Categorías
Aguascalientes Leyendas Cortas Leyendas de Terror

«¡Apúrate, mujer!»

Doña María y don Pedro formaban una pareja que se quería mucho. Estaban casados desde hacía treinta años. Vivían en la ciudad de Aguascalientes con sus siete hijos, cinco hombres y dos mujeres.

Cuando los padres murieron, poco a poco todos los hijos fueron dejando la ciudad para hacer sus vidas en otros lugares con más oportunidades de ganarse la vida. Todos menos uno que continuó viviendo en Aguascalientes. Aunque alejados los unos de los otros, los hijos de María y Pedro seguían manteniéndose en contacto, a pesar de la distancia.

Se acercaba ya la Fiesta de Día de Muertos y todos los hermanos decidieron reunirse en Aguascalientes para conmemorar el día agasajando con un altar y ofrenda a sus progenitores, pues se daba al caso de que hacía más de diez años que no se reunían para nada y menos para celebrar al Día de Muertos en el cementerio donde se encontraban enterrados sus padres.El Panteón de Aguascalientes

Así pues, se pusieron de acuerdo y fueron llegando a la casa del hermano que vivía en dicha ciudad, para ponerse de acuerdo en lo que harían.

Ya estaban reunidos todos menos Lola que brillaba por su ausencia. Por la noche decidieron hablarle por teléfono para enterarse del porqué de su tardanza, o si es que pensaba llegar directamente al panteón. Así lo hicieron y cuando Lola respondió al llamado telefónico su voz era muy triste, y con mayor tristeza aún les contó a sus hermanos que no iría al festejo ya que su marido se oponía totalmente, pues consideraba que si sus padres estaban muertos ya no tenía ningún caso ofrendarles comida que no tocarían, a más de que el viaje a Aguascalientes costaba mucho dinero que bien podían emplear en alguna cosa mucho más útil.

Cuando Lola colgó el teléfono se fue a su recámara enojada y triste para dormirse y olvidar el mal comportamiento de su esposo. Al poco rato el descreído la alcanzó y se acostó. A la medianoche, el hombre escuchó pasos cansinos muy cerca de donde se encontraba, y fuertes ruidos en el piso como si arrastraran algo en el suelo de madera. Se incorporó mosqueado y prestó atención. En esas estaba cuando distinguió dos sombras que se fueron aclarando hasta que se dio cuenta de que se trataba de los fantasmas de sus suegros. Lo miraban con mucho odio y coraje, al tiempo que sonaban sus bastones en la madera del suelo como protestando.

Al otro día, el hombre preparó las maletas antes de que su esposa despertase, y en cuanto lo hizo le dijo a Lola, arrepentido y solícito: – ¡Apúrate mujer, que tenemos que irnos a Aguascalientes a poner la ofrenda en la tumba de tus padres!

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Jalisco Leyendas Cortas Leyendas de Terror

¡El que la hace, la paga!

Tapalpa se encuentra ubicada en el estado de Jalisco. El nombre de esta población proviene de la lengua otomí y significa Lugar de Tierra de Color, de dicha localidad proviene la leyenda que a continuación relataremos.

En la iglesia de Tapalpa vivía el padre Bernardo. Entre sus feligreses había una mujer, Marta, que cada domingo iba a confesarse. El cura ya estaba cansado de oírla, pues sus confesiones tenían mucho de fantástica y de terroríficas, por lo cual suponía que eran puro invento de la dama.

Un domingo del mes de octubre, apareció en el confesionario Marta, como ya era costumbre y el padre Bernardo se apresuró a escucharla a fin de quitárselo pronto de encima. La mujer le dijo que había visto un aparecido en su casa, y lo describió: era un hombre robusto, pero de baja estatura, moreno y de pelo lacio, con una protuberancia en la nariz. Al oír el relato el cura le preguntó a Marta si lo había conocido en vida, pregunta a la cual la mujer contestó que no, que nunca lo había visto ni conocido. Pero le afirmó que el espanto estaba seguro de conocer al padre Bernardo.La Iglesia de Tapalpa

Ante estas palabras el sacerdote se mostró extrañado y expresó: ¿Ese ente del Más Allá le dijo a usted dónde me conoció? La mujer haciendo memoria le respondió al cura: – ¡Sí, padre mío, creo recordar que mencionó un sitio en el que había abedules o algo relacionado con ellos!

