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Silvia

En la década de los años sesenta, en la Pérgola de los Mochis cada año se llevaba a cabo baile popular en el mes de diciembre, que animaba las bandas con su música de viento. En una ocasión unos jóvenes acudieron al baile y llevaron con ellos a otro que venía de México. Todos llevaban pareja menos el fuereño.

Cuando la fiesta se encontraba en su apogeo, el joven se fijó en una bellísima muchacha vestida de blanco. Se acercó a ella y la invitó a bailar. La joven accedió. Al estar bailando el muchacho se dio cuenta de que las manos y las mejillas de la chica estaban sumamente frías, lo cual le intrigó. En un momento dado la mujer de blanco le preguntó a su compañero de la baile la hora que era. Él le respondió que las doce, a lo que ella replicó que tenía que irse. Galante, la quiso acompañar a su casa, pero la bella le indicó que solamente hasta el pie de la escalinata que conducía a La Pérgola. Al ir bajando, el muchacho notó que la damita estaba temblando y le ofreció su saco para que se tapase, indicándole que al día siguiente lo recogería en su domicilio.

Y efectivamente, al otro día acudió a la casa de la joven quien le había proporcionado su dirección. Al llegar, tocó a la puerta y le abrió una señora de aspecto triste. El galán le preguntó por la muchacha y le explicó la causa de su presencia en su casa. Le dijo el nombre de la belleza, Silvia, y la describió como la portadora de un hermoso vestido blanco y de un largo y sedoso pelo negro. Al escucharlo, la señora pensó que se trataba de una mala broma, pues como explicó al intruso, la chica había muerto hacía solamente tres días, justo cuando cumplía diez y ocho años, en un terrible accidente. Como el visitante se mostraba incrédulo, la madre le mostró el blanco vestido y una fotografía de la muerta. Pero como el joven seguía dudando, la mujer lo llevó hasta el cementerio donde se encontraba la tumba con una lápida en la que aparecía escrito el nombre de la muchacha. ¡El joven casi muere del susto cuando se dio cuenta que sobre la tumba se encontraba el saco con el que la había tapado para resguardarla del frío… que no era otro más que el frío de la muerte!

La Pérgola de los Mochis

Muchas noches acudió el enamorado a La Pérgola con la esperanza de volver a ver a la joven mujer, pero nunca la volvió a encontrar, Al cabo de un año, justo el día en que tendría lugar el baile anual, desistió de su búsqueda. Sin embargo, muchas son las personas que afirman que en esa fría noche se vio bajar por la escalinata de La Pérgola de los Mochis a una bellísima mujer vestida de blanco y con el hermoso pelo negro que la caía por la espalda. Su actitud indicaba que busca a alguien a quien no puede encontrar, porque el enamorado esa noche había desistido de buscarla.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Guanajuato Leyendas Cortas Leyendas de Terror

La Carreta de la Muerte

A los diez años la madre de maría la envió a vivir con su tía, una mujer muy enferma e incapacitada que tenía un hijo de mala entraña, y vivía en el pueblo de La Noria, Guanajuato. María se fue a la casa de su tía muy contenta por poder ayudarla, pues su hijo no lo hacía para nada. La enferma mujer era dueña de un terreno muy grande que el mal hijo estaba ansioso por heredar. La llegada de su prima no le gustó para nada y empezó a hacerla la vida pesada.

 Una cierta noche, el hijo llegó borracho a la casa y arremetió contra su madre y su prima. La madre lo corrió y le dijo que no se apareciera hasta que se le hubiese bajado la borrachera. El hijo se alejó diciéndole a su progenitora que ojalá se muriera pronto. Al otro día, cuando María fue por las tortillas, escuchó que todo el pueblo se había dado cuenta del escándalo y que había escuchada a la Carreta de la Muerte. La pequeña no entendió a que se referían las personas con esos de la Carreta de la Muerte. Cuando llegó a la casa de su tía le preguntó. Al escucharla, la mujer se santiguó y le contestó que cuando pasaba la famosa carreta por el pueblo era porque alguien seguro iba a morir. María se asustó mucho, pues pensó que la que podría morir sería su enferma tía. Por la tarde regresó el hijo muy enojado y reclamándole a su madre el haberlo corrido para después haberlo ido a buscar gritándole por los montes y las calles del pueblo. La tía negó que lo hubiese ido a buscar. El joven, indignado, abandonó la casa y no regresó a dormir.

