oculto” o “corriente de agua encajonada”;  para los menos, el significado es “fuente del corazón, del juicio o de la médula”. Además, para algunos nahuatlatos la palabra Guadalupe podría derivar del náhuatl cuatlaxopeuti o cuatlalopeuh, cuya significación sería “la que pisotea o ahuyenta a la serpiente”, tal vez aludiendo a Quetzalcóatl. Sin embargo, esta última interpretación resulta bastante improbable. Lo que sí es un hecho es que se trata de un vocablo árabe que designa al río que corre cercano a la capilla de la virgen española, quien fungió como basamento evangelizador y llegó a sincretizarse con la Tonatzin indígena, para dar lugar a la Virgen de Guadalupe mexicana.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Catarina de San Juan, la China Poblana.

Cuenta una leyenda que la famosa China Poblana fue una esclava de noble estirpe procedente de la India donde vivió una parte de su niñez. Sus padres le habían puesto el nombre de Mirra (o Mirrah). Siendo todavía una niña, unos piratas portugueses la raptaron en la playa, donde la pequeña solía jugar recogiendo conchas y caracolas. Los malvados piratas la llevaron a la Ciudad de Cochín, en el estado hindú de Kerala, de donde Mirra escapó a los piratas ladronzuelos, para refugiarse en una misión jesuita donde la convirtieron al cristianismo y la bautizaron con el nombre de Catarina de San Juan. Pero para su desgracia los piratas la volvieron a raptar y la entregaron a un mercader en Manila que la llevó hasta tierras de la Nueva España. Al llegar a Acapulco, fue vendida a don Miguel de Sosa, poblano de profesión comerciante en lugar de entregarla a don Diego Carrillo de Mendoza y Pimentel, marqués de Gelves y virrey de la Nueva España en el período 1621-1624, quien, con anterioridad la había encargado para ponerla a su servicio. Don Miguel pagó diez veces el valor de lo que el marqués de Gelves ofreciera por la muchacha.

A Catarina toda la familia de don Miguel de Sosa  la llamaba “chinita”, porque así se usaba llamar de cariño a las sirvientas jóvenes de aquellos tiempos. Todos la querían y era entre sirvienta y ahijada, pues don Miguel  carecía de hijos en quien depositar su amor. En esa casa aprendió el idioma español, pero nunca supo leer ni escribir, no se sabe el porqué; también aprendió a bordar con hilos de seda y a cocinar los diversos platillos mexicanos de la época. Sobresalía por su hermosura y por su peculiar manera de lucir su especial ropa que en un principio debió ser similar al sari de las mujeres hindúes.

Al poco tiempo de vivir con la familia Sosa, en el año de 1624 don Miguel murió, pero por voluntad testamentaria le otorgó la libertad a Mirra, quien quedó libre pero muy pobre. En estas condiciones vivió por un tiempo en la Ciudad de Puebla, hasta que se casó con un esclavo llamado Domingo Juárez perteneciente a la casta de los “chinos” (morisco con española). La pareja vivía en el curato del padre Pedro Suárez, donde Domingo ejercía las tareas necesarias para mantener limpia la iglesia. Catarina lavaba ropa y hacía panecillos para las fiestas eclesiásticas, y tabletas de chocolate que el padre regalaba a los niños que acudían al catecismo. No mucho tiempo después de casada, Domingo murió en la ciudad de Veracruz, y Catarina quedó sola. Para ganarse la vida, la “chinita” hacía enaguas y faldas que vendía en los mercados. En toda Puebla se la conocía como una santa, pues se convirtió en una curandera asombrosa empleando un agua milagrosa que preparaba con agua bendita y cuerno de unicornio.

Poco después, movida por su extraordinaria fe, Catarina ingresó como monja en un convento donde se convirtió en visionaria al afirmar que veía a la Virgen de Guadalupe acompañada de ángeles, que jugaba con el Niño Jesús, que hablaba con una escultura de Jesucristo, y que los unos demonios la acosaban continuamente. A su muerte, en la casa de Hipólito del Castillo y Altra, acaecida el 5 de enero de 1688, a los ochenta y dos años de edad,  se la enterró en el atrio del Templo de la Compañía de Jesús, en la conocida Tumba de la China Poblana. Su testamento enumera las humildes cosas que dejó:

Declaro por mis bienes, los siguientes: un niño Jhs, Pequeñito de talla y seis quadritos ordinarios colgados en las paredes de mi cuarto. –Una cazuela –Dos o tres libritos de devoción –La ropa de mi uso y ruego al padre Alonso ramos, mi confesor de la religión Sagrada de la Compañía de Jesús y conventual de dicho Colegio, la distribuya y convierta en limosnas entre pobres y para cumplir y ejecutar este mi testamento, en manadas y legados, dejo y nombro por mis albaceas testamentos al dicho padre Alonso Ramos y al bachiller José del Castillo Grajeda, Presbítero y al Capitán don Hipólito del Castillo de Altra.

