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Los enanos carpinteros

Cuenta una extraña leyenda de Zacatlán de las Manzanas, Puebla,  que en el año de 1901, llegó a vivir al pueblo una familia de enanos, cuyos miembros se dedicaban a la carpintería. Se trataba da una familia muy feliz, que no se avergonzaba de su condición diferente y entre ellos todo era paz y armonía. Eran muy unidos y trabajaban con ahínco. Nadie sabía de dónde procedía la familia, pero como eran simpáticos y laboriosos, la comunidad los aceptó de inmediato.

Los enanos decidieron poner un taller de carpintería, donde empezaron a fabricar muebles y objetos muy hermosos. Y como sus trabajos eran bellos a la vez que muy bien acabados se hicieron de una buena clientela. Pero a pesar de haber sido bien aceptados por la comunidad no faltaban los muchachitos traviesos y mal educados – y uno que otro adulto- que se dedicaban a burlarse de ellos. Sin embargo, este hecho no hacía mella en la familia de enanos que se dedicaba a sus labores, tratando de no hacer caso a los discriminadores.

Conforma pasaba el tiempo, la familia carpintera más afianzaba sus relaciones con los habitantes del pueblo, las cuales llegaron a ser muy sólidos y respetuosas. Parte del dinero que los enanos ganaban con sus trabajos, lo ahorraban; hasta que llegó el día en que juntaron lo suficiente para comprarse una casa propia.

La Famosa Casa de los Enanos

Empezaron la edificación de la casa de sus sueños en un terreno muy bonito. La casa constaba de dos pisos, con ventanas, puertas y balcones que fueron la inmediata admiración de los pobladores de Zacatlan. La morada era chiquita, como debe de ser una casita para ennanos. En la parte posterior de la casa construyeron un huerto, donde sembraron muchas verduras y frutas que utilizaban para su autoconsumo y para la venta al menudeo.

El tiempo fue pasando y, poco a poca la familia de los enanos carpinteros se fue acabando, hasta no quedar nadie de ellos. Solamente la casa quedó en pie. Nadie supo qué pasó con ellos. Lo que la leyenda nos relata es que los enanos eran seres mágicos llegados de otro plano existencial. Sólo contaban con cierto número de años para vivir en este mundo. Al agotarse el término de los mismos, los enanos tuvieron que regresar al mágico mundo en que vivían antes de llegar a esta tierra.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

 

 

 

 

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El Dedo

Hace tiempo vivía en un pueblo cercano a la Ciudad de Puebla, una rica y muy vieja mujer llamada Elena. No tenía hijos –pues nunca quiso casarse, a pesar de los muchos pretendientes que tuvo en su juventud, cuando era bella y esbelta-  y por lo tanto tampoco herederos. La noche de un Jueves Santo, Elena soñó la manera en la que iba a morir que no era nada tranquila, pues el Chamuco se la llevaba a los infiernos. Y decidió ir a ver a su confesor, a quien le dijo que sentía la presencia del Diablo ya muy cercana. El cura opinó que eran ideas suyas, puesto que el Demonio no existía. Pero la dama insistía en que su muerte estaba cerca y que deseaba que su fortuna se repartiera entre los pobres, para ganar la Gloria eterna. A estas palabras, don Matías, el cura, le respondió que se haría lo que ella deseaba y que a su muerte su fortuna se repartiría entre los habitantes más necesitados.

Dos semanas después, Elena moría de un fulminante ataque al corazón que no resistieron sus ochenta años. Los habitantes del pueblo sintieron sinceramente su muerte, ya que era apreciada por haber hecho construir la clínica  y varios orfelinatos que tenía el pueblo. Sin embargo, curiosamente, en su entierro solamente estuvo el cura y un acólito que lo protegía de la lluvia con un paraguas.