Al otro día, María fue por las tortillas y oyó que las personas comentaban que la Carreta de la Muerte se había dirigido a la cabaña del huerto de la casa de su tía, Cuando regresó, estaba muy preocupada, pues suponía que la muerte se acercaba cada vez más a la casa de su tía. Entonces pensó que debía comunicarle el hecho a su primo, pues se estaba quedando en la cabaña del huerto, y si llegaba a ver la Carreta de la Muerte, ésta se lo llevaría, pues nadie podía verla sin morir. Cuando llegó con su primo y le comunicó su temor, éste la corrió de mala manera. Por la noche, el muchacho fue a la casa de su madre, y tomando del pelo a María le prohibió que lo siguiera molestando con sus cuentos tontos. La tía trató de defender a su sobrina, pero no pudo y cayó al suelo. El mal hijo salió huyendo creyéndola muerta y no volvió por varios días.

Una tarde volvió reclamándole a su madre que no lo anduviese buscando, cosa que la mujer no había hecho. Le pidió a su hijo que cuando estuviera en la cabaña del huerto no le abriese la puerta a nadie. Pero esa noche los perros empezaron a aullar en el huerto y el muchacho, furioso, salió a asustarlos y a amenazarlos. Como no vio a nadie, volvió a entrar en la casa. Un fuerte aire soplaba. Todo el pueblo escuchó el escándalo que provocó un fortísimo grito que provenía de la cabaña. La tía le pidió a María que fuera a buscar a los vecinos para ver qué sucedía. Cuando llegaron a la cabaña se encontraron en la puerta al joven con el cuello partido y con una mueca de terror absoluto. La tía y la sobrina comprendieron que la Carreta de la Muerte lo había matado.

Desde entonces, cada vez que una persona va a morir se escuchan los ruidos de las ruedas de la carreta, las patas de los caballos al pegar en las piedras del suelo… y los terribles aullidos del mal hijo que deseaba la muerte de su madre para heredar sus tierras.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

 

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Ciudad de México Leyendas Cortas

La mujer sin piernas

Una vez una señora que vivía en el Barrio de la Asunción, perteneciente a la Alcaldía Xochimilco, fue con su familia a la fiesta del pueblo de San Pablo Oztotepec, uno de los pueblos originarios de Milpa Alta. Iban caminando por un camino de brecha en plena oscuridad, rodeados de enormes árboles, cuando de pronto escucharon los sollozos de una mujer. No hicieron caso, pues sabían que por esos lugares espantaban desde la época de la Revolución. Pero el llanto era tan triste que se apiadaron y decidieron ver de dónde provenía. Entonces se dieron cuenta que arriba de uno de los árboles había una mujer que les pidió que la bajaran. Los hombres de la familia subieron al árbol y la bajaron. Cuando llegaron al suelo se dieron cuenta de que la mujer no tenía piernas de la rodilla para abajo. En una mano llevaba una olla llena de sangre, y junto a ella se encontraba un brasero y una escoba de varas de jarilla. Arrastrándose por el suelo la mujer les pedía a los presentes que la llevaran a su casa. Sin embargo, decidieron llevarla a la presidencia municipal de Xochimilco, pues ya se habían dado cuenta que se trataba de una bruja.

El tlecuil donde la bruja dejaba sus piernas.