A la China Poblana se le atribuye el haber creado uno de los trajes típicos de México, aun cuando para algunos investigadores no existe ninguna relación entre el traje de las “chinas” y Catarina de San Juan. Del vestido original de esta dama no quedó ninguna descripción fidedigna, pero la leyenda se la representa vestida de manera muy similar al traje que solían lucir las cortesanas gachupinas, o sea las criollas de los principios del siglo XIX. Así pues, aunque desplazado unos cuantos siglos, el traje de la China Poblana constaba de una camisa de cuello cuadrado, blanca, deshilada, y bordada con hilo de  seda y con chaquiras formando dibujos geométricos y florales. La enagua o castor (tela con la que estaba elaborada y que se empleaba para confeccionar la ropa de las criadas indígenas de casas pudientes) estaba ricamente bordada con canutillo, lentejuela y “camarones” a la manera de la blusa. Debajo de la falda, asomaban unos porabajos (ropa interior que equivale al fondo o combinación) con puntas enchiladas; o sea, que todo el borde estaba adornado con hermosos encajes terminados en pico y que sobresalían de la falda. A fin de sostener el castor y el porabajos, las “chinas” portaban una fajilla en la cintura tejida con la técnica de brocado, podía estar bordada o no, según el gusto de la usuaria. Por supuesto que no podía faltar el rebozo de bolita hecho con seda, con largo y hermoso rapacejo (fleco) anudado preciosa y hábilmente, que servía para cubrir a las “chinas” del frío, a la vez que para lucir hermosas y galanas. Solíase acompañar el traje con una mascada de seda, y relucientes zapatos de raso bordados con hilos de seda. Por supuesto que la China Poblana portaba aretes, pulseras, collares, anillos y demás abalorios, para completar tan barroco atuendo.

La palabra “china” que se le aplicaba a tan santa dama según algunos investigadores proviene de que Catarina era mogola; es decir originaria del Imperio Mongol de la India, estado islámico del subcontinente indio; razón por la cual, los poblanos empezaron a aplicarle el mote de “china” que, por extensión, en México se ha empleado para designar, erróneamente, a todos los orientales. Pero también se dice que Catarina al casarse con el esclavo Domingo Juárez quien como hemos visto pertenecía a una de las castas denominada “china”, recibió de refilón el mote de “china”; versión que parece ser la más acertada.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Juan Garrido siembra el trigo. Leyenda Colonial

El 30 de junio de 1520, tuvo lugar una batalla entre españoles y mexicas que se conoce con el nombre de la Noche Triste. Asesinado Moctezuma a manos de Hernán Cortés y después de múltiples victorias sobre los aztecas, el Capitán encontrábase instalado en Tenochtitlan como amo y señor, pero no por ello muy confiado militarmente. La sangre vertida había sido demasiada; los víveres y las municiones empezaban a escasear, por lo que Cortés decidió abandonar, por la noche y con todo sigilo, la ciudad. Mandó construir un puente de madera que le permitiera cruzar las acequias y los canales; hizo acopio del oro, la plata y las piedras preciosas obtenidos como botín, y emprendió la huída en una noche harto nublada.

A la vanguardia iba el capitán invicto Gonzalo de Sandoval con doscientos infantes, cinco caballos, los prisioneros de guerra, la gente de servicio y los portadores del bagaje. En la retaguardia estaba el pelirrojo y sangriento Pedro de Alvarado y el resto de los soldados. La primera acequia la pasaron sin dificultades, pero en la segunda los sacerdotes guardianes de los templos se apercibieron y dieron aviso a la población que, alertada y valiente, emprendió el ataque contra los enemigos por agua y tierra. La batalla fue cruenta y desfavorable para los españoles. Cortés, al ver perdida su riqueza y a algunos de sus capitanes, púsose a llorar sentado en una piedra en Popotla, población cercana a Tacuba.
Juan Garrido, soldado de Cortés, se encontraba en la batalla. Sobrecogido por tal tragedia, se dio a la tarea de recoger los cadáveres de los españoles para darles sepultura en un solar situado en la Calzada de Tlacopan.
Gracias a sus méritos en la batalla, le fue otorgado un terreno que estaba en esa misma calzada y que le fuera otorgado al Capitán por el Ayuntamiento, y que a su vez donara a Garrido, con carácter oficial, con fecha 15 de marzo de 1521. En este solar Juan Garrido plantó el primer trigo que conoció la Nueva España, en el número 66 de la actual Rivera de San Cosme, en la Ciudad de México.