Al escuchar la respuesta a Bernardo se le fueron los colores de la cara, pues en una finca donde había muchos abedule le había dado muerte a su hermano menor. Después de cometido tan nefando crimen, Bernardo había huido del pueblo en donde se encontraba la finca y se escondió en la población de Tapalpa, que quedaba bastante lejos. Llegó a este nuevo poblado y se hizo pasar por un cura al que esperaban en la iglesia y que, por supuesto, nunca llegó, posiblemente asesinado por Bernardo, el falso cura, y del cual tomó su identidad.

El cura Bernardo siguió interrogando a Marta y le preguntó si el espectro le había dicho algo más. Marta aseguró que no, que solamente le había pedido que fuera con el sacerdote del templo porque quería hablar con él.

Asustado ante lo acontecido Bernardo le dijo a la mujer que se fuera a su casa y que la esperaba a la siguiente semana. Al anochecer, el falso cura encendió un gran cirio y con la Biblia en la mano se puso a rezar con un fervor inhabitual en él.

Cuando dieron las doce de la noche con doce minutos, súbitamente la puerta de la iglesia se abrió, y un tenebroso fuerte viento como venido del Infierno echó las bancas por tierra. En ese momento se escuchó una terrible voz que decía: ¡Conque ahora te escondes bajo una identidad que no te corresponde, te haces pasar por quien no eres! ¡Pero te juro que pagarás por tu espantoso crimen! A lo que Bernardo respondió: ¡No me arrepiento, pues nunca dejaría que ella fuese tuya!

Entonces, el aparecido emitió unas palabras en un lenguaje extraño, una lengua que ningún humano había escuchado antes y Bernardo, el cura apócrifo, cayó al suelo convertido en polvo.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

Categorías
Estado de México Leyendas Cortas Leyendas Mexicanas Época Colonial Zacatecas

El Cristo del Perdón

Esta leyenda tuvo su origen en el estado de Zacatecas, en Peñuelas, por los años de 1565. En tal ciudad vivía un señor de apellido Medina, de oficio barretero, al que en una ocasión se acusó de haber matado a un hombre, con el fin de defender a una de sus hijas. Como era inocente decidió huir con sus hijas para salvar su vida de una muerte segura en la horca. Se fue por los montes hasta llegar al mineral de Zacualpan, sito en Sultepec en el actual Estado de México.

Cuando ya empezaba a oscurecer, los prófugos llegaron a un monte que se encontraba cerca de una ranchería conocida con el nombre de La Albarrada. Lugar que eligieron para pernoctar. Medina hizo una hoguera y en ella calentaron las provisiones que se había traído de la casa. La noche era muy fría y un fuerte viento no paraba de soplar. Juntaron muchas varas para mantener encendida la hoguera durante toda la noche y poder dormir calientitos y al amparo de algunos animales del monte.

Así pasaron la noche. Al amanecer la hoguera se había extinguido, pero Medina vio entre las piedras que circundaban al fogón, unas pequeñas láminas de metal que brillaban. Tal hecho le hizo pensar al hombre que se encontraba encima del crestón de una veta de plata y oro, lo cual le llenó de alegría.La Iglesia del Señor del Perdón en Temazcaltepec

Inmediatamente les dijo a sus hijas que se refugiaran en La Albarrada y se mantuvieran en silencio, que no dijesen nada de lo que habían encontrado. Les dejó una barreta que llevaba y un arcabuz para el caso en que tuvieran que defenderse si eran descubiertas. Mientras tanto, Medina se dirigió a la capital de la Nueva España, para dar cuenta de su hallazgo al señor virrey.

Pidió audiencia con el virrey, a la sazón don Antonio de Mendoza, quien le recibió lo más pronto que pudo al saber que se trataba de una nueva mina de oro y plata. Cuando Medina estuvo frente al virrey lo primero que hizo fue alegar su inocencia y pedir perdón por un delito al que se había visto obligado a realizar, pues el honor de una de sus hijas así lo requería.

Al escucharlo, don Antonio le otorgó su perdón, pues entendió las razones que habían llevado a Medina a matar, y pensó que si era cierto que había tal mina de oro y plata aumentaría su fortuna y la región de Temascaltepec y Sultepec progresarían.