La sortija de esmeraldas

Uno de los enterradores se dio cuenta que la muerta llevaba en el dedo de una mano una  enorme sortija de esmeraldas de mucho valor y decidió robarla. Espero hasta la noche, y alumbrado por la luna, acudió al cementerio y abrió el ataúd. Al ver la hermosa joya el ladrón intento quitársela, pero no pudo. Entonces, decidió cortarle el dedo a la anciana, y llevárselo con todo y anillo. Así lo hizo. Cuando estaba cubriendo nuevamente la tumba con tierra, escuchó un horroroso alarido, y muerto del pánico vio la figura de Elena que lo señalaba con el dedo índice de la mano donde llevaba el anillo. Ante el horror de ver el espectro de la mujer ultrajada, el sepulturero cayó inmediatamente muerto. Así lo encontró al día siguiente el encargado del panteón, con un dedo en la mano en el que se podía ver un estupendo anillo de esmeraldas.

Sonia Iglesias y Cabrera

 

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La Mano Pachona

La siguiente leyenda es una de las tantas versiones que existen acerca de la Mano Pachona, a la cual se la conoce también con otros nombres: La Mano Peluda, La Mano del Diablo, y la Mano Negra. La versión que a continuación relatamos pertenece al folklore del estado de Puebla, y ocurrió en el año de 1908.

En la llamada Calle de Merino, existía una casa de empeño conocida como Casa Comercial de los Villa. Era una de tantas casas de empeño que había en la Ciudad de Puebla por aquellos años. Y aun cuando cobraban muy altos intereses, el gobierno de Porfirio Díaz las permitía con beneplácito ya que le aportaban muy buenas ganancias, aprovechándose de la necesidad económica del  pueblo.

El dueño de la Casa Comercial era gordo, grasoso, calvo, y chaparro. Pero lo que más llamaba la atención de su físico era que estaba muy peludo, tanto en el cuerpo como en los brazos y las piernas. Era todo pelos negros e hirsutos. Se contaba que había hecho buen dinero administrando, fraudulentamente, un mercado de la ciudad, para luego dedicarse a prestamista. Tenía por esposa a una mujer flaca y gangosa, desagradable y fea.

La Mano Pachona

Los habitantes de la Ciudad de Puebla lo odiaban por usurero. Todo aquel que le empeñaba algo o le pedía dinero prestado acababa maldiciéndolo. A todas las personas les chocaba verle los dedos de las manos tan  llenos de anillos de oro y piedras preciosas.

Este mal hombre jamás fue capaz de llevar a cabo una buena acción, y menos aportar dinero para una obra benéfica. Era avaro hasta las cachas. Cuando alguien pasaba frente a su casa no dejaba de murmurar: -¡Ojalá algún día Dios te seque la mano! Adentro, se encontraba Villa y su mujer muy satisfechos contando las monedas que habían obtenido esquilmando al prójimo.

Un cierto día, el prestamista pasó a mejor vida. Lo enterraron en el Cementerio de San Francisco. Entonces sucedió que al dar las once de la noche, una mano negra y horrible trepaba por la barda del cementerio, con el fin de atrapar a los que pasaban por ahí. Cuando lograba coger a alguien, la horripilante Mano Peluda llegaba hasta la cara de su víctima y le sacaba los ojos para, en seguida, estrangularla.

Después de haber cometido los horribles crímenes, la Mano Pachona regresaba a su cripta a meterse a su ataúd. El encargado de cuidar el cementerio por las noches aseguraba y juraba por la Santa Virgen, que la mano ostentaba anillos de oro y piedras preciosas en sus asquerosos dedos peludos…

Sonia Iglesias y Cabrera

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Carmen y las canciones de cuna

En la época de la Colonia había en la Ciudad de Puebla un Alguacil Mayor llamado Juan de Mendoza y Escalante, hombre rico y honrado. Tenía una hija, Carmen, a la que decidió meter a un convento, pues don Juan era sumamente religioso y le parecía lo mejor para su hija. Carmen no estaba muy conforme, pues carecía de vocación.