Francisco López de Gómara en su Historia de la Indias, nos proporciona otra versión del lugar en donde tuvo su origen el trigo en México. Para el cronista, su inicial aclimatación se inicio en Coyoacán, cuando al marqués le fueron llevados, desde el Puerto de Veracruz, unos sacos de arroz entre cuyos granos venían tres de trigo, mismos que el conquistador ordenó a Garrido que los sembrase inmediatamente. De los tres granos de trigo dos no se dieron, sólo uno fructicó y proporcionó cuarenta y siete espigas que, con el andar del tiempo, dieron múltiples cosechas.
Cualquiera que fuese el lugar donde se sembró el primer trigo mexicano, el hecho es que cabe la gloria al negro Juan Garrido el haberlo cultivado.

Garrido había sido un negro esclavo que los españoles compraron a los traficantes holandeses. Procedía del Continente Africano, y debió ser sudanés o bantú, tribus que eran las más apreciadas para la rapiña de los europeos. Era robusto, de gran estatura y muy joven, de aproximadamente dieciocho años cuando lo raptaron. Se dice que su inteligencia e ingenio eran fuera de lo común. Antes de llegar a México, había vivido como esclavo en Santo Domingo y en algunas otras islas del Caribe. Habitó en Puerto Rico durante mucho tiempo, hasta que fue enviado a Cuba y destinado a Hernán Cortés para su servicio doméstico, para, posteriormente, entrar en la milicia.

Cuando llegó a la Nueva España, y gracias a su inteligencia y buen comportamiento, se le concedió la libertad y abrazó la condición de horro; es decir, de liberto. En México se casó, no se sabe con quién, si con una negra o con una india, y tuvo tres hijos. Al final de su vida padeció mucho y murió en la más completa miseria.

Juan Garrido perteneció a los seis primeros negros llegados al iniciar el año de la penetración hispana. En su condición de liberto escapó a muchas, aunque no a todas, las restricciones y castigos a que estaba sujetos los negros en la incipiente sociedad novo hispana. Sus posibilidades de trabajo se vieron muy restringidas, pues nunca pudo ejercer un cargo en la administración gubernamental, ni ser dueño de hacienda, ya que les estaba prohibido tanto a los indios como a los negros. Hasta su muerte continuó siendo un pequeño labrador de trigo el cual molía en su pequeño molino, para hacer su pan. Se dice que murió en la miseria, pero se convirtió en leyenda.

Sonia Iglesias y Cabrera

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San Antonio de cabeza

Aquel santo y piadoso varón que se llamaba Juan Bautista Mollinedo, vio la primera luz hacia 1557 en la provincia de Vizcaya, donde se prepara el mejor bacalao del mundo. Muy joven abandonó su cuna familiar para trasladarse a la Nueva España, donde lejos de abrazar un oficio relacionado con la minería o cualquier otra actividad lucrativa de la época, decidió ingresar a un convento franciscano de Acámbaro,  Guanajuato, donde le impusieron los hábitos misioneros. Fue su vocación servir a Dios evangelizando y bautizando a indígenas que permanecían en lugares a muchas leguas de la civilización novo hispana, proyecto en el que además de valor, se requería la autorización de sus superiores, quienes le otorgaron toda la confianza.
Para que su tránsito por lugares inhóspitos fuera más leve, Mollinedo eligió de compañero a Fray Juan de Cárdenas; y llevando en su itacate un poco de maíz tostado, chile piquín, acaso pinole, ponteduro o frutos silvestres, iniciaron  su viaje en 1607, recorriendo descalzos lomas empedradas, caminos espinosos, arroyos hondos, bosques oscuros, veredas peligrosas y montañas de vegetación espesa hasta donde llegaron a instalar las bases para las misiones de Río Verde, Pinihuan, Valle del Maíz, Tula, Palmillas y Jaumave. En estos lugares construyeron rudimentarias capillas prometiendo a sus superiores que los indios se reintegrarían con ellos, “tan pronto lo mandara el Señor”.
Hombre de buena fe y muchas virtudes, no tuvo necesidad de exterminar indios como después lo haría Escandón. Con enorme humildad y paciencia el padre Mollinedo convivió largas temporadas con la crema y nata de los chichimecas, pames, alaquines, mascorros, caisanes, coyotes, machipaniguanes, chachichiles, megrios, alpañales y pizones a quienes catequizó para el cristianismo, sin que el misionero sufriera un rasguño, a pesar de la fama de bárbaros, salvajes y comecrudos de esa tribus.
Cuenta la historia que en 1617 el hombre de la capucha de lana y hábitos que a los nativos les parecían exóticos, regresó a concluir su labor evangelizadora junto con otros franciscanos de Tula, Palmillas y Jaumave, creadas en ese orden.
Se comenta que en sus respectivos burros, los misioneros traían las esculturas de tres santos, esculpidas por un artista poblano, para su veneración cada uno de los sitios por los que iban pasando. Con base a la ubicación geográfica, a Tula le correspondía San Juan Bautista; a Palmillas Nuestra Señora de las Nieves, y a Jaumave San Antonio de Papua. Todo iba muy bien, solo que  los peregrinos decidieron hacer un receso a la entrada de Tula para descansar un poco de la fatiga del viaje, eligiendo un sitio conocido como El Ojo de Agua, donde también se levantaban frondosos árboles de robusto tallo que desparramaban su sombra entre las florecillas silvestres al pleno mediodía, presentando un escenario de candor natural como no lo había observado el fraile desde hacía muchos años, en su casa materna de Portugalete, Provincia de Vizcaya, España.
Cuando Mollinedo dio la orden de reanudar el viaje y avanzar los metros que faltaban para la tierra elegida, uno de los jumentos, precisamente el que cargaba la sagrada imagen de San Antonio, se negó a pararse. Al principio, cuando lo vieron echado, pensaron que con unos golpes el pollino reaccionaría para continuar la marcha, pero grande fue el asombro al ver que el animal permanecía sumido en su actitud. Al notar que estaba oscureciendo, los frailes se animaron a ayudarlo a pararse, pero tampoco lograron su objetivo, llevándose la sorpresa de su vida cuando, al investigar los motivos, descubrieron que la escultura pesaba más de lo normal que al momento de subirla en el lomo del asno; interpretando que de acuerdo a dicho acontecimiento sobrenatural, casi milagroso, no tenían mejor remedio que establecer a San Antonio como patrono de Tula, cambiando a San Juan Bautista a Jaumave.
Desde entonces las mujeres que lo visitan en la iglesia le encienden veladoras, con la esperanza que le conceda el milagro de casarse con su pretendiente favorito. Algunas compran estampitas o esculturas con la imagen del Santo de los Novios y las colocan de cabeza, porque según la leyenda es la posición recomendable para recibir el beneficio de un buen matrimonio.

