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Dos volcanes enamorados

Iztaccíhuatl, la Mujer Blanca, era una hermosa princesa nahua que se enamoró de un guerrero llamado Popocatépetl, Montaña que Humea, también conocido como Popoca. Como querían casarse, el padre de la muchacha, cuyo nombre era Tezozómoc, le dijo al guerrero que permitiría el matrimonio si en la guerra que libraban en Oaxaca le llevaba la cabeza de su peor enemigo, el jefe de los guerreros zapotecas, ensartada en una lanza.

La misión era muy difícil de cumplir, el padre de Iztaccíchuatl lo había enviado a propósito a Oaxaca, porque pensaba que nunca regresaría victorioso y moriría en esas lejanas tierras oaxaqueñas, y así no se casaría con su adorada hija.

Un mal día Iztaccíchuatl se enteró de que su amado Popocatépetl había fallecido en una batalla y, desesperada por el dolor que sentía, se quitó la vida. Poco tiempo después, Popocatépetl  regresó a Tenochtitlan con la cabeza que le había exigido Tezozómoc, pero se enteró de que la princesa había muerto. Sumamente triste, el guerrero entró a la recámara de su amada, tomó en sus brazos, la llevó al monte, y la cubrió completamente de hermosas flores.

La triste imagen de los enamorados que se convirtieron en volcanes

El tlatoani Tezozómoc se asomó por una ventana de su palacio y vio dos magníficos volcanes cubiertos de nieves eternas. Emocionado, salió a la Plaza Mayor de la Ciudad de Tenochtitlan y, a voz en cuello, anunció a todos sus súbditos que esos volcanes que se veían, eran Popocatépetl e Iztaccíhuatl convertidos para siempre en dos bellos volcanes por la magia de los dioses.

Desde entonces, los jóvenes enamorados están juntos para no separarse nunca jamás y así eternizar el amor que se tuvieron cuando estaban vivos. Aún se puede ver a Iztaccíchuatl cubierta de nieve, acostada como si estuviera durmiendo, y a Popoca a sus pies, siempre atento y vigilante de que nada perturbe la paz de su amada.

Sonia Iglesias y Cabrera

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La monja Sor Juana y la llave mágica

Hace mucho tiempo, en los inicios de la ocupación española en la Nueva España, una niña de ocho años llamada Catalina vivía en las afueras de la Ciudad de México, cerca de donde empezaban los barrios de los indígenas. Todas las mañanas salía a caminar por el campo para hacer ejercicio. Un cierto día se fue por un camino diferente al acostumbrado y se encontró con un viejo y enorme ahuehuete. De un hueco del tronco del árbol salió otra niña de catorce años de nombre Matilde, que se acercó a Catalina para decirle que se dedicaba a ayudar a los niños pobres que no tenían casa y que abundaban en la ciudad. Le dijo que quería que se los llevara para darles casa y comida. A Catalina le pareció una buena obra de caridad, y empezó a llevarle niños y niñas a Matilde. Así continúo Catalina bastante tiempo, llevando niños desamparados para que Matilde los ayudara.

Un día en que Catalina se acercaba al ahuehuete para entregarle a su amiga una niñita desnutrida de cuatro años, vio que del Cielo bajaba una hermosa monja parada en una nube de cristal. Toda ella resplandecía como si estuviera iluminada por dentro. Cuando llegó cerca de Catalina le dijo con una voz dulcísima: -¡No te asustes, querida niña, soy una monja y mi nombre es Sor Juana, tengo que comunicarte algo importante! Esa niña a la que conoces como Matilde, es en realidad un chaneque muy malo. Todos los niños que tú le has llevado, los tiene encerrados en jaulas en una palapa que se encuentra situada en el interior del bosque a espaldas del ahuehuete por donde Matilde sale. Los tiene encerrados en jaulas y se dedica a engordarlos para comérselos ella y sus amigos los chaneques que habitan en los ríos y lagunas del campo. Has hecho muy mal en obedecerla sin saber quién era, pero no te preocupes. Ten está llave de plata, ve a la palapa y abre los candados de las jaulas.