Mendoza mandó a obreros y especialistas para revisar la zona a ver si era verdad que había tal riqueza, y poco después se habría la Mina de El Rey, cuya explotación dio empleo a muchas personas que acudieron a trabajar en la nueva mina.

Cuando Medina regresó a La Albarrada, se encontró a sus hijas en perfecta salud y protegidas por buenas personas que se habían encariñado con ellas. Las muchachas rebozaban de felicidad, pues cuando se encaminaban a La Albarrada habían descubierto otra veta de oro y plata, la cual también fue abierta para su explotación y se le puso el nombre de La Mina de las Doncellas.

Medina, que era un hombre muy religioso, por la dicha que le proporcionaba el hecho de ya no ser prófugo de la justicia y de haber descubierto dos minas importantes, decidió agradecer a los cielos tanta dádiva y mandó traer de España una hermosa imagen de Cristo Crucificado que se colocó en el Templo de Temascaltepec, donde se le adoró y se le venera hasta nuestros días, a la que se la llama El Cristo del Perdón.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

Categorías
Leyendas Cortas Sonora

Los niños emparedados

Hermosillo es la ciudad capital del estado de Sonora y fue fundada en el año de 1700 por Juan Bautista de Escalante, con el fin de contener los ataques de los indios pimas y tepocas. En un principio recibió el nombre de Villa de Tepic, y en 1828 cambió al de Ciudad de Hermosillo.

Cuenta una leyenda que, en la Calle de Serdán de dicha ciudad, hace ya algunos siglos, cuando aún recibía el nombre de Calle del Real, era ya una calle muy transitada por el día, aun cuando por la noche las personas evitaban pasar por ella y preferían tomar otras calles para dirigirse adonde fuesen. Pero si tenían que pasar forzosamente por esta calle, lo hacía con mucho temor y apurándose lo más que podían.

Este temor de transitar por la Calle Serdán se debía a que por las noches se escuchaban gemidos y lamentos que provenían de mujeres embarazadas que rondaban las calle. Tales mujeres no tocaban el piso, sino que flotaban a la vez que se desplazaban de un lado a otro. Se trataba de mujeres fantasmas.

Un pasillo del Convento de Hermosillo, Sonora

Tales mujeres eran los espíritus de aquellas que habían habitado un convento que estaba situado en la Calle Serdán y que habían sido recluidas en ese sitio debido a que estaban embarazadas y sus familiares las encerraban para tapar la vergüenza que tal hecho provocaba en las familias de alcurnia de la ciudad. Algunas de las infelices mujeres embarazadas se convirtieron en monjas, pero de muchas de ellas no se sabe lo que les ocurrió y no dejaron rastro alguno.

Con el paso de los años la Ciudad de Hermosillo fue remodelada varias veces. En una de tantas, cuando ya el convento había dejado de funcionar, los albañiles al estar tirando las gruesas paredes del convento, se llevaron un terrible susto al encontrar muchos esqueletos de niños recién nacidos y de mujeres.

Los esqueletos pertenecían a los hijos de aquellas mujeres cuyos padres las habían encerrado por haber cometido el terrible pecado de enamorarse y embarazarse. Los esqueletos de las mujeres eran de aquellas que habían muerto en el momento de dar a luz.

Aún ahora, en pleno siglo XXI, se pueden escuchar los gemidos lastimeros de las mujeres y los llantos desesperados de los niñitos a los que no se les permitió vivir por ser hijos del “pecado”.

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Leyendas Cortas Leyendas de Terror Yucatan

Una hermana muy amorosa

La tradición oral de Mérida, capital del estado de Yucatán, cuenta con una leyenda que se relata desde hace ya algunos años. En ella se nos cuenta que de la terminal de autobuses que se encuentra ubicada detrás del Palacio Municipal de la ciudad, suele bajar una guapa muchacha de unos de los autobuses. Su equipaje consiste en una caja de cartón y un ramo de flores. Al salir de la terminal, la joven se dirige a una de las calesas que se estacionan por ahí, para ofrecer sus servicios a los pasajeros que llegan constantemente.

