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Leyendas Cortas Puebla

Iztaccóatl

Iztacoatl es una legendaria serpiente Blanca que fray Bernardino de Sahagún en su Calepino describió como larga, blanca rolliza de cabeza grande y muy venenosa; gustaba de observar a las personas y enroscarse en su cuello, para ahogarlas. Este hermoso ser, antes de la conquista hispana vivía en un nicho en el Cerro de Iztaccuatépetl, el cual actualmente se conoce con el nombre de Chachahuantla.

Los moradores del poblado de Iztaccoatépetl sentían veneración por la Serpiente Blanca, por lo que cada año le dedicaban una ceremonia en agradecimiento a los bienes naturales que les había proporcionado, a la belleza del lugar donde vivían, y a la bondad con que los trataba.

La Iztaccóatl

Durante una de las fiestas dedicadas a Iztac Cóatl, la bella Serpiente se molestó porque los habitantes en vez de tronar los tradicionales cuetes fabricaron “cambras” y las tronaron, hecho que no le gustó nada a la Serpiente. Entonces decidió irse del lugar. Así pues, se enrolló sobre el coatetl y, muy enojada, se dirigió hacia el Poniente.

Nadie sabe exactamente a dónde se fue, pero la conseja popular afirma que se encuentra en un cerro que recibe el nombre de San Agustín de la Barranca, sito en el Municipio de San Agustín Metzquititlan, en el estado de Hidalgo, lugar al que la Serpiente Blanca donó de muchos atractivos naturales, como lo había hecho con su antigua morada.

Sin embargo, los habitantes de Iztaccuatépec la siguen adorando con el mismo fervor, pues esperan que su adorada Serpiente Blanca regrese a su lugar de origen. Una leyenda nos cuenta que en cierta ocasión cayó una terrible nevada en los pueblos vecinos a Chachahuantla, pero en éste ni un solo copo de nieve se pudo ver y no se perjudicó.

Al notar este hecho tan particular los habitantes de Chachahuantla supieron que, aunque su querida Serpiente se hubiese ido, aún protegía a los pobladores de los males de la naturaleza. Es por ello que aún se la adora y se espera que algún día regrese, como nuestro querido Quetzalcóatl.

Sonia Iglesias y Cabrera