La monja Sor Juana

Catalina tomó la bella llave de plata con incrustaciones de obsidiana y corrió por el bosque hasta encontrar la palapa. La abrió y entró sigilosamente. Entonces Catalina vio a todos los niños que le había llevado a la perversa Matilde, y con la mágica llave que abría todos los candados, liberó a todos los niños que estaban ya bastante gordos y a punto de ser guisados en mole.

Los niños corrieron tan rápido como se los permitía su gordura y llegaron sanos y salvos a la ciudad de México. Se habían salvado todos gracias a la buena monja llamada Sor Juana y a la llave de plata. Desde entonces, cuando alguien llega a pasar cerca del ahuehuete, oye los lamentos de la malvada Matilde que llora de rabia por haberse quedado sin comida.

Sonia Iglesias y Cabrera

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La olla de monedas de oro y la sirena

 Hace muchos años en Orizaba, ciudad que se encuentra en el estado de Veracruz, vivía un hombre muy rico en una casa muy grande y lujosa. Como era tan rico, tenía miedo que le robaran su dinero los ladrones que no faltaban; razón por la cual decidió enterrar una gran olla llena de monedas de oro en un ojo de agua que se encontraba en el campo cerca de su casa.

Para que vigilara la olla, el hombre rico decidió poner junto al ojo de agua la estatua de bronce de una hermosa sirena. Y ahí quedó la sirena cuidando la olla de monedas de oro del temeroso hombre. Pasó el tiempo, y el hombre rico se murió de un paro cardíaco. Nadie supo nunca que se encontraba enterrada una olla en el ojo de agua, pues el ricachón había tenido buen cuidado de guardar su secreto.

La olla de monedas de oro escondida

Mientras esto sucede, la sirena todos los 24 de junio de cada año, a las doce de la noche, deja de ser estatua para convertirse en una hermosa sirena de verdad, con la cola color de turquesa. Cuando se convierte en sirena  nada por todo el ojo de agua que es muy grande. Cuando empieza a amanecer, la hermosa sirena se vuelve a convertir en estatua para seguir vigilando la olla de las monedas de oro que nadie ha descubierto todavía.

Sonia Iglesias y Cabrera

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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Martín y el Toro de los Cuernos de Oro

Cuenta una leyenda del estado de Durango, que en el Cerro de Mercado, formado de magna de cuerpos de óxido de fierro que le dan una bonita forma triangular, existe una cueva muy especial, pues se abre cada noche por unos cuantos minutos. Cuando la cueva se abre, por ella sale un toro de color negro que tiene unos hermosos cuernos de oro. Dicen que sale con el propósito de vigilar la entrada de la cueva.

Una cierta noche, un hombre que se llamaba Martín, salió a caminar por el campo. Cuando llegó cerca del Cerro del Mercado, escuchó unos ruidos que llamaron su atención. Se acercó más al cerro, y vio al gran toro negro cuyos cuernos brillaban, maravillosamente, a la luz de la luna.

Al verlo, Martín quiso torearlo. Cuando el hermoso toro vio que el hombre se le acercaba, se retiró de la entrada de la cueva, lo cual aprovechó Martín para entrar en ella, pues estaba muy curioso por ver cómo era por dentro.

El hermoso Toro de los Cuernos de oro

En ese preciso momento, el bello toro de los cuernos de oro entró en la cueva. Cuando Martín lo vio, se asustó tanto que salió corriendo por temor a que lo fuera a cornear.

En cuanto Martín estuvo fuera de la cueva, la entrada se cerró completamente. Martín ya no pudo volver a entrar, y perdió para siempre la riqueza del tesoro y los amores de la bella muchacha, que según supo después, era la hija del Toro de los Cuernos de Oro.

Sonia Iglesias y Cabrera

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La princesa Eréndira y el Lago de Zirahuen

Hace ya muchos siglos, cuando los españoles invadieron a tierras mexicanas para conquistarlas, un capitán con sus tropas llegó hasta las tierras de Michoacán. Iba a entrevistarse con el emperador purépecha que se llamaba Tangaxoan, que tenía una hermosa hija a la que había puesto por nombre Eréndira.