Cuando la chica alquila la calesa le indica al conductor que la lleve a una cierta dirección de la Colonia Rosario, que por cierto no queda muy lejos. En cuanto sube al transporte no deja de hablar con el conductor, platica ya platica. Cuando concluye el viaje y la mujer llega a la dirección que le proporcionó al calesero, le tiende un billete de doscientos pesos. Como casi nunca tienen cambio los choferes ya que la dejada solamente cuesta veinte pesos, la parlanchina mujer le dice que se quede con el billete y que al día siguiente regrese porque requiere de sus servicios y que traiga consigo el cambio que le debe.Una calesa de Mérida

Así le aconteció un día a un calesero, quien al siguiente regresó muy formal a la dirección donde había dejado a la mujer, con el fin de devolverle el cambio que le debía y de trasladarla al sitio donde ella le indicase. Cuando el conductor tocó a la puerta, le abrió un hombre quien le afirmó que en esa casa no vivía ninguna joven, El chofer la describió y el hombre le dijo que la descripción que le daba correspondía a una muchacha que se había colgado de un cercano árbol.

Se había suicidado ya que su hermano había muerto y ella no soportó tanto dolor, pues le quería entrañablemente. Lo había perdido en un funesto accidente. El calesero, desconcertado, sacó de su bolsillo el billete que la chica le había entregado el día anterior, y al hacerlo se percató de que no era sino un simple pedazo de papel. Según nos dicen algunas versiones de tal leyenda, en algunas ocasiones el billete se convierte en un hueso humano.

Cuando el conductor se dio cuenta de que tenía en la mano solamente un triste papel, se descompuso y subiendo a la calesa se alejó rápidamente hasta llegar a su casa. Se metió en la cama con el cuerpo temblando y con una fiebre muy alta, pues comprendió que su pasajera no era otra cosa sino el fantasma de la parlanchina joven.

Este hecho ocurre los días 3 de octubre que fue cuando la amorosa hermana se suicidó de pena y de dolor. Desde entonces no puede encontrar la paz.

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Leyendas Cortas Leyendas de Terror Michoacán

El líder y el Aparecido

En el estado de Michoacán, hace ya algunos años, vivió un señor llamado Romualdo Juárez. Este señor era el líder de una comunidad de agricultores, los cuales le odiaban porque les trataba muy mal, siempre los ofendía y abusaba de ellos en el plano laboral; era inconsecuente y bastante corrupto. Con su comportamiento de había ganado a pulso el odio de sus compañeros jornaleros, los cuales deseaban verle muerto para librarse de él.

Como Romualdo era consciente de que nadie le tenía aprecio por las arbitrariedades que cometía siempre se hacía acompañar por dos de los campesinos que se decían amigos de él, y en los que confiaba relativamente; pues ya en varias ocasiones había sido atacado por jornaleros armados con machetes.

En una ocasión, saliendo de su lugar de trabajo se dirigió a su casa acompañado de sus guardaespaldas, pues ya la noche había avanzado. Al llegar a su hogar su esposa le comunicó que uno de sus hijos, el primogénito, estaba bastante enfermo y presentaba una fiebre muy elevada. Se hacía necesario la presencia del doctor. Pero Romualdo dudaba en salir de su casa solo, los guardaespaldas ya se habían ido y lo que temía el líder era no encontrarse con sus enemigos, sino que se le apareciera El Aparecido, que solía espantar muy cerca del rumbo donde el médico vivía.

Jornalesros  de Michoacán

Sin embargo, pudo más el amor que sentía por el niño que el miedo que le tenía al fantasma, y armándose de valor, salió y enfiló montado en su cuaco hacia donde vivía el único médico de la zona.

Cuando llegaron al sitio donde se decía que presentaba El Aparecido, el caballo de Romualdo se encabritó, se levantó en dos patas y lo tiró al suelo. Asustadísimo, el hombre se levantó como pudo y a voz en cuello gritó: ¡Hey, no sé quién eres, pero cualquiera que seas aléjate de mí! ¡No te metas conmigo!

Inmediatamente se escuchó una tenebrosa carcajada que parecía salir de ultratumba. Romualdo estaba pálido del terror y el cuerpo le temblaba sin poderlo evitar. Sin embargo, volvió a gritar con todas sus fuerzas: ¡Aléjate, espíritu del mal! ¡Soy el dueño de todo lo que ves alrededor tuyo y no te haré nada malo si te alejas inmediatamente! Volvió a escucharse la espeluznante carcajada y se escuchó una voz que nada tenía de humana que decía. ¿Acaso eres dueño de tu alma? ¡Porque es un hecho que me la voy a llevar!