Leyenda enviada por Francisco Javier Vázquez

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Pánfilo García

Hace muchos años en Tulancingo, Hgo., vivió Don Pánfilo García, un hacendado con mucho poder e inmensa fortuna, «se dice» que tenía pacto con el Demonio.

Él era dueño de 99 haciendas, después de varios intentos por obtener más, se dio cuenta que no le era posible, porque al querer adquirir una más, le pasaba algo a su persona, como cortarse, caerse, etcétera, eso lo orilló a comprarse un rancho, que está en el municipio de Singuilucan, Hgo., ésta nueva propiedad contaba con túneles, pasadizos y cuevas, que solo él conocía y siempre se refugiaba ahí, a tal grado que pasaban semanas sin que se supiera de él, la persona que entraba a buscarlo nunca se le volvía a ver, su propia hija no lo podía encontrar, porque, ni a ella le contaba sus secretos.

Cuentan que Don Pánfilo García era malo y cruel con sus trabajadores, no tenían derecho de faltar a sus labores, ni aún enfermos, porque una falta era motivo de que los echara a los puercos hambrientos que tenía y éstos devoraran a los peones, no escuchaba explicación alguna, y cuando su personal le pedían que les diera una ración más de comida, los encerraba en el cuarto de torturas y los castigaba hasta veinte o más días para que nunca más le volviesen a pedir algo.

Al confesarle su hija que estaba profundamente enamorada de un peón y de su intención de casarse con él, en un arrebato de ira, Don Pánfilo se enfureció tanto que la golpeo y la encerró durante muchos meses, al peón, lo mandó traer para torturarlo hasta destrozarlo y, aunque su hija le rogó que le diera Santa Sepultura, su padre no le hizo caso y él dio el cuerpo del enamorado de su hija en partes a los puercos para que fuera devorado, su hija al ver tanta crueldad que en su padre existía, se deprimió tanto, que la orilló a suicidarse.