Un cierto día, don Juan acudió al convento a visitar a su hija y llevó consigo a Sebastián de Torrecillas, quien quedó prendado de Carmen y empezó a hacerle la corte, a pesar de sus hábitos religiosos. Poco tiempo después, la joven correspondió a los amores del seductor, e iniciaron una relación clandestina.

A causa de tales relaciones Carmen quedó embarazada. Sumamente enojado, su padre la sacó del convento y se la llevó a casa. La encerró en una habitación durante todo el tiempo que duró el embarazo, a fin de que las personas no se enterasen del pecado cometido por su hija.

La casa de la infeliz Carmen

Una vez que el niño nació, don Juan de Mendoza tomó la decisión de arrojarlo a un río, para escapar de las habladurías y el deshonor. Ya que había cometido el terrible acto, el alguacil empezó a tener remordimientos de que lo que había hecho con el nene. Tanto se arrepintió que se le produjo un infarto fulminante que le mató.

La pobre Carmen, destrozada por haber perdido a su hijo de una manera tan cruel y de saber a su padre muerto, se volvió loca y al poco tiempo, desesperada, se suicidó. La casa donde vivían Carmen y su padre se convirtió al paso del tiempo en escuela de música. La leyenda dice que en ella se escuchan los cantos del espectro de Carmen que dirige a su hijo con el fin de encontrarlo. Son canciones de cuna tiernas y amorosas que la chica entona con su dulce voz. Su búsqueda no se detiene nunca.

Carmen deambula por toda su antigua casa y muchos de los alumnos y personas que visitan la escuela de música dicen que la han visto caminar por los salones de clase buscando a su hijo al tiempo que entona bellas canciones infantiles. Otras veces se la escucha como si jugara con un niño pequeño, y se oyen risas de contento.

Sonia Iglesias y Cabrera

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El niño de la Batalla del 5 de Mayo

Esta famosa batalla tuvo lugar en el año de 1862, en las proximidades de la Ciudad de Puebla, durante la llamada Segunda Intervención Francesa. El ejército de México estaba dirigido por Ignacio Zaragoza quien luchaba contra las tropas invasoras comandadas por Charles Ferdinand Latrille, conde de Lorencez.

Cuenta una leyenda que un niño zacapoaxtla de la Sierra Norte de Puebla, se encontraba en la cercanía de los fuertes de Lorenzo y Guadalupe, que originalmente fueran capillas edificadas en el cerro Acueyametepec en honor a la Virgen de Loreto y a la Virgen de Guadalupe, y que en los inicios del siglo XIX se convirtieron en fortalezas militares. El lugar era clave para las tropas francesas, pues conquistando los fuertes, se abría el camino hacia la toma de la Ciudad de México. Por tanto era primordial para las tropas de Zaragoza conocer los movimientos de los soldados franceses.

Como no podían ver bien la posición del enemigo, ni siquiera subiéndose a los árboles, cuyas ramas eran muy frágiles, el niño zacapoaxtla se subió ágilmente a un gran árbol con el fin de ver la posición de los soldados franceses y avisar a los mexicanos. Desde lo alto del árbol el niño iba diciendo a los mexicanos las posiciones y movimientos de los invasores.

Los Fuertes de Lorenzo y Guadalupe

En ese momento los franceses se dieron cuenta de la presencia del niño y empezaron a atacar furiosamente. El niño persistió en su posición y siguió avisando de los movimientos del enemigo, cuando una terrible bala alcanzó el corazón del chamaco. Cayó al suelo ya muerto y ensangrentado.

Con los informes proporcionados por el pequeño zacapoaxtla, los soldados mexicanos lograron vencer al tan reputado ejército francés. La ayuda había sido valiosísima. Poco tiempo después, enterraron al intrépido mocito, e Ignacio Zaragoza le nombre héroe de la Batalla de Puebla.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Dos volcanes enamorados

Iztaccíhuatl, la Mujer Blanca, era una hermosa princesa nahua que se enamoró de un guerrero llamado Popocatépetl, Montaña que Humea, también conocido como Popoca. Como querían casarse, el padre de la muchacha, cuyo nombre era Tezozómoc, le dijo al guerrero que permitiría el matrimonio si en la guerra que libraban en Oaxaca le llevaba la cabeza de su peor enemigo, el jefe de los guerreros zapotecas, ensartada en una lanza.