El prefecto le preguntó a la mujer lo que estaba haciendo por en ese camino, y la mujer contestó que por las noches se dedicaba a chuparles la sangre a los bebés, y que el amanecer la había sorprendido, razón por la cual ya no pudo volar para regresar a su pueblo y se quedó atrapada en la copa del árbol. Le suplicó al prefecto que fueran a su casa para traerle sus piernas que se habían quedado en la cocina. Varios hombres fueron. Cuando tocaron a la puerta les abrió su esposo, y le dijeron que les dejase pasar para recoger las piernas de su mujer. El hombre se quedó pasmado de asombro. Al llegar a la cocina vieron las dos piernas que formaban una cruz sobre las cenizas del tlecuil. La bruja les había advertido que por nada del mundo fueran a quitar las cenizas que estaban en los muñones de sus piernas, pues entonces no podría volvérselas a colocar, y que para llevarlas las envolvieran, con mucho cuidado, en una manta.

El prefecto le preguntó a su esposo si sabía que su mujer era una bruja que chupaba la sangre de los bebés; pero el esposo afirmó que no sabía nada. Solamente había notado que con mucha frecuencia comían moronga y que nada sabía de donde procedía la sangre.

La bruja salió libre -a falta de pruebas contundentes-, después de haberse colocado sus piernas. El matrimonio se vio forzado a abandonar el pueblo de Xochimilco, pues los pobladores estaban dispuestos a quemarla en una pira. Deseaban hacer justicia, pero no lo consiguieron y se quedaron con dos palmos de narices. La bruja vivió muchos años y siguió con su sanguinaria actividad, y el esposo continuó comiendo rica moronga guisada.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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Baja California Leyendas Cortas Leyendas de Terror

Don Porfirio y la carroza

Hace mucho tiempo, en Baja California Sur, en las afueras de la Ciudad de la Paz, se encontraba ubicada la Ciénaga de Flores. Un pantano que permitía plantar diversas flores por sus condiciones ecológicas favorables. Todas las flores que en ella crecía eran una maravilla por su colorido y su subyugante perfume; además que eran enormes, y mucho más hermosas que las que no crecían en la ciénaga.

Cerca de la ciénaga había un rancho muy grande y bien montado que contaba con un pozo del cual se extraía agua mediante un molino de viento. El rancho tenía un cuidador que se llamaba don Porfirio y que se encargaba de cuidar la ciénaga que pertenecía al rancho. Un cierto anochecer el buen hombre se dio cuenta de que una hermosa carroza se encontraba en el lindero donde crecían las flores de la ciénaga. De la carroza descendió una bellísima mujer ataviada con un vestido negro de terciopelo a la que acompañaba un cochero. Don Porfirio se percató de que los extraños visitantes no pisaban el suelo, sino que caminaban sobre una nube de vapor, como flotando.

El cuidador decidió acercarse hasta donde se encontraban los visitantes, aun cuando estaba muerto de miedo y temor. Al aproximarse, notó que la carroza era muy similar a las que se usaban en otros tiempos en los servicios funerarios, y su miedo se incremento considerablemente.

La Ciénaga de Flores

La mujer cortó varias flores del sembradío, hizo un gran ramo y volvió a su carruaje acompañada de su cochero. Ninguno de los dos pronunció palabra. Don Porfirio seguía muerto de miedo al ver que se trataba de unos seres muy extraños, de ultratumba y ni siquiera pensó en cobrarles las flores que se habían llevado.

Al otro día, el asustado cuidador comentó lo ocurrido con su patrón, el cual no le creyó nada y pensó que al buen sirviente se la habían pasado las copas. Pasados diez, la carroza volvió a aparecerse. Solamente iba la dama condiciendo a dos hermosos caballos negros de pelambre muy brillante que tiraban de la carroza. Don Porfirio se acercó todo lo que pudo a la dama, hasta sentir su embriagador perfume y ver sus joyas de oro.