Pánfilo no pudo con tan gran pena, ya que su hija era lo más que amaba en el mundo, poco tiempo después, enfermó, mandaba traer doctores de muchas partes, éstos al conocer su posible fin, preferían huir, pues si no lo curaban, los arrojaban a los ya famosos puercos, cada día que pasaba se enfermaba más y más, todo era de tristeza, hasta que murió dejando una enorme fortuna, de la cual ninguna persona podía tomar ni un centavo ya que los que se atrevieron murieron, después de escuchar el replicar de las campanas por mucho tiempo, el pueblo al fin se pudo reunir para darle una Santa Sepultura, en el momento del salir de la Iglesia cayó una tremenda tormenta, por lo cual se tuvo que esperar por varias horas para seguir el cortejo, cuando iban llegando al cementerio la caja empezó a rechinar con mucha fuerza, los asistentes al sepelio, aunque estaban muy asustados, no se retiraban hasta que lo terminasen de sepultar, y se han llevado tremenda sorpresa, pues cuando lo enterraban, era inmediatamente expulsado el féretro a la superficie, después de varios intentos de enterrarlo, sin tener éxito aún, acordaron entre todo el pueblo, que los peones que le fueron más fieles, lo llevaran a las montañas más lejanas que pudieran, cargando todo su oro, joyas y dinero y así, cargaron varios burros y a Don Pánfilo García lo llevaron en una carreta, después de dejarlo en esos lares, los peones regresarían en los burros, ya que se pretendía enterrarlo con toda su fortuna, dicen, cuando iban en camino, los senderos se abrían y los burros empezaron a caer al vacío, y de la caja, se escuchaban lamentos y rechinidos muy fuertes que se podían escuchar a lo lejos, al llegar al lugar que habían acordado para sepultarlo los peones nunca pudieron abandonarlo para poder regresar y la gente que iba a buscarlos la atacaban y decidieron quedarse junto a su amo como «Ermitaños», después que murieron ellos, quedaron plasmados en piedra y , con cara de horror de lo que seguramente vivieron ven el paso del tiempo, la zona se encuentra al oriente de Tulancingo, a un lado del cerro El Yolo.

Dicen que parte de su fortuna está enterrada en el jardín de la hacienda Exquitlán, cuidada por los duendes que aún moran en ella, la persona que pueda entrar cuando haya luna llena y a las doce de la noche cave exactamente donde este la sombra de la cruz de la capilla antes de ser devorado por los duendes será el dueño de la fortuna de Don Pánfilo García.

Que los Santos de la capilla están ofrendados al Demonio, pues lo adoraban, hasta los Angelitos en lugar de arpa tienen un trinche y la Virgen esta con las manos en el pecho adorando con la mirada hacia abajo.

 

Leyenda enviada por Alfonso Luqueño Anaya

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Leyendas sobre simbolos patrios de Mexico

Si estas buscando leyendas sobre los simbolos patrios de Mexico he encontrado algunos textos que te pueden interesar:

La leyenda Azteca del Aguila y el Nopal: Esta es la leyenda en que se inspiraron los antiguos aztecas para fundar la ciudad de México.

El Aguila Real Identidad Mexicana: Este texto explica como y porque el aguila es simbolo de la identidad y el pais de Mexico.

Historia de los simbolos patrios: Historia de la bandera, el himno y el escudo patrio.

Historia de Mexico: Enlaces utiles sobre la historia de Mexico.

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El Ahuizotl

Esta es una leyenda poco conocida….pero el significado de Ahuizotl es Perro de agua …bestia mistica del agua.

Leyenda mexicana del Ahuizotl. Epoca colonial

Cuenta una leyenda que en la época de la conquista… Hernán Cortez escribía a su rey los pormenores de lo que veía y de lo que acontecía en lo que ellos llamaron la nueva España ..México  Tenochtitlán, 

Cortez se maravillo de la infraestructura que tenia la ciudad de los Aztecas, describe en una  carta dirigida a su Rey Don Fernando Hernando. 

Existe un mercado donde se venden todo tipo de aves , de todo tipo de plumajes, búho, garzas ….. aves nunca vistas en España… de muchos y variados colores , de cantos celestiales, criaturas de verdad esplendidas y maravillosas. 

También existe un lugar donde se venden plantas que curan todo tipo de enfermedades. Y entre sus calles existen medico y quienes elaboran los preparados medicinales….

Todo está ordenado por calles…nunca se mezclan…

También existe una calle donde vende animales para consumo humano y animales para los preparados medicinales. 

Destaca mencionar que entre existen muchos y variados jamás vistos por ni un hombre en toda España.

Maravillado Cortez contaba a su rey de los animales de la infraestructura del al ciudad de sus leyes y de sus formas de pesar y medir, de cómo el comercio se llevaba a grandes dimensiones y que venían de diferentes y muy variados lugares. 

Pero sin duda lo que le llamo la atención de los animales fue la leyenda del Ahuizotl ….. 

Una bestia no más grande que un perro normal, pero con una característica muy especial…….en su cola, la terminación no era normal, no terminaba en una punta…

Tenía una  garra con la cual mataba a sus presas…. 

Un día mientras reparaba una galera….

Los marineros escucharon el llanto de un niño….. 

Extrañados se apresuraron a ayudar al niño…pues sus llantos provenían del lago… 

Ellos pensaron que se estaba ahogando el niño… 

Pero para su sorpresa, nunca vieron al niño…. 

