A finales del siglo XIX vivía en la ciudad de Durango, en el barrio de Tepeyac, la familia Hernández. Entre las hijas que formaban parte de dicha familia, se encontraba Conchita, una niña que gustaba de jugar con Agustín, el hijo del ama de llaves. A ambos niños les gustaba mucho jugar en la huerta de la casa, y compartían la mayor parte del tiempo. Al llegar a la adolescencia, ambos amigos se pusieron muy guapos. Y como era natural, los jovencitos se enamoraron, a pesar de la diferencia social que los separaba.
Un cierto día, mientras Agustín se encontraba trabajando en la huerta, llegó Conchita y le declaró su amor sin tapujos. El joven quedó perplejo, pues sabía que esos amores eran imposibles, como muchas veces se lo había señalado su madre. Sin embargo, el joven se acercó a Conchita, la abrazó y le dio un beso. Decidieron que nadie debía conocer su relación. Al paso del tiempo, Agustín le dijo a la chica que se iba para hacerse rico, y que jurara que lo esperaría y no se casaría con nadie. Conchita, con lágrimas en los ojos le juró amor eterno. Se separaron. Y Agustín se fue sin decírselo a nadie. Buscaron al joven, no le encontraron, y la madre cayó enferma de desesperación y tristeza.
Agustín se fue a la Sierra de la Silla, donde se escondía Ignacio Parra un ladrón muy famoso y temido. Le contó al bandolero sus desdichas amorosas y pasó a formar parte de la banda de ladrones, que robaban diligencias, ganado y conductas. Agustín destacó por su habilidad para robar.
Mientras tanto, el señor Hernández, invitó a unos amigos a cenar. Entre ellos se encontraba Curbelo. Al término de la cena, el padre anunció a los comensales y a su hija que deseaba que se casara con el tal Curbelo el próximo domingo. Y así se hizo, la boda se celebró, a pesar de las protestas de la chica que había roto su juramento.
Mientras tanto, Ignacio Parra moría acribillado en la región de Canatlán. Agustín aprovechó la muerte del jefe de la banda para escapar a la ciudad de Durango llevándose lingotes de plata y monedas de oro. Compró una casona, la amuebló, se compró trajes a la moda y decidió buscar a Conchita para hacerla su esposa.
Al llegar a la casa de la muchacha, las noticias que recibió fueron la muerte de su madre y la traición de Concepción. El dolor que sintió Agustín fue tan grande que se encerró en su cuarto, solamente salía por las noches, elegantemente vestido, a caminar por la vía del ferrocarril hasta el Puente Negro. Las personas que seguían su caminata le empezaron a llamar El Curro del Puente Negro.
Una mañana toda Durango se conmocionó, pues abajo del Puente Negro se encontraron los cadáveres de El Curro, Conchita y Curbelo. Nunca se supo qué había pasado: quién había matado a quién. Si Curbelo a los antiguos amante, o si Agustín a la infiel y al marido. Pero desde entonces, todas las noches se ve al fantasma de El Curro del Puente Negro efectuar su acostumbrada caminata por la vía y el puente.
Sonia Iglesias y Cabrera