Como su patrón no le creyó, el guardián acudió al delegado de Gobierno, quien ordenó vigilar la zona. Sin embargo, la carroza no volvió a aparecer. Aunque pasados diez, más de veinte personas que se encontraban cerca de carretera que llevaba a la ciénaga de las flores, vieron aparecer la famosa carroza con una dama vestida de negro y un cochero luciendo una levita. Entonces, todos le creyeron al guardián don Porfirio, quien ya nunca volvió a ver ni a la carroza, ni a la dama ni al cochero.

Sonia Iglesias y Cabrera.

 

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Leyendas Cortas Leyendas Mexicanas Época Colonial Tlaxcala

Origen del nombre del volcán La Malinche

El volcán Matlalcueye, como también se le conoce, se encuentra entre los estados de Puebla y Tlaxcala. Se trata de un volcán activo que mide 4,420 metros de altura. Es un bellísimo lugar que fue declarado Parque Nacional en el año de 1838. Desde el siglo XVII se le conoce con el nombre de Malinche o Malitzin, en honor a Doña Marina o Malinalli, la esclava traductora, “la lengua” de Hernán Cortés.

En cierta ocasión, Doña Marina tenía mucho calor y decidió ir a bañarse a la Laguna de Acuitlapilco, -sita en la parte sur del actual estado de Tlaxcala-, para refrescarse un poco. Avisó a su amo Cortés adónde iba y se encaminó a la laguna acompañada de cuatro esclavas. Cortés no puso peros y la dejó ir a refrescarse. Malinalli salió del campamento en que se encontraban las tropas españolas muy ilusionada de poder ir a chapotear en el agua y quitarse un poco la sensación asfixiante del calor.

Al llegar a la laguna se quitó su hermoso huipil de grecas color turquesa y su enagua color azul celeste, y se metió a bañar a las frescas y claras aguas. Desde el otro lado de la laguna, se encontraban algunos de los habitantes del poblado de Xiloxoxtla que la observaban impresionados, pues ante tanta belleza la habían confundido con una diosa. Al confundirla con una deidad le pidieron que desencantara a la montaña Matlalcuéyatl, a la cual consideraban como un antiguo guerrero que había sido encantado y convertido en volcán junto con su amada.

El bello volcán La Malinche

Al ver a tantos hombres juntos que se le acercaban, Doña Marina empezó a gritar para sí misma. -¡Malinche, Malinche, Malinche! Llamando a su amante al que así apodaban, para que la salvase del peligro en que creía estar. Desesperada la mujer empezó a correr lo más rápido que podía para alejarse de los que creía sus agresores, mientras que los de Xiloxoxtla la seguían algo confundidos por su reacción.

Presto, Hernán Cortés ya había enviado a sus hombres a rescatarla. Al llegar la tropa y hablar con los de Xiloxoxtla todo se aclaró, y desde entonces el activo volcán recibió otro nuevo nombre: La Malinche.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Tlaxcala

El origen del sarape de herraduras.

Uno de los diseños tradicionales que se labran en los sarapes que se elaboran en San Bernardino Contla, en el estado de Tlaxcala, es el de herraduras de caballo en color negro. Su origen a dado lugar a una leyenda que narra que a finales del siglo XIX, en el Barrio de Tlacatécpec vivía un artesano tejedor, quien era muy famoso por sus bellos y originales diseños de sus trabajos en el telar de pedales. Todo el pueblo lo conocía y apreciaba, y su fama se había extendido a todo el estado, pues era todo un artista honrado y humilde.

En cierta ocasión, un caballero muy rico y elegante que vivía en el pueblo de Apetatitlan decidió ir con el artesano para que le tejiese un sarape blanco que tuviera un diseño muy original, pues estaba seguro de que era el único capaz de darle gusto. Sabía que sus clientes más exigentes siempre quedaban completamente satisfechos con su trabajo. Llegó al pueblo de San Bernardino y preguntó por la casa del tejedor. Cuando le dieron las señas se dirigió a ella muy contento.

Habló con el tejedor y le dijo: – Buen hombre, he venido a verlo desde donde vivo con el fin de que me teja un hermoso sarape. Pero eso sí, el diseño debe ser original y nunca visto. El artesano aceptó el encargo y el reto.