Se aceraron mas a la orilla para distinguir de donde salía ese llanto y ver si podían ayudar a ese niño que lloraba. 

Cuándo de la nada una garra jalo al marinero tirándolo de la embarcación y lo arrastro hasta el fondo del lago…. 

Asustado su acompañante se dio prisa para avisar que en el lago habían matado a su amigo … 

Salieron a buscar el cuerpo del marinero sin tener éxito 

Al regresar  los nativos les explicaron que había sido el Ahuizotl 

Que es una animal místico y sagrado…. 

Los marineros se  dijeron que ni un animal podría llevarse a un hombre de esa forma que eso era obra del diablo.. 

Pero las desapariciones era cada vez más constantes y los hombres no se atrevían a salir solo … 

Y menos si oían llorar a un niño…. 

Después de la gran inundación en la ciudad de México los españoles estaban por cambiar la cede du su capital y trasladarla…. A le estado de Morelos o a Veracruz…. 

Pero tomaron una decisión más radical….decidieron cambiar el curso de los lagos y así desecar el gran lago que rodeaba a la ciudad azteca… 

Debido a ese cambio se extinguió el animal más exótico y agresivo que vivo en el periodo pre hispánico

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El diablo en pañales

Esta historia que les relataré es una leyenda de la época colonial, y es muy popular aquí en mi país México, donde parte del folklore que lo enriquecen son sus leyendas.

Esta dice así; cierta vez, ya muy entrada la noche, circulaba en las callejuelas retorcidas y mal formadas de la ciudad un hombre en evidente estado de ebriedad, las calles eran alumbradas apenas con unos pequeños candiles que al reflejar las sombras formaban tétricas figuras fantasmagóricas, a lo cual el borrachín no daba muestra de sobresalto. Andando unos pasos más, escuchó levemente el llanto de un bebé, era un llanto ahogado. Se detuvo tambaleante pero ya no escuchó nada más que el aullar de los perros en la lejanía.

Andando unos metros más de nuevo escuchó ese llanto inconfundible, ahora si era claro era el llanto de un bebé que se escuchaba más fuerte, el hombre buscó en los rincones, y justo debajo del puente que cruzaba se hallaba la infortunada criatura rosada y regordeta que solo estaba cubierta por una pequeña manta. El hombre levantó al bebé sin antes maldecir a la desnaturalizada madre. Aún tambaleándose el hombre siguió su camino aún murmurando pestes contra la infame que dejó a su pequeño crío en semejante situación. No había llegado ni al siguiente faro y empezó a tener la impresión de que el niño pesaba un poco más. Avanzó 4 calles más y evidentemente se percató de que en chiquillo era más grande y más pesado, ya no podía con él, parecía que en lugar de niño llevaba un cerdito cargando, y se acercó a la luz del siguiente faro para ver bien al niño, levantó la manta y cual fue su sorpresa al comprobar que efectivamente era un cerdo lo que llevaba cargando, el cuál lo miró con los ojos encendidos, chasquió los colmillos produciéndole el terror más profundo que se pueda sentir, lanzado al animal por los aires y exclamando un "Ave María Purísima" se echó a correr por las retorcidas calles empedradas, hasta la borrachera se le quitó.

Ness.

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La iglesia de la Ermita

    La iglesia de la Ermita, emplazada en el barrio de San Francisco, fue construida bajo la advocación de la virgen María con el nombre de Ermita de Nuestra Señora del Buen Viaje. En la época en que fue edificada, dicha iglesia que entonces era un pequeño adoratorio, se hallaba fuera del perímetro del puerto, a considerable distancia del centro de la población, y al comienzo de la vía de herradura que los lugareños bautizaron con el nombre de Camino Real.
    Y he aquí la historia de ese templo.

    A mediados del siglo XVII residía en la villa campechana un caballero llamado Gaspar González de Ledesma, que se contaba entre los miembros más conspicuos de la elite local. Hombre acaudalado, su personalidad se manifestaba de acuerdo con su favorable condición económica. Sustentaba Don Gaspar un criterio que hoy se calificaría de pragmático, pues entre diversas concepciones, fruto de su manera de apreciar las cosas, sostenía la opinión de que la vida pertenece a los audaces. Típico de aquel rico hombre era el punto de vista de que la modestia sólo conduce a frustaciones y lágrimas; y decía que los pobres lo son por sus titubeos y miedos, que les impiden aprovechar las oportunidades que se les ofrecen. Como se comprende, Don Gastar únicamente respetaba a sus iguales; y a los humildes y desposeídos los ignoraba, si no es que sentía hacía ellos un profundo desprecio.