En ese momento, a pesar de que Romualdo se decía ateo, empezó a rezar a Dios y a todos los santos con mucho fervor y pidiéndoles perdón por todas las malas acciones que había cometido con sus compañeros los campesinos. En ese mismo instante las carcajadas se dejaron de escuchar, ya no se oyó aquella terrible voz. Al sentir el silencio Romualdo echó a correr hasta la casa en donde se encontraba el doctor, para suplicarle que acudiese a revisar a su pequeño.

A partir de ese escalofriante día, Romualdo se convirtió al catolicismo y su mal comportamiento cambió tajantemente. Se volvió honesto y comprensivo con los problemas laborales y cotidianos de sus compañeros, nunca más los trató mal y se hizo querer de todos.

Sonia Iglesias y Cabrera

Categorías
Ciudad de México Leyendas Cortas Leyendas de Terror Leyendas Mexicanas Época Colonial

Clara, la bella

En la Ciudad de México en los inicios de la época colonial, vivía un matrimonio joven de alcurnia y buenos recursos, en una casona que se encontraba muy cerca de la Plaza Mayor. Dicho matrimonio estaba ansioso de tener un hijo, pero no lo lograban. Por fin. la mujer se embarazó, después de muchas dificultades y tuvo una hermosa niña a la que pusieron por nombre Clara.

Era tan hermosa la pequeña que en el momento de nacer la partera sentenció que tanta hermosura solamente sería causa de problemas y se la disputarían Dios y el Diablo. Como es de suponer, los padres quedaron muy impactados con las palabras de la mujer y trataron de olvidarlas.

Quince años después, Clara. la niña de tanta hermosura, se había convertido en una señorita, que a su belleza agregaba la altanería y la mala educación, pues sus padres la habían consentido sobremanera convirtiéndola en una majadera. Ante el mal comportamiento de la chica, las monjas de un convento cercanos ofrecieron a los padres llevársela con ellas, a fin de educarla y hacerla una buena creyente de Dios Padre. Pero la chica se rehusó totalmente a enclaustrarse.

La bella Clara

Entonces los padres pensaron en casarla. Clara aceptó con la condición de que cada pretendiente debía batirse en duelo con los demás que tenía. El resultado fue que muchos de ellos murieron en el empeño y Clara no se casó.

En una ocasión, un guapo caballero se colocó abajo del balcón de Clara y, montado en un blanco caballo, comenzó a tocar una melodía extraña y muy bonita, al término de la cual le entregó a la caprichosa mujer una aromática rosa roja. Cada noche sucedió lo mismo, y al cabo de diez días la chica se enamoró profundamente de su galán.

Una noche acordaron fugarse y Clara montó en el corcel de su amado sin parar en mientes por el dolor que tal comportamiento acarrearía a sus padres. Mientras se dirigían hacia uno de los límites de la ciudad, ella le acariciaba la mano a su amante. De pronto, sintió algo raro: la mano estaba peluda y los dedos mostraban unas largas uñas horrorosas. Asustada, Clara se fijó en la cara del joven que se había convertido en la espeluznante y horrible cara del Diablo.

Ante tal descubrimiento, la joven mujer pegó un escalofriante y terrible grito que nadie escuchó. Los padres de Clara al darse cuenta de su desaparición empezaron a buscarla acompañados de las autoridades correspondientes. No la encontraban. Pasados quince días por fin fue encontrada la jovencita. Su cuerpo fue hallado en pleno campo y estaba completamente destrozado por las uñas del Diablo que la había arañado hasta darle muerte. ¡Ese fue el terrible destino de la desafortunada joven malcriada!

Sonia Iglesias y Cabrera

 

Categorías
Aguascalientes Leyendas Cortas

Hilaria y su cabello rizado

La leyenda que a continuación relataremos forma parte de la tradición oral del estado mexicano de Aguascalientes. Nos dice la narración que en tiempos pasados moraba en el Barrio de la Triana, barrio que forma parte de la capital del estado mencionado, vivía una joven que sobresalía por su belleza y donaire, e hija de un próspero comerciante, cuyo nombre era Hilaria. Como era tan atractiva muchos hombres la cortejaban enamorados de ella. Y las mujeres, por supuesto, le tenían una envidia verde.