La joven princesa Eréndira era muy bella, y al verla el capitán se enamoró profundamente de ella. Un día, el capitán español raptó a la bonita muchacha y la escondió en un verde valle rodeado de muchas montañas. Eréndira estaba muy triste y sufría mucho. Se acordaba de su casa, de su madre y de su padre.

Estaba tan desesperada, que los dioses del Día y de la Noche, llamados Juriata y Xaratanga, oyeron sus trágicos sollozos y decidieron ayudarla. Hicieron que las lágrimas que brotaban de los ojos de la princesa se hicieran muy fuertes y poderosas. Entonces, sus lágrimas empezaron a formar un charco que, poco a poco, se convirtió en un gran lago. Los dioses con su poderosa magia convirtieron las piernas de Eréndira en una hermosa cola de pescado. Se había convertido en una linda sirena.

Vista del hermoso Lago de Zirahuen

Ahora el valle contaba con un nuevo lago al que pusieron por nombre el Lago de Zirahuen. Eréndira nunca se olvidó del lago por el que había podido salvarse, y desde entonces, las personas que viven por esos lugares, dicen que la princesa se va a nadar algunas noches al hermoso lago, y que al amanecer sale del agua para hechizar a los hombres que son malos.

Sonia Iglesias y Cabrera

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La ermita de la Virgen de Tecaxic

El pueblo de Tecaxic se encuentra en el Municipio de Toluca, en el Estado de México. Antes de la conquista armada de las tropas españolas, hace ya muchos siglos,  fue habitado por grupos de indígenas matlatzincas. Tecaxic es un bonito pueblo que cuenta con muchos mitos y leyendas. Una leyenda nos relata que poco después de la conquista española, llegaron al pueblo varios frailes franciscanos para evangelizar a los indios, y para que los colonizadores españoles vivieran en él. Desde esa época, el poblado tomó el nombre de Santa María de la Asunción Tecaxic.

Poco después de la conquista española, llegó al poblado una tremenda epidemia que mató a todos los habitantes de la localidad, menos a dos hombres. Terriblemente asustados y consternados por encontrarse solos y sufriendo por la muerte de sus vecinos, decidieron abandonar Tecaxic. Al irse estos dos sobrevivientes, el pueblo quedó completamente abandonado, al igual que una ermita que había sido construida por todos los pobladores. En dicha ermita se encontraba una imagen de la Virgen de la Asunción, que había sido pintada al temple sobre un lienzo fabricado por los indígenas. Al quedar abandonada y sin recibir ninguna clase de cuidados, la ermita empezó a agrietarse, sus puertas se cayeron y el sol, el agua y el viento entraban libremente, hasta deteriorar la bella imagen de la Asunción que empezó a desteñirse.

Un cierto día en que caía un fortísimo aguacero, un vecino del pueblo de Almoloya de Juárez, llamado Pedro Millán de Hidalgo, buscaba desesperadamente donde refugiarse de las aguas que ya lo habían empapado en su tránsito hacia la ciudad de Toluca para efectuar ciertos negocios. En ese angustioso momento se percató que de la ermita salían cantos religiosos y se veían muchas luces maravillosas. Como sabía que Tecaxic estaba despoblado, pensó que los cantos eran de voces indígenas, y las luces velas que los mismos indios encendían. Entonces, le llamó a los cantores en lengua náhuatl, asegurándoles que no tuviesen miedo, pero nadie respondió. El hombre decidió sacar su espada y entrar a la capillita, pero no encontró a nadie.