    En materia de religión, Don Gaspar no era precisamente un ateo, pero tampoco se distinguía por su piedad; y aunque por precaución no externaba sus convicciones en este terreno, dadas las costumbres imperantes, a su juicio la oración y las prácticas del culto representaban fruslerías y, según él, constituían el refugio de los pusilánimes y fracasados.

    Cierta vez, el caballero de nuestro relato, después de una jornada de lucrativos negocios que realizó en varias ciudades de España, se embarco en Cádiz para retornar a Campeche. En la nao viajaban, como compañeros de travesía de González, individuos de distintas nacionalidades y oficios que se dirigían a América ya sea para ocupar una vacante disponible en la administración colonial; ya para emprender una industria que sirviera para aumentar, mediante la explotación de las fabulosas riquezas americanas, los dividendos del comercio proteccionista de la Metrópoli; ya en plan de simples aventureros. Entre aquellos pasajeros figuraba un fraile que marchaba al Nuevo Continente en misión evangelizadora. Era el tal un ser menudo, apergaminado y enjunto, que en la nave se mantenía apartado de los demás. Este hombre de Dios, a pesar de su sencillez, atrajo la atención de Don Gaspar, quien le buscó conversación. El hermano, a quien nombraremos Fray Rodrigo, no era lo que parecía, pues causó en el de Ledesma la mejor de las impresiones tanto por su sabiduría como por su conocimiento del mundo y, especialmente, por su filosofía inspirada en la fe y las Sagradas Escrituras. No dejó Fray Rodrigo de percibir que se las había con un descreído, y se las ingenió para iniciar su labor catequizadora atacando la muralla de soberbia encarnada por Don Gaspar.

    Durante el trayecto, el burgués observó que el clérigo casi no tomaba alimentos, que sistemáticamente rechazaba los que consumían la tripulación y los otros viajantes, y que, para subsistir, usaba exclusivamente agua, miel y frutas secas que guardaba en su zurrón. Además, el ricachón vio que Fray Rodrigo era un devoto de la Santísima Virgen María, cuya imagen llevaba en el relicario. Y como se estableció alguna camadería entre los dos personajes, en una ocasión dijo Don Gaspar al fraile: -Hermano, vuestro estilo de vivir es una prueba de que yo tengo razón y que vos estáis totalmente equivocado.
    ¿Por qué habláis así?-, preguntó Fray Rodrigo.
    -Porque es evidente que no coméis porque estáis enfermo o porque sois pobre. En cualquier caso, vuestra situación procede del oficio a que os dedicáis, pues no hay otro más triste y contrario a la naturaleza que el de fraile. ¿Quién puede estar a gusto con nada si constantemente sufre privaciones y el escarnio de la gente, además de estar incapacitado para luchar por los bienes que hacen agradable la vida?
    -No os expreséis así, hermano –repuso el misionero-, pues blasfemáis. Considerad que yo escogí la carrera de sacerdote por mi voluntad; y, por otra parte, habéis de saber que la Madre de Dios ha sido siempre mi bienehechora, como lo es de todos los hombres, y esto se refiere también a vos.
    -¡Pamplinas! –respondió Don Gaspar-. Hasta ahora me he bastado sin nadie; y yo os garantizo que jamás necesitaré ayuda de ningún santo, que por lo demás no entiendo cómo pueda prestarme auxilio alguno. Entre los humanos, padre, únicamente cuentan la iniciativa y la astucia, aunque vos pretendáis que recibimos asistencia de arriba. Yo os aseguro que sólo el poder de un hombre es superior al de otro hombre.

    Y en pláticas de este cariz iba transcurriendo el largo recorrido.

    Pero una mañana el capitán de la embarcación advirtió a los pasajeros que se aprestaran a resguardarse porque en el horizonte se avizoraban señales de tormenta. Efectivamente, al atardecer los signos del temporal se afirmaron, y al entrar la noche se desató una furiosa tempestad. La marejada sacudía la base zarandeándola como un juguete, y altas olas barrían la cubierta y los compartimentos del bajel. Y, en vista de que a medida que las horas pasaban la tormenta arreciaba, el capitán dispuso evacuar el barco que, por los embates del huracán, estaba a punto de zozobrar. Mas no fue posible cumplir la orden transmitida, Una sucesión de olas gigantescas se abatió sobre el navío que, al quedar sin equilibrio, naufragó y fue despedazado por la potencia del terrible maremoto.

