En el año de 1851 llegó a la ciudad de Aguascalientes Felipe Rey González, y puso una tienda de abarrotes con el propósito de hacer fortuna. Y como el negocio prosperó, Felipe se construyó una casa en la Calle Flora en la cual vivía junto con su esposa. Como era tan rico, compró alhajas y oro, pero como tenía mucho miedo a que los ladrones se llevasen su tesoro, pensó que debía guardarlo en un lugar seguro que nadie conociera. Entonces decidió enterrar su fortuna en al Jardín de San Marcos, que colindaba con su casa, pensando que nadie maliciaría que en tal lugar pudiera esconderse un tesoro de tal magnitud.
Bajo un gran fresno, Felipe enterró una caja de buen tamaño que contenía su fortuna. Hecho lo cual continuó con su vida normal y con las tertulias que le gustaba organizar con sus amigos cerca de la balaustrada del jardín, desde dominaba su escondite. Ahí se entretenían charlando y jugando albures. En una de esas ocasiones, al estar jugando albures uno de los participantes hizo trampa y se formó un pleito donde salieron a relucir las pistolas. Hubo un muerto y heridos, y ante aquella trifulca, don Felipe, azorado, volteaba a ver el lugar donde se encontraba enterrado su tesoro, no fueran a descubrirlo. Llegó la policía y apresaron al descontrolado hombre, cuya mayor preocupación era su tesoro enterrado. Tanta era su preocupación que cayó enfermo. En su enfermedad ofreció a la Virgen del Pueblito que lo librara de tanta angustia y pusiera a salvo su tesoro.
Al cabo de un cierto tiempo, el riquillo salió de la cárcel porque era inocente de la trifulca. Al salir y antes de llegar a su casa donde le esperaban amigos y familiares para ofrecerle una fiesta, decidió ir al Jardín de San Marcos a ver el lugar en que se encontraba su tesoro. Todo estaba bien. Siguió con su vida normal. Al poco tiempo, Felipe volvió a enfermarse y lo único que era capaz de hacer era acercarse al lugar donde se encontraba su fortuna y regresar a su casa muy fatigado. La enfermedad avanzaba y llegó el día en que no pudo volver a salir ni hablar. Trató con señas de decirle a su esposa donde se encontraba el dinero, pero no logró que su mujer le comprendiera.
Felipe murió sin haber cumplido la promesa a la Virgen del Pueblito, hecho muy mal visto a los ojos de la Santa Señora. Se dice que, desde entonces todos los días por la noche, a la hora del alba, el fantasma de don Felipe se pasea por el lado norte del Jardín de San Marcos, llega a la iglesia a rezar y luego desaparece. Nadie de los pobladores de Aguascalientes tiene la menor gana de acudir al jardín a esa hora tan siniestra, como es de suponer, pues el miedo no anda en burro.
Sonia Iglesias y Cabrera