En la Ciudad de Pachuca, Hidalgo, hace ya muchos años vivió un joven matrimonio. El esposo trabajaba en la minería, era minero; y la mujer se quedaba en casa. Ella era una muchacha sumamente guapa y vanidosa. En la misma casa vivía la madre del marido, una viejita muy buena y correcta.
En cuanto el hombre salía de su hogar para dirigirse a la mina, la esposa se arreglaba lo mejor que podía, se ponía sus alhajas de bisutería, se perfumaba, y se salía de la casa con el fin de encontrar a algún hombre con el cual tener una lucrativa aventura.
La madre se daba cuenta de las infidelidades de su nuera, por eso la reconvenía y la llamaba al orden. Le decía que la infidelidad era un grave pecado y que su esposo no merecía aquel trato, pues era muy bueno y cumplido.
Pero a la chica le tenía sin cuidado lo que dijese su suegra y partía muy oronda en busca de aventuras. Se limitaba a negar que fuese infiel.
Ante estas circunstancias, la madre del minero decidió buscar evidencia para poder acusarla con su hijo.
Y así fue, la vieja madre encontró evidencias que probaban la infidelidad de su nuera. Estaba dispuesta a presentárselas a su hijo con el fin de que se separase de esa mala hembra.
Pero al enterarse la joven de lo que le esperaba decidió matar a la pobre suegra. Una vez muerta, le sacó el hígado.
Esa noche el marido burlado regresó de su trabajo, y la mujer, muy solícita, lo llevó hasta la mesa del comedor, y le sirvió el hígado de su madre en bistec encebollado y aderezado con lechuga y jitomate.
Cuando estaba a punto de partir el primer bocado, escuchó una voz que le decía que no lo comiese, porque era el hígado de su madre que su mujer había asesinado.
Dudoso, el hombre le preguntó a su esposa que en dónde se encontraba su madre, a lo que la mujer no supo qué contestar. Entonces, el minero comenzó a buscarla por toda la casa y los patios, y la encontró muerta y destripada debajo de su cama.
Mientras el hijo desesperado sacaba a su madre, la asesina aprovechó y salió corriendo como loca para librarse de la ira del huérfano. La noche estaba muy oscura, y en su precipitada carrera la mujer no vio un barranco y cayó en él, muriendo en seguida, pues era muy profundo. ¡Ese fue su merecido castigo por infiel y asesina!
Sonia Iglesias y Cabrera