    Mientras la tempestad continuaba azotando los restos del buque, los desdichados ocupantes del mismo, incapaces de ponerse a salvo, desaparecían tragados por el mar. Solamente el solitario fraile superó el desastre, pues, con ímprobos esfuerzos, había logrado abordar unos maderos que, a modo de improvisada balsa, le sirvieron para no se arrastrado por la vorágine al fondo del océano. Fray Rodrigo, recobradas sus energías, oteaba alrededor suyo para ver de descubrir  a algún sobreviviente y tratar de ayudarlo. Pero todo era en vano. El mar había absorbido a los navegantes. Sin embargo, un golpe de las olas estrelló contra las tablas un cuerpo, y el misionero, con peligro de perecer en el maremágnum, lo aprisionó por un brazo. Y depositándolo sobre la balsa, que a cada minuto amenazaba irse a pique, reconoció, al destello de los relámpagos, al rescatado: ¡Era Don Gaspar González, aquel que pensaba que el mundo pertenece a los poderosos!.

    La tempestad amainó; y mientras el sacerdote, rezaba sus oraciones fúnebres por el alma del comerciante, éste exhaló un gemido. ¡Aún vivía! Inmediatamente Fray Rodrigo extrajo de su zurrón pócima que dio a beber al semiahogado, y segundos más tarde Don Gaspar vomitó una tremenda cantidad de agua salada. Ya algo reanimado, el fraile administró unas gotas de vino gracias a las cuales recobró la lucidez. ¡Y su sorpresa no tuvo límites al saberse ileso en el centro del Atlántico y al lado del franciscano!

    En los días que siguieron de náufragos, sometidos a la acción del inclemente sol y moviéndose lentamente a la deriva, se mantuvieron con la parca ración que el padre Rodrigo transportaba en su bolsa de peregrino. Hasta que las provisiones se agotaron. Y entonces el hombre fuerte, el que siempre se había burlado de los débiles y los pusilánimes, se entregó a la desesperación. -¿Qué vamos a hacer, hermano Rodrigo? ¡Moriremos de hambre y de sed! ¡Yo no quiero morir!- gritaba. A lo que el religioso contestaba: -¡Tened fe en Dios y la Virgen, señor de Ledesma! No ganáis nado con quejaros. Si creéis en la potestad divina, rogad de todo corazón por vuestra salvación, y yo os juro que aun acariciaréis  a vuestro nietos.

    Leyenda de mexico La Iglesia de la ErmitaPara colmo, una segunda tempestad estalló sobre los desgraciados; y, debido a la irresistible vendaval que soplaba, la balsa se abrió por la mitad, con lo que en su superficie ya sólo había espacio para uno de ellos. Don Gaspar, trémulo de espanto, se aferró al madero. Y, antes de perder el conocimiento, escuchó lejanamente la voy del fraile, que le decía: -No temáis, infeliz Don Gaspar. Ahora comprobaréis que nuestra Madre nunca abandona a sus hijos. Sólo os pido que elevéis vuestras plegarias a la Santísima Virgen, y confiad en que saldraís de esta calamidad.

    No supo González cuánto tiempo estuvo inconsciente; pero, al despertar, se encontró en tierra, en una playa desierta a ala que había sido arrojado por la resaca. Quiso incorporarse, pero a extenuación se lo impidió. Y, al repetir su intento, de su diestra resbaló un relicario en el que reconoció el que llevaba al cuello Fray Rodrigo. Una especie de luz cegadora iluminó el descernimiento del infortunado, y a su mente acudieron en tropel las escenas ocurridas en el viaje y los dantescos acontecimientos de la tormenta. Aquilató hasta la última raíz de su espíritu el desprendimiento del franciscano, que se sacrificó para que él el altivo González de Ledesma, se librara de los horrores de la muerte. Y cayó desmayado.

    Personas bondadosas que hallaron exánime náufrago se encargaron de proporcionarle los cuidados necesarios para su restablecimiento. Y, ya suficientemente fortalecido, le suministraron los medios para trasladarse de Cuba, la tierra a donde providencialmente había sido lanzado por la borrasca, a Campeche.

    De más esta decir que Don Gaspar llegó al puerto transformado, y fue su cambio tan completo que sus amigos apenas le identificaron: la soberbia se había trocado en mansedumbre, y la ostentación de antaño se mudó en humildad. Obedeciendo a un impulso sobrenatural, vendió su patrimonio y el producto lo distribuyó entre los pobres.

    Y con una parte de lo obtenido mandó construir la capilla que, a ruego suyo, fue puesta bajo la advocación de Nuestra Señora, consagrándose en el altar la imagen del relicario de Fray Rodrigo.

    Finalmente, Don Gaspar solicitó ser designado guardián del templo; y, satisfecha su petición, visitó el burdo hábito del ermitaño que, socorrido por la caridad pública, terminó sus días en olor de santidad en calidad de siervo de Nuestra Señora del Buen Viaje.

    Fuente: Libro LEYENDAS APOCRIFAS
    Folklore Campechano
    Autor: Guillermo González Galera
    Editado por el Depto. de Difusión Cultural de la Universidad Autónoma del Sudeste
    Septiembre de 1977