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El Espìritu Protector

En la Ciudad de Monterrey, Nuevo León, un muchacho llamado Jacinto perdió a su amigo más querido de muchos años. Durante su enfermedad lo acompañó en el hospital y lo cuidaba con cariño de hermano, sin separarse nunca de él. Carlos, el enfermito, era oriundo de Tabasco y se encontraba en Monterrey estudiando. En la misma ciudad vivían dos de sus hermanos con los que no llevaba buena relación, casi no se veían.

Cuando se encontraba en agonía, Jacinto les comunicó a los hermanos el estado de gravedad de Carlos, quienes acudieron al hospital y desde ese momento se encargaron de él, aunque no muy conformes. A morir el tabasqueño, los hermanos no tuvieron la delicadeza de avisarle a Jacinto la muerte de su mejor amigo, y no pudo despedirse de él. Este hecho afectó mucho a Jacinto.

A los dos años, Jacinto conoció a un joven del que se hizo amigo. A Norberto le gustaba leer el tarot y afirmaba que podía ver los espíritus de aquellas personas que habían fallecido y a los ángeles. Un día que quedaron de acuerdo en ir a comer juntos, ya casi llegando el crepúsculo se despidieron, y cada uno se fue a realizar sus respectivas tareas. Se encontraban despidiéndose en un estacionamiento que se encontraba en la parte de atrás de la Plaza México de Morelos, y la plática se alargó ahí un poco más. Cada uno se encontraba al lado de su respectivo coche.

El Ángel de la Guarda de Jacinto

Al día siguiente, por la noche, estaban chateando en la computadora cuando Norberto le preguntó a Jacinto si conocía a un joven de pelo negro y rizado, delgado y musculoso, de cara agraciada, alto y de ojos verdes de dulce expresión. Al momento Jacinto asintió, y le dijo que estaba describiendo, sin lugar a duda, a su amigo Carlos, ya difunto. Entonces Norberto le contestó que el día anterior cuando se encontraban charlando en el estacionamiento. Un joven con esas señas estaba parado junto a Jacinto y le tenía una mano protectora sobre el hombro. Agregó que cuando se despidieron y le dijo que se cuidara mucho el espíritu asentía con la cabeza agradeciendo la recomendación. Y cuando Jacinto caminó para introducirse en su carro, el fantasma de Carlos lo siguió y se sentó junto a él en el asiento del copiloto. ¡Carlos era el Ángel Guardián de Jacinto!

Sonia Iglesias y Cabrera