La misión era muy difícil de cumplir, el padre de Iztaccíchuatl lo había enviado a propósito a Oaxaca, porque pensaba que nunca regresaría victorioso y moriría en esas lejanas tierras oaxaqueñas, y así no se casaría con su adorada hija.

Un mal día Iztaccíchuatl se enteró de que su amado Popocatépetl había fallecido en una batalla y, desesperada por el dolor que sentía, se quitó la vida. Poco tiempo después, Popocatépetl  regresó a Tenochtitlan con la cabeza que le había exigido Tezozómoc, pero se enteró de que la princesa había muerto. Sumamente triste, el guerrero entró a la recámara de su amada, tomó en sus brazos, la llevó al monte, y la cubrió completamente de hermosas flores.

La triste imagen de los enamorados que se convirtieron en volcanes

El tlatoani Tezozómoc se asomó por una ventana de su palacio y vio dos magníficos volcanes cubiertos de nieves eternas. Emocionado, salió a la Plaza Mayor de la Ciudad de Tenochtitlan y, a voz en cuello, anunció a todos sus súbditos que esos volcanes que se veían, eran Popocatépetl e Iztaccíhuatl convertidos para siempre en dos bellos volcanes por la magia de los dioses.

Desde entonces, los jóvenes enamorados están juntos para no separarse nunca jamás y así eternizar el amor que se tuvieron cuando estaban vivos. Aún se puede ver a Iztaccíchuatl cubierta de nieve, acostada como si estuviera durmiendo, y a Popoca a sus pies, siempre atento y vigilante de que nada perturbe la paz de su amada.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Un ladrón engañador

Una vez un niño nació en la capilla de una casa en Tepepantzin, Puebla. Era un niño extraño que nunca dormía. Cuando su papá lo llevaba al campo hacía gala de mucha energía y agilidad: se subía a los árboles, a las peñas y se columpiaba sobre los barrancos. El papá era carbonero y cuando le decía al muchacho que le acompañara al bosque a hacer el carbón, siempre se negaba y decía que mañana iría y se iba tranquilamente a pasear. Sin embargo, un día, cuando el padre despertó para irse a fabricar carbón, vio que ya estaba hecho y los troncos carbonosos ardían. Le preguntó a su hijo cómo lo había hecho y éste le respondió que solito había aprendido. Cuando el joven se ponía a hacer el carbón lo hacía muy rápido y después se iba a pasear.

Un ladrón engañador

Con los años, el muchacho creció y llegó a la edad  de veinte años. Se convirtió en redomado ladrón que iba a las tiendas del pueblo y las saqueaba. En el poblado le empezaron a  apodar El Pillo. No conforme con robar las tiendas de Tepepatnzin, se iba hasta la ciudad de Puebla a llevar a cabo sus fechorías.

Una vez se robó una campana y se la puso de sombrero. Todo lo que hurtaba lo guardaba en una cueva del cerro por Huetziatl. Pero además de ladrón a El Pillo le gustaba engañar a las personas. Por ejemplo, si encontraba tirado un hueso de caballo lo se convertía en un bello animal brilloso  de largas crines. Cuando algún jinete se acercaba El Pillo le decía que quería cambiar su caballo por el que traía el caballero. Al ver lo bello que era el caballo de El Pillo, todos aceptaban. Un día le cambió el caballo a un señor y le dijo que no lo montara hasta dentro de un rato. Pero cuando llegó a su casa el caballo se le desbarató al pobre hombre.