La chica tenía el pelo largo y muy rizado de color oscuro, y si bien era bonito naturalmente, ella lo cuidaba con esmero para acrecentar su belleza. Su cara morena clara tenía unos ojos oscuros de largas pestañas, boca grande y roja y fina nariz. Además, era dulce, piadosa y casta. Acudía a misa todos los domingos muy elegantemente vestida, y para la ocasión cubría su cabellera con un rebozo de seda.

A todos los pretendientes la muchacha solía rechazarlos por considerar que no se encontraban a su altura, pues no dejaba de ser un tanto pretensiosa. Cierto día uno de estos enamorados que era muy feo y agresivo, fue a buscarla a su casa y, sentado en un sillón de la sala, le declaró su amor. Por supuesto que la joven le rechazó. Despechado, el hombre al que llamaban Chamuco, empezó a acosarla y a decirle que se la iba a raptar.Hilaria la del cabello chino

Ni que decir tiene que Hilaria estaba muy asustada ante el acoso y las amenazas, por lo cual decidió acudir al cura de la iglesia que era su confesor, en busca de apoyo y consejos. El sacerdote escuchó las quejas de Hilaria y le dijo que no se preocupara que se arrancara uno de sus largos y rizados cabellos, y que le dijera a Chamuco cuando lo viera que fuese a verlo.

En cuanto se volvió a encontrar con el Chamuco, la muchacha le dijo que el cura deseaba verle. El patanzuelo se dirigió a la iglesia para atender al llamado. Cuando estuvo frente al religioso éste le dijo: – Mira, Chamuco, Hilaria te corresponderá el día que logres alisar uno de sus cabellos tan rizados. Aquí tengo uno que ella me dejó para que te lo diera, tómalo y cuando haya quedado completamente lacio, ella corresponderá a tus requerimientos.

El Chamuco tomó el cabello y aseguró que en quince días el cabello dejaría de ser rizado. Sin embargo, por más intentos que hizo el hombre no podía alaciar el cabello que cada vez se ponía más chino. Se encontraba tan desesperado que decidió invocar al Diablo para que le ayudara en la difícil tarea a cambio de su alma. Cuando apareció el Demonio tomó el cabello y quiso alaciarlo, pero tampoco pudo por más intentos que hizo. Después de emplear muchos métodos infructuosos, el Diablo dejó el cabello, que con cada intento se había rizado más, y desapareció frustrado y sumamente enojado por su fracaso.

El Chamuco tomó el pelo y muy triste se dio cuenta de que Hilaria nunca sería su mujer. Había fracasado en su intento. Así fue como Hilaria se vio libre de ese horripilante hombre acosador.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

Categorías
Estado de México Leyendas Cortas

De cómo surgieron los indios mazahuas

Una leyenda mazahua del Estado de México nos cuenta que en el principio de los tiempos todo era absolutamente oscuro nada existía. De pronto, en el Cielo apareció una luminosidad muy roja y muy hermosa que producía el dios Jyaru, el sagrado Sol. Su luz hizo que la Tierra se iluminara completamente dejando a un lado la oscuridad.

Del amor de Jyaru y de Male Zana, la Madre Luna nació la vida. Sus amores produjeron lo que conocemos como vida, como sustancia, como esencia de todo lo que existe.

Y así, gracias al Sol surgió Xoni Gomui, el Gran Espíritu de la Tierra. Con el movimiento de los rayos de Jyaru, el mundo empezó a cobrar vida, el movimiento dio origen al viento el cual se convirtió en aire benefactor. Poco después Jyaru se puso a llorar y de su llanto se formaron, los manantiales, los lagos y los ríos. Enseguida, aparecieron en la Tierra los animales, las plantas y los hombres.

Los mazahuas bailan para su Creador

Al llevar a cabo su Creación, el Sol estaba muy contento y se reía a carcajadas, y de su risa nacieron las flores y los pájaros. El mundo se llenó de colores hermosos y de cantos. Pero el Señor Sol no se sentía muy contento, ya que los hombres que había creado, llamados Mandas, eran hombres muy altos, gigantes, pero eran muy débiles, tan débiles eran que el aire los tiraba al suelo y ya no podían levantarse.

Entonces el Sol creó otros hombres, los llamados Mbeje, pero estos resultaron tan pequeños no alcanzaban a llegar a la boca de entrada de las trojes para guardar las semillas de maíz que recolectaban y se exterminaron.