La famosa ermita de Tecaxic

Al enterarse del prodigio Joseph Gutiérrez, padre superior del convento principal de Toluca, decidió que debía edificarse un santuario dedicada a Nuestra Señora de los Ángeles de Tecaxic. Muchos señores importantes de varios pueblos ayudaron económica y materialmente en la construcción, y mientras trabajaban hasta el cansancio por el día ayudados de albañiles, por la noche los ángeles contribuían a la edificación, acompañados de música de chirimía y teponaztle que ejecutaban tres seres vestidos con tilmas y que levitaban, es decir, no pisaban la tierra.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El Ángel de la Guarda

Cuenta con una tierna leyenda de Michoacan que hace muchos años por el barrio de El Carmen una mujer iba caminando acompañada de su hijita de cuatro años, para dirigirse del mercado al que habían ido a su casa.

Como era el mes de mayo, hacía muchísimo calor y la niña, que se llamaba Tayita, empezó a tener sed. Era ya muy tarde y la madre de la pequeña le pidió  que se aguantara un poco más para llegar a la casa, y ahí darle un vaso con agua fresca y limpia.

Pero Tayita estaba sumamente acalorada y sedienta, e insistió por tres veces que quería beber agua. Al pasar por una fuente, la madre le dijo a su hija que si tenía tanta sed podía beber agua de ahí. La niña corrió hacia la fuente y empezó a beber auxiliándose de sus manitas.

Imagen del Ángel de la Guarda de Tayita.

Cuando más desesperada se encontraba por sus fracasados intentos, y la jovencita se encontraba a punto de morir ahogada, un ángel misericordioso bajo del Cielo y sacó a la niña rápidamente, evitando así que muriese. La madre, muy agradecida, trató de darle las gracias al ángel, pero éste había desaparecido. Al llegar a su casa, la mujer encendió un cirio dedicado al Ángel de la Guarda de la pequeña, y amabas se pusieron a rezar, por el gran favor que habían recibido.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Los tres huevos del Señor del Saucito

El Señor del Saucito se encuentra en un templo muy bonito en la ciudad de San Luis Potosí. La imagen del Señor de Burgos, su antiguo nombre, está elaborada en una rama de sauce. Mide de alto un metro con sesenta y siete centímetros, y se encuentra en un madero de dos metros cincuenta y cuatro metros, barnizado de color café oscuro y con pintura dorada en la puntas. Adornan la cruz dos soles de metal y flores que simbolizan al sauce con que está hecho. Además, la cruz cuenta con dos angelitos y dos aureolas coronan la cabeza del Señor de Burgos.

Se dice que la cruz y la imagen se empezaron a elaborar en el año de 1820, y quedaron listas dos años después, aunque ciertos detalles fueron modificados por la mano de un escultor llamado José María Aguado. Su primera fiesta se celebró el 26 de noviembre de 1826, el día de Nuestro Señor Jesucristo; y luego la fiesta se pasó al primer viernes de marzo que es el día de la Corona de Espinas, fecha que quedó como la oficial.

A los pies de esta sagrada imagen se pueden ver tres huevos de víbora, un ex voto cristiano de legendario origen. La leyenda refiere que hace mucho tiempo cuando la imagen fue colocada en el templo y las personas empezaron a venerarlo, en el campo se encontraba un pastor vigilando su rebaño. Como tenía mucha hambre, el hombre se comió tres huevos que se encontró en un nido de víbora. En cuanto acabó de devorarlos, le dieron fuertes retortijones, sudaba frío y no paraba de proferir desgarradores gritos de dolor.

Imagen del venerado Señor del Saucito

El pastor creía llegada su hora, pues nadie oía sus gritos, y era poco probable que alguien acudiese en su ayuda. Aterrado, el hombre trató de subirse a lo alto de un monte y, en su desesperación se acordó del Señor del Suacito y le pidió ayuda con toda su fe y devoción. El Señor le escuchó y milagrosamente le salvó de una muerte segura.

En agradecimiento, el hombre le llevó al altar tres huevos tallados en marfil que colocó a los pies de tan milagroso Señor. Desde entonces son muchos los milagros que ha realizado el Señor del Saucito.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Guanajuato Leyendas Cortas Leyendas infantiles

El usurero

A principios del siglo XX, vivía en una casa situada en la Plaza del Baratillo en la Ciudad de Guanajuato, un señor que vivía de prestar dinero a las personas que no tenían y lo necesitaban con urgencia. Este hombre era flaco, pálido, con bigote y una barbita de poco pelo; vestía un viejo pantalón negro y una camisa que repugnaba por su suciedad. Cuando prestaba dinero y pedía que se lo devolvieran en oro y con ganancias extras muy altas,  y exigía el pago rápido.