Cansados de tantos robos, un día los soldados le persiguieron para meterlo a la cárcel. El Pillo se metió a una iglesia. Cuando los soldados entraron al recinto sagrado, solamente vieron a una pobre anciana desdentada que rezaba hincada. Cuando la vieron, le preguntaron si había visto a El Pillo, pero la mujer contestó que no. Otra mujer que observaba la escena, les indicó a los soldados que la viejecita era nada menos que el ladrón tan buscado. El Pillo salió huyendo hacia el cerro donde se escondió en una cueva. Vistió a un maguey con sus ropas y le agregó una vara de chinamite, a manera de fusil. Los soldaos al verlo le dispararon hasta agotar municiones pero nunca lo lograron matar, pues sólo se trataba de un maguey.

Un día, se robó a una muchacha y se puso a vivir con ella. Tuvieron un hijo que prometía ser peor que el padre. Pero como no era lo que El Pillo deseaba, con un cuchillo le abrió el vientre a la mujer y le sacó al nene. Ambos murieron.

Cansado de tanta maldad, un cierto día El Pillo se entregó a los soldados y les dijo que lo mataran y lo cortaran en muchos pedazos, tantos que no pudiera volver a unirse y seguir robando y engañando. Así se hizo: mataron al ladrón, lo cortaron en muchos pedazos, los enterraron muy lejos uno del otro y  santo remedio, nunca más volvió a aparecer El Pillo, y todos descansaron de sus fechorías.

Sonia Iglesias y Cabrera

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San Miguel Arcángel y el Diablillo

San Andrés Cholula se encuentra localizado en el estado de Puebla; entre su rica tradición oral se encuentra una curiosa leyenda que narra que desde hace muchos años, en el Barrio San Miguelito, uno de sus ocho barrios, se encuentra situada una  iglesia que data del siglo XVI, la primera que se erigió en la ciudad. Está ubicada bastante  cerca de la carretera.

En dicha iglesia se encuentra la imagen del Arcángel San Miguel, a la que se venera y a la que los fieles le piden milagros que alivien sus congojas. Los abuelos de Cholula cuentan que amarrado a una columna dentro de la misma iglesia se encontraba la imagen de un diablito. Estaba atado con una cadena, como una alegoría de que estaba supeditado a San Miguel quien era más poderoso que el diablito.

San Miguel Arcángel y el Diablillo

Pero en cierta ocasión los fieles dieron por pedirle ayuda y favores al diablillo amarrado, y se olvidaron un poco de San Miguel. El diablito cumplía con las peticiones de los creyentes. Al darse cuenta el sacerdote de la iglesia de lo que estaba sucediendo, decidió quitar la imagen del diablillo. La desató de su gruesa cadena y la puso a buen recaudo.

Cuando el diablillo se lograba escapar del escondite donde lo tenía el cura, como represalia en la ciudad de Cholula sucedían catástrofes. Debido a ello, el sacerdote decidió quemar la imagen del diablillo, para destruirla completamente y que nunca más causara desastres. Santo remedio, la ciudad volvió a estar tranquila y los fieles volvieron a ser devotos de San Miguel Arcángel quien volvió a otorgarles sus favores.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Los Xocoyoles

En el estado de Puebla llaman xocoyoles a los niñitos que mueren al nacer o que no han recibido el bautizo y que viven en el Cielo. Estos pequeñines salen cuando llueve y producen los truenos y los relámpagos. Con sus bellas alas suelen volar  hasta los cerros y sentarse en los peñascos. Algunos xocoyoles producen la lluvia volcando cántaros de agua sobre la tierra; otros se encargan de producir el granizo que avientan como si estuvieran alimentando polluelos; a más de los que producen los rayos empleando mecates que chicotean.