Más adelante Jyaru hizo otros hombres a los que llamó Mazahuas, los “verdaderos hombres”. Con ellos estuvo satisfecho el Señor Sol y los quiso mucho, los protegió y les permitió que de multiplicaran para poblar la Tierra. Estos seres viven en Niñi Mbate, en una isla del río Lerma conocido en lengua mazahua como Ndareje.

El primer hombre que creó el dios Sol se llamaba Nguemore, y vivió en el tiempo en el que aún las montañas no existían. Pero él vivía feliz porque amaba la naturaleza y le encantaba el sitio donde transcurría su existencia. Sin embargo, un cierto día sintió mucha soledad y tristeza, y pensó que sería muy bueno contar con una compañera que lo acompañara y alegrara sus días.

En una ocasión en que Nguemore estaba recolectando frutas, Tanseje, la Estrella de la Mañana, le habló y le dijo que le tenía una sorpresa. El hombre empezó a mirar a su alrededor tratando de encontrar la sorpresa de que la hablaba la Estrella, y entonces se dio cuenta de que una bella mujer con un largo y flotante manto blanco se acercaba hasta el lugar donde se encontraba. Nguemore se acercó a ella y le preguntó su nombre. A lo que la mujer le respondió que no tenía. Entonces él dijo que se llamaría Toxte. Curioso, le preguntó hacia dónde se dirigía, a lo que Toxte respondió que a ningún lugar. Al escuchar la respuesta, el hombre la invitó a quedarse con él y compartir su cueva. La bella mujer aceptó inmediatamente y vivieron juntos bajo la protección de Jyaru, el Sol, quien les protegió y permitió que tuvieran muchos hijos que poblaran la Tierra.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

Categorías
Ciudad de México Leyendas Cortas

Tomás, el judio

El judío Tomás Treviño y Sobremonte vivió en el siglo XVII en una casa localizada en la Calle de San Pablo Núm. 35, calle conocida también como Cacahuatal. Este hombre que llevó asimismo el nombre de Jerónimo de Represa, nació en Medina del Río Seco en Castilla la Vieja, España.

Al llegar a la Nueva España a principios del mencionado siglo, adoptó el nombre de Tomás Treviño, y a poco de llegar fue apresado por la Inquisición acusado de practicar la religión judía. Sin embargo, logró probar que no era judaizante y fue puesto en libertad. Al salir libre se casó con doña María Gómez, también judía, y con la cual procreó a Leonor Martínez y a Rafael de Sobremonte.

Don Tomás decidió establecerse en Guadalajara, Nueva Galicia y se dedicó al comercio. Tenía una tienda de dos entradas. Bajo una de las puertas de una de ellas enterró un Santo Cristo, y a los que entraban por ésta les vendía lo que deseaban a precio rebajado. ¡A saber por qué! Tal vez porque la pisaban y era para él un gozo. Por la noche, dicen las crónicas, solía azotar una imagen de madera del Santo Niño, la cual después llegó a la iglesia de Santo Domingo, no se sabe las causas, y fue muy milagrosa y adorada.

La Estrella de David

Decidió regresar a México y el Santo Oficio lo volvió a apresar el 15 de junio de 1648 bajo cargos muy delicados tales como el de practicar los ritos de la religión judía, haberse casado empleando dichos ritos, de estar circuncidado y de haber circuncidado a su hijo, y de responder a los “buenos días” y a las “buenas noches” de sus vecinos no con el necesario “Alabado sea el Santísimo Sacramento” sino con las palabras “Beso las manos de vuestras mercedes”, lo cual consideraban como una herejía.

Por tales acusaciones, y por declararse abiertamente judío, el 11 de abril de 1649 fue condenado a ser quemado vivo en la Plaza del Volador, sita a un costado de la Alameda. Se le llevó a dicha plaza vestido con el consabido sambenito y montado en burro; o más bien en varios que se iban turnando, y al final le pusieron en un caballo mientras un indio lo exhortaba a creer en Dios, mientras le golpeaba tremendamente.

Al llegar al Volador se le amarró a un garrote y, frente a la multitud que observaba en las calles, las ventanas y las torres de los templos de San Diego y San Hipólito, se prendió fuego a la hoguera.

Cuenta la leyenda que don Tomás no gritó ni se quejó del martirio. Solamente exclamó en medio de su sofocación al recordar que todos sus bienes habían sido confiscados: – ¡Malditos, echen más leña que mi dinero que me han robado me cuesta!

Sonia Iglesias y Cabrera