Al siguiente día, el caballero volvió a ver al tejedor, el cual aún no había encontrado el diseño especial que le pedía. El caballero se fue. Así pasaron varios días, casi un mes. Y cuando el artesano veía llegar a su cliente le decía que aún no encontraba el motivo  original que debía labrar en el sarape blanco. El caballero, pacientemente, se despedía y regresaba al día siguiente.

El artesano de San Bernardino Contla

Llegó el invierno y el tejedor estaba sumamente apenado porque yo encontraba el diseño adecuado. Una mañana especialmente fría y cruda, en la que la nieve había formado una pequeña capa en el suelo del poblado, llegó el caballero hasta las puertas de la casa del artesano. Tocó la puerta, aunque no se bajó de su caballo. El artesano le abrió, y en ese momento exclamó: -¡Señor, señor. Ya tengo el diseño que tanto buscaba para su sarape blanco! Y corrió hasta su telar.

Mientras tanto, el hombre bajó de su cabalgadura, la aseguró en la rama de un árbol, se metió en la casa y llegó hasta donde se encontraba el telar. Vio que el tejedor estaba labrando en el sarape unas hermosas herraduras negras. Entonces, en ese momento se dio cuenta de que las huellas dejadas por su caballo en la capa de nieve habían sido la inspiración para su sarape.

Cuando el artesano terminó su trabajo, el caballero quedó encantado con el sarape y le pagó una buena cantidad de dinero. Con el tiempo, el diseño se fue copiando, pues a todos les encantaba. Pasó el tiempo, y ahora es uno de los diseños que hacen famosos a los sarapes del pueblo de San Bernardino Contla.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Baja California Leyendas Cortas

Irenea

Irenea nació cerca del poblado de El Triunfo, en una zona hermosa conocida como El Zacatón, en Baja California Sur. Cuando sus padres la concibieron eran ya bastante mayores, frisaban los sesenta años, por lo cual contaba con algunos hermanos que eran bastante mayores que ella. Irenea era una niña muy bonita. Tenía los ojos verdes como la albahaca, el pelo rojo como el fuego y la piel muy blanca como todos los pelirrojos. No se perecía en nada a sus hermanos que tenían la piel morena y el pelo oscuro. Además, la pequeña era sumamente inteligente. Por tales razones, los habitantes del pueblo aseguraban que Irenea tenía algo raro, y su diferencia la hacía parecer anormal a la vista de los demás.

Un día 12 de diciembre, fiesta de la Virgen de Guadalupe, cuando la niña pelirroja contaba con ocho años de edad, acudió con sus padres a la iglesia del El Triunfo para participar en la solemne misa que todos los años se le dedicaba a la Virgen. Todo iba bien, hasta que Irenea empezó a ponerse nerviosa y a insistirle a su madre que se saliesen de la iglesia. Ante la necedad de la pequeña, la madre accedió a salir. No bien lo habían hecho cuando el techo de la iglesia se derrumbó, catástrofe que costó la vida de doce personas e hirió a muchas más.

El día que se llevaron a cabo los funerales de los difuntos, todo el pueblo se encontraba reunido en el cementerio. Una de las personas asistentes se puso como histérica y, ni presta ni perezosa, señaló a la niña como la culpable de la caída del techo que tantas muertes había provocado. El sacerdote al escuchar la acusación trató de calmar los ánimos explicando que tanto la niña como sus padres y hermanos eran buenos católicos que nunca faltaban a misa, y que la pequeña era una criatura inocente. Pero el pueblo estaba enardecido y no tomó en cuenta las palabras del cura.

La iglesia de El Triunfo

Así pues, al caer la noche, la turba se dirigió a la casa de Irenea y le prendió fuego. Al día siguiente, los habitantes acudieron a lo que había sido el hogar de Irenea, reconocieron sus restos por algunos mechones rojizos de pelo, amarraron una cuerda a su quemado cadáver y la arrastraron por el arroyo hasta el pie de un guamúchil. Ahí quedó la pobre niña.