Era un hombre muy rico, al que le gustaba contar y sentir en la mano las monedas de oro que depositaba en la cama. Después de acariciar con sus monedas, las depositaba en baúles que guardaba en el sótano de su casa. El avaro prestamista tenía una frase que le había hecho famoso:”Peso que no deje diez, ¿para qué es?”

Era tan avaro que cuando el hambre le arreciaba por la mañana, salía de su casa a comprar un poco de atole y tamales. Por la tarde comía tortillas con nopales cocidos.La hermosa Plaza del Baratillo en Gunajuato

En una ocasión un hombre, llamado Pedro, le pidió prestados dos mil pesos, con los que el mal hombre iba a ganar casi en doble en tan sólo una semana. Pero Pedro huyó con el dinero y nunca le pagó nada.

Este hecho desquició por completo al usurero, que desde entonces se volvió más loco todavía. Su obsesión de contar y tocar el dinero se hizo mucho más apremiante, de tal manera que ya casi no comía, lo cual le llevó a la muerte. Pero antes de morir, el usurero logró enterrar su dinero, pero nadie sabe en donde lo enterró.

Desde entonces, en el cuarto de la casa donde el hombre contaba y recontaba sus dineros, se escuchan sonidos de tintineo de oro, y terribles suspiros de satisfacción. Los sonidos se escuchan hasta la calle acompañados de pasos que van de la recámara al sótano de la casa.

Pero en una ocasión una niñita de siete años entró en la casa con una veladora bendita y la prendió en el cuarto del hombre malo. Rezó mucho Padres Nuestros y los horribles sonidos se terminaron, pues con sus rezos el alma del usurero se fue a descansar en paz y ya nunca volvió a asustar a nedie.

Esta es la leyenda del usurero de La Plaza del Baratillo.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Aguascalientes Leyendas Cortas Leyendas infantiles

Azucena y su buena estrella

En el barrio de El Encino que se encuentra en la ciudad de Aguascalientes,  en una casa muy grande y muy bonita, hace mucho tiempo vivía Azucena Puñales. Una muchacha que se destacaba por su belleza y por la gracia de sus movimientos. Como era tan bonita contaba con muchos pretendientes que continuamente la buscaban. Pero ella siempre rechazaba sus avances amorosos con tacto y delicadeza, para no herir los sentimientos de los jóvenes. No pensaba ni quería  casarse todavía, pues era muy joven.

La vida siguió, y un terrible día el padre de Azucena se murió. Pasados nueve meses de su muerte, le siguió la madre de la chica que falleció de tristeza y dolor. Todo fue pesar y soledad para Azucena pues había perdido a sus adorados padres. La casa quedó muy sola y callada.

El tiempo fue pasando, los pretendientes se fueron muriendo poco a poco, y como todos la habían querido muchísimo, le dejaron dinero en abundancia. Azucena se volvió rica. Como se aburría estando sola y sin hacer nada, decidió ir a trabajar a la casa del cura Lorenzo Mateo Caldera. Trabajaba como ama de casa, pues Azucena era muy ordenada y limpia.

Catedral de Aguascalientes cerca de la Calle de la Buena Estrella

Con el paso de los años el cura se hizo viejito y enfermó. Azucena le cuidó lo mejor que pudo, con abnegación y cariño, pero a pesar de los cuidados, el sacerdote murió. Don Lorenzo, que tenía su buen dinerito guardado, la heredó y le dejó todos sus bienes. Azucena se hizo más rica. Todos en el barrio comentaban la buena estrella de la mujer, y el pueblo empezó a nombrar a la calle donde vivía la ricachona mujer con el nombre de Calle de la Buena Estrella. Aun cuando en nuestros días se la conoce como Calle 16 de Septiembre.

Sonia Iglesias y Cabrera