Los Xocoyoles

Acerca de ellos nos cuenta una leyenda nahua que hace mucho tiempo existió un hombre que no creía en las tradiciones de su pueblo ni en los xocoyoles. Un cierto día se fue a cortar ocotes al cerro; de repente, vio a un niñito con alas que estaba atorado en la rama de un árbol de ocote. Al verlo, el xocoyol le dijo: – ¡Dame el mecate que está en el suelo, y yo te cortaré toda la leña que pueda dar este ocote! Entonces, el hombre tomó varios palos, los unió, amarró el mecate en la punta y se lo entregó al niño alado. Cuando éste lo recibió le dijo: -Ahora vete, y regresa mañana a recoger tu leña. El hombre obedeció. En seguida que el hombre se fue el xocoyol hizo rayos y relámpagos, el árbol del ocote se rompió y se formó mucha leña. El niñito salió volando y se fue al Cielo donde se encontraban sus compañeros.

Al siguiente día el hombre acudió al lugar del encuentro y vio un gran montón de leña. Buscó al xocoyol, pero no le encontró, tomó la carga y se la llevó a su casa. Desde entonces el descreído hombre cree firmemente en todas las tradiciones de su pueblo, incluidos los xocoyoles.

Sonia Iglesias y Cabrera

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Xelhua y el Tlachihualtépetl

Cuenta una leyenda nahua del estado de Puebla que Xelhua fue un gigante que durante un diluvio se escondió en las grutas de la montaña del dios de la lluvia Tláloc y se salvó de morir ahogado junto con seis de sus hermanos; ninguno de sus otros congéneres pudo sobrevivir a tal catástrofe; algunos gigantes se convirtieron en peces. Sus hermanos se llamaban Olmécatl, Mixtecátl, Chichimécatl, y Tecpanécatl. Los gigantes eran sabios, fuertes, considerados como los elegidos de los dioses, y respetados por el resto de la población formada por los comunes macehuales. Como era de suponer, tal supremacía causaba envidia en ciertas personas que empezaron a preparar una campaña de insubordinación de los macehuales. De tales manejos nada sabían los dioses.

Xelhua y el Tlachihualtépetl

Cierto día cuando estaba por cumplirse un siglo de cincuenta y dos años, Xelhua y sus hermanos se preparaban para llevar a cabo las celebraciones del Fuego Nuevo, según los cánones establecidos por la religión. Una noche soñaron que los dioses les ordenaban subir a la montaña de Tláloc, el dios de la lluvia, porque pronto se produciría un enorme diluvio que acabaría con los envidiosos macehuales. Los gigantes se aprestaron a obedecer a los dioses y se dirigieron a la montaña de Tláloc, donde se protegieron en unas grutas de la terrible lluvia que empezó a caer en forma de terribles serpientes venenosas. Un rayo le indicó a Xelhua que el diluvio había terminado. Los dioses les indicaron a los gigantes que debían seguir su camino por diferentes rutas donde debían dar a conocer la grandeza de los dioses del Anáhuac. Así lo hicieron los elegidos de los dioses.

Una vez a salvo Xelhua caminó hasta llegar al Valle de Cuetlaxcoapan y al ver un cerro al que llamaban Zapotecas, recordó la montaña de Tláloc y quiso hacer una más grande para reverenciar la dios Tláloc. Puso manos a la obra, y ordenó a los hacedores de adobes de Tlamanalco que elaboraran muchos ladrillos, los llevaron hasta el Valle formando una fila india pasando los tabiques de mano en mano. Pero no contaban Xelhua con el enojo de Tonacatecuhli, que al ver que la construcción llegaba hasta el Cielo, envió fuego celeste y arrojó una gran piedra en forma de sapo para que matasen a los atrevidos constructores, pues pensó que era demasiada la vanidad de Xelhua y los tlalmanalcas.

Así se construyó, gracias a la sabiduría y religiosidad de Xelhua, el gran cerro situado en la Gran Ciudad de Tollan Cholollan, y al que se llamó Tlachihualtépetl; es decir, el Cerro Hecho a Mano. Además, el gigante Xelhua tuvo a bien fundar Teotitlan, Coxcatlan, Tehuacan, Teopantlan, Ixcaquixtan, Atlixco, Ecatepec y varias ciudades más.

Sonia Iglesias y Cabrera