Cuenta la leyenda que desde entonces la niña se aparece en el sitio conocido como El Zacatón, vestida de blanco y con su hermoso pelo rojo cayéndole hasta la cintura. Los automovilistas que circulan por ese trecho de la carretero de El Zacatón, cuando la ven se llevan tremendo susto, y algunos hasta han sufrido serios accidentes a la vista del fantasma de Irenea la pelirroja.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

 

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Estado de México Leyendas Cortas

Un pueblo convertido en piedras

Las Peñas de Jilotepec, zona de belleza natural incomparable, se encuentra en el Estado de México. En tiempos prehispánicos en ese bello lugar se encontraba un pueblo de indios otomíes al que  los dioses habían privilegiado convirtiéndolo en un sitio donde nunca escaseaba la comida, el trabajo, el agua y el entretenimiento. Pero ante tanta facilidad los pobladores se corrompieron y dejaron de valorar los dones que les habían otorgado. Por lo tanto, los dioses  convirtieron al pueblo en piedra.

Pasó mucho tiempo, y se pensó a erigir otro pueblo en el mismo lugar, con personas que querían abandonar el pueblo en que vivían por no satisfacerles como deseaban. Los sabios ancianos conocían lo que había sucedido en el antiguo Peñas, y decidieron efectuar un rito para alejar el encantamiento.

Las Peñas de Jilotepec

Cuando estaban reunidos de pronto escucharon una voz venida del Más Allá que decía: -¡El más puro de los habitantes debe llevar en su espalda a una mujer hasta la capilla de su pueblo, pero nunca deberá mirarla, por ningún motivo! En ese momento, un muchacho se ofreció a llevar a cabo la tarea. Eligió a una bella mujer y se la cargó en las espaldas, dispuesto a llegar hasta la capilla.

El muchacho echó a andar, observado por las personas que se habían encaramado en las peñas del pueblo encantado para ver su caminata. Conforme iba avanzando la carga que llevaba se volvía más y más pesada, y más trabajo le costaba avanzar. Como no sabía la causa de lo que originaba tan enorme peso, el joven decidió voltear a ver. Cuando lo hizo vio una enorme serpiente que crecía a cada momento. En el mismo instante en que cruzó su mirada con la de la serpiente, la gente que observaba se convirtió en piedra, al igual que el muchacho y la serpiente.

Desde entonces ya nadie quiso intentar quitar el maleficio que pesaba sobre al pueblo desaparecido. Existe la creencia de que cada 3 de mayo por la noche, el antiguo poblado prehispánico de Las Peñas vuelve a vivir y se escuchan los ruidos de sus antiguos habitantes efectuando sus tareas cotidianas: lavar, barrer, forjar, o escuchan el agua que cae de las fuentes.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Ciudad de México Leyendas Cortas Leyendas Urbanas de Terror

Carlitos y la rata

En la Ciudad de México se encuentra ubicado un mercado muy famoso conocido con el nombre popular de Mercado de la Merced. Se ubica en el Centro Histórico de la Ciudad, en el Barrio de la Merced. Se fundó hacia 1860, y desde entonces abastece a la capital de alimentos que se venden en sus muy variados y surtidos puestos de fruta, verduras, carne, quesos, ropa, y mil cosas más para satisfacer las demandas de la población. El lugar cuenta con muchas bodegas que almacenan los productos para la venta.

De este tianguis y del barrio han surgido muchísimas leyendas, cuentos y anécdotas. Su tradición oral es fecunda e interesante. Una de tantas leyendas nos narra una historia escalofriante. En cierto momento del siglo XX, los comerciantes de la Merced observaron consternados que de las bodegas desaparecían demasiados alimentos. Asimismo, los perros y los gatos callejeros empezaron a disminuir notoriamente. Estaban intrigados, no se explicaban las razones de las pérdidas.

En una casa cercana al mercado vivía un muchacha muy joven, de tan sólo diez y seis años, en una casa humilde, junto con su madre que contaba con sesenta. Tenía un nene de unos cuantos meses de nacido, Carlitos. En una ocasión, por la noche, el pequeño estaba molesto y lloraba mucho; y como la madre estaba muy cansada, decidió dejar solo al bebé mientras ella llevaba a cabo ciertas diligencias. El niño se quedó en su camita y metió la cabeza bajo la almohada, aunque sin dejar de llorar.

La enorme rata de la Merced

Pasado un cierto tiempo, la abuela llegó a la casa, coincidiendo con el regreso de su hija. Al saber que ésta le había dejado solito, la vieja mujer la regañó por su irresponsabilidad. Ambas acudieron a la cama donde se encontraba el pequeño para ver si se encontraba bien, pero azoradas se dieron cuenta de que no estaba acostado, y vieron con horror que en la cunita había rastros de sangre.

Lo buscaron debajo de la cama y le encontraron ahí, con la cabeza medio metida en un agujero, lo jalaron del cuerpecito hasta sacarlo, y vieron a una enorme, pero muy enorme rata que le había devorado parte de la cabeza. El niño ya había muerto. Las dos mujeres nunca pudieron recobrarse de tan terrible suceso. Del dolor de ver a su hijo devorado por una rata que tenía el tamaño de un gran perro, la mujer se volvió completamente loca y fue internada en un hospital público, donde tardó dos años en morir. De su madre no se supo lo que pasó, algunos cuentan que se dio a la mendicidad para poder mantenerse. ¡quién lo sabe!

Los comerciantes al conocer el hecho se dieron cuenta que era el roedor el que robaba las bodegas para procurarse alimento, y decidieron darle caza. Pero fue inútil, la rata nunca fue atrapada. Hasta la fecha muchas personas le temen y creen verla en el mercado o cerca de sus casas.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Leyendas Cortas Oaxaca

El callejón del sereno

 Esta triste leyenda sucedió en el estado de Oaxaca, situado al sur de la República Mexicana. En cierta ocasión, en uno de los tantos callejones de la Ciudad de Oaxaca, un sereno se encontraba por la noche realizando su ronda de vigilancia por las calles que le correspondían. Iba muy tranquilo caminando cuando de pronto escuchó un terrible gemido que provenía del callejón, como si alguien hubiese sido atacado de muerte.

Un hombre que pasaba con un farol en la mano, al escuchar los gemidos a toda prisa se dirigió al Templo del Marquesado, situado en el barrio del mismo nombre, y que antaño fuera propiedad del Marqués del Valle de Oaxaca.

Tocó la puerta y solicitó hablar con el cura. Cuando le tuvo frente a él, le dijo que había escuchado los gemidos de un hombre que acabada de ser apuñalado y que necesitaba que lo confesaran, pues se encontraba en agonía.

El sereno oaxaqueño

Inmediatamente el padre se aprestó hacia el lugar que le indicó el hombre. A la mitad del callejón efectivamente se encontraba un señor mortalmente herido, a quien el santo varón se apresuró a confesar. La confesión fue bastante prolongada. Saber cuántos pecados tendría

Terminada la ceremonia, el sacerdote se dirigió al lugar en que el hombre que le había llamado se encontraba aguardándolo, pero para su sorpresa se dio cuenta que no había nadie, y sólo se encontró con su farol encendido. Sorprendido, tomó el farol que se encontraba en el suelo, y se dirigió a ver la cara del hombre que acababa de confesar. Su sorpresa fue absoluta cuando se dio cuenta de que el hombre era el mismo que le había llevado desde el templo!

Muerto del miedo por lo sucedido, el religioso enfermó por varias semanas, y el pobre hombre quedó completamente sordo del oído que había utilizado para recibir la confesión de un pobre sereno apuñalado por algún gamberro asesino.

Sonia Iglesias y Cabrera